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Giorgo Agamben

Un periodista italiano se ha propuesto, según el buen uso de su profesión, distorsionar y falsificar


mis consideraciones sobre la confusión ética en la que la epidemia está arrojando al país, en el que
ya no hay ni siquiera consideración por los muertos. Así como no merece ser mencionado su
nombre, tampoco vale la pena rectificar las obvias manipulaciones. Quien quiera leer mi
texto Contagio puede leerlo en el sitio de la editorial Quodlibet. Más bien público aquí algunas otras
reflexiones, que, a pesar de su claridad, presumiblemente también serán falsificadas.
El miedo es un mal consejero, pero hace que aparezcan muchas cosas que uno pretende no ver.
Lo primero que muestra claramente la ola de pánico que ha paralizado al país es que nuestra
sociedad ya no cree en nada más que en la nuda vida. Es evidente que los italianos están
dispuestos a sacrificar prácticamente todo, las condiciones normales de vida, las relaciones
sociales, el trabajo, incluso las amistades, los afectos y las convicciones religiosas y políticas ante
el peligro de caer enfermos. La nuda vida —y el miedo a perderla— no es algo que una a los
hombres, sino que los ciega y los separa. Los demás seres humanos, como en la peste descrita
por Manzoni, se ven ahora sólo como posibles untadores que hay que evitar a toda costa y de los
que hay que guardar una distancia de al menos un metro. Los muertos —nuestros muertos— no
tienen derecho a un funeral y no está claro qué pasa con los cadáveres de las personas que nos
son queridas. Nuestro prójimo ha sido cancelado y es curioso que las iglesias guarden silencio al
respecto. ¿Qué pasa con las relaciones humanas en un país que se acostumbra a vivir de esta
manera por quién sabe cuánto tiempo? ¿Y qué es una sociedad que no tiene más valor que la
supervivencia?
Lo segundo, no menos preocupante que lo primero, que la epidemia deja aparecer con claridad es
que el estado de excepción, al que los gobiernos nos han acostumbrado desde hace mucho
tiempo, se ha convertido realmente en la condición normal. Ha habido epidemias más graves en el
pasado, pero a nadie se le había ocurrido declarar por esto un estado de emergencia como el
actual, que incluso nos impide movernos. Los hombres se han acostumbrado tanto a vivir en
condiciones de crisis perpetua y de perpetua emergencia que no parecen darse cuenta de que su
vida se ha reducido a una condición puramente biológica y ha perdido todas las dimensiones, no
sólo sociales y políticas, sino también humanas y afectivas. Una sociedad que vive en un estado de
emergencia perpetua no puede ser una sociedad libre. De hecho, vivimos en una sociedad que ha
sacrificado la libertad a las llamadas «razones de seguridad» y se ha condenado por esto a vivir en
un perpetuo estado de miedo e inseguridad.
No es sorprendente que por el virus se hable de guerra. Las medidas de emergencia en realidad
nos obligan a vivir bajo condiciones de toque de queda. Pero una guerra con un enemigo invisible
que puede acechar a cualquier otro hombre es la más absurda de las guerras. Es, en verdad, una
guerra civil. El enemigo no está fuera, está dentro de nosotros.
Lo que preocupa es no tanto o no sólo el presente, sino lo que sigue. Así como las guerras han
legado a la paz una serie de tecnologías nefastas, desde el alambre de púas hasta las centrales
nucleares, de la misma manera es muy probable que se buscará continuar, incluso después de la
emergencia sanitaria, los experimentos que los gobiernos no habían conseguido realizar antes: que
las universidades y las escuelas cierren y sólo den lecciones en línea, que dejemos de reunirnos y
hablar por razones políticas o culturales y sólo intercambiemos mensajes digitales, que en la
medida de lo posible las máquinas sustituyan todo contacto —todo contagio— entre los seres
humanos.

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Lo peor de la peste no es que mata a los cuerpos, sino que desnuda las almas y ese espectáculo
suele ser horroroso (Albert Camus)

El corona virus y la individualización de la culpa

Las máximas autoridades de los estados, las grandes cadenas televisivas y


muchas otras empresas han impulsado el discurso de unidad y responsabilidad
individual ante la pandemia del COVID-19 en el mundo. Buena parte de la
opinión pública está convencida de que el avance del virus ha sido por el caso
omiso que han hecho muchas personas a las solicitudes y exigencias de las
autoridades gubernamentales de quedarse en la casa y de los protocolos de
higiene que han impulsado.

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Precisamente, esta es una de las características de nuestra sociedad
contemporánea; la de achacar la causa de nuestros problemas al individuo
omitiendo cualquier crítica seria y negando la posibilidad de buscar la verdadera
raíz de lo que nos aqueja. La amenaza del virus para gran parte de la opinión
pública, los medios de comunicación, las empresas y los gobiernos es sólo un
trago amargo que va a pasar, pero eso sólo depende de cada uno de nosotros.
¿Nos hemos puesto a pensar cómo sería esta pandemia en una sociedad distinta?
Imaginemos por un segundo un mundo donde la tecnología estuviera al servicio
del ser humano y no sometida y estancada a las dinámicas del mercado.
Pensemos en uno donde el acceso a la comida no estuviera mediado por el dinero
y que para obtenerla sólo nos bastaría salir al patio y en caso de escases recurrir a
la ayuda del vecindario. Un lugar donde toda persona tuviera una vivienda sin
pensar en la zozobra de que el banco o el arrendatario la echarán si no pagan. Y
que esa casa no sea la cárcel de una mujer que es violada por su propio padre,
golpeada por su esposo o donde no sufra ningún tipo de violencia patriarcal.
Vayamos más allá e imaginemos una pandemia peor de la que afrontamos hoy en
un mundo mejor que el nuestro.
La imposibilidad de imaginarnos mundos distintos alimenta la culpabilidad
individual. No es el sistema el que está afrontando mal la pandemia, es usted
porque salió de su casa. ¿Cómo se nos ocurre echarle la culpa al capitalismo si
las pandemias nos han acompañado en toda la historia, incluso antes del mismo
capitalismo? Es necesario politizar esta pandemia. No debe verse solamente
como un hecho de la naturaleza. El coronavirus también es un efecto político y
económico que encontró en este sistema una capacidad de expansión masiva y su
resolución no es solamente de carácter individual y privada.
El mercado nos condiciona la vida. No podemos desprender los problemas que

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ha ocasionado el coronavirus de la imposibilidad del sistema de afrontarlos.
Tenemos la capacidad moral de culpar al capitalismo de las miles de muertes que
se han ocasionado aún más que al propio virus. Si nuestra capacidad de crear y
producir está mediada y condicionada por el mercado, así como nuestras
relaciones sociales, no podemos simplemente echarle la culpa al vecino que salió
de su casa, porque esto sólo sería solapar el problema.
Para afrontar una situación de este tipo debemos dejar de creer que el mercado
puede resolverla con nuestra ayuda, que debemos actuar como policías juzgando
y persiguiendo a cualquiera que salga de su casa. Esto sólo ayuda a obviar la falta
de respuesta de los sistemas de salud, la escasez de tecnologías y medicamentos
eficaces para la atención de los enfermos, el problema de la obtención de
alimentos y materias primas que obligan a las personas a desplazarse grandes
distancias y en muchos casos aglomeradas en el transporte público, la realidad
que viven millones de personas en condición de calle e infinitos etcéteras que
evidencian el fracaso de sociedad en la estamos inmersos.
 

El derrape de Giorgio Agamben sobre el


coronavirus
 
Las intervenciones del filósofo italiano son sintomáticas del
colapso de la teoría en paranoia
 
La incertidumbre sin precedentes en medio de la pandemia de
coronavirus ha diezmado nuestros planes cuidadosamente establecidos
y ha perturbado nuestras mentes al mismo tiempo. La ansiedad se
manifiesta en una incapacidad total para concentrarse; nuestros
esfuerzos para «trabajar desde casa» se consumen en gran medida
mirando fijamente Twitter, las páginas de inicio de The New York
Times y The Guardian, y publicaciones medianas repletas de gráficos
incomprensibles y consejos dudosos. Creemos que estas circunstancias

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no requieren más modelos epidemiológicos, sino filosofía. La pregunta
-«¿Qué debo hacer?»- es, después de todo, una variante de la primera
pregunta filosófica, a saber, “¿cómo debo vivir?”
Justo a tiempo, llega alguien aparentemente adecuado para la tarea. El
filósofo y teórico cultural italiano Giorgio Agamben ha servido durante
mucho tiempo como un modelo de cómo la reflexión filosófica puede
ayudarnos a evaluar las implicaciones morales de las catástrofes de un
orden que la mente apenas puede comprender, sobre todo el
Holocausto. Es especialmente conocido por su trabajo sobre la historia
intelectual y política del concepto mismo de «vida», y la amenaza que la
soberanía política le plantea.
En dos textos cortos (el primero, «El estado de excepción provocado por
una emergencia desmotivada», un artículo para el diario italiano Il
manifiesto, traducido al inglés y publicado por la revista Positions
Politics; la segunda, «Aclaraciones«, publicado originalmente en
italiano  (en castellano se puede leer aquí), Agamben trae su aparato
conceptual característico para influir en la respuesta global a la
pandemia de coronavirus. Las medidas de emergencia para la «supuesta
epidemia de coronavirus», escribe, son «frenéticas, irracionales y
absolutamente injustificadas». El coronavirus, insiste Agamben (¡en los
últimos días de febrero!) Es «una gripe normal, no muy diferente de las
que nos afectan cada año».
Como la mayoría de los lectores ya habrán aprendido, incluso bajo las
estimaciones más conservadoras, la tasa de mortalidad por coronavirus
es 10 veces mayor que la de la gripe común: 1 por ciento a la 0.1 por
ciento de la gripe común. Pero, después de todo, lo que le importa a
Agamben no es la situación empírica sino la política. Y aquí encontramos
a Agamben en forma clásica. El verdadero «estado de excepción» y, por
lo tanto, la verdadera amenaza, no es la enfermedad en sí. Es el «clima
de pánico» que «los medios de comunicación y las autoridades» han
creado en torno a la enfermedad, lo que permite al gobierno introducir
restricciones extremas al movimiento, la congregación y la sociabilidad
ordinaria sin las cuales nuestra vida diaria y nuestro trabajo se
convierten rápidamente en irreconocibles.
Los aislamientos y las cuarentenas son, de hecho, una manifestación
más de «la creciente tendencia a utilizar el estado de excepción como
un paradigma de gobierno normal». El gobierno, nos recuerda, siempre
prefiere gobernar con medidas excepcionales. En caso de que se
pregunte cuán literalmente estamos destinados a tomar esta parte de la
teoría crítica de la conspiración, agrega que «una vez que el terrorismo
se agotó como justificación», lo mejor es «inventar una epidemia».
Como un presentador desconcertado de Fox News, Agamben concluye
que las prohibiciones de viaje, la cancelación de eventos públicos y
privados, el cierre de instituciones públicas y comerciales y la aplicación

