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2. Empatía
La empatía consiste en la capacidad de comprender los pensamientos y sentimientos de
las personas desde su propio marco de referencia. Implica atender a lo manifiesto y
también a lo latente, captando y comprendiendo el significado de las implicaciones
emocionales, cognitivas y conductuales más allá de lo que se expresa. Además, requiere
saber comunicar a la otra persona que la entendemos.
Algunas estrategias empáticas son: la escucha activa (previamente definida), la
clarificación (formulación de preguntas para conocer lo que el paciente expresa), el
empleo de paráfrasis, síntesis y recapitulaciones (recoger y plasmar las ideas expresadas
previamente por el paciente) y el reflejo (recoger y plasmar el componente emocional
presentado).
3. Aceptación incondicional
Aceptar al paciente tal y como es, valorándolo sin juzgarle.
Entre los componentes de la aceptación incondicional encontramos: compromiso hacia
el paciente (interés y disposición a ayudarle), esfuerzo por comprenderlo y actitud no
valorativa.
4. Autenticidad
La autenticidad implica ser uno mismo, comunicando los propios sentimientos y
experiencias internas. La situación terapéutica requiere saber qué decir o expresar, cómo
y en qué momento para no perjudicar al paciente o a la relación terapéutica.
Algunos de sus elementos principales son: las conductas no verbales (como la sonrisa,
el contacto ocular y la orientación corporal hacia el paciente), el poco énfasis en el rol
de autoridad del terapeuta, la espontaneidad (capacidad para expresarse con naturalidad,
sin deliberar sobre todo lo que se dice y hace) y la autorrevelación (ofrecimiento
controlado, por parte del terapeuta, de información sobre sí mismo y sus reacciones
hacia la situación en terapia).
Los 13 Errores más comunes de un psicólogo/a durante la terapia
Estos errores son los que, a lo largo de mis años de experiencia, he visto que se repiten
más a menudo entre los psicólogos/as. No obstante, tanto si acabas de sumergirte en el
mundo de la terapia como si llevas años ejerciendo, este artículo te podrá resultar muy
útil para conocer y enfrentarte a los errores más comunes que un psicólogo/a puede
cometer durante la terapia.
Es importante tener en cuenta que para lograr que dicha relación sea potenciadora
necesita establecerse de una forma adecuada. Para ello, es fundamental mantenerse en lo
que he denominado “La Línea de Implicación Óptima”.
Por tanto, el error que puedes cometer en este primer punto es rebasar la línea hacia un
lado o hacia otro, dando lugar a dos posibilidades, con sus respectivas consecuencias.
Implicarte mucho con tu paciente
Se trata de establecer una relación terapeuta – paciente demasiado cercana y con un alto
nivel de implicación emocional. Y por supuesto, no se trata de que el paciente no te
importe, sino de que te importe demasiado.
Uno de los principales factores que diferencian a los terapeutas exitosos de los que no lo
son es su interés en las personas y su compromiso con el paciente (Swenson, 1971).
Al acabar, me preguntó qué tal lo había hecho y le respondí que muy bien en cuanto a la
ejecución, pero que los psicólogos no somos quién para juzgar si lo que piensan
nuestros pacientes está bien o mal. No obstante, esto no implica que no puedas
ayudarlo a reflexionar sobre los pros y los contras o sobre las consecuencias que puedan
acarrear.
El trabajo de un psicólogo/a consiste en ayudar a su paciente a trabajar aquellos
pensamientos, conductas o emociones que le hagan sufrir o le generen un gran malestar,
no en cambiar aquellos pensamientos, conductas o emociones que nosotros/as, como
terapeutas, consideremos que son equivocados.
Esta es una pequeña prueba a la que expongo siempre a mis alumnos/as para que
comprueben la importancia de aceptar los pensamientos de los pacientes sin poner
por delante lo que nosotros pensamos o creemos acerca de ello.
