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¿QUÉ ES LA ORIENTACIÓN FAMILIAR?

Es un servicio de ayuda para la mejora personal de quienes integran una familia y


para la mejora de la sociedad en y desde las familias. Es un proceso de ayuda a
personas, para que se conozcan a sí mismas y a su entorno, a fin de crecer en
libertad y en capacidad de querer; de desarrollar su personalidad; de resolver sus
problemas; de asumir sus responsabilidades; de alcanzar –en definitiva- un alto nivel
de madurez.

El punto de referencia del asesoramiento a alguna o algunas personas es la


educación.

Cuando alguien acude a consulta de orientación familiar, lo hace a causa de


problemas que le afectan por razón de su situación familiar. Son problemas
relacionados con alguna faceta de la dimensión educativa familiar.

La orientación personal puede definirse como “el proceso de ayuda a un sujeto para
que llegue al suficiente conocimiento de sí mismo y del mundo entorno que le haga
capaz de resolver los problemas de su vida”.

Quienes realizan esta acción orientadora, lo hacen para que eduquen mejor –y se
eduquen mejor- las personas que integran una familia. Y de esta mejor educación
familiar se seguirán consecuencias para el bien común de la sociedad.

Si la familia es el ámbito natural del amor, adecuado a la dignidad personal de sus


miembros –presentes y futuros-, el orientador familiar no puede desentenderse de
los problemas de la última edad. Abarca, entonces, todo lo referente a la dimensión
personal del nacer –no desde el nacimiento, sino desde la concepción, porque lo
contrario, poco respeto supondría a la dignidad humana-, del vivir –que es,
esencialmente, crecer- y del morir.

El orientador familiar ha de tener mucha personalidad para “no hablar necio...”, para
hacer pensar, para dar solamente la información necesaria como retroalimentación
del propio pensar, para evitar la ruptura entre el pensamiento y la acción de los
miembros de una familia, en cuanto busca la propia y la ajena madurez personal.

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La verdadera ayuda es un arte. La calidad de la ayuda ha de estar a la altura de la
tarea y de la responsabilidad de los asesorados. Supone conocer muchas
experiencias familiares; estudiar las realizaciones educativas y los problemas de esas
familias; captar el estilo familiar en cada caso; observar su modo peculiar de convivir,
de ayuda mutua, de apertura al entorno mediante la amistad, de relación con las
organizaciones de trabajo y de estudio donde permanecen muchas horas diarias
padres e hijos; conocer cuáles son los principales valores descubiertos, aceptados y
vividos en cada familia.

Estar a la altura requiere, además, como marco de referencia, saber qué es la


persona, el matrimonio, la familia, la sociedad y la educación. Además, estas cinco
nociones implican el conocimiento de lo que es libertad, autoridad, participación,
amor, bien, etc.

Es necesario también cierto conocimiento de las principales influencias ambientales


que, en nuestra época, crean serias dificultades para el cabal desempeño de las
funciones educativas de la familia respecto a la mejora personal y social, así como
de las posibles vías de superación de estas dificultades.

El arte en la orientación familiar supone la adquisición de conocimientos prácticos


para una operación bien hecha. Si uno verdaderamente orienta a familias, cada
familia asesorada es una peculiar obra de arte, en la que se pone de relieve una
peculiar belleza, aquella a la que se refería Platón cuando definía la educación como
“afán de engendrar en la belleza según el alma”.

La orientación familiar es más que una técnica, porque cada familia orientada es
única, irrepetible, en cuanto a que está integrada por seres irrepetibles. Y porque el
hacer del orientador familiar es arte enraizado en el ser de la familia.

La orientación familiar no es tanto una ayuda a la familia –hay muchas otras


profesiones que también lo son- como una ayuda a la persona humana en relación
con sus oportunidades, posibilidades y responsabilidades familiares.

La orientación familiar es promoción de una mejor educación familiar. Promueve el


optimismo en la educación familiar. Es decir, fomenta la actitud de aspirar al más
alto nivel, al nivel óptimo, en la mejora personal de cada miembro de una familia.
Y, por lo tanto, en la acción educativa.

