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La comunidad junguiana, en general, aún no está segura qué quiere decir cuando
habla del problema del puer. A veces lo remite al complejo materno, de manera muy
amplia y vaga, y entonces todo se hace el primer lío, porque en general, la inmensa
mayoría de los hombres y mujeres de este planeta viven inmersos en el complejo
materno. Estos hombres y mujeres se casan, tienen hijos y trabajos estables, y mueren
como perfectos ciudadanos, maduros y adultos. Pero con respecto a la individuación,
nunca han dejado de ser niños.
Así que la comunidad junguiana afina más y busca remitir al puer a una forma activa
de complejo materno, a una forma de complejo materno que se niega a soltar a su hijo
para que se integre verdaderamente en el mundo social adulto de una forma normal.
Entonces llama pueres a unos introvertidos que son como niños cuya fantasía e
imaginación, y cuya intención de vivir volando, en los aires extramundanos, no les deja
bajar y adaptarse verdaderamente a la prosaica vida del hombre social común, o bien
hombres niños en permanente dependencia de la madre o de una mujer que haga
para ellos de tal. Son hombres que nunca dejan de tener la edad que tiene su
imaginación, de infinita inocencia, candidez, soñadores, débiles y dependientes la
mayor parte del tiempo, al mismo tiempo que un poco solitarios. El mundo les hace
daño, los hiere con mucha facilidad. O bien son hombres que nunca dejan de ser
adolescentes rebeldes, que protestan por el mundo, inadaptados, y que son también
reacios a integrarse del todo en él y a sentir que sirven a un "sistema equivocado". En
realidad, presienten la individuación, que se opone a los sistemas, pero no lo saben.
Como son extravertidos, necesitan drogas a menudo para estimular la imaginación que
al introvertido le sobra, su hermanito, supuestamente llamado también puer. Buscan a
la madre que los comprenda y que les ofrezca el éxtasis extramundano en toda mujer
a la que persiguen. A menudo acaban colgándose del sistema por un margen, a la
manera de un parásito, como un niño enganchado a la teta de una madre que no lo
quiere reconocer. Ambos están fascinados por el poder de la madre, del inconsciente,
por el anima y por la imaginación. Pero no son capaces de ir más allá. Se quedan
siempre como adultos que giran alrededor de su infancia y adolescencia, pero que no
acaban de encontrar el camino hacia el auténtico niño, el Niño Interior, que empezaría
a decirles qué es lo que están buscando, qué es lo que deben hacer en realidad.
No es fácil juzgar a estos pueres. Los primeros de los que hablé, al principio, los pueres
ocultos de los que está lleno el mundo, que no crecen nunca, sino que juegan a crecer,
ven a estos hombres niño-adolescentes como algo erróneo, incómodo, quizás
enfermo. Pero la mayoría de las veces, al lado de los defectos e inconvenientes que
tiene ser un hombre atrapado en un niño, o en un adolescente, hay virtudes que el
resto de la gente ni soñaría tener. Peter Pan hace, dice y cuenta cosas que están muy
por encima de la mediocridad. Arte, filosofía, aventuras, son los productos muy a
menudo de los más maduros dentro de estos puer, de los pueres que ya han
empezado a encontrar qué les dice el Niño Interior. Si el carácter, sin embargo, de niño
o adolescente pesa más que su creatividad, si el haber conservado los rasgos de su
niñez y de su adolescencia pesa más que el camino posterior de su propia adultez (que
en estos hombres siempre será diferente que la del colectivo, pues estará preñada de
individuación, si continúan por el camino de integración correcto), si son más
dependientes de una mujer madre que filósofos o artistas, o más donjuanes que
creadores y emprendedores, entonces la comunidad junguiana se pone de acuerdo y
ya sabe a qué se refiere exactamente cuando dice "el problema del puer". Pero sigue
sin hablar del Puer de verdad, el más puro representante del arquetipo; está hablando
de lo que cualquier psicólogo entiende como hombre con complejo materno. El
epíteto eterno se entiende en su sentido literal en estos caracteres, como de duración
indefinida, y no en el sentido del puer mítico, que es por conexión arquetípica con una
inherente sabiduría perenne. Pero ¿no estarán referidos mejor al complejo paterno?
porque quizás debiera plantearse la cuestión de que los pueres, lo son igual, o quizás
más, en referencia al padre que a la madre. La madre es su ilusión y su refugio;
inesperadamente, su dragón y su tumba. El padre es su reto, saturno, el Hook de cada
uno, así como, también inesperadamente, su luz, su madurez y su guía.
