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ALAS ROJAS

Prólogo
    La exploració n del Cosmos, y en particular, la salida del Hombre al espacio,
merecerá n sin duda alguna un capítulo especial en el grueso volumen de la
Historia de la Ciencia y la Tecnología. La Astroná utica, una ciencia nueva que no es
sino la amalgama de otras muchas y cuyo fin es estudiar la metodología del viaje
espacial, se ha convertido en apenas medio siglo en uno de los má s claros ejemplos
de lo que la Humanidad puede llegar a hacer si se reú nen en un momento
determinado las condiciones políticas y econó micas adecuadas.
    El arte de la investigació n espacial, sin embargo, no está al alcance de cualquier
nació n. A mediados del siglo XX, só lo dos campeones de ideología opuesta poseían
los recursos humanos y materiales necesarios para poder adentrarse en este nuevo
y vasto territorio que es el Cosmos. La eterna bú squeda de prestigio, poderío
militar y supremacía ideoló gica, empaparía el relato de las misiones que se
realizaron durante este período, el inicio de lo que coloquialmente hemos llegado a
denominar "Carrera Espacial"..
    Fue una de esas dos naciones, la Unió n Soviética, quien obtuvo las primeras
victorias en esta competició n nunca oficialmente reconocida. El advenimiento del
primer hombre en el espacio -a la sazó n un ciudadano del país comunista-, y una
compleja sucesió n de fracasos políticos como el desastre de Bahía Cochinos,
moverían al entonces Presidente de los Estados Unidos, John F. Kennedy, a tomar
una de sus má s famosas decisiones: América combatiría a la U.R.S.S. en su propio
terreno, viajaría hacia la Luna, y lo haría antes de que finalizase la década. Con este
simple discurso, la "Carrera Espacial" se transmutó en "Carrera Lunar", y el futuro
de la Astroná utica cambió para siempre.
    Los añ os siguientes transcurrieron aú n plenos de éxitos soviéticos. Por eso, los
dirigentes de aquel vasto país no tuvieron inconveniente en anunciar lo que ya era
obvio: frente al reto americano, la U.R.S.S. respondería de forma adecuada con su
propio programa lunar, buscando mantener el liderazgo que tan gloriosamente
había ostentado hasta ese momento. De hecho, hasta 1968, fueron numerosas las
declaraciones que reconocían los progresos de tal proyecto. Pero de pronto, poco
antes del desembarco del Apolo-11, tanta condescendencia se trocó
inesperadamente en negativa total: en la Unió n Soviética jamá s había existido un
programa lunar tripulado
    ¿Por qué este cambio de actitud?
    Para los analistas especializados, al menos, nunca hubo ninguna sombra de duda
sobre su existencia. Estos estudiosos habían reuniendo poco a poco, durante añ os,
las piezas del gigantesco rompecabezas que daba forma a la sucesió n de vuelos y
misiones soviéticas, un listado compuesto por fechas, ó rbitas y hechos
incontestables. Y de sus aná lisis obtuvieron un relato aproximado de lo sucedido;
plagado de errores e imprecisiones, es cierto, pero coherente y enfrentado a la
versió n oficial. Un relato que no podía ser má s claro: la U.R.S.S. había competido
realmente en la carrera má s notable de todos los tiempos y había fracasado en el
empeñ o.
    Por desgracia, la historia no la suelen escribir los analistas. La ignorancia de unos
y las negativas de los otros propiciaron una visió n distorsionada de lo que
realmente sucedió , y ésta es la que permanece aú n en la mayoría de las
enciclopedias y publicaciones no especializadas.
    La Historia, a menudo, favorece poco a los derrotados, así al menos parecen
creerlo estos ú ltimos. No es pues de extrañ ar que sea el bando vencedor quien
haya visto plasmada su hazañ a con una mayor riqueza de detalles, mientras que la
otra facció n, otrora orgullosa de sus avances en la contienda, no haya sabido sino
negar su participació n en ella. Por eso, só lo con la desintegració n de la antigua
U.R.S.S., y tras la desaparició n de toda motivació n patrió tica, ha sido posible
escribir la verdadera historia de un programa que oficialmente no existió .
    La historia de la conquista lunar es uno de los má s fascinantes relatos que la
aventura humana haya producido jamá s. Así pues, ¿por qué no aumentar su
inmensa y emotiva singularidad con la adició n de una nueva y saludable
perspectiva? É ste es el motivo por el cual se ha escrito este libro. La celebració n del
50 Aniversario del Sputnik, y la visió n en el horizonte del 40 Aniversario de la
llegada del Hombre a la Luna, bien merecen el reconocimiento de lo que sucedía
má s allá del Teló n de Acero mientras, un ya lejano 20 de julio de 1969, dos
astronautas pisaban por primera vez la superficie de otro astro.
    El esfuerzo ha sido considerable: ha sido necesario poner en orden y contrastar
numerosas fuentes de muy distinto signo y origen, a menudo con declaraciones y
conclusiones contradictorias. A pesar de todo, los errores que el lector pueda
encontrar en el texto son ú nicamente responsabilidad del autor, quien só lo puede
agradecer a las diversas partes el interés y el esfuerzo por dar a conocer los añ os
oscuros de la cosmoná utica soviética. También debo reconocer el apoyo
incondicional de Jorge Munjé, sin el cual este proyecto no habría tenido sentido, así
como dar las gracias a David Rodríguez y Javier Casado. No puede faltar tampoco
mi má s profundo agradecimiento a la formidable labor de Mark Wade, quien me
proporcionó mucha informació n e imá genes.
    En este texto encontrará n el má s completo relato en españ ol de las aspiraciones
soviéticas por conquistar la Luna. Se publicó originalmente en CD-ROM, junto a
otros contenidos, y ahora está disponible para su consulta libre en Internet. Que lo
disfruten.

Manuel Montes
Julio de 2007

INTRODUCCION
 
 
"El autor que ha alcanzado fama, corre el riesgo de verla disminuir,
tanto si sigue escribiendo como si deja de hacerlo".
-Samuel Johnson  (1709-1784).
 
    Las instalaciones de Shemya, en una estéril isla aislada de Alaska, en las
Aleutianas, no son el mejor lugar para vivir. Pero para el personal de la NSA
(National Security Agency), son lo má s parecido a un hogar al que hay que
acostumbrarse. Situada en el mar de Bering, la llaman “la Roca”, y por motivos bien
comprensibles. Se trata de una isla pequeñ a, de algo má s de 3 por 6 km, en la que
apenas caben algunos barracones y una pista de aterrizaje. Aquí soplan fuertes
vientos y se siente temblar la tierra con frecuencia.
    La hostilidad del paraje, no obstante, tiene sus ventajas. A un tiro de piedra del
continente asiá tico, está perfectamente situado para un claro propó sito: espiar y
capturar en secreto toda la inteligencia electró nica que sea posible, para poder
informar de inmediato a las autoridades estadounidenses sobre cualquier
actividad misilística soviética. Desde su corta pista despega y aterriza cada poco
tiempo un avió n llamado Rivet Ball, un RC-135S de la Fuerza Aérea equipado como
ningú n otro aeroplano de la época. Una aeronave que, dotada con numerosas
antenas y receptores, es capaz de hacer un seguimiento de la ú ltima fase del vuelo
de los misiles intercontinentales de la U.R.S.S., habitualmente dirigidos hacia el
Pacífico y la península de Kamchatka.

En 1961, las tareas del Rivet Ball y de otros equipos instalados en Shemya aú n
está n en rodaje, pero los resultados ya son má s que satisfactorios. Tanto que los
soviéticos sospechará n pronto de estas actividades, conscientes de que está n
siendo vigilados a todas horas del día. En efecto, el avió n no só lo lleva instrumental
para detectar y registrar señ ales electró nicas y comunicaciones, sino también un
amplio arsenal fotográ fico. Y esto les incomoda sobremanera.

Hoy 12 de abril, cuando el Sol desgrana ya sus ú ltimos coqueteos con esta
inhó spita pero hermosa tierra, Shemya va a ser espectadora involuntaria de un
momento histó rico. En la todavía corta carrera de la exploració n del espacio, ya
son varias las primicias protagonizadas por la Unió n Soviética. Pero nada
comparado con esto: Yuri Gagarin, el primer hombre que alcanzará el espacio
orbital, acaba de partir desde las estepas de Kazajstá n, y se encuentra realizando el
viaje tripulado má s rá pido de la historia.

A las 06:25 UTC, apenas 18 minutos después de su lanzamiento, el cosmonauta


entra en el á rea de influencia de la estació n situada en Yelizovo, y reanuda el
contacto perdido poco antes con Kolpashevo, desde donde se siguió buena parte de
la ascensió n hasta el momento de la inyecció n orbital. Yelizovo, llamada Zarya-3
durante esta misió n, recibe la señ al en VHF procedente de la cá psula de Gagarin. A
través de ella el viajero espacial solicita informació n sobre el estado de su nave y
su trayectoria. Mero espectador y pasajero dentro de un vehículo eminentemente
automá tico, el joven Yuri se limita a seguir el programa de vuelo, y tiene deseos de
conocer có mo van las cosas. Pero Zarya-3 tiene poco que decirle, má s que
tranquilizarlo y afirmar que todo marcha bien.

Su conversació n, sin embargo, ha tenido oyentes no del todo inesperados. A las


06:26 UTC, la cosmonave Vostok se eleva sobre el horizonte local y sus señ ales son
interceptadas en Shemya. Tras un rá pido aná lisis, es evidente que no se trata de un
nuevo misil en trayectoria balística, sino de un satélite, pero uno muy especial: las
voces que provienen del espacio pertenecen a un humano. Y a juzgar por lo que
sugieren, no se trata de un episodio previamente registrado. Los instrumentos de
Shemya, ó ptimamente equipados para la inteligencia electró nica, detectan ademá s
una señ al televisiva, si bien los técnicos no conseguirá n descifrarla de forma
correcta. Deberá n pasar varios añ os antes de que fuentes diversas confirmen que
la nave llevaba una cá mara de televisió n a bordo, y que Gagarin activaba
perió dicamente las luces de la cabina para que su imagen pudiera verse en el
centro de control mientras se mantenía sobre territorio soviético.

