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La estructura de los ecosistemas

Cada especie de organismos conforma poblaciones. Estas comparten los recursos disponibles e
interactúan formando parte de una misma comunidad. La comunidad y el medio interactúan y
constituyen un ecosistema. Los ecosistemas se caracterizan por sus condiciones físicas, por las
especies que los habitan y por las interacciones que se establecen entre ellas

Los componentes del ecosistema y sus interacciones

La materia se organiza en niveles cada vez más complejos, hasta formar organismos. Hay niveles
superiores al de los individuos: población, comunidad y ecosistema. Son los niveles de
organización que estudia la ecología.

Los factores abióticos

La vida en la tierra depende de sus condiciones físicas y químicas. Además de la utilización de los
factores abióticos como recursos, las condiciones del ambiente inciden sobre los procesos que se
llevan a cabo en los organismos.

La permanencia de los seres vivos bajo determinadas condiciones físicas y químicas del medio
depende de sus características morfológicas y fisiológicas, y de las estrategias que utilizan para
responder ante los cambios en el ambiente. Es el resultado de procesos de evolución, durante el
cual las condiciones ambientales actúan como agentes de selección natural

Respuestas de los organismos al cambio ambiental

El correcto funcionamiento de los organismos depende de su capacidad para mantener su medio


interno estable, independientemente de los cambios del medio externo. Algunos de esos cambios
ocurren con regularidad, como el ciclo anual de las estaciones y los períodos de luz y oscuridad;
otros son irregulares y menos previsibles, como ciertos cambios climáticos, o cambios bruscos en
el paisaje, como erupciones volcánicas.

Ante estos cambios ambientales, los organismos presentan tipos de respuestas muy variados.
Algunas reacciones, como la aceleración del metabolismo, no requieren una modificación
estructural del organismo. Sin embargo, existen respuestas que involucran cambios estructurales,
como la aclimatación y las respuestas de desarrollo. Ninguno de estos dos tipos de respuestas
involucra cambios en el material genético, pero sí en la expresión de los genes y la consiguiente
manifestación de características morfológicas, fisiológicas o de conducta.

La aclimatación es un cambio de tipo reversible que favorece el mantenimiento del equilibrio


interno en respuesta a modificaciones ambientales persistentes que generalmente son cíclicas. Un
ejemplo de aclimatación es el crecimiento de una capa de grasa en el cuerpo de algunos animales
durante el invierno. Los cambios de este tipo se pueden producir varias veces a lo largo de la vida
de cada individuo.
A grandes alturas, el cuerpo fabrica más glóbulos rojos para aprovechar al máximo el poco oxígeno
presente a esas altitudes.

Hay organismos cuyo ciclo vital es corto, y que se desarrollan por completo en condiciones más o
menos constantes. Pero si se consideran sucesivas generaciones al cabo de un tiempo, por
ejemplo un año, se observa que para una generación las condiciones pueden ser diferentes a las
de las generaciones anterior o posterior. En algunas especies de insectos, las generaciones que
nacen en primavera están expuestas a diferentes condiciones que las generaciones que nacen en
verano. Este tipo de organismos presenta frecuentemente respuestas de desarrollo. Los cambios
se producen durante el desarrollo de las larvas, de tal modo que los adultos resultantes presentan
características distintas según las condiciones a las que estarán expuestos.

Existen respuestas de tipo puramente comportamental, por ejemplo ante la sequía prolongada o
las temperaturas extremas, muchas poblaciones migran en busca de una zona en la cual las
condiciones sean aptas para continuar su desarrollo. Otra forma de resistir a las condiciones
ambientales que superan el rango de tolerancia de los organismos es el letargo, que consiste en
mantener un estado inactivo o de latencia durante el cual el metabolismo es muy lento y, por lo
tanto, el gasto energético y de nutrientes es mínimo.

Muchos árboles pierden sus hojas en otoño, antes del período más frío y con menor intensidad de
luz. Este es un ejemplo de letargo: las yemas a partir de las cuales se originarán las ramas y hojas
nuevas se mantienen protegidas por cubiertos especiales, en estado de latencia.

El agua en el ecosistema

Una de las condiciones indispensables para la existencia de vida en un ambiente es la presencia


de agua. La abundancia o carencia de agua, y su disponibilidad, dependen de muchos factores: la
temperatura determina el estado del agua; la composición del suelo influye en el contenido de
sales disueltas y este, a su vez, incide en los intercambios que se producen entre el ambiente y los
organismos.

