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Los orígenes y posterior desarrollo de lo que hoy día se conoce como Estudios de Género
están íntimamente ligados al propio movimiento feminista; en concreto, al resurgir del
movimiento feminista en los años 60 y 70 del siglo XX, fundamentalmente en Estados
Unidos e Inglaterra. Este campo de estudio ha experimentado un importante desarrollo a
lo largo de los últimos treinta años, pudiéndose hablar del logro de una
institucionalización de los Estudios de Género. Así, están presentes en universidades de
todo el mundo, en centros de investigación, comenzaron a implantarse a nivel curricular.
Lo que hoy día conocemos como Estudios de Género, ha ido recibiendo diferentes
denominaciones, dejando atrás el de Estudios de la Mujer o Estudios sobre las Mujeres.
Con estos cambios terminológicos, se ha reforzado la idea de que el objetivo no es,
exclusivamente, atender a una parte de la población mundial que, hasta hace poco, era
ignorada por el análisis científico, sino que, fundamentalmente, el objetivo es constituirse
en un auténtico reto para las formas de conocimiento científico admitidas universalmente,
los conceptos empleados e incluso lo que, hasta época reciente, se ha tenido por verdad
incuestionable.
Desde los Estudios de Género, se viene calificando a gran parte de la tradición científica
como androcéntrica, incapaz de comprender la realidad social compuesta por hombres y
mujeres, y llena de los prejuicios y valores dominantes en la sociedad. Se critica, así, a una
actividad científica protagonizada por hombres, ciega a las diferencias de género,
aparentemente neutral y que, a partir del análisis del modelo de comportamiento
hegemónico (el masculino) pretende conocer la realidad social. Según Pierre Bordieu, no
es sólo que el científico comparta los prejuicios y estereotipos de género predominantes
en su sociedad, sino sobre todo que enfrentado a una institución que se encuentra inscrita
desde hace milenios en la objetividad de las estructuras sociales y en la subjetividad de las
estructuras mentales, suele emplear como instrumentos de conocimiento categorías de
percepción y pensamiento que debiera abordar como objetos de conocimiento.
El sistema sexo-género
En el desarrollo de los Estudios de Género, ha jugado un papel básico la distinción de dos
conceptos: sexo y género. Rastreando el origen de esta distinción podemos remontarnos a
Simone de Beauvoir quien, en 1949, ponía las bases de lo que posteriormente daría lugar
a la idea de género, al afirmar que “una mujer no nace sino que se hace” . Esta autora
defendía que aquellas características de las mujeres que podríamos considerar como
femeninas no son fruto de la naturaleza, sino que son aprendidas a través de un complejo
proceso individual y social. En los años 70 del siglo XX, las académicas feministas
anglosajonas toman las propuestas lanzadas por Simone de Beauvoir y sistematizan el
concepto de género, empleándolo para referirse a la construcción sociocultural de los
comportamientos, actitudes y sentimientos de hombres y mujeres.
Con el término sexo, se hace referencia a la base biológica de las diferencias entre
hombres y mujeres; es decir, diferencias hormonales, genitales y fenotípicas. Por su parte,
el término género hace referencia al conjunto de contenidos, o de significados, que cada
sociedad atribuye a las diferencias sexuales. En definitiva, el género consiste en la
interpretación cultural del sexo, es decir, el conjunto de expectativas sociales depositadas
sobre los roles a desempeñar por hombres y mujeres: lo que se espera de ambos. De esta
forma, género alude a los roles, identidades, actitudes, comportamientos, funciones, etc.
que la sociedad adjudica a cada sexo. Esta construcción sociocultural sobre una base
biológica se conoce con el nombre de sistema sexo-género; y se convierte en un elemento
estructurante de toda sociedad.
La cuestión no es tan sencilla como pudiera ser la diferenciación de dos sexos que se
corresponderían con dos géneros. Hay sociedades que contemplan la existencia de más de
dos géneros, e incluso, podemos hablar de la existencia de más de dos sexos biológicos. Es
más, el género puede entenderse, no ya como dos polos opuestos (hombre/mujer), sino
como un continuo; de forma que sería posible analizar el nivel de masculinidad o de
feminidad en el autoconcepto de un individuo a través de la identificación con
características tradicionalmente consideradas masculinas o femeninas.
