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LEIDA EN LA SESION PUBLICA DE LA SOCIEDAD FILOMÁTICA

EL 30 DE NOVIEMBRE DE 18 A5,

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INDIVIDUO DE LA MISMA.

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BARCELONA :

IMPRENTA DE JOSÉ RUBIO, CALLE DE LA LIBRETERU.


1845.

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ADVERTENCIA.

Las notas y los trozos que se hallan en esta memoria entre dos rayitas
( — — )se omitieron en la lectura que de ella se hizo en la citada sesión pú­
blica de la Sociedad Filomática.
*1 f

m o t e s .

\ jl J udio Ved ahí una obra que anda en manos de


errante .

todos, que es casi de mal tono no haber leído, y cuyos perso.


nages son conocidos cual si entre nosotros viviesen. ¿Quien no
ha oido hablar de Adriana de Cardoville y el principe Djalma,
de Rosa y Blanca y Dagoberto, de la Jorobada y A gricol, de
Rodin y el abate Gabriel, de Moroc y Duerme-desnudo? ¿Que
tiene pues este libro que de tal suerte ha logrado fijar la aten­
ción apesar del sin número de obras que diariamente se publi­
can, y en medio de las graves cuestiones que tanto preocupan
á los hombres pensadores? ¿Con que idea nueva ha enriquecido
a la sociedad? ¿Que descubrimiento se le debe? ¿Qué consuelos
ha llevado a los que sufren? ¿Qué vicios ha corregido? Ningu­
no, Señores: el arte solo tiene que agradecerle el haberlo pro-
íanado, la moral el que la haya corrompido, la sociedad el ha­
ber acrecido sus dudas, el individuo el que le haya convidado
á comer del fruto del árbol del mal sin darle á probar el de la
ciencia. Un hecho es este que tiene todas las apariencias de un
fenómeno, y del cual debería tomarse acta en la historia de las
letras, á no explicarlo la moda, esta suprema razón de muchos
actos de nuestros tiempos, y si no supiésemos que tan solo á
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su capricho se debe el hallar una popularidad tan inmensa ci­
mentada en una obra que tan poco la merece.
— «La novela, ha dicho la autora de La Alemania (1). es la
mas fácil de todas las ficciones, y he aquí porque no hay géne­
ro de literatura en que mas se hayan ensayado las naciones mo­
dernas/‫ ׳‬Mucho respeto me merece el voto de la mas ilustre es­
critora que ha tenido la Francia; pero con todo no puedo con­
venir en esa facilidad que supone en la creación de la novela,
y menos aun en que se deba á ella la predilección con que la
han cultivado las modernas sociedades. Si ha adquirido de algu­
nos años á esta parte una preponderancia tan visible sobre los
demas ramos de literatura, si se han ejercitado en ella hom­
bres del vasto saber y del temple de alma de un Goethe, de un
W alter Scott, de un M anzoni,&c., debese á nuestro entender,
(y tengase presente que en esto seguimos la opinión de los mas
profundos estéticos alemanes) á que es la que mas en armonía
está con el modo de ver el universo en nuestros tiempos. Esta
clase de composiciones es para nosotros, según el sabio Mcn-
zel, lo que era para las edades heroicas la epopea, y esto solo
dice bien cual sea su importancia, cuan poco asequible el es­
cribir una buena y cuanto proceden de ligero los que creen en­
salzarla únicamente con decir que es un útil pasatiempo.
No cabe ninguna duda que de todas las creaciones es la
novela la que mas debe acercarse á la verdad, pero no por esto
está exenta de sujetarse á las reglas de buen gusto, y ved ahí
porque aquella circunstancia acrece sus dificultades en vez de
disminuirlas; pues si debe pintarse lo bello dentro de los lími­
tes de la naturaleza, debese igualmente pintar la naturaleza
dentro de los límites de lo bello. Ahora bien, ¿quien se atreverá
á negar que en esto es en lo que mas peca la literatura mo­
derna? Se carece generalmente de ideas exactas de lo bello, ni

(1) Mad. Siael pag. 337.


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se sabe con fijeza de que modo y hasta que punto debe copiarse
la naturaleza, y esta es la razón porque la mayor parte de
nuestros novelistas incurren tan frecuentemente, ó en la exage­
ración que mata la verdad, ó en el defecto contrario de copiar
demasiado servilmente, lo que destruye la poesía en cuanto li­
mita su circulo y la sujeta á los caprichos de la moda.
Sentadas estas ideas generales que. á la par que manifiestan
cuales son mis principios literarios acerca la novela, podran
servir de mucho para poner en su verdadero lugar la cuestión
de critica que me ocupa, pasaré á examinar basta que punto ha
violado Sue en su ficción los preceptos de buen gusto, dejando
á los que me escuchan el hacer aplicación de dichas ideas ge­
nerales á la obra en cuestión y ver por su cotejo cuanto su
autor haya sido feliz á veces ó cuanto haya errado otras.—
Cuando aparecieron las primeras páginas del Judio Errante
acababase de agitar en el vecino reyno la ruidosa pero nunca
resuelta cuestión de la libertad de enseñanza (1). El combate fue
encarnizado y á todo trance. La Universidad y la Iglesia habían
renovado la lucha que ocupó la atención de la Europa en los
siglos XVII y XVIII entre el Jansenismo y la filosofía por una
parte y el Catolicismo por otra, y cuyas hostilidades suspendió
por algún tiempo la revolución francesa. La Universidad había
llevado la victoria; pero el caído era sobrado poderoso para
que no inspirase recelos al vencedor: el pueblo estaba en esa
especie de ansiedad febril que sigue siempre á las contiendas
acaloradas y tracendentaics, y Sue, aprovechando aquelia dispo­
sición favorable de los ánimos á devorar cuantas ideas se roza­
sen con la cuestión que acababa de tener lu g a r, comenzó su

(1) Véase en el número 3 del primer tomo de la Revista , L a Ci v il iz a c ió n .


