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semiótica y presemiótica
de la imagen
Fernando Fraenza
Universidad Nacional de Córdoba, Argentina
fraenza@gmail.com
Valentino Indorato
Universidad Nacional de Córdoba, Argentina
fraenza@gmail.com
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fundamentarían de modo alguno en la motivación analógica, funcionando,
por el contrario, y a pesar de su segmentación semiótica irresoluta, como
sustitutos aceptados convencionalmente dentro de un sistema de signos (es
decir, funcionando como símbolos y no como íconos). Bajo la influencia del
estructuralismo y del posestructuralismo, el problema quedó así
aparentemente salvado, aún cuando -como llega a admitir Nelson Goodman-
las imágenes se diferencian de otros sistemas de signos del todo o más
convencionales porque éstas -en su denotación más primaria- son
continuidades en las que cada marca visible o semántica es
interdependiente,1 no operando -por lo tanto- a través de una combinación
de marcadores o unidades discretas y articuladas tal como el lenguaje. Con el
tiempo, las preguntas por las oposiciones natural-convencional, continuidad-
articulación y analógico-digital, aún sin una resolución convincente, fueron
dadas por superadas en muy diversos escenarios, entre ellos, el de la
semiótica rioplatense, donde lisa y llanamente todo efecto realista de las
imágenes parecería comprenderse como visibilidad histórica. Para muchos de
nuestros autores, formados con parejas referencias intelectuales de Roland
Barthes, Michel Foucault, Jacques Derrida o Norman Bryson, la “imitación de
la naturaleza” -que está en la base de la tradición de la imagen occidental-
habría sido un enmascaramiento sistemático que exige –de parte nuestra-
tan sólo una deconstrucción impulsada por un espíritu de sospecha, pues,
como sostenía Goodman: el efecto realista de las imágenes se basa por
completo en la inculcación.
Este desplazamiento típico provocado luego de las disputas semióticas
sobre la representación (como la disputa Eco-Maldonado sobre el iconismo
de los años setenta) ensombreció, finalmente, en tiempos relativamente
recientes, toda consideración acerca del funcionamiento semiótico más
primario de las imágenes. Aquí, en este artículo, traemos un argumento en
contrario, señalando –por lo menos- el lugar en el cual el sociosemiotismo
hegemónico, que sostiene que todos los significados y lecturas están
construidos cuasi-arbitrariamente, se encontraría cada vez más reñido con la
tentativa científica de definir la mente como un sistema informático natural,
destinado -desde el nacimiento- a entender primariamente las imágenes de
cierto modo y no de otro.
Nuestro interés retrocede hacia el problema del funcionamiento de las
imágenes en una región todavía muy poco explorada de los estudios
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semióticos, la zona próxima al denominado umbral inferior de la disciplina
(Umberto Eco es quién lo llama de este modo). Nuestro enfoque atiende
ahora a motivos que no provienen del cuerpo central del conocimiento
semiótico ni de su margen superior (sociosemiótico), sino que son
introducidos desde “abajo”, fundamentalmente en conexión con disciplinas
que constituyen el contexto naturalizado de los estudios semióticos, tal como
las tenemos entre los diversos enfoques cognitivos y las neurociencias. Un
punto de vista semiótico, es menester decir, ha de dar por supuesto todo
aquello relativo al canal sensorial por el cual transita la información recibida
(Greimás et al. 1964: 49, s.v. canal y 412, s.v. tipología; Verón 1973);
ocupándose, fundamentalmente de la forma (Hjelmslev 1943) en la cual la
segmentación convencional da lugar a códigos que regulan la significación de
dicha información. Dicho brutamente, no habría lugar en la ciencia semiótica
para la descripción de los canales o de las condiciones que éstos imponen a
los signos. No obstante, y a pesar de lo dicho –un punto de mira francamente
mayoritario-, hemos asumido para nuestra actual perspectiva un fundamento
opuesto, por el cual sostenemos como necesaria la investigación destinada a
cubrir los vacíos existentes entre la percepción de una imagen visual y la
significación cultural de la misma (su sentido). Suponemos que aquellas
investigaciones en torno a los signos no-verbales (y específicamente a los
visuales) que excluyen el canal como problema, dan cuenta de una
genealogía disciplinar fundada en los estudios del lenguaje verbal (lingüística
y sociolingüística), los que, debido a su muy temprano desarrollo, han visto
integrarse a su propio cuerpo de conocimiento numerosas referencias
fisiológicas y psicológicas de diversa índole, las que hoy no pueden ser sino
consideradas como supuestas o aproblemáticas. Así, por ejemplo, el carácter
lineal del significante lingüístico, acaso el postulado más elemental de la
ciencia del lenguaje (Saussure, 1916) forma parte de este saber con
independencia de toda referencia a las bases biológicas o psicológicas de la
percepción temporal.
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Afortunadamente, la mencionada exclusión ha de entenderse, más que como
una suerte de patrullaje disciplinar, como una mera falta de interés por los
puntos de contacto entre el significado de las imágenes, por una parte, y el
reconocimiento primario que perceptivamente hacemos de ellas, por la otra.