Escapando de la huella de captació n de Zarya-3 gracias a su rá pido desplazamiento


por el cielo, Gagarin seguirá su viaje alrededor de la Tierra, ya con el contacto
interrumpido. Futuras comunicaciones, ante la falta de estaciones de seguimiento,
se hará n mediante onda corta.

Muy al sur de Shemya, en otra remota isla, esta vez en el archipiélago de Hawai, la
historia parece repetirse. Un grupo de americanos se encuentra en la Tern Island,
donde se halla suficiente equipo militar para escuchas clandestinas. Con el
crepú sculo instalado sobre la regió n, y la Vostok aú n iluminada por el Sol debido a
su altitud, será muy sencillo para aquellos sorprendidos espectadores detectar su
presencia vertiginosa en el cielo. Ha transcurrido apenas media hora desde el
despegue. Utilizando binoculares de 25 aumentos, el personal sigue el punto
luminoso mientras cruza la bó veda celeste. Con este punto de referencia visual,
una antena puede captar las señ ales direccionales procedentes del vehículo,
incluyendo parte de la telemetría que transporta las constantes vitales del piloto
(como el ritmo cardiaco). Después, atrapada definitivamente por la oscuridad, la
Vostok deja de ser visible a simple vista y se pierde su rastro.
A las 07:22 UTC iniciará el descenso gracias a la activació n de su retrocohete. Todo
va bien y, treinta y tres minutos má s tarde, Yuri Gagarin se posa cerca de Saratov,
completando una hazañ a que transformará el mundo…

    Radio Moscú no anunció el lanzamiento del Cosmonauta Nú mero 1 hasta las


07:00 UTC, a medio camino de su relativamente corto viaje. Esta postura, repetida
en numerosas ocasiones y que permitía mantener un registro de éxitos casi
impoluto, pues los fracasos eran ocultados sistemá ticamente y los triunfos só lo se
daban a conocer cuando había grandes probabilidades de que llegaran siéndolo
aú n al final, no extrañ aba del todo a los analistas occidentales. Durante la Guerra
Fría, y má s durante los primeros añ os de la Conquista Espacial, cada victoria era un
resonante eco de propaganda para una u otra facció n. La U.R.S.S. en particular
trataría de explotar en lo posible este creciente capital que se medía en prestigio y
respeto mundiales. Reconocer los fallos, ló gicos por otra parte en cualquier
emprendimiento científico avanzado, socavaría la posició n alcanzada duramente
por éxitos como el Sputnik-1, el vuelo de Laika o el Luna-1, y por tanto éstos debían
mantenerse rodeados por el má s profundo de los misterios. Negar y hasta mentir
eran posiciones perfectamente legítimas ante un bien mayor. Ocultar la identidad
de los cerebros que hacían posible los grandes logros alcanzados era cuestió n de
sincera ló gica, pues impediría que fueran secuestrados por los agentes del rival. En
definitiva, la U.R.S.S. informaba a Occidente de sus hazañ as tecnoló gicas para
demostrar que su régimen político, el mismo que las había respaldado y
alimentado, era mejor, mientras mantenía secreta toda informació n sobre fallos,
objetivos o futuros emprendimientos cuyo conocimiento pudiera dar ventaja a los
americanos.

El presidente Kennedy estaba bastante bien informado sobre los aspectos


fundamentales de la iniciativa soviética en el espacio. Ante el inminente
lanzamiento de un cosmonauta ruso, revelada por mú ltiples síntomas puestos de
manifiesto por los servicios de espionaje, encargó con antelació n una nota de
felicitació n a su colega del Kremlin. Sabía que el programa norteamericano, el
Mercury, no llegaría a tiempo. Lo que probablemente no esperaba Kennedy, como
no lo esperaba Eisenhower tras el Sputnik-1, era las repercusiones que tendría
dicho vuelo, y la incó moda posició n en que dejaría a los americanos. Las naciones
que habían caído o podían caer en la influencia del comunismo, valoraban
sobremanera acontecimientos como éste, que reforzaban aú n má s la potencia en
todos los ó rdenes de una ideología política, econó mica, militar y social que
aspiraba a má s. Los países “capitalistas”, mientras tanto, se sentían defraudados, y
empezaban a mirar con otros ojos la preeminencia estadounidense tras la Segunda
Guerra Mundial.
Lo ocurrido exigía una contestació n inmediata y decidida. Y Kennedy decidió que la
respuesta de los Estados Unidos sería el aterrizaje de hombres en la Luna.

El secretismo soviético había alimentado los temores americanos, mientras sus


gestas continuaban sugiriendo una supremacía incontestable en diversos campos
de la cohetería. Su superioridad, que só lo podía intuirse, pues nunca nadie sabía
có mo lo hacían ni qué harían después los rusos, obligó a Kennedy a arriesgarse y a
seleccionar un objetivo lo bastante complejo, caro y alejado en el horizonte
temporal como para que la maquinaria norteamericana tuviera el tiempo
suficiente para emprenderlo con garantías de éxito. De este modo, la actitud casi
clandestina de los soviéticos causó , paradó jicamente, su perdició n. Les obligó a
enfrentarse a los estadounidenses en un terreno por primera vez no elegido por
ellos, y a dedicar ingentes recursos de los que su sociedad militarista difícilmente
podía desprenderse. De la sorpresa labrada en una ventaja circunstancial, pasaron
a la urgencia tecnoló gica, a las rivalidades intestinas y a los problemas
presupuestarios. Con la desaparició n de algunos de sus héroes, que habían llevado
con mano férrea los destinos de la primera década espacial, la U.R.S.S. se encontró
en graves dificultades. Programas iniciados tardíamente, de magnitudes enormes,
no pueden ser nunca la respuesta ante el empuje de la locomotora americana
cuando ésta lleva varios añ os acelerando hacia un ú nico objetivo, a pesar de los
problemas. Y cuando, a pesar de todo, parecía que la Unió n Soviética aú n tendría
algo que decir en esta carrera lunar, llegaron los Apolos 8 y 11, dando el tiro de
gracia a toda escasa esperanza de victoria. Perdido el interés por la iniciativa (no
hay gloria en ser segundo), esa gran infraestructura que había casi estrangulado a
la economía del país dejó de verse favorecida y se desmoronó rá pidamente.
Aunque no del todo.

El Gobierno soviético optó por felicitar a sus rivales en la conquista lunar, pero
también por devaluar su logro. Apostó por ensalzar otras formas de exploració n, y
no tuvo má s remedio que negar que algú n día combatió codo con codo en la misma
competició n. El programa tripulado lunar soviético fue borrado de toda
descripció n histó rica general, y sus misiones, enmarcadas como implicadas en
otras iniciativas totalmente ajenas. Sus protagonistas, que no habían surgido casi
nunca del anonimato, tuvieron que continuar callando, mientras buena parte de los
vestigios materiales del proyecto, de las naves y cohetes, eran destruidos o
desguazados.

Oficialmente, la U.R.S.S. nunca había querido alunizar con sus hombres, y tampoco
había razó n para emprender algo así en el futuro. Pero en lo má s recó ndito de
algunos centros de diseñ o, a menudo sin conocimiento de instancias superiores,
aú n se continuó trabajando durante añ os en un posible retorno. El anuncio de la
NASA de que América debería abandonar la Luna tras el Apolo-17 otorgó
esperanzas a algunos viejos jefes de la parafernalia aeroespacial soviética, quienes
creían que su país podría recoger el testigo en los añ os 80 ó quizá en los 90. Sin
embargo, ese sueñ o se desvanecería finalmente cuando la nació n galopó hacia el
colapso y, finalmente, desapareció como tal.
A diferencia de los dirigentes de la U.R.S.S. que dominaron la escena política en los
añ os 50, 60 y 70, muchos autores opinan que un fracaso final no implica
necesariamente olvido o ausencia de mérito. Esta es la razó n por la que la historia
del esfuerzo de todo un país por conquistar la Luna, antes y después de que lo
lograran los americanos, continú a siendo merecedora de ser contada.
 