un articulo con este mismo epígrafe en que su a u tor, D. Jayme R aim es, d e­
muestra con guarismos q u e , desde el ano 1833 en que se planteó el sistema
de enseñanza trazado por G uizot, aumentan los crímenes á proporción que la
ilustración se difunde. Este es un h ech o, y un hecho trascendental y espan­
to so , y sin embargo m uchos creen que la cuestión de enseñanza queda ya
resuelta con haber despojado á las corporaciones religiosas del derecho de darla.
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novela. Ya antes debió de echar de ver que el partido de los
vencedores era el mas poderoso en número ya que no en jus­
ticia, y sin tomar en cuenta lo poco caballeroso que seria ha­
bérselas con vencidos y descargar en ellos el golpe de gra­
cia, se encarnizó en los mismos insultándolos desapiadada­
mente. Desde el momento en que se conoció el objeto á que
tendía, la nueva obra fué recibida con entusiasmo. Tratábase
de un escrito de partido, de un folleto de circunstancias, y
los hombres de partido convirtieron á su autor en un genio.
Verdad es que las escenas que llenaban los folletines del Cons­
titucional de París eran generalmente de escaso mérito litera­
rio: los que han convertido la poesía en un oficio mecánico
tienen por lo regular muy poca conciencia artística para que
se paren ante el miedo de profanarla. Ademas Eugenio Sue á
fuer de racionalista y furrierista quería aprovechar esta ocasión
para predicar sus doctrinas que, aunque viejas y rebatidas, co­
noció que serian nuevas para la generalidad de sus lectores»
y asi fué que no reparó en sacrificar su reputación de literato
á la de socialista y hombre de mejoras.
Al ver el uso depravado que se hace en nuestros dias de la
novela; al ver que este medio de moralizar é instruir delei­
tando en manos del pensador cristiano, se ha convertido en
instrumento de corrupción en las del a te o , del sansimoniano,
del escéptico; al ver á Voltaire, Pigault leB ru n , Koch, Soulié,
Mad. Sand, Sue y otros manchando sus escritos con escenas in­
dignas, propalando principios tan absurdos como desorganiza­
dores, y complaciéndose en describir las llagas de la sociedad
sin derram ar en ellas el bálsamo que las cierra, casi se halla­
ría uno tentado á no creer en la poesía, sino ensenase la ex­
periencia que nada bueno existe que no haja sido adulterado,
nada santo donde no haya llegado la profanación, nada sublime
que no se haya envilecido. La culpa pues no está en la nove­
la, en el instrumento, sino en el hombre que lo maneja: la
١
espada que en manos de un valiente vierte tan solo sangre
enemiga, puede servir para asesinar débiles é inocentes en las
de un cobarde. La culpa, lo repito, está en el hombre, y mas
aun que en este, en las instituciones sociales, en esos gobier­
nos que por una inconcebible contradicción castigan al que peca
contra la moral en la calle y dan honores al que la insulta en
los libros; que imponen severos castigos al que blasfema del
nombre de Dios en presencia de algunas personas y elevan tal
vez á los mayores destinos al que le niega en obras que leen
millares de jóvenes; que establecen censuras para los escritos
de política y dejan que circulen en completa libertad los folletos
contra la Religión, ó que un editor sin fé literaria recomiende en
grandes prospectos como eminentemente morales las novelas de
Yoltaire, el filósofo mas cinico del siglo pasado. ¡Oh! ¿como no
echan de ver los que tales abusos toleran que un insulto á la :·‫؛‬
moral es un crimen de lesa sociedad, que la corrupción de cos­
tumbres conduce á las revoluciones y que sin virtudes religio­
sas no puede haber gobierno posible? Tema es este que mere­
ce fijar la atención de los verdaderos filósofos y que dejaré aquí,
nó porque no esté enlazado asaz con el objeto de esta memo­
r ia , sino porque me llevaría al campo de la política, y estoy
muy distante de querer entrar en él. Sobrado tiempo nos ocu­
pa en nuestra vida de ciudadanos para que le demos cabida en
nuestras recreaciones literarias.
Asi pues dejando aparte esas ideas que me han sido princi­
palmente inspiradas por la lectura del Judio Errante, pasemos
á examinar en globo esta novela, que, como ha dicho oportuni-
simamente un crítico francés (1), no es otra cosa que la rela­
ción de una partida de ajedrez jugada por Herodías y el Za­
patero de Jerusalcn por una parte, contra la Compañía de Je-

(1) Études critiques. Le Juif-errant , les Mistéres de Paris tfc. par Mr. Al­
fred N ettem ent, p. 84.