El orientador familiar necesita saber cuál es el punto de partida en la familia


asesorada. Esto no es fácil. Se puede “reconstruir” la situación familiar después de
varias entrevistas y de varias reuniones con todos o con parte de los miembros de
esta familia.

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El punto de partida es diferente en cada familia, aunque puedan descubrirse muchos
parecidos. Se trata de saber cómo están y cuál es el camino a recorrer para un plan
de verdadera educación familiar.

El orientador familiar ha de lograr un cambio de actitudes en sus asesorados.


Necesitará apoyarse en un decidido afán de mejora del asesorado, al hacerle notar
que solo le puede ayudar si está verdaderamente dispuesto a modificar
determinadas facetas de su habitual conducta, si logra esto, ya está incidiendo en
la modificación de actitudes.

El orientador familiar sabe que será un proceso lento de cambio, sólo posible desde
el propio querer del asesorado. Al analizar, en sucesivas ocasiones, aciertos y
errores, uno irá adquiriendo la correspondiente actitud positiva de optimismo, de
confianza, de aceptación, etc.

Los servicios de ayuda orientadora requieren de varias entrevistas con diferentes


miembros de una familia y alguna reunión posterior con varios de ellos. De ahí
resultarán algunos pequeños objetivos y pequeños planes de acción a llevar a cabo
por alguno o por varios de los orientados. Se da por supuesto una cuidadosa
preparación de la entrevista por parte del orientador familiar.

En cada entrevista, tienen lugar algunas modificaciones en los puntos de vista, en


las opiniones, en las prioridades de los entrevistados. Al comienzo de cada una, el
orientador suele comprobar qué avances ha habido en relación con los objetivos o
propósitos fijados en la entrevista anterior. Y antes de terminar, ayudará al
entrevistado a proponerse algunas metas hasta la fecha en que tendrá la entrevista
siguiente.

Forma parte de la preparación antes mencionada, la observación de adelantos y


retrocesos en relación con las metas fijadas. Y también el descubrimiento de otros
aspectos del problema que deben ser consultados.

De este modo, cada entrevista podrá ser breve y eficaz. Permitirá un mejor
conocimiento de las personas, de sus motivos, de sus cualidades, de sus
limitaciones, etc. Y se les podrá ayudar más.

Una consulta puede prolongarse a lo largo de semanas o meses, en varias


entrevistas. Dependerá del grado de deterioro, del tiempo transcurrido antes de la
consulta, de la colaboración del propio entrevistado y de algunos otros factores.

En muchos casos, una consulta empieza con el estudio de un hijo con problemas, y
continúa con algunas entrevistas del orientador familiar con los padres, en las que
van poniéndose de relieve otros problemas familiares.

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En el momento en que se superan los problemas detectados, la consulta se da por
terminada.

PROMOCIÓN DE EDUCACIÓN FAMILIAR

La orientación familiar es promoción de una mejor educación familiar. Promueve el


optimismo en la educación familiar. Es decir, fomenta la actitud de aspirar al más
alto nivel, al nivel óptimo, en la mejora personal de cada miembro de una familia.
Y, por lo tanto, en la acción educativa.

1. Hacia una educación familiar

A veces el punto de partida es muy bajo: no hay, propiamente hablando, educación


en una familia concreta. Sus responsables, han abandonado: se han dado por
vencidos. O han sido influidos por corrientes ambientales contraeducativas hasta el
punto de estar entorpeciendo el desarrollo personal de sus propios hijos. O están
polarizados hacia la adquisición masiva de bienes materiales y no educan.
Entonces, la acción orientadora sirve para estimular una inquietud o una tendencia
hacia la educación familiar.
Si se quiere de otro modo, se trata de ayudar a descubrir qué es la educación familiar
–una expresión más amplia que la de educación de los hijos- y cuál es su contenido.
El orientador familiar necesita saber cuál es el punto de partida en la familia
asesorada. Esto no es fácil. Se puede “reconstruir” la situación familiar después de
varias entrevistas y de varias reuniones con todos o con parte de los miembros de
esa familia.
No es necesario esperar a conocer bien la situación familiar para sugerir algunos
planes parciales, a realizar por los miembros más influyentes y menos deteriorados.
El plan de asesoramiento, en la mente del orientador, conduce hacia una verdadera
acción educativa. Ello no quiere decir que siga, en sus entrevistas o en sus reuniones
con los asesorados, una trayectoria lineal.
Seguramente, irá deteniéndose en aspectos parciales. Quizá deba dedicar tiempo a
fomentar alguna virtud humana. Tal vez tendrá que ayudar a mejorar las relaciones
familiares, sugiriendo modos concretos de superar defectos personales que generan
conflictos o entorpecen el buen entendimiento entre dos o más personas.

