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Living with other people. An Introduction to Christian Ethics based on Bernard Lonergan.

Kenneth R. Melchin
Novalis, Saint Paul University, Ottawa, Canada
1998
Traducción al español: Aprendiendo a Convivir. Introducción a la Ética Cristiana de Bernard
Lonergan
México: Trillas
2000

Capítulo segundo: La estructura social del conocimiento


moral

Alguna vez has estado en un banco o en una tienda cuando lo estaban asaltando?, o
quizá alguien entró a tu casa, o te robaron la cartera o billetera en la calle. Quizá eras
empleado de una tienda y tuviste que enfrentarte al arma de un ladró n. ¿Fuiste alguna
de las personas en el banco que tuvo que lanzarse al suelo? ¿Recuerdas el terror? ¿Te
sentiste tentado a hacer algo heroico o posiblemente estú pido? ¿O trataste de volverte
invisible como hice yo? Seguramente te impactó la diferencia entre la televisió n y la
vida real. Esto no tenía el encanto de la ficció n, sino el horror de la realidad.

Si tu experiencia fue similar a la mía, ¡fue horrible! Má s que esto, tus sentimientos de
horror e indignació n estaban basados en algo real. ¡Hay algo terriblemente mal en lo
que hicieron los ladrones! Ah sí, quizá tú hayas obtenido algo bueno a partir de la
experiencia, tal vez te ayudó a obtener perspectivas profundas acerca de los factores
sociales que conducen a tales crímenes. Estas perspectivas le dan una complejidad
moral a este episodio de la vida. Quizá has batallado con sentimientos de culpa por no
haber hecho algo para prevenir o detener el crimen. Quizá hasta descubriste que hubo
factores mitigantes, que el suceso no fue simple y sencillamente un robo, sino una
realidad moral má s compleja que involucraba los esfuerzos de los ladrones por
ayudar a otros con má s necesidades. Sin embargo, en medio de esta complejidad aú n
permanece una clara realidad moral: existe algo intrínsecamente malo en el acto de
robar. Tú sabes esto. Claro que todos lo sabemos.

Si tú has tenido una experiencia como ésta, quizá te hayas detenido a pensar acerca de
tu conocimiento moral. ¿Qué clase de cosa posees, cuando sabes que el robo es algo
malo? ¿En qué consiste este conocimiento moral? ¿Cuá les son algunas de sus
características? El conocimiento moral nos es bastante familiar y comú n. Todos
tenemos experiencias de conocimiento moral confiable. Siempre y cuando seamos
sinceros, especialmente después de circunstancias como un robo, no dudamos en
decir que esta conducta es mala. Ciertamente nos preguntamos có mo es que este
conocimiento está presente en el entendimiento total de casos complejos, pero esto no
cambia nuestro conocimiento moral bá sico en relació n con el robo. Robar es una
conducta erró nea. ¿Qué tipo de conocimiento es éste? ¿De qué manera es diferente del
conocimiento de los hechos? Este tema nos ocupará en el presente capítulo.

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Para iniciar nuestra indagació n, comenzaremos con unas cuantas observaciones
acerca de la experiencia del robo. Con el fin de que todo quede claro, haremos tres
conjuntos de contrastes. A veces pensamos acerca de la ética en imá genes que son
engañ osas. Esto sucede frecuentemente en todas las á reas de la vida. Por ejemplo, si
estuviéramos tratando de reflexionar en torno a la elevada pregunta: “¿Cuá l es la
naturaleza humana?”, sería ú til si comenzá ramos por observar que los humanos no
son lo mismo que las piedras; somos diferentes de la lechuga y, a pesar de algunas
similitudes iniciales que podamos apreciar en otras personas que conocemos, somos
muy diferentes de los ratones y los pollos. Ver estas diferencias desde el comienzo
puede prevenir que las respuestas a las ú ltimas preguntas caigan dentro de lo
absurdo.

Para orientar la discusió n en la direcció n correcta, comenzaremos con tres


observaciones acerca de lo que no es el conocimiento moral. Esto nos permitirá decir
algo de lo que es la moral: el conocimiento moral no es una cualidad, sino una
direcció n de cambio; no se trata de actos individuales, sino de las relaciones entre
ellos, y no se refiere a una acció n en aislamiento, sino sobre convivir con otras
personas.

No una cualidad, sino una dirección de cambio

Una de las maneras para considerar nuestra experiencia con el robo es imaginar que
posee la cualidad de lo “incorrecto”. Las palabras “bueno”, “malo”, “correcto” e
“incorrecto” son adjetivos que modifican sustantivos y nos conducen a pensar que el
robo tiene la cualidad del adjetivo, en este caso, de “maldad” o “incorrecció n”. Quienes
han leído El Zen y el arte del mantenimiento de motocicletas, de Robert Pirsig,
recordará n su batalla por comprender el valor como una “cualidad”.

Una vez que comenzamos a hablar acerca del valor moral como una cualidad, nuestras
imaginaciones toman el control, comparan el valor moral con otras cualidades, como
el color, la textura y el sabor. Luego preguntamos de dó nde proviene la cualidad, có mo
se adhiere a las cosas y có mo las empapa con sus características distintivas.
Imaginamos el valor moral como una pintura que quizá podemos derramar sobre las
cosas. Una vez que la imagen se afirma, el cuestionamiento genera sus propias
preguntas, proporciona sus propios datos y dirige la interrogació n de acuerdo con la
analogía.

¡El valor moral no es una cualidad! Una mejor imagen para dirigir nuestro
cuestionamiento que la de una sustancia como la pintura, aplicada a las cosas, es la
noció n de una direcció n de cambio. Una direcció n invoca la imagen de movimiento o
cambio, y expresa una relació n entre el lugar de donde proviene este cambio y el lugar
hacia donde se dirige. De manera similar, el conocimiento moral no se aferra a los
hechos o a características de una situació n está tica; se aferra a la diná mica, a la
actividad de una serie de acontecimientos que se ponen en juego por la decisió n de
actuar. Quizá usemos las palabras “bueno” o “malo” para describir un amanecer o el
comportamiento de nuestro perro, pero no estamos usando estos términos en el

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sentido moral. Cuando hablamos acerca de lo “correcto” o “bueno” en el sentido moral,
nos referimos a la acció n humana y a la direcció n de los sucesos que se desarrollan a
partir de esta acció n.

Nuestro conocimiento moral acerca del robo es el conocimiento acerca de este


mecanismo, desde sus condiciones de origen hasta sus impactos y metas. El robo
cambia la trayectoria de los asuntos humanos. Surge de las condiciones de la
ignorancia, malicia o desesperació n, y deja nuestras vidas con escombros que
debemos limpiar, heridas que debemos sanar y cicatrices que debemos llevar. Cuando
se extiende, hace posible que muchas formas del gobierno y comercio se vuelvan
imposibles. Aun cuando el robo parece no tener “víctimas”, sabemos que de maneras
complejas, la direcció n de vidas presentes o futuras se verían profundamente
alteradas si lo declará ramos algo moralmente aceptable. Nuestro conocimiento del
cará cter moral del robo es un conocimiento sobre su trayectoria. Decir que el robo es
incorrecto es decir que destruye la estabilidad o el progreso e induce la decadencia.
Todo este lenguaje expresa una direcció n de cambio iniciada por la acció n humana.