H,
8
sus y los principios del Catolicismo por otra.
Según lo mucho que se ha leído la obra que nos ocupa creo
que seria supcrfluo analizar su plan falto de unidad, y mas que
recargado de episodios, episodios que multiplicaba ó disminuía
el autor según creía que bastaban ó no para llenar el número
de folletines para que se ajustára. — Generalmente hablando
todas las producciones de esos literatos franceses que venden su
ingenio por un plazo dado á uno ó varios directores de perió­
dicos adolecen del mismo defecto. Poco ó nada les importa á
los tales el valor artístico de las obras que contratan. Compran-
las á páginas, cual mercan otros ciertos géneros á peso, y
con tal que el autor dé la cantidad de original estipulada y
deje poner su nombre al pie de cada folletín, todo lo demas se
disimula.— Eujenio Sue debía hacer caber en diez tomos su no­
vela: los cinco primeros los ocupan el Marqués de Agrigni,
representante de la Compañía de Jesús, amontonando intrigas
y provocando escenas las mas inverosímiles para despojar de su
herencia á los siete descendientes que de Herodías quedaban;
pero sin lograr su objeto: los cinco restantes los llenan las ma­
quinaciones de Rodin, que reemplaza á aquel para dar cima á los
proyectos de la misma Compañía; mas como esta vez la trama que
se había propuesto desarrollar no cabía en los límites prefijados,
en lugar de desenvolverla tuvo que cortarla. El resultado final
es que la partida de ajedrez queda sin concluir: los jugadores,
si bien están dotados de muchísimo talento, son muy torpes en
el juego y acaban por matarse sobre el tablero. Eugenio Sue
debía term inar su novela y no sabia que hacer de sus heroes
y de la herencia de ocho cientos cuarenta y ocho millones de
reales que se disputaban, y, falto de otro medio mas ingenioso,
quema la herencia, mata á Duerme-desnudo, á Rosa y Blan­
ca, á Mr. H ard y , á la Cardoville, al príncipe Djalraa, ai ma­
riscal Simón, al marques de Agrigni, á Rodin, á Herodías, y
no satisfecho con tantas víctimas mata á una tradición poética
en la persona del Judio E rrante, y sepulta su reputación en el
sepulcro en que yacen sus héroes (1). Ved haí una obra, Se­
ñores, que puede compararse á esos combates entre moros y
cristianos de que nos hablan las antiguas crónicas y de los
cuales solo escapaba un infiel para anunciar á los suyos su
derrota, con la sola diferencia que esta vez el único pcrsonage
de importancia que quedaba con vida se mató á sí mismo en el
aprecio de los verdaderos literatos.
Si bien no se han fijado todavía reglas especiales para la
novela, existen sin embargo algunos principios generales y co­
munes a toda clase de creaciones, y de los cuales no puede
prescindirse sin faltar á lo que al buen gusto se debe. ¿Quien
negará, por mas reñido que esté con los preceptos, que donde
hay exageración se peca contra la naturaleza, que se destruye
la esencia misma del arte cuando se lastiman los sentimientos
morales, y por último que no puede ser poéticamente bello lo
que no es artísticamente verdadero? Luego veremos cuan poco
ha lomado Suc en cuenta los primeros preceptos, y limitándo­
nos por ahora al postrero, dudo que después de los antiguos
libros de caballería,— en los cuales había cuando menos cándor,
buena fé y armonía con las creencias de la época en que se
escribieron,— pueda citarse una obra de imaginación en que
haya menos verdad, y que mas abunde en sucesos inverosími­
les. Inverosímil es la idea general de la obra, lo son hasta ra­
yar en lo imposible la mayor parte de sus escenas, y pocos
serán los que habiendo leído con detención el Judio Errante,
no convengan conmigo en que á cada página que adelantaban
debían hacer un esfuerzo sobre sí mismos para creer en lo que
lcian, y en que, muy al contrario de lo que acontece cuando
se recorren los capítulos de una novela de W alter Scott, por
ejemplo , echaban de ver, aun sin quererlo, que era una obra

(1) Parodia del Judio Errante. Le Charivari: Setiembre de 1845.


ia sociedad lo que teman en las manos.— Añádase á lo dicho
hasta aquí que el que debiera ser, según parece, el personage
principal, el que dá nombre á la novela está de mas en ella;
que la figura del Judio Errante puede borrarse del cuadro sin
que perjudique á las demas su ausencia, y que esta tradición de
muchos siglos solo ha servido al autor para intercalar en su
obra tres ú cuatro escenas, en las cuales, especialmente en la
que sirve de introducción á la misma , ha caído en el ridículo
á puro querer poetizarla, y se tendrá una idea general de los
principales defectos de plan que en la novela que nos ocupa
se notan.—
El profundo Menzel ha dicho , hablando de las novelas po­
líticas (1), que eran tan contrarias á la política verdadera como
á la novela propiamente dicha, porque ó se pierde aquella
en el tálamo ó el amor en la tribuna. Creo.que los que han
examinado el Judio Errante convendrán conmigo en que en este
se confunde el amor en las ideas sociales y estas en el amor,
siendo el resultado no ser bueno como novela ni como obra
social admisible.
Pasando ahora á examinar los caracteres de los principales
personages que en el Judio Errante figuran ¿cual hay en que no
se note exageración, defecto en que incurren generalmente los
novelistas franceses, cual que se encuentre en la naturaleza, cual
que sea un verdadero tipo? Eugenio Sue, que abriga pretensiones
de filósofo, hubiera debido tener.presente en esta parte que el
hombre es rara vez completo en el bien y nunca en el crimen;
hubiera debido acordarse, como literato, que en este punto
solo sienta bien un poco de ideal en la trajedia ó en la epo-
pea; hubiera debido saber , como buen francés, que la exa­
geración es hermana de la caricatura. El Rodin de su novela