 
CAPITULO 2
Y AHORA LA LUNA
 
"El futuro tiene muchos nombres. Para los débiles es lo inalcanzable.
Para los temerosos, lo desconocido. Para los valientes es la oportunidad".
-Víctor Hugo (1802-1885).
     La Humanidad, desde las eras primitivas, ha levantado la cabeza y elevado los
ojos hacia el cielo, observando las estrellas y la Luna. A lo largo de incontables
siglos, nuestro satélite ha sido objeto de cuentos, leyendas e historias fantá sticas.
En casi todos ellos se le ha visto má s como a un objeto lejano y misterioso (o tal vez
como a Selene, una diosa, blanco impenitente de la romá ntica visió n de los
enamorados, de los juglares y del saber y folklore populares), que como a un
cuerpo pétreo que orbita gentilmente alrededor de la Tierra desde tiempos
inmemoriales.
    El envío de má quinas a escrutar su superficie ha destruido parte de su magia,
pero no toda. La Luna continú a saliendo y desapareciendo tras el horizonte,
dispuesta a inspirar a quién esté dispuesto a creer en ella.
NUEVOS OBJETIVOS
    Hasta hace pocas centurias, poco se sabía de nuestro satélite natural. Ha sido el
empeñ o que los astró nomos han depositado en pos del descubrimiento de sus
secretos lo que le ha hecho perder una gran parte de su encanto. Su labor ha
servido para desmitificar muchas de las creencias que se hallaban enraizadas
alrededor de la imagen fantasmagó rica de la Luna; el estudio y el método científico
han acercado a este compañ ero de la Tierra a nuestro conocimiento racional.
    En un principio, un reducido círculo de astró nomos observaba con paciencia sus
fases, ayudá ndose en la explicació n de su movimiento para resolver muchas de las
incó gnitas que afectaban a la Ciencia primitiva, mezcla de superstició n y sabiduría.
    Sin embargo, muy poca gente era poseedora de un telescopio, herramienta
fundamental para el observador de cuerpos celestes e instrumento elegido para
poner la Luna al alcance de la metodología científica. Por ello, desde el propio
Galileo, primer ser humano que la observó de forma sistemá tica, hasta los
astrofísicos de nuestros días, media un abismo de concepció n, de entendimiento de
la naturaleza lunar.
    Precisamente, fue la visió n cercana de la Luna, y por ende, la observació n de sus
crá teres, verdaderas cicatrices de cará cter có smico, uno de los hechos que
violentaría con má s fuerza las ideas preconcebidas de la época galileana. La
imperturbable perfecció n de los cielos no podía ser cierta ante la existencia de
crá teres deplorables que destrozaban y roturaban la inmensa faz.
    La historia de Galileo es por otra parte conocida, así como las consecuencias que
se derivaron de éste y otros descubrimientos. Con el paso de los añ os y de los
siglos, la Luna ha continuado siendo estudiada desde lejos mediante sistemas no
exclusivamente ó pticos, y su serena belleza, por qué no decirlo, ha seguido siendo
tan venerada como siempre. Esa lejanía, casi imposible, esa magia, continú an aú n
hoy en día embebiendo el corazó n de muchos seres.
    La idea, aunque remota, de que el Hombre pudiese llegar a pisar algú n día su
superficie, se adivinaba fuera de toda razó n. Un cambio de actitud hacia la vida, la
visió n de un mundo má s racional, se apoderó -por fortuna- de las gentes de la
Tierra con el devenir de las centurias. Y es así como la profundizació n en la
observació n de la Luna y la comprensió n de sus movimientos dio lugar a otro
concepto muy importante, fundamental en Astroná utica: la distancia.
    La Luna posee un movimiento propio y un tamañ o y distancia respecto a nuestro
planeta claramente finitos. El conocimiento aproximado de esta distancia que se
interpone entre ambos nos da una idea de la escala del Universo, una idea
primitiva pero suficiente. Y si, como decimos, ésta es finita, también nos hace ser
conscientes de que puede ser recorrida de un modo u otro.
    En la literatura mundial, es fá cil encontrar ejemplos de intrépidos viajeros
dirigiéndose hacia Selene, en brazos de dioses o a bordo de barcos con velas que
aprovechan el viento celestial. Cuando los pioneros de la Astroná utica soñ aron con
alcanzar el espacio a bordo de sus cohetes, no pudieron evitar pensar también en
pisar algú n día su superficie mediante la energía impulsora de estas má quinas. La
Luna tiene algo misterioso que nos atrae. Es un lugar al cual se puede ir.
    ¿Debemos sorprendernos de que, después del lanzamiento de los primeros
satélites artificiales, nuestra inquietud se dirigiera hacia nuestro má s inmediato
vecino?
 
OTRO PASO HACIA ADELANTE
    El programa soviético de exploració n espacial (y por supuesto, el de los EE.UU.)
contempló desde el principio la investigació n de la superficie lunar. Para los
primeros, con suficiente potencia a su disposició n, era un objetivo natural después
del éxito de los Sputniks. Para los segundos, conscientes de la explotació n política y
propagandística que sus rivales habían hecho del acontecimiento, era simplemente
imperativo no quedarse atrá s. Perdida la batalla, la primicia de la ó rbita terrestre,
la pró xima meta ló gica se encontraba situada a 400.000 km de distancia.
    Las dificultades técnicas que esta meta implicaba eran, no obstante, enormes. En
primer lugar, el guiado, que debía posibilitar el encuentro con tan distante objeto;
en segundo, la necesidad de alcanzar la velocidad de escape, aquélla que
permitiese abandonar definitivamente la atracció n gravitatoria de la Tierra.
    Para alcanzar los má s de 40.000 kiló metros por hora que se precisan para
escapar de la gravedad terrestre, existe por el momento un só lo método: el cohete.
É ste, merced a sus motores, cuyo empuje debe ser suficiente como para elevar algo
má s que su propio peso, acelera constantemente en su viaje hacia el espacio. En su
interior, transporta el combustible y el comburente (oxidante) necesarios para el
funcionamiento de sus motores. Poco a poco, los tanques se vacían y el peso del
lanzador disminuye paulatinamente, lo que hará aumentar la aceleració n.
    En la prá ctica, es difícil diseñ ar un cohete de una sola etapa capaz de alcanzar
una velocidad mínima que lo haga colocarse alrededor de la Tierra y, al mismo
tiempo, que pueda transportar una carga ú til. Una vez consumido el combustible,
el mó dulo de propulsió n del lanzador deja de ser ú til y podría ser desechado. De
hecho, la envoltura del cohete, los motores, los tanques, son peso muerto. Por ello,
situar en ó rbita todas estas estructuras que no volverá n a ser usadas supone un
despilfarro energético imperdonable.
    Desde que a finales de los añ os Cuarenta se ensayara el método de las etapas
sucesivas en el marco del programa americano Bumper, éste ha venido
aplicá ndose de forma sistemá tica. En aquella época, el concepto multietapa se
reveló como un pilar bá sico para el desarrollo astroná utico. El programa Bumper
se creó con fines científicos para poder efectuar observaciones de la alta atmó sfera,
allá donde ningú n cohete sonda había conseguido llegar aú n. A un misil V-2
modificado, de los tantos que fueron capturados por los aliados al término de la
Segunda Guerra Mundial, en Alemania, se le unía en su parte superior un pequeñ o
y poco pesado cohete WAC Corporal, un sistema desarrollado por los americanos
de forma autó noma. El WAC Corporal rompería varios récords de altitud: una vez
lanzada la V-2 y agotado su combustible, pequeñ as cargas explosivas lo liberarían,
al tiempo que hacía ignició n. El minú sculo cohete, actuando como segunda etapa,
gozaría de la velocidad adquirida durante el vuelo de la V-2, su primera fase, y a
ella sumaría su propio empuje y velocidad finales. El resultado sería inmejorable,
algo así como trasladar nuestra rampa de lanzamiento a varias decenas de
kiló metros de altitud y ademá s partir con una velocidad inicial nada despreciable.
    No es posible, sin embargo, añ adir má s y má s etapas para alcanzar velocidades
cada vez má s elevadas. El aumento de masa debe ir inteligentemente acompañ ado
por primeras etapas de suficiente potencia que permitan despegar desde el suelo
llevando sobre sí a toda esa mole; en la década de los Cuarenta, la construcció n de
estas super-má quinas quedaba aú n lejos de las posibilidades técnicas de los
ingenieros. Ademá s, el aumento en el nú mero de etapas y la creciente cantidad de
motores complicaba exponencialmente el funcionamiento del lanzador,
aumentando en la misma proporció n las posibilidades de un fallo técnico.
    A pesar de todo, el Departamento de Defensa americano aplicaría esta teoría en
sucesivas ocasiones, hasta lograr un cohete capaz de enviar una sonda hacia la
Luna. Lo intentó con los vectores Thor-Able, Juno-II y Atlas-Able, dentro del
programa Pioneer, pero el inicio de su particular historia estuvo plagada de
fracasos. Por otro lado, las Pioneer sufrirían el fenó meno de la rivalidad entre
servicios: el Ejército y la Fuerza Aérea compitieron por los escasos presupuestos y
utilizaron sondas y cohetes distintos.
    Uno de los contrincantes de la carrera espacial tenía verdaderos problemas para
mantener el ritmo, pero para que exista una verdadera competició n, debe existir,
por supuesto, un rival cualificado. Un oponente que en esta época só lo podía
personificarse en una nació n: la Unió n Soviética. Después de su trascendental éxito
en la puesta en ó rbita del Sputnik-1, primer satélite artificial de la Tierra, los
soviéticos dejaron claros varios puntos: madurez tecnoló gica, poderío propulsivo,
firme intenció n propagandística, y deseo de imponer su sistema político en el
mundo demostrando su viabilidad contrastá ndolo con las hazañ as que era capaz
de dar a luz. El comunismo funcionaba porque bajo su poder se podían hacer
grandes cosas, siempre "en beneficio de la Humanidad y en favor del saber
científico". Al mismo tiempo, su superioridad técnica le posicionaba de manera
admirable para combatir a la "amenaza capitalista". En el lanzamiento del Sputnik-
1 se hacía una demostració n de fuerza y se daba un aviso sobre el florecimiento de
una superpotencia, tanto política como militar y tecnoló gica.
    Esta sú bita explosió n de poderío tuvo mucho que agradecerle al insigne Korolev
y a todo su equipo. Este hombre, como muchos otros un verdadero soñ ador de los
viajes espaciales, había creado la má quina volante má s potente de la época,
poniéndola a punto en un relativamente corto período de tiempo. El R-7 tuvo una
limitada vida como misil intercontinental (de hecho, ni siquiera fue desplegado
como tal, dada la vulnerabilidad de sus instalaciones de lanzamiento y su rá pido
desfase como arma tá ctica), pero era lo que Korolev necesitaba para mirar hacia la
Luna.
    Consciente de que a pesar de su imponente potencia no podía alcanzar la
velocidad de escape necesaria para llegar a ella, el ingeniero jefe ordenó el diseñ o
de una etapa superior que fuese capaz de funcionar en el ambiente enrarecido del
espacio y suministrar los 11,19 kiló metros por segundo que permitirían visitar
Selene. Al mismo tiempo, presentó en 1958 un informe en el que delimitaba su
estrategia para la exploració n lunar, estrategia en la cual aú n no se contemplaba el
envío de hombres a su superficie. Un punto importante de su propuesta radicaba
en el diseñ o de un sistema de guiado má s perfeccionado que garantizase
sobrevolar o impactar contra el objetivo.
    Las cosas, naturalmente, no se improvisan. El 8 de marzo de 1957, Korolev había
fundado un departamento especial en el seno de su OKB-1 para el desarrollo de
naves espaciales. Ya en abril, su cabeza visible, M.K. Tikhonravov, presentaba un
informe titulado "Un Plan de Investigació n para la Creació n de Satélites Tripulados
y Naves Espaciales Automá ticas para la Exploració n Lunar". En su apretada prosa
llena de tecnicismos se resumían las ambiciones de conquista espacial que los
soviéticos pensaban llevar a cabo durante los pró ximos añ os.
 