Hay dos cosas que la comunidad junguiana entiende como antídoto del puer, aunque
no sepa bien a cuáles de todos estos pueres y pseudopueres se está refiriendo. El
trabajo y el sufrimiento. Para mi entender, el sufrimiento es el paso necesario para
conectar con los contenidos inconscientes, paso necesario para el puer que es niño o
adolescente y aún no ha entrado verdaderamente en su interior, donde la madre se
transforme en Diosa, y las faldas en Anima y Guía espiritual. Pero ésto vale para
cualquiera, sea cual sea su grado de madurez. De esta necesidad hablaba Hillman, la
del sufrimiento.
Del trabajo hablaba Jung. Él hablaba de él mismo. Cuando encontró su revelación, se
transformó en Puer Aeternus. Algo nuevo acababa de nacer, algo aún que no tenía
conexión apenas con el mundo de abajo, aunque quería crecer hacia él, encarnarse. Lo
que había encontrado eran ideas e intuiciones y Dioses de un nuevo panteón, recién
nacidos para esta era. Así que el gran viejo, Saturno, el dios del trabajo y el esfuerzo, el
dios del mundo, le reclamó grabar en piedra, elaborar, justificar y mostrar estas ideas
y hacerlas copartícipes del mundo de su época. Eso lo convirtió en Senex, un nuevo
"rex".
Para comprender mitológicamente este significado, tenemos a Prometeo, Adán,
Krishna, Buda, Cristo, y en general todo héroe, dios o semidiós después de haber
pasado por una muerte, en el momento de su revelación y renacimiento.
Anhelan la mujer maternal que les abrace y les proteja, les cuide y les comprenda. Cuando entran
en contacto con una mujer, estos hombres se decepcionan al comprobar que la imagen que ellos
habían proyectado no encaja con la persona de carne y hueso que tienen delante, de modo que se
alejan sólo para proyectar la misma imagen de la Diosa Madre en su próximo contacto.
Debido a ello, temen el compromiso y suelen subordinar el amor al poder, de forma que el
concepto de amor queda reducido a un mero intercambio sexual falto de compromiso o, por otra
parte, a una búsqueda “romántica” de la “diosa” ideal, un cálido vientre donde refugiarse, de
manera que la decepción y la inseguridad están a la orden del día en cuanto se profundiza un poco
en la relación. De igual forma, en el caso de las mujeres, este complejo se manifiesta bajo la
imagen de la femme fatale que usa al hombre como instrumento de sus ambiciones o que busca,
en su desamparo inconsciente, al príncipe azul que cubra sus necesidades de protección.
Otra característica es la incapacidad de tales personas para adaptarse a la sociedad –no quiere
abandonar el regazo de la madre— bajo la máscara de un falso individualismo, así como de una
patente falta de voluntad, debido al poco desarrollo del ego, el cual está tan disuelto en la figura
materna que son incapaces de pensar por sí mismos. Tampoco de reconocer sus limitaciones
personales, errores e incapacidades. Es así que, a primera vista, sólo se ve la máscara con que se
cubren, antojándose personas seguras y con pensamientos claros.
Esto conlleva un peligro asociado, pues la falta de juicio de sí mismos les puede convertir en falsos
líderes de grandes rebaños que, compartiendo ese mismo adormecimiento por incapacidad
autocrítica, se afirman despiertos, libres de pensamiento y obra mientras se dirigen, sin poder
evitarlo –he ahí la terrible ironía que sobrevuela a todos—, al precipicio.
Los tipos de aborregamiento pasan por dos fases. En una primera, el individuo aún está a las
órdenes del Padre arquetípico. Esta fase es fácilmente superable, pues el arma para vencer al
Padre es la rebeldía de una conciencia que siente los primeros atisbos de individuación.
Pero surge entonces el gran obstáculo en el que muchos, la mayoría, quedan atrapados. Aquí
encontramos que, debido al antes mencionado falso individualismo, o al menos incompleto, la
persona se ha podido rebelar contra los líderes sociales al uso, pero sigue prisionera de una figura
protectora: la Madre.