(1) Della poesia T edesca, di W. M enzel, versione di G. B. P. p. 283


tiene en el mal las proporciones gigantescas del Satanas de
M ilton, y si estas son verdaderas respecto del carácter quizás
mejor delineado del Paraíso ,p erdido> desnaturalizan y con­
vierten en un ente de razón al héroe del Judio Errante. En
todos los objetos donde falta verdad no hay armonía y por
consiguiente ni poesía; pero cuando carece de ella un carác­
ter deja este de existir y se convierte en parodia.
Igual exajeracion se nota en el de Adriana, personifica­
ción de la muger de Falanstcrio soñado por F o u rrier, y cu­
yos sentimientos é ideas, ademas de ser llevados al supre­
mo grado de exaltación á veces y de caer otras muchas hasta
el ridiculo, dejan una impresión moralmcnte mala en el cora­
zón. pervierten las inteligencias fáciles de seducir y son una
sátira tan violenta como falsa de los dogmas religiosos y socia­
les. El tipo de la Cardoville, si es que puede llamarse tal, pues­
to que no existe ni existirá jamas en la naturaleza, es mas dig­
no de figurar entre las estampas de un periódico de modas que
en una obra que se llama literaria. En ese las mugeres frívo­
las tendrían mucho que aprender é imitar en sus caprichosos
trages; en una novela nunca será mas que una bella caricatu­
ra. Se conoce que Eugenio Sue se ha detenido mucho en la
pintura de ese carácter que debía ser el bello ideal de sus sue­
ños socialistas; pero tanto la ha retocado que el dibujo prim i­
tivo ha desaparecido bajo las muchas capas de barniz que quiso
darle.— Pretendió adornar demasiado el corazón y la inteligencia
de su heroína, y sucedióle con entrambos lo que con el perfil
de su rostro, al cual es preciso buscarlo entre las nubes de ri­
zos con que coronó sus sienes.—
¿Y qué diremos de Djalma, de ese príncipe que se arroja
á luchar con una pantera en un teatro tan solo para recojcr el
ramillete de la muger de quien se cree aborrecido, tan arreba­
tado en sus celos, tan inútilmente generoso á veces, tan necia­
mente confiado siempre, que cree á todo el mundo menos á los
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que debiera, que habla de los sentimientos del corazón como un
psicólogo aventajado, y que tan presto es fino y social cual
un europeo, com o.salvage cual un hijo de la Nubia? ¿Qué de
Moroc, personage mas propio de una leyenda de los siglos me­
dios que de una novela de costumbres modernas, especie de j i -
gantc maléfico que sin saberse porqué obedece ciegamente á
personas á quienes nada debe? ¿Qué dcFaringhea, ese hermano
de la buena obra que mata para complacer á su divinidad, que
pasa a Europa á fin de saciar su sed de venganza, que vive
en un pueblo civilizado cual si estuviera en los arenales de la
In d ia ,— especie de fiera que se ha escapado de la jaula y que se
pasea por las calles de Paris como si tuviese un pase de la po­
lic ia ,— que sirve á los Jesuítas únicamente porque los cree mas
perversos que él, gefe de los estranguladores, y que habla pien­
sa y discute cual si hubiese pasado su vida en los colegios?
¿Qué de la rey na Bacanal, Rosa Pompon, Duerme-desnudo, De-
moulin y otros personajes de tugurio y taberna , tipos que no
debe emplear sino con muchísima parsimonia todo escritor que
se estima en algo, imágenes que á nadie corrijen y que per­
vierten á muchos, figuras que manchan el cuadro sin hacer
resaltar sus bellezas, y que sirven tan solo para provocar es­
cenas que no son ni para narradas ni para sabidas, porque en­
vilecen la pluma que las escribe y hacen salir los colores al
rostro del que las lee?
Verdad es que al lado de todos esos personages aparecen
con fisonomías mas regulares y mejor delineadas las dos huér­
fanas del mariscal Simon, el buen soldado Dagoberto, Agricol
su h ijo, el abate Gabriel y la Jorobada; mas aun estas no son
siempre verdaderas ni iguales siempre.
Se nos acusará por ventura de severos en demasía; pero
no creemos que se nos niegue el derecho de serlo con quien,
como Eugenio Sue, posee dotes sobradas para escribir una obra
buena. El autor de los Misterios de Parts tiene dadas hartas
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pruebas de talento, de estar dotado do una imaginación íecuo-
da y creadora, de saber sacar partido de los medios inagotables
con que cuenla y de poseer en suma el arte de exponer y dra­
matizar, (permítaseme la expresión) un asunto, para que no de­
bamos acusarle con justicia de haber empleado tan mal en L i
Judio Errante tan recomendables cualidades (1). Las mismas dotes
buenas que brillan á trechos en esta novela hacen que sea mas
reprensible por lo malo y descuydado que hay en ella. La con­
ciencia artística es respecto del literato lo que la conciencia de
su deber para el hombre considerado moralmente , y asi como
la suma de culpabilidad de una acción mala está en razón di­
recta del conocimiento que de su deber tiene el que la comete,
de la misma manera es mayor la responsabilidad de una obra
literaria según son mayores los talentos del que la compone.
— Es evidente que Eugenio Sue podía dar á luz creaciones dignas
de pasar á la posteridad, y esta y la sociedad y el arte le han
de pedir cuenta estrecha y rigurosa del tiempo que ha perdido
y las dotes que ha desperdiciado.—

