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Es una traducción hecha por fans y para fans.

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Elizabeth sabe lo que se espera de ella: perfección. Es la hija de un conde y se
espera que se case bien, que diga y haga las cosas correctas con una sonrisa en el
rostro, cuando por dentro se está muriendo por una oportunidad de escapar. Gracias
a una herencia que su madrina le dejó hace años, su oportunidad llegará con su
próximo cumpleaños. Sus esperanzas de escapar terminan abruptamente cuando su 4
némesis de la infancia, al que no ha visto en catorce años, regresa a su vida y hace
todo lo que puede por enloquecerla incluso a la vez que roba su corazón.

Al menos, trataba de odiarla, pero es extremadamente difícil odiar a alguien


sin el que no puedes vivir. Trató de ignorarla, trató de centrarse en cualquier cosa
salvo en ella, pero nada funcionó. De alguna forma, ella se abrió paso hasta su
corazón, empezó a hacerle querer cosas que nunca pensó posibles, le hizo sonreír y
reír incluso mientras le volvía loco y empezaba un legado convirtiéndolo en…

Neighbor From Hell #4


Traducido por Ale Grigori
Corregido por Flochi

—N
o lo estás haciendo bien.

Iba a estrangular al hijo de puta con sus propias


manos, decidió Jason mientras ignoraba al bastardo que
se cernía sobre él. La fiesta era en dos horas y no estaba ni cerca de terminar el regalo
de Haley. Cuatro meses de trabajar en esta maldita cosa, desde la primera hora de
la mañana y hasta la última a la noche, y aún no había acabado. 5
Gracias a Dios su padre había comenzado a joderlo hasta la mierda desde
hace seis meses para que esto se hiciera. Al principio, se encogió de hombros,
decidiendo que podría esperar hasta el último minuto, pero luego su padre, sus tíos
y algunos de sus primos comenzaron a compartir sus historias de horror con él hasta
que decidió que quizás sería mejor simplemente terminar con eso.

Cuatro puntos, una citación por allanamiento, dos quemaduras de segundo


grado, diez migrañas, un par de vaqueros destrozados, dos mil millas en su
automóvil, más de una docena de noches sin dormir hasta tarde y estaba
maldiciendo a su tátara-tátara-tátara-tatarabuelo, ida y vuelta del infierno por
comenzar esta tradición de mierda en primer lugar. ¿Realmente habría matado al
bastardo desconsiderado salir y comprarle a su esposa un collar para su quinto
aniversario en lugar de hacer uno y condenar a todos sus descendientes a esta
mierda? Realmente no lo creía, especialmente porque el hombre supuestamente
había sido el hermano de un conde muy rico.

—¿Qué demonios se supone que es eso? —preguntó Trevor, dándole un gran


mordisco a…
—¡Esos son mis brownies, bastardo! —espetó Jason, arrebatando el brownie
a medio comer de la mano de su primo.

Poniendo sus ojos en blanco y con un pequeño y molesto suspiro, Trevor


extendió la mano, sacó el brownie de la mano de Jason y se lo metió en la boca antes
de que Jason pudiera recuperar su precioso brownie. El collar sin terminar
momentáneamente olvidado, se puso de pie y empujó a su primo para que pudiera
asegurarse de que el resto de sus preciosos bebés estuvieran bien. Sintió que se le
rompía el corazón cuando se acercó a la barra de la cocina y vio lo que quedaba de
la bandeja de brownies que Haley le había preparado para su merienda a media
mañana.

—¿Cómo pudiste? —preguntó Jason secamente, recogiendo el plato vacío y


rezando que su primo se hubiera perdido uno o dos deliciosos bocados, pero no
había esperanza.

El bastardo probablemente había lamido el plato.

—Estaba aburrido —dijo Trevor encogiéndose de hombros mientras se


sentaba en la mesa de la cocina y se inclinaba para ver mejor el difícil collar que Jason 6
estaba tratando de terminar desesperadamente a tiempo para la fiesta.

—Si estás aburrido, entonces ayúdame —dijo Jason, lanzándole una mirada
nerviosa al reloj e intentando no hacer una mueca de dolor por la cantidad de tiempo
que había desperdiciado en la pérdida de sus preciosos dulces.

—No puedo —dijo Trevor encogiéndose de hombros.

—¿Por qué diablos no? —exigió Jason, sentándose junto a Trevor y


recogiendo la pequeña cuenta de piedra blanca que había hecho de una de las rocas
que había logrado robar de la zona de piscina de la antigua casa de Haley.

Realmente deseaba que no le hubieran vendido la casa a ese viejo bastardo.


Se había alegrado mucho al negarse a darle a Jason unas cuantas rocas de la zona de
piscina para poder hacerle un collar a Haley en su quinto aniversario. De hecho,
realmente deseaba haber traído un bistec con él más tarde esa noche cuando se había
visto obligado a saltar la cerca para poder agarrar un par de piedras. Por otra parte,
el bistec probablemente no lo habría salvado del perro psicótico con el lazo rosado
que se había tomado su trabajo como perro guardián demasiado en serio.
—Porque tienes que hacer el collar tú mismo de principio a fin —señaló
Trevor, innecesariamente, ya que todos los Bradford conocían las reglas de esta
tradición desde que tenían diez años.

—La fiesta es en menos de dos horas —señaló Jason, esperando que su primo
ignorara la tradición y lo ayudara. No quería decepcionar a su esposa y estaba
seguro que no quería romper una tradición que los hombres de su familia
consideraban sagrada.

—Entonces te sugiero que dejes de quejarte y te pongas en ello —dijo Trevor


con una sonrisa de suficiencia mientras le hacía un gesto a Jason para que trabajara.

—Tu quinto aniversario se acerca pronto, idiota, por lo que no me pondría


tan jodidamente arrogante si fuera tú. Vas a necesitar ayuda —dijo Jason
enfáticamente, mientras señalaba la delgada cadena de plata.

—En tres años —dijo Trevor en ese mismo tono de suficiencia que estaba
empezando a molestarlo.

—Necesitarás ayuda entonces —dijo Jason con fuerza mientras organizaba


las pequeñas bolsas de plástico en orden, o al menos, lo que esperaba que fuera el 7
orden correcto.

—A diferencia de ti, no esperé hasta el último minuto. Tan pronto como me


di cuenta que Zoe no podía vivir sin mí, comencé a trabajar en su collar —explicó
Trevor mientras se reclinaba, haciendo como si estuviera relajado.

—¿No tuviste que rogarle que se casara contigo? —señaló Jason, simplemente
para molestarlo.

—Solo dejo que todos piensen eso.

—Claro —dijo Jason, cambiando la bolsa que sostenía una pequeña cuenta de
piedra gris por la bolsa que sostenía la pequeña cuenta de una piedra oscura, casi
negra. La había hecho de la piedra que recogió en el estacionamiento del bar donde
había llevado a Haley esa fatídica noche cuando había lanzado sus adorables puños
de furia por primera vez.

—¿Aún no has terminado? —Jarred, su padre, resopló de disgusto mientras


pasaba junto a ellos en su camino hacia el mostrador de la cocina.

—Casi —dijo, esperando que no fuera una mentira.


—¿Dónde diablos están mis brownies? —demandó su padre.

—Jason se los comió —dijo Trevor rápidamente, asegurándose de sonar


horrorizado mientras el bastardo hacía todo lo posible por arruinarlo.

—¡Tú, bastardo egoísta! —siseó su padre con indignación, haciéndole desear


que no tuviera que terminar este collar para poder patear el trasero de su primo.

—Haley trajo diez bandejas a la fiesta —señaló Jason, esperando que su padre
y su primo mordieran el anzuelo y se largaran de aquí para poder concentrarse en
la tarea en cuestión.

—¡Maldita sea! —espetó su padre, tirando de una silla de la mesa y


sentándose con nerviosismo—. No nos quedará nada para cuando lleguemos allí —
dijo su padre con un puchero. Murmurando una maldición, Jason puso los ojos en
blanco a los lloriqueos de su padre incluso mientras reorganizaba frenéticamente el
orden de las pequeñas bolsas.

—La fiesta es en dos horas —señaló Jason, sin molestarse en mirar hacia arriba
cuando colocó las cuentas de piedra hechas a mano en lo que rezaba fuera el orden
correcto—. Si te vas ahora, Haley probablemente te dejará tener una fuente completa 8
para que te llenes hasta que comience la fiesta —murmuró distraídamente.

—No me puedo ir todavía —se quejó su padre.

—¿Por qué diablos no? —exigió Jason, mirando de reojo al reloj y haciendo
una mueca al darse cuenta que habían pasado otros diez minutos.

¡Mierda!

—Tradición —dijeron su padre y su primo al unísono, haciéndole fruncir el


ceño en confusión.

—¿De qué diablos estás hablando? —preguntó Jason, disparándole al reloj


del microondas una última mirada ansiosa antes de mirar hacia abajo a las bolsas de
cuentas de roca.

—Como tu padre, es mi trabajo contarte la historia detrás de esta tradición —


comenzó a decir su padre, solo para hacerle un guiño a Trevor—, también será mi
trabajo contarte la historia.
—Ya he escuchado la historia —dijo Jason, suspirando profundamente
mientras miraba dos cuentas de piedra gris que no podía, por su vida, recordar cuál
era cuál.

—Bueno, vas a escucharla de nuevo, ¡así que deja de quejarte! —dijo su padre
bruscamente antes de refunfuñar—: Me muero de hambre —y eso hizo reír a Jason—
. Además —continuó su padre en un tono más tranquilo—, tu tío Ethan le está
contando la historia a Haley mientras hablamos.

—¿Tradición? —preguntó con una sonrisa mientras miraba hacia arriba para
encontrar a su padre lanzándole una mirada melancólica a una bandeja de brownie
vacía, sin duda esperando que apareciera de repente otro lote de brownies.

—Haley dejó un pequeño plato de rollos en la nevera en caso de que tuviera


hambre —dijo, compadeciéndose de su padre.

—¡Sienta ese trasero de nuevo! —le espetó su padre a Trevor cuando el


codicioso bastardo se apartó de la mesa y dio un paso en dirección al refrigerador.

—¡Me muero de hambre! —Se quejó Trevor, pero se sentó.


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—¡Jodidamente mal! Necesito sustento si voy a contar esta historia —dijo su
padre, sonando irritado cuando irrumpió en el refrigerador, tomó la bandeja de
rollos de sándwich, el pastel de cereza sobrante y el galón de leche con chocolate.

—Esa es la leche de los niños —señaló Jason, devolviendo su atención a hacer


el collar.

Escuchó a su padre gruñir algo mientras cerraba la puerta del refrigerador.


Cuando levantó la vista unos segundos más tarde, no se sorprendió al ver que había
devuelto la leche y en cambio había tomado el galón de té helado. El hombre podría
estar obsesionado con la comida, pero nunca querría quitarles la comida a sus nietos.
Ningún hombre Bradford lo haría. Sus hijos y sus esposas eran lo primero y
jodidamente se aseguraban de que estuvieran bien provistos.

—Se ven buenos —dijo Trevor, gesticulando hacia la bandeja de rollos de


sándwich—. ¿Puedo tener uno de los…?

—¡No! —le gritó su padre, fulminándolo con la mirada mientras apartaba la


larga bandeja de Trevor.

—¡Me muero de hambre! —se quejó Trevor.


—¡Entonces muere de hambre!

—¡Eres un bastardo egoísta!

—¿Podemos seguir adelante con esto? —dijo Jason, interrumpiendo a su


padre, quien se veía a unos segundos de agarrar a Trevor del cuello y tirarlo al suelo.

—Bien —dijo su padre, lanzándole a Trevor una última mirada antes de que
tomara un rollo de ensalada de atún y volviera su atención a Jason. Aclarando su
garganta, su padre se movió en su asiento antes de comenzar.

—Había una vez…

—¿Estás bromeando? —preguntó Jason, sacudiendo la cabeza con disgusto.

—¿Qué? —exigió Jarred, tomando un bocado de su rollo de sándwich.

—¿Realmente vas a comenzar así? —demandó Jason, compartiendo una


mirada de disgusto con Trevor, quien estaba acercando su mano hacia la bandeja de
rollos de sándwich.

Su padre entrecerró los ojos sobre él.


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—Si quiero comenzar esta historia con Érase una vez , ¡así es como voy a
contar la historia!

Jason se frotó la cara con las manos. Realmente no tenía tiempo para esta
mierda.

—Bien, cuenta tu maldita historia —dijo, enfocando su atención de nuevo en


el collar.

—Lo haré —dijo su padre con un resoplido seguido por el sonido de una
mano siendo golpeada.

—¡Ay!

—¡Esos son mis rollos de sándwich!

—Papá —dijo Jason, sin molestarse en levantar la vista cuando le pidió a su


padre que continuara con eso.

—Oh, cierto —dijo su padre, aclarando su garganta—. Había una vez…


Traducción por Leidy Vasco
Corregido por Flochi

Hyde Park… un poco después de las 4 pm.

A
hí estaba él, su príncipe, pensó Elizabeth, suspirando alegremente
mientras observaba al hombre con el que se iba a casar. Sonrió con 11
nostalgia y se movió hacia el otro lado del árbol para ver mejor a
James, su James, antes de que su institutriz pudiera encontrarla y arrastrarla.

A pesar de que la casa adosada en Londres de la familia de él estaba cerca de


la suya, no lo había visto desde que llegaron hace una semana. Sus casas adosadas
no estaban tan cerca como sus propiedades rurales, pero James rara vez visitaba a
su familia allí. La única vez que tuvo la oportunidad de verlo más fue cuando
vinieron a Londres para la temporada y aun así casi nunca tuvo la oportunidad de
verlo tanto como le hubiera gustado. Era un hombre muy ocupado en la ciudad
después de todo. Sabiendo que probablemente pasaría algún tiempo antes de que lo
volviera a ver, tenía que echar otro vistazo a James y hacerlo durar.

¿Podría algún hombre ser más perfecto? No, no lo creía. Solo James, solo su
James era absolutamente perfecto. Se mordió el labio y lo observó mientras se
inclinaba sobre la mano de su madre. Le dio un suave beso en el dorso de la mano
antes de soltarla. Elizabeth suspiró alegremente cuando él se levantó, sobre todo
porque le dio una mejor oportunidad para mirarlo. Llevaba un traje negro
impresionante con una hermosa camisa blanca. Su cabello castaño estaba corto hoy,
pero aún podía distinguir los pequeños rizos que amaba.

Era, en una palabra, maravilloso.


A los veinticuatro años, estaba más allá de la perfección. Era guapo, educado,
rico, inteligente, divertido y encantador. Todos lo pensaban así. Los hombres
querían ser él y las mujeres querían casarse con él. Ese último pensamiento hizo que
su rostro decayera. No, mamá dijo que era demasiado joven para casarse. Ella dijo
que la mayoría de los hombres de su posición no se casarían hasta que fueran más
viejos y más establecidos, lo que sea que eso significara. Todo lo que ella sabía era
que él estaba aquí y era perfecto. Con ese pensamiento en mente, lanzó otro suspiro
de ensueño.

—¡Boo! —gritó alguien de repente justo cuando la empujaban hacia adelante,


haciéndola saltar y gritar de terror. Con el corazón palpitando en su pequeño pecho,
se dio la vuelta para ver qué monstruo había descendido del árbol para atacarla.

—¡Tú! —pronunció la palabra perfectamente, dándole al pequeño tirano


frente a ella la mirada más fría y más arrogante que pudo reunir. Afortunadamente,
tenía dos hermanas mayores que le habían enseñado bien.

El muchacho se quedó momentáneamente aturdido por su reacción antes de


inclinarse con una risa incontrolable.
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—Oh… tú… deberías… ver… tu… ¡rostro! —dijo entre fuertes y bastante
molestos ataques de risa.

Elizabeth pasó sus pequeñas manos sobre su vestido rosa y lo miró por debajo
de su nariz. Bueno, lo intentó al menos. Era bastante difícil mirar así a alguien más
alto que ella.

—¡Tú, Robert Bradford, eres un chico bestial! —dijo en voz alta, tal vez un
poco demasiado fuerte si la risa que estalló alrededor de ellos era una indicación.

El rostro de Robert se volvió de un interesante tono rojo cuando Elizabeth


entrecerró los ojos sobre su némesis y estudió su rostro, esperando encontrar alguna
prueba de que este chico era un impostor. Era simplemente imposible que un niño
tan vulgar y desagradable pudiera estar relacionado con su James. Este chico tenía
el cabello más oscuro, casi negro, ojos verdes en lugar de los ojos marrones de James
y no era en absoluto atractivo. El chico era bastante feo. Incluso la madre de ella lo
decía, así que tenía que ser verdad.

—¡Y tú hueles como la parte trasera de una mula! —respondió Robert tan
fuerte que todos los que pasaban junto a ellos pudieron escuchar.
Elizabeth sintió que su rostro se ruborizaba. Miró hacia atrás a tiempo para
atrapar a sus hermanas tratando de ocultar sus sonrisas de su madre dominante. Su
madre les lanzó una mirada de advertencia antes de volver su atención a Elizabeth.
La mirada fulminante que le envió fue una clara advertencia para que se comportara
y no hiciera una escena.

Los otros niños a su alrededor dejaron de jugar para mirar mientras se reían
y señalaban a Elizabeth y Robert. Lady Bradford se mostró horrorizada ante el
comportamiento de su hijo o el de ella, no estaba del todo segura y no le importaba,
porque en este preciso momento James se estaba riendo.

