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EL 30 DE NOVIEMBRE DE 18 A5,
INDIVIDUO DE LA MISMA.
— -* ٠׳״
BARCELONA :
Las notas y los trozos que se hallan en esta memoria entre dos rayitas
( — — )se omitieron en la lectura que de ella se hizo en la citada sesión pú
blica de la Sociedad Filomática.
*1 f
m o t e s .
(1) Études critiques. Le Juif-errant , les Mistéres de Paris tfc. par Mr. Al
fred N ettem ent, p. 84.
H,
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sus y los principios del Catolicismo por otra.
Según lo mucho que se ha leído la obra que nos ocupa creo
que seria supcrfluo analizar su plan falto de unidad, y mas que
recargado de episodios, episodios que multiplicaba ó disminuía
el autor según creía que bastaban ó no para llenar el número
de folletines para que se ajustára. — Generalmente hablando
todas las producciones de esos literatos franceses que venden su
ingenio por un plazo dado á uno ó varios directores de perió
dicos adolecen del mismo defecto. Poco ó nada les importa á
los tales el valor artístico de las obras que contratan. Compran-
las á páginas, cual mercan otros ciertos géneros á peso, y
con tal que el autor dé la cantidad de original estipulada y
deje poner su nombre al pie de cada folletín, todo lo demas se
disimula.— Eujenio Sue debía hacer caber en diez tomos su no
vela: los cinco primeros los ocupan el Marqués de Agrigni,
representante de la Compañía de Jesús, amontonando intrigas
y provocando escenas las mas inverosímiles para despojar de su
herencia á los siete descendientes que de Herodías quedaban;
pero sin lograr su objeto: los cinco restantes los llenan las ma
quinaciones de Rodin, que reemplaza á aquel para dar cima á los
proyectos de la misma Compañía; mas como esta vez la trama que
se había propuesto desarrollar no cabía en los límites prefijados,
en lugar de desenvolverla tuvo que cortarla. El resultado final
es que la partida de ajedrez queda sin concluir: los jugadores,
si bien están dotados de muchísimo talento, son muy torpes en
el juego y acaban por matarse sobre el tablero. Eugenio Sue
debía term inar su novela y no sabia que hacer de sus heroes
y de la herencia de ocho cientos cuarenta y ocho millones de
reales que se disputaban, y, falto de otro medio mas ingenioso,
quema la herencia, mata á Duerme-desnudo, á Rosa y Blan
ca, á Mr. H ard y , á la Cardoville, al príncipe Djalraa, ai ma
riscal Simón, al marques de Agrigni, á Rodin, á Herodías, y
no satisfecho con tantas víctimas mata á una tradición poética
en la persona del Judio E rrante, y sepulta su reputación en el
sepulcro en que yacen sus héroes (1). Ved haí una obra, Se
ñores, que puede compararse á esos combates entre moros y
cristianos de que nos hablan las antiguas crónicas y de los
cuales solo escapaba un infiel para anunciar á los suyos su
derrota, con la sola diferencia que esta vez el único pcrsonage
de importancia que quedaba con vida se mató á sí mismo en el
aprecio de los verdaderos literatos.
Si bien no se han fijado todavía reglas especiales para la
novela, existen sin embargo algunos principios generales y co
munes a toda clase de creaciones, y de los cuales no puede
prescindirse sin faltar á lo que al buen gusto se debe. ¿Quien
negará, por mas reñido que esté con los preceptos, que donde
hay exageración se peca contra la naturaleza, que se destruye
la esencia misma del arte cuando se lastiman los sentimientos
morales, y por último que no puede ser poéticamente bello lo
que no es artísticamente verdadero? Luego veremos cuan poco
ha lomado Suc en cuenta los primeros preceptos, y limitándo
nos por ahora al postrero, dudo que después de los antiguos
libros de caballería,— en los cuales había cuando menos cándor,
buena fé y armonía con las creencias de la época en que se
escribieron,— pueda citarse una obra de imaginación en que
haya menos verdad, y que mas abunde en sucesos inverosími
les. Inverosímil es la idea general de la obra, lo son hasta ra
yar en lo imposible la mayor parte de sus escenas, y pocos
serán los que habiendo leído con detención el Judio Errante,
no convengan conmigo en que á cada página que adelantaban
debían hacer un esfuerzo sobre sí mismos para creer en lo que
lcian, y en que, muy al contrario de lo que acontece cuando
se recorren los capítulos de una novela de W alter Scott, por
ejemplo , echaban de ver, aun sin quererlo, que era una obra
(1) Una do las que hacen mas apreciable esta ficción, como obra literaria,
os la belleza y exactitud de sus descripciones. Verdad es que el tálenlo de
pintar los objetos m ateriales ó visibles es asaz común entre los m odernos, mas
debem os d ecir, en honor de S u e, que en esta parte descuella entre no pocos
de sus contemporáneos. He oido acusarle con todo de largo y harto nimio
en sus pinturas; ¿pero quien no lo es cuando está convencido de que mane
ja bien el pincel? ¿ q u e compositor no desarrolla cuanto puede el tema de que
se enamora? Walter Scott describe asi mismo m ucho; describe también no
poco nuestro Zorrilla , y con todo ¿ quien no se lo perdona en gracia de lo
bien que lo hacen ?