No en torno a eventos individuales, sino a las relaciones entre ellos

Cuando tratamos de determinar si el robo es correcto o incorrecto, nos encontramos


analizando las experiencias morales y evaluando las relaciones entre sus elementos. El
evento ocurrió en una situació n o contexto. Si el robo fue en un banco, sabemos que el
dinero era de los clientes, mismo que había sido confiado a los banqueros y este
esquema institucional establece claras líneas de su derecho. El dinero no le pertenecía
al ladró n. El conocimiento moral expresa algo acerca de estos contextos, pero también
dice algo acerca de las intenciones. Si el ladró n estuviese robando para ayudar a otros
con verdadera necesidad, el suceso se convierte en algo moralmente má s complejo,
quizá aú n involucre el robo, pero ahora sería má s que só lo un robo. Esto es diferente a
si el ladró n robara por ganancia personal. Nuestro conocimiento moral sobre el robo
dice algo acerca de las intenciones del ladró n.

Má s aú n, nuestro conocimiento moral dice algo sobre las consecuencias de las


acciones. Las víctimas sufren pérdidas que pueden involucrar cambios traumá ticos en
sus vidas. Robar altera la direcció n de la participació n de las personas en las
transacciones de propiedad porque destruye la confianza e infunde miedo. También
cambia los propios há bitos de valoració n del ladró n. Finalmente, muy aparte de las
consecuencias personales o previsibles, las acciones generalmente forman parte de
estructuras de acción social má s grandes, las cuales tienen sus propias metas u
objetivos. Nuestro conocimiento acerca del robo supone una justicia bá sica hacia el
sistema financiero general. El robo viola esta justicia. Si las instituciones financieras
en sí se tornaran radicalmente corruptas, entonces tomar la propiedad de otros puede
asumir un significado moral completamente diferente. Tal es el caso cuando tiranos
corruptos son derrocados y sus bienes son confiscados. El conocimiento moral se
refiere a todos estos elementos.

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El conocimiento moral no es un conocimiento de alguno de estos elementos en forma
aislada. Es un dominio sobre las relaciones entre todos estos elementos de la
experiencia moral. Es verdad que hablamos sobre buenas acciones, buenas
estructuras sociales, malas intenciones y ruines consecuencias, pero estas expresiones
implican una relació n entre las acciones y sus contextos, entre las intenciones, por una
parte, y las consecuencias y metas por otra, y entre estructuras sociales, los objetivos
que éstas alcanzan, y las obligaciones que imponen sobre los ciudadanos individuales.
Cuando sabemos que robar no es correcto, sabemos que en contextos de estructuras
sociales en las que la propiedad pertenece en forma justa a otros, la acció n de tomar
esta propiedad con el fin de una ganancia personal provoca un deterioro en la vida
humana. Lo que sabemos acerca de esta relació n es que la trayectoria general de este
esquema de eventos es de declive en lugar de progreso o estabilidad. El conocimiento
moral es conocimiento acerca de la trayectoria de progreso o declive expresado en el
movimiento a partir de una situación, por medio de intenciones y estructuras sociales,
hasta una acción dirigida hacia metas y consecuencias reales.

Por supuesto, saber que el robo es algo incorrecto no implica saber si un caso en
particular corresponde a un caso de robo. Para saber esto debemos ir má s allá del
conocimiento de esta regla para obtener conocimiento de un caso específico. Esto
quizá requiera que conozcamos mucho má s que la moralidad del robo. Aun así, sí
sabemos algo cuando conocemos la regla. Lo que sabemos es que cuando un caso
revela la trayectoria en declive expresada por el robo, en realidad es un acto
incorrecto.

El conocimiento moral es conocimiento acerca de estas relaciones; es “correlativo”,


algo que se manifiesta por sus relaciones. Sin embargo, esto no significa que el
conocimiento ético sea meramente “relativo”. Los términos “relativo” y “relativismo”
cuando son aplicados a la ética, significan algo má s. El relativismo ético generalmente
se manifiesta cuando dos personas de diferentes perspectivas o culturas intentan
comprender la misma situació n moral, obtienen resultados diferentes y se dan cuenta
que éstos no pueden ser conciliados dentro del mismo esquema comú n de evaluació n.
No estamos diciendo esto. ¿Có mo podríamos? Aquellos que escriben libros o que
tratan de convencer a otros acerca de algo no pueden ser relativistas. Si lo fueran, se
darían cuenta desde el principio que el intento por convencer a otro es una
contradicció n.

Una buena analogía de aquello que se conoce como “correlativo” es la ley de física que
dice que bajo las mismas condiciones, cada segundo, los objetos en descenso aceleran
a un índice de 32 pies por segundo. Los físicos saben que esta ley expresa el hecho de
que todos los objetos cerca de la superficie de la Tierra acelerará n conforme caen y
(excepto por los efectos de fricció n debido a la resistencia del aire) su velocidad
aumentará a razó n de 32 pies por segundo. Esta ley no nos dice nada acerca de qué
objeto se trata, qué tan alto está , o por cuá nto tiempo ha estado cayendo ni la rapidez
con la que el objeto viajaba inicialmente ni la aceleració n real del objeto, porque
admite que la fricció n del aire desempeñ a un papel en detener la velocidad de las
cosas, y que otras fuerzas también pueden ejercer una influencia. Lo que esta ley sí

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describe es la relació n entre la velocidad de un objeto descendente en cierto punto de
su caída y su velocidad en otro punto de su caída, dadas una determinada proximidad
con la Tierra y la ausencia de otros factores que intervengan.

¿Es objetivo el conocimiento expresado por esta ley? Sí, siempre y cuando
comprendamos que el término “objetivo” no requiere que la ley establezca todo
acerca de todo, o incluso todo acerca del algo. El conocimiento es objetivo, pero aun
así es correlativo porque aquello objetivo es la verdad de la relació n. Sucede lo mismo
con nuestro conocimiento moral. Saber que el robo es incorrecto es saber que la
relació n entre los elementos que lo constituyen seguirá siendo vá lida aun cuando el
resultado se vea influido por otros factores no expresados en la ley moral.

El conocimiento moral puede expresar algo objetivo, permanente y cierto acerca de


las cosas y aun así ser correlativo. Esto no implica que todo el conocimiento moral
realmente sea objetivo. Mucho de él no lo es. Aun cuando descubrimos que sí lo es,
generalmente está incompleto e incluso, en ocasiones, es irrelevante. Sin embargo,
cuando el conocimiento moral es correcto, aquello que es objetivamente vá lido son las
relaciones entre los diversos elementos de experiencia moral. Lo que se expresa por
conocimiento moral es una relació n de progreso o declive en el movimiento desde el
contexto y las estructuras sociales, por medio de la intenció n y la acció n, hasta las
metas y consecuencias que pretenden y alcanzan.

No en torno a la acción en aislamiento, sino a convivir con otras personas

Hagamos un ú ltimo esclarecimiento por contraste. A muchos de nosotros nos


enseñ aron que el tema central de la ética era la integridad o el deber. El pecado
má ximo era ceder ante la presió n de adaptarse a los dictá menes de la sociedad. Actuar
de manera responsable significabaº rechazar a la sociedad, actuar de acuerdo con
nuestra conciencia, vivir de acuerdo con nuestras convicciones sin importar si esto
nos enemistaba con los demá s.