¡De ella!

Se dio la vuelta antes de que él pudiera ver las lágrimas corriendo por su
rostro.

—¿Estás llorando? —exigió Robert, sonando horrorizado.

—Déjame en paz.

Trató de empujarlo, pero con solo siete años de edad, era bastante difícil
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empujar a un niño de doce años que se había plantado firmemente en su camino.

—Sé que te gusta mi hermano. Se ríe de eso, ya sabes. Todos lo hacemos —


dijo Robert con orgullo.

Ella se quedó sin aliento.

¿Lo sabía?

¿Se reía?

Oh no, esto era malo. Esto era muy malo. ¿Había sido tan obvia? Su propia
familia nunca dijo nada. Le sonreían cuando sabían que iba a ver a los Bradford,
pero eso era solo porque les gustaban los Bradford, ¿cierto?

Oh no, todos lo sabían, se dio cuenta con algo parecido al pánico. Tenía que
salir de aquí, rápido. Hizo otro intento de rodear a Robert solo para que él se moviera
rápidamente para bloquearla.

—¿Cuál es la prisa? ¿Corriendo para planear la boda? —preguntó


burlonamente.
Lentamente, Elizabeth se dio la vuelta para ver a sus padres, hermanas, Lord
y Lady Bradford y James caminando hacia ellos. Quería llorar de nuevo cuando vio
que su hermana Heather estaba colgando del brazo de James. Ella tenía dieciocho
años y esta era su primera temporada. Era sencilla, aburrida y molesta, pero al
menos podía tocarlo. Elizabeth sintió que su pequeño corazón se rompía.

—Sabes que eres la hermana más fea, ¿verdad? ¡Y también eres gorda! —
añadió Robert. Miró a su alrededor, sonriendo ante las risitas que los otros chicos le
estaban enviando y claramente disfrutando a costa de ella.

Elizabeth tenía grasa de bebé, pero crecería y saldría de ella. Su institutriz y


su padre le habían prometido que eso era solo una fase. Atrapó a uno de los niños
haciendo gestos groseros con sus manos, indicando un estómago gordo antes de que
él la señalara a sus amigos.

—¡Basta! —gritó ella.

Eso solo los hizo reír más fuerte y Robert sonrió enormemente. Miró hacia
atrás, esperando que Mary viniera con su ayudante. Su hermana ya no estaba
sonriendo. Se preocupaba por Elizabeth, realmente lo hacía. Desafortunadamente, 14
Mary todavía estaba a unos diez metros de distancia. Elizabeth podía decir que su
hermana estaba molesta, pero sabía que Mary no podía apresurarse y ayudarla.
Casada o no, su madre se sentiría devastada si alguno de ellos hiciera algo impropio
que causara vergüenza a la familia, especialmente porque era la primera temporada
de Heather.

No parecían venir en su ayuda rápidamente o en lo absoluto. De hecho,


parecían estar dando un relajante paseo por el parque. De hecho, se detuvieron a
hablar con lady Newman. ¡Lady Newman! ¡Era la chismosa más grande de la alta
sociedad! Su molesta hija Penélope estaba con ella. Era tan mala como su madre.
También estaba mirando hacia Elizabeth sobre su nariz demasiado delgada.

—Vamos, Beth, ¿qué pasa? ¿No quieres ir y darle un gran beso a tu


prometido?

—Suficiente, Robert —dijo James, riendo entre dientes.

Elizabeth no podía mirar hacia atrás. No, no lo haría. Él se estaba riendo de


ella, de nuevo. Su dulce y comprensivo James, que había besado su codo raspado
cuando tenía cinco años, se estaba riendo de ella.
Eso fue todo. No le importaba si todos los niños de la alta sociedad se reían y
se burlaban de ella. No le importaba si era la chica más gorda y fea del mundo. No
se vería obligada a pararse aquí a escuchar mientras James se reía de ella.

Todo esto era culpa de Robert.

En ese momento, decidió hacer algo que sus padres le habían prohibido
específicamente que hiciera. De hecho, una vez hecho esto, ella sabía que su padre
la azotaría profundamente, pero valdría la pena. De alguna manera, se obligó a dejar
de llorar y le sonrió dulcemente a Robert mientras se preparaba para un mes sin
pudín y un dolor en el trasero.

Su sonrisa vaciló cuando la miró. Sus mejillas regordetas fueron empujadas


hacia arriba por una sonrisa que era bastante inquietante. Ella se veía… peligrosa.
Se lamió los labios con nerviosismo, preguntándose qué es lo que tramaba. 15
—Robert, no entiendo por qué estás siendo tan tonto en este momento. Sabes
lo peligroso que puede ser —dijo ella, un poco demasiado fuerte para su gusto.
Todos los niños que los observaban se acercaron, ansiosos por ver cómo iba a
terminar esto. Algunos de los adultos también parecían bastante divertidos con el
entretenimiento de la tarde, pero no él. De repente sintió la necesidad abrumadora
de alejarse de la pequeña mocosa.

Robert intentó retroceder un paso y alejarse de ella, pero Elizabeth se acercó


un paso más, negándose a permitirle escapar. De repente, se veía extrañamente
peligrosa con ese vestido rosa claro. Pareciendo pensativa, ella golpeó un dedo en
su barbilla.

—Si recuerdo correctamente, se te ha dicho que tengas cuidado cuando te


rías, te emociones demasiado, te pongas nervioso… —comenzó a explicar.

Robert sabía a dónde iba con esto. La brujita estaba a punto de romper la
promesa que sus padres le habían hecho hacer.

—¡Cállate! —gritó mientras la desesperación y el miedo se enroscaban en la


boca de su estómago.
Ella continuó como si no lo hubiera escuchado.

—Cuando estés ansioso o molesto, porque —aquí es donde se inclinó de


forma conspirativa, pero no susurró, oh no, no lo susurró, ella gritó—, ¡mojarás los
pantalones, otra vez! Sabes que todavía no podemos sacar el olor de la alfombra de
la sala, pero por otra parte, ¡fue solo la semana pasada que te mojaste los pantalones
cuando mi cachorro te atacó! De hecho, ¡no sé qué fue peor, tu llanto o tu olor!

Gritos de risa parecían llenar el parque mientras estaba allí,


momentáneamente congelado en shock cuando se dio cuenta que su secreto más
profundo y oscuro lo había golpeado.

—¡Robert Limonada! —dijo con voz monótona, burlándose aún más de él y


haciendo que la odiara más de lo que él creía posible.

Los chicos le estaban apuntando y riendo. Robert sintió que su labio inferior
temblaba. Estos chicos iban a la escuela con él. Esto no estaba sucediendo, no podría
estar sucediendo. Esto era malo, muy malo e incluso mientras esperaba, más allá de
la esperanza, que esto fuera un sueño, sabía que no lo era. También sabía que su
vida se volvería intolerable ahora. De repente, todos los niños a su alrededor 16
señalaron sus pantalones y se rieron más fuerte. Muchos de ellos tropezaron y
cayeron al suelo, incapaces de frenar su diversión.

Robert no era consciente del líquido caliente que corría por sus piernas hasta
ese momento. Miró hacia abajo, rogando que solo fuera su imaginación, pero no lo
era. Sus pantalones marrones estaban empapados alrededor de su entrepierna.

—¡Robert Limonada! —corearon los niños—. ¡Robert Limonada!

Se volvió para fulminar con la mirada a Elizabeth, que tenía una pequeña
sonrisa de satisfacción en su rostro. ¡Esto era su culpa! Él la empujó duramente. Ella
tropezó hacia atrás, pero no se cayó. Sus cejas se juntaron y ella se acercó a él,
pareciendo determinada. Robert estaba preparado para empujarla de nuevo o tirar
de su cabello cuando vio su pequeño puño navegar por el aire hacia él.

Salió disparado hacia atrás, tropezó con una raíz y aterrizó en su parte trasera.
Nuevas risas estallaron a su alrededor. No solo estaba llorando y mojando sus
pantalones, sino que ahora una niña gordita de siete años lo había derribado delante
de todos.

—¡Mejor asegúrate de llevar a tu niñera contigo el próximo semestre, Robert


Limonada! —gritó un niño.
—Sí, ¡no quiero ninguna mancha amarilla impropia en el colchón!

—Odiaría ser su compañero de cuarto. ¿Te imaginas oler vinagre todo el año?
—gritaron los chicos, se burlaron y se rieron de mí.

Robert se puso de pie y miró a Elizabeth Stanton. Un día… un día se la


devolvería. Tendría su venganza.

Frente a todos, ella le dio la espalda justo a tiempo para que su padre la
agarrara discretamente y la arrastrara.

Robert se quedó allí, con las manos en puños, haciendo caso omiso de las
preocupaciones de su familia, las risas y las burlas, y se centró en la imagen de
Elizabeth mientras se alejaba del parque. Un día pronto…

17
Traducido por Gigi D
Corregido por Flochi

—¡E
sto es por tu propio bien, Elizabeth!

—Dijiste lo mismo el año pasado —señaló, sin


molestarse en alzar la voz ni levantar la mirada de su
libro mientras daba vuelta la página y se acomodaba en su silla.

—¡Y lo hubiera sido, si hubieras aceptado una propuesta! —discutió su padre 18


testarudamente. Estaba intentando abrir la puerta de la biblioteca para poder
arrastrarla a Londres donde la obligarían a ir a bailes y cenas todas las noches
mientras sus padres le señalaban en la dirección de cualquier hombre soltero con un
título a su nombre.

Ella no quería casarse por un título, pero se negaban a escucharla, así que se
vio obligada a tomar cartas en el asunto y encerrarse en la biblioteca. No los
detendría de arrastrarla a Londres, porque nada lo haría, pero al menos le podría
dar tiempo para relajarse antes de que la obligaran a soportar el ruido y la locura de
la ciudad. También lograría que su padre…

—De acuerdo —dijo él, sonando sin aliento—, discutamos el asunto.

Conteniendo una sonrisa de triunfo, ella dejó el libro, se alisó las faldas, y
caminó hacia la puerta, pero no la abrió. No era tonta. No tenía ninguna duda de
que su padre tendría al menos a dos lacayos con él del otro lado esperando a
sujetarla y arrastrarla.

—Escucho —dijo, apoyándose contra la pared mientras esperaba a ver qué


estaba dispuesto a ofrecerle como compensación si ella iba otra temporada.
Hubo una breve pausa antes de que él preguntara:

—¿No vas a abrir la puerta?

¿Y cometer el mismo error que sus dos hermanas cuando las obligaron a hacer
lo mismo? No, realmente eso no sería sabio. Además, a diferencia de sus hermanas,
ella no podía ser comprada y él lo sabía. No le importaban los vestidos, la seda, los
zapatos, lo lazos, las joyas, las compras, o cualquier cosa que las mujeres de su
familia amaban y que su padre usaba contra ellas cuando necesitaba que cooperen.

No que no apreciara las cosas bonitas, sí lo hacía. Simplemente no le


importaban lo suficiente para ceder a las demandas de su padre o justificar gastar
una pequeña fortuna. Mucha gente la veía como rara, y tal vez lo era, pero no le
importaba.

—Abriré esta puerta eventualmente —dijo él, sonando esperanzado de que


sería suficiente para asustarla y hacerla abrirla tranquilamente.

No lo era.

—Y entonces solo buscaré otra forma de evitar ir —respondió, sonriendo


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cuando él soltó el gruñido exasperado que solía funcionar con sus hermanas.

—¿Qué quieres? —preguntó cautelosamente, sin dudas esperando una


demanda escandalosa.

Él la conocía tan bien, pensó con una sonrisa.

—Quiero mi independencia —respondió ella, para nada sorprendida cuando


oyó otro de los gruñidos.

—¿Esto otra vez? ¿De verdad? —demandó exasperadamente.

—Es lo que quiero —respondió, preguntándose qué tan pronto podría


convencerlo de dejarla ir a su estancia en el norte.

Técnicamente, debía esperar hasta su cumpleaños 24 para aceptar el control


de su herencia, pero como su dinero y propiedad estaban al cuidado de él, podía
permitirle ir adonde él quisiera. Desafortunadamente, no estaba ansioso por
permitirle a su hija menor que se mudara lejos y viviera sin supervisión, por lo cual
la quería llevar a Londres.

Estaba desesperado por verla casada y a su herencia en manos de un hombre


capaz. De hecho, a esta altura probablemente estaría feliz solo viendo la herencia en
manos de cualquier hombre que la aceptara a ella. Ahora mismo, él controlaba su
vida, y en su mente, la mantenía a salvo, pero eso cambiaría en unos pocos meses y
ella no podía esperar.

—Quiero que tengas una última temporada antes de que hagas algo tonto —
dijo él.

—Y yo no quiero ir toda la temporada.

Un largo suspiro se oyó del otro lado y supo que había ganado… en parte.

—Espero que cooperes completamente. Irás a cada baile, cena, y musical al


que tu madre consiga invitación. Permitirás que los hombres te cortejen, pero
favorecerás con tu tiempo a aquellos que nosotros aprobemos. No sabotearás esto
de ninguna manera y a cambio, te acompañaré a tu propiedad en el norte dos meses
antes —dijo, y ella sabía que era la mejor oferta que iba a conseguir, pero igual…

—Tres meses.

—No soy tan manipulable, cariño —dijo él, con un resoplido divertido.

En realidad, sí lo era, pero decidió que ese momento no era el mejor para 20
señalarlo. Probablemente tampoco era momento de indicar que él acababa de
acceder a dejarla ir cuando la temporada iniciara oficialmente, decidió mientras
abría la puerta y se preparaba para dos meses de infierno pre-temporada.

2 semanas después…

—¡Francamente, Elizabeth!

Elizabeth ignoró a su madre mientras le sonreía al joven que se retorcía


nerviosamente ante ella. Joven no sería una descripción adecuada para un niño de
diez años, pero ciertamente él estaba actuando como uno.
—Y-yo puedo llevar sus bolsos, miladi —dijo el pequeño mientras echaba
hacia atrás su cabello demasiado largo con dedos sucios.

Elizabeth se agachó para verlo a los ojos.

—Es un trabajo muy importante. ¿Crees que estarás a la altura?

El niño asintió con entusiasmo mientras intentaba contener una sonrisa.

—Hmm, tengo un día muy ocupado. Voy a necesitar que alguien espere por
mí afuera de las tiendas y lleve mis bolsas al carruaje. Es un trabajo duro y podría
llevar varias horas. ¿Crees que estás preparado para un trabajo tan grande? —le
preguntó con seriedad, conteniendo su propia sonrisa.

—¡Puedo hacerlo! ¡De veras que sí!

—¿Cómo te llamas? —preguntó.

—¡Realmente Elizabeth! ¡Esto es demasiado! —dijo su madre con un jadeo—


. Apresúrate con ese sinsentido. Tenemos demasiado para hacer hoy como para
desperdiciarlo en él.

Esperó a que su madre se hubiera ido, notando la carita caída del niño.
21
—¿Tu nombre? —preguntó suavemente.

—Toby, miladi —respondió, mirando al suelo y sonando miserable.

—Bueno, si aún quieres el trabajo necesito un buen hombre conmigo hoy.


Como puedes ver, mi primera parada es esta tienda para ver si mi vestido me queda
bien. Si puedes estar disponible en una hora, lo apreciaría mucho, Toby.

Con expresión confundida, él asintió.

—¿Y qué hago hasta entonces, miladi?

Ella sacó cinco chelines y se los dio. Su rostro se iluminó.

—¡Miladi, eso es demasiado para llevar bolsas!

—Para, quiero que tomes esto y vayas a comprarte algo para comer y te
mantengas cálido. —Ella señaló a los dos niñitos que intentaban ocultarse detrás del
carruaje—. Sospecho que tus hermanitos también querrán algo para comer.

Él los miró. Se sonrojó de vergüenza.


—No son mis hermanos, miladi. Son de la familia con la que me estoy
quedando.

—Sólo vuelve en una hora y asegúrate de hacerlo con el estómago lleno.


Guarda los dulces para después —le dijo, sonriéndole y despidiéndolo con una
sonrisa.

Toby asintió y salió corriendo. Elizabeth lo vio llevarse a los niños, que no
podían tener más de cuatro y cinco años. Le rompía el corazón ver niños en la calle.

Le agradeció al lacayo que le sostenía la puerta abierta y entró a la tienda, no


sorprendida de ver a su madre y su hermana frunciéndole el ceño.

—Realmente, Elizabeth, papá no te da una pensión para que la desperdicies


en ellos. Él da limosnas todos los meses. Esto es un insulto para él como mínimo —
dijo Heather mientras intentaba mirar a Elizabeth con desdén, pero no le importó.

—No te molestes en pedirle más dinero a tu padre. Si escoges desperdiciarlo,


es tu problema —añadió su madre.

—Nunca lo hago —dijo ella suavemente mientras se preparaba para la tortura


22
que tendría que soportar la próxima hora.

Su familia no entendía por qué gastaba su pensión en ayudar a los menos


afortunados y no en comprar chucherías, moños y esas cosas. Bueno, no era verdad.
Mary entendía perfectamente. Ella era la que le había enseñado la compasión a
Elizabeth. Pensar en Mary la hizo sonreír. Iba a verla esta noche.

Tal y como acordaron, sus padres iban a arrastrarla a cada baile, cena, y
ocasión social que pudieron encontrar. Actuaban un poco desesperados, a pesar de
que en este momento ella estaba recibiendo las atenciones de varios hombres. No
era difícil imaginar por qué. Había rechazado cuarenta y cinco propuestas en los
últimos años y sus padres se preocupaban de que tendrían otra solterona en sus
manos.