    Para ambos proyectos, sin embargo, y como ya se ha dicho, se precisaba la
adició n de una etapa superior que otorgara al misil R-7 (8K71) la velocidad
necesaria para lograr los objetivos trazados. En verano, y cuando apenas se habían
iniciado las pruebas con el nuevo I.C.B.M., los ingenieros habían resuelto las
diversas opciones posibles.
    De nuevo se recurrió a la ú nica fuente posible para la construcció n del motor que
debería equipar a esta etapa superior. El OKB-456 dirigido por Valentin Glushko se
ocuparía de ello. No obstante, el reto no sería sencillo ya que la complejidad del
diseñ o de un motor que debe entrar en ignició n casi en el vacío era precisamente
lo que había dado su extrañ a forma al R-7, un misil cuyo sistema de propulsió n se
encendía en tierra intentando evitar posibles problemas.
    Tan crucial era el desarrollo del motor que Korolev decidió que fueran en
realidad dos los que fueran diseñ ados, y ademá s por grupos diferentes. Así,
mientras Glushko se ocupaba de su denominado RD-109 (8D711), Korolev le
encargó otro llamado RO-5 a su OKB-1, con la asistencia del departamento OKB-
154 dirigido por S.A. Kosberg.
    El RO-5, con un empuje de 5 toneladas y consumiendo queroseno y oxígeno
líquidos, sería el motor adecuado para las primeras misiones de las sondas lunares.
Sería integrado en el llamado Bloque E (8K72E), o etapa superior. También el R-7
debería ser modificado ligeramente para albergar este nuevo pasajero: se
plantearon dos nuevas versiones llamadas 8K72 y 8K73, de las cuales só lo la
primera fue finalmente construida. La 8K72 llevaría el motor RO-5, mientras que la
8K73 debería usar el motor de Glushko, el RD-109, con un empuje doble (10
toneladas) y consumiendo oxígeno líquido y U.D.M.H (dimetilhidracina
disimétrica).
    La elecció n de esta combinació n de propelentes por parte de Glushko, quien
obstinadamente no quería usar queroseno, contrarió a Korolev ya que se trataba
de una combinació n no probada y por tanto arriesgada, abriendo la puerta a
retrasos que no se podía permitir. Finalmente, el 8K73 no sería construido y las
peleas entre ambos genios de la astroná utica soviética no harían sino comenzar.
    En diciembre de 1957, todos los diseñ os estaban a punto. En agosto de 1958, el
motor RO-5 (también llamado 8D714 o RD-0105) estaría listo para ser probado en
vuelo. Antes, el 10 de julio de 1958, Korolev ordenó el lanzamiento de un R-7
(8K71/III B1-14) equipado con una maqueta de la etapa superior para verificar su
comportamiento aerodiná mico en una ruta suborbital. No está muy claro qué
ocurrió con esta misió n, ya que algunas fuentes explican que un problema en el
acelerador D obligó al aborto del despegue y la retirada del vehículo de la rampa
de lanzamiento. En cambio, otras apuestan porque el misil despegó , aunque el
mismo acelerador falló , desprendiéndose del cohete y haciendo que éste acabara
estrellá ndose.
    La propuesta original de crear un R-7 con etapa superior y alcanzar con él la
Luna databa de 1955, cuando el Sputnik-1 aú n ni siquiera había sido imaginado. La
idea era demasiado prematura para ese momento, pero el 28 de enero de 1958, y
tras haber trabajado codo a codo con Mstislav Keldysh, Korolev presentó una
propuesta formal al Comité Central del Partido Comunista. Una frase destacaba
sobre todo lo demá s en dicho informe: "El nivel de desarrollo tecnoló gico actual
hace posible realizar un viaje a la Luna mediante un cohete". Y a continuació n se
enumeraban los objetivos: un impacto violento visible desde la Tierra y un vuelo
circunlunar para tomar imá genes de la cara oculta.
    Aunque el propó sito de las misiones automá ticas sería la preparació n de la
llegada del Hombre a nuestro satélite y los planetas, éstas tendrían un valor mucho
má s cercano y palpable: la confirmació n del poderío soviético en el espacio.
    No era necesario preparar una gran sonda cargada de instrumentos científicos.
Bastaba con seguir la ruta marcada por el Sputnik-1 y arrebatar a los americanos la
primicia. Después, las misiones serían cuidadosamente planteadas para producir el
má ximo impacto en la opinió n pú blica internacional.
    El plan inicial, má s concretamente, constaba de cuatro tipos de sondas. Siguiendo
el orden establecido, la nave automá tica lunar sería bautizada como Object-E (Ye,
en el alfabeto ruso): la versió n E-1 (Luna-A) tendría como objetivo el impacto
contra la Luna y pesaría unos 170 kilogramos; la E-2 (Luna-B) alcanzaría los 280
kilogramos y sobrevolaría el satélite para fotografiar su misteriosa cara oculta con
un equipo de cá maras diseñ ado por el centro NII-380 (Yenisey-1); la E-3 (Luna-V),
con sus 280 kilogramos, también fotografiaría la cara oculta y estaría equipada con
cá maras diseñ adas por el OKB-MEI; por ú ltimo, la E-4 (Luna-G), de 400 kilogramos,
intentaría impactar ocasionando una explosió n nuclear. Con el paso de los meses,
la masa de casi todas ellas variaría y también sus características definitivas.
    En verano de 1958, estos planes habían cambiado sustancialmente ya que las E-2
habían sido canceladas y sustituidas por las E-2A (con cá maras Yenisey-2),
mientras que las E-4 también habían desaparecido. A finales de 1958, el NII-380
continuó trabajando en un modelo má s avanzado de cá maras (Yenisey-3) que
propició la aparició n de una versió n suplementaria: la E-2F.
    Demostrar que su sonda había llegado a Selene era la gran obsesió n de Korolev.
En un momento determinado se pensó en dotar a las E-1 con explosivos para que
el acontecimiento fuera detectable desde la Tierra, pero la operació n probó ser
impracticable. La opció n de una carga nuclear fue desestimada inicialmente y
quedó relegada a una versió n específica, la E-4. Por fin, se optó por utilizar el
transmisor de la sonda como baliza de señ ales. En el momento del impacto, las
estaciones terrestres dejarían de oír el bip-bip y entonces podría inferirse que la
nave había llegado a su destino.
    En el plan preliminar se especificaba que las E-1 serían lanzadas a bordo del
cohete 8K72 y que las restantes, dada su mayor masa, lo serían mediante el 8K73.
Se incluía asimismo un calendario: en junio o julio de 1958 se lanzaría un 8K71
para ensayar la compatibilidad con la etapa superior; en agosto o septiembre se
enviaría la primera sonda E-1 en ruta de impacto; y en octubre o noviembre se
sobrevolaría la Luna para fotografiarla con una E-2 o E-3.
    Todo ello se retrasaría sustancialmente debido a las dificultades técnicas
inherentes al nuevo proyecto. Por un lado, ya hemos mencionado el fracasado
experimento que incluía el uso de un R-7 equipado con una etapa superior
simulada. Korolev quería comprobar el sistema de radioguiado, que había sido
restituido dada la necesidad de obtener una ruta muy precisa hacia la Luna, y
también ensayar las versiones operativas de los motores de la primera etapa y los
aceleradores (8D74 y 8D75). Por otro lado, varios ensayos del I.C.B.M. R-7, durante
la primera mitad de 1958, acabaron en fracaso, amenazando el cumplimiento del
calendario. El primer vuelo a la Luna no podría hacerse ya en agosto.
    Para empeorar las cosas, y como suponía Korolev, Glushko se encontró con
verdaderas dificultades para poner a punto su motor RD-109, retrasando la
construcció n de la versió n 8K73 del cohete lunar y haciendo lo propio con las
misiones má s sofisticadas que se le habían encomendado. Dicho motor sería
eventualmente abandonado y sustituido por otro má s avanzado, el RD-119, pero
para entonces (1960), el 8K73 ya habría sido cancelado sin haber volado nunca.
    Así pues, el despegue previsto para el 18 de agosto (8K72 B1-3) tuvo que ser
retrasado durante un mes, hasta la pró xima ventana de lanzamiento (oportunidad
en la que la Luna y la Tierra se encuentran en las posiciones relativas adecuadas
para un viaje ó ptimo en términos energéticos). Korolev, en todo caso, no tuvo
inconveniente en esperar un poco má s: los americanos acababan de fallar su
propio envío lunar, realizado el 17 de agosto. má s
meratrim

 
CAPITULO 3
APROVECHANDO LA VENTAJA
 
"Los científicos tratan de hacer posible lo imposible.
Los políticos, a menudo, se afanan en hacer imposible lo posible".
-Bertrand Russell (1872-1970).
 