• El relieve es un factor que determina la presencia de agua en un ecosistema. Cuando los vientos
provenientes del mar chocan contra la ladera de una montaña, esta será húmeda pero la ladera
opuesta es seca. Las especies vegetales en cada ladera son muy diferentes.

Los distintos tipos de suelo son más o menos permeables al agua; esto condiciona su
accesibilidad.
La importancia del agua para los seres vivos reside en sus propiedades:

• Capacidad disolvente. Muchas sustancias que participan en los procesos vitales son solubles en
agua. Así, el agua constituye un medio adecuado para que se produzcan las reacciones químicas
del metabolismo.

• Elevado calor específico. Se necesita mucha energía calórica para cambiar su temperatura. Esta
propiedad permite mantener las temperaturas de los organismos dentro de valores más o menos
estables y aptos para la vida. Es por esto que los ambientes acuáticos son térmicamente más
estables que los terrestres.

• Entre O °C y 4 °C su densidad disminuye, es debido a ello que el hielo flota en el agua líquida.
Esta propiedad impide el congelamiento de los fondos de los mares y lagos de regiones frías, y
permite que los seres vivos que los habitan lleven a cabo sus funciones.

De la totalidad del agua que hay en la Tierra, solo una cantidad mínima se encuentra disponible
para los seres vivos. Esto se debe a que el agua de los mares (el 97% del total de agua del planeta)
resulta poco aprovechable debido á que su concentración salina es muchísimo más alta que la de
las células de los organismos y, por Io tanto su ingesta, puede provocarles graves desequilibrios
hídricos. Además, no toda el agua dulce puede ser utilizada por los organismos, ya que una parte
contiene sustancias tóxicas y gran parte se encuentra en estado sólido.

Adaptaciones que mantienen el equilibrio hídrico

Los procesos vitales que se desarrollan en los organismos requieren mantener en el medio interno
cierta proporción de agua constante, es decir, su equilibrio hídrico. Esa proporción se mantiene a
través de:

• La relación entre la superficie y el volumen del cuerpo. A través de la superficie corporal se


pierde agua por evaporación.

• La permeabilidad de las membranas o cubiertas que separan el medio interno del externo, o la
presencia de estructuras especializadas que absorben o eliminan agua.

• La concentración de sustancias disueltas en el agua de los fluidos internos respecto de la de los


externos, especialmente en los vegetales y en los organismos de los ambientes acuáticos.

Adaptaciones en los vegetales

La radiación solar y el contacto con el aire pueden provocar una enorme pérdida de agua en los
vegetales terrestres. Por lo general, las plantas terrestres poseen hojas y tallos herbáceos
cubiertos por cutículas impermeables que limitan la pérdida de agua por evaporación. Además,
poseen estomas, estructuras ubicadas en la epidermis de las hojas, que se abren y se cierran
según las condiciones externas, y a través de las cuales se elimina vapor de agua. Las raíces de las
plantas terrestres suelen ser más desarrolladas que las de los vegetales acuáticos debido a que
cuanto más se extienden, más eficiente es la absorción. Pero los ambientes terrestres difieren
mucho entre sí en cuanto a la disponibilidad de agua. En las zonas desérticas y semidesérticas, las
lluvias son escasas y el suelo retiene muy poca agua. Los vegetales de estas regiones presentan
adaptaciones que reducen al mínimo la pérdida de agua, por ejemplo, hojas pequeñas y cubiertas
con gruesas cutículas impermeables, tallos carnosos que almacenan agua y crecimiento vertical de
las hojas para reducir la exposición a la luz solar.

En las regiones tropicales, las lluvias son abundantes, la humedad del aire es elevada y suele haber
ríos caudalosos. La gran disponibilidad de agua favorece el desarrollo de una vegetación que se
caracteriza por sus grandes hojas, con numerosos estomas en ambas caras, lo que permite que la
evaporación sea considerable. Algunas plantas de estos ambientes poseen raíces aéreas que
absorben la humedad del ambiente.

