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Isaac Heriberto Ortega Cortés

Literatura Iberoamericana 3
Profesora Carmen Galindo
Misticismo y religión: la poesía de César Vallejo a través de la obra de Hildegard von

Bingen.

Sucede que la literatura es un Universo donde las fuerzas confluyen y se intersectan, también,

como el mito para Lévi-Strauss o el rizoma para Deleuze y Guattari; es decir, es la literatura

un ciclo de centros no-fijos, que se conectan entre sí dando como resultado una

superestructura inefable, hermosa y con un sinfín de posibilidades, que empero al ser cíclicas,

tienden a reelaborarse, a reincidir, mas resulta que lo hacen actualizándose, resignificándose.

El presente texto tomará en cuenta la poesía escrita por César Vallejo y la comparará

con lo escrito en su tiempo por la monja (que muy adelantada a sus contemporáneos) para

hacer una interpretación de los simbolismos usados por Vallejo, a través de la erudita lente de

la Santa et Doctora de la Iglesia católica.

Ahora bien, importa esclarecer quién fue quién y qué tanto hizo por el mundo cada uno

de los autores a tratar, a razón de entender el porqué es útil comparar sus literaturas, o mejor

dicho, utilizar la de la más antaña para entender la del más contemporáneo. Hildegard von

Bingen nació en el año mil noventa y ocho (y tómese este dato harto en cuenta para notar la

sofisticada y vanguardista manera de pensar de esta mujer) en las cercanías del río Rin,

progenie de una familia noble et acomodada. Al ser la décima hija, fue consagrada a la vida

religiosa. Mujer enfermiza toda su vida, comenzó a tener visiones desde muy joven, cuestión

que la mujer noble (a quien se encargó su primera instrucción en latín y conocimiento del

canto grregoriano) Judith de Spanheim (o Jutta) tomó harto en cuenta y buscó la manera de

guiarla por un buen camino. Toda vez que Hildegard alcanzó la edad de catorce años, su

institutriz y ella se enclaustraron en el monasterio de Disibodenberg. Unos años después,

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Jutta murió e Hildegard, a pesar de su aún corta edad, fue elegida ​magistra unánimemente. Fu

en este período donde se desarrolló tanto espiritual, como intelectual y filosóficamente,

dejando tras ella una enorme huella difícil de ser borrada, la cual incluye trabajos sobre

ciencia, alquimia, filosofía, teología y mística religiosa1

Por otro lado, tenemos al craso poeta que fue César Vallejo, nacido a finales del siglo

diecinueve, ocho siglos después que Hildegard von Bingen. Su vida fue poco más que

interesante, pues su interés en el ​romanticismo ​lo llevo a hacer su tesis de ​Bachiller sobre

aquel tema. Publica hacia 1918 su primer libro Los heraldos negros​, el cual encierra su

poética subsecuente de manera asaz precisa, según la crítica, su prosa era más bien visceral,

con un mal cuidado de la forma, prefiriendo apelar a ​lo sensible2. Esto lo vuelve un poeta

perfecto para ser analizado tras el paradigma hildegardiano de ​lo sensible​, pues aquesta mujer

escribió sus trabajos apelando completamente a su espíritu y su sensibilidad, dejando de lado

lo formal (sépase que ella no sabía escribir latín por lo cual necesitó un escribano que le

trascribiera sus ideas).

Ahora bien, entrando en materia, el análisis de la poética -por lo elucubrador que

resulta- se centrará en diversos poemas de ​Los heraldos negros ​de Vallejo, y se procesará la

información brindada de manera bruta mediante la visión de la brillante abadesa por mor de

lograr una interpretación nueva de la obra de Vallejo.

El primer ejemplo a analizar (cabe esclarecer que ninguno más ni menos importante

que el anterior) es el de ​Absoluta, un poema en el cual Vallejo habla de la comunión santa et

hasta mística con Dios:

«Mas ¿no puedes, Señor, contra la Muerte

1
Cirlot, 2001, pp. 35-93.
2

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Contra el límite, contra lo que acaba?

Ay! la llaga en color de ropa antigua,

Cómo se entreabre y huele a miel quemada [...]

Oh unidad excelsa! Oh lo que es uno

Por todos.

Amor contra el espacio y contra el tiempo!

Un latido único de corazón;

Un solo ritmo: Dios!»3

El poema es evidente en su tema, pues focaliza en la idea de la eternidad de Dios, así como en

la comunión, en ése amor ágape que siente el asceta hacia su creador, hacia la ​sustancia

divina.​ Puédese tratar de una visión. Para aclarar un poco este punto, me remitiré a un breve

pasaje de la Primera visión del ​Libro de las obras divinas de von Bingen, el cual en el

apartado cuarto, enuncia lo siguiente:

​El ancho círculo dorado que rodea completamente la cabeza de la misma faz,
quiere decir que la fe católica, difundida por toda la tierra, surge con el extraordinario
resplandor de la primera aurora. Esta fe abraza con toda su devoción la excelencia de
esta generosidad del amor verdadero, cuando Dios redimió el hombre por la vía de la
Encarnación de su Hijo, y lo confirmó con la infusión del Espíritu Santo. Así, el
único Dios se reconoce en su Trinidad. Él, el Dios sin principio en el tiempo, Él, el
Dios que, desde toda la eternidad, estaba incluido en su deidad. En el mismo círculo,
más arriba de la primera cabeza, se ve otro rostro, el de un anciano. Significa que la
excelsa benevolencia de la divinidad, sin origen ni término, viene en socorro de los
creyentes. El mentón y la barba rozan el cráneo del primer rostro, ya que la
divinidad, al disponer y proteger todas las cosas, alcanza la cumbre de la suprema
caridad, al determinar que el Hijo de Dios, en su Encarnación, recondujera al hombre
perdido a su hogar, al Reino de los cielos.4

3
Vallejo, 1919, p. 81
4
von Bingen, 2002, p. 33-34

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Es decir, la comunión con Dios es asumida por Vallejo como ese desapego del mundo

terrenal, esa «unidad excelsa», ese desasirse de lo que aparenta mas no es, pues la única

Verdad es uno mismo con Dios, ese eterno y resplandeciente fuego que une como«un latido

único de corazón», aquel encontrarse tan en paz de estar en el ritmo que Dios requiere para

hacerse uno con sus hijos, ese mismo ritmo que brindó aquellas místicas visiones a

Hildegard. También sucede que unos renglones atrás, von Bingen relata la existencia de

Dios como todo lo contrario a la muerte, Mortem ​Deus vincit​, o como menciona la abadesa:

«Todas las cosas en su esencia están vivas y no han sido creadas en la muerte,

porque Yo soy vida [...] Soy vida íntegra y perfecta, que no ha manado de las piedras,

ni florece de las ramas ni tiene origen gracias a la semilla de un macho, sino que

todo lo que es vital ha brotado de Mí» es decir, Dios puede contra la ​Muerte,​ contra ​el

límite,​ contra ​lo que acaba.

Ahora bien, el siguiente poema es un mucho más evidente, pues sus intenciones son

claras y se delata desde el comienzo, pues se intitula ​Dios​:

«Siento a Dios que camina

Tan en mí, con la tarde y con el mar.

Con él nos vamos juntos. Anochece.

Con él anochecemos, Orfandad.

Pero yo siento a Dios. Y hasta parece

Que él me dicta no sé qué buen color.

Como un hospitalario, es bueno y triste;

Musita un dulce desdén de enamorado:

Debe dolerle mucho el corazón.

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Oh, Dios mío, recién a ti me llego,

Hoy que amo tanto en esta tarde; hoy

Que en la falsa balanza de unos senos,

Mido y lloro una frágil Creación.

Y tú, cuál llorarás…, tú, enamorado

De tanto enorme seno girador…

Yo te consagro Dios, porque amas tanto;

Porque jamás sonríes; porque siempre

Debe dolerte mucho el corazón».5

Este poema en tanto que más explícito, parece más sencillo, empero encierra figuras e

imágenes muy lindas y complejas.

Regresa esta idea de un Dios que vive en uno, que inunda al Ser de toda su inmensidad,

es decir, un Dios que es uno con su hijo el Hombre. Hildegard, por su parte, menciona todo

esto de la siguiente manera:

​El rostro humano que aparece en el punto extremo de la curvatura del ala
izquierda brilla como refulgen las estrellas. He aquí el significado: cuando, llegados a
la cima de la humildad victoriosa nos consagramos a la defensa de nuestro Creador,
cuando rechazamos todos los ataques que embisten el flanco izquierdo, entonces
adoptamos el rostro humano. Nos apartamos de la existencia bestial, para vivir
conforme a la dignidad que nos enseña la naturaleza del hombre. Revelamos así
nuestras buenas intenciones en las obras justas y buenas, y brillamos como lo hace un
extraordinario manantial luminoso6.

5
Vallejo, ​op. cit.​ p. 94.
6
von Bingen, ​opm cit. p. 36

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Es decir, la figura humana es una versión degradada o bestial de Dios, la cual aspira a esa
perfección por medio de los sufrimientos en vida y las experiencias parecidas a las del hijo de
Dios, una vida ejemplar que purifique al bestial modelo que nace humano.
Ahora bien, el amor por su progenie provoca que el Creador sacrifique hasta el más último
gramo de su perfección, pues «jamás sonríe, siempre debe dolerle mucho el corazón», esto es
lo contrario a lo propuesto por von Bingen.
Este texto ha dado un breve esbozo de la poiesis del artista místico, del poeta
consagrado al amor de Dios, al más puro estilo de San Juan de la Cruz o Santa Teresa,
quiened por mor de su cercanía con el Creador, han podido hacer tan crasa obra
místico-filosófica condensada en versos. Esta poiesis ha sido apoyada y sustentada con lo
proyectado por las visiones de Hildegard von Bingen, para tratar de entender las
implicaciones y las figuras que nos brinda el craso César Vallejo, un poeta, como la abadesa
mística (von Bingen) muy adelantado a su tiempo.

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Bibliografía

De Binguen, Santa Hildegarda. 2013. ​Libro de las causas y remedios de las enfermedades.
trad y edic. José María Puyol y Pablo Kurt Rettschlag Hildegardiana, Madrid.
Vallejo, César. 1919. ​Los heraldos negros. ​Editora Perú Nuevo Lima, Lima.

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