No era que no quisiera casarse. Simplemente no quería casarse por nada que
no fuera amor. Mary encontró el amor y estaba determinada a hacer lo mismo. Había
una cosa de la que estaba segura; no iba a encontrar el amor en una de las miles de
fiestas de la alta sociedad con el mismo grupo de gente deprimente con el que había
crecido. Sabía que no iba a encontrar el amor en un salón de baile polvoriento o entre
un grupo que había conocido toda la vida. Cuando encontrara el amor, sería en un
lugar inesperado, eso lo sabía.
—Ahora, ven. Tenemos mucho que hacer hoy. Tenemos que volver antes de
las cinco para estar listas a tiempo. Quiero que llegues para el primer vals.

Elizabeth alzó una ceja. ¿Por qué a su madre de repente le preocupaba el


primer vals? Normalmente le gustaba llegar tarde a todos lados. Para su madre, así
se hacía una mejor entrada y dejaba nerviosos a los pretendientes, que era como
deberían estar. Su madre esperaba que ellos estuvieran desesperados si ella no
llegaba a tiempo. Algo sucedía y tenía miedo de que iba a descubrirlo demasiado
tarde para hacer nada.

Una hora después, Elizabeth y su criada salieron de la tienda con varios


paquetes. Se detuvo frente a la tienda y miró alrededor. Toby no estaba en ninguna
parte.

—Te lo dije, Elizabeth, eres demasiado confianzuda —dijo Heather con


desdén mientras pasaba a su lado sin nada. Ella iba del brazo de su madre hacia el
próximo destino, y un lacayo llevaba todos los paquetes al carruaje.

—Estaba segura que se iba a quedar, miladi —dijo la criada con una sonrisa
que indicaba lo contrario. 23
—Yo también —respondió, suspirando mientras elevaba los paquetes—. No
tiene sentido lamentarlo. Lo hecho hecho está.

Realmente, no le importaba un poco. Si hubiera vuelto, habría hallado formas


de darle más dinero sin insultar su orgullo, pero si tenía que irse estaba bien. Sin
dudas, el niño usaría el dinero para llenar su estómago y eso era lo importante.

—¡Miladi! —gritó una vocecita, ansioso y sin aliento.

Elizabeth miró sobre su hombro y vio a Toby corriendo hacia ella. Su cabello
estaba volado por el viento y sus ojos grises abiertos como platos—. ¡Lo siento tanto,
mi lady!

Ella asintió y le dio los paquetes.

—Está bien. Estás aquí ahora —dijo, sonriéndole, feliz de que hubiera vuelto.

—Me preocupaba tanto que hubiera encontrado a otro muchacho. Juro que
intenté volver antes, miladi.

—¿Por qué tardaste tanto? —preguntó groseramente la criada.


Elizabeth le lanzó una mirada de advertencia. Pareció funcionar, pero no
antes de que la expresión de Toby se viera herida.

—Lo lamento. Timmy no está acostumbrado a tener el estómago lleno por lo


que tuve que llevarlo a casa —explicó apurado.

—Está bien, Toby. Yo entiendo. ¿Seguimos? —dijo Elizabeth con una sonrisa,
esperando cambiar de tema para que él no se preocupara más.

Asintió.

—¿Cuál es su carruaje, miladi?

Ella señaló al negro del otro lado de la calle que tenía el escudo de su familia.
Asintiendo, Toby corrió y cruzó la calle, casi infartando a Elizabeth cuando evitó ser
golpeado por un carruaje en movimiento por un pelo. Rápidamente le dio los
paquetes al cochero, corrió de regreso, tomó los que tenía su criada en las manos y
los volvió a llevar al carruaje. Cuando terminó, volvió al lado de Elizabeth y la
acompañó a la próxima tienda.

Por las siguientes tres horas, Toby estuvo completamente a su disposición.


24
Nunca se quejó de los paquetes ni de la espera. Cuando terminaron el día, Elizabeth
le dio la espalda a su madre al subirse al carruaje. Toby estaba de pie ante ella,
nervioso.

—Lamento haber llegado tarde.

Ella le sonrió.

—Está bien. ¿Sabes dónde queda la Mansión Belford?

Se enderezó y asintió.

—Bueno, si puedes encontrarla esta noche, ve atrás a la cocina y diles que


Lady Elizabeth te envió. Tendrán cosas muy deliciosas preparadas para ti —le
prometió, esperando que el personal hiciera más que sólo darle comida y dulces.

—¿De verdad?

—Sí —Sonrió—, y sospecho que si quieres ofrecerles ayuda, podrías ganar


más comida para llevar a casa a tus amigos.

—¡Lo haré! ¡Trabajaré muy duro! —dijo emocionado.

Ella buscó en su ridículo y sacó una libra. Se la dio al chico.


—Esto es por el gran trabajo que hiciste, Toby. La próxima vez que haga
compras, te buscaré a ti.

Le temblaban los dedos al tomar el billete. Parecía creer que todo sería un mal
chiste.

—Adelante, tómalo —le dijo ella. Y lo hizo, lentamente.

—Gracias, miladi —respondió, mirándola. Elizabeth tuvo que morderse el


labio para no llorar. Toby le sonrió tímidamente como si fuera un ángel.

—Ahora, ve. Cuídate, Toby, y asegúrate de ir a buscar algo de comida.

Asintió con determinación.

—Lo haré, miladi.

Él la vio subirse a su carruaje con ayuda del cochero. Escondió el billete en su


zapato y se alejó, sonriendo.

25
Traducido por Anabel-vp
Corregido por Carib

—O h. Deja de hacer pucheros, Robert —dijo su madre


burlonamente.

La miró desde el otro extremo del carruaje.

—No estoy haciendo pucheros —dijo con firmeza—. Simplemente no


entiendo por qué... no, déjame reformular eso, cómo lograste convencerme de esto.

Con un delicado encogimiento de hombros, explicó:

—Mientras estés en la ciudad, pasarás algo de tiempo con la familia. Además, 26


tienes veintinueve años, y si alguna vez planeas conseguir una buena pareja,
deberías hacer una o dos apariciones en sociedad.

Abrió la boca para señalar otra vez que no tenía intención de casarse a menos
que no tuviese otra opción, pero ella no había terminado de hablar.

—No te morirás por asistir a algunos bailes, cenas y al teatro mientras ayudas
a James a encontrar una nueva esposa. Es bueno para su imagen verse cercano a su
familia. Hace que las madres se sientan más cómodas si los pretendientes de sus
hijas proceden de buena familia.

James gimió a su lado y no pudo evitar sentirse mal por su hermano. Hace
años, su madre había acosado incesantemente a James, hasta que, finalmente, se
casó. Robert tenía la sensación de que, simplemente, su hermano se había casado
para que su madre dejara de acosarlo. Demonios, haría lo mismo si alguna vez le
hiciese algo parecido, pero, afortunadamente, pensaba que era demasiado joven
para ser un buen marido para alguien.

Desgraciadamente para James, se había casado con una mujer a la que no


amaba. En realidad, Robert estaba bastante seguro que ni siquiera le había gustado.
No podía culpar a James por eso. Miranda había sido una malvada pécora. Se
enorgullecía de tener lo mejor de lo mejor, y se lo restregaba por la cara a los demás.
Hizo todo lo que pudo para gastar su dote y todo lo que James tenía antes de morir
tres años atrás.

Había sido en un desafortunado accidente. Bueno, a Robert le gustaba pensar


que el destino había tenido algo que ver, repartiendo algo de justicia poética. Ella
podría haber prevenido completamente el accidente. Vio a una mujer que
consideraba inferior a través del escaparate de una tienda, hablando con un
empleado mientras hacía un gesto hacia un hermoso conjunto de perlas. De acuerdo
con el lacayo de Miranda, había murmurado algo acerca de que la mujer no iba a
estar mejor arreglada que ella, y se lanzó a atravesar la calle, completamente ajena
al carruaje de correos que se precipitaba en su dirección.

Desde entonces, James había disfrutado de un breve respiro en lo referente a


su madre, pero ahora ya estaba otra vez con lo mismo. James necesitaba casarse, de
nuevo. Después de todo, era el primero en la línea sucesoria. Era su deber casarse y
engendrar un heredero. Robert se encogió interiormente. Si James no se casaba y
engendraba un heredero pronto, su madre empezaría a decir que él era su última
esperanza, otra vez. No iba a pasar. Incluso si tenía que noquear a James, y arrastrar 27
su cuerpo al altar, James iba a volver a casarse. Fin de la historia.

—¿Has oído lo que ha dicho tu madre, Robert? —preguntó su padre.

—¿Eh? —Robert levantó la vista, para encontrar dos miradas de exasperación


en las caras de sus padres—. Eh, no, lo siento, estaba distraído —dijo, señalándose
lentamente la cabeza.

—He dicho que toda esta tontería de evitar a las Stantons tiene que acabar.
Por el amor de Dios, ya no eres un niño, Robert. Ni siquiera recuerdo qué fue lo que
te dijo esa chica que te molestó tanto.

Oh, así que estaban hablando otra vez de los Stantons. Eso solo podía
significar que esperaban su asistencia al baile de esta noche. Le parecía bien. Le caían
bien Lord Norwood y su esposa… más o menos, y le gustaba Mary, y también
Heather, aunque le recordase a su madre. Se comportaban como gemelas. Hacían
los mismos comentarios, llevaban el mismo estilo de ropa, básicamente caminaban,
hablaban y se comportaban igual. Probablemente las evitaría a ambas tanto como
fuera posible. Y luego estaba Elizabeth.

Oh, definitivamente la evitaría. La había estado evitando exitosamente


durante más de una década, por lo que no debería ser difícil hacerlo una noche más.
—Robert Limonada —suministró felizmente James.

—Muchas gracias —dijo secamente, esperando que su madre, simplemente,


lo dejara pasar.

James sonrió ampliamente

—No hay de qué.

—¿Por eso la has estado evitando como si fuese una plaga? ¿Por un apodo?
De todas las ridiculeces. Hijo, tienes veintinueve años. Ya es hora de que te
comportes como un hombre y superes esta tontería —lo regañó su padre, sonando
irritado, como hacía cuando regañaba a Robert.

—Bueno —dijo James—, en defensa de Robert, ambos no pueden estar en la


misma habitación sin provocar una escena. —Levantó la mano para evitar que su
madre hablara cuando se hizo evidente que quería decir algo—. Soy consciente de
que no han estado en la misma habitación en más de catorce años, pero debes
entender que nadie, y me refiero a nadie, ha olvidado ese apodo o las circunstancias
de cómo lo consiguió. Lo sigue allá donde va.
28
Encontrándose con la mirada asesina de Robert, James le guiñó un ojo y
continuó.

—No obstante, estoy de acuerdo contigo. Necesita superarlo, especialmente


si quiere que ese horrible apodo se olvide. No se relaciona con la alta sociedad. Se
queda solo con sus libros, y cuando no, está trabajando en la mansión. Es demasiado
serio.

—Solo estás celoso, porque me he labrado mi propio camino —dijo Robert,


tratando de irritar lo suficiente a su hermano como para hacerle abandonar la
conversación.

—No estoy convencido de que hacer una fortuna usando tu herencia cuente
como hacer tu propio camino.

—Lo hace si era mi regalo de dieciocho cumpleaños. A diferencia de ti, yo no


me lo gasté en juego y pu… —su padre carraspeó para recordarle que su madre
estaba en el carruaje—, ah, entretenimiento. Tomé mi dinero, lo invertí y lo reinvertí.
Ahora, tengo mi propia fortuna y tierra. No necesito casarme por dinero, o heredar
un título. —Le sonrió tímidamente a su padre cuando se dio cuenta de cómo sonaba
lo que acababa de decir—. Padre, lo siento.
Su padre le quitó importancia

—Sé que ninguno me desea el mal para poder poner sus manos en mi título.
Y estamos muy orgullosos de tus logros, Robert.

—Gracias, señor —murmuró Robert, avergonzado debido al giro de la


conversación. Odiaba hablar de su fortuna, especialmente con su familia. Ya era
bastante malo que las madres con hijas casaderas comenzaran a mirarlo con codicia,
ignorando deliberadamente su reputación de libertino y bastardo en general, con la
esperanza de que sus hijas capturasen un buen partido. No sabían que nunca iba a
pasar.

Su madre resopló.

—¿Qué sucede, Danielle? —le preguntó su padre.

Señaló a Robert.

—Ha vuelto a hacerlo, Harold. Nos ha distraído de la conversación, ¿te das


cuenta? —Volvió a mirar a Robert, con una determinación que hizo que sintiese
escalofríos.
29
—Te quedarás las cuatro semanas, como prometiste. No aceptaré
emergencias repentinas sobre tu propiedad, ni notas de tu abogado. Te portarás bien
y no montarás ninguna escena. Harás todo lo posible para llevarte bien con Lady
Elizabeth. —Sus ojos se estrecharon al mirarlo—. Y prometerás no pelear durante el
baile.

Apretó los dientes. Su carácter no era tan malo. No se le ocurría ninguna pelea
en la que se hubiese metido, que no hubiese sido necesaria. Su madre simplemente
no entendía lo que era ser un hombre. Algunas cosas no podían ser ignoradas.

—Prometo, por tu bien, no pelear dentro del baile. —Escogió cuidadosamente


sus palabras. No había necesidad de romper una promesa hecha a su madre, si se
concentraba en los detalles.

Ella asintió.

—Aun así, creo que te vigilaré.

—¿Es por eso que no me permitiste traer mi propio carruaje? —preguntó él,
repentinamente seguro que esa era la razón por la que ella lo había convencido de
acompañarla esa noche. Sabía que la excusa de extrañarlo y querer disfrutar de su
compañía durante el viaje era demasiado, incluso para ella.

Lo ignoró mientras continuaba.

—Si no te comportas, y haces todo lo posible para que tu hermano pueda


encontrar una nueva esposa —ella entrecerró los ojos y dijo—: Haré que la misión
de mi vida sea encontrarte una esposa a ti.

—Oh, Dios mío —jadeó Robert. Ese era justo el tipo de amenaza que
funcionaría. No quería una esposa, no a menos que su hermano fuese incapaz de
engendrar un heredero, en cuyo caso, el trabajo le correspondería, sin más opción, a
él.

James soltó una risita a su lado, mientras su padre hacía lo posible por no
reírse; y estaba haciendo un buen trabajo hasta que se encontró con los ojos de James.
Un momento después, dejó bruscamente de reírse y se aclaró la garganta, cuando
Danielle lo miró.

Dos podrían jugar en este juego. Entrecerró los ojos y la miró fijamente.
30
—Estás tirando un farol.

Ella sonrió dulcemente, demasiado dulcemente para su comodidad.

—¿Lo estoy?

La estudió durante un momento, antes de gemir, derrotado.

—No es justo —se quejó.

—Mala suerte.

Cuatro semanas de bailes, cenas y la tontería de la alta sociedad no era su idea


de un buen rato, pero si eso ayudaba a que el sonriente bastardo que estaba sentado
a su lado se casara y lo salvara de un destino similar, entonces tal vez debería
considerar portarse bien, decidió mientras inclinaba la cabeza hacia atrás, cerraba
los ojos y suspiraba profundamente.

Iban a ser cuatro semanas muy largas.


Traducido por Brisamar58
Corregido por Flochi

E
lizabeth dio una sonrisa forzada al joven conde que intentaba
monopolizar su atención. Las cosas no habían cambiado. Él había
intentado las mismas tácticas la temporada pasada. En el momento en
que entró en la habitación, le dio lo que estaba segura, él creía era una sonrisa
devastadora antes de entrar en la habitación, evitándola durante la siguiente hora.
Cada pocos minutos su mirada pasaría a su rostro para ver si ella lo estaba
observando. No lo hacía. Solo conocía de sus tácticas porque Mary la mantenía bien
informada.

Mary era la perfecta chaperona. Sabía absolutamente todo lo que sucedía a su


31
alrededor y tenía los últimos chismes. Su esposo, Anthony, a quien Elizabeth
adoraba por completo como el hermano mayor que nunca tuvo, mantenía a Mary
informada con la información más reciente sobre cada soltero elegible. Estaba
decidido a asegurarse de que ningún libertino o caza fortuna tuviera a Elizabeth en
sus manos. Era muy protector con ella, casi tan protector como lo era Mary.

“hora tenía que conversar con Jonathan, el conde de… bueno, lo había
olvidado. Él había tratado de cortejarla durante tres meses el año pasado. Cada vez
que la visitaba, ella declinaba cortésmente sus ofertas de paseos, invitaciones al
teatro y cualquier otra excusa que él pudiera encontrar para pasar tiempo con ella.
Bailaban en casi todos los bailes solo porque era educado hacerlo. Él se ofrecía, ella
aceptaba, porque no tenía opción. Era así de simple.

—Me preguntaba si te gustaría dar un paseo por los jardines conmigo —


preguntó Jonathan.

—¿Oh? ¿Ahora? —preguntó, intentando no sonar alarmada. Ningún hombre


honorable le pediría a una mujer que diera un paseo por los jardines a esta hora de
la noche y especialmente no en este clima frío sin tener en mente algo nefasto. Un
paseo por la sala hubiera sido la opción más apropiada y honorable.
—Sí —murmuró con una sonrisa complacida, claramente decidido a tratar de
usar la seducción para ganar su mano en matrimonio ya que nada más había
funcionado. Ella planeaba rechazarlo por completo, pero tenía que hacerlo sin
insultarlo cuando prefería darle un golpe en las orejas por el intento.