(1) Una do las que hacen mas apreciable esta ficción, como obra literaria,
os la belleza y exactitud de sus descripciones. Verdad es que el tálenlo de
pintar los objetos m ateriales ó visibles es asaz común entre los m odernos, mas
debem os d ecir, en honor de S u e, que en esta parte descuella entre no pocos
de sus contemporáneos. He oido acusarle con todo de largo y harto nimio
en sus pinturas; ¿pero quien no lo es cuando está convencido de que mane­
ja bien el pincel? ¿ q u e compositor no desarrolla cuanto puede el tema de que
se enamora? Walter Scott describe asi mismo m ucho; describe también no
poco nuestro Zorrilla , y con todo ¿ quien no se lo perdona en gracia de lo
bien que lo hacen ?
Sentimos no poder decir lo mismo de los análisis que hace de los senti­
mientos y de las posiciones morales en que se encuentran sus héroes. En esta
parte sí que Eugenio Sue es sobrado difuso y procede mas bien como anató­
m ico que como psicólogo. Examina el alma y el carácter de sus personages cual
si quisiese disecarlos. Los analiza, no los pinta. Hace asistir al lector á un
ejercicio anatómico, siendo el resultado acabar este por disgustarse y pasar
por alto los trozos en que el autor habla como m éd ic o , para seguirle en sus
vuelos de imaginación como literato. Hay rasgos que pintan mejor el estado
de un espíritu que todos los discursos y las descripciones científicas, y , fuerza
es decirlo hav pobreza de ellos en el Judio Errante. ¿Quien al le e r , por
ejem p lo, el capítulo de Nuestra. Sra. de París titulado, F ievre , quisiera ha­
llarse en la situación de Claudio Frollo. Aquel huir de sí mismo y de la vi­
sión que estaba en é l , dicen mas que todas las observaciones q u e hubieran
podido hacerse sobre aquella tempestad de sentimientos y pasiones encontra­
das que agitaban el alma del Arcediano después de haber perdido á la Esmeralda.
14
Permítaseme term inar este ligero exámen de los carac­
teres de los personages de la novela en cuestión, con una re­
flexión general que me servirá como de paso para entrar á
analizar dicha obra en su parte moral, ó sea en la influencia
buena ó mala que pueda ejercer en el ánimo de sus lecto­
res. lodos los héroes del Judio Errante que solo tienen ideas
de religión natural son buenos, generosos ó capaces de los
mas sublimes sacrificios, á la par que los que á la religión
Católica pertenecen son unos monstruos llenos de crímenes,
fanáticos y están siempre dispuestos á immolarlo todo á su c h i s ­
mo. Ved ahí pues que, según su autor, el espíritu del bien
es profundamente anti-católico; ved ahí pues que la filosofía
es la única que puede hacer buenos y felices á los pueblos;
ved a‫؛‬،‫ ؛‬pues que hace diez y ocho siglos que la humanidad
marcha por una senda falsa y por la cual le será imposible,
por mas que se afane, llegar al porvenir de dicha con que
suena. La cabeza se pierde, Señores, y el corazón se estreme­
ce cuando se medita en las consecuencias á que nos llevarían
estos principios. ¿Desde cuando ha descubierto Sue que la reli­
gión natural basta para hacer la felicidad de las naciones v de
los individuos? ¿Desde cuando la filosofía, que marcha siempre
sobre ideas controvertibles ó dudosas, puede levantar un edificio
sólido y de duración eterna? ¿Ha olvidado aquella sentencia tan
exacta como profunda de Federico de Prusia, del monarca que
mas á fondo conoció á los Enciclopedistas, quien decía que
si tuviese que castigar á alguna de sus provincias la daría á
gobernar á los filósofos? ¿ la n pronto se ha trascordado de que
ellos fueron los padres de la sangrienta revolución de Fran­
cia? ¿No le queda ya la menor duda de que los sistemas de
Saint-Simon, Fourrier y Owen , nacidos hoy y modificados al
dia siguiente, valen mas que los preceptos que nos dejó Je­
sucristo? ¿Se ha preguntado alguna vez qué era el cristianismo al
cual pinta con tan negros colores? «¿Ha medido, exclama un
lo
((escritor francés (1), esa figura de la religión que, habiendo
«descendido hace mil ochocientos años del Calvario, ha m ar-
«chado á través de los pueblos y de la civilización derraman­
d o por todas partes el bien como su divino Fundador, y que
((después de haber orado sobre la tumba de los imperios, cual
‫(؛‬rogamos nosotros sobre la de nuestros padres, se levanta y
«pone otra vez en marcha hacia su inmortal destino? ¿Sabe que
«las mas largas historias no ocupan en lado la Religión sino
«el espacio de un capítulo? ¿Se ha tomado el trabajo de aprender
«que el Cristianismo formó el mundo moderno, que la frater-
«nidad de los pueblos no es otra cosa que el espíritu del Evan-
«gelio aplicado a la política; que la filantropía no es sino la
«caridad, y que la igualdad en lo que encierra de justo y ele-
tevado desciende en línea recta de la montaña santa?"
— «¿Qué puede pues esperar Eugenio Sue, añade el mismo
«escritor, de esa guerra hecha al Catolicismo? ¿ Destruirlo en
«Francia? Ya una vez lo fué oficialmente, y pocos años después
«Napoleón, cuando quiso edificar sobre ruinas, se apresuraba a
«restablecerlo motivando esta medida salvadora en el informe so-
«breel concordato delaño 1802 con las siguientes palabras (2):
«Las leyes solo arreglan ciertas acciones, la religión las abraza
todas; aquellas detienen el brazo, esta dirige el corazón; las
primeras solo se refieren al ciudadano, la segunda se apodera
del hombre. La moral sin dogma religioso no es otra cosa que
una justicia sin tribunales. ¿Se ha comprendido bien lo que se­
ria un pueblo de escépticos? El escepticismo aísla los hombres
tanto como la religión los une; fortalece el amor propio y lo
hace degenerar en egoísmo; substituye dudas á la verdad; ar­
ma las pasiones y es impotente contra los errores, y por últi-

(1) Mr. N ettem ent, p. 172.


(2) Informe sobre el concordato , leído por Portalis delante del Cuerpo Le­
gislativo en la sesión del 5 de Abril de 1802.
16
rao marchita los corazones* rompe los vínculos y disuelve la
sociedad.‫— ״‬
Pocos serán los lectores del Judio Errante que se habran
hecho cargo de estas reflexiones; y con todo no hay pági­
na de esta navela que no inspire estas y otras mas alarmantes
si cabe. «Los dioses se van I‫ ״‬decía una voz misteriosa antes de
la venida del Mesías. «Los pueblos se van!” exclamaba La-
Mcnais al contemplar la indiíerencia de estos en materias re­
ligiosas, y íuerza es que tenga mucha fe en el porvenir quien
a. ver la anarquía de ideas sociales y morales que por do
quiera se extiende, no grite sobresaltado: «La civilización se
hunde!‫״‬
Vedme pues como llevado por el encadenamiento lógico
٠le las ideas al exámen de la influencia moral que debe cau­
sar en el espíritu de los que la lean la novela que me ocupa.
Para nosotros que no sabemos concebir la belleza literaria
de una obra independiente de la moral; que con Platón mira­
mos cual una profanación del arte todo cuanto tiende á des­
cribir placeres indignos (1); que con Mad. Stael y los alema­
nes damos un origen y una misión casi divinas á la poesía,
el Judio Errante es una creación cuya deformidad moral es-
tan muy y muy distantes de compensar las bellezas parciales
que en ella se encuentran. No ofenderé á tan escogido audi­
torio poniéndole á la vista las escenas repugnantes de que está
llena la novela de Eugenio Sue; no seguiré á la Reyna Ba­
canal y á la comparsa del Tulipán tempestuoso en sus orgías,
ni á Rosa Pompon en sus licenciosos devaneos, ni á los héroes
de la mogiganga del cólera en sus impíos excesos, ni á los
lobos y devorantes en sus escenas de embriaguez y de matanza,
ni en sus caprichosos actos á Adriana de Cardoville que muere
envenenada con su amante en una agonía voluptuosa: (2) har-

(1) M enzel, p. 208.


