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Tres sentencias de muerte

Por: Flow
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En medio de la plaza pública del centro de la ciudad, las palmeras se sacudían


nerviosas con la brisa transeúnte que se descolgaba desde los Farallones en una
mañana corriente de mitad de semana antes de las festividades de fin de año.
Debajo de ellas amanecieron colgados en postes de guadua fuerte del Quindío,
tres personas amarradas de manos y pies con sus rostros ocultos dentro de sacos
fabricados en tela burda de la que se usa para los costales de exportación del
café, no había señas de un cartel o una nota que explicara la acción o que
acreditara los autores del crimen. De una esquina remota de la plaza central, salía
una música melancólica con sabor a Vallenato desde un parlante barato y sucio
que un vendedor de piña llevaba apretujado entre las frutas y que no se había
percatado del asunto, las torcacitas revoloteaban junto a la estatua de un prócer
de la patria como si no hubiera pasado nada. Los muertos tenían las manos y los
pies atados con unos lazos sucios de esos que se usan en las galerías de
mercado para amarrar bultos de papas. Sus muñecas mostraban las señas de
haber sido arrastrados por largos trechos, y por las marcas y grietas en sus
ropajes pareciera que habían sido arrastrados sobre el pavimento. La sangre seca
en sus heridas era testiga de lo sucedido, se derramaba el manchón oscuro
alrededor de las marcas de sus manos desnudas y en las rodillas. La gente de
oficina que de muy temprano madrugaba a sus trabajos en los edificios del centro
de la ciudad, los vendedores de prensa, los diferentes personajes que tenían sus
puestos callejeros de venta de cachivaches lucrativos para la navidad del 2012,
todos, todos se reunían aterrados a ver que le había pasado a estas tres personas
que amanecieron atadas a la triada unida de guaduas en el centro de la Plaza de
Caicedo de Cali.

Hace seis meses, María Magdalena Pecadilla, Jesús María Nazarith y Lukas
Pensante trabajaban en un departamento alquilado del barrio San Antonio en su
proyecto secreto. La tarde zumbaba con sus típicos sonidos provenientes de
algunos vehículos que pasaban por la calle casi solitaria sobre los altos del barrio
antiguo y bohemio, uno que otro ladrido desentonando violencia entre perros
buscándose camorra mientras seguían en manada a una perra en calor. Adentro
del apartamento rimas de publicidad impresa en papel reciclable se apiñaban en
las esquinas del salón principal del apartamento espacioso, los papeles parecían
hacer referencia a una manifestación por la Libertad de Expresión Pública. María
Magdalena con piel pálida y una cabellera hermosamente negra como la noche le
resaltaba esos ojos grandes como almendras entre amarillo y verde, estudiante de
Literatura de la Universidad del Valle. Escribía con dedos delicados y untados de
nicotina de tanto fumar pero seguros de lo que les dictaba el pensamiento sobre
un laptop lleno de calcomanías y rayones, detrás de ella un afiche en blanco negro
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y rojo de Julián Assange bien trabajado en photoshop que inspiraba a MM que


lucía concentrada abismalmente en la historia que inventaba a medida que
chuzaba las teclas. Estaba su mentecita llena de diferentes ideas alrededor del
tema de la Libertad que insertaba paralelamente a informaciones y deformaciones
que se filtraban en la arena política del país por culpa de las chuzadas al estilo
Wikileaks. Lukas mientras tanto comía algo en el patio de atrás y miraba hacia el
cielo, pensando, analizando… sus trenzas rasta de diferentes colores se
translucían un poco por el efecto de los rayos del sol que pasaban entre él. Jesús
María era un abogado recién graduado de la USACA, negro chocoano con manos
de pescador hijo de un carpintero en un pueblito de nombre Nuqui que le
fascinaba cantar el himno del Choco cuando se sentía impaciente, e iba así:

“Tierra chocoana que al grito


de ¡Viva la Libertad!,
para la historia has escrito
una página inmortal”

