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La circuncisión del Señor.

Hoy la Iglesia celebra el misterio de la Presentación de niño recién nacido en el Templo. Según la ley, a los 8 días
el niño tenía que ser presentado en el Templo. El se sometió a la ley, pues no vino a abolirla sino a darle cumplimiento.

Tres cosas se hacían según la ley de Moisés en el libro del Levítico, en esta presentación: la circuncisión junto
con la imposición del nombre; la purificación de la mujer.; y por último la consagración si era un hijo primogénito.

1. La circuncisión era el perdón del pecado original y la entrada oficial en el pueblo de Israel: los dos sentidos del
bautismo cristiano. Pero, además, se le ponía en el nombre

2. la purificación de la mujer- madre. El concepto de la impureza legal de la parturienta no era cosa extraña en
la antigüedad. ´parece a primera vista extraño que el parto haga a la mujer impura, cuando la fecundidad es mirada en
la Ley como una bendición de Dios´(Nacar- Colunga). Claro está que no es consecuencia de una falta moral, pero no hay
que olvidar que, en esta impureza, como observa s. Agustín, se manifiesta la mancha del pecado original. (Mons. Juan
Straubinger”.

3. la consagración del niño. Este rescate se remonta al hecho de que en un principio los primogénitos estaban
destinados al culto (Ex 13,2.12.15) y al ser sustituido este sacerdocio por la tribu de Leví (Núm 3,12) quedó establecido
que los primogénitos fuesen rescatados (Núm 18,15-16) para mostrar que, aunque no pertenecían a la tribu de Leví,
seguían perteneciendo al Señor. (Miguel Fuentes, comentario al Evangelio de Lucas)

II

Así fueron al templo donde se realizaba la ceremonia. Allí se encuentran con Simeón y Ana, dos ancianos que se
dedicaban al servicio en el templo. Con esto Simeón cumple su sueño

Allí se encuentran con Simeón y Ana. Simeon, un hombre justo y piadoso. Es uno de los elogios más hermosos
que usa el N. T. para referirse a una persona. Dios tiene reservado muchos de estos justos y piadosos que el mundo
ignora que esperan la salvación de Cristo.

Su cántico es conocido en la Iglesia por sus palabras iniciales en latín: ―Nunc dimitis-. Es uno de los cánticos
más hermosos de la Biblia con el que la Iglesia, con sopesada razón, manda a sus religiosos cerrar cada día, rezándolo en
el Oficio de Completas. Cántico de preparación para una muerte serena y de agradecimiento eterno a Dios bueno que
cumple lo que promete.

III

Simeón da tres nombres extraordinarios al niño Jesús. Lo llama ―Salvación [divina], ―Luz de los gentiles y
―Gloria de Israel.

1 Salvación.

San Pedro fue el primero y el mayor devoto del nombre de Jesús. Después de su impetuoso primer sermón de
Pentecostés, en que el Príncipe de los Apóstoles resume el ciclo de la Redención y enrostra a los judíos su cruel error,
clamando al final: “Certísimamente sepa toda la casa de Israel que Señor de ella y Rey hizo Dios a este Jesús, a quien
vosotros crucificasteis”; preguntaron los 3.000 oyentes compungidos:

“–¿Y qué haremos, hermanos?


–¡Bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo!”.
Y después curó al tullido de la puerta Speciosa “En el nombre de Jesús Cristo Nazareno, levántate y anda”. Y
después, llevado delante de Caifás, Anás, Juan y Alejandro sus hijos, y todo el resto del Synedrio, e interrogado: “¿Con
qué “nombre” [mágico] hicisteis eso?”, respondió gallardamente: “Si ahora somos juzgados por el beneficio a un
hombre enfermo, en el que fue salud donado, sea patente a todos vosotros y a toda la plebe de Israel que en el
“nombre” de nuestro común señor “Jesús” de Nazareth el Cristo al cual vosotros crucificasteis a quien Dios suscitó de
entre los muertos, en este nombre éste está aquí ante vosotros sano. Esta es la Piedra que, reprobada por vosotros al
construir, se ha constituido en la piedra fundamental –como predijeron los profetas– “del verdadero y nuevo edificio”; y
no hay en otro alguno salud; ni hay otro “nombre” bajo la bóveda celeste dado a los hombres que nos pueda
“salvificar”” Les prohíben predicar el nombre de Jesús. San Pedro pregunta si deben ellos oír primero a Dios o bien al
Synedrio.