Y la verdad es que no basta con saber escuchar para ser terapeuta, pero sí que es
fundamental DOMINAR LA ESCUCHA ACTIVA.
Si no escuchas lo que te dice tu paciente, malamente podrás saber lo que le pasa, por
qué le pasa o cómo ayudarle. Por eso, será fundamental que:
Recuerdo que en la carrera siempre nos decían que hablar sobre nosotros o revelar
cualquier tipo de información sobre nuestra vida era contraproducente para la
terapia y que ante la insistencia del paciente debíamos responder remarcando la
importancia de hablar de él/ella y no de nosotros.
Para lograr que una persona se abra y se dé a conocer de una forma sincera y
transparente es fundamental que tú hagas los mismo, porque de lo contrario se generará
una situación de desequilibro de confianza y en consecuencia, una baja implicación
emocional.
El error habitual que suelen cometer los y las profesionales de la psicología cuando
empiezan a hacer terapia es llevar al paciente por un camino determinado, sin tener
en cuenta sus decisiones. Es decir, decirle al paciente lo que tiene que hacer.
Si le dices a tu paciente lo que tiene que hacer y no sale bien, corres el riesgo de que te
eche la culpa de que haya salido mal. En cambio, si haces las veces de guía, es menos
probable que algo salga mal y aún saliendo mal, estarás exento de responsabilidad o
culpa, dado que la decisión la tomó tu paciente.
Bien es cierto que la directividad es una de las bases fundamentales en muchas de las
terapias actuales, pero al igual que con la LIO, tanto el exceso como el defecto suelen
ser perjudiciales para la efectividad de la misma.
Beck et al. (1979/1983) han señalado que un terapeuta ha de conjugar la sinceridad con
el tacto, la diplomacia y la oportunidad para no perjudicar al cliente o a la relación
terapéutica.
La clave para trabajar la autenticidad reside en saber qué decir, cómo decirlo y en qué
momento concreto hacerlo.
Si no te muestras como eres, no serás tú. Y si no eres tú, dudo que puedas hacer un
buen trabajo en la consulta. No obstante, no debes olvidar que la espontaneidad total
tampoco es adecuada.
En uno de mis primeros casos como psicólogo, atendí a una mujer que mostraba
síntomas claramente depresivos. Después de unas semanas y de haber avanzado
bastante en la terapia, empeoró. No sabía lo que ocurría, así que decidí invitar a su
familia a terapia. Al investigar con la familia, me di cuenta de que ésta ejercía una
influencia negativa sobre la paciente.
El caso es que la paciente tenía la sensación o percibía que “daba lástima” a sus
familiares, porque estos repetían continuamente aquello de “pobrecita”, “ay, dios mío
como está”, etc. lo que alimentaba su idea de que estaba mal, que seguía igual que
siempre, que lo suyo no tenía solución… Al trabajar este tipo de discursos en el entorno
familiar pude observar una clara mejora en la paciente.
Es habitual que, sobre todo al principio, dediques mucho tiempo a diseñar y planificar
tus sesiones (lo que resulta muy positivo, por cierto) para sentirte más seguro/a o con
una mayor sensación de control ante la terapia. Pero precisamente, será ese intento
de controlar la situación, lo que podrá debilitar la alianza entre tu paciente y tú.
Por tanto, en terapia, además de dominar las técnicas y herramientas que brinda la
psicología, habrás de esforzarte por construir una buena alianza terapéutica, ya que ésta
es, sin lugar a duda, un predictor positivo del éxito en la terapia (Keijsers, Schaap y
Hoogduin, 2000).
Por último, quiero que tengas en cuenta que la alianza terapéutica no es algo que se
establece una vez y ya está, sino que se trata de un proceso continuo y por tanto, será
fundamental que atiendas de forma habitual a cómo se desarrolla para que
puedas mantenerla, mejorarla o repararla en caso de que se haya visto dañada.
