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Nuestra Iglesia Evangélica de Confesión Luterana en

Cuba quiere compartir con todos y todas este


mensane escrito en el año 1997
LA IGLESIA Y LA GUERRA

Defendemos las siguientes proposiciones:

a) El cristianismo no puede ser nacionalista; debe ser universal en su


visión y apelación.
b) La guerra apela a la fuerza y el odio, el cristianismo a la razón y el
amor.
c) La iglesia, por consiguiente, debe apoyar siempre con su influencia
todo esfuerzo tendiente a eliminar animosidades y prejuicios contrarios
al espíritu y las enseñanzas de Cristo.
d) La conciencia cristiana no se satisface con que se le diga que la
guerra es inevitable.
e) Sobrecoge la imaginación el contemplar la posibilidad de otra
guerra con sus indecibles Horrores, en la cual la ciencia moderna hará
posible la destrucción de poblaciones enteras.
f) Los métodos de Jesús y los métodos de la Guerra pertenecen a dos
mundos distintos. La guerra es una fuerza cruda y primitiva. Despierta
pasiones que al principio pueden ser generosas y abnegadas, pero al
final la guerra traiciona a aquellos que confían en ella. No ofrece
seguridad alguna de que sus decisiones hayan de ser justas y
equitativas. Deja arrogancia en el corazón del triunfador y
resentimiento en el corazón del vencido. Cuando se acepten en su
plenitud las enseñanzas de Jesús, la guerra, como medio de resolver
las disputas internacionales, morirá, y al morir, el mundo se verá libre
de un tirano cruel.
Hasta ahora tenemos que reconocer que no han cesado las
hostilidades por lo que no hemos llegado a lograr la Paz. El

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nacionalismo ha aumentado y la opción por el socialismo es la
esperanza de los pueblo, por lo que por medio del Imperialismo
norteamericano y sus aliados priman los resentimientos y el deseo de
venganza que dominan el panorama internacional y retardan la
conclusión de los tratados de paz. El miedo y la pobreza abundan.
Rivalidades y suspicacias entre las naciones vencedoras, miseria y
desesperación entre millones de los vencidos, ensombrecen el futuro.
Si ha de haber alguna paz en la tierra, ha de venir solamente por
medio de esa buena voluntad hacia los hombres que vendrá a través
de Revoluciones humanizadas como la cubana y la venezolana entre
otras.
Siendo que la guerra es contraria a todos los postulados del amor y
la razón por los cuales aboga el cristianismo, la Iglesia debe continuar
declarando su pecaminosidad diciendo: “ La guerra envuelve
enemistad compulsiva, diabólico ultraje contra la personalidad humana
y una injustificable perversión de la verdad. La guerra es... un desafío
a la justicia de Dios tal como se reveló en Cristo y éste crucificado”.
Además, las nuevas formas de guerra recientemente desarrolladas
hacen necesario agregar otra nota a esta condenación, porque la
guerra como ahora la conocemos puede destruir toda la vida humana
civilizada sobre éste planeta. Puede poner fin decisivamente al
ejercicio de aquellas fuerzas curativas y creativas que el cristianismo
posee. La iglesia debe emplear su poder espiritual para destruir la
guerra, o la guerra destruirá a la iglesia y a la humanidad.
Desde que el cristianismo y la guerra están irreconciliablemente
opuestos, la iglesia como cuerpo de Cristo, portadora del evangelio,
institución que lleva el nombre de Cristo, no debe convertirse en
agente de ningún gobierno que no esté plenamente identificado con el
pueblo y sus necesidades, la iglesia nació de un Cuerpo Santo y
Santas son sus obras en beneficio de la humanidad y no en servicio
de los opresores que hacen del hombre un objeto impidiéndole ejercer
su plena dignidad humana como sujeto de la historia. La tarea de la
iglesia es curar, reconciliar, eliminar los prejuicios y los odios,
consolidar los vínculos fraternos, exaltar a Dios como Padre y
Gobernador de la humanidad entera y a Cristo como el Salvador de
todos. Y no puede realizar esta tarea si toma partido al lado de los
opresores del bienestar de los pueblos como es en nuestros tiempos,
el imperialismo norteamericano y sus aliados que en medio de este
mundo unipolar están poniendo a la humanidad al borde de la
catástrofe nuclear. La Iglesia no sólo se debe de pronunciar, sino que

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debe obrar activamente y marchar junto a nuestros pueblos para que
éstos puedan ver el poder de Dios que los guía y protege. “ El cristiano
no puede ser nacionalista; debe ser internacionalista y solidario en su
perspectiva y apelación.” La Iglesia debe mantener en su comunión a
las personas que sinceramente difieren de esta forma de ver las cosas
por la Iglesia para poderlos llamar a arrepentimiento, mediar a todos la
misericordia de Dios, ministrar a todos en el nombre de Cristo.
La Dirección Nacional del CEE-IECLC. Año 1997.

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