    La historia se escribe con frases, pero también con hechos. John F. Kennedy
consiguió ambos objetivos con estas simples y a la vez trascendentales palabras.
América se disponía a dirimir una nueva batalla política, econó mica y militar en un
escenario que jamá s hubiera imaginado: el espacio.
    Pero, ¿fue realmente Kennedy quien tomó la decisió n de volar a la Luna, fue él
quién originó el concepto haciéndolo el eje de sus esfuerzos por igualar e incluso
superar a los soviéticos? ¿Puede otorgá rsele en exclusiva el honor histó rico, la
inspiració n de tal propuesta?
    La documentació n que ha llegado hasta nosotros en forma de artículos y libros
así parecía sugerirlo. Sin embargo, la reciente desclasificació n de documentos
pertenecientes a este período recomienda hacer algunas matizaciones. Lo ú nico
cierto es que Kennedy ya no está entre nosotros para explicar los motivos reales
que le condujeron a tomar tan importante decisió n y quizá sea esto lo que ha
fomentado una sola versió n de los hechos y su nebulosa mitificació n en diversos
á mbitos académicos.
    En realidad, después de examinar má s concienzudamente los ú ltimos datos,
deberemos concluir que Kennedy no tenía un conocimiento exacto del potencial
del programa espacial de su país y que, aunque tenía un cierto interés por la
cuestió n, siempre deseó una manera má s sencilla y menos arriesgada de
enfrentarse a los soviéticos.

LA N.A.S.A. Y SU OBJETIVO PRIORITARIO


    La agencia norteamericana se había hecho cargo pronto de los retos planteados
por la naciente dominació n soviética: el hombre en el espacio (proyecto Mercury),
vuelos no tripulados a la Luna (sondas Pioneer), e innumerables programas de
aplicaciones (meteorología, comunicaciones, geodesia...). É stos eran objetivos a
corto plazo, pero también existían otros a medio y largo que la agencia estudió con
detenimiento en el período 1959-1960. Entre ellos destacaba una estació n
espacial, un aterrizaje tripulado sobre la Luna y el vuelo del Hombre a Marte o
Venus. Si no todos, algunos de ellos, a un ritmo má s o menos lento, debían ser
emprendidos durante la pró xima década.
    A estas y otras conclusiones llegó (25-26 de mayo de 1959) el famoso "Research
Steering Committee on Manned Spaceflight", también denominado Comité Goett,
cuya meta principal fue examinar las opciones futuras en este campo y recomendar
el camino a seguir.
    Si bien el citado comité no asignó al alunizaje la má s alta prioridad, sí le dio la
suficiente importancia (después de la estació n espacial y la exploració n lunar
automá tica) como para que la agencia iniciara estudios acerca de su viabilidad. Al
mismo tiempo, se decidió que, tras el programa Mercury, los vuelos tripulados
continuarían siendo balísticos y no mediante naves aladas reutilizables. Su costo
econó mico y su difícil desarrollo retrasaría su puesta en prá ctica má s tiempo del
que la naciente competició n con la U.R.S.S. parecía aconsejar.
    En posteriores reuniones, la N.A.S.A. fue informada de los nuevos cohetes que
estaban siendo diseñ ados por el Departamento de Defensa, entre ellos el Saturn y
el motor de gran empuje llamado F-1. Ambos, como ya se ha dicho en el capítulo
anterior, serían transferidos a la agencia por su idoneidad para el alunizaje. Poco
después, el 12 de agosto de 1959, la idea de enviar hombres a la Luna tomó cuerpo
con mayor vigor, resultando en la adopció n de una nave capaz de transportar tres
astronautas y que má s adelante sería bautizada como Apolo. El mismo grupo
consideró viable la circunnavegació n o un aterrizaje sobre nuestro satélite hacia
1970.
    De esta manera, poco a poco, germinó y creció la idea de que el viaje lunar sería
indefectiblemente la pró xima gran meta después del Mercury. Só lo quedaba algo
por hacer, y algo no poco importante: convencer a los políticos de que una
aventura semejante, cuyo coste era considerable, valía realmente la pena. En busca
de mú ltiples razones para persuadir al Congreso, una reunió n celebrada en el Jet
Propulsion Laboratory el 2 de octubre de 1959 permitió concluir que depositar a
un americano en la Luna sería el ú nico programa espectacular que podía superar lo
que estaban haciendo los rusos y que éstos, probablemente, serían incapaces de
igualar.
    Las subsiguientes reuniones del Comité Goett definieron cada vez con mayor
precisió n las características de la propuesta, tanto a nivel técnico como
presupuestario, y a finales de 1959 quedó claro que era factible. Convencer a la
Casa Blanca sería el mayor reto a partir de ese momento.
    En ella presidía, en su ú ltimo añ o, Dwight Eisenhower, uno de los má ximos
responsables de que América empezara la carrera espacial en ú ltima posició n.
Eisenhower nunca había encontrado demasiado mérito en la exploració n espacial
y só lo el desproporcionado impacto del Sputnik-1 le hizo recapacitar y acelerar el
lanzamiento del primer satélite norteamericano. Su intenció n, ademá s, era la
paulatina desaparició n de los vuelos tripulados después del programa Mercury, a
los que consideraba poco ú tiles.
    Mientras, la N.A.S.A. mantenía su objetivo de "colonizar" Selene, primero con
vuelos circunlunares antes de acabar la década de los 60 y después, en la siguiente,
con el aterrizaje. El plan fue presentado en enero de 1960 y declarado programa de
alta prioridad por el subcomité pertinente, así como candidato a ser presentado
ante el Congreso durante los siguientes meses.
    A mediados de 1960, la N.A.S.A. estaba tan decidida a emprender este camino
que pidió propuestas a la industria privada para otorgar má s adelante los
contratos que posibilitasen la construcció n de la cá psula Apolo, nombre
seleccionado en enero de ese mismo añ o. La nave podría girar alrededor de la
Tierra durante períodos prolongados, así como rodear la Luna gracias al cohete
Saturn y, después de 1970, posibilitar el alunizaje. Antes de acabar el añ o, varias
compañ ías trabajaban en el pre-proyecto, que consistía en una nave de no má s de
6.800 kilogramos, compatible con el lanzador Saturn C-2 y pensada para una
misió n de 14 días para tres tripulantes alrededor de la Luna.
    Un comité encabezado por George Low y organizado en el seno de la misma
N.A.S.A. se encargaría de coordinar el programa durante esta fase preliminar. En
una fecha tan temprana como el 5 de enero de 1961, se daba a conocer el posible
plan de vuelos, incluyendo viajes orbitales en 1965 (Apolo-A), circunlunares en
1966 (Apolo-B) y el alunizaje a partir del 4 de julio de 1967. Esta ú ltima fecha no
fue elegida al azar: los rusos probablemente querrían celebrar su 50º aniversario
de la Revolució n de Octubre con algo espectacular, y éste podría ser uno de sus
objetivos. El mismo efecto propagandístico podrían obtener los americanos
alunizando el 4 de julio, Día de la Independencia. Posteriores estudios hicieron ver
la gran dificultad de llevar a cabo una idea tan compleja en tan poco tiempo (idea
que ni siquiera había sido refrendada todavía por el Congreso), de modo que el
Comité Low prefirió retrasar un añ o cada una de las metas delineadas, con un
aterrizaje lunar hacia 1968-1969.
    La nave Apolo supondría un gran avance respecto a la primitiva Mercury, de
modo que el 1 de febrero se decidió desarrollar una versió n un poco má s
sofisticada de esta ú ltima (Mercury Mark II, má s adelante llamada Gemini) que
permitiera probar muchas de las técnicas y la tecnología necesaria para el
programa Apolo.
    Para entonces, Kennedy se hallaba totalmente inmerso en su carrera
presidencial. Hombre de gran inteligencia, había basado parte de su estrategia
electoral en poner de manifiesto el anquilosamiento de la anterior administració n,
la cual se dejó arrebatar el liderazgo mundial en diversas facetas, incluido el
espacio. Precisamente, como candidato, Kennedy fue bien informado sobre
diversos aspectos de la defensa nacional así como del programa espacial
americano. De este modo, mientras Nixon, su rival, no hizo propuestas concretas
sobre este ú ltimo aspecto, Kennedy apostó por impulsar el avance de su nació n
hacia una "Nueva Frontera".
    Si bien las reuniones con la C.I.A. dejaron bien claro que no había realmente un
desequilibrio misilístico entre los EE.UU. y la U.R.S.S. (tal y como los satélites espía
de la serie Corona parecían indicar), y que las primicias espaciales de esta ú ltima
eran só lo una banal demostració n de fuerza de sus capacidades, Kennedy insistió
en acelerar los programas de despliegue de misiles e impulsar las propuestas
espaciales domésticas para no caer otra vez en el ridículo del Sputnik. Su estrategia
era demandar una nació n má s diná mica en contraste con su antecesor, una tá ctica
que le reportó muchos votos. En realidad, tenía pocas intenciones de invertir en el
espacio... (aunque sí en programas de misiles).
    Una vez en el poder, Kennedy cayó en los mismos errores que Eisenhower.
Presionado desde muchos puntos de vista, en una era de recesió n y crisis, tanto
política como econó mica y social, no aceptó incrementar el 22 de marzo los
presupuestos de la N.A.S.A. para 1962 que debían ser adjudicados al Apolo.
Después del Mercury se iría a la Luna, sí, pero a un ritmo lento y pausado, sin
compromisos ni obligaciones. Su actuació n, posteriormente, fue criticada de forma
amplia: al menos en el Cosmos, la brecha con los soviéticos no se cerraba (faltando
a las promesas electorales), y se temía un inmediato golpe de efecto por parte de
éstos. Algo así ocurrió el 25 de marzo, cuando los ingenieros rusos lanzaron una
cá psula con animales a bordo y la recuperaron. Su pró ximo paso era evidente.