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de cuarentena y vigilancia son simplemente «desproporcionadas»: un
costo demasiado alto para protegerse de una enfermedad ordinaria más.
En una respuesta ampliamente difundida, el filósofo francés Jean-Luc
Nancy, que identifica a Agamben como un «viejo amigo», se opone al
argumento de Agamben en cuanto al gobierno como el único culpable
de la crisis, pero reconoce su argumento general sobre los peligros de
un perpetuo estado de existencia en pánico: «toda una civilización está
involucrada, no hay duda al respecto». Sin embargo, la parte más
notable de la respuesta de Nancy es su nota final: «Hace casi treinta
años, los médicos decidieron que necesitaba un trasplante de corazón.
Giorgio fue uno de los pocos que me aconsejó que no los escuchara. Si
hubiera seguido su consejo, yo probablemente habría muerto muy
pronto. Es posible cometer un error «.
Nancy tiene razón: se pueden cometer errores. Pero, ¿se clasifica
correctamente como un error el escepticismo dogmático de Agamben
hacia la intervención institucional de todo tipo? ¿O un hábito intelectual
se ha convertido en una compulsión patológica? De cualquier manera, la
pequeña anécdota personal de Nancy revela lo que está en juego en la
polémica posición de Agamben, aplicada al mundo real: la vida de los
seres queridos, especialmente los viejos y vulnerables.
No es que Agamben permita que las palabras de su viejo amigo, sin
mencionar la devastación que ha continuado asolando Italia, afecten su
confianza. La muerte de cientos de italianos por día parece haber
endurecido su determinación.
En su segundo texto, titulado simplemente «Aclaraciones», Agamben
reconoce que una epidemia está sobre nosotros, dejando atrás las
afirmaciones empíricas engañosas. (Bueno, casi, y vale la pena señalar
la excepción: Agamben afirma que «Ha habido epidemias más graves en
el pasado, pero nadie pensó por ese motivo declarar un estado de
emergencia como el actual, que nos impide incluso el movimiento». Esto
es falso. Como padrino intelectual de Agamben, Michel Foucault, detalla
en Vigilar y castigar, que ya en el siglo XVII, los preparativos para la
plaga incluían la restricción completa del movimiento entre y dentro de
las ciudades de Europa: «Cada individuo está fijo en su lugar . Y, si se
muda, lo hace a riesgo de su vida, contagio o castigo»). En su mayor
parte, Agamben enfoca su aclaración en otra objeción de principios a las
medidas draconianas implementadas en todo el mundo: ¿cuánto
sacrificio es demasiado?
Agamben observa correctamente que la cuestión de la proporcionalidad
de la respuesta no es científica: es moral. Y la respuesta no es obvia.
Aquí, al menos, Agamben llega a una pregunta seria. Este es
exactamente el tipo de pregunta que esperábamos que el humanista
pudiera ayudarnos a responder.

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La forma de abordarlo de Agamben se enmarca en una distinción entre
«vida desnuda», nuestra supervivencia biológica, y algo que él tiene en
mayor consideración; llámalo vida social o ética. «Lo primero que la ola
de pánico que paralizó al país obviamente muestra es que nuestra
sociedad ya no cree en nada más que en la vida desnuda», observa. En
nuestro pánico histérico, ejerciendo esfuerzos hercúleos para evitar
daños físicos, nos hemos hecho vulnerables a la pérdida de un orden
mucho más alto: sacrificar nuestro trabajo, amistades, familias
extendidas, ritos religiosos (primero entre ellos, funerales) y
compromisos políticos. De esta manera, podríamos preservarnos
biológicamente, pero habremos eliminado en el proceso cualquier cosa
que le dé sentido a la vida, que haga que valga la pena vivirla.
Además, el enfoque exclusivo en la supervivencia a cualquier costo, en
la preservación de la «vida desnuda», no solo constituye una derrota
espiritual por derecho propio, sino que nos vuelve uno contra el otro,
amenazando la posibilidad de relaciones humanas significativas y por lo
tanto apariencia de «sociedad»: «La vida desnuda, y el peligro de
perderla, no es algo que une a las personas, sino que las ciega y las
separa». La paranoia nos lleva a ver a otros seres humanos «únicamente
como posibles propagadores de la plaga», para evitarlos a toda costa.
Tal estado, donde todos nos dedicamos a una batalla contra un enemigo
dentro de nosotros, al acecho en cualquier otra persona, es «en realidad,
una guerra civil». Las consecuencias, predice Agamben, serán sombrías
y durarán más que la epidemia. Él concluye:
Así como las guerras han dejado como legado a la paz una serie de
tecnología desfavorable, desde el alambre de púas hasta las centrales
nucleares, también es muy probable que uno intente continuar incluso
después de los experimentos de emergencia sanitaria que los gobiernos
no lograron llevar a realidad antes: cerrar universidades y escuelas y
hacer lecciones solo en línea, poner fin de una vez por todas a reunirse y
hablar por razones políticas o culturales e intercambiar solo mensajes
digitales entre ellos, siempre que sea posible, sustituyendo máquinas
por cada contacto, cada contagio, entre los seres humanos.
Para ser claros, Agamben tiene razón en que los costos que estamos
pagando son extremadamente altos: la respuesta a la epidemia exige
grandes sacrificios de nosotros como individuos y de la sociedad en
general. Además, y dejando de lado la paranoia conspirativa, existe un
riesgo real de que el virus disminuya la resistencia pública a las medidas
políticas que amenazan el autogobierno democrático: un mayor uso de
la vigilancia, la expansión de los poderes ejecutivos y restricciones a la
libertad de movimiento y asociación.
Sin embargo, observar los costos potenciales es la parte fácil. Lo que es
mucho más difícil y mucho más peligroso, es tener claro qué es
exactamente lo que estamos sacrificando. Agamben tiene razón en que

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una vida dedicada exclusivamente a nuestra propia supervivencia
biológica es una vida humana solo de nombre, y que elegir
voluntariamente tal vida no es simplemente un sacrificio personal sino
una forma de autolesión moral de toda la sociedad. ¿Pero es esto
realmente lo que estamos haciendo?
Por supuesto, hay quienes se niegan a inclinarse ante las
recomendaciones de las autoridades: las vacaciones de primavera de
Florida, los rastreadores de bares de St. Paddy’s Day. ¿Son estos los
héroes morales que Agamben está pidiendo? Mientras tanto, aquellos de
nosotros que, con el corazón oprimido, hemos abrazado las restricciones
a nuestras libertades, no solo apuntamos a nuestra propia supervivencia
biológica. Hemos acogido con beneplácito las diversas limitaciones
institucionales en nuestras vidas (de hecho, a veces esperamos que
nuestros gobiernos las introdujeran antes), y hemos instado a nuestros
amigos y familiares (¡especialmente a nuestros obstinados padres!) A
hacer lo mismo, no a evitar «el peligro de enfermarnos», no por el bien
de nuestra vida desnuda, y de hecho no por el bien de la vida desnuda
de los demás, sino por un imperativo ético: ejercer los enormes poderes
de la sociedad para proteger a los vulnerables, sean ellos nuestros seres
queridos unos u otros.
Estamos haciendo todo esto, en primer lugar, por nuestros semejantes:
nuestros padres, nuestros abuelos y todos aquellos que, a fuerza del
destino, son frágiles. Nada podría estar más lejos de nuestras mentes
que el mantenimiento de su «vida desnuda»: nos preocupamos por
estas personas porque son nuestros parientes, nuestros amigos y los
miembros de nuestra comunidad.
Mi prometido y yo cancelamos nuestra boda de verano la semana
pasada. Lo hicimos para que nuestros invitados, incluido el padre de alto
riesgo de mi pareja, pudieran asistir en alguna fecha posterior a la
celebración social de nuestra decisión de unir nuestras vidas. Ahora
estamos encerrados en nuestro apartamento, «aislados», para que
podamos visitar a su padre, más tarde, sin poner en peligro su salud, si
alguna vez regresamos a Londres. Con suerte, todos podremos celebrar
esa boda juntos un día después de todo. Con suerte, nuestros hijos algún
día conocerán a su abuelo. Agamben lamenta que estamos sacrificando
«relaciones sociales, trabajo, incluso amistades, afectos y convicciones
religiosas y políticas» por «el peligro de enfermarse». Pero no estamos
haciendo sacrificios en aras de la mera supervivencia de nadie. Nos
sacrificamos porque compartir nuestras alegrías y dolores, nuestros
esfuerzos y nuestro tiempo libre con nuestros seres queridos, jóvenes y
viejos, enfermos y saludables, es la esencia de estas llamadas
«condiciones normales de vida».
«¿Qué es una sociedad», pregunta Agamben, «que no tiene otro valor
que la supervivencia?» Bajo ciertas circunstancias, esta es una buena

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pregunta. En estas circunstancias, es ciego. ¿Es esta la sociedad en la
que Agamben cree que está viviendo? Cuando este filósofo mira a su
alrededor, ¿realmente no ve nada más que la lucha por la «vida
desnuda»? Si es así, la «aclaración» de Agamben puede ser reveladora
de una manera que no había querido. Podríamos considerarlo como un
ejemplo muy lúcido de «teoría desnuda»: el disfrazar la jerga anticuada
como una forma de resistencia valiente al dogma moral irreflexivo. A
veces es aconsejable retrasar el despliegue de la pesada maquinaria
teórica hasta que uno haya mirado alrededor. Si buscamos sabiduría
sobre cómo vivir hoy, deberíamos buscar en otro lado.
Anastasia Berg es investigadora junior en filosofía en la Universidad de
Cambridge y editora en The Point. Este artículo es parte del Diario de
cuarentena de The Point.

“El neoliberalismo aplica la


necropolítica, deja morir a
las personas que no son
rentables”
Clara Valverde, activista política y social y escritora, presenta su
nuevo libro 'De la necropolítica neoliberal a la empatía radical'
(Icaria / Más madera) "El poder neoliberal se asegura que los
incluidos no se fien de los Excluidos, que los vean como extraños,
diferentes, desagradables y no se solidaricen con ellos"

Clara Valverde acusa al neoliberalismo de practicar una política basada en la muerte de


los excluidos

Martes 11 de julio de 2017 | 21:3

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Con la dictadura nos mataban. Ahora
nos dejan morir
Clara Valverde introduce su nuevo libro con la alusión al texto de
una pintada en la pared: “Con la dictadura nos mataban. Ahora nos
dejan morir”. En ‘De la necropolítica neoliberal a la empatía
radical’ (‘Icaria/Más madera’) esta activista política y social y
escritora sostiene que el sistema neoliberal es incompatible con la
lucha contra la desigualdad. Para ella, este sistema divide la
sociedad en excluidos e incluidos. Se desentiende de los primeros
y atemoriza a los segundos para perpetuar y aumentar el poder y
la riqueza de los privilegiados.

¿Qué tenemos que entender por “necropolítica neoliberal”?