Pasará tiempo, acaso, sin hablar directamente de la educación familiar, sino de


limitaciones personales o de condicionamientos ambientales que la entorpecen. Y
de cómo estas limitaciones personales pueden ser superadas. O de cómo podemos
prevenir o contrarrestar los efectos de estos condicionamientos ambientales.
Hoy muchos padres todavía no están educando a sus hijos. Están protegiéndolos
económicamente. Están nutriéndoles. Están siendo más o menos cómplices de la
manipulación ambiental. Están distrayéndoles, para que no se aburran. Están viendo
la televisión o leyendo indiscriminadamente, juntos e incomunicados.

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Vuelvo a repetir: el punto de partida es diferente en cada familia, aunque puedan
descubrirse muchos parecidos. Se trata de saber cómo están y cuál es el camino a
recorrer para un plan de verdadera educación familiar.

2. Puntos de referencia

En primer lugar, el orientador ha de reconstruir la situación familiar. En segundo


lugar, ha de reconstruir, con el protagonismo de los responsables, la educación
familiar.
Para esta segunda reconstrucción se necesitan puntos de referencia. ¿Cuáles?
Nos podrá resultar útil la consideración de las notas de la calidad de la educación
que señala el profesor García Hoz, porque si en algún ámbito se reclama la calidad
de educación es en la familia.
“Una educación tiene calidad en la medida en que es completa, coherente y eficaz”.
Tenemos, pues, como primeros puntos de referencia la integridad, la coherencia y
la eficacia.
Tomemos, como primer punto de referencia, la integridad. La primera exigencia de
la calidad en la educación está en que el proceso educativo se manifieste como algo
completo, en el cual no falte ningún elemento del ser humano. Si alguna
manifestación de la vida no fuera atendida por la educación, el proceso educativo
sería algo defectuoso, incompleto, sin calidad suficiente.
Si esto es así, la educación familiar no sólo es un servicio a la vida, sino que debe
atender a toda manifestación de la vida humana.
En la consideración de la integridad en la calidad de educación, el profesor García
Hoz relaciona la educación con la naturaleza humana, con la vida y con la persona.
Desde la primera de las relaciones mencionadas, se espera de la educación la
perfección de todas las connotaciones de la naturaleza humana. Ello supone un
desarrollo intelectual, moral, estético, técnico y trascendental del ser humano. Los
puntos de referencia son: la verdad, el bien, la belleza, la utilidad y lo trascendente.
Si negamos o ignoramos alguno de ellos, la educación no es completa.
Desde la segunda relación, antes citada, se espera de la educación una respuesta a
todas las exigencias de la vida. Y capacitar para responder a las exigencias de la
vida humana vale tanto como hacer al hombre apto para satisfacer todas sus
necesidades y para desarrollar las posibilidades de vida que tiene.
Satisfacer sus necesidades biológicas y psicológicas requiere de la educación el
desarrollo de algunas capacidades tales como la capacidad expresiva, la capacidad
técnica y la sobriedad, así como las que permiten satisfacer el deseo de seguridad,
el sentimiento de dignidad y la necesidad de comunicación.
Las posibilidades de actividad –juego, lucha, estudio y trabajo- y los ámbitos de
relación, son dos puntos de apoyo para el proceso educativo. Y dos puntos de
referencia. El profesor García Hoz destaca tres ámbitos de convivencia: familia (amor
y afirmación personal), profesión (participación efectiva en la vida de sociedad) y
amistad (comunidad espontánea de sentimiento y servicio).
Estos ámbitos son otros tantos puntos de referencia al intentar reconstruir o mejorar
la educación en cada familia concreta.
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Tanto la educación en relación con la naturaleza, cuanto la educación en relación a
la vida, hacen referencia a condiciones, necesidades y situaciones comunes a todos
los hombres. De alguna manera, ellas contribuyen a desarrollar lo que en los
hombres hay de común y que constituye el fundamento de la fraternidad humana.
Pero la educación no es simplemente atención al hombre en general, sino también,
y radicalmente podríamos decir, la atención a cada uno de los hombres que advienen
a la existencia, a cada persona. Y la relación entre educación y persona –lo que el
mismo autor llama educación personalizada- reclama el desarrollo de todas las
posibilidades de la persona.
He aquí otro punto de referencia de la educación familiar: la persona. Lo son también
la libertad, como característica esencial de la persona, y el amor, estrechamente
relacionado con la libertad y con la dignidad de la persona y con su necesidad
existencial de apertura.