Este aspecto de la toma de decisiones personales es indudablemente algo importante


para el conocimiento y la acció n ética. Sin embargo, si llevar a cabo nuestro
conocimiento moral requiere ir contra la sociedad, esto no significa que nuestro
conocimiento moral sea antisocial. Todo lo contrario. Nuestros principios mismos, a
menos de que sean totalmente absurdos, presuponen nuevas formas de vivir con otras
personas. Si las obligaciones o los derechos morales siguen en vigor a pesar de sus
aparentes consecuencias para con los demá s, esto se debe a que buscan preservar y
promover otras dimensiones má s fundamentales de vida social e histó rica.

Esto es algo claro en el caso del robo. Si el robo es algo preponderante en la sociedad,
nuestra postura moral quizá requiera que vayamos en contra de la multitud, que
adoptemos una actitud firme y seamos fieles a nosotros mismos ante la censura
pú blica. Sin embargo, nuestro conocimiento moral en sí acerca de que el robo es malo,
tiene como objetivo restaurar una manera nueva y má s saludable de convivir con

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otros. Tiene como meta renovar relaciones basá ndose en la confianza y la honradez.
Afirma la apertura a formas ricas y diversas de florecimiento humano.

El conocimiento moral es acerca de convivir con otras personas. Histó ricamente, la


reflexió n ética surgió como reacció n a problemas dentro de la vida social, mismos que
no podían ser resueltos con las herramientas existentes. Las grandes controversias
éticas consistían en debates en torno a problemas que rasgaban la tela de la vida
social y amenazaban con un colapso social. Las necesidades perennes para una
renovació n moral se oponían a la cultura y por tanto, parecían ser antisociales. Sin
embargo, los reformadores tenían como intenció n revertir el gran declive social y
renovar la sociedad. Para que personas de todas las regiones vivan juntas, es
necesario mantener gran vigilancia, atender nuestra forma de vida. Esta atenció n es
labor de la ética, y sus resultados son las estrategias para que existan las formas má s
completas y durables de convivencia con otras personas.

Tres significados de la palabra “bien”

Es suficiente con lo que hemos hecho para esclarecer mediante contraste. El siguiente
paso implica observar algo extrañ o acerca de nuestro propio lenguaje moral. Muy
aparte de las diferencias entre las perspectivas reales de las personas acerca de lo
correcto e incorrecto en diferentes situaciones, parece haber diferencias estructurales
má s fundamentales en torno a la manera en que pensamos acerca del bien y el mal, lo
correcto e incorrecto. Ademá s, si observamos nuestro propio lenguaje y pensamiento
durante unos cuantos días y semanas, encontraremos que todos fluctuamos nuestra
postura entre tres significados bastante diferentes acerca de la palabra “bien”.

En algunos casos, “bien” significa poco má s que algo que satisface un deseo individual
o un interés personal. En otros casos, “bien” parece implicar una responsabilidad ante
un orden social má s amplio que trasciende un deseo personal. En otros má s, parece
exigir una evaluació n crítica de los ó rdenes sociales dentro de horizontes má s
amplios, má s universales, de progreso o decadencia histó rica. ¿Qué sucede aquí?

Estos tres significados para “bien” surgen porque hay tres niveles u horizontes de
significado sobre los cuales se pueden formular y responder preguntas éticas. El
primer nivel es de interés o deseo personal. A menudo entramos en acció n o
deliberamos acerca de la misma debido a nuestros deseos personales. Cuando los
problemas pueden ser manejados a este nivel sin mayor complicació n, los términos
“bien” y “mal”, “correcto” e “incorrecto” significan poco má s que acciones o eventos
que responden adecuadamente a los deseos e intereses personales. No es difícil
pensar en situaciones como ésta. Cuando actuamos para protegernos a nosotros
mismos del dañ o, para alimentarnos o para descansar después de un día exhaustivo, el
“bien” que buscamos implica poco má s que la satisfacció n de un deseo personal. A
veces surgen problemas que no van má s allá de este primer nivel de significado moral.

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Sin embargo, a menudo este no es el caso. La mayoría de las deliberaciones morales
involucran consideraciones que trascienden nuestro deseo personal, y los problemas
son considerados éticos porque nuestros deseos personales entran en conflicto con
los deseos de otros, o con preocupaciones que no pueden ser reducidas simplemente
al deseo. De hecho, como vimos en el capítulo 1, hay diferentes tipos de deseos, aun en
nuestra vida personal. Algunos de estos deseos no son meramente personales;
pretenden causar el bienestar de otros. Esto no quiere decir que los deseos personales
adquieran menos importancia, ya que por ser para gozar de salud y seguridad
personal, por tener cierta medida de logros, satisfacció n en nuestros trabajos,
comodidad física, siguen siendo aspiraciones importantes en la vida. A menudo son los
deseos los que nos impulsan a la acció n, y, en muchos casos, siguen siendo
importantes en el proceso de la evaluació n moral. Sin embargo, en la mayoría de los
casos, necesitamos trascender má s allá de este primer horizonte de significado ético
para poder hacer un juicio entre los deseos contradictorios dentro de un marco de
referencia má s elevado. Esto se debe a que convivimos con otras personas.

En nuestras acciones y reflexiones, generalmente nos encontramos con los deseos e


intereses de otros que, cuando está n en conflicto con los nuestros, a menudo se debe a
que exigen nuestra participació n en proyectos colectivos. En esta etapa, un segundo
significado má s completo de la palabra “bien” entra en juego. Cuando usamos las
palabras “bien” o “correcto” para decir que fuimos tratados honestamente en una
negociació n, o que el apoyo de un amigo nos ayudó en un periodo difícil, la palabra
expresa algo, no só lo se refiere a nuestros deseos o a estas situaciones en particular,
sino a sus vínculos con patrones má s amplios de relaciones que constituyen nuestra
vida empresarial o social. En estos casos, “bien” refleja una conciencia acerca del
orden interpersonal o estructura social. Expresa nuestra comprensió n de que estas
acciones se adaptan o fomentan a una gama de ó rdenes sociales que dan soporte a
nuestra vida comunitaria. Implica que nutren las relaciones que vinculan a las
personas entre sí en un estilo de vida cooperativo para alcanzar lo que nadie ha
podido alcanzar por sí solo.

Ciertamente, un aná lisis completamente teó rico acerca de las estructuras sociales
implicadas en nuestras acciones morales sería muy complejo, y nuestras
deliberaciones morales cotidianas no nos conducen a aná lisis tan explícitos. Sin
embargo, nuestras deliberaciones diarias sí apelan a nociones comprobadas y ciertas,
a má ximas morales que expresan perspectivas profundas acerca del orden social y se
han comprobado a través del tiempo. Las nociones de sentido comú n como la cortesía
y el respeto por otros describen maneras de comportarse que facilitan los muchos
encuentros entre ciudadanos en las rutinas de la vida diaria. Las reglas en contra de
mentir y robar prohíben maneras de actuar que arruinarían las rutinas empresariales
y econó micas. Cuestiones como la comprensió n y la fidelidad nutren las relaciones de
la vida familiar que son tan importantes para el desarrollo de los niñ os pequeñ os.

A través de la historia, sabios, ancianos, filó sofos, teó logos, científicos sociales, artistas
y periodistas han sometido dichas má ximas a un escrutinio considerable. Han
reflexionado acerca de patrones de la vida social a través de los tiempos. Cuando

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pensamos en temas éticos específicos, quizá no participamos directamente en el
aná lisis social, pero a menudo recurrimos a los resultados de dichos aná lisis, los
cuales se han resumido en la sabiduría de sentido comú n a través de los tiempos.