‘Necro’ es la palabra griega para ‘muerte’. Las políticas
neoliberales son unas políticas de muerte. No tanto porque los
gobiernos nos maten con su policía, sino porque dejan morir a la
gente con sus políticas de austeridad y exclusión. Se deja morir a
los dependientes, a los sin techo, a los enfermos crónicos, a las
personas en listas de espera, a los refugiados que se ahogan en el
mar, a los emigrantes en los CIEs…

A los cuerpos que no son rentables para el capitalismo neoliberal,


que no producen ni consumen, se les deja morir.
¿Cómo se consigue convencer a los ciudadanos de que esa
“necropolítica neoliberal” les beneficia? ¿Porqué no hay una
rebelión masiva contra ella?
Los que aún no están excluidos, los que aún se creen el mito de
que en esta sociedad somos libres aceptan y hacen suyo lo que
dicen los poderosos y su prensa: que los excluidos no son como
ellos, que son una gente zarrapastrosa, sucia, rara, diferente, con
mala suerte y malos hábitos. El mito que ha calado es que los
excluidos se han buscado la situación que sufren.

No hay una rebeldía masiva contra las necropolíticas de los


gobiernos, contra la exclusión, porque la gente que aún no está
excluida no se identifica con los excluidos. Piensan “ese no soy
yo”, “eso no me pasará a mí”. No se dejan identificar con el que
sufre, no hay empatía radical. Y en realidad las necropolíticas nos

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afectan a todos. En cuanto esa persona incluida enferme será
posiblemente excluida sin ingresos y sin ayuda.

En este diseño social hay ciudadanos excluidos y ciudadanos


incluidos. ¿Nadie defiende a los excluidos?
Muy poca gente defiende a los excluidos. ¿Cuánta gente se
organiza para apoyar a los sin hogar? ¿Cuánta gente ayuda a los
ancianos o enfermos crónicos y a sus asociaciones? En la PAH hay
apoyo mutuo y empatía radical pero casi todos los que están
activos en la PAH son afectados ellos también por los desahucios.

Los incluidos creen estar a salvo de su expulsión del sistema pero


les adviertes que en cualquier momento pueden caer en la
exclusión. El temor a la exclusión ¿fomenta la insolidaridad en
nuestra sociedad?
Los que ahora tienen la suerte de no estar enfermos,
desahuciados, en paro, deberían pensar que la mayoría, a menos
que tengan mucho capital económico, podrían llegar a ser
excluidos. Pongamos que eres conductor de autobús. Si enfermas,
aunque lleves cotizando años, es muy posible que el Instituto
Catalán de Evaluaciones Médicas (ICAM) te dé el alta aunque
estés demasiado enfermo para trabajar. Entonces, ¿qué harás? Sin
poder trabajar, sin ingresos y con los gastos que una enfermedad
conlleva y que no cubre la Seguridad Social…

El poder neoliberal se asegura de que los incluidos no se fíen de


los excluidos, que los vean como extraños, diferentes,
desagradables y no se solidaricen con ellos.
El neoliberalismo impone su necropolítica mediante la violencia.
Pero ésa violencia no siempre es explícita. Dice que la más eficaz
para los intereses del neoliberalismo es la ‘violencia discreta’. ¿A
qué se refiere?
Por ejemplo, los recortes, la mercantilización y la privatización de
la sanidad pública son una violencia discreta. No matan a tiros a
los enfermos en listas de espera. Pero ¿cuántos mueren por esas
listas interminables? Esas listas son tan largas porque los
administradores de la sanidad pública y los políticos la han
organizado de modo que la sanidad privada “chupe” de ella. Y eso
tiene, como una de sus consecuencias, el sufrimiento y la muerte
lenta de los enfermos que esperan.

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Asegura que nos han cambiado el sentido de las palabras y que
para combatir la necropolítica neoliberal hay que volver a llamar a
las cosas por su nombre ¿Qué trampas del lenguaje destacaría?
Hay que llamar a las cosas por su nombre. Los políticos de
derechas neoliberales, los que van de “centristas”, todos esos nos
maltratan. No hay otra palabra. Es maltrato. Las condiciones
laborales son malos tratos. Los recortes son malos tratos. Las
leyes mordaza son malos tratos.

Hay muchas trampas lingüísticas. El que la gente haga suyas las


frases-trampa de los poderosos es preocupante. Frases como “es
lo que hay”, “no me puedo quejar”, “no va a ir a peor”, “no pasa
nada”, etc. Y el ‘pensamiento positivo’ que hace que la gente se
sienta culpable de estar enfadados con los políticos y de la
situación actual.

La tolerancia es otra gran trampa. La tolerancia es muy violenta.


Se intenta decir que es buena, que sí, que hay que tolerar al que
es diferente. ‘Tolerar’ quiere decir ‘aguantar’ y es una posición de
poder sobre el otro. “Yo te aguanto aunque seas pobre, trans,
negro, autista, etc.” No, las diferencias no son para ser toleradas.
Las diferencias hay que mirarlas, entender el por qué hay
desigualdades entre grupos diferentes y cambiar la situación. Es
necesario nombrar las desigualdades y luchar contra ellas al
mismo tiempo que celebramos la diversidad.

Choca que hable de la contratación de discapacitados o del papel


de las ONGs como instrumento manipulado por el neoliberalismo
en interés propio.
Aquí no se habla de esto pero en muchos países, sí. Hay
numerosos autores que hablan del “ONGismo” y del “Inspiración
Porn”.

El ONGismo es la utilización de la comunidad para hacer el trabajo


que debería hacer el gobierno con nuestro dinero. El ONGismo es
un tema complejo porque la buena gente que se implica en una
ONG lo hace con buenas intenciones. Pero luego son ellos los que
tiene que recortar y hacer que sus empleados acepten sueldos
míseros para hacer tareas que corresponden al Estado de
Bienestar.

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Cita algunos ejemplos de esta manipulación en la publicidad.
Hace unos años la Fundación La Caixa utilizaba personas con
síndrome de Down no muy severo como ejemplos de cómo
deberían ser los trabajadores. Ahora hay un anuncio de la
compañía que hace lavadoras, Balay, en la que un sordomudo dice:
“¡Mirad! Si un trabajador discapacitado es el mejor trabajador,
sonríe y no se queja, tú, que no eres discapacitado, deberías
callar, trabajar y no protestar”. Esto es un ejemplo de “Inspiración
Porn”, una suerte de pornografía con los discapacitados.
Pero la realidad es que la mayoría de los discapacitados no tienen
ingresos y sufren mucho. Y si consiguen un trabajo, su empresa no
tiene que pagar su Seguridad Social. Es un ahorro para el jefe.

¿La necropolítica es especialmente evidente en España? Destaca


que en este país se ha enterrado la memoria histórica de lo que
supusieron la guerra y el franquismo, que sólo en Camboya hay
más fosas comunes por abrir.
En realidad, la necropolítica se puede ver por todo el mundo. Mira
la situación de violencia en México.

Pero sí, una sociedad como la nuestra que destaca a nivel mundial
por la cantidad de personas desaparecidas y sin enterrar desde
hace 80 años, no es una sociedad que pueda funcionar de forma
humana. Tenemos a más de 100.000 abuelos y abuelas sin
enterrar aún. ¿A cuántas personas de nuestra generación afecta
éso directamente? ¿E indirectamente?

Andamos por los campos y las cunetas, y debajo de nuestros pies


están miles y miles de personas que el gobierno, ningún gobierno,
cree que merezcan ser encontrados y devueltos a sus familias.
Eso produce una sociedad muy enferma.

El sistema sanitario le sirve como ejemplo perfecto de la forma de


actuar de esa necropolítica neoliberal. ¿Es donde se hace más
evidente su forma de actuar?
Es una de las áreas en la que más vemos el sufrimiento causado
por la necropolítica, porque en el sistema sanitario se trabaja con
las vidas y los cuerpos de las personas, con el sufrimiento
inevitable que es parte del ser humano.

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Te doy un pequeño ejemplo. Los profesionales de enfermería en
hospitales en los que se ha implantado el método “Lean”, método
inventado para las cadenas de montaje de coches Toyota. Dan
más importancia a estar “ on time” (puntuales con la velocidad
que les imponen en sus tareas, velocidad nada humana ni para el
profesional ni, sobre todo, para el paciente) que a la calidad del
trabajo y al bienestar de los pacientes. Dicen estar contentos si
están “ on time”, ¡como si fueran conductores de la Renfe!

El método Lean se ha conseguido implantar sin que hayan


protestas entre los profesionales sanitarios. De la misma manera
que tantos profesionales no cuestionan Lean, tampoco cuestionan
el autoritarismo y el paternalismo que ellos mismos utilizan con
los enfermos.

Lo grave es que estos profesionales sanitarios son ellos también


víctimas del autoritarismo y paternalismo de las administraciones
sanitarias. A ellos les maltratan y se les exige que también
maltraten. Finalmente, sin darse cuenta, acaban haciendo lo que
llaman muchos autores “gobernar por terceros”; o sea, haciendo el
trabajo sucio de los neoliberales.

Y simboliza en las enfermas de Síndromes de Sensibilización


Central esa acción. ¿Por qué?
Porque los enfermos, o enfermas porque la mayoría son mujeres,
adolescentes y niños, de SSC son por lo menos el 3,5% de la
población -aunque los investigadores internacionales dicen que el
porcentaje es mucho más alto- y cada año pierden parte de los
pocos derechos que tenían. Con Boi Ruiz, los enfermos de SSC en
Catalunya, dejaron de tener derecho a acceder a sus médicos. Y si
el nuevo consejero sigue el acuerdo Junts Pel Sí-CUP, seguirán sin
poder ver a su médico y los que enfermen ahora no podrán ser
diagnosticados.

El 80% de estos enfermos viven encerrados en sus casas, en sus


camas, sin ninguna ayuda sanitaria ni social. Y están demasiado
enfermos para protestar, participar en movimientos sociales, etc.
La mayoría enferman entre los 10 y los 30 años de edad. No han
cotizado. Les espera una larga vida de pobreza y sufrimiento en la
cama. Y los que han conseguido trabajar unos años y cotizar, el

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ICAM hace todo lo posible para que no tengan una ayuda
económica. Hasta a los que han conseguido una pensión a través
de los juzgados el ICAM les quita la pensión.

El antídoto contra esa necropolítica está en la voluntad de


compartir. “Para sobrevivir y vivir hay que compartir”, dice.
¿Funcionará?
Las iniciativas, ideas y grupos implicados en lo común son el
antídoto contra la necropolítica. Lo que el poder absoluto quiere
dividir, nosotros lo tenemos que juntar. Nos tenemos que juntar
enfermos, sanos, trans y todos los géneros, razas varias, ancianos,
niños… Pero para hacerlo tenemos que desarrollar una empatía
radical y empezar desde los espacios excluidos. No funciona que
los “incluidos” inviten a los excluidos a sus movimientos. Tiene
que ser al revés. Los que aún se creen incluidos necesitan ir a
esos espacios intersticiales en los que habita la exclusión y
empezar desde ahí.

En ese sentido quería dar las gracias a Catalunya Plural por


entender que para poder tener esta conversación conmigo, que
vivo en la cama el 90% del tiempo con Encefalomielitis Miálgica, lo
hemos tenido que hacer a mí manera. Unos necesitan una rampa
para su silla de ruedas. Otros necesitamos Skype y email.

