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Consolad a mi pueblo

Meditación de Santa Cena

Isa.40:1-3

Introducción

El capítulo 40 del libro de Isaías da inicio a

la segunda parte de este libro profético. Y

esta segunda sección difiere de la primera en

varias cosas: Por un lado, tiene un estilo

distinto. Mientras en la primera parte

encontramos relatos históricos, entre otras

cosas, la segunda parte consiste

principalmente de mensajes. En la primera


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parte varias veces se menciona a Isaías como

aquel que recibía los mensajes que tenía que

dar el pueblo de Dios; pero en la segunda

parte no se menciona el nombre del profeta ni

una sola vez. La primera parte consiste

principalmente de reprensiones, anuncios de

juicios venideros, denuncias contra el pueblo;

mientras que la segunda parte se destaca

más por las bendiciones que se prometen. Y

aunque en la primera parte encontramos

muchas profesías relativas al Señor


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Jesucristo, en la segunda parte Cristo y el

evangelio abundan mucho más.

Y hay algo muy curioso que puede

notarse en esta segunda parte del libro de

Isaías: Ésta empieza como empiezan los

evangelios: (v.3) ¨Una voz clama: Preparad

en el desierto camino al Señor; allanad en la

soledad calzada para nuestro Dios.¨ Estas

fueron las palabras con las que Juan el

Bautista empezó su ministerio, como

precursor del SJC. De hecho, éstas palabras

tuvieron su cumplimiento en Juan el Bautista


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y su ministerio. Y la segunda parte de este

libro termina con palabras similares a las que

encontramos en Apocalipsis (Isa.66:22)

¨Porque como los cielos nuevos y la tierra

nueva que yo hago permanecerán delante de

mí--declara el Señor--, así permanecerá

vuestra descendencia y vuestro nombre.¨

Este capítulo podría dividirse de la

siguiente manera:

I-Dios manda que se consuele a su pueblo con

las buenas nuevas de la redención.

(vv.1-2)
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II-Las buenas nuevas son anunciadas por una

voz en el desierto (vv.3-5)

III-Una promesa de la felicidad que treará

esta redención (vv.9-11)

IV-La soberanía y el poder del Dios que

efectúa la obra de redención (vv.12-17)

V-El truinfo de este Dios sobre los ídolos y la

necedad de los idolatras (vv.18-26)

VI-Se reprende al pueblo de Dios por sus

temores y se les anima a confiar en el Señor

(vv.27-31)
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A modo de preparación para participar de

la cena del Señor, quisiera que meditemos

brevemente en el primer encabezado de la

división de este capítulo, donde Dios manda

al profeta a consolar a su pueblo con las

nuevas de las redención.

Leamos los versículo 1-2:

¨Consolad, consolad a mi pueblo--dice vuestro

Dios. Hablad al corazón de Jerusalén y

decidle a voces que su lucha ha terminado,

que su iniquidad ha sido quitada, que ha


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recibido de la mano del Señor el doble por

todos sus pecados.¨

Veamos,

I-Dios manda consolar a su pueblo

(v.1)¨Consolad, consolad a mi pueblo--dice

vuestro Dios...¨

Fíjense lo enfático que es este llamado del

Señor a sus profetas y ministros: ¨Consolad,

consolad a mi pueblo...¨ El Señor repite el

encargo que les daba a sus siervos. Pero no

porque ellos no estuvieran dispuestos a

cumplirlo, sino porque muchas veces las


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almas del pueblo de Dios rechazan el

consuelo que el Señor quiere darles. Tal

como David dijo en (Sal.77:2) ¨...mi alma

rehusaba ser consolada.¨ O como dice en

Lamentaciones 3:17:¨ ...mi alma ha sido

privada de la paz, he olvidado la felicidad.¨

Los consoladores a menudo tienen que

repetirles lo que Dios dice para su consuelo

para que la verdad de Dios penetre a sus

corazones.

Ahora quisiera señalar que este

consuelo se la da exclusivamente al pueblo


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de Dios. ¨Consolad, consolad a mi pueblo...¨

En el mismo libro de Isaías el Señor dice: ¨No

hay paz...para el impío¨. Es a su pueblo que el

Señor manda que se consuele. No porque

ellos lo merezcan sino porque El les ama

entrañablemente. El nos compró con la

sangre preciosa de su Hijo y se gloría en

llamarnos ¨mi pueblo¨, como lo hace aquí.

Pero, si seguimos leyendo veremos que

Dios da detalles sobre la manera en la que El

quería que su pueblo fuera consolado. (v.1)

¨Consolad, consolad a mi pueblo--dice vuestro


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Dios. Hablad al corazón de Jerusalén y

decidle a voces...¨ El Señor no quería que su

palabra volviera a El vacía sino que lograra su

propósito en su pueblo. Por eso el llama a

sus siervos a hablar al corazón de su pueblo.