Afortunadamente, Mary estaba enterada de todo como siempre. Ya había


decidido con la ayuda de Anthony el año pasado que el conde no era apropiado. Era
un libertino imprudente y mantenía amantes hasta que se tornaban redondas con
sus hijos. No sabían exactamente cuántos hijos ilegítimos tenía, pero eran al menos
cinco.

La alta sociedad despreciaba a los niños ilegítimos como si de alguna manera


fuera su culpa. A ella no le importaba si un hombre tenía un hijo ilegítimo, siempre
y cuando hiciera lo correcto y le diera su nombre y protección. Lo que más le
disgustaba de la situación era arrojar a una mujer embarazada a la calle como un
bien usado. Nunca podría estar con un hombre así.

No es que sus padres tuvieran alguna idea de sus planes. No lo sabían.


Estaban presionando para que escoja un partido ahora más que nunca. En cuatro
meses iba a ganar control sobre su herencia. Su madrina había sido una mujer astuta 32
que había enterrado a tres esposos, aumentando su fortuna y sus posesiones con
cada hombre. Había fallecido hace cinco años, dejando todo a Elizabeth. Sus padres
querían ver sus posesiones en las manos seguras y capaces de su marido como si
Elizabeth fuera a permitir que cualquier hombre la controlara a ella o su herencia.
¿No la conocían en absoluto?

—Elizabeth, a mamá le gustaría hablar contigo.

Le dio a Jonathan la sonrisa más dulce que pudo lograr sin vomitar.

—Si me disculpa, parece que me necesitan.

Él se inclinó.

—Por supuesto. —Le tomó la mano antes de que ella pudiera alejarse y le dio
un beso en los nudillos—. Hasta más tarde, miladi —murmuró, presionando un
segundo beso persistente en el dorso de su mano.

Elizabeth luchó contra el impulso de apartar su mano, obligándose a esperar


que él la soltara. Hizo una reverencia y se alejó, agarrando con fuerza el brazo de
Mary.
—Si alguna vez vuelves a dejarme sola con él, te juro que le diré a Tommy y
Marcus cada broma que tú y yo hicimos para que estés cautelosa durante los
próximos cinco años por temor a lo que harán.

Mary se rio suavemente.

—Oh, querida, soy madre de dos niños traviesos. Confía en mí, ya vivo con
miedo de lo que harán. ¿Te conté que una de las pequeñas bestias puso un pez
muerto en nuestra habitación la semana pasada? Fue tan horrible. —Trató de sonar
arrogante, pero su sonrisa divertida la delató—. Anthony jura que todavía puede
oler el pescado en nuestra habitación.

Elizabeth trató de darle una sonrisa inocente.

—Me pregunto de dónde podrían haber sacado esa idea —preguntó,


decidiendo que probablemente sería mejor no mencionar que no habían encontrado
el pez que los niños habían escondido detrás de la cómoda de Mary.

—No sabías nada de eso ahora, ¿verdad? —preguntó Mary


despreocupadamente. Caminaron a lo largo de la pared, dirigiéndose hacia las
puertas del patio donde su madre la estaba esperando. 33
—¿Yo? ¿Por qué te haría eso a ti? —Presionó su mano contra su pecho con
fingida inocencia, pero Mary no la estaba creyendo.

—Oh, no lo sé. Tal vez sentiste que te debía algo por estar de acuerdo con el
plan de mamá para hacerte pasar más tiempo con Lord Dumford.

—Hmm, sabes, podrías tener razón —dijo pensativa. Era exactamente la


razón por la que había sugerido la idea a sus sobrinos. Su madre estaba tratando
desesperadamente de hacer una pareja con ella y Lord Dumford y Mary estaba
ayudando. El hombre tenía cerca de cuarenta años, calvo y aburrido. El hombre
también era un Marquee que, en el libro de su madre, significaba todo.

Mary estaba presionando por la pareja por otras razones. El hombre nunca la
golpearía y probablemente tendría muy poco que hacer con Elizabeth una vez que
ella le diera un heredero y un repuesto. Si Elizabeth no podía casarse por amor, Mary
preferiría que su hermana se estableciera con una pareja segura.

Mary se echó a reír.

—Debería haberme dado cuenta. Anthony se pondrá lívido cuando lo


descubra.
—No, no lo hará. Me adora. Pensará que es divertido. Ambos sabemos que
hará algo para vengarse de mí, probablemente al final de la semana.

Mary se encogió de hombros.

—Probablemente tengas razón —dijo, claramente conteniendo una sonrisa.

Elizabeth sabía que cualquier cosa que le hicieran, Mary estaría detrás. Las
cosas estaban mejorando. Al menos mientras se veía obligada a permanecer en
Londres durante los próximos dos meses, podría divertirse un poco.

La escena que les dio la bienvenida fue suficiente para que se calmara de
inmediato. Sus padres estaban de pie junto a Lord Dumford, que parecía bastante
presumido. La sonrisa amable de su madre se volvió absolutamente complacida
cuando vio a Elizabeth.

—Ahí estás, querida.

Elizabeth se obligó a sonreír. Lord Dumford tomó su mano y se inclinó,


presionando un casto beso contra sus nudillos que la dejaron fría.

—Buenas noches, Lady Elizabeth. 34


Con una sonrisa forzada, apenas insinuada, ella hizo una reverencia.

—Buenas noches, milord.

Su padre se aclaró la garganta.

—Elizabeth, Lord Dumford nos ha estado contando acerca de sus tierras en


la región del lago. Es muy interesante.

—Eso suena encantador, milord —dijo ella, tratando de no encogerse cuando


vio a varios hombres caminando hacia ellos, probablemente esperando robarla para
un baile o un paseo. Cinco de ellos eran conocidos como cazafortunas y los otros
eran conocidos aburridos. No estaba segura de qué era peor, pero en ese momento
no estaba de humor para averiguarlo.

—Si por favor me disculpan, creo que podría necesitar un poco de aire fresco
—dijo en voz baja, aliviada cuando su padre le dio un pequeño asentimiento de
aprobación.

—¿Debería acompañarte, Lady Elizabeth? —preguntó Lord Dumford,


esperando que ella estuviera de acuerdo.
Forzó una sonrisa educada.

—No, gracias. No querría interrumpir su velada, milord. Sólo será un


momento.

—¿Tal vez me haga el honor de bailar cuando vuelva?

Su padre asintió levemente y ella supo que su indulto a esta tortura solo
duraría poco tiempo, pero con mucho gusto tomaría todo lo que pudiera conseguir
en ese momento.

—Eso suena encantador, milord. Lo espero con ansias. —Cuando se movió


para irse, algunas de las madres casamenteras centraron su atención en ella e
hicieron un gesto a sus hijos para que se le acercaran. Al darse cuenta que tenía que
irse inmediatamente si tenía alguna posibilidad, se dio la vuelta y caminó
lentamente hacia las puertas de la terraza. Una vez que llegó al césped y a la
seguridad de la oscuridad, se agarró de las faldas y echó a correr, rezando para que
nadie la siguiera.

35

—Oh, señor Bradford, venga a conocer a mis hijas, Lady Penelope y Lady
Emma —dijo una mujer un tanto rechoncha. Robert no pudo así se le fuera la vida
recordar su nombre, pero estaba seguro que la había visto en algún momento
hablando con su madre.

Esbozó la sonrisa más encantadora en su rostro.

—Sería un placer para mí. —Besó la mano de Lady Penelope y notó que era
bastante atrayente. Luego saludó a Lady Emma, que desafortunadamente era hija
de su madre. Estaba dispuesto a apostar que la niña pesaba doce kilos más que él y
era pequeña, lo que hacía que el peso extra fuera aún más trágico.

Lady Penelope agitó sus pestañas hacia él de una manera muy coqueta.
Aunque no tenía planes de casarse pronto, no le importaría pasar un poco de tiempo
con una mujer hermosa.

—Lady Penelope, ¿le importaría dar una vuelta por la habitación conmigo?

Miró hacia abajo tímidamente, un acto, estuvo seguro.


—Eso sería encantador, señor Bradford. Gracias.

Robert tomó su mano y la colocó sobre su brazo. Apenas podía sentir su


agarre a través de la chaqueta. Era una pena que las mujeres de su clase llevaran
guantes en todas partes. Por una vez, le gustaría sentir la mano desnuda de una
mujer en su brazo. Un agarre más firme tampoco haría daño. Su toque se sentía frío
y distante para él. Odiaba estos juegos, pero estaba dispuesto a jugarlos para hacer
feliz a su madre, o si eso significaba que podía robarle un beso a una mujer hermosa.

—Lady Penelope, ¿ha estado disfrutando de Londres?

—Sí, el clima ha sido delicioso —respondió. Su respuesta fue breve,


apropiada y sin rastro de un pensamiento original. Había estado esperando entablar
una conversación real para pasar el tiempo. No, tal vez no había hecho una buena
pregunta. Tal vez no era como el resto de estos zánganos sin mente que no se
preocupaban por nada, excepto por encontrar un marido con un título y una billetera
grande.

Se aclaró la garganta.

—¿Ha asistido al teatro últimamente? 36


Sonrió con intensidad a eso. Él disfrutaba también del teatro.

—Oh, realmente he disfrutado yendo. Papá me permitió comprar tres


vestidos nuevos solo para el teatro. Tengo uno en rosa claro, uno en verde claro y
un bonito vestido violeta. Además, compré nuevos gorros y guantes. ¡Fue tan
delicioso!

Podría llorar. Realmente podría.

—¿A qué obra asistió? —preguntó, esperando que hubiera una manera de
salvar esta conversación.

—¿Disculpe? —preguntó ella, claramente confundida.

—¿A qué obra asistió? Cuando se puso sus nuevos vestidos, ¿a qué obra
asistió?

—¡Oh! —exclamó como si se tratara de un nuevo e inesperado giro en las


preguntas—. No me puse mis vestidos nuevos para el teatro. Me puse mi vestido
amarillo, porque iba mejor con las cortinas de oro en el palco de mi familia.
—La obra, Lady Penélope, ¿cuál fue? —Por favor, que lo sepa. Maldito sea él
y sus normas. No se juntaba con putas, mujeres casadas ni inocentes. Bueno, no
recibiría más que unos cuantos besos de una inocente. El único problema universal
que tenía, no podía soportar la compañía de mujeres cabezas huecas.

Por mucho que disfrutara del sexo, y realmente lo hacía, esa posibilidad
nunca lo había vuelto loco o lo había distraído hasta el punto de que pudiese ignorar
sus ridículos estándares y arriesgarse a estar con una mujer con inclinación por el
drama. Por otra parte, nunca había tenido muchas opciones en el asunto gracias a
Elizabeth Stanton. Solo le había llevado unos minutos una tarde soleada para
garantizarle una vida de miseria.

En cuestión de minutos, ella había convertido su placentera existencia en una


pesadilla. Después de que ella lo llamara Robert Limonada, había perdido a todos
sus amigos, su reputación y su vida se habían convertido en un infierno. Había sido
objeto de burlas, mofas y humillación gracias a ella. Se había convertido en el
objetivo principal para los otros niños de la escuela.

Durante dos años completos había sido empujado, golpeado y objeto de


burla. Se divertían mucho al humillarlo y se aseguraron de que fuera humillado a 37
diario. Sin la protección de un título, ni del conocimiento de cómo pelear, ni de los
amigos que podrían haberlo defendido, había sido un blanco fácil. Disfrutaron
inmensamente a sus expensas hasta el día en que finalmente tuvo suficiente y
comenzó a contraatacar.

Al principio, había perdido más peleas de las que había ganado, pero fue
suficiente para que algunos de los otros chicos se lo pensaran dos veces antes de
arrojarle limones, tirar sus libros o meterse a hurtadillas en su habitación y empapar
su cama y sus ropas con vinagre. Su repentino brote de crecimiento también había
ayudado. Mientras que los otros chicos habían crecido lentamente hasta convertirse
en hombres, parecía como si él hubiera caído de cabeza en la adultez.

Se había convertido en un hombre durante las vacaciones de verano de su


decimoquinto año, poco después de haber tenido suficiente de las tonterías de
Elizabeth Stanton. Creció por lo menos treinta centímetros y ganó unos cuantos kilos
de músculo, mientras que los otros chicos solo crecieron unos pocos centímetros y
con un miedo saludable hacia él. Junto con su tamaño, su temperamento había
crecido y ya no aguantaba las bromas a sus expensas. Su temperamento y reputación
lo siguieron a lo largo de los años, haciendo que los hombres le teman y las mujeres
desconfíen de su compañía.
Si no hubiera sido por sus conexiones familiares y su riqueza, no tenía dudas
de que la sociedad le habría dado la espalda hace mucho tiempo. Habría acogido
con gusto la exclusión y buscado una vida diferente para él mucho antes de hoy. La
vida entre la sociedad simplemente no era para él. Por sus padres y su hermano,
había tolerado esta existencia hasta hace unos meses, cuando finalmente había
tenido suficiente.

En pocas palabras, odiaba todo lo relacionado con la sociedad y sus zánganos


sin cerebro. No podía importarle menos los últimos chismes, las últimas modas y
vivir su vida siguiendo un conjunto de reglas ridículas que pretendían excluir a
cualquier persona con una onza de originalidad. Sus sentimientos al respecto habían
sido la base de sus reglas sobre el sexo y las mujeres. No podía tolerar llevar a la
cama a una mujer sin un pensamiento original en su cabeza. Lo había hecho un par
de veces y había detestado los juegos remilgados que les gustaban.

38
Traducido por Antoniettañ
Corregido por Flochi

—M
amá dice que compraste una nueva propiedad.
¿Cuántos acres?

Él bajo la mirada a la mujer en su brazo. La


nueva expresión en su rostro era calculadora.

Maldito infierno.

—¿Cuántos acres? —repitió más firmemente esta vez.

—Un poco más de cien —dijo con cuidado, sin preocuparse ni un poco por el 39
nuevo destello de interés en sus ojos. Decidió no mencionar que había vendido esa
propiedad casi inmediatamente después de comprarla una vez que se dio cuenta
que la mierda de su pasado lo había seguido. Tampoco mencionó que ya había
comprado una nueva propiedad en América y que se iba una vez que hubiese
cumplido su promesa a su madre de ayudar a James.

—Hmmm. —Ella miró por encima de su ropa como si estuviera considerando


el inventario. Él llevaba la última moda. No compraba ropa a menudo, pero cuando
lo hacía, se decidía por calidad. Parecía feliz con lo que vio si el pequeño gesto de
aprobación era cualquier indicio.

Desesperadamente quería cambiar el tema antes de que preguntara sobre sus


otras posesiones.

—Entonces, ¿a qué obra asististe?

Su rostro se retorció en disgusto.

—Fue una de Shakespeare me temo. Las encuentro a todas un terrible


aburrimiento, pero ésta fue más espantosa. Madre insistió en que nos fuéramos en
el intermedio e incondicionalmente acepté.
Él se detuvo. Más bien disfrutaba de las obras del Bardo. No podía pensar en
nada en sus obras que sería espantoso.

—¿Qué estaba mal con la obra?

—¡Una mujer estaba vestida con ropa de hombre! ¡Fue obsceno!

—¿Estaba la mujer pretendiendo ser su hermano? —preguntó él, ya sabiendo


la respuesta.

—¡Sí! Fue terrible.

—¿Fue la obra Como les guste ?

—Sí.

Era una de sus obras favoritas. Eso lo contestaba.

—Lady Penelope, permítame devolverle inmediatamente a su madre. Me


parece que necesito un poco de aire fresco.

El agarre de ella en su brazo se apretó repentinamente.

—El aire fresco suena encantador. —Ella lamió sus labios, invitadoramente.
40
Cristo Todopoderoso, la chica quería atraparlo. Prácticamente la arrastró de vuelta
a su madre y, sin otra palabra, hizo su camino fuera.

Evitó el jardín y las zonas boscosas. Esas áreas eran para los amantes si
estaban dispuestos a desafiar esta noche fría para una aventura. El invernadero de
naranjos, suavemente iluminado por el resplandor de varios faroles, estaba a cien
metros de distancia de la casa. Era el lugar perfecto para una escapada en una noche
como esta. En este frío dudaba que cualquier mujer afrontara voluntariamente el
clima para ir allí para una cita. El invernadero de naranjos era el lugar más seguro
para él y estaría dichosamente cálido en el interior gracias a los fuegos que se
mantenían encendidos para evitar que los naranjos murieran.

Él corrió los últimos veinte metros para escapar de los vientos gélidos y casi
gimió con alivio cuando entró en el cálido invernadero. Podría pasar fácilmente las
próximas cuatro horas aquí, decidió mientras el olor de un fuego ardiente y naranjas
lo tentaban. Miró alrededor de los naranjos y casi gruñó de decepción cuando se dio
cuenta que este invernadero probablemente sólo había sido construido
recientemente. Los árboles eran un poco pequeños y tenían naranjas lejos de estar
maduras.
Fue muy malo que no hubiera pensado en traer un libro o algo para comer.
Solamente había comido hace una hora y ya estaba hambriento. No era nada nuevo.
Siempre tenía hambre. Era algo que su familia nunca había entendido, pero
afortunadamente habían dejado de molestarlo por eso hace años. Cuatro horas en el
invernadero con nada que hacer o comer no era su idea de diversión, por otra parte,
tampoco iba a asistir a un baile.

