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Probablemente haya poca necesidad de destacar la importancia general del matrimonio y la familia.
Tales instituciones sociales han existido en todos los lugares y en todos los tiempos como consta en la
historia. Incluso ahora, pese a lo que se dice en ciertos ámbitos sobre su disolución, la familia y las
relaciones conyugales, aunque en constante transformación, siguen claramente vigentes.
No obstante, se han modificado las expectativas sobre el matrimonio y la familia, sobre todo cuando
se compara a la familia tradicional con los cambios radicales que ha habido en este esquema. Para el
matrimonio y la familia, la diversidad de esquemas aceptados (cohabitación, familias no totalmente
consanguíneas, familias monoparentales y familias de 2 y 3 generaciones) constituyen un motivo de
incertidumbre, inestabilidad y ansiedad. Con todo, tal diversidad ofrece una riqueza de soluciones que no
proporcionaría un esquema más rígido. A cualquiera que participe en una terapia familiar o de pareja debe
advertírsele que no considere a la familia desde una sola perspectiva.
50 a 60 años de edad
1. Se establece en la vida que eligió en la década anterior
2. Acepta aquello en lo que se ha convertido
3. Enfrenta la condición de abuelo
4. Enfrenta temas relacionados con la vejez y la mortalidad
Coalición de la pareja
El aspecto medular de la familia es la coalición de la pareja, es decir, el trabajo conjunto de ambos
cónyuges. Este término supone que los esposos han podido desprenderse apropiadamente de los lazos que
los unían con su familia de origen y han logrado desarrollar su propia individualidad y valía personal, y una
identidad como pareja. El matrimonio no es solamente la unión de dos individuos; también es una síntesis
de sus familias de origen, cada una de la cuales tiene sus propias experiencias, historia, estilo de vida y
actitudes. Uno se casa no sólo con un individuo, sino también con la familia de origen de esa persona. Aun
cuando el clan familiar (o familia extendida) no esté presente físicamente, las pautas que experimentaran
los cónyuges en su familia de origen influyen de manera inevitable en sus interacciones conyugales y
familiares actuales.
El proceso de establecer una relación conyugal satisfactoria exige acuerdos compartidos entre las dos
partes relacionadas. Tales convenios pueden consistir en reglas explícitas, implícitas (que la pareja
acordaría si fuera consiente de ellas) y aquellas que un observador advertiría, pero que la pareja
probablemente negaría. Las reglas centrales o básicas de las relaciones interpersonales se dan en las 5
dimensiones que se aprecian en el cuadro 2-3, las cuales determinan la calidad de una relación.
Las parejas que armonizan en variables como nivel socioeconómico; antecedentes religiosos, étnicos y
raciales; y actitudes y valores políticos y sociales suelen ser más afortunadas que las parejas que no tienen
una buena correspondencia en estas variables. Sin embargo, la disimilitud y complementariedad de los
estilos de personalidad pueden, en la práctica, mejorar una asociación, lo mismo que otros intereses
secundarios. El factor determinante al parecer es que exista una correspondencia entre roles y metas,
es decir, alcanzar una determinada meta, ya sea que uno tenga que optar por una pareja que sea igual o
diferente a uno mismo. Los factores relacionados con el temperamento y la personalidad son otro conjunto
de determinantes clave.
En 2 estudios recientes, se analizan los mejores indicadores de un buen matrimonio. Markman, citado
en Talan, señala que éstos "comprenden comunicación, capacidad para resolver conflictos, compatibilidad
de personalidades, expectativas realistas y acuerdo sobre valores religiosos". Lo que es común en ambos
estudios es la capacidad de las parejas para resolver las diferencias y comunicar necesidades diferentes.
En la experiencia de los autores de esta obra, los matrimonios que parecen más estables en el tiempo son
aquellos en que cada miembro de la pareja está dispuesto a que el otro influya sobre uno y a compartir el
poder. Entre los indicadores de divorcio se hallan "las evasivas, la crítica, la actitud defensiva y el
desprecio del cónyuge".
TAREAS DE LA FAMILIA
A las familias puede considerárselas como laboratorios que permitirán el desarrollo y mantenimiento
social, psicológico y biológico de los integrantes de la familia. Al realizar esta función, las parejas y
familias deben llevar a cabo tareas vitales, entre las que se hallan la satisfacción de las necesidades
físicas básicas (alimentación, refugio y vestido), el desarrollo de una coalición familiar y la socialización
de los hijos, y la resolución de crisis que puedan surgir en relación con la enfermedad y otros cambios de
vida.
RELACIONES SERIALES
Algunas personas desarrollan una pauta de vida basada en relaciones secuenciales, lo que comprende
varias relaciones serias de largo plazo y puede incluir varios matrimonios con la creación y disolución de 2
o 3 unidades familiares. A menudo resulta difícil determinar si este modelo indica problemas emocionales
y temor al compromiso, o un auténtico crecimiento personal.