Intempestuoso como era Jesús María soltó súbitamente un desgarrador grito


como para que le llegara a todos en el departamento; gritaba y gritaba, más que
ruidos parecían aullidos nocturnos en medio de la selva chocoana llamando a la
guerra. “Que paso hermano” entró Lukas al cuarto de Jesús María que lo tenia
este lleno de afiches en collage hechizos y pinturitas artesanales sobre negritos
del Pacifico posando junto al mar, enseguida de la ventana una fotografía tomada
desde una avioneta en blanco y negro de la península que mostraba la locación
del pueblito donde había nació Jesús María y un cuarto de ala del aeroplano.
“Nada” solo que esto de estar quieto esperando a que los de la universidad digan
cuando es que se va a programar algo que uno quiere hacer ya mismo, es
demasiado para mí, no aguanto más…” se detuvo un momento, dio un brinco
saltando como tratando de alcanzar un techo de casi 5 metros de altura que tenía
la pieza, y continuo, “Debemos de hacer algo, pero ya!”. “Cuando pasé por tu
cuarto, pensé que estabas feliche, te escuche feliz cantando el himno”, dijo Lukas.

Los tres amigos se habían conocido hace 3 años, en un festival de cine que hubo
en la ciudad, durante el evento se había dedicado un espacio literario y
cinematográfico a un artista local de nombre Andrés Caicedo, ese día martes 13
se había invitado a todos los pensadores locales a un conversatorio sobre el tema
los “Pensamientos Íntimos detrás de los Cuentos” del autor vallecaucano. A la
emisión televisiva solo habían asistido 3 personas fuera de los locuaces que
dirigían el conversatorio. Por lo chistoso del caso, al terminar el evento, les pareció
a las tres personas asistentes como normal juntarse a intercambiar ideas
tomándose un tinto en la tienda de la esquina del Teatro Municipal. Se sentaron en
el cafetín que incluía entre su decoración una vitrina vieja en madera llena de
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panes, bocadillos y dulces, colocada enseguida de un refrigerador algo garroteado


para bebidas que sostenía encima una cafetera gigante moderna que sacaba
capuchinos, tintos y cafés de diferentes formas para los estudiantes universitarios,
empleados de oficina y otros géneros de personas que se reunían en el cafetín a
leer un periódico, a cruzar conversaciones frívolas, privadas o algo intelectualistas
sobre cualquier tema, o simplemente a matar el tiempo. El dueño del cafetín un
tipo llegando a viejo de tanto fumar, con un bigotico dalidezco, le decían Jota,
tenía enmarcado detrás del mostrador, una foto en sepia de él cuando era más
joven dentro del cafetín, con una sonrisa de colegial feliz posando junto a Gonzalo
Arango, habían otros papeles viejos con escritos a máquina de escribir de las
viejas pegados en la pared como si fueran testigos de algo que supo hacer el
dueño de la tienda antes, pero que se ahogo en el tiempo o en el desabor de la
vida agónica sin dinero, no se sabe porque pudo haber sido cualquier otra cosa.
Uno de ellos se leía así:

“UN LIBRO LLAMADO CEMENTO

libro abierto…

hojas color concreto

llenas de excremento

letras hermosas

letras profanas

letras hipócritas

letras de cemento

letras egoístas

letras dirigentes

de letras inocentes,

letras llevadas a construir

libros llenos de letras

letras de letras

letras…
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hay de todo

en la viña de las letras

-JOTA… LETRA ROJA-

con unas letras

estampo pensamientos, con un soplo

destruyen mis pensares

pensares negros

ciudades negras…

colinas altas

altos pensares.”

“Lo que pasa es que si no nos movemos por nuestros propios dictámenes, van a
decir los medios periodísticos universitarios, de que estamos dependiendo de
movimientos internos de la universidad que son al tiempo manipulados por
corrientes izquierdistas… de alguna forma eso es lo que son no?” les dijo en tono
más suave Jesús María a sus dos colegas.

El proyecto tan misterioso en que estaban trabajando era solamente un ensayo


periodístico sobre el tema de los Wikileaks en Colombia. Estaba relacionado de
alguna manera con lo que le venía sucediendo hace años a una página de internet
que recibía información tocante con filtraciones en las áreas políticas
internacionales. El proyecto mezclaba varias cosas al mismo tiempo: una pequeña
historia de ficción en multimedia que María Magdalena anexaba al ensayo a modo
de colorear la historia, un ensayo sobre la Libertad de Lukas y el tema de las
chuzadas que habían realizado varios compañeros de la U de Jesús María.