“–¿Qué sabéis vosotros, iliteratos e idiotas, de Dios?.


–Lo que hemos visto y oído; lo cual no dejaremos”.
Salieron sólo amenazados, porque no veían los otros por qué podían castigarlos “delante del pueblo”, es decir,
no podían justificar el castigo delante de la opinión común: ventaja del juicio oral. La siguió otro clamoroso sermón de
Pedro. Fueron echados a la cárcel y de nuevo conminados; mas temían va los fariseos ser apedreados por el pueblo si
los castigaban. Otro concilio y otra prohibición airada: “que seguís predicando a pesar de nuestra orden, que se llena
Jerusalén de vuestra prédica y que nos echáis en cara la sangre del “hombre ese””. Ahí les dolía. “Conviene obedecer a
Dios antes que a los hombres”, replica San Pedro impertérrito. ¿Dónde está ya el medroso Pedro que dijo: “No lo
conozco”? Y les endilga pacientemente otro sermoncito cristiano, exhortándolos a penitencia y prometiendo perdón, en
el nombre de este “Príncipe y Salud Dador”: el “hombre ese”. Los hacen azotar, contra el discreto parecer del gran
Gamaliel y renuevan el prescripto de que “absolutamente no tomen más en sus labios ese nombre'. Pero ellos –dice
Lucas– “salían gozosos por delante del Synedrio de haber sido hallados dignos de padecer “por el nombre de Jesús”
atropello” (Hch V, 41). ¡Y lo que habían de hablar todavía, a despecho de múltiples y máximos atropellos!

2. Son tres títulos mesiánicos correspondientes a tres realidades que habrían de conjugarse en la obra del
Mesías: por Él los paganos que caminaban en tinieblas verían la luz que ilumina las conciencias; por Él el pueblo judío
alcanzaría el mayor título de honor al haber sido cuna del redentor; y por Él, unos y otros, alcanzarían la salvación de sus
almas.

IV

Las profecías de Simeón. El anciano también era profeta y el Espíritu Santo le hace pronunciar dos presagios
trágicos, uno sobre el niño y otro sobre la madre. Del niño dice que será ―signo de contradicción‖, es decir, en Él se
dividirán las aguas humanas. Unos irán tras de Él y otros lo rechazarán; por lo mismo, por Él unos se elevarán y otros
caerán. ―En Israel‖, añade el anciano, como aclarando que se refiere no a todos los eventos humanos futuros, sino al
momento crucial de la historia del pueblo elegido, en que éste deberá decidirse sobre este Niño, si aceptarlo o
rechazarlo. Se refiere a su juicio y pasión o, en todo caso, al período de su manifestación pública. Es una profecía, pues,
de la pasión. Que el drama preanunciado se continuaría a lo largo de toda la historia es otra cosa que no está dicha
directamente en las palabras de Simeón, aunque no se oponen a que sean también extendidas universalmente.

―A fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones‖; estas palabras están en
continuación con las dirigidas al niño y no a la madre. Al enfrentarse con Jesús los hombres no solo se dividen en
aquellos que lo aceptan y quienes lo rechazan, sino que también dejan en evidencia sus intenciones, es decir, lo
profundo de sus corazones. No se puede ser indiferente ante Cristo, porque ante Él, la indiferencia es ya una toma de
posición determinada.
Cristo es, para los hombres, como el Minos de Dante, ante quien las almas, al presentarse para ser juzgadas, no pueden
evitar desnudar sus conciencias dejando en evidencia las profundidades de sus actos y de sus intenciones.

Una segunda profecía se refiere a la madre del niño y también tiene que ver con la pasión; concretamente con
el papel que esta joven mujer tendrá en el drama de su hijo. Le dice que una espada de dolor traspasará su alma; no se
refiere solo a la pasión y muerte del hijo, que tocará presenciar a la madre, sino a su hijo convertido en causa de disputa
y contradicción, y concretamente se refiere a que tendrá que ver a su pueblo —y a los hombres todos que también han
sido hechos hijos suyos– rechazar al Hijo que los salva. María asume en su corazón todo el dolor que le fue ahorrado a
Jacob, quien fue dejado en la ignorancia de que fueron sus propios hijos quienes intentaron matar –y de hecho
vendieron como esclavo– al hijo preferido. Ella, la Señora, será consciente de este fratricidio y deicidio. Y una espada le
partirá el alma.

Conclusión

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