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Schefer Alexia

Libro: “Homo Deus. Breve historia del provenir” de Yuval Noah Harari

Capítulo: “El océano de la conciencia”

En este capítulo, se explora la probabilidad de que surjan nuevas religiones relacionadas con la
tecnología, prometiendo salvar el mundo mediante algoritmos y genes. De hecho, ya hay lugares
que se dedican a eso, como explica Harari, “donde gurúes de la alta tecnología están elaborando
para nosotros religiones valientes y nuevas que tienen poco que ver con Dios y todo que ver con la
tecnología.” Las cuales prometen las mismas promesas de felicidad, paz, prosperidad e incluso
vida eterna, pero con la ayuda de la tecnología.

Se profundiza sobre el tecnohumanismo como un tipo de tecnorreligión, el cual sigue viendo a los
humanos como centro de la creación y se aferra a valores humanistas tradicionales. Considera que
el Sapiens ha terminado su recorrido histórico y ya no será relevante en el futuro, pero que por
eso debemos utilizar la tecnología para crear Homo Deus, un modelo humano superior, el cual
conservará rasgos humanos esenciales, pero gozará de capacidades físicas y mentales mejoradas
que le permitirán seguir siendo autónomo incluso frente a los algoritmos no conscientes.

El tecnohumanismo considera que si la revolución cognitiva transformó la mente de los Sapiens,


con acceso al extenso ámbito intersubjetivo, que nos permitió ser los dueños del planeta;
entonces, una segunda revolución cognitiva podría dar a Homo Deus acceso a nuevos ámbitos
inimaginables y transformarnos en los amos de la galaxia. Su objetivo es el de mejorar la mente
humana y darnos acceso a experiencias desconocidas y a estados de conciencia con los que no
estamos familiarizados. Sin embargo, reformar la mente humana es complejo y peligroso, porque
no llegamos a comprender la mente del todo. Harari expresa que “no conseguimos darnos cuenta
de que vivimos en una isla minúscula de conciencia en mitad de un gigantesco océano de estados
mentales extraños”, ya que el espectro de los estados mentales es mucho mayor de lo que
nosotros imaginamos, puede llegar a ser infinito, y nosotros solamente conocemos una parte
limitada del espectro mental.

El autor señala que “muchas culturas premodernas creían en la existencia de estados superiores
de conciencia, a los que la gente podía acceder por medio de la meditación, las drogas o los
rituales. Chamanes, monjes y ascetas exploraban de manera sistemática los misteriosos
continentes de la mente y volvían cargados de relatos asombrosos. Referían estados desconocidos
de tranquilidad suprema, agudeza extrema y sensibilidad inigualable. Referían que la mente se
expandía hasta el infinito o se disolvía en el vacío”. En cambio, con la modernidad, todos
conformamos una misma realidad socioeconómica y una cultura compartida, tenemos los mismos
estados de conciencia en su mayoría.
Aunque la revolución humanista fue la que provocó que perdamos la fe y el interés en los estados
mentales superiores, y que le demos mayor importancia a las experiencias cotidianas, puede que
nos estén esperando mundos todavía más amplios y extraños. Harari afirma que “con toda
probabilidad, hay una variedad infinita de estados mentales que ningún sapiens, murciélago o
dinosaurio experimentó en cuatro mil millones de años de evolución terrestre, porque no tenían
las facultades necesarias. Sin embargo, en el futuro, drogas poderosas, ingeniería genética, cascos
electrónicos e interfaces directas cerebro-ordenador podrían abrir pasajes a estos lugares”.

Insertos en el contexto actual, nos centramos en mejorar aquellas capacidades mentales que
necesitan los sistemas económico y político, y al mismo tiempo olvidar y degradar otras
capacidades, modelando nuestra mente en función de sus necesidades. Dejamos de lado
habilidades y talentos para trabajar en tareas urgentes que nos demanda el contexto. De igual
manera ocurre con nuestros sentidos y con la capacidad de prestar atención a nuestras
sensaciones, como dice Harari, “es probable que comamos apresuradamente sentados frente al
televisor, sin apenas prestar atención a su sabor, por eso es que los productores de alimentos
inventan constantemente nuevos sabores excitantes, que de alguna manera podrían atravesar el
telón de la indiferencia. De forma parecida, cuando vamos de vacaciones podemos elegir entre
miles de destinos asombrosos. Pero, una vez allí, es probable que nos dediquemos a jugar con
nuestros teléfonos inteligentes en lugar de conocer de verdad el lugar”. A su vez, también estamos
descartando los sueños como mensajes subconscientes. En consecuencia, los sueños desempeñan
un papel mucho menor en nuestra vida, donde pocas personas desarrollan activamente sus
capacidades de soñar y muchas afirman que no sueñan en absoluto o que son incapaces de
recordar ninguno de sus sueños.