El tercer nivel de significado del lenguaje moral entra en juego cuando nos damos
cuenta de que nuestras estructuras sociales en sí pueden estar en decadencia. En este
caso, hablar de “adaptarse” a dichas estructuras quizá signifique que se nos retiran los
derechos, seguir las reglas de corredores de poder, o grupos de interés, evadir o
rechazar una mayor responsabilidad para corregir, transformar o reconstruir
patrones de vida social. En este tercer nivel de significado estamos conscientes de la
humillació n y opresió n, y podemos ver el lado oscuro de las estructuras sociales
dentro de marcos histó ricos de referencia má s amplios. Quizá recordemos patrones
de vida en los que la justicia o generosidad se desarrollaban mejor o quizá
imaginemos dichos patrones como futuras posibilidades.

Estos horizontes má s amplios nos revelan una diná mica má s prolongada del progreso
y de la decadencia histó ricos. El tercer nivel de deliberació n ética surge cuando nos
cuestionamos no simplemente si nuestras acciones encajan dentro de las estructuras
sociales, sino si las estructuras mismas son “buenas”. En este nivel, evaluamos
nuestras estructuras sociales en comparació n con pará metros má s amplios, pero lo
hacemos no construyendo escalas abstractas o modelos puros, sino introduciendo una
variedad de ideas concretas en situaciones de progreso y declive dentro de la vida
histó rica y dentro de las ecologías que son nuestro hogar. Dichas ocasiones de
iluminació n de ideas incluyen momentos en los que descubrimos que nuestras
nociones de justicia han excluido a las mujeres y personas de color; momentos cuando
descubrimos que existe la necesidad de que las instituciones resuelvan las disputas
internacionales; momentos cuando descubrimos que los patrones de “orden”
econó mico amenazan el medio ambiente global.

Cuando criticamos nuestras estructuras sociales, discernimos vectores de declive y


deterioro que provocan, y que las nuevas actividades y estructuras deben ser
aplicadas para revertir este proceso. A la inversa, cuando encontramos estructuras
que son “buenas”, es porque hemos identificado vectores de progreso y exaltació n a
mayor escala, los cuales surgen cuando se permite que dichas estructuras emerjan y
florezcan. El lenguaje ético dentro del tercer nivel de significado moral se refiere a
aquellos vectores histó ricos de alcance má s largo. Estos vectores y sus patrones de
acció n implicados son el material de grandes narraciones religiosas en la historia.

Lo interesante acerca de los diferentes significados de la palabra “bien” en estos tres


niveles, es que cada uno implica una actitud diferente hacia las estructuras sociales.
En el primer nivel quizá estemos conscientes de nuestras relaciones con otros, o
tengamos cierta comprensió n acerca de las instituciones, estructuras y sistemas
sociales, pero nuestra actitud ética está gobernada por un interesante giro en torno a
este conocimiento. Aquí, nuestro enfoque no es sobre las estructuras sociales; es sobre
nuestros deseos personales. En este primer nivel, de hecho, las estructuras sociales a

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menudo se convierten en meros instrumentos o medios para la satisfacció n de los
deseos personales.

Esto es precisamente lo que cambia cuando pasamos hacia el segundo nivel de


significado moral. Aquí, la estructura social se valora por derecho propio. Cuando
surgen conflictos entre el interés meramente personal y la obligació n social, ésta
prevalece. Las razones por las que existe esta jerarquía son bastante complejas, y
algunas de estas razones se explorará n má s adelante en éste y otros capítulos
posteriores. Sin embargo, lo que aquí importa es notar la diferencia en la actitud ética.
Cuando yo avanzo al segundo nivel, detecto algo que no había identificado antes: la
conciencia de que “todos estamos juntos en esto”. Reconozco interdependencia,
cooperació n y una valía intrínseca en la colaboració n misma. Comienzo a entender
que necesito de la colaboració n de otros para realizar mis deseos. Esto no es todo: veo
que esto también es cierto en el caso de usted y de otros, y que continuará siendo así.
Esta idea generalizada implica cierta medida de identificació n, empatía y solidaridad
con otros. Aquí, los ó rdenes sociales que nos unen en proyectos comunes reinan como
los valores predominantes.

En el tercer nivel, los ó rdenes sociales se convierten en objetivo de escrutinio radical.


En este punto, nuestra actitud ética hacia las estructuras e instituciones es
indispensable. La pregunta es ¿son agentes de progreso o de declive? Es importante
señ alar nuevamente que la intenció n de este escrutinio no es abolir el orden social,
sino renovarlo transformarlo. Al evaluar las estructuras sociales en comparació n con
horizontes má s amplios de la historia, distinguimos los vectores de progreso y declive
que será n las herramientas para esta labor de correcció n y renovació n. En un sentido
importante, este tercer nivel de significado ético mantiene una preocupació n por la
estructura social, pero ahora comenzamos a comprenderla de manera diná mica.
Consecuentemente, convertimos esa preocupació n por la estructura en todo un
sistema de aná lisis má s completo que está gobernado por las normas diná micas de
desarrollo, florecimiento, liberació n y trascendencia.

Una nota final: los tres niveles u horizontes de significado moral no son simplemente
tres formas alternativas de visualizar las cosas. No pueden ser comprendidas por
medio de una analogía con una perspectiva visual, ni pueden ser reducidas a simples
diferencias culturales; claramente son jerá rquicas. El movimiento desde el primero al
segundo y hasta el tercer nivel representa un verdadero progreso en nuestra
capacidad para evaluar de manera moral o ética, ya que cada nivel es má s completo
que el anterior. Si la deliberació n durante el nivel má s bajo es gobernado por un
compromiso má s estrecho hacia intereses específicos o estructuras sociales
específicas, la deliberació n en los siguientes niveles hace posible una gama má s amplia
de compromisos e inquietudes dentro de ese esquema. El aná lisis en los niveles má s
elevados formula preguntas acerca de la relaciones entre estas inquietudes y se
rehú sa a detenerse hasta lograr una comprensió n que le haga justicia a todos.

Decir que los tres niveles de significado moral son jerá rquicos no significa que todas
las situaciones de la vida deban ser evaluadas desde el tercer nivel. El hecho es que

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muchas situaciones involucran poco má s que un deseo o interés personal. Otras
pueden y deben ser solucionadas dentro del sistema actual de las estructuras sociales.
Sin embargo, lo que esto significa es que si deseamos tomar decisiones de una manera
moralmente madura, debemos tener la capacidad de pensar y actuar en los tres
niveles. Esto se debe a que podemos juzgar la conveniencia de una decisió n en un
nivel inferior ú nicamente desde la perspectiva de los má s elevados. El crecimiento
hacia la madurez moral implica movimiento a través de los niveles, y esto incluye
aprender qué niveles de aná lisis son apropiados para diferentes situaciones. Ademá s,
nuestros deseos e ideas en torno a las estructuras sociales sufren transformaciones
sutiles conforme maduramos éticamente.

¿Qué es una “estructura social”?

Si el significado moral funciona en tres niveles y si éstos revelan en forma definida


diferentes actitudes hacia las estructuras sociales, entonces, quizá ayudaría tener una
idea clara acerca de lo que es una “estructura social”. Esta pregunta ha sido el objeto
de estudios considerables por parte de muchos filó sofos, soció logos, científicos,
políticos y teó logos. Algunas ideas preliminares pueden ayudar a orientar nuestros
pensamientos en esta á rea.