    Muchas cosas cambiaron cuando, el 12 de abril de 1961, colocaron a Gagarin en


ó rbita. Kennedy ya había sido informado con antelació n sobre ello: sus asesores
habían seguido puntualmente los vuelos preparatorios efectuados durante los
meses anteriores y se esperaba un lanzamiento para antes del día 15, de manera
que el suceso no le causó una especial sorpresa.
 
COMO RESPONDER
    El impacto del vuelo de Gagarin fue semejante al del Sputnik-1, aunque no tan
inesperado. El propio Kennedy se había encargado de advertirlo en sus
conferencias de prensa, pero a la hora de la verdad, no actuó con la debida
celeridad. Por un lado, no estaba claro si el programa Mercury respondería a las
expectativas y si no era demasiado arriesgado para los astronautas. Por otro, el
Presidente no acababa de ver al Congreso lo bastante receptivo como para invertir
grandes sumas de dinero en un plan de choque.
    Khrushchev se encargó , en parte, de allanar el camino: hablando por teléfono con
Gagarin, le dijo: "dejemos que los países capitalistas nos alcancen". La confianza en
su superioridad era brutal, y recordaba a la oferta que con ironía hizo al pueblo
estadounidense durante el desastre del primer satélite Vanguard, en 1957.
Khrushchev explotó todos y cada uno de los resortes de propaganda política que la
gran hazañ a podía reportarle.
    Kennedy no tenía muy claro có mo responder a todo ello, pero al menos le hizo
dedicar toda su atenció n al problema. Al principio, antes de Gagarin, deseaba
encontrar algo que sirviera para combatir a los soviéticos aquí mismo, en la Tierra.
El espacio era un lugar peligroso y cualquier aventura con final desgraciado podía
resultar contraproducente, ademá s de muy cara. Por eso, si hubiera existido la
posibilidad de emprender algo espectacular fuera del espacio, como desalinizar el
agua del mar, lo hubiera hecho. Pero las consultas a su asesor científico, Jerome
Wiesner, no sirvieron de nada.
    Kennedy se veía abocado a encontrar un objetivo lo bastante atrevido como para
que los soviéticos no fuesen capaces de lograrlo antes que ellos. Y nada era tan
dramá tico como "la odisea có smica". Si se quería combatir a los rusos, había que
hacerlo con su propia arma y en su propio terreno...
    El viaje de Gagarin y las impertinencias de Khrushchev eran lo que había estado
esperando. Todas sus iniciativas podían haber sido contestadas en el Congreso
anteriormente. Ahora, en cambio, existía un motivo poderoso para ponerse en
marcha, para poner en funcionamiento a la nació n, tal y como había prometido en
su campañ a electoral. Eisenhower había tenido una oportunidad así con el Sputnik,
pero no había reaccionado de manera adecuada. Kennedy tenía por fin el resorte
preciso para encontrar su lugar en la historia.

CAPITULO 4
MOTORES, COHETES Y NAVES ESPACIALES
 
"Los grandes pensamientos necesitan no sólo alas,
sino también algún vehículo para aterrizar".
-Neil Armstrong (1930).
 
    Frente a las dificultades que estaba encontrando el desarrollo del gigantesco
cohete N-1 (léase la falta de acuerdo entre Korolev y Glushko, que provocó su
enrevesado diseñ o en el á rea de la propulsió n), la ú nica porció n del programa
tripulado lunar que podría pasar a la acció n durante los pró ximos dos añ os era la
correspondiente al vuelo circunlunar. Para ello sería preciso poner a punto el
lanzador UR-500K y las cosmonaves L-1, elementos fundamentales del sistema.
    Paradó jicamente, la construcció n de las L-1 se complicaría má s de lo previsto
por las desavenencias existentes entre algunos de los participantes. A primera
vista, su definició n era sencilla: só lo había que eliminar el mó dulo orbital esférico
de la Soyuz. Sin embargo, había un punto de conflicto centrado en el sistema de
guiado de la nave, muy distinto al que tendría si só lo hubiera tenido que
permanecer alrededor de la Tierra. El viaje lunar era un reto especialmente
exigente para tan delicados mecanismos, de cuyo buen comportamiento dependía
la seguridad de la tripulació n, y por eso se haría difícil alcanzar un consenso sobre
sus características.
    En un principio, el desarrollo del sistema de guiado parecía una asignació n
apropiada para el grupo de Nikolai Pilyugin. É ste era amigo de Korolev, miembro
del Consejo de Diseñ adores Jefe y responsable de muchos sistemas de este tipo
utilizados en misiles. Pilyugin, no obstante, no pareció interesado en aplicar su
experiencia en una nave espacial tripulada, y declinó la invitació n. Resignado ante
la perspectiva de empezar desde cero, el OKB-1 de Korolev se vio obligado a
afrontar el reto.
    Poco después, y con el diseñ o relativamente avanzado, Pilyugin cambió de
opinió n. Y no só lo eso: con un comportamiento típico de la época, en el que se
priorizaban los intereses de los poderosos grupos independientes frente a los del
programa espacial, el ingeniero maniobró para forzar la utilizació n de su versió n
del sistema de guiado a bordo de la L-1.
    Korolev se sintió inclinado en primera instancia a rechazar la oferta: los cá lculos
indicaban que la maravilla puesta en pie en tan poco tiempo por su OKB-1 pesaba y
consumía menos que el sistema de Pilyugin. Ademá s, un cambio de esta naturaleza
en una fase tan avanzada amenazaba con retrasar el programa circunlunar en uno
o dos añ os. Si Korolev acabó aceptando lo que a todas luces era un mal negocio
para él, fue porque el cansado y ya ciertamente enfermo ingeniero jefe no quería
enemistarse con su amigo y tampoco deseaba la repetició n de un episodio como el
que coartó la asignació n de los motores del cohete N-1.
    Los problemas, por supuesto, no se limitaban a la cosmonave L-1. La L-3 también
los tenía, y no porque un grupo de diseñ o exterior quisiese inmiscuirse en su
desarrollo. En este caso, eran muchos de los propios ingenieros del OKB-1 quienes
veían con malos ojos este proyecto, al que consideraban casi utó pico. Existía la
impresió n de que, esta vez, el visionario ingeniero había llevado demasiado lejos
sus ideas. Para Mstislav Keldysh, por ejemplo, sería un milagro que el L-3 llegase a
funcionar.
    Tomadas las decisiones fundamentales demasiado tarde, y ante la necesidad de
batirse con un rival cuyos planes se encontraban ya muy avanzados, Korolev tuvo
que trabajar contrarreloj y recortar muchas de las operaciones que en otras
circunstancias hubiera llevado a cabo. Cuando decidió que la primera etapa del N-1
nunca sería ensayada como tal de forma está tica (lo sería durante su primer
lanzamiento, para ahorrar tiempo y costes), hubo dimisiones en su equipo de
ingenieros. No querían participar en esta locura.
    La presió n empezaba a sobrepasar a Korolev, quien se veía cada vez má s aislado
respecto al resto de sus colaboradores, los mismos que añ os atrá s habían hecho
posibles los éxitos del Sputnik y de la Vostok-1. Su salud tampoco ayudaba:
superado un ataque al corazó n el 11 de febrero de 1964, sus problemas cardíacos y
el excesivo trabajo lo colocaron al borde de un ataque de nervios. Su mal humor y
su severidad se hicieron famosos. Una paulatina pérdida de oído complicó cada vez
má s su relació n con los que le rodeaban. Las privaciones sufridas durante sus días
en el gulag dirigido por Chelomei, al que fue a parar después de que Glushko
testificara en su contra, empezaban a cobrar su precio, precisamente cuando el
programa espacial de la U.R.S.S. má s lo necesitaba.
  