La ficción la había basado María Magdalena sobre un viaje en el tiempo que había
realizado al pasado una chica de comuna sur del Bogotá de principios del siglo
XX, la chica de la historia vivía con sus padres y hermanitos en un barrio marginal
de invasión en los difíciles límites de la ciudad. Cuando la chica viajaba al centro
de Bogotá, algo que realizaba casi a diario para rebuscarse la vida; visitaba un
lugar muy subterráneo y pintoresco por su originalidad de nombre El Cartucho,
donde le gustaba conseguir entre otras cosas, drogas que le mantenían la cabeza
relajada y bien alejada de la realidad que le atormentaba. Se mantenía empepada
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por culpa de un incidente externo sucedido hace años a su hermano mayor que lo
habían desaparecido el mismo día que asesinaron a su padre cuando aun vivían
en una finquita dedicada a la agricultura en el Boyaca campesino. Su mama
después del incidente había cogido las pocas cosas que tenían y emigrado a la
capital para evitar que le siguieran desapareciendo los demás hijos a manos de la
guerrilla. Marta se llamaba la chica medio indígena de la historia de María
Magdalena. Su vida de desplazada le brindaba un futuro algo incierto.

Marta había conocido en un festival de bandas punk de Bogotá, a un grupo de 4


chicos callejeros que se reunían en las afueras del Cartucho a fumar bareta todos
los días, junto a ellos aprendió a viajar al pasado. Ellos decían que habían llegado
desde el medio oriente de hace miles de años, no tenían hogar fijo en ningún
lugar, vivían del aire, de respirar, de oler flores y sus pensamientos trataban de
hacerlos cada día más livianos para poderse elevar y así seguir viajando por el
mundo y su lineal tiempo. Marta pensó que estaban chiflados cuando ese día
después del concierto se juntaron sobre el techo de una casa abandonada a fumar
toda la noche junto con otros chicos y chicas que habían invadido la casa
deshabitada. Pero una vez que los fue conociendo más y más, se le fue olvidando
lo que pensaba antes sobre ellos y se fue metiendo en el cuento de ellos. Los
chicos viajaban por entre todo el planeta, buscando otros individuos que fueran
sensibles a las energías, especialmente aquellas que tuvieran alguna relación con
el planeta tierra, sus destinos iniciales evolutivos y la relación con otros hermanos
del espacio exterior. Ya habían realizado varios viajes juntos de ida y vuelta;
habían paseado por Israel varias veces a una ciudad de nombre Meggido, decían
los chicos que el portal de entrada en la tierra más importante quedaba en el
medio oriente. Habían viajado además al pueblo donde había vivido Marta cuando
pequeña sobre el valle de Iraka, municipio de Busbanza el más pequeño de
Boyacá. También a distintos lugares en la alta montaña de los Andes colombianos
donde quedaban los campamentos guerrilleros buscando a su hermano, y otras
veces más al sur a locaciones muy diversas en Perú, Bolivia y Argentina, Marta no
estaba al corriente del propósito de los viajes de los chicos de oriente.

Los tres amigos en San Antonio habían decidido no esperar más a la gente de la
universidad y decidieron que si la muestra digital que habían realizado basado en
el cuento de María Magdalena y las investigaciones realizadas sobre las chuzadas
en Colombia y la Libertad de expresión estaban terminados desde hace una
semana, deberían salir a distribuirlo a todos los lugares conocidos, especialmente
entregándoselo a los grupos y ONGs que estuvieran en tono con el pensamiento
alternativo sobre los temas que trataban. Tuvieron tanto éxito que el video y los
ensayos se distribuyeron por toda Latinoamérica en una semana. Universidades,
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centros literarios, redes sociales, individuos que pequeñas células y colectivos se


encargaron de diseminar el contenido del video junto con otra información anexa
por entre sus amigos, fans y conocidos. El temático sobre la Libertad se centraba
a secas sobre la libertad de expresión en la Internet, como un nuevo referendo
internacional al naciente deseo de intercambiar la gente información sin
restricciones en la red como un medio periodístico alternativo y como una forma
sana de vigilar las acciones que los gobiernos políticos realizaban en secreto.