Por otra parte, un nivel subjetividad aceptable sería aquel en el que una persona dice que
la psicología no le ha resultado efectiva o en el que dice que no le ha sido de gran
ayuda, lo que a su vez es muy aceptable e innegable.
En este punto, la clave reside en mantener un equilibrio aceptable y lógico entre los
hechos objetivos y tu propia visión de las cosas, teniendo en cuenta que lo importante
no es tener la razón, sino lograr que tu paciente se sienta mejor y evolucione
positivamente.
Esta es una frase que suelo repetir a menudo para ejemplificar la importancia del
momento de la terapia o más bien, del momento en el que se encuentra el
paciente dentro de la terapia.
Terapeuta: Bueno A., llegados a este punto creo que sería importante que hablásemos de
la relación que mantienes con tus padres y de los problemas que ello te ocasiona. Sé que
para ti puede ser difícil o incluso doloroso hablar sobre temas tan íntimos, pero creo que
será algo fundamental para que empieces a sentirte mejor. Te propongo que empezamos
hablando de tu madre, por ejemplo. ¡Ah! Si en algún momento te sientes incómodo o no
te ves preparado para hablar de algún tema házmelo saber e iremos un poco más
despacio.
No obstante, eso no significa que desde el primer momento sea adecuado hablar a tu
paciente con un lenguaje demasiado técnico. Es más, lo más probable es que tu
paciente no entienda lo que estás diciendo.
He visitado webs en las que el psicólogo o la psicóloga describía sus servicios usando
términos como “Uso la Terapia Cognitivo Conductual”, “sigo los principios
fundamentales de Terapia Sistémica” o “Me baso en el modelo ABC”. Y encima sin
explicar lo que era una cosa u otra.
Una de las claves para conectar con una persona consiste en hablar “su idioma”. Si
no traduces los conceptos de la psicología a términos que tu paciente pueda entender, no
los entenderás y en consecuencia puede que no mejore, que no entienda lo que tiene que
hacer, que abandone la terapia (o que directamente no vaya nunca), que se sienta
molesto… Lo que tengo claro es que no sacará nada positivo de ello.
Llevas dos semanas planificando la próxima sesión con tu paciente y te has percatado de
una par de cosas sobre su comportamiento que te han dado pistas para seguir avanzando
en el proceso. Te preparas la sesión, la estudias, piensas qué técnicas usarás… y cuando
llegas a terapia tu paciente te revela una información muy importante sobre la que no
tenías conocimiento. ¿Qué haces? ¿Sigues tu planning o por el contrario te adaptas e
improvisas?
La improvisación, usada con cautela y con medida es sin duda una de las mejores bazas
que puedes tener para tu día a día en la consulta, dado que te dotará de flexibilidad,
espontaneidad, naturalidad… y sobre todo, se convertirá en un recurso muy práctico
cuando ocurra lo inesperado.
Acepta que no siempre podrás ayudar a tus pacientes a ser felices o a sentirse mejor
consigo mismos.
Acepta que eres una persona que siente y padece y que se equivoca y no un superman o
una superwoman a los que todo le sale bien.
Acepta que hay cosas que se escapan a tu control y que por mucho que te empeñes no
podrás cambiarlas.
Acepta que a veces tus métodos o técnicas fallan, que no eres un/a profesional infalible.
Acepta que una equivocación no significa que seas un mal profesional.
Como habrás podido observar, la mayor parte de las habilidades de terapia consisten
en mantener un equilibrio lógico entre dos polos opuestos: no implicarte mucho ni
poco, no ser rígido o flexible en exceso, adecuar la subjetividad y la objetividad,
gestionar bien los tiempos para no actuar antes o después de tiempo… En resumidas
cuentas, se trata de que no cometas excesos y verás como a medida que ganes
experiencia, tú mismo/a irás ajustando ese equilibrio hasta un punto en el que te sientas
cómodo/a y en el que tu paciente obtenga los mejores resultados.