COHABITACIÓN
En menos de una generación, el hecho de que 2 personas vivan juntas como amantes no casados ha
pasado de ser un escándalo a un aspecto normativo en EUA. Las parejas cohabitan por diversas razones,
entre las que se hallan la conveniencia, un matrimonio a prueba y un acuerdo de compromiso permanente
en el cual, por motivos emocionales o económicos, una pareja opta por no establecer un contrato conyugal
legal. La duración media de la cohabitación en EUA es de 1.3 años, y 59% de estos acuerdos terminan en
matrimonio. Las parejas que cohabitan cuentan con las ventajas y las desventajas de un contrato de
relaciones poco riguroso, lo que incluye una sensación de libertad, de estar vigentes y de incertidumbre.
Aunque las tareas básicas de una coalición de pareja (p.e., enfrentar la intimidad, el poder, los límites, la
sexualidad) están presentes como en el caso de las parejas casadas, la cohabitación, por definición, supone
límites más permeables con el mundo externo, lo mismo que cierto acuerdo en consideraciones como la
permanencia —P.e., el significado de su condición.
Aproximadamente 40% de las parejas que cohabitan viven con hijos de uno o ambos integrantes en una
familia no totalmente consanguínea. En algunas investigaciones, se señala que no debe ignorarse el hecho
de que vivir con un padre biológico y su amante es una situación sumamente difícil para los hijos, a quienes
se les pide que se relacionen con una persona que puede abandonarlos y que no tiene derechos reales para
disciplinarlos o criarlos. Algunas evidencias indican que son más probables las agresiones físicas y sexuales
cuando en el hogar hay un adulto con quien no se tiene una relación biológica. En la medida de lo posible,
la cohabitación en casa con hijos producto de relaciones anteriores debería limitarse a parejas
permanentes o que están a punto de casarse.
SEPARACIÓN CONYUGAL
La separación es una crisis de la vida familiar más o menos común. Aunque resulta emocionalmente
traumática para los individuos implicados, puede servir como oportunidad para evaluar de nuevo el
contrato conyugal y las metas individuales. La separación durante las primeras etapas de un matrimonio
quizá se deba a que lo que unió inicialmente a la pareja, producto de la pasión o el capricho, carecía de
bases sólidas y terminó por desvanecerse con la convivencia diaria, lo que genera "desilusión y falta de
disposición a tratar de resolver los problemas. Para quienes se ven orillados a casarse como consecuencia
de un embarazo, las recriminaciones posteriores sobre las razones de la unión tal vez acarreen un periodo
tormentoso. Algunas personas se casan para alejarse del hogar paterno o por desesperación de que nunca
serán capaces de atraer a alguien más que se interese seriamente en ellas. Cuando pierden fuerza estos
motivos subyacentes, los fundamentos del matrimonio se ven socavados. Hay muchas otras razones para
que dos personas se separen, entre las que se hallan problemas psicológicos graves de uno u otro individuo,
incompatibilidad y aventuras extramatrimoniales.
Para algunas parejas, las diferencias en el desarrollo adulto desembocan en una situación en la cual las
dos personas ya no tienen mucho en común. Los cónyuges cuyos hijos han crecido y abandonado el hogar
tal vez no se acostumbren tan fácilmente a vivir juntos solos como matrimonio. Una vez que ha disminuido
o desaparecido el rol paterno, es posible que quede poca viabilidad emocional o funcional en el matrimonio.
Si bien es natural pensar en la separación conyugal como un hecho desafortunado, la separación y su
posterior resolución pueden considerarse como aspectos que ofrecen un potencial de crecimiento y
transformación positivos. Ofrecen a la pareja la oportunidad de examinar con toda objetividad su relación.
Al mismo tiempo, los individuos se hallan en condiciones de poner a prueba su capacidad para adaptarse a
vivir solos. Esta separación, junto con las nuevas experiencias de vida de índole diversa, con frecuencia
permite que marido y mujer modifiquen los comportamientos y emociones que tienen uno por otro en el
momento en que llegan a la reconciliación. Si los integrantes de la pareja son incapaces de comunicarse o
aprender uno de otro, la separación no resultará de gran ayuda, independientemente de si la pareja se
reconcilia o no. La experiencia clínica señala que cerca de la mitad de las parejas que se separan vuelven
a unirse. Alrededor de la mitad de esas parejas termina por divorciarse posteriormente.
DIVORCIO
El índice de divorcios en la mayor parte de los países industrializados ha ido en aumento, aunque desde
mediados del decenio de 1980-89, ha mostrado indicios de haberse estabilizado. Si una relación conyugal
ya tiene el tiempo suficiente como para que se haya formado un verdadero apego (se considera que unos
2 años es un periodo razonable para ello), el divorcio es una de las experiencias más dolorosas en la vida
de cualquier persona. Se incluye aquí un análisis del divorcio porque, en muchas ocasiones; el divorcio es
un paso positivo en el desarrollo de vida de un individuo o de una familia. Muchos divorcios se inician cuando
uno de los cónyuges es agresivo física, sexual o verbalmente. Terminar una unión de esta naturaleza suele
ser parte de un proceso de maduración.