Varias lámparas de aceite encendidas hicieron posible al menos ver


claramente lo suficiente. Esa era otra razón por la que los amantes evitaban este
lugar, era demasiado brillante. No habría ningún lugar para que se escondieran si
fueran interrumpidos.

Un suave ruido llamó su atención. Curioso, lentamente se movió más allá de


varios naranjos y se congeló en el lugar a la vista que lo recibió. Una mujer, con
hermoso cabello castaño que tenía que ser hecho de la seda más fina por la manera
que reflejaba la luz de las linternas, sentada en un banco acolchado, riendo
suavemente mientras leía de un libro pequeño.

Su risa fue como un bálsamo para su alma, instantáneamente relajándolo


incluso cuando su corazón se detuvo. No fue hasta que ella lanzó un pequeño 41
suspiro mientras giraba una página en su libro que se dio cuenta que se había
movido más cerca de ella. No tenía por qué inmiscuirse. Esta mujer obviamente vino
aquí para estar sola. A regañadientes, dio un paso atrás. En su apuro por escapar
inadvertido, golpeó sobre un cubo y perturbó la paz del invernadero reservado.

—¿Quién está allí? —exigió la joven mujer mientras colocaba su libro en el


banco a su lado y se levantaba.

El aliento de Robert quedó atrapado en su garganta por la primera vista real


de su rostro. Era terriblemente hermosa con pálidos ojos celestes. Fácilmente, la
mujer más hermosa en la que había puesto los ojos y la quería. Le dio a su cabeza
una ligera sacudida. Ni siquiera conocía a esta mujer. ¿Qué diablos le pasaba?

—Puedo verte, así que bien podrías salir —dijo Elizabeth, colocando su
pequeño libro en el cojín junto a ella.
Observó mientras un hombre guapo con vívidos ojos verdes daba un paso
adelante. Su cabello negro estaba cortado bajo y con un estilo diferente de lo que era
popular, pero se veía bien en él. Su piel era bronceada como la de ella. Era una de
las muchas cosas de las que su madre se quejaba, pero a ella le encantaba el aire libre
demasiado para importarle. Anhelaba la calidez del sol en su piel demasiado para
ser molestada con el hecho de que oscurecía su piel y la hacía poco atractiva.

—Lo siento, miladi. No quise molestarla. Me iré —dijo con una voz profunda
que ella encontró relajante mientras hacía una leve inclinación de cabeza un poco
antes de dar un paso atrás para hacer justamente eso.

—No, por favor. No tiene que irse. Sería insensible de mi parte si le envió de
nuevo en la noche fría si deseaba una escapada tranquila. Creo que este invernadero
es lo suficientemente grande para que ambos busquemos un refugio tranquilo —
dijo ella con una sonrisa, odiando la idea de enviar a nadie en el frío y obligarlo a
volver a un baile del que no había sido capaz de escapar lo suficientemente rápido.

42

—¿Cómo sabes que estaba buscando soledad? ¿Tal vez me iba a reunir con
una amante? —dijo, lamentándolo antes de que la última palabra dejara sus labios.

¿Qué diablos le pasaba? Ella probablemente le daría una bofetada o se


desmayaría completamente ante su falta de decoro.

Realmente era un idiota.

En cambio se rio, en verdad rio. Fue suave, encantador y real. No era nada
como las pequeñas risas falsas y risitas de mujeres como Lady Penelope. Las mujeres
como ella fingían todo en la vida sólo para ser aceptadas por la alta sociedad y para
atrapar a un marido, que no quería nada más que un cuerpo cálido para producir
un heredero y no quería la molestia de una mujer con un cerebro.

—¿Qué es tan divertido, miladi? ¿Estás sugiriendo que no podría encantar a


una mujer para reunirse conmigo para una cita? —dijo lentamente, preguntándose
si sabía lo encantadora que era su risa.

Con un suspiro, dejó de reír, pero afortunadamente todavía estaba sonriendo.


—No, lo siento. Estoy segura que un hombre tan guapo como usted no
tendría dificultades para encontrar una mujer para compartir su tiempo.

Robert no pudo detener la estúpida sonrisa completa que elevó sus labios.
Por supuesto que había sido llamado guapo antes, pero por alguna razón que no
pudo comprender en el momento, escucharla decir eso le gustó enormemente.

—Entonces, ¿qué te trajo a la conclusión de que estaba buscando privacidad?

Ella se encogió de hombros mientras se sentaba de nuevo, inclinándose hacia


el costado para que pudiera enfocar su atención en él.

—Bueno, está el hecho de que este invernadero en particular está mucho más
allá de la distancia adecuada de la casa. Ningún hombre va a venir aquí con una
mujer a menos que esté buscando ser atrapado. —Él no pudo evitar asentir en
acuerdo—. Luego está el clima. Hace mucho frío afuera. Una mujer probablemente
se quejaría de la distancia de la casa al invernadero. También por otra parte,
probablemente rechazaría la sugerencia abiertamente, sabiendo que estaba
demasiado frío afuera y que ella no sería capaz de extraer su chal sin levantar
sospechas. 43
Una vez más asintió de acuerdo.

—Entonces, por supuesto, está lo obvio.

—¿Lo cuál es? —preguntó él, acercándose.

—Un caballero no se reuniría con una mujer aquí. Él la escoltaría para que no
tuviera la oportunidad de cambiar de opinión o aceptar la invitación de otro hombre.
También les tomaría a ambas partes demasiado tiempo del baile. Si usted llegara
primero, habría un período de espera y luego el tiempo real de su reunión, sin
mencionar el momento en que uno de ustedes tendría que quedarse atrás para que
no pareciera como si los dos hubieran salido juntos.

Él no pudo evitar sonreír. La mujer era tan inteligente como atractiva. Miró
alrededor de la gran habitación mientras un pensamiento se le ocurría.

—Hmm, le ha dedicado a esto un poco de pensamiento. ¿Quizás va a


encontrarse con alguien aquí? ¿O ya se fue? —preguntó él, asegurándose de añadir
una nota de burla a su tono.

La sonrisa de ella se debilitó un poco mientras sacudía la cabeza.


—No, nunca ha habido ninguna reunión para mí y probablemente nunca la
habrá —admitió con un pequeño encogimiento de hombros y un tono melancólico
que casi se perdió.

—¿Por qué no?

—No planeo casarme —explicó con una pequeña sonrisa.

—¿Por qué no desea casarse? —preguntó él, obligándose a sonar casual. No


estaba ofreciéndose. Oh, diablos no. El matrimonio no iba a suceder para él a menos
que estuviera desesperado por un heredero por el bien de su familia. No tenía
intenciones de estar atado a una mujer por el resto de su vida, alguien que fuera
constantemente un estorbo y dependiera de él para su felicidad.

Se vio pensativa por un momento antes de hablar.

—No quiero ser propiedad de ningún hombre.

—Pensé que es por eso que estas cosas —Hizo un gesto hacia el baile—, eran
organizadas, para que las mujeres jóvenes pudieran encontrarse a sí mismas un
marido. Por lo tanto, podrían seleccionar un marido apropiado, alguien para cuidar
44
de ellas.

Ella se encogió de hombros de manera indiferente.

—Sí, me atrevo a decir que muchas de las mujeres están aquí por esa razón y
me encontrarían completamente tonta, porque no deseo encontrar un marido en uno
de estos eventos orquestados.

—Entonces, ¿por qué vino? —Dio un paso más cerca.

—Probablemente por la misma razón que usted.

—¿La cuál es? —incitó. No quería que ella dejase de hablar por temor a que
uno de ellos tuviera que irse. Quería hacer esto último, pero lo más importante,
quería verla sonreír y escucharla reír una vez más antes de que tuviera que hacer lo
correcto y alejarse.

—Bueno —Se vio pensativa—, en su caso asumiré que su madre o su padre


le persuadieron a asistir. Si tuviera que adivinar, diría que su madre era la que
esperaba su asistencia.

—¿Oh?
Ella asintió firmemente.

—Su madre, definitivamente su madre. Si fuera su padre, simplemente habría


hecho una aparición, bailaba con unas cuantas mujeres para hacerle pensar que
estaba buscando una esposa y terminaría con ello.

Estuvo de acuerdo.

—¿Si fuera mi madre? ¿Qué razón tendría para asistir entonces?

—La mayoría de las madres desean que sus hijos se casen por una simple
razón, nietos. Vino aunque claramente no quieres estar aquí. Vino a hacer feliz a tu
madre, porque ella solicitó su asistencia y obviamente se preocupas mucho por tu
madre. En lugar de simplemente marcharse, buscó un lugar para esconderse.

Él arqueó una ceja ante eso.

—O podría ser que vine aquí en su carruaje y estoy atrapado aquí hasta que
ella decida que es hora de irse —dijo arrastrando las palabras.

Los ojos de ella lentamente se movieron por su cuerpo de una manera


evaluativa, pero no de la misma manera que Penelope lo había mirado. La mirada 45
de esta mujer no le molestó. Su mirada le hizo estar más recto como si cada músculo
en su cuerpo se flexionara bajo su escrutinio, haciéndole sentir como un idiota,
incluso cuando se preguntaba si le gustaba lo que veía.

—Obviamente eres un hombre con medios. Podrías haber rentado un caballo


e irte. Siempre hay una sala de cartas para escapar o simplemente te podías ir con
un amigo.

—O caminado —añadió él.

Ella sonrió.

—Prefiero caminar yo misma. Sí, podrías haber caminado siempre que tu casa
estuviera lo suficientemente cerca.

—Dos millas.

—Eso no es muy lejos.

—No, no lo es. —Él prefería disfrutar de caminatas. Se encontró dando paseos


todas las tardes. Incluso en Londres descubrió que disfrutaba caminando. Los olores
vulgares de la ciudad y las multitudes no parecían amortiguar su disfrute lo
suficiente como para detenerse.

La miró cuidadosamente. Su piel era del color de la miel clara. Parecía en


forma, pero no demasiado delgada. Sus pechos eran de buen tamaño, no demasiado
grandes, pero perfectos para sus manos, y de lo que recordaba cuando estuvo de pie,
sus caderas eran generosas. Estaba dispuesto a apostar que sus piernas estaban bien
definidas, probablemente debido a horas de caminata.

—Entonces, estás aquí porque tus padres quieren que te cases —presumió de
lo poco que sabía de ella y lo que sabía acerca de las mujeres de su posición en
general.

Ella le dio una sonrisa de ensueño que hizo que su pecho se apretara.

—Cuando era niña no quería nada más que tener una posición. Todo parecía
tan mágico, bailes, bailar y ser cortejada por hombres guapos —añadió el último con
un tono de burla.

Él sonrió.
46
—Parece el sueño de todas las chicas de encontrar al Príncipe azul. ¿Qué pasó
con el cambio de ese sueño? —preguntó, acercándose. Ahora estaba parado a pocos
metros de ella. Su original pensamiento de que ella era hermosa destrozado. Ella no
era nada menos que una diosa.

Ella suspiró pesadamente.

—Anthony.

Sintió un tirón de malestar. ¿Eran celos?

—Entonces, ¿estás enamorada de este Anthony?

Por favor, Dios, no.

Ella se rio.

—No. Es mi cuñado. Mi hermana se casó por amor. A ella no le importaba un


título o dinero. La hizo feliz, todavía lo hace. Son la pareja más feliz que conozco y
sus hijos son extraordinarios.

—Y quieres eso para ti misma —supuso.


—Lo más probable es que nunca suceda para mí —dijo con un encogimiento
de hombros descuidado que le arrancó el corazón y le dejó preguntándose por qué
le importaba tanto.

47
Traducido por Florff
Corregido por Carib

N
o iba a decir a este extraño que era una heredera. Si resultaba ser un
cazador de fortunas estaría en problemas. Podría hacer sonar la
alarma fácilmente y estaría comprometida y obligada a aceptar su
mano. No sería capaz de sobrevivir estando atrapada en un matrimonio sin amor.

—Bien, si deseas casarte por amor, ¿por qué no disfrutas más de noches como
estas?

Ondeó la mano vagamente en el aire.

—¿Esto? Esto está todo orquestado. La gente viene aquí buscando el contacto
48
correcto, la cantidad de dinero correcta, y el mejor chisme. Nadie viene aquí
buscando amor. Sabía antes de mi debut que nunca encontraría amor en un baile.
Tan solo sucederá… de alguna forma, en algún lugar.

Dio otro paso hacia delante.

—Pero viniste de todas formas.

Parecía melancólica.

—Hasta el día en que me case, pertenezco a mi padre y después a mi marido.


No soy considerada nada más que una propiedad. Si deseo tener ciertos derechos o
beneficios, primero debo hacer feliz al hombre de mi vida. Después, si es generoso,
se me permitiría seguir mis propias aspiraciones. —Por supuesto, todo esto
cambiaría con su herencia.

Sin una palabra, se movió para sentarse cerca de ella en el banco acolchado.
Se inclinó hacia delante, descansando sus codos en las rodillas.

—Suena injusto, pero no entiendo qué clase de ocupaciones podría tener una
mujer que un hombre no permitiría. Seguramente tu padre te animaría a bordar,
pintar acuarelas, tocar el pianoforte.
—Me temo que entonces me encontrarás un poco inusual.

—Pruébame. —Inclinó la cabeza a un lado para observarla mientras exhalaba


un profundo aliento.

—Si no sonrío, me veo bonita, asisto a las funciones correctas, acepto las
atenciones de los caballeros apropiados, mi padre gobernará mi vida con puño de
hierro. No me gusta bordar. Preferiría coser colchas ya que eso parece un mejor uso
de una habilidad para mantenerme cálida que hacer algo que parece frívolo.
Disfruto cocinando, pero se supone que no debo. Ninguna mujer de sociedad se
supone que disfrute de eso. Se supone que disfruta ordenando a otra gente que haga
eso por nosotros —dijo ella con una sonrisa conspiradora que él encontró
extrañamente adorable.

—Pero tú no —murmuró él, sonriendo—. Apuesto a que haces bollos


deliciosos —bromeó.

Ella sonrió maléficamente.

—Mi cuñado y mis sobrinos creen firmemente en ellos.


49
Echó otra mirada a su delgada figura.

—No pareces alguien que disfrute cocinando.

Ella puso los ojos en blanco de una manera encantadora.

—Me gusta cocinar, no comer.

—Mis disculpas. —No podía dejar de sonreír cerca de esta mujer. Estaba
seguro que parecía tonto, pero por el momento de verdad que no le importaba—.
Así que, dime ¿qué otras ocupaciones escandalosas te divierten? ¿El contrabando?
¿La piratería?—bromeó él.

Se rio.

—No, no soy del todo una vergüenza. Disfruto leyendo, asistiendo al teatro,
dando paseos, jardinería, disparando y nadando. —Los ojos de él se ampliaron por
la sorpresa ante eso—. Disfruto de cosas que mi padre cree que son más adecuadas
para hombres —explicó con una sonrisa traviesa.

—Ya veo. —Asintió, sorprendido por su lista de ocupaciones. La mayoría de


las mujeres estarían horrorizadas de oír que otra mujer disfruta con semejantes
cosas. Tenía que admitir que la mayoría de los hombres también estarían
sorprendidos. Nunca entendería eso ya que eran todas ocupaciones dignas.

—Estoy segura que lo haces —murmuró ella—. Se supone que no le diría esto
a nadie. Mi padre estaría furioso si descubriera que te lo dije. Supongo que no es que
importe de todos modos.


—¿Por qué ya no importa? —preguntó en tono suave.

—Tan solo no importa —dijo con un encogimiento de hombros.

Estaba deseando dejarlo por el momento, pero necesitaba desesperadamente


que continuara hablando.

—¿Has disfrutado de ser presentada en sociedad?

Asintió.

—He disfrutado pasando más tiempo con mi hermana. Ha sido agradable


verla como una amiga y no solo como una hermana pequeña. Lo es todo para mí.
He disfrutado del teatro, algunas de las cenas, e incluso de ser cortejada. —Podría
haber jurado que él frunció el ceño, pero se fue antes de que pudiera estar segura— 50
. Todos los hombres que me han cortejado se han vuelto queridos amigos.

—Pero aún no te gusta salir en sociedad —aseguró él.

Giró la cabeza y se encontró con su mirada. Sus caras estaban a menos de


treinta centímetros de distancia. Robert luchó contra la urgencia de bajar la mirada
a sus labios.

—¿A ti te gusta?

—No, no me gusta. No me gustan las decepciones. Odio los chismes. No me


gusta ser perseguido por mi dinero o posición. Odio tener mujeres tratando de
atraparme en un matrimonio. Desprecio el juego que se espera que juegue. No
quiero una mujer tímida que se doblegue a todos mis caprichos. Es ridículo.

Ella asintió en acuerdo mientras miraba a lo lejos.

—Sí, lo es.

Después de algunos momentos de silencio sorprendentemente cómodo,


habló.

—¿Puedo preguntar por qué estás aquí asistiendo si no quieres casarte?



Cuando le devolvió la mirada, sus ojos cayeron en sus labios, sus labios llenos
y deliciosamente rosas. Rápidamente levantó la mirada antes de hacer algo que
lamentaría.

—Un trato, supongo —dijo ella simplemente.

—¿Un trato? ¿Están intentando obligarte a casarte? ¿Tu familia necesita


dinero? —Otro pensamiento se le ocurrió, uno que hizo que su estómago se
encogiese—. Has sido atrapada… eh… —Por favor no dejes que ella esté
embarazada del hijo de otro hombre.