Esto podría reducir la capacidad de demostrar empatía y de tolerar dudas y conflictos internos, la
cual acabaríamos perdiendo la capacidad de tolerar la confusión, las dudas y las contradicciones.
El autor expresa que “una vida de decisiones resueltas y de arreglos rápidos podría ser más pobre
y más somera que una de dudas y contradicciones”. Es por eso que si mezclamos una capacidad
práctica para modificar la mente con la ignorancia que hay sobre el espectro mental, sumándole
los intereses de los gobiernos, ejércitos y empresas, podríamos mejorar nuestro cuerpo y nuestra
mente, pero al tiempo perderíamos nuestra mente en el proceso y podría acabar degradando a los
humanos.

El tecnohumanismo podría atribuir un carácter sagrado a la voluntad humana, esperando que


nuestros deseos elijan qué capacidades mentales desarrollar y, por lo tanto, que determinen la
forma de las mentes futuras. El progreso tecnológico quiere controlar las voces interiores de
nuestra conciencia porque, como explica Harari, “cuando comprendamos el sistema bioquímico
que produce todas estas voces, podremos jugar con los interruptores, aumentar el volumen aquí,
reducirlo allí, y hacer que la vida sea mucho más fácil y cómoda”. Desde una perspectiva histórica,
está claro que está ocurriendo algo trascendental, a medida que aprendemos a aumentar y reducir
nuestro volumen interno, desistimos de nuestra creencia en la autenticidad. Pero entonces,
¿cómo es que hacemos para decidir? Harari afirma que “si la gente llega a ser capaz de diseñar y
rediseñar su voluntad, ya no podremos verla como el origen último de todo sentido y autoridad.
Porque no importará lo que diga nuestra voluntad: siempre podremos hacer que diga otra cosa”,
en este caso, “la tecnología promete que, cuando nuestros deseos nos incomoden, nos sacará de
apuros”.

En relación a este tema, el tecnohumanismo se enfrenta a un dilema. Considera que la voluntad


humana es lo más importante del universo, entonces impulsa a la humanidad a desarrollar
tecnologías que puedan controlar y rediseñar nuestra voluntad. Hasta que llega a ser tentador
tener control, pero una vez que dispongamos de ese control, no se sabrá qué hacer con él, porque
la voluntad humana se convertirá en un producto de diseño más. El autor asegura que “nunca
podremos tratar con estas tecnologías mientras creamos que la voluntad y la experiencia humana
son el origen supremo de la autoridad y el sentido”.

Una tecnorreligión que corte toda relación directa con el ser humano prevé un mundo que no gire
alrededor de los deseos y las experiencias de ningún ser humanoide. Una religión emergente como
el dataísmo que no venera ni a dioses ni al hombre, sino que adora los datos.

En relación a nuestro proyecto, también se considera que la tecnología cumple un rol fundamental
en la superación del hombre, y que gracias a ella se pueden llegar a maneras en que la experiencia
permita que se descubran mundos que todavía desconocemos y que son infinitos. Una sinergia,
donde el desarrollo tecnológico y el impacto positivo que éste tiene en las personas se vinculan
para potenciar las capacidades físicas y mentales del hombre, para llegar a una sensación de
empoderamiento. Como por ejemplo, la medicina, actualmente, se centra cada vez más en
mejorar a los sanos en lugar de curar a los enfermos. Ya no quieren simplemente resolver los
problemas mentales, si no que buscan mejorar la mente. Queremos estudiar las fortalezas
mentales pero todavía no hay ningún mapa científico de la mente superior, esto se consideraría
como una tendencia ya que está en proceso.

Pero esto, a su vez, puede ser peligroso ya que, si hay carencia de planificación y proyección,
terminaríamos degradándonos como seres humanos y empeorando la situación del medio
ambiente. Esta especie de “carácter sagrado” que se la atribuye a la tecnología puede traer
consecuencias extremadamente graves, en las que no se han previsto los impactos adversos e
irreversibles que ésta podría generar, como secuelas provocadas a partir de daños en la salud ya
que el progreso tecnológico termina controlando nuestras mentes. Existe la posibilidad de que se
llegue a un momento en que el hombre deje de ser el “centro de atención”, dejando de lado sus
sensaciones, deseos, necesidades y voluntades, y donde se pierda toda empatía con lo que lo
rodea y con lo siente. Podríamos acabar en un mundo confuso y contradictorio en el que todo
sucede de manera rápida y artificial, perdiendo nuestros rasgos esenciales como humanos, junto
con la noción de lo que sucede, transformándonos en algo completamente inconsciente al perder
la capacidad de prestar atención a nuestras sensaciones, por ejemplo.

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