3. Análisis de situaciones de educación familiar

El orientador familiar, además del dominio de técnicas, se le supone un profundo


conocimiento de cada uno de los dieciséis puntos de referencia, antes referidos, para
promover educación familiar; para “restaurar obras maestras” en cada familia
asesorada; para fomentar la humanización de la vida en cada hogar.
¿Cómo lograr esta calidad de educación en las familias? Mediante el análisis de
situaciones de educación familiar.
Este es el método del caso: un instrumento, una técnica, un método, que permite
el análisis de situaciones familiares.
Es un método que hemos tomado del perfeccionamiento de directivos de empresa.
En la orientación familiar su aprovechamiento es quizá distinto que en las Escuelas
o Institutos de Estudios Superiores de la Empresa, pero en esencia el caso es lo
mismo.
Un caso de educación familiar es la descripción escrita de una situación vivida en
una familia de verdad (no inventada), con el fin de analizar esa situación, y así
descubrir cuestiones de mejora (problemas) y posibles vías de solución o de
superación.
El caso permite trasladar, por vía de descripción, una realidad familiar al aula para
analizarla con finalidades de aprendizaje. Por tanto, deben excluirse los “casos de
laboratorio”, producto de la imaginación, porque darían una imagen muy pobre de
la realidad familiar.
Precisamente, una de las principales dificultades del método del caso consiste en
acertar a reflejar fielmente la realidad descrita, cambiando sólo nombres y algunos
detalles secundarios para que no sea fácilmente reconocible esa familia.
El caso –en orientación familiar- es la descripción de una situación familiar con
problemas, pero no planteados ni fáciles de descubrir. De este modo sirve para
acostumbrarse a descubrir problemas –esto es, cuestiones a mejorar- en situaciones
familiares (la propia y la ajena). Es un objetivo de particular interés, cuando sólo
hemos sido entrenados para resolver problemas que se nos ofrecían ya descubiertos.
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Los problemas de los casos de educación familiar son problemas “no operativos”. En
ellos, no es conocida la secuencia de operaciones. Es más, hemos de empezar por
definir adecuadamente cada problema.
La participación en el método del caso nos entrena en el análisis de situaciones
familiares, porque no sólo nos obliga a definir los problemas, sino también a
establecer un orden de importancia entre ellos, de modo que podamos fijar
prioridades en la búsqueda de soluciones.
Así, el método del caso pone de relieve otra deficiencia del comportamiento humano:
no saber distinguir entre problemas esenciales y problemas secundarios. Muchas
veces, en efecto, se gasta un tiempo precioso en aspectos periféricos de la
problemática familiar, mientras se descuidan aspectos centrales que descalifican una
excelente solución a un problema de segundo orden.
El caso puede describir unas circunstancias agobiantes para los principales
responsables de la familia o, por el contrario, unas circunstancias optimistas y
estimulantes. En ambos casos hay una situación familiar degradada o en resolver un
grave conflicto o en recuperar a un hijo que ha sido víctima de la droga o del
activismo ideológico, etc. En el otro, no sólo consistirá en mantener lo conseguido,
sino en mejorarlo. En efecto, la educación familiar admite una mejora ilimitada, si
se consideran todos los recursos dados al ser humano para su “terminar de ser”.
Hay dos maneras de analizar una situación familiar. Una, como experiencia simulada,
consiste en estudiar y discutir un caso de educación familiar. La otra tiene lugar
como experiencia real, directa, cuando se estudia, por observación y mediante
entrevistas y reuniones, una familia determinada.
El método del caso ofrece esa oportunidad de analizar situaciones familiares como
experiencia simulada. El caso describe situaciones reales. El método del caso es un
diálogo metódico sobre situaciones reales. Pero el análisis de estas situaciones se
realiza como experiencia simulada y en grupo.
Ello quiere decir que si uno o más participantes se equivocan en la definición y
ordenación de los problemas o en la búsqueda de soluciones no resulta perjudicada
la familia a la que el caso se refiere, a diferencia de los perjuicios que puede originar
un asesoramiento mal hecho a una determina familia.