Le golpeó ligeramente su hombro y se rio.

—¡No! Dios mío, no. Los hombres que mis padres empujan en mi camino son
tediosos como Lord Dumford.

Estuvo cerca de atragantarse.

La sonrisa de ella desapareció, instantáneamente reemplazada por un ceño


preocupado.

—Oh no, es amigo tuyo y acabo de insultarle —dijo, sonando 51


verdaderamente contrariada.

Echó la cabeza hacia atrás y se rio.

—¿Lord Dumford un amigo?¡No! El hombre cita versículos de la Biblia por


diversión. No podría imaginarme un destino peor que pasar una hora en compañía
de ese hombre.

—Gracias. Tus palabras han sido realmente reconfortantes —dijo secamente,


ganándose otra risita de él. No podía recordar la última vez que se había sentido tan
relajado en compañía de otra persona. Normalmente mantenía su guardia alta,
negándose a permitir que nadie sacara lo mejor de él.

—Lo siento —murmuró antes de preguntar—. Entonces, ¿por qué le permites


cortejarte?

Suspiró pesadamente.

—Me temo que mis padres no están felices con el estado de mi vida. Tengo
veintitrés años y aunque todos ellos piensan que a estas alturas debería estar casada,
yo no. He rechazado a cada pretendiente que ha pedido mi mano. Temen que
acabarán con otra solterona en sus manos. —Tampoco querían que su herencia
quedase bajo su control, pero no había necesidad de decirle esto.

—¿Cuántos hombres han pedido tu mano? —preguntó. Sabía que no era


apropiado preguntar eso, pero de alguna forma supo que no le importaría. No
parecía de ese tipo. Parecía ser sincera y directa. Era un cambio bienvenido.

Su cara se arrugó con deleite.

—Cincuenta y cinco.

—¿Cincuenta y cinco hombres han pedido tu mano y solo tienes veintitrés?


¡Buen Dios!

Se encogió de hombros con indiferencia.

—Es muy fácil llevarse bien conmigo.

A él le gustó eso. Le gustaba que no se refiriera al hecho de que era


increíblemente hermosa o a la dote que pudiera tener, aunque estaba seguro que
algunos de los hombres estaban detrás de ambos. Si tuviera una buena dote, sería
un buen objetivo muy buscado por su belleza. 52
—Lo creo.

Su mano encontró la suya. Le dio un pequeño apretón antes de soltarla.

—Lo siento. Saliste aquí buscando algo de soledad. —Agitó casualmente la


mano en el aire—. Te dejo. —Extendió el brazo al otro lado y levantó un pequeño
libro con una cubierta de piel desgastada.

—¿Qué estás leyendo? —preguntó él. No había escapado a su atención que


había traído un libro a un baile—. Te escabulles un montón, ¿no?

Le dio una mirada avergonzada.

—Me temo que tengo una tendencia a esfumarme.

Advirtió la tarjeta de baile en su muñeca. Estaba llena, lo que no le sorprendió.

—¿Y el libro?

Lo sostuvo y se encogió de hombros.


—Es una de mis obras favoritas. Me ayuda a relajarme. Tuve el
presentimiento de que lo necesitaría esta noche por la manera en que mi madre y mi
hermana se estaban comportando.

Casi no podía descubrir las palabras de la portada.

—¿Qué obra?

Su cara entera se iluminó. Obviamente obtenía una gran alegría con ese libro.

—Como les guste de Shakespeare. Es mi favorito absolutamente —dijo


soñadoramente.

Robert gruñó.

—Ahora voy a tener que besarte.

53
Traducido por Myr62
Corregido por Carib

E
lizabeth no tuvo oportunidad de responder antes de que sus labios
tocaran los suyos. No podía pensar mientras rozaba suavemente sus
labios contra los de ella, la gentil caricia la tomó por sorpresa. Sus
manos fueron automáticamente a su pecho. Estaba dispuesta a empujarlo lejos para
poder irse antes de que alguien los encontrara y se viera obligada a contraer un
matrimonio que no quería cuando se le ocurrió algo.

¿Y si esta fuera su única oportunidad de saber lo que era estar con un hombre,
un hombre que realmente quería? No quería vivir su vida llena de arrepentimientos.
No quería preguntarse qué se había perdido al no casarse nunca, si eso era lo que le
54
esperaba en el futuro. En ese momento decidió que si iba a vivir su vida como
solterona, entonces iba a disfrutar de este momento con… cualquiera que sea su
nombre y cedería a esta abrumadora atracción que sentía por él. Después de un
momento, se permitió relajarse y disfrutar de sus besos y las sensaciones que
provocaban y atormentaban su cuerpo mientras se perdía en su toque.

Rozó sus labios una vez, dos veces y una vez más. Su boca era suave y dulce,
pero no era suficiente. Pasó la punta de su lengua sobre su labio inferior. Jadeó
sorprendida, abriendo un poco la boca, pero fue suficiente para él. Inclinó la cabeza
hacia un lado y profundizó el beso.

Elizabeth no sabía qué pensar cuando sus labios se movieron contra los de
ella, excepto que, por alguna razón, se sentía bien, perfecto. Sus besos no eran
frenéticos ni descuidados. Eran dulces. Cuando deslizó burlonamente su lengua
dentro de su boca, al principio se quedó demasiado aturdida para reaccionar ante la
invasión. Luego, lentamente, comenzó a derretirse en sus brazos. Sus manos se
deslizaron por su pecho, disfrutando la sensación de tocar músculos duros debajo
de su abrigo hasta que encontró sus hombros.
Gimió cuando la atrajo más, disfrutando, hasta que su maldita conciencia lo
molestó. Tan maravilloso como se sentía besarla, supo por los trazos no practicados
de su lengua y labios que era inocente. Se apartó y la miró a los ojos, suplicando para
que ella no terminara esto. Esta tenía que ser su elección, porque no iba a detener
esto si tenía una opción en el asunto.

Por un momento, ninguno de los dos se movió. Se miraron, jadeando


ligeramente mientras esperaban a que el otro pusiera fin a esta locura. Poco a poco,
se movió, dándole la oportunidad de detener esto mientras suplicaba para que no lo
hiciera. Cuando su boca volvió a tocarla, era todo menos tímida. Este beso era
caliente, salvaje y posesivo. Las palabras estaban más allá de ellos. Robert la acercó
hasta que sus senos fueron presionados más firmemente contra su pecho.

Elizabeth pasó sus dedos por su cabello, disfrutando de la sensación de


suavidad. Él alejó su boca de la suya, mordisqueando su oreja y cuello. Pasó sus
dedos por debajo de la parte superior de su vestido y lentamente bajó el material,
arrastrando su ropa interior también, hasta que sus pechos estuvieron desnudos.

Todavía ninguno de los dos habló.


55
Deslizó su lengua desde su cuello hasta sus pechos, dejando un rastro
húmedo detrás que provocaba que los dedos de sus pies se curven. Elizabeth gimió
mientras pasaba sus manos por su espalda, animándolo a continuar cuando debería
estar alejándolo y corriendo tan rápido como sus piernas podían llevarla de regreso
a la seguridad del baile. Pasó su lengua en un movimiento circular alrededor de un
tenso pezón antes de meter el duro guijarro en su boca, matando efectivamente
cualquier pensamiento que ella pudiera haber tenido de terminar con esto.

Levantó la mano y le tomó el otro pecho. Lo pesó en su mano, lo apretó y pasó


su pulgar alrededor del firme pezón. Sostuvo el pecho en su boca y, después de una
última lamida del pezón que había estado adorando, su boca aceptó la ofrenda con
avidez. Lamió y chupó el enorme seno hasta que ella se puso a gemir más fuerte y
le clavó los dedos en los hombros, desesperada por más.

Elizabeth pensó que iba a morir por el placer que le estaba dando. Se sentía
increíble. Mejor de lo que había imaginado, pero faltaba algo. Después de un
momento, se dio cuenta de lo que era ese algo. También necesitaba tocarlo.
Decidiendo que no iba a esperar una invitación, le quitó la camisa, desesperada por
el contacto.
Él se sorprendió cuando sintió que sus manos trabajaban en los botones de su
abrigo, pero, sin embargo, estaba enormemente complacido. Soltando sus pechos, se
quitó la corbata y se quitó las prendas exteriores, dejando solo su camisa hasta que
también desapareció.

Elizabeth extendió sus temblorosas manos y le pasó los dedos por el pecho,
disfrutando de la sensación de su piel suave y cálida sobre el músculo duro. Pasó
sus dedos tímidamente sobre un pezón plano, haciéndole gemir. Sus manos se
movieron hacia abajo para trazar los músculos que formaban su vientre plano.
Volvió a gemir, pero no dijo ni hizo nada para detenerla.

Quería seguir tocándolo, pero sus brazos estaban efectivamente sujetos a sus
costados por su vestido, limitando sus movimientos. Se mordió su labio inferior
nerviosamente mientras sacaba sus brazos, empujaba el vestido y lo movía hacia
abajo alrededor de su cintura. Vio cómo la miraba con ojos hambrientos. Su
respuesta le dio el valor para continuar. Haciendo a un lado su nerviosismo, se
inclinó y lo besó. Robert la tomó por la cintura y la sostuvo firmemente mientras se
besaban casi desesperadamente.

Sin romper el beso, la ayudó a levantarse hasta que ambos estuvieron de pie. 56
Alcanzando detrás de su espalda, desabrochó los botones de su desaliñado vestido.
Lentamente lo empujó hacia abajo y esperó pacientemente hasta que se lo quitó,
dejándola desnuda, excepto por sus medias y zapatillas. Sólo una persona la había
visto desnuda antes y esa había sido su doncella. Debería estar avergonzada, pero,
curiosamente, con él no se sentía tímida ni cohibida. Se sentía hermosa, querida y
apreciada.

Vio mientras se arrodillaba frente a ella. Suavemente le bajó las medias,


quitándole las zapatillas en el proceso. Presionó besos calientes en su piel mientras
regresaba a su boca. Lo atrajo a sus brazos y lo besó con avidez, incapaz de tener
suficiente.

Sus manos vagaron sobre su cuerpo, tocando sus brazos, senos, estómago,
espalda, trasero y piernas. Cada toque hacía que su estómago se tensara y el área
entre sus piernas le doliera. Quería más, pero no sabía qué.

Él parecía saberlo. Movió la boca hacia su cuello y le succionó la piel en el


camino de regreso a sus pechos. Una vez que encontró su pezón, su mano se abrió
paso entre sus piernas. La ahuecó y pasó sus dedos por rizos resbaladizos. Ella gimió
ruidosamente, incapaz de contenerse.
Cuando deslizó un dedo en su interior, la encontró caliente, húmeda y lista.
Gimió y movió su boca hacia la de ella mientras trabajaba con un dedo dentro y
fuera. Pronto ella se estaba moviendo contra su dedo, su cuerpo desesperado por
liberarse. Él no podía esperar. Ni siquiera podía pensar en algo más que entrar en
ella.

Su otra mano trabajó frenéticamente en sus pantalones. Con un gemido,


rompió el beso y sacó su mano del cielo de miel que no podía esperar para explorar.
Se agachó, se bajó los pantalones y se quitó las botas hasta que también estuvo
desnudo.

Sus labios rápidamente volvieron a los de ella. Era una necesidad


desesperada que no podía negar. Jadeó y luego gimió ruidosamente en su boca
cuando sintió que sus dedos corrían con curiosidad sobre su erección. Nunca en un
millón de años había pensado que sería tan apasionada, no sabía que era posible.

Extendió la mano entre sus cuerpos y envolvió suavemente su mano


alrededor de su longitud y la movió, mostrándole lo que le gustaba. Ella lo hizo,
haciéndole jadear y gemir. Deslizó su mano de nuevo entre sus piernas, deslizando
un segundo dedo dentro de ella hasta que estuvo gimiendo y llorando suavemente 57
en su boca. Permanecieron allí durante varios minutos mientras el placer se elevaba
a través de sus cuerpos.

Era demasiado para cualquier hombre cuerdo. Retiró su mano y la empujó


suavemente con su cuerpo sobre el largo banco acolchado apartando su mano. La
besó profundamente mientras se posicionaba. Una parte suya era consciente de que
era muy probable que estuviera a punto de tomar su virginidad, pero no le
importaba. No estaba diciendo nada y él tampoco. En ese momento estaban
demasiado lejos como para preocuparse por las reglas, la decencia o las
consecuencias que probablemente iban a destrozar sus vidas.

Robert se posicionó y empujó sin poder esperar más. La oyó jadear de dolor
y la besó profundamente, intentando distraerla. La punta de su eje entró en contacto
con la prueba de su inocencia. Cuando no protestó, gritó o le exigió que se bajara de
ella, él se echó hacia atrás y empujó hasta que se enterró profundamente.

De alguna manera, fue capaz de contenerse cuando todo lo que había en él


exigía que se moviera. Una mirada a su hermoso rostro y fue golpeado en el culo.
Era increíblemente hermosa mientras trataba de darle una sonrisa tranquilizadora
incluso mientras las lágrimas se deslizaban por su rostro. Presionó tiernos besos en
sus mejillas, besando sus lágrimas, queriendo asegurarle que la cuidaría.

Movió su boca hacia la de ella y la besó lentamente, tratando de mostrarle lo


mucho que significaba para él estar con ella. Nunca había sentido tanto por otra
persona en toda su vida y por alguien que no conocía, lo que lo sorprendió. Nunca
permitió que nadie se le acercara, no confiaba en nadie. No podía entender cómo
consumía todos sus deseos. Quería abrazarla toda la noche y mantenerla a salvo de
todo daño, algo que nunca había querido hacer con otra mujer.

Pronto, se acostumbró a la invasión y comenzó a moverse debajo de él,


probando su control. Lentamente rodó sus caderas asegurándose de que estuviera
realmente lista para él. Podía sentir cómo su boca se curvaba hasta convertirse en
una sonrisa debajo de la suya y fue entonces cuando se dio cuenta que él también
sonreía, haciéndole reír. Por primera vez en mucho tiempo, se sintió despreocupado.
La besó profundamente mientras empujaba lentamente dentro de ella, disfrutando
de la sensación de las húmedas paredes de seda acariciando su pene.

Elizabeth instintivamente envolvió sus piernas alrededor de su cintura,


tratando de mantenerlo en su interior. Robert ahuecó su pecho, apretándolo 58
suavemente mientras su pulgar pasaba sobre su duro pezón. Los gemidos, el
crepitar del fuego y los sonidos de los cuerpos que se golpeaban suavemente se
hacían eco en todo el invernadero tenuemente iluminado.

Robert podía sentir su cuerpo apretarse como un torno a su alrededor. Gimió


mientras se movía más y más rápido, haciéndola gritar de placer. Sus uñas se
clavaron en su espalda, pero no le importó. Abrió los ojos y vio cómo su mundo
explotaba. Necesitaba que encontrara su liberación antes de poder retirarse. Estaba
decidido a hacer esto por ella.

Su cuerpo comenzó a apretar despiadadamente a su alrededor. Tan bien


como se sintió al tenerla agarrando su pene de esta manera, se sintió aún mejor al
saber que él había sido quien le había dado este placer. Demonios, quiso reír y gritar
de alegría porque esta hermosa descarada encontró su momento con él. Su descarada.

La realidad del momento lo golpeó duro. Todavía lo apretaba y gemía. Su


boca encontró su cuello y lo besó con avidez, chupando, lamiendo y sacándolo de
su maldita mente. No pudo contenerse. Necesitaba desesperadamente retirarse. Se
estaba acercando demasiado. Sólo un empujón más, se dijo, solo uno más.
Mientras su liberación se precipitaba sobre él, jadeó, intentando encontrar la
fuerza para alejarse. Justo cuando de alguna manera encontró la fuerza de voluntad
para retirarse, comenzó a apretarlo otra vez, rompiendo completamente su
resistencia. Su cabeza cayó hacia atrás y contuvo un rugido de placer cuando
encontró su propia liberación. Fue el momento más intenso de su vida. Continuó
moviéndose hasta que estuvo seguro que ella había terminado. Cuando sintió que
sus paredes se apretaban suavemente alrededor de él una última vez, cayó sobre
ella, besando perezosamente su cuello, barbilla y boca. Todavía ninguno habló.

Robert estaba demasiado débil para hablar. Era la forma más extraña de
tomar la virginidad de una mujer, sin ninguna palabra ni promesa ni explicación.
Siempre había sido un amante amable, tomando a una mujer lentamente para
prolongar su liberación. Nunca antes se había impuesto a sí mismo. En este
momento, su cuerpo estaba agotado y empapado. Esta fue la experiencia sexual más
intensa de su vida y ni siquiera sabía su nombre.

No es que alguna vez haya hecho el amor con una inocente antes, pero
seguramente le debería haber dicho algo. Al menos deberían haber intercambiado
sus nombres. Fue sin duda, la noche más apasionada de su vida. Nunca antes se 59
había sentido tan movido por la lujuria o la necesidad de hacer el amor con una
mujer.

Se echó hacia atrás para mirarla, esperando que llorara, gritara o le pegara.
Había sido un canalla al quitarle la inocencia. Pero en lugar de hacer lo que esperaba,
lo que se merecía, le sonrió dulcemente y le dio un tierno beso en la boca. Robert
convirtió el beso en una lenta y profunda muestra de aprecio, pasión y necesidad.
Todavía estaba dentro de ella y se sorprendió al descubrir que se estaba
endureciendo de nuevo. La quería una vez más, desesperadamente, pero no podía
hacerle eso.