Mientras el término “social” sugiere un anexo o una cantidad de personas


individuales, el término “estructura” señ ala que lo que estamos tratando de
comprender no podrá lograrse por medio de una suma cuantitativa o cá lculo. A
muchos de nosotros se nos ha alentado a interpretar a la sociedad realizando una
analogía de las encuestas de opinió n o elecciones, en las cuales los resultados son la
consecuencia de una suma de decisiones u opiniones individuales. El hecho es que la
mayor parte de la vida social no funciona de esta manera. Las familias, las escuelas, los
negocios, las prisiones, los mercados, gobiernos, clubes, asociaciones voluntarias,
amistades, ciudades y civilizaciones involucran patrones ordenados de acciones y
relaciones. Mientras muchas de estas estructuras han sido inventadas por personas y
establecidas en documentos oficiales o constituciones, muchas otras han surgido
espontá neamente. Si una estructura social no es un anexo o una suma, entonces, ¿qué
es?

Igual que todas las estructuras, las estructuras sociales involucran elementos y
vínculos. A diferencia de otras, sin embargo, involucran significado –palabras y gestos
y todos los actos mentales que yacen detrá s de los eventos externos-. De una manera u
otra, las estructuras sociales involucran conjuntos de vínculos entre actos de
significado. Se pueden obtener algunas ideas preliminares en torno a las estructuras
sociales observando una simple conversació n. Y, para ilustrar mejor la manera en la
que se desarrollan las estructuras sociales y su papel en los tres niveles de
significació n moral, vamos a examinar un tipo específico de conversació n en una
transacció n de compra.

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Veamos el siguiente ejemplo. Un cliente entra a una tienda de computació n, busca
entre la mercancía; al acercá rsele un empleado, le describe lo que necesita, y le pide
consejo acerca de qué sistema se adaptaría mejor a sus necesidades dentro de un
rango específico de precios. El empleado le ofrece informació n acerca de los diversos
productos, le indica los precios y le hace unas cuantas recomendaciones. El cliente
hace má s preguntas acerca de diversos productos y comienza el proceso de negociar
por el precio. Las negociaciones progresan hasta que se llega un acuerdo, el cliente
expresa una intenció n de compra, se imprimen las facturas apropiadas de venta, se
asegura el pago, la mercancía se empaca y entrega, y el cliente abandona la tienda con
un intercambio de agradecimientos.

Una gran cantidad de transacciones como ésta ocurren todos los días. Sus niveles de
complejidad varían: algunas implican asesoría y negociació n má s elaborada, mientras
otras requieren de poco má s que asentir con la cabeza al empleado para ratificar el
contrato de compra.

¿En qué sentido es esto una “estructura social”? ¿De qué manera el aná lisis de esta
transacció n nos puede ayudar a entender un valor moral? Para responder a esta
pregunta debemos desglosar la transacció n en sus elementos y comprender los
vínculos entre los que la hacen funcionar una y otra vez como estructura o sistema. La
clave de una estructura no es que ocurra una vez, sino que lo haga una y otra vez,
cuando menos en ciertos ambientes. La estabilidad de la estructura se asegura, no por
factores externos, sino por los vínculos internos entre los elementos.

El primero de estos elementos puede denominarse la etapa de ingreso o apertura. Los


clientes entran a las tiendas con un tipo fijo de deseos y expectativas. Cuando son
recibidos (o quizá simplemente tolerados) por el empleado, estas expectativas son
confirmadas mediante un intercambio sutil pero importante de gestos y respuestas.
Este proceso de validació n puede tener varios elementos o ser bastante sencillo. Las
personas que son dueñ as de una gran cantidad de computadoras y desean exhibirlas
para su venta deben manifestarlo hacia el pú blico de una manera u otra (por medio de
la guía telefó nica, entre otras cosas). De manera similar, las personas que desean
comprar (en lugar de robar o destruir) computadoras, deben manifestarlo de alguna
manera a los dueñ os de la tienda. Lo que ambas partes necesitan es que se les ofrezca
cierta seguridad de que sus expectativas son compartidas.

En muchos casos, una persona asentirá con la cabeza o dirá alguna palabra como
respuesta al gesto de la otra y, por tanto, reconocerá un significado compartido y
validará la relació n de negocios. Cada parte debe asumir el papel del otro, anticipar la
reacció n del otro ante un gesto y observarlo para ver si hay confirmació n, con el fin de
que esta validació n tenga éxito. Cuando estos papeles se asumen de acuerdo con las
expectativas, el progreso es algo casi preconsciente, prá cticamente invisible. Se torna
sospechoso cuando se descubre que se han malinterpretado las expectativas.
Generalmente, el comportamiento de los clientes y los empleados es convencional. Sin
embargo, de una manera u otra, este discurso convencional requiere comunicació n,
que los participantes asuman, aunque sea de manera mínima, un rol y que las

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expectativas sean confirmadas por la respuesta del otro. La sospecha que resulta
cuando alguno de estos elementos está ausente a menudo es suficiente para poner fin
a un futuro diá logo o para poner en movimiento reacciones complejas con el fin de
afianzar o fortalecer la seguridad.

El siguiente paso pudiera denominarse la etapa de negociació n. Implica un


intercambio mutuo en el cual las partes determinan las necesidades del cliente, los
productos del comerciante y la relativa compatibilidad de ambos. Igual que el primer
paso, esta etapa de transacció n tiene una meta. Para que las partes procedan a la
siguiente etapa, deben encontrar una compatibilidad o una “adaptació n” entre las
necesidades productos y precios. En el caso de la compra de una computadora, esto
puede involucrar una discusió n extensa acerca de los detalles de la tecnología de la
computadora. Sin embargo, con frecuencia, el éxito de esta etapa depende de la
relativa compatibilidad entre los estilos de los participantes. El intercambio de gestos
y palabras puede variar dependiendo de las personalidades, los antecedentes
culturales o la formació n profesional de los participantes. De una u otra manera, estos
estilos también deben “adaptarse” para que las partes puedan establecer el curso por
seguir: Muchas transacciones potencialmente viables se rompen porque el vendedor
es demasiado agresivo, el cliente es muy exigente, el comerciante parece muy
indiferente o el cliente muestra muy poco interés.

Esta segunda etapa de la transacció n, la etapa de negociació n ú nicamente puede


comenzar cuando la primera etapa ha tenido éxito en establecer un contexto de
expectativas o significados compartidos. Los comerciantes que sospechan de las
intenciones de un cliente, quizá prosigan haciendo la venta, pero sin entregarse
totalmente a la diná mica de la siguiente etapa. En consecuencia, la etapa inicial tiende
a funcionar como una condició n de posibilidad de realizar la segunda etapa. De
manera similar, el logro exitoso de las metas de la negociació n coloca el ú ltimo
eslabó n en el lugar requerido para que la transacció n pueda continuar hacia la tercera
etapa. Esta es la etapa de la contratació n y el intercambio de dinero, facturas de
compra y mercancía. La forma externa de esta contratació n implica palabras,
documentos y gestos familiares.

“¿De modo que se ha decidido a comprar este sistema, tal como se lo he descrito?”
“¡Sí!”
“¿Está dispuesto a vendérmelo por esta cantidad?”
“¡Sí!”
“Aquí está el dinero.”
“Aquí está su recibo”.
“Aquí está la computadora”.