Una semana después de haber terminado con la distribución del trabajo, saliendo
los amigos del apartamento en la tarde para ir a buscar algo que comer
caminaban calle abajo por entre el barrio, en una esquina Lukas trato de esquivar
una plasta de mierda de perro que había dejado un canino sobre el andén,
mientras realizaba el movimiento de esquive corriéndose hacia un lado y
empujando a sus amigos un poco hacia la calle, un seco frenón de carro los bajo
de la nube donde estaban y vieron en cámara rápida como se detenía una
camioneta fea y grande de esas que usaban los traquetos. De ella se bajaron unos
manes con media de mujer en la cabeza con un arma enorme en las manos de
uno de ellos como para intimidarlos. Los agarraron tan de sorpresa que cuando se
dieron cuenta ya los habían metido a la fuerza adentro en la parte de atrás del
carro, afuera no se veían vecinos, eran casi las 2 de la tarde, la gente
descansaba. La viejita que miraba por entre la ventana al frente de donde estaban
ni se dio cuenta por lo silencioso de la operación.

- Les vamos a dictar a cada uno una sentencia de muerte, dijo uno de ellos

Los amigos permanecías en silencio, sus bocas habían sido amordazadas y sus
ojos cubiertos, el tipo que les hablaba seguía con la conversación: “Han dejado en
mala forma la credibilidad del presidente y su gabinete, especialmente a las
agencias de seguridad que apoyan y cuidan del bienestar de su persona”, el tipo
tocio un poco, le pidió a uno de sus compinches que le pasara las pastillas y
prosiguió, no sin antes escucharse el tableteo de varias pastillas dentro de un
frasco. “La forma en que Uds. han distribuido el material ha sido tan efectiva y al
tiempo en forma tan negativa para la credibilidad del gobierno, que ha obligado al
presidente y varias personas de la política del país, a que dejen sus puestos y
muchos de ellos a que se refugien en otros países.” Otro de sus compinches, una
mujer, que por el tono de la voz parecía de mayor edad, les reafirmo otra vez; “Se
ha dictado una sentencia de muerte contra Uds., significa que solamente o los
asesinamos a sangre fría, o los mandamos al centro de pruebas, para sacarles la
verdad y ver para quien trabajan.”, fue interrumpida la mujer, por un tipo tosco de
voz y de modales; “Señora, lo mejor es cortarles la cabeza para que se acabe del
todo la semilla del comunismo en el país…” pero fue interrumpido amablemente
por el señor que hablo la primera vez; “A ver todos, cálmense, que esto no está en
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manos nuestras, solo denles el mensaje y déjenlos ir…” nadie mas dijo nada, el
resto del viaje fue en silencio. Los amigos temblaban, menos Jesús María, el
negrito chingón del Choco. La ciudad pasaba rápidamente a través de los sentidos
sensoriales de los amigos, ellos solo giraban las cabezas de vez en cuando como
tratando de identificar un sonido, María Magdalena medio lloriqueaba. Después de
una hora de viaje, fueron tirados a la calle dejándoles aparentemente “libres” y con
una sentencia de muerte sobre sus hombros.

Al escuchar el silencio y el sonido de la camioneta rechinar al irse rápidamente,


comenzaron a tratar de librarse de las ataduras. Cuando Jesús María logro
quitarse la venda de los ojos, miro alrededor y sabia donde estaban, ya había
estado ahí hace un par de años, realizando con unos amigos de la U un video
socio-cultural sobre una gente de Siloe en el aprovechamiento de residuos
reciclables en el Basuro de Navarro. La noche se aproximaba y con ella todas las
pesadillas juntas, Jesús María sabia que debían de moverse rápido, cuando todos
estuvieron listos comenzaron a correr rápidamente para salir del perímetro del
basuro. Los recicladores que los miraban desde la distancia, observaban como
insinuándose en sus cerebros aun tan lejanos situaciones aun no imaginadas.