Adaptaciones en los animales

El riesgo de desecación es una dificultad que los ambientes terrestres presentan también para los
animales, los cuales se abastecen del agua que beben de los cuerpos de agua dulce y de los
alimentos que consumen. Los animales terrestres tienen la capacidad de desplazarse hacia
hábitats más adecuados cuando las condiciones son adversas, esto constituye una respuesta
comportamental. A su vez, muchos animales presentan adaptaciones que les permiten reducir la
pérdida de agua de su cuerpo, como las cubiertas constituidas por sustancias impermeables, la
queratina de la piel de algunos vertebrados y la cera que rodea el exoesqueleto de insectos y
arácnidos.

Los animales que habitan ambientes excesivamente secos presentan mecanismos fisiológicos para
almacenar agua en sus tejidos o para reducir al mínimo su pérdida. Un ejemplo conocido es el de
los camellos, que acumulan grasa en sus gibas. Esta sirve como fuente de energía y, al degradarse,
libera agua.

Para resistir la escasez de agua por períodos que pueden extenderse hasta 2 meses, algunos
animales disminuyen la producción de orina y transpiración, y presentan una densa capa de pelo
que aísla el cuerpo y reduce la evaporación.

Para los animales marinos, conseguir agua también es un problema debido a que la concentración
de sales del mar es superior a la de su cuerpo y pierden agua por ósmosis. Para reponerla, algunos
peces beben esa agua y eliminan la sal que entra con ella a través de las branquias y los riñones.
Además, producen poca orina. Los peces de agua dulce tienen el problema opuesto. El agua que
los rodea posee una concentración salina menor que la de su cuerpo, razón por la cual tiende a
entrar hacia los tejidos. Algunos peces mantienen su equilibrio hídrico bebiendo poca agua,
eliminando abundante orina e incorporando activamente sales a través de las branquias.

Los intercambios gaseosos que tienen lugar durante la respiración se producen en un medio
acuoso, es por esto que pueden tener lugar solo a través de delgadas superficies que deben
mantenerse húmedas constantemente. En los animales aeroterrestres, el intercambio gaseoso se
realiza en órganos internos (pulmones en el caso de mamíferos, aves y reptiles; tráqueas, en el
caso de insectos y arácnidos, etc.), cuya única comunicación con el medio externo consiste en
pequeños conductos y orificios. Esta conexión con el exterior tan reducida evita que se evapore
agua en exceso. Así, la superficie de estas estructuras respiratorias se mantiene siempre húmeda y
la pérdida de agua queda restringida a la que sale del cuerpo al liberarse los desechos de la
respiración celular.

El suelo

El suelo constituye el sustrato sobre el cual crecen y desarrollan sus actividades los organismos
terrestres. La composición del suelo determina su capacidad para retener agua y la disponibilidad
de los minerales que las plantas necesitan. Al incidir en gran medida sobre el desarrollo de los
vegetales, lo hace también en el resto de los organismos que dependen de ellos. Además, para
muchos animales, el suelo es un recurso indispensable, pues construyen en él sus refugios.

Las relaciones existentes entre el suelo, el clima y los seres vivos son muy complejas. La
composición del suelo puede ser un factor determinante del tipo de plantas que crece en un
ambiente, a su vez, la presencia de esas plantas condiciona la composición del suelo. El clima, por
otra parte, no solo incide en forma directa sobre la distribución de los organismos, sino que
también lo hace indirectamente a través de la influencia que ejerce en la estructura y composición
del suelo. A su vez, la presencia de los seres vivos en un ambiente dado influye sobre sus
condiciones climáticas.

El suelo está compuesto por materiales provenientes de la roca madre, minerales originados por
las transformaciones químicas y biológicas que ocurren continuamente en él, materia orgánica en
descomposición (detritos), aire, agua, raíces, microorganismos y pequeños invertebrados. Los
suelos llamados jóvenes son aquellos que se están formando a partir del afloramiento de una
nueva roca que surge, por ejemplo, de una erupción volcánica. La acción del clima y del agua
subterránea causan la meteorización (disgregación de los materiales de la roca madre). Esto
favorece la colonización por parte de los seres vivos, cuya presencia introduce nuevas
transformaciones. Los suelos maduros, que albergan una comunidad más o menos estabilizada, se
mantienen en un equilibrio dinámico con un flujo continuo de materiales, tanto debido a los seres
vivos como por influencia del agua y del viento.