(2) El Judio E rrante , parte X ; cap. X.
to repugnantes y desorganizadoras son las ideas que pone Sue
en boca de sus personages, para que tengamos necesidad de
descender á sus aplicaciones. Apenas existe ilusión en la vida
que no haya deshojado, palabra santa á que no haya osado con
mano sacrilega, ni regla de moral que no haya violado. En
cuanto á la Religión, ya lo hemos dicho, Eugenio Sue solo cree
en la natural ٠en esa religión cuya última consecuencia es el
panteísmo y cuyo culto único es el que se da á las pasiones.
Ya en los Misterios de Parts, había manifestado su autor
esa tendencia á los principios de una creencia no revelada, á
un sistema que no tiene de nuevo sino las utópias sociales y
económicas de que lo han rodeado los modernos. Mas, ¿sabe
bien á donde conduce esta doctrina? ¿Ha pensado que una
vez sentado que la satisfacción de las pasiones debia ser la
suprema ley de la sociedad, era lógica la deducción, como ob­
serva Reybaud (1), que esta no reconociese límite alguno, que
siendo una violencia respetar la propiedad agena, era preciso
abolir este derecho, y que siendo una privación no codiciar
la muger de otro, era menester extinguir el matrimonio? ¿No
ha visto que á puro querer refinar la civilización se retroce­
día al estado salvage? El autor del Judio Errante tiene, lo
repito, sobrado talento para que se le escapasen esas consecuen­
cias, y conociendo que una vez quitada la piedra angular era
necesario reconstruir todo el edificio, aspiró nada menos que
á dar cima á este trabajo. La emancipación de la muger debia
ser una de las principales colunas en que el Falansterio debia
apoyarse, y lo mismo que Saint-Simon y F ourrier, la procla‫״‬
ma con todas sus fuerzas (2). Una vez sentado este principio
¿qué debia ser el matrimonio? Un lazo inútil, ridículo, y mas
que ridículo é inútil, tiránico é impío. El matrimonio es , se-