Asumiendo de esta forma, tal y como hace Jorge Corsi, la disponibilidad potencial en cada
ser humano, independientemente de su sexo biológico, de los rasgos atribuidos
culturalmente a uno y otro género. Precisamente, la aportación fundamental del concepto
de género consiste en resaltar la relación entre masculinidad y feminidad con los procesos
de aprendizaje cultural y de socialización a los que cualquier individuo está sometido
desde su nacimiento.
Es a través de esos procesos de socialización como las personas adoptan y asumen como
propias las normas socialmente definidas para su sexo, llegándose a constituir en
elementos definitorios de su propia identidad. El proceso concluye en la naturalización de
las diferencias de género, quedando a salvo de ser cuestionadas, criticadas y, por
supuesto, modificadas. El reconocimiento de la base sociocultural de las diferencias de
género tiene una consecuencia directa: cabe la posibilidad de que sean modificadas.
Así, se señalan las diferencias en las definiciones de género que podemos encontrar si
comparamos distintos momentos históricos o diferentes sociedades. Igualmente, tal y
como destaca Marcela Lagarde, es posible “que una persona a lo largo de su vida
modifique su cosmovisión de género simplemente al vivir, porque cambia la persona,
porque cambia la sociedad y con ella pueden transformarse valores, normas y maneras de
juzgar los hechos.
Ahora bien, el sistema sexo-género no se limitan a relacionar cada sexo con diferentes
características, valores, funciones, roles, etc., sino que convierte la diferencia en
desigualdad. Es decir, no se produce una simple diferenciación de géneros, sino también
una jerarquización de éstos y de sus distintos componentes; quedando las mujeres y los
roles, funciones y caracteres a ellas asociados inferiorizados.
En principio, la diferenciación de géneros no tendría por qué implicar, necesariamente,
una estratificación; sin embargo, tal y como plantea Janet Saltzman, ambos procesos van
unidos.
Otro punto a destacar es que, a diferencia de lo que muchas veces se supone, debe
aclararse que “la categoría de género es adecuada para analizar y comprender la
condición femenina y la situación de las mujeres, y lo es también para analizar la condición
masculina y la situación vital de los hombres. Es decir, el género permite comprender a
cualquier sujeto social. O dicho de otra forma “género hace referencia al género
masculino y al género femenino. Género no es igual a mujer; y es que los hombres
también tienen género.
Sin embargo, algunos autores están comenzando a cuestionar esta clara, y en cierta forma
simplista, distinción entre sexo y género; en definitiva, entre naturaleza y cultura. Aún
reconociendo el valor para la práctica política del desenmascaramiento del fundamento
sociocultural de las definiciones y discriminaciones de género, empiezan a aparecer
planteamientos más complejos, que pretenden tener en cuenta elementos socioculturales
y biológicos; así como las mutuas interacciones que se dan entre ellos. Tal y como señala
Carmen Magallón, ahora pensamos que se necesita una mirada recursiva y relacional, un
acercamiento menos dicotómico para lograr una mejor comprensión de las relaciones
entre naturaleza y cultura.
Cosmovisión de género
Cada sociedad y cada persona tienen su propia concepción de género. Es parte de
su visión del mundo, de su historia y de sus tradiciones. Toda concepción de género se
conjuga con las otras visiones que conforman las identidades culturales y las de cada
persona, los valores imperantes y las motivaciones para la acción. Así se integran
las cosmovisiones de género, sociales y personales.
Las ideas, los prejuicios, los valores, las interpretaciones, las normas, los deberes y
las prohibiciones sobre la vida de las mujeres y los hombres conforman las cosmovisiones
particulares de género, que son siempre etnocentristas. Cada persona se identifica con la
cosmovisión de género de su mundo y la cree única valedera, universal.
En cada persona convergen cosmovisiones de género diversas, y en parte sus
concepciones, valores y juicios son de origen milenario, en parte se generaron hace unos
siglos, otras provienen del racionalismo científico y otras más se estructuran en el
contacto con acontecimientos más recientes y con la televisión.