El Señor quería que su consuelo viniera en

palabra y en poder; que penetrara sus

corazones y trajera el consuelo que

necesitaban. Y con este fin El le dice a sus

profetas que le dijeran esto al pueblo en voz

alta, a modo de proclamación, para que les

entrara: ¨...y decidle a voces...¨ El Señor les


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dice: ¨No se lo susurres sino dícelo en voz

alta. Mi mensaje es un mensaje glorioso y

lleno de consuelo para mi pueblo. Y yo no

quiero que en medio del bullicio del mundo y

los afanes en que viven dejen de oirme por no

decírsele en voz alta. Proclámale mis

palabras de consuelo a mi pueblo.¨

Ahora, si Dios con tanta urgencia y tan

encarecidamente envía a sus profetas a

consolar a su pueblo, tiene que ser por algo

bien grande. Tiene que ser que el pueblo

haya sufrido una gran calamidad. ¿Habrá sido


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que perdieron una grab batalla? ¿Habrá sido

que los llevaron cautivos?

No, hermanos, la clase de consuelo que

Dios les envía es para calmar otra clase de

angustia. No era la angustia causada por la

pérdida de bienes temporales, sino la

angustia causada por sus pecados y el gran

peso de su culpa. La clase de angustia que

conoce todo verdadero hijo de Dios cuando

peca, o pero aun, cuando vive bajo algún

pecado sin confesar. La clase de angustia

que experimentó David y que expresó con lujo


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de detalles en el (Sal.32:3,4) ¨Mientras callé

mi pecado, mi cuerpo se consumió con mi

gemir durante todo el día. Porque día y noche

tu mano pesaba sobre mí; mi vitalidad se

desvanecía con el calor del verano.¨ No hay

presión económica ni enfermedad que se

compare con la angustia que el pecado trae a

nuestras almas. Muy bien dijo un siervo de

Dios cuando dijo: ¨El pecado y el creyente no

son compatibles. Puede que éstos se

encuentren ocasionalmente; pero nunca

podrán vivir juntos en harmonía.¨


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Oigan lo que Dios mandó que se le diga a

su pueblo a modo de consuelo:

¨...Hablad al corazón de Jerusalén y decidle a

voces que su lucha ha terminado, que su

iniquidad ha sido quitada, que ha recibido de

la mano del Señor el doble por todos sus

pecados.¨

Lo primero que el Señor manda que se le

diga a su pueblo a modo de consuelo es:

¨...que su lucha ha terminado...¨

Por el contexto en el que encontramos

estas palabras, con seguridad podemos


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aceverar que esta lucha de la que habla aquí

debe entenderse espiritualemente. Y

aplicando estas palabras a nosotros que

vivimos después del calvario, podemos

entender que se refiere a nuestra lucha

contra Dios antes de nuestra conversión.

Nosotros, al igual que los demás, eramos

enemigos de Dios por naturaleza. Estabamos

en guerra con Dios. Nuestra lucha era contra

todos sus mandamientos. Nos oponíamos a

ellos porque éstos revelaban el caracter

santo de Dios. Nos oponíamos a ellos porque


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nos condenaban. Luchábamos contra el

conocimiento que teníamos de Dios. Algunos

hasta luchábamos contra el sentido de su

existencia que Dios mismo había impreso en

cada uno de nosotros. Y todo porque

deseabamos que El no existiera. Pero pronto

descubríamos que tales esfuerzos siempre

resultaban inútiles. Y de nuevo

recordábamos que eramos tal y como la

Biblia nos describía: impíos perdidos sin

esperanza.
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Pero cuando el Señor Jesucristo nos salvó

nuestra lucha terminó para siempre. Tan

pronto El obró por su Espíritu en nuestros

corazones nos rendimos y bajamos nuestras

almas para jamás volverlas a tomar. El

infundió en nuestros corazones un temor filial

a nuestro padre celestial. Y sí, la lucha sigue,

pero ya no contra Dios sino contra el diablo,

el pecado y el mundo. Pablo lo dice claro:

¨Porque nuestra lucha no es contra sangre y

carne, sino contra principados, contra

potestades, contra los poderes de este


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mundo de tinieblas, contra las huestes

espirituales de maldad en las regiones

celestiales.¨ (Efesios 6:12) Y dice en

(Heb.12:4) ¨Porque todavía, en vuestra lucha

contra el pecado, no habéis resistido hasta el

punto de derramar sangre¨

Y luchamos con la esperanza de que viene el

día en el que oiremos para nuestro eterno

consuelo: ¨...Hablad al corazón de Jerusalén

y decidle a voces que su lucha ha

terminado...¨
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Pero hay algo mucho más glorioso que el

hecho de que nuestra lucha ha terminado. Es

lo próximo que Dios manda que se le diga a

su pueblo como la base de su consuelo:

¨...decidle a voces...que su iniquidad ha sido

quitada...¨ Ahora, la bendición mayor no es

tanto el alivio que da al alma el saber que

todos sus pecados han sido perdonados sino

el saber que Dios ya no nos ve como

culpables delante de su santa presencia y

que nos ha reconciliado consigo mismo.