Lo interesante de esta etapa es su complejidad oculta, su fragilidad, y su asombroso


significado para la preservació n de la civilizació n. La respuesta “¡sí!” en cada caso
implica mucho má s que un gesto externo. Antes del gesto ocurre un acto interno, una
entrega al otro para realizar el acto externo, un compromiso propio con un tipo de
cooperació n con otra persona que tendrá consecuencias sociales sobre las cuales se

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puede depender. Este compromiso o promesa no es un conocimiento en el sentido de
dar con una idea o juzgar el curso de una acció n, pero aun así es un acto de significado,
un acto racional, un acto que involucra las funciones cognoscitivas. Es otra decisió n
responsable que orienta el “yo” en relació n con otra persona de acuerdo con algú n
contenido inteligible que ha sido resuelto en la etapa previa. El “¡sí!” aú n no es el acto,
ni es el proceso de determinar có mo vamos a actuar, sino que es el eje entre ambos, la
preparació n para actuar en relació n con el otro, con la seguridad de que,
efectivamente, cumpliremos con nuestro compromiso.

Cuando ambas partes pronuncian su “¡sí!”, se efectú a el contrato. Llevar a cabo el acto
del compromiso involucra la transferencia de dinero, documentos y mercancía de
acuerdo con esta contratació n. Sin embargo, es la misma contratació n la cual
fundamenta la confianza de que el intercambio proseguirá segú n el acuerdo. Aun
cuando hay una separació n temporal entre el pago y la recepció n de la mercancía,
seguimos adelante con confianza. Hasta cierto grado, tenemos esta confianza porque
sabemos que se puede recurrir a las cortes de justicia y a la policía para que pongan
en vigor el acuerdo. Sin embargo, cualquiera que ha tenido que pasar por esta ruta
sabe que apelar a estos recursos a menudo implica exigencias personales que exceden
por mucho el valor de la mercancía (y a menudo con resultados desastrosos). En su
mayoría, la confianza está basada no en la seguridad de que alguien pondrá en vigor
este acuerdo, sino en la atribución recíproca de compromiso responsable entre las
partes contratantes. Este momento central dentro de la transacció n es un acto
profundamente moral; es un compromiso mutuo de responsabilidad por parte de los
participantes en la transacció n. Como veremos, no es de ninguna manera el ú nico
aspecto moral dentro del esquema. Las imá genes comunes de la contratació n, sin
embargo, a menudo ocultan el impulso profundamente moral del evento.

Aunque la contratació n es el acto central de la transacció n, no es el ú ltimo. El esquema


se ve completado ú nicamente cuando ambas partes intercambian gestos de
despedida, el cliente abandona la tienda y el comerciante se prepara para recibir al
siguiente cliente. Esto quizá pueda parecer un aspecto trivial del esquema, pero este
cierre final representa la condició n de posibilidad para que el esquema de transacció n
comience nuevamente, para que el comerciante lidie con otro cliente, para que el
consumidor pase a otra tienda. La importancia econó mica de la transacció n no radica
en que ocurre una sola vez, sino que las compras son econó micamente importantes
porque son recurrentes en grandes cantidades y en gran diversidad. Es la cadena de
transacciones que lleva a los bienes y servicios desde las etapas má s tempranas de
producció n hasta el mercado y a nuestra vida cotidiana. Es el volumen de compras que
asegura la viabilidad financiera de los comerciantes. Y es la diversidad de los bienes y
servicios, disponibles en nú meros suficientemente grandes para servirnos a todos, la
que conforma nuestro “está ndar de vida”. Para que dichos volú menes y diversidad
puedan florecer, es necesario que cada esquema de transacció n termine de tal manera
que otra pueda comenzar. Generalmente, esto quizá requiera de poco má s que un
cliente abandonando una tienda, pero si la transacció n tiene como resultado la
ruptura de la confianza, la posibilidad de recurrencia puede depender de cierta forma.
Ademá s, si la confianza se rompe con demasiada frecuencia, a una escala demasiado

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amplia, las medidas sociales para asegurar una recurrencia quizá se tornen mucho
má s complejas y costosas.

En su estructura general, el esquema involucra cuatro etapas vinculadas de actos de


significado, cada uno cumpliendo con la condició n para la siguiente, y la ú ltima
cumpliendo la condició n para que comience el siguiente esquema. Para que satisfagan
las necesidades o requisitos de cada parte, las cuatro partes deben ocurrir de una u
otra manera. En cada etapa, encontramos un intercambio recíproco de significado, un
conjunto de operaciones que involucra gestos, respuestas, y la representació n de
papeles, actos que deben ser llevados a cabo para confirmar el significado compartido.
La transacció n es un esquema cooperativo que implica la contribució n recíproca de
ambas partes hacia el logro de metas mutuas que ninguno podría haber alcanzado por
sí solo. Y aunque este esquema tiene una estructura interna definida y una identidad
propia, funciona dentro de una serie de esquemas de significació n má s amplios que,
unidos, forman una economía y una sociedad.

Estructuras sociales, obligaciones morales y los tres niveles de significado


moral

Tres cosas se esclarecen a partir de este aná lisis de la compra del consumidor: 1. El
esquema tiene una estructura interna de etapas que se pueden identificar porque
permanece relativamente estable dentro de una diversidad de contextos. 2. El
esquema tiene una gama de metas u objetivos que ú nicamente se pueden cumplir si los
participantes tienen éxito a lo largo de las etapas de esta estructura interna. 3. Esta
estructura impone una gama de obligaciones morales que los participantes deben
cumplir si desean avanzar con éxito durante todas las etapas para alcanzar sus metas.

1. Aunque las características externas de la conversació n en una transacció n pueden


variar mucho de un contexto a otro, aú n se preserva una forma bá sica en cada
esquema, la cual surge no a partir del contexto cultural per se, sino a partir de la
estructura interna del proceso. Esto se debe a que el esquema tiene etapas y cada una
se basa en la acció n previa de los participantes en direcció n hacia sus metas. Sin
importar lo que alguien diga en la etapa inicial, la bilateralidad de intenció n debe
satisfacer a ambas partes. Sin importar có mo manejen la situació n, los participantes
deben llegar a cierto acuerdo antes de que el dinero y la mercancía puedan cambiar de
manos. Los requisitos del esquema se pueden satisfacer de varias maneras, pero los
elementos y vínculos centrales aú n deben estar presentes.

2. Existe una diferencia entre las metas del esquema y aquello que los participantes
dicen que desean. Las metas del esquema se definen por su estructura interna, por el
hecho de que los participantes deben avanzar en esta estructura para alcanzar sus
objetivos personales y por el papel que juega el esquema dentro de las ecologías má s
amplias de economía y sociedad. Los participantes quizá deseen cosas individuales a
partir de las transacciones de compra, pero si desean obtenerlas, deben seguir la
ló gica interna del esquema y cumplir con sus requisitos estructurales. Si ha de
comenzar la siguiente etapa, entonces las obligaciones de la etapa previa deben ser

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satisfechas. Si el cliente desea su computadora, entonces debe completar el esquema
entero. Si el comerciante desea sus ingresos, entonces debe completar la transacció n.
Ademá s, si las transacciones de compra han de desempeñ ar un papel dentro de la
economía general, las metas del esquema deben cumplirse de tal manera que se
desarrolle y mantenga la confianza del cliente en torno a la seguridad y el valor de la
participació n continua. Para que las transacciones puedan proliferar, estas metas
estructurales deben cumplirse, aun cuando entre en conflicto con los deseos
individuales.