Es más, existen ya en la propia teoría semiótica, algunos puntos de
intercambio con enfoques más naturalizados respecto de los temas que nos
interesan. Un ejemplo de esto lo tenemos en algunas líneas de desarrollo del
pensamiento semiótico de Umberto Eco (1968, b.; 1975, 3.; 1984, 1. y 2.;
1985; 1990 y 1997), las que seguiremos en sus consecuencias relativas a una
teoría de la percepción y de la significación perceptiva, explicables en
términos de teoría de la visión por cálculo de representaciones (Marr 1982;
Marr & nishihara 1978). En esta línea de trabajo, hemos de admitir que -tal
como lo sostiene el Groupe µ, en su Tratado del signo visual (1992)- una
descripción semiótica debe evitar el estudio fisiológico del canal puesto en
consideración, pero esto debe suceder tan sólo “…desde el momento en que
ella haya integrado ya, en su análisis de las formas, los caracteres que sean
consecuencia de las sujeciones del canal.” (op. cit., II.: 52) condición que,
demás está decirlo, no ha sido conseguida aún en el campo de los estudios de
la imagen o de los sistemas de representación.
El crítico de arte británico Julian Bell observa que, cuando un
convencionalista o culturalista a ultranza como Goodman reconoce que la
imagen es un conglomerado continuo de marcas no discretas sino
interdependientes, tal vez no sólo estaba hablando de las imágenes sino -en
realidad- describiendo el mundo visible en su conjunto. En este sentido,
buena parte de los problemas irresueltos a cerca de la significación primaria
de las imágenes, y a la vez, buena parte de los viejos problemas relativos a
cómo el continuum mundano condiciona o se resiste (según el realismo
escotista de Peirce) a la segmentación semiótica, podrían ser rehabilitados y
reconsiderados bajo perspectivas que reconstruyen la cognición visual,
basadas en el procesamiento de la información.
Entre ellos, sostiene Bell (1999, 6.), cabe reseñar el ya mencionado enfoque
de David Marr (inspirador de la gramática universal de Chomsky e inclusive,
de la teoría causal de la representación de Fodor), que estableció la
posibilidad de concebir un esquema de “negociaciones” o relaciones
productivas y semánticas de una “iconicidad no ingenua” (en el sentido del
iconismo primario de Peirce) entre tres tipos de representación (ya “mental”
o física): (1) La visión temprana; (2) el output o producto final del módulo
visual y (3) las imágenes. (1) La representación cognitiva de la escena
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inmediatamente inferida o computada a partir de los estímulos retinales; (2)
la representación mental de la configuración tridimensional del objeto
(centrada en el propio objeto) y (3) las representaciones concretas del
mundo visible que Peirce denomina hipoíconos (el marcado de superficies
para representar cosas visibles, en el dibujo, en la pintura, en la fotografía,
etc.). Véase la figura 1.
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pinturas, las fotografías, etc., entran en una suerte de función semiótica
hipoicónica con alguna de las primeras. Lo hacemos en los siguientes
parágrafos 2. y 3.
2. Visión e imagen
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que representa simplemente la intensidad de luz en cada punto (x, y) de la
imagen en cada momento (pues los ojos se mueven constantemente). Luego,
el nivel derivado más directamente de las imágenes retinianas es el esbozo 2-
D. Éste expresa (aún cuando no lo “vemos”, porque es inconsciente) la
organización del campo visual registrando las discontinuidades de intensidad
(la posición x, y así como la dirección de los contornos) en la imagen
retiniana. Proporciona también la clase de información que hace posible
derivar el siguiente nivel de representación visual, el llamado esbozo 2½-D,
que es otro mapa visual (esta vez, consciente y obligatorio de ver con los ojos
abiertos)2 en el que se representa la orientación y la profundidad de las
superficies visibles en cada punto x, y del campo visual.
El último nivel del módulo visual (la representación de salida,
almacenada en la memoria de largo plazo y accesible voluntariamente a la
imaginación consciente) es la descripción tridimensional centrada en el
objeto. Según este tipo cognitivo tridimensional, el sujeto es capaz de
reconocer dicho objeto, u otros ejemplares de su clase, prescindiendo de
variaciones de iluminación y puntos de mira. Un tipo (cognitivo) o modelo (3-
D) como el que mencionamos adquiere la forma de una regla o un
procedimiento para constituir -también- una representación visual externa
(una imagen) del objeto en cuestión, además de permitir su reconocimiento.
Insistamos en lo dicho: Una estructura estimular proveniente de un
objeto (estímulo distal) afecta a las superficies sensibles del aducto visual.
Tomando como punto de partida estructuras de estímulos proximales,
inestables, múltiples y fugaces, calculamos (mediante un proceso en parte
encapsulado o modular, natural) un modelo perceptivo estable y constante
como representación -todavía densa y particular- de un objeto, escena o
experiencia determinada. Esto es, principalmente: independiente del punto
de mira y dispuesta respecto de su propio sistema de coordenadas. Entre las
imágenes superficiales retinianas y el modelo perceptivo estable, es decir el
modelo 3-D de un objeto o escena particular, se extiende el procedimiento
de cálculo mediado por otras representaciones tales como los ya
mencionados esbozos 2-D (próximos a la información retiniana) y esbozo 2½-
D (que representa, en cada momento, obligatoria y conscientemente la
profundidad y la orientación de las superficies visibles todavía desde un
punto de mira centrado en el observador). Respetando luego las reglas que
rigen todo proceso de abstracción, uno o más modelos 3-D (particulares), se
2 Lo que se nos impone cuando abrimos los ojos y creemos, por conveniencia natural, que nos es un esbozo mental sino la
realidad misma.