De la misma forma en que esta figura arquetípica se proyecta en la pareja, también lo hace en las
instituciones sociales. Así, vemos cómo existe la rebeldía contra el poder establecido, pero no se
dan los pasos para emanciparse del mismo, sino que se espera de él cuidados y atención. Es decir,
se produce una rebelión contra el Padre, figura proyectada en los aspectos de autoridad y poder,
pero se busca la dependencia, en cuanto manifestación de una profunda inseguridad interior, de
la Madre.
Lo cual es, obviamente, legítimo, pero carece de sentido si la persona permanece ignorante de que
su libertad pasa por el trabajo interior, a riesgo de que, de no ser así, se convertirá en un ente
parasitario cuya vida depende de fuerzas cuyo origen real desconoce, no en el Ser completo a que
debe apuntar toda rebelión que se tenga por seria.
El complejo materno trae como resultado un parón en dicho proceso de individuación, por el que
se forma un ser autónomo y psicológicamente completo, que sitúa al individuo en una posición
socialmente complicada, rebelde e inadaptado, que protesta contra el sistema pero que no
termina de progresar en su desarrollo interior:
Buscan a la madre que los comprenda y que les ofrezca el éxtasis extramundano en toda mujer a la
que persiguen. A menudo acaban colgándose del sistema por un margen, a la manera de un
parásito, como un niño enganchado a la teta de una madre que no lo quiere reconocer. […] Se
quedan siempre como adultos que giran alrededor de su infancia y adolescencia, pero que no
acaban de encontrar el camino hacia el auténtico niño, el Niño Interior, que empezaría a decirles
qué es lo que están buscando, qué es lo que deben hacer en realidad.
El auténtico Niño Interior es la forma luminosa del arquetipo del puer aeternus, una vez
comprendida la causa inconsciente. Al contrario que su aspecto sombrío, por el que se desarrolla
esa falta de madurez ante la vida, la fuerza infantil es la que permite el acto creativo y la
renovación, la espontaneidad y el aspecto lúdico necesarios para conformarse como individuos
desarrollados frente a la marea de fuerzas externas que buscan condicionar la vida de las
personas.
Y he aquí la gran diferencia entre lo que es un complejo materno y lo que es el influjo del
arquetipo de la Madre. El primero es un estancamiento por no atreverse a indagar en el arquetipo,
produciéndose una inflación, es decir, un dominio del inconsciente ante el que la consciencia no
ha tenido fuerzas para enfrentarse. De manera que la individualidad manifestada es sólo máscara
y pretensión, pero, como se ha dicho, se dirige prisionera hacia el abismo: rebeldes indolentes que
sólo alcanzan a evadirse.
La base del psicoanálisis junguiano es que todos buscamos valores arquetípicos que nos hagan
experimentar un valor incorruptible. Al no buscarlos dentro, al no ser conscientes, los
proyectamos en otros y nos volvemos dependientes del exterior, ya sean personas, ambiciones,
cosas, porque sentimos que carecemos de ese valor que nos permitiría ser independientes. Al
reconocer el arquetipo en nuestro inconsciente, nos sentimos completos y nos convertimos en
seres independientes.
Es así que arrancar de raíz al puer aeternus no es la solución, pues la desconexión con la parte
luminosa del ser interior deriva en una rigidez vital caracterizada por la incapacidad para expresar
sentimientos, la intolerancia y la falta de empatía. Estos individuos no han superado la sombra del
arquetipo, sólo la han reprimido, de forma que cuando se indaga en ellos se descubre, en palabras
de J.A. Delgado, “una adultez que no es sino una máscara encubridora de un infante rapaz de
terribles exigencias, que demanda una atención, unos cuidados y una comprensión rayana en lo
patológico”.
El niño es necesario en cuanto que es el niño divino que lleva al individuo a su siguiente etapa de
desarrollo. Si la sombra, el complejo materno, se supera y se reconoce la manera en que se es
dependiente de la figura arquetípica de la Madre, entonces se entra en el conocimiento de lo
intuitivo. Siguiendo a Raúl Ortega, estamos entonces ante un tipo de inadaptado social muy
diferente:
Pero cuando la introversión logra encontrar una imagen arquetípica real, una idea de Dios o de
Diosa, el introvertido se encuentra con algo que acaba de nacer, con un Puer Aeternus que acaba
de parirse al mundo. Lo que ha encontrado es, de nuevo, un Niño Jesús, y el carácter de ese
introvertido no puede confundirse con el de un niño inadaptado a las responsabilidades de lo
social. Sencillamente, no hay lugar para ese Dios en lo social, y el pobre introvertido tiene que
partir de cero para encontrarlo.