La cultura, como vivencia social, y la subjetividad de cada quien, se organizan de manera
sincrética: en ellas coexisten eclécticamente y produciendo mayor o menor tensión,
aspectos de diversas cosmovisiones en general, y de las cosmovisiones de género en
particular. Además, a lo largo de su vida cada quien modifica su cosmovisión de género a
medida que cambian la sociedad y los valores y que la experiencia personal se acrecienta.
Perspectiva de Género
En la academia, en los movimientos y organizaciones feministas, en las organizaciones
ciudadanas y también en los organismos públicos e internacionales, se desarrolla una
visión explicativa y alternativa de lo que acontece en el orden de géneros. A esta visión
analítica encauzada hacia la acción institucional y civil se le conoce, precisamente,
como Perspectiva o enfoque de Género. Ya se acepta que quien se ubica en esa
perspectiva hace referencia a la concepción que sintetiza las teorías y las filosofías
liberadoras desarrolladas a partir de las contribuciones feministas a la cultura y a la
política.
La Perspectiva de Género permite enfocar, analizar y comprender las características que
definen a mujeres y hombres de manera específica, así como sus semejanzas y
sus diferencias. Desde esa perspectiva se analizan las posibilidades vitales de unas y otros,
el sentido de sus vidas, sus expectativas y oportunidades, las complejas y diversas
relaciones sociales que se dan entre ambos géneros; también los conflictos institucionales
y cotidianos que deben encarar, y las múltiples maneras en que lo hacen.
Contabilizar los recursos y la capacidad de acción de mujeres y hombres para enfrentar las
dificultades de la vida y realizar sus propósitos, es uno de los objetivos de ubicarse en
la Perspectiva de Género, y uno de sus resultados más prometedores.
Creación de cultura
La Perspectiva de Género es uno de los pocos caminos de creación cultural que en la
historia humana han alcanzado el dinamismo y la adhesión democrática en la construcción
teórico-política. Hoy, la Perspectiva de Género es parte inseparable de uno de los procesos
socioculturales más valiosos por su capacidad de movilizar a mujeres y hombres,
instituciones y organismos de diversas clases, y por los frutos que ha producido. Forma
parte del bagaje de la cultura feminista que dio igualmente origen a las búsquedas
masculinas para eliminar la opresión genérica, y constituye sin lugar a dudas la mayor
aportación de las mujeres a la cultura.
Desde la Perspectiva de Género se diseña una infinidad de propuestas, programas y
acciones alternativas, oficiales y civiles, para afrontar los problemas sociales generados en
la opresión de género, la disparidad entre los géneros y la inequidad y la injusticia
resultante. Hoy, millones de seres humanos, sobre todo mujeres, abren en la Perspectiva
de Género caminos inéditos para construir alternativas a su estrechez y sus carencias, a la
injusticia y la violencia, a la pobreza, la ignorancia y la insalubridad.
Aunque con resultados desiguales, destaca en esa senda la realización de opciones
ideadas por las mujeres mismas. En medio de incomprensión y hostilidad, e incluso de
acciones con antiperspectiva de género, las acciones públicas y civiles y la participación
social y política que ellas impulsan, les han permitido ser destinatarias, beneficiarias y
protagonistas de procesos políticos particularmente importantes por sus alcances, y por
los cambios de mentalidad y actitud de los que son producto al tiempo que inciden en
ellos.
La ley y la realidad
Desde la Perspectiva de Género se derrumba la creencia en que la igualdad entre los sexos
establecida en la ley corresponde con la realidad social cotidiana. Así es posible
comprender que las leyes, las normas y los mitos culturales expresan de diversas formas
hechos que existen parcialmente, que provienen de eras pasadas o que son simplemente
utópicos, pero que atestiguan necesidades y deseos de igualdad reprimidos o
subordinados, expresados como si en la realidad actual ocurrieran cosas de las que no se
tiene experiencia ni práctica de vida. Descubrir las razones de que eso suceda y las formas
en que ocurre, puede conducir a desmontar concepciones míticas y mágicas del mundo y
de las relaciones humanas.