Tomó aire para tranquilizarse y lentamente comenzó a retirarse, sin embargo,


las piernas de ella se envolvieron con fuerza alrededor de su cintura y lo atraparon.
Levantó una ceja en cuestión. Luego habló por primera vez desde que empezaron.

—¿Podemos hacerlo otra vez? —preguntó tímidamente.


Traducido por Myr62
Corregido por Carib

R
obert solo pudo reírse. Se inclinó y la besó.

—Sí, descarada, podemos hacerlo de nuevo. —Puntuó cada


palabra con un lento empuje de su eje endurecido.

Esta vez la tomó lentamente, disfrutando de cada empuje dentro de su


cuerpo. Era apasionada, muy apasionada. No le bastaba con tenderse allí mientras
él tenía relaciones sexuales con ella. Besó su boca, barbilla y cuello con avidez
mientras sus manos corrían a través de su pelo, por su espalda y, finalmente, le
ahuecaban el culo. Podía jurar que gemía de placer sólo por tocarlo. 60
Rompió el beso y se alejó lo suficiente para poder ver su cara. Ella le sonrió
tímidamente. Era tan hermosa. Ralentizó su ritmo e hizo sus empujes más
superficiales, enfatizando cada movimiento. Ella se lamió los labios con hambre.

—Te gusta eso, ¿verdad, descarada?

—S… sí, por favor no te detengas.

Sacudió la cabeza.

—Nunca.

Tomó suavemente sus manos y las sostuvo sobre su cabeza, entrelazando sus
dedos mientras le hacía el amor. El gesto hizo que lo que estaban haciendo se sintiera
más intenso. Pronto ella echó la cabeza hacia atrás y gimió.

Robert tomó su boca, besándola profundamente mientras aceleraba sus


empujes. Ella le tomó las manos con fuerza. Sintió que su cuerpo se tensaba a su
alrededor una vez más. No tenía sentido retirarse ahora. El daño ya estaba hecho.
Estallaron en el mismo momento. Esta vez no se molestó en tratar de ocultar su
placer. Estaban demasiado lejos del ruidoso salón de baile para que alguien los
escuchara. Incluso si no lo estuvieran, no había manera de detenerlo ahora.
—¡Oh, Dios! —rugió.

Se desplomó encima de ella, sudoroso y saciado. No conocía a muchas


mujeres que apreciaban a un hombre sudoroso encima, por lo que se movió para
quitarse cuando sus pequeños y cálidos brazos se envolvieron alrededor de sus
hombros.

Su descarada le dio un suave beso en la boca. Lo acercó más mientras


deslizaba sus manos sobre su espalda húmeda en un movimiento calmante. Besó su
mejilla y lo sorprendió cuando suspiró con placer. No pudo evitar preguntarse cómo
las mujeres podrían ser tan completamente diferentes.

Elizabeth movió la cabeza hacia atrás para poder mirarlo a los ojos.

—Gracias por esta noche. Siempre lo recordaré. —Se veía y sonaba muy
agradecida. No podía imaginar lo que había hecho, además de tomar su inocencia
sin preguntar. No debería agradecerle. Deberían dispararle.

Suspiró, sacudiendo la cabeza.

—Descarada…
61
—Shhh. —Presionó un dedo en su boca—. No quiero que te sientas culpable
por esto. Fue perfecto. Esta siempre será la noche más apasionante de mi vida y
siempre la atesoraré. Por favor, no te enojes. Yo no lo estoy.

—Descarada —comenzó otra vez— deberías estar enojada… lo que hicimos…


lo que hice fue inexcusable. Yo…

—No, sin palabras, sin disculpas. Sólo deja que siga siendo este momento
perfecto entre dos extraños que se encontraron cómodos entre sí.

¿Cómodos? Era mucho más que comodidad. Era intenso, indescriptible, y


posiblemente la cosa más estúpida que alguna vez había hecho. Acababa de
encadenarse a esta hermosa extraña.

Con verdadero pesar, se apartó de sus brazos y comenzó a vestirse.

—Escucha, tenemos que hablar.

—¿Sobre qué? —preguntó, poniéndose las medias. Se obligó a pensar en su


situación e ignorar sus hermosas piernas.

Se sacudió a sí mismo.
—Descarada, acabo de tomar tu inocencia. Necesitamos casarnos ahora. Creo
que al menos las presentaciones apropiadas están en orden. Mi nombre es…

Su pequeña mano rápidamente cubrió su boca.

—Por favor, no lo hagas. Necesito que lo entiendas. No tengo planes de


casarme. —Cuando él se echó hacia atrás para protestar, lo interrumpió de nuevo—
. No deseo casarme contigo. Lo que hiciste por mí esta noche fue un regalo especial.
Siempre estaré agradecida por ello. Por favor, permíteme conservar este hermoso
recuerdo.

Tras una larga pausa, asintió de mala gana. No tenía sentido discutir. Nunca
obligaría a una mujer a hacer algo que no quisiera hacer. Ciertamente no iba a
agradecer a esta mujer por la noche más maravillosa de su vida robándole su libertad
sin justificación.

—Si eso es lo que deseas, pero debería darte mi nombre por si acaso —Su
mirada se posó en su estómago—, tú y yo hicimos un hijo esta noche —concluyó en
voz baja.

Ella jadeó suavemente. No había pensado en eso. ¿Un bebé? Quería tener 62
hijos, desesperadamente. No es que alguna vez suceda. Su madre le dijo que era
imposible quedar embarazada la primera vez. Era inaudito. Así que no había nada
que temer.

—No hay nada de qué preocuparse —dijo mientras se peinaba, tratando de


tranquilizarlo.

Su única esperanza era que se viera presentable. No es que importara. Tan


pronto como regresara al baile, se iría con un dolor de cabeza. Después de un
momento tan maravilloso con él, no quería arruinar el recuerdo con los insípidos
hombres que sabía la esperaban.

Él también terminó de vestirse.

—¿No hay nada de qué preocuparse? Descarada, si estás embarazada de mi


hijo, ciertamente me preocuparé por eso. Nunca me quedaré de brazos cruzados
mientras mis hijos crecen sin mí. No soy esa clase de hombre.

No, de alguna manera sabía que él no lo era.


—Aquí —dijo él de repente mientras buscaba en sus bolsillos. Sacó un trozo
de lápiz pequeño y un pequeño trozo de pergamino del bolsillo de la chaqueta y
escribió su nombre, sabiendo que él probablemente ya estaría fuera del país.

Por un momento, pensó en retrasar su viaje por unos meses para asegurarse
de que no estaba embarazada, pero sabía que era imposible. Si lo buscaba, podría
descubrir rápidamente quién era su familia y pedirle ayuda a James. James movería
cielo y tierra para acercarla a él para que pudieran casarse de inmediato por el bien
del bebé. Apartaría a su hermano esta noche después de que dejaran el baile para
discutir el asunto.

Dobló la nota varias veces antes de dársela.

—Toma esto.

—No.

—No estoy tratando de arruinar esto. Si te encuentras con un niño, ábrelo y


ponte en contacto conmigo o con mi hermano, por favor. —Cuando no lo tomó, él
continuó—. Si no lo tomas, no podré permitir que te vayas hasta que consiga tu
nombre. 63
Con un profundo suspiro, tomó el pedazo doblado de pergamino y lo puso
en su retículo.

—¿Feliz?

Él sonrió.

—Extremadamente.

—¿Cómo está mi cabello?

La sonrisa tomó un significado diferente cuando se inclinó hacia delante y le


dio un beso en la frente.

—Perfecto.

—¿Debo ir primero y poner mis excusas para irme?

Él respectivamente asintió.

—Gracias por una noche maravillosa, descarada.


—El placer fue mío, señor —dijo, sonriendo tímidamente mientras se daba la
vuelta y se dirigía hacia la puerta.

Oh, no, querida descarada, definitivamente fue mío, pensó mientras la veía
alejarse.

Elizabeth se obligó a sonreír agradablemente y caminar a paso lento por el


abarrotado salón de baile cuando todo lo que quería hacer era huir de la multitud y
encontrar un lugar tranquilo donde pudiera calmar su acelerado corazón. De alguna
manera, logró deslizarse entre la multitud sin llamar la atención de ninguno de sus
muchos pretendientes no deseados y, lo que es más importante, de su madre,
mientras se dirigía a una habitación de retiro. Sin dudarlo, cerró la puerta con llave
y se hundió en el suelo.

En solo unos segundos, la realidad caló hondo. Su corazón se sentía como si 64


estuviera corriendo en su pecho. Acababa de perder su virginidad con un hombre
que no conocía, en un baile lleno de gente. Tan maravilloso como había sido, no
podía dejar de pensar en lo que podría haber sucedido si alguien los hubiera
encontrado o si hubiera resultado ser un cazador de fortunas. En este preciso
momento, podría verse obligada a anunciar su compromiso con un hombre que no
conocía.

Todo su futuro podría haberse arruinado en cuestión de minutos, porque se


dejó llevar en un momento de debilidad. Había sido tan tonta e increíblemente
afortunada.

¿Cómo pudo haber hecho algo tan irracional? Tenía un plan para su vida y,
ciertamente, no implicaba hacer el amor con un hombre que no conocía en un
invernadero de naranjas bien iluminado donde cualquiera podría haberse tropezado
con ellos. En cuestión de meses, iba a cumplir veinticuatro años y controlaría su
herencia. Luego se mudaría a su finca del norte, donde viviría el resto de su vida
lejos de las tonterías de la sociedad.

Había sido una mujer tan tonta esta noche, dejándose arrastrar por una voz
profunda y seductora, buena apariencia, ojos hermosos y una abrumadora
necesidad de hacer lo incorrecto. Había sido incapaz de negarlo. Cuando sus labios
tocaron los suyos, se sintió como si se hubiera encendido un fuego en su cuerpo y
parecía no poder tener suficiente de él. Sus mejillas ardían de vergüenza. ¡Lo que debe
pensar de ella!

¡Las cosas que hicieron!

¡Las cosas que ella hizo!

Se le ocurrió una idea bastante perturbadora. ¿Qué pasaría si se encontraran


en otro baile o en una fiesta? ¿Esperaría una repetición de esta noche? ¿Lo
permitiría? Le asustó lo rápido que pudo responder esa pregunta.

Sí, lo haría.

Si se le daba otra oportunidad de estar en sus brazos, no dudaría ni un


minuto. Arriesgaría todo por otro momento con él. Sabiendo lo débil que era cuando
se trataba del apuesto desconocido y lo que estaba en riesgo, decidió que sólo le
quedaba un curso de acción. Tenía que irse de Londres antes de lo que había
planeado originalmente.

65

—¡Ahí estás! —dijo su madre alegremente, demasiado animada.

Robert echó un vistazo alrededor del gran salón de baile, esperando encontrar
a su descarada. Fiel a su palabra, ella se había ido. Ahora se quedó en este horrible
baile recordándola. Simplemente podía preguntar por ella, pero eso los pondría en
una posición incómoda. La gente querría saber por qué estaba interesado y las
lenguas hablarían. Tal vez, si continuaba yendo con su madre de paseo por la ciudad
durante las próximas semanas, se encontrarían. Era posible.

—Oh, Robert, Lord y Lady Norwood están esperando para verte. Están muy
emocionados. No te han visto desde que tenías…

—Quince —dijo con un suspiro aburrido. Fue entonces cuando finalmente se


puso firme y se negó a estar cerca de Elizabeth Stanton. Ese fue también el año en
que la pequeña mocosa vertió tinta en su maldita taza de té frente a la hermosa
Eleanor Tidsby, quien gritó como loca antes de desmayarse cuando vio su boca
negra. Casi había matado a la mocosa en ese instante.
—Eso suena bien. Vamos —dijo, colocando su mano en su manga. Nadie en
este salón de baile sospecharía que tenía su brazo en un agarre mortal que sin duda
dejaría un gran moretón. No es que le importara. Tendría otras marcas en su cuerpo
de su descarada. Apenas se contuvo de sonreír como un idiota. Realmente fue
maravillosa, pensó justo antes de ver a Lady Stanton de pie junto a algunas mujeres
jóvenes, haciendo que su sonrisa desapareciera instantáneamente.

—No está esperando con su madre, ¿cierto? —preguntó.

—¿Quien?

—Elizabeth Stanton —dijo con fuerza, en absoluto de humor para ninguno


de los juegos de su madre, no esta noche.

Le palmeó el brazo.

—No, mi querido. Está en alguna parte. Es una lástima. Los dos son muy
parecidos.

—Retira eso o nunca tendrás nietos por mi parte —amenazó, insultado de que
su madre dijera algo tan horrible sobre él.
66
Ella puso los ojos en blanco y suspiró.

—Bien. No la volveré a mencionar. Qué susceptible —dijo en voz baja


mientras llegaban a Lord y Lady Norwood.

—Robert, hijo mío —dijo Lord Norwood con una cálida sonrisa mientras
extendía la mano y tomaba la de Robert firmemente en la suya. El hombre tenía
canas, pero aun así era impresionante.

—Es un placer volver a verlo, milord.

Por el rabillo del ojo, vio a Lady Norwood susurrar algo al oído de Heather.
No podía creer lo enorme que era la mujer. Tal vez la pequeña mocosa también lo
era. Aunque sea, pensó con un suspiro interno. Heather lanzó a su madre una mirada
molesta antes de hacer una reverencia y alejarse, claramente disgustada con lo que
su madre dijo. Su padre y su hermano se acercaron y se unieron a ellos un momento
después.

Una mirada a la expresión complacida de su madre y supo que estaba


tramando algo. Ella siguió mirando a la gran multitud expectante y luego, de nuevo,
a James antes de mirar a su padre, quien asintió levemente, como para responder a
una pregunta silenciosa. Oh, diablos, pobre James. Sus padres, al parecer, jugaban a ser
casamenteros. Conocía esa expresión en el rostro de su madre y en realidad temía el
día en que se enfocara en él, lo cual era otra razón por la que se estaba yendo.

—Robert, hijo mío, tu padre me hablaba de tu nueva propiedad. Felicitaciones


—dijo Lord Norwood con una cálida sonrisa que no se parecía en nada a la sonrisa
falsa que su esposa había puesto en su cara.

—Gracias, milord —dijo, sin molestarse en mencionar que ya no era dueño


de esa propiedad.

Por el rabillo del ojo vio que se separaban Lord y Lady Norwood. Un segundo
después, una joven fue prácticamente empujada entre ellos. Vio a James jadear y sus
ojos se agrandaron. Su madre se veía muy complacida, al igual que su padre. Robert
se dio la vuelta para ver qué estaban mirando y sonrió.

Su descarada.

—James, Robert, ¿recuerdan a nuestra hija menor, Elizabeth? —dijo Lady


Norwood con orgullo.
67
Oh, infiernos.
Traducido por Lyla
Corregido por Carib

E
lizabeth recorrió con los ojos al hombre que estaba delante. No iba a
desmayarse ni a gritar, decidió mientras trataba de mantener la
calma. Metió la mano dentro de su retículo, sacó el pequeño trozo de
papel y lo abrió mientras mantenía los ojos enfocados en el pequeño grupo que tenía
enfrente, sonriendo encantada mientras rezaba porque todo esto fuera un error. Tan
discretamente como le fue posible, miró el pedazo de pergamino que tenía en la
mano. Gimió interiormente. En el papel claramente escrito estaba el nombre de
Robert Bradford.

Esto no podía estar pasando…


68
La sonrisa de Robert desapareció solo para ser reemplazada por un ceño
fruncido en su dirección. Ella estaba a punto de decirle alguna elección de palabras
cuando James dio un paso adelante. Buen señor, el hombre era todavía un
espectáculo para la vista.

—Lady Elizabeth. —Tomó su mano y se inclinó—. Te has convertido en una


encantadora joven. —Hizo una reverencia incluso cuando sus ojos se dispararon de
nuevo a Robert. Su rostro ardía de vergüenza solo de pensar en lo que habían hecho.
El ceño de él se intensificó cuando notó su rubor.

—Están a punto de comenzar el vals de la cena —dijo su madre de manera no


muy sutil, intensificando su mortificación cuando en realidad no había pensado que
fuera posible.

—¡Ah, Lady Elizabeth!


Robert miró hacia atrás y casi se echó a reír. Lord Dumford venía a reclamarla.
Bueno. No había nadie que lo mereciera más que esta mujer. Le sorprendió la rapidez
con la que pasó de ser su descarada a la horrible mujer en su mente. Todos esos
recuerdos volvieron a inundarlo. Dios, la odiaba. No importaba que todavía la
deseara. La odiaba y eso era todo lo que importaba.

—¿Puedo tener el placer del vals de la cena y luego tal vez acompañarte a
cenar? —preguntó Lord Dumford con ese maldito tono pomposo que resonaba de
la peor manera.

—Lo siento, milord. Ya le he prometido a otro caballero bailar y cenar con él


esta noche —dijo con dulzura, muy amablemente.

—¿Quién? —preguntó Lord Dumford de manera bastante grosera.

—Yo —dijo James con firmeza.

¡Maldición!

James extendió su mano.

—Creo que este es nuestro baile, Lady Elizabeth —dijo James suavemente. 69
Sus padres estaban prácticamente embelesados. ¡Esto fue planeado! Querían a James
y Elizabeth juntos.