Fuente: http://www.eldiario.es
http://www.eldiario.es/catalunyaplural/neoliberalismo-aplica-necropolitica-
personas-rentables_0_479803014.html

Sobre la situación epidémica


Alain Badiou
(traducido del francés por Luis Martínez Andrade)

Siempre he considerado que la situación actual, marcada por una pandemia viral,
no tenía nada de excepcional. Desde la pandemia -también viral- del Sida,
pasando por la gripe aviaria, el virus del Ébola, el virus SARS-1, sin mencionar
otras (por ejemplo, el regreso del sarampión o de las tuberculosis que los
antibióticos no curan más), sabemos que el mercado mundial, en conjunto con la

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existencia de muchas zonas con un débil sistema médico y la insuficiencia de
disciplina mundial en las vacunas necesarias, produce inevitablemente serias y
desastrosas epidemias (en el caso del Sida, millones de muertes). Además del
hecho de que la situación de la pandemia actual golpea esta vez a gran escala al
llamado mundo occidental, bastante cómodo (hecho en sí mismo privado de
significado nuevo y llamando sobre todo a lamentaciones sospechosas y tonterías
repugnantes en las redes sociales), no consideraba que más allá de medidas de
protección evidentes y del tiempo que tomará para que el virus desaparezca en la
ausencia de nuevos blancos, habría que montar en cólera.     
Por otra parte, el verdadero nombre de la epidemia en curso debería indicar que
ésta muestra en cierto sentido el “nada nuevo bajo el cielo contemporáneo”. Este
verdadero nombre es SARS 2, es decir “Severe Acute Respiratory Syndrom 2”,
nominación que inscribe de hecho una identificación “en segundo tiempo”,
después la epidemia SARS 1, que se desplegó en el mundo durante la primavera
de 2003. Esta enfermedad fue nombrada en aquel momento como “la primera
enfermedad desconocida del siglo XXI”. Es pues claro que la actual epidemia no
es definitivamente el surgimiento de algo radicalmente nuevo o increíble. Esta es
la segunda de su tipo del siglo y se sitúa en su origen. Al punto que, actualmente,
la única crítica seria en materia predictiva dirigida a las autoridades es la de no
haber apoyado seriamente, después del SARS 1, la investigación que habría
puesto a disposición del mundo médico los verdaderos medios de acción contra el
SARS 2.
Así que no veía más que hacer que tratar, como todo el mundo, de confinarme y
exhortar a los demás a hacer los mismo. Respetar sobre ese particular una
estricta disciplina es más que necesario, ya que es un apoyo y una protección
fundamental para todos aquellos que son los más expuestos: por supuesto, todo el
personal ligado a cuestiones de salud, que está directamente en el frente, las
personas infectadas, pero también los más débiles, como las personas de edad
avanzada, principalmente en las residencias, y todos aquellos que acuden al
trabajo y corren el riesgo de ser contagiados. Esta disciplina de aquellos que
pueden obedecer al imperativo “quedarse en casa” debe también encontrar y
proponer los medios para que aquellos que “no tienen casa” puedan encontrar un
refugio seguro. Podemos pensar para eso la disposición general de los hoteles.
Estas obligaciones son, es cierto, cada vez más imperativas, pero no implican, al
menos en un primer examen, grandes esfuerzos de análisis o constitución de un
pensamiento nuevo.   
Pero ahora, realmente, leo demasiadas cosas, escucho demasiadas cosas,
incluyendo en mi entorno, que me desconciertan por la perturbación que expresan

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y por su inadecuación total, francamente simples, en relación con la situación en la
que nos encontramos. 
Estas declaraciones perentorias, estos llamados patéticos, estas acusaciones
enfáticas son de diferente tipo, pero todas tiene en común un curioso desdén por
la aterradora simplicidad, y por ausencia de novedad sobre la situación epidémica
actual. Sea que éstas son innecesariamente serviles a los poderes, que de hecho
solo hacen aquello a lo que les empuja la naturaleza del fenómeno. Sea que éstas
sacan a relucir al planeta y su mística, y no nos hace avanzar en nada. Sea que
éstas responsabilizan al pobre [Emmanuel] Macron, quien no hace, ni peor que
otro, que su trabajo de jefe de Estado en tiempos de guerra o de epidemia. Sea
que claman por el evento fundador de una revolución increíble, que no vemos qué
conexión tendría con el exterminio del virus, del cual, además, nuestros
“revolucionarios” no tienen el mínimo medio nuevo. Sea que éstas se hunden en
un pesimismo del fin del mundo. O están exasperados en el punto de que el
“primero yo”, la regla de oro de la ideología contemporánea, no tiene ningún
interés, no ayuda e incluso puede aparecer como cómplice de una continuación
indefinida del mal.
Parece que la prueba epidémica disuelve en todas partes la actividad intrínseca de
la Razón, y que obliga a los sujetos a regresar a los tristes efectos (misticismo,
fabulaciones, rezos, profecías y maldiciones) que en la Edad Media eran
habituales cuando la peste barría los territorios. 
De repente, me siento obligado a reagrupar algunas ideas simples. Con mucho
gusto diría: cartesianas.
Aceptemos comenzar por definir el problema, muy mal definido, por cierto, y por
consiguiente tratado de manera errónea. Una epidemia es compleja porque
siempre es un punto de articulación entre determinaciones naturales y
determinaciones sociales. Su análisis completo es transversal: debemos captar los
puntos donde las dos determinaciones se cruzan para obtener las consecuencias.
Por ejemplo, el punto inicial de la epidemia actual se sitúa muy probablemente en
los mercados de la provincia de Wuhan. Los mercados chinos todavía son
conocidos por su peligrosa suciedad y por su incontenible gusto por la venta al
aire libre de todo tipo de animales vivos amontonados. Por tanto, el virus se
encontró en algún momento presente, en una forma animal legada por los
murciélagos, en un ambiente popular muy denso y con una higiene precaria.
La llegada natural del virus de una especie a otra transita luego hacia la especie
humana. ¿Exactamente, cómo? No lo sabemos todavía y solo los procedimientos
científicos nos los dirán. Estigmaticemos de pasada, todos aquellos que lanzan, en
redes del internet, las fabulas típicamente racistas, respaldadas por imágenes

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manipuladas según las cuales todo proviene de que los chinos comen murciélagos
casi vivos…   
Este tránsito local entre especies animales hasta el hombre constituye el punto de
origen de todo el asunto. Después de lo cual, solo opera un dato fundamental del
mundo contemporáneo: el acceso del capitalismo de Estado chino a un rango
imperial, es decir, una presencia intensa y universal en el mercado mundial. De
ahí las innumerables redes de difusión, evidentemente antes de que el gobierno
chino pudiera limitar totalmente el punto de origen (de hecho, una provincia entera,
40 millones de personas), lo que, sin embargo, terminará haciendo con éxito, pero
demasiado tarde para evitar que la epidemia pudiera partir sobre otros caminos -y
aviones y barcos- de la existencia mundial.      
Un detalle revelador de aquello que llamo la doble articulación de una epidemia:
hoy, el SARS-2 está suprimido en Wuhan, pero hay muchos casos en Shanghái,
principalmente debido a personas, chinos en general, provenientes del extranjero.
China es pues un lugar donde observamos el anudamiento, por una razón arcaica
y luego moderna, entre un cruce naturaleza-sociedad en los mercados mal
mantenidos, de manera antigua, causa de la aparición de la infección, y una
difusión planetaria de ese punto de origen, acarreada por el mercado mundial
capitalista y sus desplazamientos tan rápidos como incesantes.   
Enseguida, entramos en la etapa donde los Estados intentan, localmente, frenar
esta difusión. Tengamos en cuenta que esta determinación sigue siendo
fundamentalmente local, a pesar que la epidemia es transversal. A pesar de la
existencia de algunas autoridades transnacionales, es claro que son los Estados
burgueses locales que se encuentran dispuestos a atacar. 
Aquí llegamos a una contradicción mayor del mundo contemporáneo: la economía,
incluido el proceso de producción en masa de objetos manufacturados, es parte
del mercado mundial. Sabemos que la simple fabricación de un teléfono móvil
moviliza el trabajo y los recursos, incluyendo minerales, al menos en siete estados
diferentes. Pero, por otro lado, los poderes políticos siguen siendo esencialmente
nacionales. Y la rivalidad de los imperialismos, antiguos (Europa y Estados
Unidos) y nuevos (China, Japón…) prohíbe todo proceso de un Estado capitalista
mundial. La epidemia también supone un momento donde esta contradicción entre
economía y política es obvia. Incluso los países europeos no logran ajustar sus
políticas a tiempo para enfrentar al virus.    
Bajo esta contradicción, los Estados nacionales intentar hacer frente a la situación
epidémica respetando al máximo los mecanismos del Capital, aunque la
naturaleza del riesgo los obliga a modificar el estilo y los actos del poder.
Sabemos desde hace mucho tiempo que, en caso de guerra entre países, el
Estado debe imponer, no solamente a las masas populares sino también a los

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burgueses, restricciones importantes para salvar al capitalismo local. Las
industrias son casi nacionalizadas en beneficio de una producción de armamentos
desencadenada pero que no produce ningún plusvalor monetario en ese
momento. Una gran cantidad de burgueses son movilizados como oficiales y
expuestos a la muerte. Los científicos buscan, noche y día, inventar nuevas
armas. Un buen número de intelectuales y de artistas son requeridos para
alimentar la propaganda nacional, etcétera.   
Frente a una epidemia, este tipo de reflejo estatal es inevitable. Es por ello que,
contrariamente a lo que se dice, las declaraciones de [Emmanuel] Macron o de
[Édouard] Philippe sobre el Estado que de repente se ha convertido en un estado
“de bienestar”, un gasto de apoyo a las personas sin trabajo o a los autónomos
que cierran su negocio, comprometiendo cien o doscientos millones del dinero del
Estado, el anuncio de “nacionalización”: todo ello no tiene nada de asombroso, ni
de paradójico. Y se deduce que la metáfora de [Emmanuel] Macron, “estamos en
guerra”, es correcta: Guerra o epidemia, el Estado es obligado, incluso yendo más
allá el juego normal de su naturaleza de clase, a aplicar prácticas tanto más
autoritarias como más globales para evitar una catástrofe estratégica.   
Es una consecuencia perfectamente lógica de la situación, cuyo objetivo es frenar
la epidemia (ganar la guerra, para retomar la metáfora de Macron), lo más seguro
posible, todo esto dejando sin trastocar el orden social establecido. No se trata de
una comedia, es una necesidad impuesta por la difusión de un proceso mortal que
cruza la naturaleza (de ahí el papel eminente de los científicos en este asunto) y
del orden social (de ahí la intervención autoritaria, y ella no puede ser otra cosa,
del Estado). 
La aparición en este esfuerzo de grandes deficiencias es inevitable. Por ejemplo,
la falta de máscaras protectoras o la ineficiencia en el internamiento en los
hospitales. ¿Pero quién puede jactarse realmente de haber “previsto” este tipo de
cosas? De cierta manera, el Estado no había previsto la situación actual, es cierto.
Incluso, se puede decir que, debilitando -desde hace décadas- el aparato nacional
de salud, y en verdad todos los sectores del Estado que estaban al servicio del
interés general, habían actuado como si nada parecido a una pandemia
devastadora pudiera afectar a nuestro país. Lo que es erróneo, no solamente bajo
su forma Macron, sino bajo la de todos los que lo habían precedido, por lo menos,
desde hace treinta años.
Pero todavía es correcto mencionar aquí que nadie había previsto, o imaginado, el
desarrollo en Francia de una pandemia de este tipo, salvo quizá algunos sabios
aislados. Muchos pensaban probablemente que este tipo de historia era válida
para una África tenebrosa o la Chinta totalitaria, pero no para la democrática
Europa. Y seguramente no son los izquierdistas (o los chalecos amarillos, o