3. Las obligaciones impuestas sobre los participantes por la estructura del esquema
incluyen obligaciones morales. El significado y la fuerza de estas obligaciones se
vuelven evidentes cuando comprendemos có mo facilitan el movimiento en la
estructura del esquema. Las estructuras sociales hacen posible que las personas unan
sus fuerzas para lograr juntas lo que nadie puede lograr por sí solo, pero lo logran
haciendo demandas morales sobre sus participantes. Para que la etapa de negociació n
comience seriamente, a ambas partes se les debe asegurar la intenció n de la otra
durante la etapa inicial. Esto requiere de cierta dosis de apertura y honestidad. Para
que pueda comenzar la etapa de contratació n, las partes unidas deben cumplir con
todos los requisitos técnicos, culturales e interpersonales de la etapa de negociació n.
Esto puede exigir capacidad, sensibilidad, consideració n por otros y, en ocasiones,
incluso hasta generosidad. Para que pueda comenzar la etapa final, la contratació n
debe ser declarada y registrada adecuadamente. Esto, por supuesto, requiere de cierta
medida de integridad. Y para que puedan comenzar otros esquemas de este tipo, las
partes deben dejar asegurada la transacció n sabiendo que los verdaderos riesgos
físicos, psicoló gicos, legales y financieros de hacer negocios no son tan abrumadores
como para desalentar futuras participaciones en el mercado comercial. Estas
obligaciones morales son reales, no son triviales. En muchos periodos de la historia,
en muchas sociedades o en muchas á reas de nuestra propia sociedad, estas
obligaciones no son cumplidas fá cil o frecuentemente por el ciudadano ordinario.

Parecería, segú n el lector, que el aná lisis explica algo acerca del cará cter social de las
obligaciones morales, pero que también parece devaluar estas obligaciones. En la
superficie, este aná lisis parece sugerir que las obligaciones morales son meramente
medios o instrumentos para obtener deseos individuales o personales. Si las
obligaciones morales está n basadas en las estructuras sociales y si éstas son el medio
para obtener lo que deseo, entonces parecería que las obligaciones morales no tienen
un valor intrínseco, ningú n valor por derecho propio, sino que son meros
instrumentos para la autosatisfacció n. Lo que parece la má xima supremacía de este
aná lisis es el deseo individual. ¿Qué sucede aquí?

Para responder a esta objeció n, es necesario recordar que la comprensió n moral


puede avanzar hacia tres niveles de significado, el nivel del deseo individual, el nivel
del orden social y el nivel del progreso y declive histó rico. Cada nivel de significado
implica una actitud ética definida hacia las estructuras sociales. Esta actitud deja
huella característica sobre las obligaciones impuestas por los esquemas. Ademá s, esta
actitud cambia el formato moral de nuestra participació n en los esquemas. La objeció n

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presentada anteriormente presupone el primer nivel de significado moral, mientras
que el deseo personal tiene má xima supremacía y las estructuras sociales son medios
para satisfacerlo. Sin embargo, este primer nivel no pronuncia la ú ltima palabra
acerca de las obligaciones morales. Y es interesante observar có mo es que el cará cter
moral de nuestra participació n cambia conforme participamos en la vida social con un
compromiso para con los tres niveles.

En algunos casos, una transacció n puede tener éxito cuando los participantes se
encuentran gobernados ú nicamente por el primer nivel de significado moral, el nivel
de deseo personal. Ambas partes, entonces, visualizan la transacció n ú nicamente
como una forma de satisfacer sus propios deseos. Sin embargo, si cualquiera de las
partes renuncia o viola uno de los requisitos internos para su ventaja personal,
entonces el esquema puede verse desviado o distorsionado. Cuando esto ocurre, la
parte ultrajada a menudo llega a descubrir la explotació n, y esto afectará su
participació n. Cuando esto reincide con suficiente frecuencia dentro de una cultura, el
comercio se torna radicalmente distorsionado o ambiguo.

Quizá suceda que las partes lleguen a comprender esta alteració n general, que ocurre
debido a la amplia explotació n, y puedan aceptar las obligaciones del esquema
ú nicamente como medio para asegurar sus propios intereses. Entonces, los problemas
surgirá n ú nicamente cuando puedan obtener lo que desean con relativa impunidad.
Sin embargo, esto será comú n, ya que los esquemas sociales complejos siempre
presentará n abundantes oportunidades para que surjan formas innovadoras de
explotació n, y las asediadas instituciones que ponen en vigor la ley invariablemente se
quedará n rezagadas por los innovadores. Cuando el compromiso fundamental hacia
los propios intereses predomina por sobre todo lo demá s, la sociedad se enfrenta al
problema de que las recompensas personales a corto plazo se han adquirido a
expensas de un orden pú blico de mayor alcance.

Lo que si queda claro es que las complejas estructuras de civilizació n conducen a una
existencia frá gil dentro de las culturas gobernadas por el significado moral del primer
nivel. Para nutrir unos esquemas sociales estables a largo plazo, es necesario que los
ciudadanos cultiven los há bitos y las virtudes necesarios para cumplir cotidianamente
con las obligaciones morales impuestas por los esquemas. Esta es la labor de las
generaciones. Para que esto ocurra, debe haber un compromiso a gran escala para con
el orden social, no simplemente como un medio para llegar a un fin, sino como un
valor por derecho propio.

A continuació n esto es lo que ocurre cuando las estructuras son gobernadas por el
segundo nivel de significado moral, el compromiso hacia el orden social. Aquí, amplias
gamas de esquemas morales pueden funcionar con una asombrosa regularidad. Esta
regularidad está fundamentada, en parte, en el hecho de que las transacciones se
puedan completar sin complicació n, ya que las personas llegan a conocer sus
obligaciones y está n comprometidas con su cumplimiento. También se fundamenta en
el hecho de que el compromiso hacia el orden hace posible que se puedan reparar o
enmendar las complicaciones y fallas cuando éstas llegan a ocurrir. El bien que aporta

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el orden radica en el mantenimiento de lo existente: se disfrutan, aprecian y fomentan
los ó rdenes sociales por su propia valía, en gran medida de la misma manera en que
un arte o una artesanía es amada y apreciada por sus propios devotos.

Cuando los ciudadanos participan en una sociedad en el segundo nivel de significado


moral, la relació n entre el deseo individual y le estructura social cambia
drá sticamente. Los esquemas sociales continú an funcionando como condiciones para
la obtenció n de deseos, pero esto ya no se comprende como una relació n entre un
medio y su fin. Má s bien, los ciudadanos llegan a comprender su bienestar como algo
implicado en un espectro má s amplio de relaciones sociales. La preocupació n por el
bienestar personal se convierte en algo inherente a esta preocupació n social má s
amplia y, gradualmente, conforme esta comprensió n se convierte en algo habitual, el
cá lculo de los beneficios individuales cede el paso a una preocupació n sostenida por el
orden social.

El segundo nivel de significado moral puede fortificar el orden social, ya que es un


compromiso ante los ó rdenes y las obligaciones existentes. Por la misma razó n, sin
embargo, aquellos que está n atrapados en el segundo nivel no pueden tolerar
fá cilmente las considerables alteraciones dentro de la estructura de ó rdenes sociales.
Ademá s, si un esquema como la adquisició n del consumidor se involucra en una serie
má s amplia de esquemas cuya diná mica general es de explotació n o destructiva,
aquellos que piensan en el segundo nivel no reconocerá n esto fá cilmente. El
diagnó stico de este problema y la prescripció n para su cura requerirá que se avance al
tercer nivel de significado moral.