Nunca olvidemos que el pecado no es malo


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por las consecuencias que nos trae sino

principalmente porque ofende al Dios santo y

va en contra de su santo caracter. Con esto

fue que trató el SJC cuando muró por ti,

hermano. El cargó con la culpa de tus

pecados y sufrió las consecuencias eternas

de tus pecados. Y ahora puedes hallar

consuelo en las palabras de nuestro texto:

¨Consolad, consolad a mi pueblo...Hablad al

corazón de Jerusalén y decidle a voces que

su lucha ha terminado, que su iniquidad ha

sido quitada...¨ Y si el Señor ha quitado


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nuestros pecados, no hay quien los pueda

poner a nuestra cuenta de nuevo. Por eso

dice Pablo: ¨¿Quién acusará a los escogidos

de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién es el

que condena? Cristo Jesús es el que murió,

sí, más aún, el que resucitó, el que además

está a la diestra de Dios, el que también

intercede por nosotros.¨

Pero, estas no so las únicas palabras de

consuelo que encontramos en nuestro texto.

Hay más. Ya el Señor nos ha dicho de dos

cosas: Una que ha termimado - nuestra


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lucha. Y otro que nos ha sido quitado -

nuestros pecados. Pero ahora, dice algo bien

asombroso. Oigan: ¨Consolad, consolad a mi

pueblo--dice vuestro Dios. Hablad al corazón

de Jerusalén y decidle a voces que su lucha

ha terminado, que su iniquidad ha sido

quitada, que ha recibido de la mano del Señor

el doble por todos sus pecados.¨

Si fuera el caso de Job, a quien el Señor le

dio el doble de todo cuando El su soberanía le

quitó, sería más fácil de entender. ¿Pero que

nosotros, pecadores perdonados, hayamos


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recibido del Señor el doble por todos nuestros

pecados? Eso no es fácil de entender.

Cuando el Señor dice que hemos recibido el

doble por todos nuestros pecados, realmente

usa un lenguaje figurativo con el que describe

que lo que hemos recibido del Señor al

perdonar nuestros pecados sobrepasa

inifinitamente lo que nuestros pecados podían

darnos.

Junto con la redención nuestra vienen

muchas bendiciones sin igual. Cosas que


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nuestros pecados jamás nos hubieran

permitido distrutar:

-Comunión con Dios: ¨Y esta es la vida

eterna: que te conozcan a ti, el único Dios

verdadero, y a tu hijo...¨

-Libre acceso a su trono: ¨...acerquémonos

con confianza al trono de la gracia para que

recibamos misericordia, y hallemos gracia

para la ayuda oportuna.¨

-Fuente de perdón en la sangre de Cristo: ¨Si

confesamos nuestros pecados, El es fiel y


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justo para perdonarnos los pecados y para

limpiarnos de toda maldad.¨

La morada de su Espíritu en nosotros: ¨¿No

sabéis que sois templo de Dios y que el

Espíritu de Dios habita en vosotros?¨

La gracia fortalecedora del Señor: ¨Porque yo

soy el Señor tu Dios, que sostiene tu diestra,

que te dice: "No temas, yo te ayudaré."

Todas las gloriosas bendiciones que tenemos

en Cristo: ¨Bendito sea el Dios y Padre de

nuestro Señor Jesucristo, que nos ha


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bendecido con toda bendición espiritual en

los lugares celestiales en Cristo¨

Cuán maravillosa es la gracia de nuestro

Señor. A los que hemos creído en Cristo El

nos ha dado el doble por nuestros pecados.

Qué cosa gloriosa: El nos nos ha pagado

conforme a nuestros pecados pero sí nos ha

dado más allá de lo que nuestros pecados

merecen, al darnos lo contrario a lo que éstos

merecen. Ahora, ¿cómo vino todo este

consuelo a nosotros? ¿Cómo puede un Dios

santo consolar a pecadores rebeldes? Porque


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se cumplieron las palabras que continúan

diciendo nuestro texto:

(vv.3-5) ¨Una voz clama: Preparad en el

desierto camino al Señor; allanad en la

soledad calzada para nuestro Dios. Todo valle

sea elevado, y bajado todo monte y collado;

vuélvase llano el terreno escabroso, y lo

abrupto, ancho valle. Entonces será revelada

la gloria del Señor, y toda carne a una la verá,

pues la boca del Señor ha hablado.¨

Estas palabras tuvieron su fiel

cumplimiento en aquel que hemos venido a


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recordar en esta noche. Fue por lo que El

hizo que Dios puede consolarnos con las

palabras de nuestro texto.

¨Consolad, consolad a mi pueblo--dice vuestro

Dios. Hablad al corazón de Jerusalén y

decidle a voces que su lucha ha terminado,

que su iniquidad ha sido quitada, que ha

recibido de la mano del Señor el doble por

todos sus pecados.¨


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