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incluso los sindicalistas) los que pueden tener un derecho particular para pasar por
alto este punto y continuar haciendo ruido a Macron, su ridículo objetivo desde
siempre. Ellos tampoco lo vieron venir. Al contrario: mientras la epidemia ya
estaba en marcha en China, ellos multiplicaron hasta muy recientemente los
reagrupamientos incontrolados y las manifestaciones ruidosas, eso debería de
evitar hoy, sean lo que sean, que desfilen frente a las demoras impuestas por el
poder para tomar las medidas de aquello que sucedía. En realidad, ninguna fuerza
política en Francia, había tomado esta medida ante el Estado macroniano.
Del lado de este Estado, la situación es aquella donde el Estado burgués debe,
explícitamente y públicamente, hacer prevaler los intereses, de alguna manera,
más generales que de aquellos de la burguesía, mientras preserva
estratégicamente, en el futuro, la primacía de los intereses de clase de los cuales
este Estado representa la forma general. O, en otras palabras, la coyuntura obliga
al Estado a no poder manejar la situación de otra forma que integrando los
intereses de clase, de la cual él es el representante de poder, en los intereses más
generales, y eso debido a la existencia interna de un “enemigo” de suyo general,
que puede ser, en tiempos de guerra, el invasor extranjero y que es, en la
situación presente, el virus SARS- 2.     
Este tipo de situación (guerra mundial o epidemia mundial) es particularmente
“neutral” en el plano político. Las guerras del pasado solo han provocado la
revolución en dos casos, si se puede decir excéntricos en comparación con lo que
fueron las potencias imperiales: Rusia y China. En el caso ruso, eso fue porque el
poder zarista era, en todos los aspectos y durante mucho tiempo, atrasado,
incluso como poder posiblemente ajustado al nacimiento de un verdadero
capitalismo en ese inmenso país. Y, por otro lado, existía con los bolcheviques,
una vanguardia política moderna, fuertemente estructurada por líderes notables.
En el caso chino, la guerra revolucionaria interior precedió la guerra mundial y el
Partido comunista, en 1940, ya estaba a la cabeza de un ejército popular probado.
Empero, en ninguna potencia occidental la guerra provocó una revolución
victoriosa. Incluso, en el país derrotado en 1918, Alemania, la insurrección
espartaquista fue rápidamente aplastada. 
La lección de todo esto es clara: la epidemia actual no tendrá, como tal, como
epidemia, ninguna consecuencia política significativa en un país como Francia.
Incluso, suponiendo que nuestra burguesía piense, dado el aumento de gruñidos
sin forma y de las consignas inconsistentes pero generalizadas, que ha llegado el
momento de deshacerse de Macron, esto no representará absolutamente un
cambio significativo. Los candidatos “políticamente correctos” se encuentran
detrás de escena, al igual que los defensores de las formas más mohosas de un
“nacionalismo” obsoleto y repugnante.    

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En cuanto a nosotros, que deseamos un cambio real en los hechos políticos en
este país, hay que aprovechar el interludio epidémico, e incluso, el confinamiento
(por supuesto, necesario), para trabajar en nuevas figuras de la política, en el
proyecto de lugares políticos nuevos y en el progreso transnacional de una tercera
etapa del comunismo, después de aquella brillante de su invención, y de aquella,
interesante pero finalmente vencida de su experimentación estatal.   
También implicará una crítica rigurosa de toda idea que plantee que fenómenos
como una epidemia abren algo políticamente innovador por ellos mismos. Además
de la transmisión general de los datos científicos de la epidemia, sólo quedará la
fuerza política de nuevas afirmaciones y convicciones nuevas en lo que respecta a
los hospitales y a la salud pública, las escuelas y la educación igualitaria, el
cuidado de los ancianos y otras cuestiones del mismo género. Estas son los
únicas que podrían articularse en un balance de las debilidades peligrosas
puestas a la luz por la situación actual.     
Por cierto, mostraremos con valentía, públicamente, que las pretendidas “redes
sociales” muestran una vez más que ellas son (además del hecho de que
engordan a los multimillonarios del momento) un lugar de propagación de la
parálisis mental fanfarrona, de los rumores fuera de control, del descubrimiento de
las “novedades” antediluvianas, cuando no es más que simple oscurantismo
fascista. 
Demos crédito, incluso y sobre todo confinados, únicamente a las verdades
verificables de la ciencia y a las perspectivas fundadas sobre una nueva política,
de sus experiencias localizadas y de su objetivo estratégico.

CORONAVIRUS:
LECCIONES DE FILOSOFÍA
22 Marzo, 2020
Materias: Actualidad Gerencial por F. A. Pineda

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Núcleo conceptual
El filósofo es como la lechuza, llega por la noche, cuando los
acontecimientos del día ya pasaron. Y solo entonces, inicia la tarea de
la reflexión sobre lo acontecido. Para los griegos la lechuza era el
emblema de Atenea, la diosa de la sabiduría. El coronavirus, aún sin
haber pasado, ya deja algunas lecciones de filosofía para tomar y para
dejar.
Contenido
1. Coronavirus: lecciones de filosofía
2. El coronavirus como argumento ideológico
3. El Covid-19 es económico
4. Biopolítica y propagación del coronavirus
5. Fuente
6. Comparte esto:
7. Relacionado
CORONAVIRUS: LECCIONES DE FILOSOFÍA
Contrario al sociólogo, que se hace presente en el “acontecer de los sucesos”, el filósofo llega
más tarde, toma distancia de lo ocurrido y reflexiona sobre ello. La expresión latina “Primum
vivere, deinde philosophari” (Primero vivir, después filosofar) cobra sentido en el individuo que
observa, y luego, colocado a una distancia prudente, elabora conjeturas sobre la realidad
concebida de modo problemático. Este acto cognitivo busca responder preguntas, pero no
cualquier tipo de preguntas, sino aquellas que son escasas, aquellas que la gente no suele
formularse. Preguntas que se constituyen en “no-preguntas”.
Con el coronavirus ocurre lo mismo. No existe, ni se espera que exista, una comprensión
última y cerrada de su significado en sentido ontológico y epistemológico, más allá de lo que

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proponen los biólogos, epidemiólogos y los distintos especialistas en cada uno de los campos
del saber que entran en acción en el estudio del virus.
Dado lo que ya ha ocurrido, se puede mirar hacia atrás y lanzar algunas cuestiones, siempre
golpeando sobre lo obvio, porque lo obvio es parte de la ceguera que limita la observación
rigurosa de la realidad. ¿Cuáles son esas lecciones filosóficas que pueden extraerse
reflexionando sobre el coronavirus?
El coronavirus es político
El coronavirus no es un problema solo sanitario. Es una cuestión económica, social y política.
Cada vez que Donald Trump dice: “virus chino”, está convirtiendo el problema en político,
tratando de demarcarse de un tema que le puede costar la reelección. Esa manera de
referirse al coronavirus, aún cuando la OMS señala que no se conoce su origen, denota un
desprecio a los chinos, los culpabiliza y los minimiza, en una actitud evidentemente racista.
Precisamente el interés de construir una narrativa que sea impuesta como “verdadera” es un
acto político.
Lo es también, porque el avance del coronavirus en suelo norteamericano puede tirar por la
borda los logros defendidos por la administración actual, y desencadenar un rechazo furioso
de parte de la población, que mira cómo en China ya se ha contralado la situación mientras en
su país, el mismo presidente negaba que el virus fuera un problema. El coronavirus, en el
entorno de Trump, es un hecho político, como también lo es en España, en Italia, en Brasil y
en la misma China.
EL CORONAVIRUS COMO ARGUMENTO IDEOLÓGICO
No nos engañemos, cada uno construye su objeto de interés respondiendo a un punto de vista
particular, porque es parte de la condición humana ver la realidad no tanto como ella es, sino
como ella aparenta ser, cuando no, como queremos que ella sea. Por eso, el Covid-19 será
definido en función de los intereses de actores claves en posiciones políticas y económicas, y
según la fuerza y los medios de que dispongan para imponer como verdadera su narrativa. En
una época moldeada por los medios y las redes, la verdad se reduce a una narrativa exitosa.
El coronavirus es utilizado como argumento ideológico cada vez que lo utilizamos para
justificar nuestros puntos de vistas, nuestros sesgos. Rush Limbaugh, periodista defensor de
la figura de Donald Trump, dijo que “el coronavirus es el resfriado común”, pero que los
medios de izquierda trataban de amplificarlo para impedir que Trump gane las próximas
elecciones. Del otro lado de la puerta, la revista The New Yorker denunciaba que Trump no
sabía nada de enfermedades infeccionas, como si para ser presidente haya que ser
especialista en la materia. El virus es el mismo, pero las opiniones son distintas.
Ramón González Férriz, en un artículo titulado: “El coronavirus es también un arma ideológica
(para darnos la razón)”, relata cómo los enemigos de las fronteras abiertas asumen que la
entrada de inmigrantes y refugiados puede estar vinculada a la propagación del virus (caso de
Matteo Salvani en Italia), y los partidarios de las fronteras abiertas apuntan a que la
propagación pone en evidencia la ausencia de un sistema sanitario de alcance global, y no
solo local. El mundo vuelve a ser del color del cristal con que se mire. Nuevamente, el virus es
uno, pero las opiniones, diversas.
El Covid-19 es económico
Lo es no solo ahora, sino que lo será cuando la crisis haya sido superada. Así lo demuestra
Boris Johnson en Inglaterra, Trump es Estados Unidos y Bolsonaro en Brasil. Desde esta
perspectiva neoliberal y nefasta también, a quien hay que salvar no es a la gente, sino a la
economía. Por eso, los primeros recursos no van dirigidos al campo de la salud, sino al de las
empresas. Hay que salvar aerolíneas, bancos, industrias, etc.
Paul Krugman, abiertamente crítico contra la era Trump, sugiere tres principios de política
económica para enfrentar al Covid-19: primero, centrarse en las dificultades, y no en el PIB,
segundo, dejar de centrarnos en los incentivos para trabajar, y el tercero, no confiar en Trump,
a quien en otras ocasiones ha nombrado como “el gran mentiroso”.

