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COVID-19: AJUSTES DEL ACONTECIMIENTO.

DE LA CRISIS ECONÓMICA MUNDIAL A LA


CRISIS CIVILIZATORIA DEL CAPITALISMO

Por: Jean-Daniel Pesantz

Lo posible no preexiste al acontecimiento sino que es creado por él. Es cuestión de vida.
El acontecimiento crea una nueva existencia (…) Produce una nueva subjetividad
(nuevas relaciones con el cuerpo, con el tiempo, con la sexualidad, con el medio, con la
cultura, con el trabajo...). Cuando se produce una mutación social, no basta con extraer
sus consecuencias o sus efectos siguiendo líneas de causalidad económicas o políticas.
Es preciso que la sociedad sea capaz de constituir dispositivos colectivos
correspondientes a la nueva subjetividad, de tal manera que ella desee la mutación.
Ésta es la verdadera "reconversión"
Deleuze, Dos regimenes de locos

Un acontecimiento en el sentido deleuziano consiste en una multiplicidad de


eventos, los cuales no se explican los unos sin los otros, y los unos en los otros y
viceversa, comunicados entre sí por una rama de fluidos y multiplicidades de carácter
heterogéneo, molecular. El acontecimiento en este sentido es lo impredecible, la
contingente, el otro lado, latencia.
De la misma manera, debe observarse la presencia del COVID-19 en nuestra
sociedad, como un Acontecimiento capaz de entrelazar paralelamente, como si se
tratase de un camino sin retorno en donde somos conducidos por un gran evento que
al mismo tiempo nos sirve de vehículo en dirección a un lugar o a una situación que no
podemos nombrar y, a la vez, no podemos dejar de enmudecer frente a ella. La
realidad solo acontece ante nuestros ojos, es realidad material pura, signo de toda
dureza. Así, el conjunto de las fuerzas y potencias de la sociedad, son envueltas
simultáneamente en la mismidad del Acontecimiento. Todo Acontecimiento en la
historia de la humanidad que ha sido antes traumático, resulta ahora agónico.
Gracias al desarrollo de las estructuras financieras, multinacionales y
transnacionales del capitalismo tardío-neoliberal, y su popular cultura del cálculo, la
insignificancia, la mediatización y la religión de lo nuevo, todo evento procedente de
donde sea o surgido a razón de cualquier causa objetivamente demostrable, tenía
hasta hace poco un destino de corta vida. Eran eventos sociales neutralizables y
manipulables: pequeños acontecimientos de redes sociales. Acontecimientos
fragmentados que podían ser reducidos a pura información/no información, y ello
servir para la continuidad de las operaciones de los mercados globales, de las
decisiones de los Estados, de las corporaciones mediáticas y los sistemas integrados de
medios etc.
Pocos eventos dentro de los tiempos modernos, luego de que la industria de la
comunicación iniciara su desarrollo tecnológico planetario, han suscitado la atención
de los habitantes de todo el globo, preocuparlos aprehensivamente y, de plano
ponerlos cuarenta bajo observación de toda la sociedad a fin de disciplinarlos,
examinarlos o aniquilarlos. Quizás sus afectos son comparables a los tiempos de la
Segunda Guerra Mundial, pero seguramente tendrán un alcance mucho más profundo
para la historia del capitalismo y la propia evolución sociocultural.
Sobre todo, cabe percatarse que hasta ahora ningún acontecimiento había
paralizado a la humanidad entera, y colocado a todas las regiones del planeta a sufrir
las inclemencias de un mismo hecho social, frente al cual aún no existe ninguna salida
previsible y la capacidad de los sistemas de salud modernos ha sido superada
ampliamente. El acontecimiento COVID-19 toca por igual en este momento las puertas
de todas las culturas del mundo por igual, con la misma amenaza y acecho mortífero.
El número de infectados y víctimas mortales en los cinco continentes
posiblemente llegue a superar las previsiones, diagnósticos y recomendaciones de la
Organización Mundial de la Salud, una vez que los nuevos brotes se multipliquen
exponencialmente.
Una vez que la pandemia COVID-19 se ha hecho presente y cobrado sus
primeras víctimas mortales, da lo mismo preguntarse cuál fue el origen de su
desarrollo infeccioso, si este se originó en los hábitos alimenticios de los pueblos
orientales o si se trata más bien de un arma biológica fuera de control surgido en
experimentos acordados por las grandes potencias. Pues, más allá de esto, a pesar del
desenlace bélico que se puede respirar en el ambiente después de las últimas
declaraciones del Ministerio de Relaciones Exteriores de China, este virus ha puesto de
relieve la fragilidad de la economía capitalista mundial contemporánea, la cual ha sido