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transforman3 en un modelo semántico cuyo formato podría seguir siendo el
modelo visual 3-D, que ya es tipo y no espécimen, y que conserva sólo
algunas de las propiedades comunes, diagnósticas o meramente frecuentes
entre los diversos especímenes, jamás esenciales. Sin embargo, el modelo
perceptivo (3-D) implica ya un grado significativo y laborioso (aunque
encapsulado o modular) de integración y –tal vez- de abstracción, pues,
dichos modelos perceptivos proceden de un cálculo que parte –en el caso del
aducto visual- de cientos de diferentes, inestables y fugaces imágenes de la
escena impregnadas en ambas retinas móviles y temblorosas. Los modelos
perceptivos de los objetos particulares almacenados en la memoria de
trabajo ya serían el resultado de “silogismos visuales” que partiendo de
múltiples y desparejas imágenes concluye en una representación
tridimensional (y no ya en una imagen) de dicho objeto, independiente de la
posición del espectador o de la iluminación circunstancial. Salvo el esbozo
2½-D (nuestra visión normal, consciente, binocular con profundidad),
probadamente inconveniente para el dibujo, el esbozo 2-D y el modelo 3-D
funcionan como reglas para producir imágenes del objeto en cuestión,
dibujos del natural (de lo que se ve) y dibujos de memoria (de lo que se sabe
que podría verse), respectivamente.
El tipo cognitivo o modelo 3-D permite decir que sabemos a qué clase
de cosas pertenece el objeto que vemos. Numerosos son los aspectos de este
objeto que no registramos o no conocemos, pero, sobre la base de lo que sí
sabemos, podemos no sólo reconocerlo sino, asignarle un nombre (verbal) a
través del cual una comunidad es capaz de reconocer individuos variados
como sucesos de un mismo tipo. En este sentido un tipo cognitivo no es una
ya una pura representación privada, sino que llama al establecimiento de una
zona de consenso social. En algún momento, una comunidad procede a
interpretaciones colectivas de lo que significa la palabra que nombra el tipo,
es decir, asociando un contenido a la expresión lingüística. El acuerdo se
dispone inicialmente como un intercambio desordenado de experiencias en
una suerte de interpretación que es pública, en una serie breve y controlable
de interpretantes (Peirce), como la que Umberto Eco denomina contenido
nuclear (Eco 1997, 2.). Ambas expresiones: tipo cognitivo y contenido nuclear,
no constituyen una misma cosa, el primero es un fenómeno de semiosis
perceptiva (aún privado), mientras que el segundo es un fenómeno de
acuerdo comunicativo (decididamente público). Así, el tipo cognitivo no es
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“visto” sino por la mente que lo ha concebido y es estabilizado sobre la base
de los fenómenos de reconocimiento, identificación y referencia exitosa. El
contenido nuclear, en cambio, es la manera en que se intenta, durante un
intercambio intersubjetivo,4 aclarar y compartir qué rasgos forman un
determinado tipo cognitivo. Luego, tenemos también una competencia
ampliada que comprende -además- aspectos y nociones ya dispensables para
su reconocimiento perceptivo que podríamos denominar contenido molar
(ibíd.).
4 Digamos: ilocucionariamente.
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Fig 2 – Perspectivas y proyecciones
Dicho esto, cabe agregar que estas distintas clases de verdad de las imágenes
se expresan mediante diferentes clases de estructura formal que John Willats
(1997) menciona como sistemas de dibujo y sistemas de denotación. Los
primeros, como la perspectiva cónica o las proyecciones cilíndricas, dan
cuenta de la relación espacial entre objetos. Los segundos, como la
representación de las líneas de contornos o la representación de grises a
través de los puntos de una trama, indican el tipo de relación que se da entre
las distintas marcas o rasgos visibles que hay en la superficie de la imagen y
los objetos del mundo real.
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Fig 3 – Perspectiva cónica
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Otro caso de la representación de un objeto tal como (en algún sentido) es -y
no cómo aparecen- son las proyecciones ortogonales (figura 5), que
presentan sólo una cara del objeto, siempre con su configuración real.
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Fig 6 – Perspectivas y proyecciones
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representan la incidencia de porciones de haces de luz tal como los capta la
cámara, o aproximadamente tal como los habría captado -de alguna manera-
la retina del observador en su lugar.
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Como idea general, podemos sostener que las distintas imágenes
proporcionan visiones del mundo -siempre- más o menos centradas en el
espectador o en el objeto, que son funciones semióticas de representaciones
más próximas al concepto (modelo 3-D) o más próximas a las retinas (esbozo
2-D), respectivamente.
4. Conclusiones
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Referencias
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