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Los sectores empresariales buscan ser subvencionados por el Estado, cuando en condiciones
normales niegan la intervención del mismo en sus asuntos internos (liberales en un momento,
socialistas en otros).
En una economía basada en la especulación y no en la producción, un discurso, un titular de
periódico, puede hacer tambalear las bolsas de valores de todo el mundo, afectando la vida de
millones de trabajadores. Quienes conocen este engranaje saben sacar beneficios, como el
caso de dos senadores republicanos que vendieron sus acciones justo antes del desplome
de Wall Street.
Noam Chomsky es enfático al señalar al coronavirus como un fracaso del mercado. Un
ejemplo de ello son las camas eliminadas de los hospitales en nombre de la eficiencia. Como
se ve, la realidad es compleja, y prueba de ello es que un problema originalmente sanitario,
deriva en problema eminentemente económico.
El coronavirus es una oportunidad verde
Se abre la posibilidad de aprender una lección: reiniciar la economía girando hacia lo verde,
enfatizando el interés en un mundo empresarial más comprometido con el cambio climático y
la sociedad. A partir del coronavirus, no basta con tener la capacidad de responder, sino la de
prever. Y dado el esfuerzo que hay que hacer para levantar la economía, es correcto, al
menos deseable, prever un giro ecológico en el desempeño de la economía post coronavirus.
Para hacerlo, habría que negar primero, la infeliz afirmación de Milton Friedman de que “La
responsabilidad social de un empresario es aumentar sus ganancias”.
En tono más pesimista, hay razones para creer que el giro verde será solo una oportunidad,
no un hecho seguro. El capitalismo continuará su agitado curso, sin a penas extraer lecciones
del trago amargo del momento actual. Los estados fuertes inyectarán dinero de los
contribuyentes al gran capital, salvarán a las empresas, y de lo que sobre, las empresas
emplearán mano de obra entonces disponible y probablemente más barata. No existe ninguna
razón para esperar que si nos salvamos del virus, nos salvaremos del autoritarismo del gran
capital.
BIOPOLÍTICA Y PROPAGACIÓN DEL CORONAVIRUS
En el caso de la lepra, al enfermo se le excluía como medida sanitaria. En la peste, se aislaba
a la población para que no se contagiara utilizando un modelo disciplinario. Con la viruela se
buscaba la inmunidad. Otra vez: el virus es uno, pero las poblaciones no. Dime tu idiosincrasia
y te diré como responderás frente a la amenaza del virus. Los chinos, con su disciplina
asiática propia, responden acatando la estrategia estatal de romper la cadena de contagio, y
para eso adoptaron el aislamiento social. Los italianos, todavía están en fiestas, mientras que
los estadounidenses responden comprando armas, porque la defensa de la propiedad y la
vida no se delega al Estado.
Asia está ganando la carrera en la lucha contra el virus. Europa la está perdiendo. Lo malo,
según Byung Chul-Han, es que el motivo se encuentra en que los asiáticos tienen sociedades
más autoritarias y ciudadanos más obedientes. Lo bueno, que los ciudadanos asiáticos son
menos inclinados al individualismo y más abiertos a la comunidad.
Byung Chul-Han observa cómo regresa la tentación del estado de excepción y el soberano
que tiene el poder de cerrar fronteras. Europa cierra sus fronteras, una medida estúpida
porque Europa es hacia donde nadie quisiera ir en este momento. Mientras Zizek sostiene que
el virus es un golpe al capitalismo, Chul-Han nos está diciendo que no es así. Por el contrario,
el aislamiento social no producirá ningún tipo de revolución, y que lo opuesto, la compra del
sistema de vigilancia digital chino por parte de los europeos es lo más probable que ocurra.
El estado de excepción de Agamben está más cerca con el coronavirus. No hay mal que por
mal no venga. Lo que se avecina, será parecido a una biopolítica digital, como ya se vive en
China.
La jubilación del prójimo.
El gran afectado con este virus es el prójimo (Agamben ya lo ha dicho). Los cristianos de
vanguardia cedieron el lugar a los cristianos más conservadores, y estos tienen como
epicentro de su fe la lucha contra el aborto y el matrimonio homosexual. Lo central del

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cristianismo, el amor al próximo, ha sido olvidado. La tragedia del fundamentalismo religioso
es que tolera la realidad presente, incluso, la vive como condición necesaria para obtención de
una vida eterna libre de la maldad presente. El neo pentecostalismo no es mejor: la salvación,
en tanto que asunto individual, debe ser agenciada evidenciando la prosperidad como forma
de modelar lo que se promete en el más allá. Los valores tradicionales del cristianismo, la
solidaridad, y convivencia social bajo la doble implicación ética de “todas las cosas que
deseen que los demás hagan con nosotros, así también debemos hacer nosotros con los
demás”, son secundarios.
Conclusión.
En un muro de Facebook ha aparecido una pregunta con un sentido filosófico cargada de
pesimismo, pero provocadora en términos de antropología filosófica:
¿Y si la pandemia somos nosotros y el virus la cura?
La pregunta la hace Laura Muñiz, consultora psicológica. El coronavirus no será la fórmula de
la redención humana. Vendrán virus peores y serán superados. Aún así, queda la pregunta de
si seremos capaces de extraer lecciones que hagan de esta vida un proyecto más significativo
de lo que hoy resulta ser.
De nuevo, es obligatorio citar a Zizek cuando dice que necesitamos un virus que alcance a
toda la humanidad: el virus de la solidaridad, que vaya más allá del estado nación que hoy
conocemos. Ojalá llegue y no encontremos la vacuna.

Sobre el Estado de Excepción


Constitucional de Catástrofe y el
nuevo escenario abierto por la
pandemia del Coronavirus
by Héctor Testa Ferreira

A 5 meses de estallar la histórica revuelta o rebelión popular


en nuestro país, el Gobierno de Piñera ha dictado el Estado de
Excepción Constitucional de Catástrofe por 90 días, ante las
circunstancias derivadas de la pandemia global del
Coronavirus COVID-19. En otro contexto, en otro momento,
con otras circunstancias, sería, sobre cualquier otra
consideración, una medida calificable de sensata atendida la
gravedad de los riesgos sanitarios que se ha demostrado en
otros países, tiene la emergencia y expansión de este nuevo
virus. Muchos gobiernos a lo largo y ancho del Mundo han
dictado sus respectivos estados de excepción constitucional,
acorde a sus propias legislaciones y constituciones. En
nuestro continente, de hecho, la mayoría ha recurrido a estas
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herramientas «de excepción», y desde una pespectiva aún
más general, en buena parte del Mundo la contingencia llama
a recurrir a extremar decisiones y medidas para contener la
pandemia.
 
Pero, en el escenario chileno, la situación amerita un
sinnúmero de consideraciones adicionales. En tal contexto
específico, y más allá de los elementos a tener en cuenta
sobre la dimensión mundial – global que dan para un análisis
adicional (Ver «La coyuntura de la pandemia del Coronavirus
en contexto histórico. Elementos para abordar un presente
crítico e incierto«)
, sobre lo referido al escenario político y social chileno y la
particular coyuntura que atraviesa el país, aquí presentamos
algunas reflexiones sobre los elementos y desafíos que abre
este muy sustancial cambio de circunstancias.
 

1. La Constitución de 1980 y el régimen constitucional y legal


para abordar una crisis como la actual
2. En particular, sobre el itinerario y regulación del proceso de
cambio Constitucional
3. Algunas conjeturas acerca del incierto escenario abierto
con las nuevas circunstancias

 
1. La Constitución de 1980 y el régimen constitucional
y legal para abordar una crisis como la actual

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 La Constitución de 1980 es criticable en infinitas cuestiones y
desde muchas dimensiones, eso ya nadie podría negarlo y es
la base de la demanda indeclinable y ampliamente
mayoritaria por su reemplazo total. Sin embargo, al contrario
de lo que vienen señalando numerosas dirigencias políticas
del Gobierno y el empresariado, no es cierto de que, en una
situación como la actual, el Gobierno no estaría facultado para
formas de intervención más decididas, como tomar medidas
dirigas al control de precios de ciertos productos básicos para
afrontar la actual crisis sanitaria, o establecer limitaciones y
regulaciones reforzadas a las actividades empresariales y
laborales, por ser estas cuestiones eventualmente
inconstitucionales.
 
En caso de tener la voluntad política, además de una
legitimidad social que como sabemos está pisoteada por sus
propias decisiones, el Gobierno, con la dictación de un Estado
de Catástrofe establecido en el texto constitucional para los
casos de «calamidad pública», puede tomar un sinnúmero
de medidas que pueden dirigirse a atender una
emergencia sanitaria como la actual. La Constitución
Política de la República de Chile dice claramente, en su
artículo artículo 43 inciso 3°: «Por la declaración del estado de
catástrofe, el Presidente de la República podrá […] disponer
requisiciones de bienes, establecer limitaciones al ejercicio
del derecho de propiedad y adoptar todas las medidas
extraordinarias de carácter administrativo que sean
necesarias para el pronto restablecimiento de la normalidad
en la zona afectada». De hecho, este tema es regulado con
algún detalle en la Ley Orgánica Constitucional de los Estados
de Excepción, estableciendo formas y límites de tales
actuaciones, incluyendo una vía para solicitar indemnización
por los perjuicios directos que pudiesen ocasionar estas
medidas (para una reseña pormenorizada del régimen del
Estado de Catástrofe y reflexiones adicionales, ver «¿Qué
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facultades tiene el Presidente y las Fuerzas Armadas ante
declaración de Estado de Catástrofe?«, Javier Pineda).
 
Es decir, en la Constitución de 1980, se le dan amplias
atribuciones al Poder Ejecutivo para responder a una
contingencia crítica de este tipo, sin necesidad siquiera
de contar con la aprobación parlamentaria. Otra cosa es
que los gobiernos no lo hayan utilizado estas herramientas
constitucionales y legales en las múltiples ocasiones en que
han hay desastres naturales que ameritarían su uso racional y
acorde a las necesidades sociales y populares. Conocida es la
secuela de respuestas ineficientes y negligentes por
parte de los organismos del Estado destinados a
cumplir un rol en estos cruciales momentos, en
ocasiones al punto de la negligencia criminal como en el
referencial caso del terremoto de febrero de 2010, momento
icónico que mostró todas las carencias del modelo y
presagiando todo lo que vendría visibilizándose con cada vez
mayor nitidez desde entonces (Ver «El terremoto, el
neoliberalismo, y el comienzo del fin de una etapa histórica en
Chile«).
 
Así, como es sabido, dichas normas que permiten una
intervención más activa y por decirlo de algún modo
«drástica» en la actividad económica por parte del Estado, no
han sido utilizadas, y de hecho, cuando ha habido catástrofes
«naturales» los sucesivos gobiernos han decretado el Estado
de Excepción Constitucional de Emergencia, y no el de
Catástrofe, que otorga facultades adicionales (Ver al final de
esta nota un cuadro de los regímenes de Estados de
Excepción). A nivel normativo, el Estado de Emergencia sólo
da lugar, dice la Constitución, a la limitación de los derechos
de reunión y locomoción, aunque sabemos que el uso del
Estado de Emergencia en esta última ocasión se hizo

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vulnerando un sinnúmero de otros derechos en todo caso,
cuestión en la que ya habían habido algunas manifestaciones
en las ocasiones anteriores (como el citado terremoto del
2010), pero que en el caso de lo sucedido tras el 18 de
octubre, decantó en un abierto quebrantamiento de la
regulación constitucional y legal de los Estados de
Excepción, en una especie de «excepción dentro de la
excepción» (Ver «Doctores en Derecho detallan la
inconstitucionalidad e ilegalidad del actuar del Gobierno y
Militares«), que produjo, como es sabido, una enorme y
combativa respuesta social por la violencia estatal que ha
implicado, con una abierta, sistemática, y generalizada
violación a los Derechos Humanos por parte del Estado (una
reseña resumida de todo esto, en «Acerca de las violaciones a
los Derechos Humanos en el contexto de la actual rebelión
popular en Chile«).
 