UN VUELO INAUGURAL
    A mediados de 1965, el cohete UR-500K (que sería la base del vector utilizado
para la circunvalació n lunar) empezaba a dar sus primeros signos de vida. Había
sido un largo camino para él y para sus diseñ adores, encabezados por Chelomei en
el á rea de estructuras y por Glushko en los motores.
    Un camino tan largo como el que implicaba haber surgido en 1961 como un
conglomerado de cuatro primeras etapas del cohete UR-200 en la base, otro de
cuatro segundas etapas del UR-200 sobre las anteriores, y una sola de estas
ú ltimas como tercer escaló n. Un diseñ o demasiado complicado del que só lo se
aprovecharían los motores, ampliamente modificados.
    En enero de 1962, se aprobó la configuració n definitiva de la primera fase del
vector: una configuració n lo má s potente posible en funció n de las limitaciones
logísticas que implicaría su transporte mediante ferrocarril. Chelomei también
tuvo en cuenta que el UR-500K sería la base sobre la que quería edificar el UR-700,
contendiente, como sabemos, del N-1 de Korolev.
    Considerando estas limitaciones, creó un sistema modular formado por un
depó sito que contendría el oxidante (4,15 metros de diá metro, el má ximo posible
que permitían los tú neles de la vía ferroviaria soviética), y seis mó dulos de
propulsió n situados a su alrededor, cada uno compuesto por un tanque de
combustible y un motor. Este ú ltimo era el RD-253 (11D48) de Glushko, cuyos
propelentes, almacenables, satisfacían también las necesidades de los militares
(misil GR-2, un I.C.B.M. de reacció n rá pida). El UR-200 ya poseía un motor de este
tipo (8D45), pero era demasiado pequeñ o (só lo 50 toneladas de empuje), lo que
hubiera supuesto colocar má s de quince en la base del UR-500. Los problemas
entre Glushko y Korolev, quien rechazó el RD-253 por considerarlo demasiado
peligroso, permitieron su uso en la má quina de Chelomei.
    Para la segunda etapa se instalaría una versió n de mayor diá metro de la primera
fase del misil UR-200, con cuatro motores mó viles (tres RD-465 y un RD-468, o
8D411K). Para la tercera se emplearía la versió n de tobera fija RD-473 (8D49) y
tanques toroidales para continuar respetando el diá metro.
    Por fin, en 1963, el diseñ o del UR-500K podía darse por finalizado. Sus misiones
serían diversas, entre ellas el lanzamiento de un avió n espacial (Raketoplan) que
rivalizara con el Dyna Soar americano. La versió n de dos etapas (UR-500), aunque
tenía capacidad orbital, tendría funciones militares y misilísticas.
    En otoñ o de 1964, se llegó a construir una maqueta a tamañ o natural en honor a
una visita de Khrushchev, pero como ya dijimos, con la salida del poder de éste, los
proyectos de Chelomei caerían en desgracia. El programa lunar LK-1 proseguiría
momentá neamente (12 de octubre), mientras que el Raketoplan y el misil UR-200,
este ú ltimo superado por el R-36 de Yangel, serían cancelados. Por fortuna, sí se
autorizaría la construcció n de la estació n militar Almaz (11 de noviembre), la otra
carga principal del UR-500K. La eliminació n de la "superbomba nuclear" dejó sin
trabajo al I.C.B.M. UR-500, así que el UR-500K se convertiría en el ú nico
representante operativo de la familia.
    Antes de que Korolev decidiera hacerse cargo del programa circunlunar y
sustituyera a la cosmonave LK-1 por su Soyuz 7K-L1, Chelomei y Glushko ya
habían alcanzado un punto a partir del cual era posible empezar a probar en vuelo
a su cohete. El primer UR-500 (nú mero de serie 207) surgió pronto de la factoría,
pero la tercera etapa se haría esperar algo má s. Por eso, se decidió utilizarlo sin
ella. En su lugar se colocó directamente la carga ú til, llamada oficialmente N-4 y
bautizada después como Proton-1. Los satélites Proton usaban la estructura
externa del tercer escaló n, incorporando una serie de instrumentos científicos para
el estudio de las partículas có smicas y otros fenó menos de física espacial.
    Los prolegó menos del lanzamiento fueron tensos, ya que un escape de tetró xido
de nitró geno afectó a una serie de cables eléctricos. Chelomei decidió arriesgarse y
no suspender la misió n: el despegue (16 de julio de 1965) se llevó a cabo
normalmente, confirmando el buen diseñ o del gigantesco cohete. El satélite, con
una masa de unas 12 toneladas, se convirtió ademá s en la carga ú til má s pesada
enviada al espacio por la U.R.S.S. Superadas unas cuantas horas de desconcierto,
acabó proporcionando valiosa informació n durante un mes y medio.

    El anuncio del lanzamiento indicó a la N.A.S.A. que la Unió n Soviética ya tenía un
claro competidor para el Saturn-I. Su nombre: Proton, como su carga ú til. Los
soviéticos no querían dar demasiadas pistas sobre su á rbol genealó gico y por tanto
ocultaron su verdadera denominació n (UR-500 o 8K82). Otras fuentes lo han
bautizado también como Gerkules o Atlantis.

    Los ensayos no se detendrían aquí puesto que el 2 de noviembre era colocado en
ó rbita el Proton-2 (UR-500 nú mero 209), en una misió n bá sicamente idéntica a su
predecesora. Todavía se lanzarían otros dos UR-500 a lo largo de 1966, pero con
Korolev haciéndose cargo del control del programa circunlunar, la principal carga
ú til del Proton sería después una modificació n de la Soyuz, y no los satélites
científicos.

    Simultá neamente, se estaban iniciando las pruebas de la verdadera piedra de


toque de todo el sistema: las cá psulas que albergarían a los cosmonautas. Tanto las
Soyuz como las L-1, empezaron a ser lanzadas en vuelos suborbitales (balísticos)
desde diciembre de 1965 hasta junio de 1966, siempre para comprobar su
resistencia a las aceleraciones y al aterrizaje. Su integridad estructural era esencial
para garantizar la seguridad de los tripulantes durante el viaje y el regreso.
Superada esta dura prueba, su diseñ o bá sico podría considerarse apto para el
vuelo espacial en cualquiera de sus vertientes.