(1) Los Reformadoras contemporáneos por L. M. de R eybaud, obra premia­


da por la Academia Francesa.
(2) El Judio E rrante , parte V. cap. VIII.
gun Sue (1), una metemsícosis odiosa en que una pobre joven se
encarna y desaparece, por decirlo así, en algún hombre feo
y egoísta; en que la muger dulce y linda pasa á ser de re­
pente la mitad de este ser repugnante; en que ella pura y
fresca rosa se confunde en cierta manera en un horrible car­
do. ٠« t i matrimonio, dice en otra parte (2١, es un vinculo que
une para siempre, y sin embargo ¿quien puede responder de
los sentimientos de toda su vida? solo Dios que conoce el porvenir
de los corazones pudiera enlazar irrevocablemente á ciertos seres
para su felicidad; pero ay! el porvenir es impenetrable paralas
criaturas humanas, y asi me parece que es una acción loca,
egoísta é impía adm itir vínculos indisolubles cuando no se puede
responder de la sinceridad de un sentimiento presente.‫״‬
Mas no es esto todo; los fundadores de esas nuevas utópias,
los que aspiran á reformar las modernas sociedades, es nece­
sario que ante todo sean lógicos sino quieren ser tenidos por
espíritus débiles y apocados, y por lo tanto una vez fijado un
principio fuerza es que se atengan á todas sus deducciones, que
no lo dejen basta llegar al fin por mas lejos que les lleve. Eu­
genio Sue, como acabamos de ver, los sienta muy atrevidos en
su novela, y hubiera temido pasar plaza de atrasado sino los
hubiese sostenido en todas sus consecuencias. ¿Qué podía impor­
tarle por otra parte derribar algunas piezas del magestuoso
edificio, cuando acababa de minarlo en sus cimientos? Las revo­
luciones obran lógicamente cuando destruyen, y el autor del
Judio Errante, que tiene sus instintos, debía acabar como ha­
bía comenzado. Cuando se ha tenido valor para negar á Dios
poco es el que se necesita para derribar sus altares: una vez
destruido el culto hubiera sido un absurdo respetar á sus mi­
nistros. Eugenio Sue posee esta funesta lógica de la destrucción,
y ved ahi porque hace una guerra tan encarnizada á la Reli­
gión que no es la su y a , porque llama gerigonza ultramontana
(1) El Judio E rran te, parte VI, cap. 111
19
á los dogmas del Catolicismo, porque pinta con los mas odio­
sos colores á la Iglesia Romana, porque atribuye todos los
crímenes imaginables á los ministros del Cristianismo, porque
hace maldecir por Jesucristo, el mejor amigo de los pobres, á
la clase proletaria en la persona del Judio errante, y porque al
hablar del cólera prorrumpe en esta exclamación sarcásticamente
deísta: «¡O clemencia Providencial I‫ ״‬Yed ahi porque arrastrado
por la necesidad de echar á bajo todo lo que no sea su religión
es á la par ateo, protestante, racionalista, escéptico, panteista,
jansenista y filósofo; y ved ahi esplicado porque, escribiendo
bajo la inspiración de una idea fija, pero sin tener nociones
exactas de las creencias que combatir pretende, sus personages
se asemejan todos en el lenguage al paso que ninguno de ellos
ofrece un tipo decididamente igual y suyo. Yese demasiado al
autor en su obra para que su sombra, proyectándose sobre sus
héroes, no nos prive de distinguir claramente sus fisonomías.
¿Y qué diremos de ese fatalismo que en toda la novela do­
m ina; de esa creencia en una voluntad irresistible que, cual
la voz imperiosa que manda al Judio errante que marche, 6
cual la ráfaga de viento que arrastra la nube del cielo, lleva
todos sus personages, nó á donde ellos quieren, sino al fin que
aquella les tiene destinado; de esa creencia que privando al
hombre de su libre alvedrio, despoja de su mérito á las accio­
nes buenas y de su culpabilidad á las malas? ¿Qué de la doc­
trina del suicidio propuesto en muchas partes de la obra co­
mo medicina única y segura á los que padecen, y lo que es
peor aun, disculpado de lo que tiene de criminal en cuanto se
hace responsable de él á la sociedad que nos rodea; de esa doc­
trina según la cual le es lícito al que está cansado del peso de
la existencia dejarlo cuando le plazca, bien asi como echa al
suelo el faquín el bulto que hace encorbar sus espaldas? El hom­
bre , según observa un escritor, es esencialmente plagiario, y
lo propio que el niño se identifica con lo que halaga su ima-
20
ginacion. Los héroes de novela han tenido, en especial en las
jóvenes, mas imitadores de lo que generalmente se c re e , y si
se tiene presente que, como dice Mad. Staél, el W erter ha
causado en Alemania mas suicidios que la muger mas hermo­
sa, me parece que no se tendrá por exageración si comparo
la fascinación que debe causar en muchos ánimos la lectura de
esas ideas que se encuentran á cada paso en la novela de Eu­
genio Sue ٠ á la del que habiendo fijado la vista en un abismo
siente la fuerza del vértigo que á él le arrastra.
No entraré á examinar hasta que punto ha resuelto el au­
tor del Judio Errante la cuestión de la organización del tra­
bajo que ocupa una gran parte de su obra; pues aun precin-
diendo de que sus ideas no son aplicables á nuestra patria,
ellas nos llevarían al terreno de las ciencias sociales y económi­
cas, y son harto escasos los límites que puede ofrecer una memó-
ria para que se puede recorrerlo cual á su importancia cumple.
Permítasenos con todo manifestar que en esta parte la novela de
Eugenio Sue no corresponde de mucho á la nombradla que le
ha valido, que ha dejado las dificultades sin resolver y que no
ha hecho mas que reproducir las utopias que en los escritos de
G١١en, Saint-Simon y sobre todo de Fourrier se encuentran.
Muchos de los que han leído la novela del Judio Errante
no han visto en ella mas que una acusación contra el Instituto
de Lovola, harto fundada, según ellos, para que no mereciese
entero crédito , y sin tener mas datos que los falsos que á Sue
plugo darles, han concebido contra esa órden, á la cual tanto
deben la civilización y las letras, todo el odio que aquel les
profesa. Para ellos dicha novela no merecía la censura de los
sabios y menos de la Iglesia, puesto que no lleva mas objeto
que publicar los crímenes con que el Jesuitismo la ha mancha­
do; para ellos esta obra era una página de los anales moder­
nos sobrado verdadera para que mereciese ser rasgada. Con­
fieso ingenuamente que á no tener el Judio Errante otras ten-.
dencias hubieran estado de mas aquellas censuras, pues aun
prescindiendo de que, á nuestro modo de ver, esta producción
es una apologia de los Jesuítas para los que se han tomado el
trabajo de estudiarlos, no puede haber discusión posible entre
los que piensan por sí mismos y los que dan mas crédito á una
fábula impía que á la historia. Tengo en demasiado buen concepto
á Eugenio Sue, como erudito, para que pueda dudar que no cree
en la milésima parte délo que contra los Jesuítas ha escrito (]),
(1) En la conclusión de su obra dice Eugenio Sue: «Se nos acusa de haber
concitado las pasiones, señalando á la animadversión pública todos los indivi­
duos de la Compañía de Jesús.
« lie aquí nuestra respuesta :
«Es cosa incontestable y fuera do duda, y está ademas demostrado por los
textos sometidos á las pruebas mas contradictorias desde Pascal hasta nues­
tros dias, que las obras teológicas de los individuos de la Compañía de Jesús
contienen la disculpa ó la justificación :
«DEL ROBO,— DEL ADULTERIO,— DEL ESTUPRO, Y DEL ASESINATO.”
Y pocas líneas después a ñ a d e :
« ¿ lie m o s dicho por ventura que todos los individuos de la Compañía de Je­
sús tuviesen el villano talento, la audacia ó la maldad de emplear esas armas
peligrosas que contiene el tenebroso arsenal de su o rd en ? ” Yed ahí una pro­
posición absoluta y otra que la destruye ‫ ؛‬ved ahí en una misma página la
acusación y la discu lpa; pero disculpa que no hace ningún favor á los PP. al
paso que arguye precipitación y mala fé en el que la formula. ¿N o atinó Eu­
genio Sue en que si las obras teológicas, si las constituciones de una orden re­
ligiosa son malas y llevan fines torcid os, malos deben de ser y cóm plices de
sus perversos intentos todos los que á ellas se someten? ¿No pensó que acu­
sando á los individuos del Instituto de que justificaban aquellos crím en es, que
todas las legislaciones y el derecho natural condenan, acusaba al propio tiem ­
po á la Iglesia que los admitió en su s e n o , á veinte Pontífices que aprobaron
ó dieron mil elogios á la Orden, á los reyes y á los pueblos que por espa­
cio de dos siglos escucharon sus predicaciones, á los hombres eminentes que
se formaron en sus colegios? ¿ Ignoraba que si algunos jesuitas escribieron doc­
trinas errón eas, sus obras fueron continuadas en el Indice y ellos expulsados de
la Compañía? ¿No sabe que en España y Portugal fueron condenados sin ser
oidos y á consecuencia de la mas odiosa calumnia (* *): que en Francia lo fueron
،según D’A lem bert, Muller , S ch o ell, Lacretelle, & c., por un ministro esclavo
de la filosofía anti-Católica y por una mayoría insignificante (**(*) , v que Cle­
m ente XIY no expidió el decreto de extinción del Instituto , sino después de
una tenaz y larga resistencia? ( . . . )