Por cierto, una materia de debate central para la Nueva
Constitución es la regulación de los Estados de
Excepción, que en la actual Constitución tiene un sinúmero
de cuestiones criticables, como la poca definición enre los
distintos tipos de estados de excepción o el recurso forzado
a las autoridades y fuerzas militares sea el caso que sea,
más con el carácter de éstas que es de por sí uno de los
temas más neurálgicos y problemáticos del ordenamiento
institucional chileno a lo largo de toda su historia (y por cierto,
de todos los ordenamientos constitucionales sin excepción).
Pero de que se pueden controlar precios, limitar el derecho de
propiedad, o hasta requisar bienes en casos como este (que
claramente debiera entrar en el concepto «calamidad
pública»), además de un sinnúmero de otras medidas acordes
a la gravedad de la situación actual, es algo que incluso la
Constitución de 1980 permite y regula, y que hace parte
de una concepción de Estado originada en la historia política y
constitucional chilena, con la forja de un Estado altamente
29
centralizado y presidencialista, con amplias facultades para
afrontar situaciones de excepción (lo que ha sido siempre
parte esencial del orden «portaliano», conservador y
autoritario de nuestro país), cuestión que, de todos modos,
siempre está enlazada con un control y uso por parte de las
elites dominantes y un sentido favorable a sus intereses
(razón por lo que esas facultades le fueron negadas
al Gobierno de la Unidad Popular y Salvador Allende) , y que
está en la base de la impugnación actual al régimen político e
institucional vigente.
 
Además, en la norma clave de regulación del derecho de
propiedad en la Constitución (artículo 19 n°24), que hace
parte de una larga temática constitucional y jurídica referida
a la función social como limitación y contenido del
derecho de propiedad, se dice claramente que le
corresponde a las leyes y por tanto al Congreso
Nacional, «establecer el modo de adquirir la propiedad, de
usar, gozar y disponer de ella y las limitaciones y obligaciones
que deriven de su función social. Esta comprende cuanto
exijan los intereses generales de la Nación, la seguridad
nacional, la utilidad y la salubridad públicas y la conservación
del patrimonio ambiental». Así que bastaría la dictación de
una ley acorde a situaciones extraordinarias como la
actual, para establecer controles de precios u otras medidas,
y tal iniciativa sería plenamente constitucional, conforme a la
letra expresa de Guzmán y la Comisión Ortúzar y compañía.
 
Otra cosa, por cierto, es el régimen constitucional mirado
en su conjunto, cuadro que obstaculiza o tiende a
impedir acciones de tal tipo, pero sin hacerlas
imposibles. Por lo pronto, las prácticas institucionales
asentadas y las interpretaciones dominantes sobre un texto
constitucional condicionan el cómo éste se aplica e interpreta.

30
Y el contexto de un Estado hecho «a medida e imagen» de la
elite dominante, con ciertas manifestaciones claras y
referenciales de esto más allá de una política
«representativa» ya extremadamente oligárquica y distante
de las mayorías ciudadanas (un Poder Ejecutivo y Legislativo
con minúsculos niveles de apoyo y aprobación), con espacios
institucionales como el Tribunal Constitucional o el muy
neurálgico Banco Central o el Poder Judicial, que funcionan
como límite y condicionamiento de todo lo que pueda
hacerse. Pero, de todos modos, el Gobierno de Piñera está
auto negándose facultades que tiene, y/o está
derechamente mintiendo cuando afirma que hacer algo
en el sentido de políticas de control e intervención
estatal sería inconstitucional en un contexto como el
presente. Otra cosa es, en todo caso, la ilegitimidad social en
que ha caido la dictación de Estados de Excepción
Constitucional debido a su uso retorcido, represivo, y
autoritario, o la demostrada incapacidad y poca voluntad de
las fuerzas dominantes en un Congreso Nacional infinitamente
desprestigiado y distanciado de los anhelos mayoritarios.
 
Es todo aquello lo que debe continuarse develando y
denunciando en el nuevo escenario abierto con el cambio de
circunstancias puesto por la pandemia del Coronavirus en el
país, presionándose por la toma de medidas que
permitan afrontarla de la manera más favorable a los
intereses de las mayorías populares: La puesta en
disposición de las clínicas privadas, con su personal y recursos
materiales, al servicio de la salud pública y con carácter
universal y gratuita; la paralización de las actividades
económicas no esenciales para afrontar la emergencia y
evitar el colapso social, con prohibición del despido de los
trabajadores que deban hacer cuarentena; el requisar,
centralizar y distribuir todo el material de protección
individual necesario (como mascarillas o guantes) para que
31
los trabajadores que estén en primera línea afrontando la
emergencia lo hagan de forma segura; el financiamiento,
mediante impuestos extraordinarios sobre las rentas del
capital hasta que termine la cuarentena, de un subsidio básico
para trabajadores independientes e informales y ayuda
económica para aquellas PYMEs que demuestren mediante
sus libros contables que no pueden pagarle el salario a sus
empleados mientras están en cuarentena; la limitación de la
movilidad solo para casos justificados de urgencia, compra de
bienes de primera necesidad como artículos de limpieza,
alimentación o medicamentos en establecimientos
habilitados; la penalización del acaparamiento y la
especulación y la aplicación de multas severas e incluso
penas de cárcel a quienes incumplan dichas medidas; la
limitación en el cobro de deudas y de la suspensión de
servicios básicos en caso de no pago, entre otras.
.
 2. En particular, sobre el itinerario y regulación del
proceso de cambio Constitucional
 
No se debe perder la mirada sobre el contexto en que nos ha
golpeado esta coyuntura global altamente crítica. Hace 5
meses comenzaba una histórica Rebelión Popular contra el
modelo neoliberal chileno y el Gobierno de Piñera dictaba el
«Estado de Emergencia» para contenerla. La elite, como en
todo proceso histórico de estas características, reaccionó ante
los hechos de una multitudinaria respuesta popular y el
desacato y rechazo ante esta reacción militarista y represiva,
y formuló una respuesta que como es sabido implica un
cambio Constitucional que eventualmente podría llegar a
tener un carácter Constituyente. La continuidad de la
movilización social semana tras semana logró, hasta esta
contingencia, dejar en claro la alerta e impugnación popular
ante todo intento de «cierre por arriba» y continuismo

32
promovido o ejecutado por los grupos dominantes, incluyendo
una extraordinaria capacidad para copar el espacio público
callejero, mediático, y la disputa por las opiniones, relatos e
imaginarios sociales frente a la coyuntura. Sin ir más lejos, un
verano donde la movilización continuó con importantes
grados de presencia callejera y pública, y el presagio
de un Marzo altamente movilizado que se venía
cumpliendo con creces, coronándose con una gigantesca
concentración y marcha encabezada por las mujeres en un 8M
donde nuestro país tuvo la movilización más masiva a nivel
mundial, con literalmente millones de personas,
principalmente mujeres, movilizadas a nivel nacional, en un
número analogable al presenciado en la histórica jornada del
viernes 25 de octubre pasado.
 
Por su parte, todas las encuestas y estudios de opinión han
venido corroborando lo que es palpable en las calles y
conversaciones: Una mayoría muy sólida a favor del
cambio constitucional en la forma de las opciones de
«Apruebo» y de «Convención Constitucional» para el en
vías de postergación plebiscito, junto a una deliberación y
expectación popular bastante significativa frente a los
términos y regulaciones que se le han impuesto al
proceso, por parte de los poderes constituidos. Desde las
elites son conscientes también de tales circunstancias, por lo
que también se han visto tensionadas por las distinas
opciones que se les han abierto (como el debate en torno a
sus opciones frente al plebiscito, donde varias dirigencias  y
sectores se ven forzados a inclinarse por el «Apruebo»), y
reconocer parcialmente la necesidad de proveer mayores
grados de legitimidad al proceso, como la opción de parte de
las derechas por incorporar la modificación relativa a la
consagración del carácter paritario de la Convención
Constitucional.

33
 
Es ese el contexto en que hoy el Gobierno decreta un Estado
de Catástrofe insuficiente atendido la ausencia de medidas de
mayor efectividad hasta el momento, como podría ser la
instauración de una Cuarentena total como la que ya está
recomendando la Organización Mundial de la Salud, y donde
los sectores gubernamentales y el conjunto de las elites del
país, buscarán usar estas nuevas circunstancias a su favor,
tanto en lo político, intentando neutralizar y hasta negar
el proceso de cambio Constitucional, no sólo en la
sensata decisión de aplazamiento de éste que han
acompañado la casi totalidad de las fuerzas políticas, si no
que además con la puesta en duda sobre su realización (Ver a
modo de ejemplo «Que el Congreso redacte la nueva
Constitución. Las ideas tras la inminente postergación del
plebiscito«). Y en lo económico, buscando paliar lo más
posible los efectos de esta descomunal crisis planetaria sobre
una dependiente y frágil economía chilena (Ver «Chile es una
de las economías más afectadas por el coronavirus en
América Latina, según informe«), pero bajo la mantención
de los privilegios, intereses y poder de una minoría
oligárquica y de los intereses de los capitales
transnacionales en el país, como ha quedado de manifiesto
en las declaraciones de un sinnúmero de actores de las elites,
o en el relato que de manera uniforme baja desde los medios
de comunicación oligopólicos intentando reconstruir un
sentido común favorable al modelo.
 
La tarea para esos sectores tampoco es fácil. Tienen en
contra una crisis de múltiples dimensiones que toca con
particular gravedad a los resortes más esenciales del «modelo
chileno». Es cosa de advertir lo que ha pasado con variables o
indicadores como las nuevas pérdidas abruptas en los fondos
de pensiones, o los movimientos en el tipo de cambio, y en la

34
bolsa de comercio de Santiago. Un crecimiento de la actividad
económica estancado (en un modelo tan dependiente de
tasas altas de crecimiento para sostener las altísimas altas de
ganancia) y una confianza muy a la baja en la estabilidad de
la economía, todos indicadores que con anterioridad del inicio
del levantamiento popular ya se apreciaban que fueron
reforzados con él, ahora se darán, seguramente, con más
fuerza. Las cambiantes variables externas del contexto
internacional – global, alteran las certezas sobre las
que se ha construido el modelo chileno. Su explicación da
para otro texto, pero señalar de modo general que la
pandemia del Coronavirus COVID 2019 viene a coronar, de
manera ya desatada, el inicio de un proceso histórico de
declive de la hegemonía global estadounidense y su ya
notorio traspaso a un nuevo esquema multipolar
hegemonizado por China, y donde las configuraciones
geopolíticas instauradas tras la Segunda Guerra Mundial,
vienen a ser ya profundamente cuestionadas y en curso de
revisión y transformación. Se vive un proceso de declive de
las formas económicas del neoliberalismo que han dominado
la escena en las últimas décadas, y un fin del unilateralismo
de Estados Unidos tan desatado desde la caída de la URSS y
el polo del «socialismo real».
 