La acción de muchos de los microorganismos del suelo aporta gran parte de los minerales que las
plantas necesitan para la síntesis de sus biomoléculas y para la regulación de los procesos vitales.
Estos minerales indispensables, como el fósforo, el nitrógeno, el potasio, el calcio, el magnesio, el
azufre, entre otros, se encuentran en el suelo en forma de iones disueltos en el agua, y de esta
manera, ingresan a los vegetales a través de sus raíces. Es por eso que la variación en la humedad
del suelo modifica la disponibilidad de nutrientes.
La luz en el ecosistema

La Tierra recibe radiación electromagnética del Sol. La luz solar es la fuente de energía que utilizan
—directa o indirectamente— todos los seres vivos. El espectro de la radiación proveniente del Sol
es muy amplio, y la luz visible es solo una pequeña porción de este (corresponde a longitudes de
onda que van desde los 380 hasta los 750 nanómetros). La radiación que se encuentra dentro de la
gama de la luz visible es la que más incide en los procesos biológicos. Por un lado, es la única que
tiene la propiedad de activar las moléculas que intervienen en la fotosíntesis. Además, la mayor
parte de los organismos percibe los cambios ambientales mediante órganos o células que captan
la luz visible.

La atmósfera que rodea la Tierra absorbe parte de la radiación solar ya que filtra una gran
proporción de los rayos ultravioleta e infrarrojos, y solo es transparente para el rango luz visible
del espectro. Las capas superiores de la atmósfera —especialmente el ozono presente en ellas—
absorben la radiación ultravioleta. Esto reduce drásticamente la incidencia de esos rayos sobre la
superficie terrestre, lo cual es muy ventajoso para el desarrollo de la vida, debido a que su elevado
nivel de energía produce graves daños en las células de los organismos. En los niveles bajos de la
atmósfera, el vapor de agua y el dióxido de carbono absorben radiación infrarroja. Además, las
nubes reflejan, y las partículas suspendidas en el aire dispersan, una parte de la radiación que no
es absorbida.

Finalmente, la radiación solar que alcanza la superficie terrestre corresponde principal-mente al


espectro de la luz visible y, debido a que una gran parte de ella es absorbida por el agua y por el
suelo, la proporción de energía solar disponible para los organismos fotosintetizadores es muy
pequeña.

La captación de la luz

Los pigmentos son sustancias que absorben algunas de las longitudes de onda de la luz visible y
reflejan las otras. Cuando un pigmento vegetal recibe luz, activa a otras moléculas que intervienen
en la fotosíntesis y desencadena las reacciones que constituyen este proceso.

Todos los organismos que realizan fotosíntesis, excepto las bacterias, poseen clorofila. Los
restantes pigmentos (clorofila b y carotenoides) son accesorios y, según el tipo de organismo, se
encuentran en distintas proporciones.

También los distintos órganos de un mismo vegetal pueden contenerlos en diferentes cantidades
relativas. En algunas plantas, los carotenoides son más abundantes en los frutos maduros que en
las hojas, como en el tomate o la manzana. Longitud de onda (nanómetro) La curva superior
muestra el espectro de acción de la fo-tosíntesis, es decir, en qué rangos de luz se lleva a cabo este
proceso. Las curvas inferiores indican los espectros de absorción para distintos pigmentos: la
clorofila a, la clo-ro fila b y los carotenoides que se encuentran dentro del cloroplasto.
Fotoperiodicidad

Para los seres vivos, la luz es un estímulo que además de relacionarse con algunas de sus
funciones, regula la periodicidad de sus ritmos de actividad diarios y estacionales. En la mayor
parte de los organismos, la reproducción tiene lugar en una determinada estación del año. Los
procesos fisiológicos que se producen previamente a la reproducción se suelen desencadenar a
partir de la detección de algún cambio ambiental, indicador de la transición de una estación a otra.

Se conoce con el nombre de fotoperiodicidad a las respuestas fisiológicas de los organismos como
resultado de los cambios en la duración del día y la noche. Experimentos realizados para estudiar
la fotoperiodicidad en plantas permitieron agruparlas en tres categorías:

• Las plantas de día corto florecen cuando los días son de una duración menor a un valor máximo,
que es particular para cada especie.

• Las plantas de día largo, por el contra-rio, florecen cuando el período de luz diario se extiende
por encima de un valor mínimo.