(*) d s i lo prueban en sus obras M uller , Schlosser , Schoell y Ranke, pro­


testantes los cuatro.
(**) Historia de la Compañía de Jesús, por Cretineau-Joly, t. V, p. 275
nota 1 de la edición francesa. Esta obra traducida hace parte de la Biblioteca Ca­
que se publica en esta Ciudad en la imprenta de Oliveres y Gavarró.
t ó l ic a
(***) El 7 de agosto de 1769 , cuatro años antes de firmarse el famoso breve
Dominus ac Redemptor, D' Alembert escribía á Federico II: «Se asegura que el
Papa Franciscano se muestra muy reacio en extinguir á los Jesuitas. No me
sorprende. Proponer á un Pontífice que destruya esa intrépida milicia, es como
si aconsejasen á V. M. que licenciase su regimiento de guardias.” Obras filosó­
ficas D' Alembert, Correspondencia, t. XVIII.
pues á no ser asi tendría que rebajar mucho los quilates de
su talento, y lo que es mas, negarle que hubiese bojeado si­
quiera la historia de los tres últimos siglos.
Han sido tan victoriosamente rebatidas las calumnias que
contra la Compañía de Jesús se han propalado, que en el dia
es ya imposible reproducirlas sin lastimar el buen nombre de
los claros varones que han producido las ciencias y las letras
desde el siglo XVI hasta el presente, la mayoría de los cua­
les ha estudiado en sus colegios ó escrito en favor suyo. Fácil
nos fuera por consiguiente citar cien y cien testimonios en su
abono; fácil nos fuera poner en la balanza de la discusión cien
y cien nombres que nadie seria osado á recusar por sospechosos,
y que por cierto valen muchísimo mas que el de Eugenio Sue;
pero puesto que nos falta espacio, que la cuestión del Jesuitismo
es para nosotros nó de partido sino histórica y digna por lo mis­
mo de ser históricamente tratada, y en suma que estaría de mas
el hacer su apología refiriéndome al Judio Errante, me contenta­
ré con recordar á los que le niegan el instinto de la enseñanza,
que se cuentan entre sus discípulos Gregorio XIII, Benedicto
XIV, el Gran Condé, Turcna, Piccolomini, Bossuet, Fenelon,
F le u ri, Montesquieu, el Tasso, Galileo, Justo Lipsio, Descartes,
Corneille, Moliere, Juan Bta. Rousseau, Voltaire, Vico, Alfie-
r i , M uratori, Helvecio, Buffon, Diderot y otros; y que podría
hacer su mas cumplido panegírico con solo entresecar los elo­
gios que en muchas partes de sus obras le prodigaron Leibnitz
y Bacon, Montesquieu y Descartes, Federico II y Voltaire,
Kiopstock y Schoell, Bonald y Maistre, O-Conell, Chateaubriand,
Silvio Pellico y La-Mennais. E>te último sobre todo los defien­
de con tanta elocuencia y valentía, que no dudo me disimu­
lareis que concluya estas líneas con el siguiente rasgo de su
pluma (1): «He hablado de sacrificios, dice este escritor, y á

(U Reflexiones sobre el estado de la Iglesia durante el siglo XVIII; t. 1 ; p. 16.

٠s 'y ® ‫؛؛؛ ׳׳‬،í :; '‫؟‬٠ ٠


23
esta palabra la iucnte recuerda con sentiuiiento esa órdcn, lace
poce tan floresciente y cuya existencia no fué otra cosa que una
abnegación continua en favor de la religión y de la hum ani-
dad..... "transcurrirá mucho tiempo antes que logre llenarse el.
vacio inmenso que han dejado en el Cristianismo esos hombres
tan sedientos de sacrificios cual los demas de goces. ¿Quien les
ha reemplazado en nuestros pUlpitos? ¿quien los substituirá en
nuestros colegios? ¿quien se ofrecerá en su lugar á llevar la
fe y la civilización á los bosques de América ó á las vastas
regiones del Asia que regaron tantas veces con su sangre‘‫ ر‬Se
les acusa de ambición ‫¿ ؛‬que corporación empero no la tiene?
Ambicionaron hacer bien, todo el bien que podian, y ¿quien
ignora que esto es lo que menos perdonan los liombres? Que-
rian dominar en todas partesj y ¿donde dominaban sino en esas
regiones del Nuevo Mundo, donde por la primera y Ultima vez
se viU realizarse bajo su influencia esos sueños de felicidad
que apenas se perdonaban á la imaginación de los poetas? Eran
peligrosos á los soberanos; ¿y es la'filosofia la que lo dice?
Como quiera que sea, si abro la liistoria no veo en ella sino
acusaciones, y si busco sus pruebas no encuentro mas que una
justificación manifiesta.‫״‬
He llegado por fin al término de mi tarea, y si bien no
creo haberla desempeñado cual á su importancia cufnple, res.
tame la esperanza de que vuestro talento sabrá apreciar lo di-
ficil que es juzgar cumplidamente en una memoria de pocas pá-
ginas una obra de muchos tomos, y suplir las deducciones con
que hubiera poditlo enriquecer este humilde trabajo. Tal vez
sea este perdido para muchos; quizas la opinion general lo con-
dene como producto de opin'iones literarias harto rígidas ó de
un carácter que mira al porvenir mas de lo que debiera; pero
como quiera que se juzgue es el resultado de mis conviccio-
nes, y la conciencia nunca acusa á los que de buena fé siguen
las suyas. Por otra parte yo considero á la sociedatl como un
24
lago que es muy fácil agitar, pero al cual solo es dado al
tiempo ó al dedo de Dios restituir su sosiego, y si se toma en
cuenta que la novela del Judio Errante, por mas que le au­
gure desde ahora una existencia literaria muy breve, puede
acrecentar entre tanto el oleage harto recio que trabaja ya al
lago, no creo que se tenga por inoportuno este aviso á los que
no veían el peligro que amenaza.
Un exceso de previsión ademas nunca dará los resultados
funestos que un exceso de confianza. ¿Porque pues no .hemos
de dar el grito de alerta, aun antes que nadie haya pensado
en ello, cuando vemos á la inmoralidad introducirse en nuestras
casas? ¿Porque no hemos de aconsejar á los padres de familia
que ésten !en vela mientras la seducción ronda sus puertas?
¿ Porque no hemos de levantar la voz contra los literatos, por
mas altos que estén , cuando apagan la fé en los corazones»
llenan la mente de dudas, deshojan las ilusiones de la vida y
rebajan el arle? Tenernos sobrada fe en él y en la moral, y e s­
tamos demasiado convencidos de que solo la Religión y la lite­
ratura son capaces de mejorar al hombre y á los pueblos, para
que no procuremos en cuanto nos sea dado conservarlas en
toda su pureza; y tan intimamente unidas las comprendemos, y
nos es tan difícil ver la poesia sin esa llama divina que alum­
bra su fre n te, y tan avezados estamos á considerarla nó como
un fútil pasatiempo, y sí cual un provechoso sacerdocio, que
si debiese reducir el arte á preceptos, si tuviese que dar
consejos á los que lo profesan, comenzaría por decirles, como
Mad. Stséí: o Sed virtuosos, creyentes y libres; respetad io que
amais; buscad la inmortalidad en el am or, santificad en fin
vuestra a: ،‫؛‬a como un templo y no se desdeñará de descender
á ella e‫ ؛‬ooge‫ ؛‬de los pensamientos elevados.’.

He d ic h o .

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