Por la parte del movimiento popular y constituyente
chileno, un listado del sinnúmero de tareas que surgen. Las
organizaciones, movimientos, colectivos, asambleas y
cabildos, y en suma, las franjas más movilizadas y politizadas
de que sostienen la movilización, tendrán que madurar y
comprender las nuevas circunstancias, y dentro de ellas, el
cambio en el itinerario y las formas del cambio constitucional.
Esto nos da tiempos, pero también, el punto de «no soltar la
calle» tendrá que tomar nuevos formatos que hoy es difícil
imaginar en lo inmediato. El proceso de cambio
constitucional tendrá que ser revisado en sus formas y
35
calendarización, y por cierto, todo lo escrito y acordado
por parte de la elite política el 15 de noviembre, y las
conclusiones y posiciones que cada actor ha tomado,
puede y tiene que ser revisado. Eso, por cierto, abre
también nuevas posibilidades para el campo popular, de
izquierdas y progresismos genuinos, entendiendo algo que ya
era afirmable con anterioridad a las nuevas circunstancias,
pero que ahora queda más claro que nunca: «nada está
escrito sobre piedra».
 

3. Algunas conjeturas acerca del incierto escenario


abierto con las nuevas circunstancias
 
Muy probablemente, en lo venidero la disputa pasará por
dimensiones sobre las que hay que enfatizar esfuerzos y
centrar miradas y deliberaciones. Lo primero, la relevancia
de la disputa en la construcción de relato y sentido,
cuestión en lo que lo comunicacional y el trabajo en redes
sociales, resulta crucial. También, todo lo relativo al manejo y
control de la crisis, esto es, las políticas públicas y de Estado
que se tomarán en los próximos meses, para paliar los efectos
de la contingencia pandémica. Por otra parte, la toma de
conciencia de que nos encontraremos ante un escenario
próximo donde se dará de manera mucho más directa la
disputa entre los distintos proyectos políticos de cada
sector, y en lo referido a su competencia en la
dimensión política y electoral, en especial, con miras al
escenario presidencial y parlamentario que vendrá
apareciendo con cada vez más nitidez en los próximos meses.
 
La postergación del plebiscito constitucional y de todo el
proceso de eventual conformación de la Convención

36
Constitucional, hará que el escenario de ésta se dará de
manera mucho más relacionada con la disputa electoral
presidencial y parlamentaria cuya fecha (en estas
condiciones, fecha eventual) sería a fines del 2021. La
propia continuidad y estabilidad del Gobierno de Piñera debe
ponerse en entredicho y cuestionamiento aún con mayor
guerza, por la vía de, entre otras cosas, presionar por la
toma de medidas efectivas frente a la crisis sanitaria,
social y económica de nivel planetario y su repercusión
en el país, cuestión que pasa, sí o sí, por salirse de los
moldes del neoliberalismo y la política antipopular que han
caracterizado los últimos 46 y 30 años en Chile.
 
Que nadie se confunda, esto será será sólo un aplazamiento, y
la decadencia y caída global del modelo que ha tenido un
referente en Chile, y del propio «ejemplo» chileno tan
dependiente de esas partes más dañadas del orden global con
esta pandemia, profundizarán las causas y la necesidad
de una salida refundacional y altamente
transformadora a la crisis desatada el 18 de Octubre.
Hemos recorrido mucho trayecto y hay una infinita voluntad
mayoritaria puesta en marcha para aquéllo. Alerta y luz para
todo lo que viene. A no perder la claridad y a sopesar las
nuevas circunstancias. Siempre se supo que este pelea será
larga y compleja, y con esto sólo está teniendo un elemento
adicional y un aplazamiento en la dimensión propia de la
movilización callejera y en la cuestión Constitucional.
 
En lo que no podemos caer, es en la falsa creencia de que la
disputa en curso se suspenderá o pondrá «entre
paréntesis» por las nuevas circunstancias. Al contrario, esto
apunta más bien en la intensificación de la confrontación
entre visiones de mundo y proyectos políticos antagónicos e.
Los sectores dominantes, conservadores, neoliberales y

37
derechas varias, intentarán sacar todo el provecho posible a
esto, entre otras cosas, apelando a una «unidad» y a un
«republicanismo» de manera oportunista y falsa. Nada más
alejado a la realidad que la apelación a que lo que está
sucediendo deba ser afrontado de una manera «apolítica» y
sin cuestionar las bases y fundamentos del orden social en
que vivimos. Al contrario, lo que está en entredicho, es
precisamente aquello, y la disputa desatada y abierta el
viernes 18 de octubre en nuestro país, ahora cuenta
con un lazo estrecho y directo con una coyuntura
global excepcional, que precisamente corrobora las
intuiciones y convicciones puestas en marcha en la
rebelión chilena contra el neoliberalismo y este
capitalismo a ultranza sistemático y extremo de
nuestro país.
 
En lo más inmediato, la tarea más urgente e inmediata
es presionar para que se utilicen todas las medidas que
permite el Estado de Catástrofe y las normas
constitucionales y legales que permiten afrontar la
crisis, esto es, acciones que puedan modificar el perfil
ultra neoliberal de nuestro Estado y nuestra economía,
como el regular en muchas de sus formas el derecho de
propiedad y la actividad económica de los sectores y grupos
dominantes, y otras tantas iniciativas gubernamentales,
legales y administrativas que puedan servir para paliar la
crisis sanitaria y social en curso de crecimiento, y para
afrontar una reconfiguración del mapa económico global y
nacional que seguramente perdurará en una buena cantidad
de meses y que de manera muy probable se prolongará por
una buena cantidad de años.
 
Concluyendo, decir que la rebelión popular y su expresión
en el proceso de cambio constitucional y constituyente,

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refundacional y soberano, debe seguir madurando y
sabiendo proseguir en las complejas circunstancias que
nos pone esta nueva escena nacional, regional y
global. En lo referido a Chile, que nadie se confunda, pierda
ni desanime: Tendemos que seguir pujando por un proceso
Refundacional y Soberano de cambio Constitucional, y nuestro
desafío es abrirle paso y que sea con protagonismo popular,
destrabando las limitaciones impuestas por los poderes
constituidos para que así sea genuinamente Constituyente,
acorde a los anhelos populares mayoritarios, y a las
exigencias de cambio histórico que nos pone la crisis nacional
y global en curso.
 
*Imágenes: Movilización del 8M en Santiago de Chile, 8 de
marzo de 2020, y Año Nuevo 2019-2020 en la Plaza de la
Dignidad de Santiago, y marcha por la Alameda de la rebelión
popular chilena.
 

Cuadro comparativo de los regímenes de Estados de


Excepción Constitucional en la Constitución chilena de 1980:

39
La pandemia que estamos atravesando tiene efectos positivos y negativos,
como todo proceso social relevante. Entre los negativos está el borramiento
del ciclo de revueltas sociales que desde el año 2019 venían marcando la
crisis de la gobernabilidad neoliberal a nivel global, desde Puerto Rico y
Haití, hasta Ecuador y Chile, desde Colombia y Nicaragua, hasta Irak,
Francia y Alemania. En todos lados, con diversas intensidades, las revueltas
sociales dejaban ver su incomodidad con el neoliberalismo y su
intensificación de los procesos de explotación y acumulación. Lo relevante
de estas protestas, como dijera tempranamente Foucault refiriéndose a las
revueltas iraníes antes de la llegada del Ayatolá, es que la gente,
presionada por el hambre, de pronto decidía que era mejor o más digno

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morir por la ráfaga insensible de una metralla que por hambre y humillación.
En efecto, el ciclo de revueltas abierto antes de la pandemia tenía como
común denominador el de ser respuestas existenciales ante la amenaza
vital de una insaciable gobernabilidad neoliberal.
La pandemia no solo parece borrar la intensidad de los arrebatos
existenciales asociados con estas revueltas, sino que mediante una bien
planeada retórica del miedo, parece amenazar la existencia de modo aún
más directo (cuestión que en realidad está relacionada con la construcción
mediática y con una cierta amenaza efectiva pero a las expectativas del
consumo). No sería raro incluso que las administraciones neoliberales
intenten capitalizar esta auto-producida situación de emergencia, al modo
en que el primer gobierno de Piñera capitalizó el terremoto del año 2010 en
Chile.
En el discurso inaugural de su primer gobierno, Piñera, mediante una
retórica compungida y piadosa, se comprometía en encontrar el paradero de
todos los "desaparecidos" (del terremoto y del maremoto, claro) pero
usando esa noción ("desaparecidos") cara a la historia reciente del país,
como significante aglutinador de su gobierno, abocado ahora, según ellos
mismos, a la justicia y la reparación, pero borrando en el mismo gesto la
resonancia del "desaparecido" para un país que todavía no logra que los
criminales de las fuerzas armadas den la información sobre los
desaparecidos de la dictadura militar.
De esta misma manera, el gobierno criminal, sin anticipar la escasez de
recursos ni la llegada del invierno y la explosión de enfermedades
respiratorias, espera a que las cosas se agraven para sacar totalmente el
ejército a la calle y luego presentarle al país un plan de contingencia para
superar la crisis. No me extrañaría en absoluto que el bufón de Piñera
saliera en cadena nacional reivindicando un liderazgo hace tiempo perdido,
y demandando unidad para salir de la crisis, haciendo precisamente lo
mismo, es decir, borrando la crisis radical de la gobernabilidad abierta con
las revueltas, con la re-inscripción de la palabra crisis para fijarla en el
marco de historicidad de los "imprevisibles" fenómenos naturales.
Creo, sin embargo, que la pandemia tiene mucho de lo que Klein llama
capitalismo del desastre, es decir, un tipo de capitalismo regido por una
mentalidad orientada siempre a la extracción irresponsable de beneficios,
tanto a nivel económico como político, esa es la clave de la gobernabilidad
neoliberal: en el momento es que estamos tapados de mierda, el gobierno
negociará con los empresarios para darnos créditos y así poder comprar
papel higiénico a altos precios, pues solo así todos ganan, claro que en esa
ecuación, quien sigue perdiendo es siempre el pueblo...
El aspecto positivo, lo olvidaba, es que la pandemia tiene la resonancia de
un acontecimiento global, al modo en que Kant pensó la Revolución
francesa y su recepción en Alemania y el resto de Europa, una recepción
marcada por un cierto ánimo rayano en el entusiasmo, entusiasmo
producido por la constatación no solo de un cierto progreso humano, sino de

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una comunidad de hombres racionales que podían pensar la historia y
apreciar su movimiento. Por supuesto, ya no parecen verosímiles estas
apuestas, pero la pandemia resuena y produce, en su mismo resonar, una
comunidad de hombres que comienzan a hacer la experiencia global de una
contradicción irresoluble y central, aquella marcada por la incompatibilidad
de capitalismo y existencia....
Mantener esta contradicción (perdóneseme este hegelianismo) es la tarea
principal de la lucha contemporánea, la que ya no puede estar guiada ni por
una política identitaria (nacionalista) o de clases, sino por la convergencia
en el común como forma de vida opuesta al capital, que se muestra como lo
que es, forma de muerte, religión basada en la inoculación de la culpa y en
la exigencia permanente del sacrificio, según decía Benjamin a principios
del siglo pasado.

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