En el tercer nivel de significado moral, los ciudadanos comienzan a preguntarse acerca


de las relaciones entre ó rdenes existentes y las relaciones entre ó rdenes pasadas y
futuras. Aquí, nos preguntamos si nuestras transacciones mantienen economías que
realmente son “buenas” para nosotros. Comenzamos a hacernos preguntas acerca de
los niveles crecientes de desempleo, crecientes dificultades econó micas
experimentadas por grupos marginados, cargas cada vez mayores sobre los gobiernos
conforme nuestras demandas exceden nuestro deseo de pagar, informes crecientes de
miseria humana a medida que nuestros esquemas econó micos son exportados a
tierras extranjeras. Aunque el compromiso hacia el orden se adapta a las obligaciones
y requisitos para mantener las estructuras sociales (el segundo nivel), el compromiso
hacia el progreso se adapta a los cambios en estructuras, particularmente los cambios
que afectan el bienestar humano.

Con bastante frecuencia, el tercer nivel nos involucra en una crítica social. Aquellos
que piensan y actú an en este nivel, sin embargo, no simplemente critican: también
está n comprometidos con los valores y las obligaciones requeridas para poder
renovar estas estructuras. El discernimiento de estos valores y có mo deben ser
llevados a cabo no resulta claro ni sencillo, particularmente durante las primeras
décadas de la renovació n, dado que los valores y las obligaciones en el tercer nivel
tienden a tolerar cierta falta de exactitud o precisió n. Antes de elaborar estrategias
concretas para la acció n, el aná lisis moral formula preguntas má s generales acerca de

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las direcciones de cambio, los vectores de renovació n y posibles metas que dicha
renovació n busca realizar.

La acció n y deliberació n moral en el tercer nivel de significado moral tiene un impulso


definidamente heurístico; orienta nuestra curiosidad moral en una direcció n específica
y la fomenta con un interés definido. Tiene como objetivo alcanzar estructuras
sociales que quizá hasta el momento no existan en una medida considerable. Está
motivada por una preocupació n en relació n con el orden, pero un orden que está en
proceso de formació n. Consecuentemente, los valores y obligaciones que animan a la
reflexió n y la acció n está n vinculados menos directamente con esquemas funcionando
concretamente, y en forma má s genérica, está n enfocados a futuros bienes que dichos
esquemas deben promover. Estos bienes son, hasta cierto grado, considerados como
medidas correctivas a males existentes. También son bienes abiertos, o definidos
imprecisamente, modelados por extrapolaciones a partir de bienes existentes.
Deseamos tener una participació n completa dentro de una economía para grupos
marginados porque podemos apreciar los males surgidos por la exclusió n. Sin
embargo, también apreciamos los verdaderos progresos experimentados por los
actuales participantes y deseamos que también se les otorguen a los marginados. La
manera en que ambos pueden estar unidos no es totalmente clara en un principio,
pero el doble interés pone en marcha nuestro cuestionamiento en una direcció n
específica.

A medida que han comenzado a tener éxito los esfuerzos histó ricos en la realizació n
de transformació n y renovació n dentro de las estructuras sociales, las obligaciones
implicadas en las estructuras emergentes comienzan a ejercer su fuerza obligatoria
sobre sus nuevos participantes. Nuevas formas de vivir exigen de nuevos
compromisos, há bitos y virtudes. Por tanto, a los ciudadanos se les pide que regresen
nuevamente al comportamiento modelado por el segundo nivel de significado moral,
el compromiso hacia el orden moral. Sin embargo, dicha participació n no debe recaer
dentro de los horizontes limitados del significado de segundo nivel. Por medio de la
atenció n, la disciplina y un compromiso por parte de todos los sectores de la sociedad,
los ciudadanos pueden vivir dentro de estructuras estables, manteniéndose al mismo
tiempo definidos por la conciencia moral del significado moral del tercer nivel.

Para vivir así, debemos aceptar una tensió n y ambigü edad en la vida moral. Esto se
debe a que los diagnó sticos de los males sociales se dirigen en diferentes direcciones
cuando son abordados desde el segundo y tercer niveles de significado. El
compromiso hacia el orden interpreta un problema como un fracaso en el intento por
cumplir con las obligaciones que conlleva el orden. El compromiso en relació n con el
progreso interpreta un problema como un fracaso en el orden mismo. Ninguno de los
dos es automá ticamente cierto. Para averiguar la verdad debemos analizar las
situaciones concretas cuidadosamente, armados con preguntas y criterios obtenidos a
partir de los dos niveles de significado moral. Esto puede tomar tiempo y, en el
intermedio, puede afectar la paciencia de los ciudadanos. Sin embargo, si la verdad
moral es aquello que se busca, entonces los hacedores de la opinió n pú blica deben
crear el clima de paciencia pú blica requerida para que este cuestionamiento avance

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cuidadosa y competentemente. No existen atajos para la comprensió n y el juicio
moral.

Para vivir en estructuras estables con una conciencia moral de tercer nivel, debemos
aceptar las complejidades asociadas con la bú squeda de conocimiento moral. Si
pueden soportar la ambigü edad asociada con estas complejidades, los ciudadanos
disfrutará n de los beneficios de una medida correctiva a las formaciones de la vida
social, fomentando al mismo tiempo los valores que humanicen su vida. Dado que las
sociedades siempre se encuentran en algú n grado de transició n, podemos esperar que
este discernimiento moral de mú ltiples niveles se convierta en una parte permanente
de la deliberació n moral a través de los tiempos. Lo ú nico que resta es que los
ciudadanos cultiven las virtudes requeridas, no só lo para poder operar en cada nivel,
sino para cambiar de nivel constantemente cuando la situació n así lo requiera.

Resumen

El objetivo de este capítulo ha sido el de introducir una manera de pensar en torno al


cará cter social del conocimiento moral. Recurrimos a un ejemplo del aná lisis de la
compra de un consumidor para ilustrar un enfoque bastante moderno hacia la
comprensió n de las estructuras sociales. Este aná lisis esclareció algunas ideas
interesantes acerca de la manera en que las estructuras sociales imponen obligaciones
morales sobre sus participantes, pero también enfatizó có mo estas obligaciones son
abordadas y experimentadas en forma diferente durante los tres niveles de significado
moral. Finalmente, se sugirieron varias implicaciones para aquellos de nosotros que
debemos vivir dentro de estructuras sociales en tiempos de transició n.

Estas reflexiones necesarias siguen siendo poco má s que un bosquejo, pero señ alan en
direcciones que pueden ser prometedoras para las futuras dudas éticas. Sobre todo,
mi esperanza es que a todos aquellos que seriamente desean comprender su
experiencia moral cotidiana, esto les brinde algunas explicaciones. Nuestras
obligaciones morales no nos caen a granel del Cielo. Surgen a partir de los esfuerzos
de todos con el fin de ordenar la vida, beneficiando así a nuestras nociones má s
completas acerca del bienestar humano. Este aná lisis ha mostrado có mo es que una
comprensió n bastante moderna sobre la estructura social nos puede ayudar a
comprender tanto las obligaciones implicadas en este orden como el bienestar que el
mismo pretende.

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