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UNIDAD XII
Sólo quien actúa de este modo, es capaz de hacer beneficios de las decisiones con
regularidad. No nos dejemos confundir por análisis y recomendaciones, sugerencias y
rumores de la mayoría. Abracemos el riesgo de manera natural, sopesándolo y
asumiéndolo como algo cotidiano.
La tribu llamada Asipu que vivió en el Valle de Éufrates y el Tigris alrededor de 3200
a. de C. servía como consultora sobre decisiones riesgosas tales como matrimonios y
nuevas ubicaciones para construcciones. Identificaban dimensiones importantes del
problema y acciones alternativas. Los Asipu también observaban los presagios de los
dioses, que ellos consideraban especialmente calificados para interpretar. Luego
creaban un expediente con los puntos a favor y en contra y recomendaban la
alternativa más favorable, tal vez el primer caso conocido de un análisis de riesgos
estructurado.
Desde el inicio hasta el desarrollo industrial, la convivencia con los riesgos se producía
de forma natural. A partir de la rápida evolución industrial iniciada en el siglo XIX, las
condiciones de producción de la vida ciudadana generan y se ven expuestas a nuevos
y más grandes riesgos, que precisan de una postura acorde con la innovación y la
importancia que entrañaban.
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Toma de Decisiones
Desde que somos pequeños, nos vemos condicionados por nuestras familias, colegios
y el resto de la sociedad a evitar los riesgos. Sin embargo, asumir riesgos es inevitable
y estamos haciéndolo constantemente desde el mismo momento en que nacemos,
aunque en muchos casos sea de manera inconsciente. Por esta educación de aversión
al riesgo, la percepción de éste es claramente asimétrica; tan sólo tiene un lado, el
negativo.
Sin embargo, el riesgo, correctamente concebido y lejos de ser algo de lo que escapar,
es altamente provechoso. Los riesgos calculados nos proporcionan la posibilidad de
cruzar la frontera de lo habitual, cotidiano y la falsa seguridad que hemos ido
cultivando desde que nacimos.
El querer escapar del riesgo nos hace forjar una idea de falsa seguridad que actúa
como una verdadera trampa que nos adormece los sentidos y nos embota, ya que
cuando el cambio brusco viene (y siempre viene) de una manera u otra, nos vemos
desbordados e incapaces de afrontarlo. El modo correcto de vida no está en evitar el
riesgo, sino en saberlo calibrar, asumir y vivir como un acontecimiento más en
nuestras vidas. De esta manera todo fluye de forma natural y la evolución es continua
y sin contratiempos.
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