  
DESAPARECE EL INGENIERO JEFE
    Interrumpidas las misiones después del lanzamiento de la Voskhod-2, el mundo
só lo había contemplado una larga retahíla de exitosas Gemini americanas. De
nuevo, no faltaron los que pensaron en Occidente que la Unió n Soviética había
abandonado la carrera lunar. No era así, por supuesto, pero lo cierto es que tenía
grandes dificultades en todos los frentes. El má s sensible, el del liderazgo, se perdió
el 14 de enero de 1966.
    Desde la aprobació n definitiva del programa UR-500K/L-1 el 15 de diciembre de
1965, Korolev estaba má s ocupado que nunca. Incluso llegó a participar en el
proyecto Spiral, ideado por el equipo de Gleb Lozino-Lozinsky y que consistía en
una aeronave alada de dos etapas, pensada para viajar al espacio o efectuar saltos
hipersó nicos. La primera fase consistiría en un avió n Tu-144, el equivalente al
Concorde franco-britá nico, y la segunda sería una nave tripulada maniobrable y
reutilizable. El Tu-144 tardaría má s tiempo del previsto en estar listo, así que los
diseñ adores del Spiral solicitaron la ayuda de Korolev, quien permitiría el uso de
su cohete R-7 para poner en ó rbita a los primeros prototipos del vehículo. Se
programaron cinco misiones, algo que satisfacía al ingeniero jefe porque permitiría
aumentar la producció n de su vector, rebajando así su considerable precio.
    Pero Korolev no tendría oportunidad de trabajar demasiado a fondo en esta
propuesta. El 5 de enero ingresó en un hospital para una operació n rutinaria
durante la cual debían extirparle un pó lipo del recto.
    El momento no era nada oportuno, ya que los problemas se amontonaban frente
a su mesa de trabajo. Sin embargo, la operació n no podía retrasarse má s y unos
días apartado de la cacofonía en la que se hallaba habitualmente inmerso podría
sentarle bien (en ese punto las relaciones con sus subordinados eran muy tensas
debido a sus frecuentes ataques de ira, ya que cualquier error o problema le
exasperaba sobremanera). Sus ú ltimas jornadas fueron un tormento para él, tanto
por el estrés que le hacía sentir enfermo como por su delicado estado de salud.
    Llegó a celebrar su 59 cumpleañ os, el 12 de enero, en la cama del hospital del
Kremlin. Después de mucho tiempo ocultando el cariz enfermizo que estaban
tomando las cosas, había entrado por su propio pie en este recinto só lo reservado a
personalidades de Estado. El día antes del aniversario, el académico Boris
Vasilevich Petrovsky, Ministro de Salud, le practicó un aná lisis histoló gico. La
extracció n de la muestra, que suponía obtener una secció n del pó lipo, le causó una
hemorragia que presagiaba una mala semana.
    En el OKB-1, el ayudante de Korolev, Mishin, se hizo cargo de todo. Pero el
hombre estuvo a punto de dimitir: su jefe sabía enfrentarse bien a los caprichos y
excentricidades de Sergei Afanasyev, el Ministro responsable de las actividades
espaciales, en cambio él no. Tuvo que ser su jefe quien le convenciera para que
siguiese, desde la cama del hospital.
    La operació n definitiva se inició a las 8 de la mañ ana del 14 de enero. Durante el
proceso, que consistía en la introducció n de un rectoscopio, se produjo otra grave
hemorragia, como sucediera anteriormente. Incapaz de detenerla, Petrovsky abrió
el abdomen de su paciente para actuar directamente sobre la herida. Fue entonces
cuando encontró un tumor canceroso maligno que nadie conocía y que le habría
matado en tan só lo unos meses. La operació n se prolongó demasiado tiempo, hasta
tal punto que Korolev, anestesiado durante má s de 8 horas, no llegó a despertar. Se
ha dicho que Petrovsky había estado muchos añ os alejado de los quiró fanos y que
ello pudo contribuir a la muerte del enfermo. Lo cierto es que su comportamiento
fue profesional, que tuvo que enfrentarse a una complicació n inesperada, y que la
debilidad del corazó n del paciente, castigado por las penurias de su anterior vida,
fue definitiva.
    Fallecía así uno de los má s indiscutibles "padres de la Astroná utica",
probablemente el má s destacado de todos ellos si tenemos en cuenta el nivel de
responsabilidad que soportó durante tantos añ os. Só lo entonces, de forma
pó stuma, sería conocida en el mundo su identidad, la del antañ o misterioso
"ingeniero jefe", el mentor de todas las hazañ as espaciales soviéticas de la ú ltima
década. Su memoria fue honrada, pero su trabajo, inacabado, sería difícilmente
superado.
    Sus cenizas fueron enterradas en la famosa muralla del Kremlin, aunque no
todas, ya que la leyenda dice que Gagarin guardó parte de ellas para llevarlas a la
Luna a la primera oportunidad.
    Sin Korolev, el Politburó situó en su lugar a Vasily Mishin, un ingeniero de menor
experiencia que, como viejo ayudante del genio, tendría que enfrentarse ahora a la
formidable empresa de vencer a los norteamericanos en la carrera hacia la Luna.
Mishin conocía las interioridades del programa por su trabajo cercano a la figura
de su predecesor, pero sabía también de las dificultades que entrañ aba lo
demandado por el Gobierno soviético. Su primera acció n fue retrasar el
lanzamiento del primer vuelo circunlunar hasta 1968, reconociendo que no sería
posible superar las dificultades técnicas del proyecto antes de esa fecha. El 14 de
febrero, por ejemplo, al descubrir que la cosmonave L-3 había aumentado de masa,
tuvo que ordenar la mejora de la potencia del cohete N-1. El vector tendría que
pasar de 75 a 95 toneladas en ó rbita baja, lo cual conseguiría haciendo cambios
drá sticos en los planes del viaje: se reduciría la inclinació n de la ó rbita terrestre
provisional de 65 a 52 grados, se disminuiría la altitud de la ó rbita lunar de 300 a
220 kiló metros, se añ adirían seis motores má s en la primera fase, aumentando su
empuje en un 2 por ciento (también la de los motores de las etapas superiores), y
por ú ltimo se reduciría la temperatura de los propelentes del vehículo lunar para
incrementar la capacidad de los tanques.
    Mishin tenía sobre la mesa innumerables incó gnitas que necesitaba resolver
antes de continuar adelante. Por ejemplo, ¿resistiría el suelo de nuestro satélite el
aterrizaje de una pesada nave tripulada? Qué aspecto real tenía la superficie de la
Luna? ¿Era á spera y estaba llena de piedras o era posible posarse en ella sin
peligro? Algunas de estas preguntas serían contestadas, como hemos visto, por las
sondas que desde meses atrá s estaban intentando efectuar un aterrizaje
controlado. Fallos durante el lanzamiento, choques contra Selene, pérdidas de
control y comunicaciones, jalonaron esta época de infructuosa exploració n
automá tica hasta que la sonda Luna-9 aportó las respuestas que se estaban
buscando.
    No finalizarían aquí las investigaciones de las sondas soviéticas en las cercanías
de nuestro rocoso vecino puesto que el pró ximo objetivo consistiría en colocar una
cosmonave en ó rbita a su alrededor. La posició n serviría para mapear toda la
superficie y para localizar zonas de aterrizaje apropiadas para futuros descensos,
tanto de naves automá ticas como, claro está , tripuladas. Al mismo tiempo, la
compleja maniobra de inyecció n orbital alrededor de la Luna serviría como un
magnífico banco de pruebas respecto a lo que, a mayor escala, supondría la llegada
de una cá psula con hombres a bordo,
en uno de los pasos previos al
descenso y aterrizaje.
    El objetivo, sorprendentemente,
quedaría cumplido muy poco tiempo
después del vuelo del Luna-9, pero
antes se produciría uno de los
acostumbrados desastres: el 1 de
marzo de 1966, un cohete 8K78M
(N103-41) colocó a su carga ú til en
ó rbita baja. Habiendo costeado
durante unos minutos, la sonda, unida
a su etapa superior, empezó a girar sin
control. Jamá s volaría hacia la Luna y,
anclada en la ó rbita terrestre, pasaría
a denominarse Kosmos-111.
    Se trataba de la primera sonda E-6S,
esencialmente idéntica a sus
predecesoras con la diferencia de que
el mó dulo esférico de alunizaje había
sido sustituido por un conglomerado
fijo de instrumentos científicos.
    El 31 de marzo, era lanzado con
éxito el Luna-10. En esta ocasió n, su
vector 8K78M (N103-42) envió a su
carga en ruta de escape. Hacia la madrugada del 3 de abril, y a unos 8.000
kiló metros de la superficie de Selene, el mismo motor que había servido para
aterrizar al Luna-9 sirvió ahora para frenar la marcha del vehículo y permitir su
captura gravitatoria por parte de nuestro satélite. Una vez alrededor de éste, la
nave liberó toda esta maquinaria, que suponía los dos tercios de la sonda que
dejaban de tener utilidad (propulsió n y guiado), y se convirtió en la primera capaz
de orbitar otro mundo distinto del nuestro. Su equivalente americano, el Lunar
Orbiter, aú n tardaría varios meses en debutar.
    El mó dulo instrumental u orbitador empezó a trabajar de inmediato. El ú nico
suministro eléctrico consistía en unas baterías que permanecieron operativas
durante 57 días. Durante todo este tiempo, el Luna-10 midió el campo magnético
lunar y midió el flujo meteó rico local. Como curiosidad, decir que los técnicos
soviéticos se las ingeniaron para causar ciertas oscilaciones de frecuencia en los
semiconductores de la nave, produciendo de la nada una sencilla imitació n de una
canció n emblemá tica, la "Internacional", la cual fue transmitida y recibida con
entusiasmo y ovaciones durante el 23 Congreso del Partido Comunista.
    Los datos enviados por el Luna-10 eran alentadores: los detectores de rayos
có smicos y gamma, el contador de meteoritos, etcétera, indicaban que el ambiente
selenita era apto para la presencia de hombres. Só lo había un problema: el
medidor del campo gravitatorio lunar detectó diversas anomalías debidas a
acumulaciones de materia (mascones) que perturbaban la ó rbita de la nave. La
situació n y efectos de estos mascones deberían ser definidos con claridad si no se
quería correr el peligro de que una nave tripulada, perturbada, acabase
aterrizando en un lugar no previsto (y potencialmente peligroso).
    Cumplido el objetivo de colocar un satélite artificial alrededor de la Luna, las E-
6S desaparecieron del mapa. Otras versiones má s sofisticadas seguirían sus
pasos. má s
(Escucha el lanzamiento de la misió n MR-3)
    Para empezar, reunió a sus consejeros y a los dos principales hombres de la
N.A.S.A., su administrador, James Webb, y el responsable del á rea científica, Hugh
Dryden, el 14 de abril. También asistió un miembro de la prensa, Hugh Sidey, de la
revista Life, quien se encargaría de publicar con todo detalle lo ocurrido aquel día.
La gente de la agencia espacial ya había estado pocas semanas atrá s en el Capitolio
para hablar de sus proyectos de futuro con el Vicepresidente Johnson, pero a pesar
del conocido entusiasmo de éste por la aventura espacial (un golpe de fortuna para
la N.A.S.A.), la política de Kennedy no parecía incluir todavía fondos para todo ello.
Ahora, las cosas habían cambiado drá sticamente. La reunió n con el Presidente fue
crucial. Alterado por la trascendencia de su cercana decisió n, inquirió
repetidamente a sus invitados sobre qué podría hacerse para superar a los
soviéticos, ya fuera un vuelo tripulado circunlunar, el alunizaje o la instalació n de
una colonia. Su mayor inquietud, al mismo tiempo, era el coste de tal iniciativa:
cualquier empresa lo bastante compleja pondría a los soviéticos fuera de la lucha,
pero podría poner también fuera de combate a los propios americanos.
    Segú n Sidey, el Presidente no se cansaba de repetir: "El coste, eso es lo que me
preocupa". Para Wiesner, en cambio, no era "el momento de cometer
equivocaciones". Por ú ltimo, Kennedy dijo: "Cuando sepamos má s, podré decidir si
vale la pena o no. Si alguien pudiera decirme có mo alcanzarles... Encontremos a
alguien, a cualquiera, no me importa si es el bedel de ahí fuera, si sabe có mo. No
hay nada má s importante".
    Curiosamente, el coste no era lo que má s incomodaba a David Bell, el Jefe del
Budget Bureau: para reactivar la economía del país, Kennedy se vería obligado,
antes o después, a dedicar importantes sumas para crear puestos de trabajo. Por
otro lado, el desequilibrio misilístico había demostrado ser inexistente, de manera
que una parte del dinero inicialmente reservado para los grandes programas de
construcció n armamentística podría ser empleado para la iniciativa espacial.
 
    Finalizada la reunió n, la decisió n estaba cerca. La N.A.S.A. ya había informado a
Johnson y a Ted Sorensen, un consejero especial de Kennedy, de sus intenciones de
aterrizar en la Luna y de construir bases científicas. Cuando Sorensen y el
Presidente se encerraron en el despacho oval (durante apenas cinco minutos), este
ú ltimo dio el visto bueno al plan de la agencia... pero sin las bases ni las colonias
lunares. Las declaraciones privadas de Sorensen, "nos vamos a la Luna", no dejan
lugar a dudas: si Kennedy no encontraba otra solució n en un breve plazo de
tiempo, la decisió n estaba tomada.
    Hombre previsor, el Presidente pidió por escrito a su Vicepresidente, con fecha
20 de abril, la realizació n de un estudio que examinara todas las alternativas
posibles. Kennedy no quería dejar ninguna piedra sin levantar. La respuesta de
Johnson, ocho días má s tarde, confirmaba que el alunizaje era la mejor (sino la
ú nica) opció n mínima capaz de superar a los soviéticos en el Cosmos. Incluso con
ella, las opciones estimadas de éxito no superaban el 50 por ciento. Para un
proyecto que algunos creían iba a costar 40.000 millones de dó lares, el riesgo era
considerable. Sobre todo si tenemos en cuenta que eso significaba dar 6.000
millones al añ o a la N.A.S.A., seis veces má s de lo que había recibido hasta entonces
(y una agencia que ni siquiera había lanzado a su primer hombre al espacio). El
mayor riesgo, sin embargo, provenía de que la carrera espacial era un ente abierto,
a diferencia del proyecto Manhattan, y que todo lo que ocurriera alrededor de ella
en los EE.UU. sería conocido, alabado y criticado.
    Ahora só lo quedaba (una vez má s) convencer al Congreso, obtener su respaldo y,
con ello, el de toda la nació n. Para eso, Kennedy ordenó a Johnson la convergencia
de todas las partes, Pentá gono, Cá mara de Representantes y Senado. El
Vicepresidente, empleando sus amplias dotes de persuasió n, puso de acuerdo a los
convencidos y a los no tan convencidos e hizo trabajar a la gente de la N.A.S.A. y a
otros asesores en la redacció n del documento definitivo en el que se instaría a la
aceleració n del programa espacial. Durante este tiempo, los EE.UU. realizaron su
primer vuelo tripulado: Alan Shepard fue lanzado en misió n balística suborbital el
5 de mayo. El Mercury Redstone-3 voló como todos esperaban, demostrando que, a
pesar de todo, la masa crítica para el éxito se encontraba en las manos del pueblo
estadounidense. El gran éxito del viaje confirmaba la buena posició n de la N.A.S.A.
para emprender el siguiente paso: la Luna. má s

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