Por otra parte, la discusión dirigida del caso por un grupo de participantes añade la
dimensión social del aprendizaje. Otra cosa es que esta dimensión pase inadvertida,
muchas veces, para quienes utilizan el caso en la orientación familiar.
Conscientes de esta posibilidad, el caso sirve a la vez para entrenarse en el análisis
de situaciones familiares y para aprender a escuchar y a responder o
contestar, incidiendo en el pensamiento de otros que, a la vez, influyen con su
pensamiento y/o con sus conocimientos.
En la promoción de educación familiar, el final del análisis de situaciones familiares
es el estudio directo de familias –necesario, además, para la elaboración de casos-;
el comienzo es la discusión de casos, pues permite hacer el estudio de familias en
condiciones de experiencia simulada bajo la guía de un profesor.

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Ello quiere decir que un orientador familiar en proceso de formación estará
pensando, mientras se enfrenta con la descripción de una realidad familiar, en las
dificultades de enfrentarse con la realidad viva.
En cualquier caso, saber analizar situaciones familiares forma parte del quehacer
profesional del orientador familiar. Por otra parte, al dirigir la discusión de casos con
grupos de padres, de hijos adolescentes, de abuelos jóvenes, etc., estará
entrenándoles en el análisis de su propia situación, facilitando así los servicios de la
orientación familiar.

4. Relación de objetivos y medios en la educación familiar

El siguiente paso en la promoción de educación familiar consiste en relacionar, y


ayudar a relacionar, objetivos y medios.
En primer lugar, será un buen servicio el de ayudar a pensar en –o a descubrir-
objetivos educativos valiosos en el ámbito de la familia.
Para ello, debe partir el orientador familiar de una consideración básica: aquéllos a
quienes se educa son personas. No sólo estudiantes, sino futuros profesionales. No
sólo seres necesitados, sino también, y antes que nada, seres capaces de aportar.
No sólo buenos hijos, sino también futuros miembros de la sociedad.

Luego, los objetivos educativos, en el ámbito familiar y desde él, deben ser pensados
para personas, con la dignidad y con la irrepetibilidad que les caracteriza.
Pero, a veces, al entrevistar a padres, se advierte su dificultad para pensar en estos
objetivos. Quizá porque no han aprendido a relacionar persona y objetivos de
educación.

Por ejemplo, si el hijo, como persona, es un ser que piensa y hace, convendría:

1. Enseñarle a pensar;
2. Enseñarle a realimentar el pensamiento con la información;
3. Enseñarle a informarse (distinguir entre información de calidad, anodina y
reductora);
4. Enseñarle a decidir;
5. Enseñarle a hacer, como realización de lo decidido (por él o por otros).

Por ejemplo, si el hijo, como persona, es un ser capaz de saber y de querer,


convendría:

6. Enseñarle a ver, a darse cuenta, a hacerse cargo de lo que sucede, de las


opciones entre las que se puede elegir, etc,;
7. Enseñarle a convivir en la verdad (no en la mentira ni en la ambigüedad);

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8. Enseñarle a hacer el bien, a hacer obras buenas, a hacer algo bueno a favor
de otros;
9. Enseñarle a poner orden dentro de sí mismo, a organizarse, a establecer
prioridades en su querer y en su hacer;
10. Enseñarle a buscar la verdad, a amar la verdad, a vivir la honradez;
11. Enseñarle a vivir consciente de sus limitaciones, a no creerse autosuficiente;
12. Enseñarle a querer a los demás, a quererlos mejores, a ayudarles a ser
mejores.