Estos hombres no son niños grandes. Son Parsifal, que nunca perdió la inocencia que da estar en
contacto con el mundo interior, siempre agreste y salvaje, aunque él abandonara a su madre sin
piedad siendo un adolescente, para recorrer el mundo y la corte. Cargan con el peso y la
responsabilidad de renovar un trono, no de adaptarse a él.
Estos hombres ven a menudo como una y otra vez todo lo que construyen se les hunde. Son befa y
escarnio de la comunidad, constantemente. Pierden la fe, pues nadie les apoya. Pero es que el
héroe sólo puede encontrar un tesoro, sólo uno, el que le corresponde a él, y ya pasa mucho hasta
enterarse de cuál es. Difícil es hallar la materia prima, difícil los instrumentos, difícil es el Arte.
Es un error muy común presuponer y no diferenciar que es lo mismo tener complejo materno, que
ser portavoz de una nueva revelación, recién nacida del útero de la Gran Madre.
Es decir, ya no estamos ante el niño malcriado del complejo materno, sino ante el Niño divino,
aquel que llega al mundo para superar las limitaciones impuestas por su época, el cual crece y se
convierte en el Héroe. Pero en ese proceso pueden ocurrir muchas desgracias y malograrse la
aventura.
Este niño divino nace de un primer acceso de la consciencia al mundo inconsciente. Es la primera
unión entre lo material y lo espiritual del ser humano. Al igual que ocurre con los procesos
iniciáticos de todas las épocas, el psicoanálisis también concibe el periodo relacionado con este
“nacimiento” del Niño como una etapa muy oscura para la persona – las molestias del embarazo y
los dolores del parto—, la cual se enfrenta con todo aquello que no reconoce de sí misma y que,
por tanto, se presenta como ajeno y hostil hasta que no es integrado.
El Niño tiene que ser fuerte para emprender su aventura como héroe. Es por ello que las primeras
pruebas se presentan muy duras, pues se debe demostrar que se está capacitado para enfrentar el
terror que implica descender a los infiernos y enfrentarse a las bestias que allí habitan. De lo
contrario, el individuo corre el peligro de sucumbir ante las manifestaciones de violencia
incontrolada que le aguardan.
La pérdida del control de la vida por parte de la conciencia y su sometimiento al inconsciente, ese
adormecimiento que nos hace creernos tanto o más libres y despiertos que el resto, es lo que se
muestra en los peligros que describen los mitos y cuentos populares, y que el humano actual
ignora con insensata soberbia.
La superación de tales obstáculos suponen, por otra parte, una tarea muy dolorosa para el héroe
pues, tal y como se describe en el cuento alquímico La montaña del Fénix, de Friedrich von Licht:
Cada paso hacia una consciencia más alta constituye una especie de hurto a los dioses. Por el
conocimiento se comete, en cierta medida, un robo del fuego divino, es decir, algo que era
propiedad de fuerzas desconocidas e inconscientes es arrancado a la ignorancia y sometido a la luz
y arbitrio de la conciencia. El hombre que ha usurpado el conocimiento sufre una ampliación de la
consciencia. Ese hombre se ha elevado sobre lo humano de su tiempo y, debido a ello, se ha
alejado de la humanidad común, quedándose solo. El tormento de esa soledad es el precio a
pagar: el ya no puede volver entre los suyos, se ha desprendido del rebaño.
El viaje del héroe que deja atrás su hogar familiar es el viaje de la emancipación y la madurez del
ser, del proceso de diferenciación individuatoria. El primer contacto con la Madre, después de
haber derrotado al Padre, es el encuentro de Edipo con la terrible Esfinge cuyas preguntas buscan
inquietar al héroe que aún no ha atisbado siquiera los primeros peligros de su aventura. En
términos modernos, el mito se disfraza, más amablemente, de un Luke Skywalker que se ve
arrojado del que siempre creyó su hogar familiar y se sumerge en una aventura que
aparentemente le supera pero de la que no puede escapar.