En la desesperación de la carrera, María Magdalena cerro sus ojos y se concentro


en algo, Lukas la miro de reojo aterrado de ver cómo hacia para correr al mismo
tiempo que tenía sus ojos cerrados. De pronto al frente de ellos aparecieron cuatro
tipos, ahí fue cuando abrió los ojos María magdalena. “Quienes sois” les inquirió
Jesús María, “Somos los cuatro que vienen de Oriente” respondieron sonriente y
serenamente. “Cual oriente?” pregunto Lukas. “El Medio Oriente, desde Meggido,
somos mensajeros”. María Magdalena comenzó a delirar, “No, no puede ser”, se
cogía la cabeza y agachaba el torso, no creía que fueran los tipos esos de su
pequeña historia sobre Marta. Sabia MM que tenía Fe en lo que su mente se
imaginara, sabía que podía volver realidad sus pensamientos, pero lo que la
sorprendió tenaz fue la rapidez como le sucedió. Y continuaron los cuatro de
oriente; “Tenemos malas noticias para Uds.: no han encontrado lo que deberían
de hacer y mezclar el videíto de la historia con la investigación de las chuzadas,
eso fue un grave error…” silencio y prosiguió el que siempre hablaba mientras los
amigos los miraban con las pupilas desorbitadas, como preguntándose si de
verdad les estaba sucediendo aquello; “Ahora la sentencia de muerte que les
fueron impuestas debe darse a lugar”. “Un momento señor, como así, que tiene
que ver lo uno con lo otro”, les dijo Jesús María a modo de pidiendo explicación. A
lo que ellos con solo un movimiento de subida de hombros y mueca en la boca,
como limpiándose de lo complicado del asunto y librándose de toda culpa. “Solo
sabemos que están sentenciados a muerte… por culpa de sus propios actos”.
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El basuro parecía resplandeciente, la noche había caído repentinamente aunque


salía un brillito desde el fondo del basurero que se levantaba como su hedor al
rebotar la luz de la luna que se hundía sobre los desperdicios metálicos. Los
cuatro chicos de oriente habían desaparecido su holograma. Quedaron atados en
tierra los tres amigos mirándose entre sí y pensando, quien sabe que estarían
pensando, pero por la palidez de sus rostros, se suponía que la muerte se les
venía encima desde todos los lugares. “Al menos deberían de habernos dicho
como íbamos a morir” dijo como susurrando Lukas. Las miradas que le enviaron
sus dos compañeros fue tan intensa que dijo en automático: “Que, que dije, solo
saber eso no más me haría sentir más tranquilo”. Habían pensado que el proyecto
que habían desarrollado con tanta dedicación arte y estudio, era algo que podría
llegar a ser un aporte positivo para las diferentes comunidades a las que se les
había hecho llegar, pero al parecer al gobierno no le había gustado nada los
resultados que estos produjeron… y a los viajeros del pasado tampoco, su destino
estaba escrito desde hace rato en un papel untado de sangre.

Marta tenía los dedos congelados, venia esperando a los chicos de oriente desde
hace horas, le habían dicho que tenían que volver al pasado a reunirse con su jefe
en alguna playa cerca al Jordán. El techo de la casa abandonada, que era el
centro de reunión, lo cubría una densa neblina sabanera. Por cosas del capricho
climático, la neblina se había depositado completamente sobre la ciudad buscando
liquido de lluvia que había caído la noche anterior que aun se conservaba fresco y
abundante sobre el cemento frio. Desde encima del tejado se divisaban los
edificios altos por encima de la niebla y el cerro de Monserrate en solitario, como
haciéndole al paisaje sentir que todo era una escena de terror al amanecer. Al rato
de estar tiritando de frio, Marta vio como se materializaban sus cuatro amigos.

