Вы находитесь на странице: 1из 5

Misterio en el Paraná

Elsa Serur Osman

"La ceguera de la noche ocultó la cobardía de los hombres, con el furor


de las sombras."

Eise Osman

Serían aproximadamente las diez de la noche cuando


empezó todo. A esa hora las calles del pueblo estaban desiertas,
no se veía a nadie. Solamente había algún boliche abierto donde
los hombres se reunían a tomar la copa, para olvidarse un poco
de todos los problemas del día. Era un pueblo de ferroviarios,
algunos trabajaban en la estación; otros, en el puerto, como
embarcados del Ferry. Éstos navegaban durante quince días por
el Paraná hasta Zárate y luego regresaban al puerto entrerriano.
Varios de ellos estaban aquella noche tomando un vino y
jugando al truco. Y junto al mostrador estaba también Teófilo
Medina, un morocho alto y grande con cara achinada y ojos
malignos. Tenía un pañuelo negro atado al cuello. Sus
compañeros le tenían temor y rabia. Nadie lo quería.. Era, como
dicen los criollos, pendenciero, peleaba porque sí y ya tenía dos
muertes, pero estaba en libertad y sin que hubiera cumplido
condena alguna. Seguramente, eso lo alentaba a seguir con sus
desplantes de matón.
Aquella noche, como ocurría siempre, se sentó junto a

1
otros parroquianos sin haber sido invitado. Y después de pedir
unas copas le dijo a Ramón Pereyra y a dos más que estaban con
él: "¡Vamos a jugar un truco!" Los otros se miraron entre
asombrados y molestos, ninguno tenía interés en jugar con él, ni
siquiera de cambiar una palabra, era un tipo peligroso. Pero ante
la insistencia de Medina, aceptaron. Y empezó el partido. Pereyra
iba ganando, su rival ya estaba poniéndose nervioso, cuando
oyeron gritos desesperados que venían de la calle.
-¡Un incendio!, ¡un incendio!
Todos salieron corriendo, menos los contrincantes; el
matón le impidió la salida al ganador, sin que nadie lo notara.
El pueblo estaba convulsionado, la gente gritaba por las
calles; el peligro asechaba por todas partes; el galpón de
máquina del ferrocarril se había incendiado y las llamaradas,
elevándose en la oscuridad, producían una sensación de terror
en todos lo habitantes. ¡Más aún al saber que muy cerca del
galpón estaba depósito de petróleo!
Algunos corrían desesperados tratando de alejarse de allí
mientras otros se acercaban al lugar del incendio sin darse
cuenta del peligro.
No se sabía qué era lo que había provocado el siniestro.
Según opinaban algunos, había pasado un plato volador y el
mismo provocó el incendio.
Era una noche roja de fuego y sangre. Fuego en el pueblo
sangre en el pajonal.
Porque allá, a la salida del pueblo, en el boliche del Tano,
Medina provocó a Pereyra cuando ya no había nadie más que

2
ellos dos. Pereyra se resistió, no quería pelear, era un hombre
pacífico y apocado. Pero el otro, matón y pendenciero, lo hizo
salir al campo y, antes de que su contrincante lograra sacar el
cuchillo, le hundió el suyo en el pecho, y lo dejó tendido en el
pajonal junto o a un charco de agua. Allí quedó el pobre hombre,
revolcándose entre el barro y la sangre sin poder explicarse por
qué el destino lo había enfrentado esa noche con el hombre más
odiado y perverso del pueblo.
Medina, con paso rápido y nervioso, llegó al pueblo;
estaba ansioso por contar su hazaña y no pensaba encontrarse
con semejante espectáculo. Todos se movían de un lado para
otro, no encontraba con quien hablar; además, el incendio lo
impresionó mucho. Era algo nunca visto por él: las llamas
parecían elevarse cada vez más y las chispas se dispersaban por
todas partes. Cuando supo que podría explotar el depósito de
petróleo, se asustó realmente. Y pensó que cuanto antes se
alejara de ese lugar sería mejor.
Ante los nuevos acontecimientos que se le presentaron,
olvidó un momento todo lo anterior, pero de pronto volvió a la
realidad, asaltado por una duda:
-¿Y si todavía estuviese vivo?
Recordó que solamente le había dado una puñalada.
Caminó rápidamente hasta el pajonal. La niebla de la noche le
impedía ver bien, pero como él recordaba que Pereyra había
caído junto al charco de agua, fue directamente hasta el lugar.
Allí no lo encontró. Entonces no lo había matado, se había ido. ¿A
dónde? Se quedó un momento parado en la oscuridad. Tal vez no

3
había podido ir muy lejos.
Transcurridos unos pocos segundos oyó unos quejidos,
escuchó en silencio y luego se acercó. Allí no más, estaba el
moribundo, arrastrándose entre la sangre y el barro en medio
del pajonal. Medina se aproximó lentamente; cuando el otro
sintió su presencia, pidió agua. Por toda respuesta el matón se
agachó, desenvainó el cuchillo y sin decir una palabra lo degolló
lentamente, sin inmutarse para nada ante los gritos
desesperados del infeliz. Después limpió la vaina ensangrentada
en el pasto, la guardó y se alejó.
Cuando llegó al pueblo, las llamas del galpón de
máquinas se iban extinguiendo lentamente; la gente estaba más
tranquila, habían logrado detener el fuego antes de que llegara al
depósito de petróleo. Todavía quedaban algunas pocas personas
en la calle. Medina, sin detenerse a hablar con nadie, se dirigió
directamente al boliche de Taborda. Allí se encontró con algunos
de los que habían estado más temprano con él, en lo del Tano.
Nadie lo miró. Todos siguieron hablando del tema de la noche: el
incendio.
El hombre pidió una copa, luego otra, y otra, hasta que se
cansó de tomar y empezó a hablar.
Contó lo que había pasado. Los que estaban allí lo
miraban incrédulos; Pereyra era un hombre bueno, ¿por qué lo
había matado? Ni él mismo lo sabía. Pero en lugar de contestar,
se burlaba como lo hacía siempre por cualquier motivo. Sin darse
cuenta de que los demás lo miraban con odio, pensando que
debían darle un buen escarmiento. No era la primera vez que

4
mataba por el solo hecho de hacerlo. La indignación era de todos.
Más que indignación, era rabia e impotencia ante ese individuo
pendenciero que se sentía el dueño de las vidas ajenas.
Con furia descontrolada se arrojaron sobre él, pero la
policía los detuvo y se llevaron al matador.
A la semana de haber ocurrido el hecho, Medina ya es
nuevo libre. Y con gran desparpajo se paseaba por las calles y
boliches del pueblo sin el menor pudor. Todos lo odiaban, pero
nada podían hacer. Así que Medina, cumplidos los quince de
descanso, se embarcó nuevamente. Y con él los demás. El
matador notaba mucha rabia en la mirada de sus compañeros y
sintió miedo, como si éstos quisieran vengar de esa manera al
compañero asesinado.
Hasta que una noche tormentosa y oscura, en que el
Ferry navegaba como siempre rumbo a Zárate, rescataron del
agua el cuerpo sin vida de Medina.

Los brujos (cuentos de Elsa Serur Osman) – Editorial Lumen – 1995

Вам также может понравиться