Sentimos no poder decir lo mismo de los análisis que hace de los senti
mientos y de las posiciones morales en que se encuentran sus héroes. En esta
parte sí que Eugenio Sue es sobrado difuso y procede mas bien como anató
m ico que como psicólogo. Examina el alma y el carácter de sus personages cual
si quisiese disecarlos. Los analiza, no los pinta. Hace asistir al lector á un
ejercicio anatómico, siendo el resultado acabar este por disgustarse y pasar
por alto los trozos en que el autor habla como m éd ic o , para seguirle en sus
vuelos de imaginación como literato. Hay rasgos que pintan mejor el estado
de un espíritu que todos los discursos y las descripciones científicas, y , fuerza
es decirlo hav pobreza de ellos en el Judio Errante. ¿Quien al le e r , por
ejem p lo, el capítulo de Nuestra. Sra. de París titulado, F ievre , quisiera ha
llarse en la situación de Claudio Frollo. Aquel huir de sí mismo y de la vi
sión que estaba en é l , dicen mas que todas las observaciones q u e hubieran
podido hacerse sobre aquella tempestad de sentimientos y pasiones encontra
das que agitaban el alma del Arcediano después de haber perdido á la Esmeralda.
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Permítaseme term inar este ligero exámen de los carac
teres de los personages de la novela en cuestión, con una re
flexión general que me servirá como de paso para entrar á
analizar dicha obra en su parte moral, ó sea en la influencia
buena ó mala que pueda ejercer en el ánimo de sus lecto
res. lodos los héroes del Judio Errante que solo tienen ideas
de religión natural son buenos, generosos ó capaces de los
mas sublimes sacrificios, á la par que los que á la religión
Católica pertenecen son unos monstruos llenos de crímenes,
fanáticos y están siempre dispuestos á immolarlo todo á su c h i s
mo. Ved ahí pues que, según su autor, el espíritu del bien
es profundamente anti-católico; ved ahí pues que la filosofía
es la única que puede hacer buenos y felices á los pueblos;
ved a؛، ؛pues que hace diez y ocho siglos que la humanidad
marcha por una senda falsa y por la cual le será imposible,
por mas que se afane, llegar al porvenir de dicha con que
suena. La cabeza se pierde, Señores, y el corazón se estreme
ce cuando se medita en las consecuencias á que nos llevarían
estos principios. ¿Desde cuando ha descubierto Sue que la reli
gión natural basta para hacer la felicidad de las naciones v de
los individuos? ¿Desde cuando la filosofía, que marcha siempre
sobre ideas controvertibles ó dudosas, puede levantar un edificio
sólido y de duración eterna? ¿Ha olvidado aquella sentencia tan
exacta como profunda de Federico de Prusia, del monarca que
mas á fondo conoció á los Enciclopedistas, quien decía que
si tuviese que castigar á alguna de sus provincias la daría á
gobernar á los filósofos? ¿ la n pronto se ha trascordado de que
ellos fueron los padres de la sangrienta revolución de Fran
cia? ¿No le queda ya la menor duda de que los sistemas de
Saint-Simon, Fourrier y Owen , nacidos hoy y modificados al
dia siguiente, valen mas que los preceptos que nos dejó Je
sucristo? ¿Se ha preguntado alguna vez qué era el cristianismo al
cual pinta con tan negros colores? «¿Ha medido, exclama un
lo
((escritor francés (1), esa figura de la religión que, habiendo
«descendido hace mil ochocientos años del Calvario, ha m ar-
«chado á través de los pueblos y de la civilización derraman
d o por todas partes el bien como su divino Fundador, y que
((después de haber orado sobre la tumba de los imperios, cual
(؛rogamos nosotros sobre la de nuestros padres, se levanta y
«pone otra vez en marcha hacia su inmortal destino? ¿Sabe que
«las mas largas historias no ocupan en lado la Religión sino
«el espacio de un capítulo? ¿Se ha tomado el trabajo de aprender
«que el Cristianismo formó el mundo moderno, que la frater-
«nidad de los pueblos no es otra cosa que el espíritu del Evan-
«gelio aplicado a la política; que la filantropía no es sino la
«caridad, y que la igualdad en lo que encierra de justo y ele-
tevado desciende en línea recta de la montaña santa?"
— «¿Qué puede pues esperar Eugenio Sue, añade el mismo
«escritor, de esa guerra hecha al Catolicismo? ¿ Destruirlo en
«Francia? Ya una vez lo fué oficialmente, y pocos años después
«Napoleón, cuando quiso edificar sobre ruinas, se apresuraba a
«restablecerlo motivando esta medida salvadora en el informe so-
«breel concordato delaño 1802 con las siguientes palabras (2):
«Las leyes solo arreglan ciertas acciones, la religión las abraza
todas; aquellas detienen el brazo, esta dirige el corazón; las
primeras solo se refieren al ciudadano, la segunda se apodera
del hombre. La moral sin dogma religioso no es otra cosa que
una justicia sin tribunales. ¿Se ha comprendido bien lo que se
ria un pueblo de escépticos? El escepticismo aísla los hombres
tanto como la religión los une; fortalece el amor propio y lo
hace degenerar en egoísmo; substituye dudas á la verdad; ar
ma las pasiones y es impotente contra los errores, y por últi-
He d ic h o .