- Hola Martica, nena llena eres de gracia… le dijo uno de los chicos
- Hola, mis rechinos que bonitico verlos sumercecitas, en voz temblorosa les
respondió a los chicos
- Tenemos que apurarnos, le dijo uno de ellos
- Porque? Y al fin cuando me van a contar como es que se puede uno
transportar a otro lado solitico sin su ayuda?
- No podes Marta, estas muy densa, estas llena de circuitos que se te
cruzan, luego de decirle cariñosamente eso a Marta el chico que le hablaba
la tomo del brazo y la trajo hacia él un poco para continuar… el futuro de la
tierra dentro de su gran cambio apocalíptico está cerca, tienes que cambiar.

Se habían transportado a un punto alto en las cumbres de Bolivia, “Aquí escribió


Bolívar unos papeles importantes”, le dijo un chico a Marta. El frio era
impresionante, pero cuando viajaban a otros lugares, lo hacían por medio de
proyecciones virtuales, por ello Marta no sentía nada, veía como los chicos se
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habían adentrado a una finca que era como una especie de comunidad alternativa
conocidas como eco-aldeas diseminadas por todo Suramérica. Se sentaron a
conversar con un grupo de gente de la finca mientras Marta caminaba descalza
por entre la grama andina. Mientras caminaba volteo su mirada hacia los cielos y
se dijo así misma: “Que me importa a mí en este momento los papeles que
escribió Bolívar… donde estas hermano mío?, te busco y no te hallo...”

Jesús María había podido montar a sus amigos en una buseta fuera de ruta que
salía desde una terminal de reciclaje cercana al basuro. Una vez adentro se
tranquilizaron un poco, no habían llegado ni siquiera al Limonar, cuando la buseta
fue interceptada por cuatro manes armados y encapuchados cerca de un mangón,
el chofer detuvo el vehículo, no dijo nada, solo les regalo una mirada agria de
guerra. Los manes no le pararon bolas al chofer y entraron a lo que venían. El
último de ellos se quedo en la puerta mirándose con el chofer. Uno de los tres
manes grito fuerte, “Abrí la puerta trasera, rápido!”, el chofer giro el botón y sonó
atrás una rechine de metal viejo. Los manes sacaron a la fuerza a los tres amigos
y los empujaron al monte cercano. El qué se había quedado en la puerta le dijo al
chofer: “Lárguese amigo, y cayetano no?, sabemos donde vive”, el chofer arranco
la buseta dejando un polvorido de suspenso detrás de él.

Adentro en un matorral, los encapuchados dejaron de empujar a punta de


madrazos a los tres amigos. María Magdalena no podía creer lo que le estaba
sucediendo, miraba a Jesús María buscando una lucecita de ayuda que viniera de
él, pero como era un rebelde el morocho del golfo de Tribugá, lo llevaban era a
punta de pata hasta que lo tiraron sobre la tierra en el despejado adentro en tierra
de nadie, en el mangón de los mangones, donde vivía el monstruo de los niños.

A Nuqui no llegaba carretera alguna, a Busbanza si, aunque fuera uno de los
pueblitos más pequeños de Colombia. Lukas que no decía nunca donde había
nacido, se suponía que era caleño de todos modos aunque tenía acento de paisa
del sur. María Magdalena tenía pinta de indígena coloreada de europea, decía que
era payanesa real… allá también llegaba carretera. Las autopistas de la tierra
colombiana se desparramaban de acuerdo a un desorden social y al impulso
emocional de las invasiones sociales citadinas y campesinas dependientes de un
termómetro cultural y anexo a una violencia disfrazada de codicia. Las invasiones
y los desplazamientos forzosos o no, habían hecho que las exigencias viales
rurales y aquellas que unían los pueblos entre sí, le exigieran al Estado fabricar
carreteras rápidamente por intermedio de contratistas ladrones que a los meses se
rompían estas en pedazos, de piedra a piedra. Así estaban las condiciones de la
carreterita que llevaba al Basuro de Navarro: mitad pavimentado, mitad
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polvoriento. Así que María Magdalena comió polvo ese día estando en la buseta,
al entrar este con violencia por entre los huecos del piso del vehículo y las
ventanas. El polvo provenía de todos los camiones recolectores que pasaban a
millón por la estrecha carretera. Untada de polvo sus mejillas con una lagrimita
creando una especie de barrito saludable, golpeo su bella nariz respingada el piso
del descubierto donde los habían traído sus captores. “Ni el cielo les dará la
absolución hoy día”, dijo uno de los encapuchados. El otro saco una jeringa de
ganado con una aguja tremenda y la lleno de un líquido verde oscuro y espeso.
“Cúbranles las cabezotas con las chuspas y amárrenles las patas y las manoplas”
dijo el que cargaba una tartamuda recortada. María Magdalena cerró sus ojos otra
vez, no pensó en nada especial, solo recitó un poema que venía cavilando hace
días en su memoria, pero que por culpa del proyecto secreto no había tenido
tiempo de escribirlo en ningún lugar, iba así:

“He roto los lazos familiares que nos unían

me quedó solamente el recuerdo

de cómo podría haber sido estar juntos

y ser aunque fuera un poco amigos

te perdí hermano del alma, hermano carnal

tu secuestro inflamo me decencia y me perdí en otras cosas

no me recuerdes como la idiota que viva junto a los muertos

porque a todos nos crucificaron el día de nuestro nacimiento

nuestros lazos familiares no volverán

pero nos transformaremos en otra raza de guerreros

después de una muerte gloriosa e imponente

en medio de la plaza de las naciones somnolientas

en medio de los corazones rapiñados por el odio

no me tengas rencor hermano mío

no me tengas lastima tampoco

no llores mi muerte calcinada

como vena putrefacta muy cerca del corazón


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allá en tu universo armado a madrazos y a puntillazos

construye un altarcito para la virgen de los muertos morídos

donde somos asesinados en secreto

y recordados por los estudiantes temporales de la vida

no me llores y no me recuerdes por morir sin anuncio

mi muerte no te fue anunciada

pues tu secuestro te llevo a la lucha de los poderes contradictorios

y la mía a la tumba sin vergüenza

seré expuesta en los tribunales del pueblo a ser juzgada

y cuando me encuentren culpable ya habré superado la vida

adiós hermano mío, no te dejes llenar del recuerdo

de cuando éramos niños y adolescentes

y jugábamos y teníamos aventuras

ahora nuestra aventura y juego

continuara en el más allá del Olimpo

adiós hermano, un beso y un abrazo

tu hermana del alma, Marta.”

Marta traía un gorrito puesto que se encontró en el altiplano boliviano, caminaba


silenciosa por entre el tumulto de la séptima bogotana. Miraba al piso y miraba a
otros ojos que venían en dirección contraria. El pensamiento le pasaba en cámara
rápida, las imágenes en cámara lenta. El video de sus apreciaciones se entristecía
al ritmo de un melancólico vallenato Caribe.

- No, no era un poema de Gonzalo Arango, no… gritaba el interior de MM


- Soy yo, tranquila Magdalena, soy Marta, hija de los brujos
- Abriendo los ojos MM, dijo: Sos un canto lirico anhelado
- Vamos Magdalena viajemos a los planetas desnudos del universo
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María Magdalena y Marta cogidas de la mano se soltaron juntas cogidas de las


manos como hermanitas pequeñitas en una película vieja de 16 mm en blanco y
negro. Debajo de ellas le gritaban los chicos de oriente; “No, no, no te vayas que
no encontraras a tu hermano”, ella se giro silenciosamente y lento, entre abrió los
ojos y les despidió con su manita blanca y frágil. “Ya lo encontré chinos, ella es mi
hermano, el secuestrado, el hijo de la tierra hecho hembra viva, es María
Magdalena desde antiguo, la hija de las prostitutas baldías y sin hogar, la hija de la
luna, la hermana del sol. Idos tranquilos a vuestros viajes chinos, soy existencia
sin densidad, soy amapola de un olor en reversa. No os llevéis equipaje a tus
aventuras, dejadme una tarjeta de recuerdo y de agradecimiento sobre el tejado
de la casita del Cartucho, porque os doy las gracias de los cielos y la de las
estrellas, por sentenciar a muerte a mis parientes, porque con la muerte han
nacido a la eternidad de mi pensamiento y así habéis liberado a mi hermano.”

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