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CULTURA MAYA

La civilización maya es sin duda la más fascinante de las antiguas culturas


americanas. Ciertamente, en ninguna de ellas se halla un esplendor
artístico e intelectual parangonable al alcanzado por la cultura maya
durante el llamado «Viejo Imperio» o periodo Clásico (250-900 d.C.),
resultado de un desarrollo que había empezado al menos en el siglo IV a.C.
y que tuvo su principal foco de irradiación en la ciudad de Tikal, tan
impresionante por sus dimensiones como por su monumental urbanismo. El
sorpresivamente abrupto y enigmático final del Viejo Imperio, cuyas
ciudades fueron repentinamente abandonadas y cubiertas por la selva, ha
hecho correr ríos de tinta y es todavía hoy objeto de especulaciones.

Tras el colapso de su área central, el mundo maya gravitó hacia el norte:


en el Yucatán, las ciudades de Chichén Itzá y Mayapán ostentaron
sucesivamente la supremacía en el transcurso del «Nuevo Imperio» o
periodo Posclásico (900-1500), a la vez que la cultura maya asimilaba las
influencias toltecas en una época todavía brillante en realizaciones. A
mediados del siglo XV, sin embargo, la caída de Mayapán dio paso a un
panorama de disgregación política y decadencia irreversible que facilitaría
la conquista española.

El área geográfica de la civilización maya puede visualizarse como una


región bien definida, la península del Yucatán, imaginariamente extendida
por su base hasta la costa del Pacífico. Sus 320.000 kilómetros cuadrados
abarcan territorios que hoy corresponden a Guatemala, Belice, el sur de
México (estados de Yucatán, Campeche, Quintana Roo, Tabasco y Chiapas)
y el oeste de Honduras y El Salvador.

Esta vasta superficie comprende áreas muy distintas en cuanto a


climatología y recursos. La llanura de la costa del Pacífico, cálida y lluviosa,
posee suelos muy fértiles, poblados por una flora y una fauna típicamente
tropicales y surcados por numerosos y cortos ríos, que nacen en las
cercanas montañas. La Tierras Altas (o Altiplano) constituyen una zona
montañosa y boscosa de clima frío o templado; sus volcanes, de altitudes
superiores a los cuatro mil metros, aportaron materiales básicos para el
desarrollo tecnológico de las diferentes culturas mesoamericanas: la
obsidiana, que se utilizaba para cortar, o la andesita, que sirvió para
fabricar instrumentos de molienda.
Pero fue en las calurosas Tierras Bajas donde la civilización maya, de forma
sorprendente, alcanzó su mayor esplendor. Las selváticas Tierras Bajas del
Sur incluyen las cuencas de los ríos Usumacinta y Motagua y el lago Izabal,
como líneas esenciales de comunicación y de relaciones comerciales, y la
región de El Petén, con lagos y pequeños ríos en superficie y una
abundante vegetación típica de la selva tropical lluviosa, con gran riqueza
de especies vegetales y animales.

En las Tierras Bajas del Norte, área coincidente con la península de


Yucatán, la escasa pluviosidad y el reducido número de corrientes de agua
superficiales, sumados a suelos mayoritariamente calizos con profusión de
cursos de agua subterráneos, se traducen en una flora donde domina la
presencia del bosque bajo y los matorrales. Tales factores
medioambientales condicionaron tanto el desarrollo como los
asentamientos de los mayas, ya que sólo allí donde había cenotes (grandes
pozos naturales de agua) fue posible el establecimiento y la estabilización
de las poblaciones.

La presencia humana en esta región, obviamente, es muy anterior al


florecimiento de la civilización maya. Los primeros vestigios datan del
periodo Lítico, entre los años 12000 y 6000 a.C., y dan fe de la presencia
de cazadores en el Altiplano y de asentamientos en zonas costeras.
Durante el periodo Arcaico, entre los años 6000 y 2000 a.C., se inició el
cultivo de plantas como el maíz, la calabaza y el frijol, que llegarían a ser
básicas en la dieta de subsistencia del área mesoamericana; surgieron
aldeas sedentarias sin trazas de jerarquía interna y con poca complejidad
social y política que convivieron con poblaciones cazadoras y recolectoras.
Es preciso subrayar que en ningún caso cabe hablar aún de características
capaces de diferenciar la cultura maya de los numerosos pueblos que en
ese momento habitaban en la región mesoamericana.

El periodo Formativo o Preclásico (2000 a.C. - 100


d.C.)
Tanto la mayor complejidad social como la diferenciación entre culturas
empezaron a evidenciarse en el periodo Formativo o Preclásico, entre los
años 2000 a.C. y 100 d.C. Para facilitar la comprensión de las significativas
variaciones que presenta esta etapa, cabe dividirla en tres subperiodos:
Temprano, Medio y Tardío.