como tal puesta en agonía y en peligro de muerte por el COVID-19.
El mundo capitalista moderno tanto en sus zonas hiperdesarroladas como en
sus periferias, aprovechando la lógica económica del intercambio desigual y los
diversos mecanismos de acumulación por desposesión que han convivido con éste
desde los últimos 500 años, daba hasta hace poco la impresión de que las relaciones
de interdependencia densificadas entre los países del globo, podían ser sustraídas a los
intereses geopolíticos de las principales potencias imperiales. De este modo cada una
de ellas sentía tener el mismo derecho para avanzar en el desarrollo económico,
militar tecnológico y geopolítico de sus propias bases capitalistas, con el propósito de
insertarse en la lucha por la hegemonía de la conducción del mundo. En esto ha
consistido en la práctica los reveces producidos en los últimos años alrededor de las
relaciones entre los países de USA, China y Rusia, y otras potencias menores.
Pero este juego de patear el tablero en desmedro de los otros participantes no
ha funcionado para ninguno de sus mentores. En primer lugar, porque la principal
constatación de la hipercrisis actual consecuencia de la pandemización del COVID-19,
emerge en medio del proceso de recuperación de la gran recesión abierta en 2008,
destruyendo de este modo las ganancias de los años anteriores y las posibilidades
generales para su recuperación futura.
En la crisis del 2020, por distintos motivos, la desaceleración del crecimiento de
las principales economías capitalistas, no solo pone de relieve la descomposición de los
mercados financieros cuya actividad monetaria fundamental consiste hoy en la
emisión de deuda y préstamos a intereses negativos a los grandes accionistas del
sistema; la superproducción irracional de la economía capitalista que ha dejado a una
gran parte de la población mundial fuera del acceso a los bienes y servicios que oferta
nuestra sociedad; y las contradicciones geopolíticas y geoeconómicas subyacentes a la
paralización de la cadena de suministros en los puertos y rutas marítimas de los
centros capitalistas más importantes. Ya solo correlación entre estos elementos de la
crisis resulta escalofriante para los economistas capitalistas.
En verdad, estos efectos económicos del COVID-19, son realmente
insignificantes frente al gran Acontecimiento que se avecina: la crisis civilizatoria de
sistema capitalista. El mismo que ha construido desde hace siglos nuestras
percepciones, habitus y deseos. Es el capital, el cuerpo infeccioso que se resiste a
morir. Es el verdadero virus ajeno al cuerpo de la Humanidad, el que sucumbe frente a
la impotencia de los diversos capitalismos de estado conocidos.
En este sentido, lo que mata en el coronavirus, su arma más letal y su carácter
subversivo, lo sentimos no solo por fuerza del imperativo evolutivo de existir y la
afectación a los otros que nos preocupa, sino porque incluso preferiríamos eso a ver
destruirse en mil pedazos el pequeño mundo ilusorio que hemos declarado como
nuestra única realidad posible. Es este anhelo uterino inducido por el capital lo que se
está rompiendo.
Es claro que la actual emergencia mundial del COVID-19 debe ser motivo de
alerta de toda la sociedad, pero en lugar de dirigir nuestra atención hacia el cuidado
egoísta de uno mismo, miremos el Acontecimiento. Exploremos y traspasemos la
emergencia aproximándonos al mensaje producido y transmitido por el
Acontecimiento.
El COVID-19 no nació en otro planeta, ni ha sido concebido por algún Dios. Es el
resultado de nuestra propia acción como sociedad. El Acontecimiento nos calla y solo
podernos quedarnos perplejos ya que somos un nodo en su red. No hay puntos
medios: Positivo o Negativo, como observadores, testigos o víctimas. Nos mata el
capitalismo y su sistema. Nos mata el COVID-19 que es un espectro de lo mismo. Nos
matamos a nosotros mismos. Así, el coronavirus nos mata como Humanidad mientras
conduce a la muerte a la vez al capitalismo. Esa es su forma de cobro. Su modo de
ajuste de cuentas epocal.
Pero a diferencia de los ajustes neoliberales, este ajuste de cuentas del COVID-19 será
provechoso para todos. Y esta consecuencia habrá de asimilarse sin humor cínico. De
su crisis civilizatoria, a costa de nosotros mismos, tendremos seguramente una nueva
civilización renovada. Por efectos de este Acontecimiento, por lo que ahora nos
muestre o por lo que pueda producir en el futuro que ya ha hecho presente,
devendremos en una libertad y justicia viral. Seremos como sociedad por fin en algo
nuevo.

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