• Las plantas de día neutro florecen tanto en temporadas de días cortos como en las de días
largos.

En los animales también se observan fenómenos de fotoperiodicidad. Estos, por lo general, se


manifiestan en los ciclos reproductivos y en las conductas relacionadas con la construcción de
nidos y el almacenamiento de alimentos, acciones que suelen darse durante la primavera.

La temperatura

La temperatura en nuestro planeta se mantiene dentro de un rango en el cual es posible el


desarrollo de la vida. La Tierra recibe radiación del Sol e irradia energía hacia el espacio exterior.
Los gases de la atmósfera terrestre, especialmente el dióxido de carbono, el ozono y el vapor de
agua, absorben parte de la radiación que de otro modo se "escaparía" de la superficie; como
consecuencia, el aire se calienta.

De no existir esta capa de gases, la temperatura promedio del planeta rondaría los -20 °C. A este
fenómeno, que permite mantener en el planeta las temperaturas aptas para la vida, se lo conoce
como efecto invernadero natural. Las diferencias de temperatura entre las distintas regiones del
planeta pueden ser amplias y se deben principalmente al ángulo de incidencia de la luz solar, que
depende de la latitud, y a la presencia de masas de agua en la superficie terrestre.

Condiciones ambientales y biomas

La distribución de las especies, en especial de los vegetales, está condicionada por el clima, y es
por eso que se puede distinguir ambientes "tipo", los biomas. El término bioma fue propuesto en
1916 por el ecólogo estadounidense Frederic Clements (1874-1945) para referirse a las
comunidades biológicas integradas por plantas y animales que viven bajo condiciones ambientales
similares. Actualmente, los biomas se clasifican teniendo en cuenta la diversidad de plantas
terrestres. En los animales, en cambio, la diversidad de formas de vida se relaciona con otros
factores además de los climáticos, como los recursos alimenticios o la posibilidad de construir
refugios.

La temperatura y los procesos biológicos

Los procesos vitales solo tienen lugar dentro de un rango de temperaturas en el cual el agua del
medio interno de los organismos se encuentra en estado líquido. A bajas temperaturas, la energía
cinética de las moléculas que intervienen en las reacciones metabólicas no es suficiente para que
estas ocurran a las velocidades compatibles con la vida. A temperaturas elevadas, las proteínas y
otras biomoléculas pierden su estructura terciaria y, por lo tanto, sus funciones.

La temperatura corporal de los animales

En relación con la temperatura corporal, se puede diferenciar dos grandes grupos de animales: los
endotermos, que mantienen estable la temperatura de su cuerpo más allá de las variaciones
ambientales, y los ectotermos, cuya temperatura corporal varía con la del exterior.

La mayor parte de los mamíferos y de las aves son endotermos y mantienen su temperatura
corporal entre los 36 y los 41 °C. Estos animales regulan su temperatura a través de su actividad
metabólica. También poseen cubiertas que reducen la pérdida de calor a través de la superficie de
su cuerpo. Los animales ectotermos, como los reptiles e insectos, no pueden regular su
temperatura mediante procesos fisiológicos, sino que mantienen el equilibrio térmico mediante
hábitos de búsqueda de las condiciones adecuadas. Por ejemplo, los reptiles que viven en
ambientes desérticos se exponen al sol y extienden su cuerpo sobre superficies calientes. Cuando
su temperatura corporal aumenta, buscan refugio a la sombra de los arbustos.

Adaptaciones a temperaturas extremas

La presencia de seres vivos en ambientes con temperaturas extremas es una evidencia de que
deben existir mecanismos de adaptación que reducen sus efectos sobre los procesos fisiológicos.
Las bacterias termófilas ("amantes" de altas temperaturas) que habitan en manantiales de aguas
termales son un ejemplo de adaptación a las altas temperaturas. Estos microorganismos
sobreviven porque sus proteínas poseen una estructura tal que se mantienen estables aun a
temperaturas externas que pueden alcanzar los 100 °C. Estas bacterias cuentan además con
mecanismos de restauración de la estructura terciaria cuando esta se pierde por el calor. En el
otro extremo, los organismos que viven en temperaturas menores a O °C tienen una elevada
concentración de glicerol y glicoproteínas que actúan como anticongelantes en la sangre y en los
tejidos.

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