El inicio del periodo Formativo Temprano se vincula a una serie de cambios


fundamentales, entre los cuales destaca el paso definitivo al sedentarismo,
claramente asociado al desarrollo de la agricultura. Las poblaciones que
vivieron en aquel periodo ocuparon pequeños asentamientos o convivieron
en aldeas compuestas por una serie de plataformas bajas sobre las que se
alzaban chozas de materiales perecederos con una lumbre en su interior.
Bajo los suelos de las viviendas solían realizarse enterramientos simples,
con las connotaciones rituales que ello comportaba, y se elaboraba ya una
cerámica rudimentaria.

Estos poblados se desarrollaron en un limitado espacio costero próximo a


pantanos y esteros; las primeras evidencias de aldeas, cerámica y
agricultura proceden de la costa del Pacífico y se remontan al periodo
comprendido entre los años 1850 y 1650 a.C. Tales rastros de
sedentarización están muy vinculados a desarrollos similares, como las
culturas del istmo de Tehuantepec y los olmecas, pueblo que se asentó en
el Golfo de México. En el transcurso del periodo Formativo Temprano
aparecieron sociedades de carácter caciquil, con diferenciación social
interna y centros jerarquizados, algunos de los cuales llegaron a tener
hasta mil doscientos habitantes y contaban con estructuras de rango, como
las que se aprecian en el poblado de Paso de la Amada, en Chiapas.

De las aldeas a los centros ceremoniales

La cultura maya comienza a despuntar durante el periodo Formativo Medio,


entre los años 1000 y 400 a.C., cuando surgieron los primeros indicios de
lo que más tarde sería una sociedad compleja: construcciones públicas y
ofrendas funerarias diferenciadas. En algunas zonas, como la costa del
Pacífico y lugares cercanos, la transformación pudo deberse a una fuerte
relación con el mundo olmeca, que ya poseía escultura monumental e
incluso escritura jeroglífica muy temprana. Esta comunicación intercultural
no se limitó, con todo, a las áreas del Golfo más próximas a los olmecas,
como certifica el hecho de que numerosos objetos de jade y cerámicas
pertenecientes al estilo olmeca hayan aparecido diseminados por buena
parte de la zona maya y, en general, por toda Mesoamérica.

De gran importancia durante este periodo fue el incipiente establecimiento


de la población en las Tierras Bajas del Sur, que se inició en lugares como
Tikal, Ceibal, Uaxactún, Nakbé y Copán. Sin duda, sus moradores eran
originarios de las Tierras Altas mayas y exportaban a estas nuevas áreas
patrones culturales tales como la dieta alimentaria, la forma de las
viviendas, la utilización del espacio o los tipos de enterramiento.
Investigaciones arqueológicas como las practicadas en Nakbé y El Mirador,
en Guatemala, han revolucionado el concepto que se tenía sobre los inicios
de la civilización maya. Con ellas se ha documentado que el antiguo patrón
de sociedades igualitarias, organizadas en torno a pequeñas aldeas
campesinas, fue sustituido por el de centros de integración social, política y
económica de mayor tamaño antes de lo que se creía. Entre los años 600 y
400 a.C., en diversos lugares de las Tierras Bajas centrales hubo una
arquitectura pública que construyó complejas plataformas y pirámides, con
funcionalidades que iban desde la meramente cultual y dedicatoria hasta la
posible actividad religioso-astronómica, como en el caso de los complejos
de conmemoración astronómica.

La gestación de los rasgos distintivos mayas

En el periodo Formativo Tardío, entre los años 400 a.C. y 100 d.C., se
perfilaron con mayor claridad los rasgos que definirían la cultura maya
clásica. La población aumentó considerablemente, se construyeron grandes
templos sustentados sobre amplias plataformas (decorados con
mascarones de estuco de rica iconografía, un fiel reflejo del poder adquirido
por los gobernantes) y calzadas que unían los conjuntos arquitectónicos
más significativos de una misma ciudad.

Las inhumaciones de la clase dominante incluían ricos ajuares funerarios en


que no faltaban lujosos enseres importados; las conchas marinas, los
objetos de jade, las espinas de mantarraya y la cerámica ritual se
acumulaban en los enterramientos de los grandes señores. Esta práctica
funeraria indica la existencia de una sociedad con un notable grado de
jerarquización. También durante el periodo Formativo Tardío se
desarrollaron dos aspectos especialmente característicos de la cultura
maya: la escritura jeroglífica y una escultura cuyo estilo artístico anuncia el
que sería propio del periodo Clásico.

A pesar del progresivo engrandecimiento de ciertos lugares como Tikal, El


Mirador, Cerros y Lamanai en las Tierras Bajas, donde se construyeron
algunas de las pirámides más espectaculares de toda la historia maya, la
mayor concentración de poder político y económico no se localizó en aquel
momento en esta región, sino más al sur, en lugares como Kaminaljuyú
(Guatemala), Izapa y Chiapa de Corzo (Chiapas), Abaj Takalik (Guatemala)
y Chalchuapa (El Salvador), todos ellos en la franja meridional del área
maya.

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