Por ejemplo, si el hijo es una persona, es decir, un centro de intimidad y de apertura,


convendría:

13. Enseñarle a cultivar su intimidad, aceptando o rechazando según criterios


rectos y verdaderos, ideas, costumbres, ayudas, etc,;
14. Enseñarle a abrirse, expresándose bien, escuchando, prestando sus mejores
servicios, sabiendo dar y recibir, etc.

Si el hijo ha de crecer como persona, tendiendo a la madurez humana, convendría:

15. Enseñarle a vivir armónicamente las virtudes humanas, a saber, la sinceridad,


la generosidad, la reciedumbre, la laboriosidad, la sobriedad, etc.;
16. Enseñarle a distinguir, por las luces de la razón y las lecciones de la
experiencia, entre lo esencial y lo accesorio, y a vivir de acuerdo con esa
distinción.

Si el hijo, como persona, ha de prepararse para la vida feliz, que eso es la educación,
convendría:

17. Enseñarle a ser responsablemente libre, superando ignorancias, perezas,


cobardías y egoísmos, y a ser culto, desde el fundamento natural de su
libertad, evitando la tiranía de las subculturas;
18. Enseñarle a ser feliz, también en el dolor, evitando la tiranía del hedonismo.

Y finalmente, por ser el hijo niño o niña, varón o mujer, convendría:

19. Enseñarle a vivir su virilidad o su feminidad, respectivamente, ayudándole a


desarrollar sus mejores cualidades. Debería destacarse, sobre todo, la
importancia de la educación de la feminidad en la mujer, hoy.

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He aquí –a título de ejemplo- diecinueve objetivos educativos que pueden
concretarse más o menos en cada hogar. Diecinueve objetivos que reclaman, para
no quedarse en sueños, los correspondientes medios.
Los medios son los habituales en la vida familiar: ejemplo, autoridad, motivación,
una casa agradable y bien distribuida –para convivir y para aislarse un poco-, unos
encargos bien pensados para cada uno, unas tertulias familiares, unas
conversaciones familiares, un tiempo de vacaciones responsablemente gastado
(también para que los hijos tomen contacto con el mundo del trabajo), un selecto
ambiente de lecturas, una serie de alternativas en el hogar (no sólo televisión), etc.

Y, así, los padres –con la ayuda de las escuelas, de otras instituciones culturales y
deportivas, de la vecindad, etc.- enseñarán a sus hijos a ser buenos hijos, buenos
hermanos, buenos trabajadores, buenos vecinos, etc.

5. Modificaciones de actitudes

El siguiente paso consiste en la modificación de actitudes. Una actitud es una


disposición, más o menos estable, de percibir y de reaccionar ante los
acontecimientos o en las relaciones con otras personas.
Es relativamente fácil adquirir unas técnicas o unos conocimientos, pero no lo es
tanto la modificación de actitudes. Una cosa es el estudio, cuando discurre por
caminos teóricos, y otra el saber usar, en diferentes situaciones, eso que
hemos aprendido. Una cosa es tener una relación de valiosos objetivos educativos,
y otra, superar una actitud de pesimismo o de desconfianza.
En la modificación de actitudes, el orientador familiar necesitará apoyarse en un
decidido afán de mejora del asesorado. Al hacerle notar que sólo le puede ayudar si
está verdaderamente dispuesto a modificar determinadas facetas de su habitual
conducta, ya está incidiendo en la modificación de actitudes.
El orientador sabe que será un proceso lento de cambio, sólo posible desde el propio
querer del asesorado. Al analizar, en sucesivas ocasiones, aciertos y errores, uno irá
adquiriendo la correspondiente actitud positiva –de optimismo, de confianza, de
aceptación, etc.
El uso del método del caso servirá para reforzar esta modificación de actitudes. Por
ejemplo, es muy fácil comprobar la actitud de pesimismo de los participantes, al
principio, en su tendencia a destacar, antes y sobre todo, lo negativo de cada
personaje del caso. Y resulta sorprendente, con frecuencia, la comprobación del
cambio operado en esa actitud, después de haber participado en la discusión de
varios casos.

De ahí, la eficacia de alternar en la orientación familiar las actividades de grupo y la


relación interpersonal para la modificación de actitudes.

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N.T.: Elaborada en base al libro “Qué es la Orientación Familiar”, Oliveros F. Otero, EUNSA Pamplona,
3ª edición.

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