El divorcio es un proceso y no un hecho que suceda de pronto y se caracteriza por tener su propia
trayectoria de desarrollo. En realidad, representa una de una serie de transiciones que comienzan con la
insatisfacción conyugal y que quizá lleven o no a su fin el matrimonio. Diversos autores han delineado las
etapas del divorcio, las cuales aparecen en el cuadro 2-5.
CUADRO 2-5. ETAPAS DEL PROCESO DE DIVORCIO
1. La fase previa al divorcio, comprende desilusión e insatisfacción crecientes con el matrimonio y la
consideración inicial de la posibilidad de divorciarse.
2. La separación misma, consiste en mudarse de casa y enfrentar el pesar inmediato. Para muchas
personas, se trata de un período de gran angustia emocional, confusión y dolor ("periodo desquiciante").
3. El divorcio, que suele ocurrir al año o a los dos años siguientes. Durante este lapso, cada integrante
de la antigua pareja enfrenta la reorganización de su estructura de vida, los aspectos relacionados con
la paternidad o maternidad, la reorganización de las finanzas y la familia, su nueva condición en la
comunidad y los asuntos legales derivados del divorcio.
4. Para cada ex cónyuge, esta fase entraña reformar la identidad en el sentido de dejar de ser parte
de una pareja y convertirse en una persona soltera (el divorcio psíquico). Las parejas que tienen hijos
deben hallar formas de mantenerse en comunicación como padres mientras se separan como pareja.
Aunque para algunas parejas el divorcio es una decisión mutua y relativamente libre de culpa, en casi
todas las parejas uno de los integrantes desea el divorcio más que el otro. Por lo común la parte rechazada
se siente profundamente herida y lastimada, y el que rechaza suele reaccionar con culpa y, por tanto, no
es capaz de lamentar las pérdidas reales. Entre las reacciones posteriores puede haber luchas feroces
por la patria potestad de los hijos, por el dinero o por la versión de lo que salió mal —estas batallas quizá
tengan como finalidad el castigo o la venganza, o incluso llegan a constituir una forma de mantener el
contacto con el cónyuge—. Para muchas personas, el apego (la necesidad de saber dónde está la otra
persona, sentirse seguro en presencia del otro) puede durar mucho tiempo después de que se han perdido
el amor o el respeto, lo que genera intentos confusos de revinculación. El proceso de llegar a aceptarse
uno mismo, reconocer la parte que a uno le corresponde en la disolución matrimonial y empezar a salir de
nuevo con otras personas son aspectos que suelen provocar gran ansiedad.
Aún hay muchas interrogantes sobre si la formación de la identidad resulta más difícil y las relaciones
amorosas más complicadas para los hijos del divorcio, o si la incidencia en cierto modo mayor de problemas
en estos individuos se debe a un divorcio enconado y a las tensiones financieras resultantes. Sin embargo,
independientemente de si los hijos del divorcio tienen mayores problemas, un hogar tradicional constituido
por dos padres que son afectivos, no tienen conflictos y son estables, aún sigue siendo la mejor
combinación para padres e hijos.
FAMILIAS BINUCLEARES
Si ambos progenitores están interesados en participar en la crianza del hijo después del divorcio, la
cuestión de compartir el tiempo y la toma de decisiones resulta crucial. Desde el decenio de 1970-79 se
han planteado muchas interrogantes sobre el tema de la residencia de los hijos. Originalmente, el axioma
legal "en beneficio del hijo" proponía que uno de los progenitores debía hacerse cargo completamente de
la patria potestad y la toma de decisiones. No obstante, se ha demostrado que esta disposición genera
siempre grados más elevados de desvinculación por parte del progenitor que no recibe la custodia, en
general el padre. Cuando los padres así lo acuerdan, la patria potestad conjunta se ha convertido en la
disposición aceptada de manera general en muchos Estados (EUA). Sin embargo, esto sólo significa poder
de decisión semejante ante la ley. La patria potestad conjunta, en la cual el hijo pasa una cantidad de
tiempo aproximadamente igual en los hogares de ambos padres, tiene tanto ventajas como desventajas.
Entre las diversas modalidades de establecer una patria potestad (física) conjunta se encuentran, cuando
es factible geográficamente, hacer que los hijos alternen las semanas o los días en que vistan a cualquiera
de los progenitores. Pese a la objeción de que tal disposición confunde y afecta a los hijos, para algunos
de éstos resulta, al parecer, una solución aceptable.
El aspecto más importante para los hijos probablemente sea mantener un contacto regular con cada
uno de sus padres; esta ventaja puede ser mayor que las desventajas de tener dos hogares. Con todo, si
los padres no hallan la manera de criar a sus hijos de manera amistosa, la sensación de deslealtad hacia
cada progenitor y el caos de hallarse entre dos estilos de vida muy diferentes son muy difíciles de
enfrentar para los hijos, en cuyo caso tal vez convenga reconsiderar la patria potestad con residencia
exclusiva y visitas amplias.