¡Al infierno que iba a pasar!

Él no lo soportaría.

Elizabeth no tuvo más remedio que aceptar su oferta. Aunque no le


importaría cumplir una fantasía infantil bailando con James, necesitaba hablar con
Robert y aclarar sus historias. Una vez hecho esto, lo golpearía felizmente con su libro,
pensó con una sonrisa.

—Creo que tienes razón, milord —dijo mientras tomaba el brazo que le
ofrecía, dejando a Robert detrás para mirarlos con furia.

Ocuparon su lugar entre las otras parejas en la pista de baile. James le sonrió.
—Debo decir, Elizabeth, que no te pareces en nada a la niña que recuerdo.

—Catorce años serán suficientes para eso, milord —dijo con frialdad,
haciendo que se estremezca visiblemente.

—Ay. Supongo que ahora debería disculparme por mi ausencia. No lo hice


para ser cruel, querida. Tuve que apoyar a mi hermano y todo eso.

—Eso pensé. Siempre estuviste cerca de mi familia. Supuse que tu ausencia


era para apoyar a tu hermano.

—Bueno, no podrías culpar al chico. Claramente lo estabas conduciendo por


el camino al manicomio —dijo con una sonrisa.

Se enorgullecía de eso. Realmente no debería, pero lo hacía.

—No era un ángel si recuerdo —señaló justo cuando comenzó el vals.

Él se rio.

—No, ciertamente no lo era. Recuerdo un incidente en el que te cortó el


cabello.
70
—Sí, creo que alguien puso alquitrán o alguna sustancia pegajosa en su silla
—dijo inocentemente.

James rio de corazón.

—Sí, creo que recuerdo eso. Se vio obligado a dejar sus pantalones y correr
hacia la casa, envuelto en una manta de caballo que pica.

Se encogió de hombros con delicadeza mientras giraban.

—Todavía no veo cómo me culpó por la colocación descuidada de alguien de


un artículo tan pegajoso.

Sus ojos brillaron con alegría.

—¿Cómo te atrapó? Si mi memoria es correcta, ambos eran tan cautelosos el


uno con el otro y constantemente en guardia.

—Estaba caminando debajo de un árbol con Mary cuando se agachó y agarró


mi trenza. El estúpido patán colgaba boca abajo desde una rama. Se agarró con
fuerza, ignorando las bofetadas de Mary mientras cortaba mi trenza con un cuchillo
de bolsillo sin filo.
Se encogió.

—Eso debió haber dolido.

Sonrió dulcemente.

—No tanto como la paliza que tu padre le dio a Robert más tarde.

—Lo apuesto. —Se rio—. Ustedes dos eran horribles.

—Yo era peor —dijo con un brillo en sus ojos. Se rio entre dientes mientras la
guiaba por la pista de baile.

Cuando el baile terminó, la llevó del salón hacia la sala de la cena. Caminó
con ella hasta una mesa junto a la pared del fondo y le ofreció una silla.

—Ahí están —dijo Robert, tomando uno de los asientos adicionales en su


mesa. Colocó un plato rebosante de comida y un vaso de ponche sobre la mesa.

—Por favor, únete a nosotros —dijo James secamente.

—Gracias, creo que lo haré —dijo Robert alegremente.

—Nos conseguiré algo de comer —le dijo James con amabilidad antes de que
71
dirigiera una breve mirada fulminante en dirección a Robert.

Elizabeth observó nerviosa mientras James se alejaba.

—Nunca va a suceder —dijo Robert alrededor de un bocado de galleta.

—¿Qué?

—Tú y mi hermano. James siempre pensará en ti como el pequeño dolor en


el trasero que solía seguirlo.

—Y siempre serás el niño molesto que solía dejar más charcos en la casa que
mi perro.

Su temperamento se encendió.

—¿Por qué, pequeña…


—Ah, Lady Elizabeth, ¿puedo unirme a usted? —preguntó un hombre con
una expresión ansiosa que molestó a Robert.

—No, vete —dijo Robert, mirando al hombre.

El hombre abrió la boca, pero la cerró rápidamente mientras se alejaba.

—¡Eso fue grosero! —siseó Elizabeth suavemente.

Él simplemente se encogió de hombros mientras comía su comida.

—Aquí tienes. —James colocó un pequeño plato de comida y un vaso de


ponche delante de ella.

—Gracias, milord.

—James. Por favor, llámame James. Nuestras familias son viejas amigas,
después de todo.

—James, gracias —dijo amablemente.

Robert puso los ojos en blanco y volvió a mirar su plato. Maldita sea, esas
galletas estaban en realidad tibias y eran bastante buenas. No la norma para la 72
comida de baile. Extendió la mano y atrapó la galleta del plato de ella.

—Gracias —murmuró.

Elizabeth simplemente puso los ojos en blanco.

—Robert —siseó James.

—Oh, muy bien. —Se estiró y agarró la galleta de su hermano también, no


podía tener inconvenientes después de todo.

—¿Te estás divirtiendo esta temporada, Elizabeth? —preguntó James,


ignorándolo deliberadamente ahora.

Sus ojos se dispararon a Robert. Ahí estaba ese rubor otra vez. Le gustaba ese
rubor en ella.

—Sí, gracias.

—¿Has tenido la oportunidad de ver los lugares de interés? —preguntó


James.

Ambos sabían que había estado viniendo a Londres cada año de su vida.
James realmente necesitaba trabajar en su conversación de cena, decidió Robert.
—Todavía no —dijo con una sonrisa educada.

—Realmente deberías echar un vistazo a los invernaderos de naranjos. Son


muy interesantes —dijo Robert antes de que pudiera detenerse. Ah, bueno, al menos
se sonrojó de nuevo.

—¿Qué? —preguntó James, sonando confundido mientras movía su mirada


entre los dos.

—Nada —murmuró. Esta mujer era su enemiga. Si seguía diciendo


estupideces, los descubrirían y luego se quedaría con ella por toda la eternidad. Se
estremeció ante el pensamiento. Durante el resto de la comida, permaneció en
silencio, limitándose a rellenar su plato cinco veces en lugar de sus diez habituales
para poder vigilarla. Cuando terminaron de comer, se encontraron con sus padres.
Los planes para el resto de la noche se hicieron rápidamente. Se decidió que ambas
familias iban a la casa de su padre para un juego de cartas y una bebida.

Robert esperó hasta que sus padres y James estuvieron delante de ellos antes
de agarrar a Elizabeth del brazo y arrastrarla hacia el pequeño pasillo detrás de la
gran escalera. Estaba oscuro y, lo más importante, era privado. 73
—¡Quítame las manos de encima! —exigió ella.

—Tenemos que hablar —dijo con los dientes apretados.

—No tenemos nada de qué hablar.

—Discrepo. —Se obligó a ignorar el suave y cálido cuerpo presionado contra


el suyo. Intentó empujarlo, pero él no iba a permitir eso. La empujó suavemente
contra la pared.

—¡Robert, déjame ir! Se darán cuenta de nuestra ausencia.

—Qué mal. Quiero saber por qué me engañaste.

—Nadie engañó a nadie. Fue solo un error, uno que es mejor olvidarlo.

¿Un error? ¿La noche más apasionada de su vida fue un error? Su primera
vez y eso es lo que ella pensaba. Eso lo irritó de la peor manera.

—¿Es eso lo que piensas, Beth?

—No me llames así.

—¿Por qué, Beth?


—Sabes que odio ese nombre.

—Oh, lo siento, Beth. Me disculpo, Beth. —Estaba siendo mezquino y lo sabía,


pero no le importaba nada. Siempre sacaba lo peor de él.

Ella se estiró y le retorció la oreja.

—¡Ay!

—Fuera de mi camino, Robert Limonada —dijo casualmente, cabreándolo de


la peor manera.

Soltó su oreja justo cuando regresaba al vestíbulo después de asegurarse de


que estaba vacío.

—Me alegro de verte otra vez, Robert.

74
Traducido por Ale Grigori
Corregido por Carib

S
e frotó distraídamente la oreja mientras recorrían la ciudad. Su madre
y su padre no podían decir suficientes cosas buenas sobre Elizabeth.
Quería vomitar. James parecía estar de acuerdo con ellos. Asentía
bastante a menudo y sonreía. Querido Dios, el hombre estaba embelesado con la
pequeña descarada.

James y Elizabeth, la idea era horrible. Tenerla como una cuñada lo llevaría a
la bebida. Pobre James, el maldito bastardo se quedaría atrapado con ella día y
noche. Noche. La idea de James experimentando a su descarada no fue
reconfortante. ¿Su descarada? Era su nada. Eso no significaba que quería que se
75
uniera a la familia, porque no lo quería y no se uniría. No iba a poner fin a eso por
celos. Tenía que preocuparse por las futuras generaciones Bradford, después de
todo. Que solo la idea de ella con otro hombre hiciera hervir su sangre no significaba
que estuviera celoso. Todo lo contrario, de hecho. No quería ver a ningún hombre
atado a una mujer tan horrible.

—¿Qué está pasando? —preguntó James de repente, haciéndole caer en


cuenta que había estado mirando a su hermano desde que habían dejado el baile.

—¡Fuego! —gritó su cochero mientras el carruaje se detenía bruscamente,


sacudiéndolos a todos.

—¡Harold, es nuestra casa! —gritó Danielle.

—Tonterías —resopló Harold mientras se inclinaba para mirar por la


pequeña ventana cuadrada.

—¡Lo es!
Robert ya estaba saltando del carruaje y corriendo antes de que la última
palabra saliera de la boca de su padre. Delante de él, Lord Norwood y, maldita sea,
Elizabeth también, corrían hacia el gran incendio.

Elizabeth se detuvo frente a las criadas que estaban llorando.

—¡Johnny está ahí!

—¿Quién es Johnny? —preguntó Elizabeth, llamando la atención de la


sirvienta más cercana.

—Es el nieto de la cocinera. Está de visita. ¡Oh, es tan pequeño! —gritó la


criada, con su mirada horrorizada fija en la casa, lentamente consumida por las
llamas.

Elizabeth agarró los hombros de la doncella, ignorando el humo y las llamas


por un momento.

—¿Dónde está?

—¡Atrás! ¡En el alojamiento de los criados!

—¡Elizabeth, vuelve! —gritó su padre desde la línea de hombres sosteniendo


76
cubos de agua.

—¿Estás segura que no salió? —le preguntó a la criada, ignorando las


demandas de su padre.

—¡Sí! ¡Él estaba llorando cuando me sacaron!

—Está bien, ¿atrás dices?

—¡Sí!

Elizabeth agarró un cubo de agua que pasaba y se la echó encima.

—¿Miladi? —preguntó la criada, sorprendida por el extraño


comportamiento, pero Elizabeth ya estaba fuera y corriendo hacia la casa llena de
humo.

—¡Elizabeth!

—¡Beth!

Ignoró los gritos y presionó su mojado chal contra su boca para poder respirar
a través del humo espeso. Se agachó y avanzó. Sus ojos ya estaban picando en el
momento en que llegó al primer piso. No tenía idea de dónde había comenzado el
fuego, pero tenía una buena idea de que había comenzado en el segundo piso, ya
que no veía ningún rastro de fuego a través del humo espeso. Las casas viejas como
estas se consumían rápidamente una vez que la llama se apoderaba, así que sabía
que no había mucho tiempo para adivinar. Se movió a la parte trasera de la casa,
saltando sobre escombros y evitando el derrumbe del techo en el camino mientras
rezaba que se estuviera dirigiendo en la dirección correcta.

—¡Johnny! —gritó, tosiendo mientras se abría camino por la cocina llena de


humo a las habitaciones traseras. No había estado en esta casa en más de diez años,
pero era capaz de orientarse, la conocía tan bien como a la suya—. ¡Johnny! —gritó
de nuevo cuando llegó a los cuartos de los sirvientes. Recordó que la cocinera tenía
la habitación al final del pequeño pasillo y siguió caminando, rogando que nada
hubiera cambiado desde la última vez que había estado allí.

A medio camino del pequeño pasillo, una mano se envolvió alrededor de su


brazo y la hizo detenerse.

—¿Qué demonios crees que estás haciendo? —exigió Robert, gritando para
poder ser escuchado por encima del fuerte crujido del fuego y los sonidos de la 77
madera cayendo cerca.

Desesperada por encontrar al niño pequeño, empujó su brazo hasta que la


soltó y prácticamente corrió a la habitación de la cocinera. Abrió la puerta. A través
del humo, apenas podía distinguir una pequeña cama hecha a un lado y un pequeño
catre en el suelo al otro lado de la habitación. Esta era la habitación. Tenía que ser.

—¡Johnny!

—Aquí —dijo una pequeña voz, sonando aterrorizada.

—¡Debajo de la cama! —gritó Robert.

Ambos cayeron rápidamente de rodillas. Elizabeth se inclinó, miró debajo de


la cama y casi lloró de alivio cuando vio al niño pequeño acurrucado debajo de la
cama.

—Ven aquí, cariño —dijo Elizabeth suavemente en medio de la tos mientras


el humo amenazaba con asfixiarla.

El pequeño niño negó con la cabeza.

—Ven aquí, estás preocupando a tu abuela. No quieres hacer eso, ¿verdad?


—No —dijo Johnny, sacudiendo la cabeza—. Estoy asustado.

—Yo también. Necesito que vengas, Johnny y que me ayudes —dijo con
firmeza, esperando que la exigencia fuera suficiente para convencerlo de que saliera.

El chico lo pensó antes de asentir de mala gana. Vacilante, él extendió su


mano y tomó la de ella. Cuando se escuchó un fuerte chasquido en la habitación
unos segundos más tarde, el niño asustado intentó retroceder, pero Robert lo agarró
del brazo y sacó el resto de su cuerpo antes de que pudiera retroceder. Johnny gritó
de sorpresa.

—Bien, vamos —dijo Robert, acercándose y tomando su brazo. La empujó


hacia la cocina, donde ambos se congelaron de horror. El camino por donde habían
venido ahora estaba envuelto en llamas.

—¡Por detrás! —gritó Elizabeth. Tiró de su mano y lo empujó hacia la puerta


que conducía al pequeño jardín. Se las arregló para abrir la puerta y huyó de la casa
con Robert a cuestas.

—¡Quiero a mi abuela! —sollozó Johnny.


78
Robert asintió con simpatía.

—Te llevaremos directamente a ella. —Miró hacia la casa. Afortunadamente


la casa estaba hecha de piedra gruesa. Ayudaría a reducir la propagación de las
llamas a otras casas y daría a los hombres la oportunidad de apagar el fuego. Podían
escuchar a los hombres gritando órdenes de más agua mientras que otros gritaban
de miedo.

—Tendremos que ir por el callejón —dijo Elizabeth, con la voz ronca por el
humo.

—Vamos —dijo en acuerdo.

Johnny envolvió sus pequeños brazos alrededor de su cuello mientras


cargaban a través del humo espeso que se vertía en el callejón. El agua arrojada a los
techos vecinos para evitar que el fuego se extendiera goteaba sobre ellos. El agua fría
se sentía bien en sus pieles calientes y cubiertas de ceniza.

Elizabeth apretó su mano, temiendo que los perdiera en el humo. Tiró no muy
gentilmente para llevarlos a la calle donde ambos colapsaron en ataques de tos. Sus
pulmones se apretaban bajo la demanda de aire fresco.
—¡Por aquí! —gritó un hombre.

Manos fuertes de repente agarraron a Elizabeth por sus brazos y la


levantaron. En segundos estuvo acunada en los fuertes brazos de alguien. Levantó
la vista esperando ver a su padre. En cambio, estaba mirando la cara cubierta de
hollín de Robert. Observó un musculo pulsar en su mandíbula mientras la miraba.

—Vamos, tenemos que sacarte de aquí —dijo con voz ronca.

—¿Dónde está Johnny? —preguntó, cerca de entrar en pánico cuando no vio


al niño. ¿Habrían perdido al niño en el humo?

—Cálmate. Está bien. Su abuela lo arrancó de mis brazos antes de que tocara
el adoquín.

—¡Necesitamos más hombres! ¡Más hombres! —gritó alguien.

Miraron hacia arriba para ver grandes huecos en la línea de cubos de agua.
Sin una palabra, se retorció fuera de sus brazos y corrió para llenar el vacío en el
frente de la línea.

—¡Elizabeth! 79
Lo ignoró. Tan pronto como encontró un lugar, saltó al ritmo de pasar los
cubos de agua al primer hombre en la escalera, quitándole los cubos vacíos y
devolviéndolos. Por el rabillo del ojo vio a Robert saltar a la línea. Trabajaba duro y
rápido, pero mantuvo sus ojos en ella. Su padre y James estaban más abajo en la
línea, ya empapados hasta los huesos. Las mujeres del grupo se habían ido en el
carruaje de su familia. Era lo mejor. Eran completamente inútiles estando alrededor
solo para desmayarse.

Varias mujeres, en su mayoría criadas, de otros hogares, se unieron a la fila al


verla. Pronto, el agua se movía más rápido. Sus brazos y espalda sufrían bajo la
tensión constante, pero siguió adelante. Nunca le pidió a nadie que la relevara y
nunca bajó el ritmo. En su mayoría, las casas eran de piedra y separadas por una
buena distancia, pero si no apagaban este fuego, no habría nada que evitara que el
fuego se extendiera de techo en techo hasta que encontrara un edificio de madera.
Entonces habría grandes problemas.

Siete horas después, el fuego había consumido todo lo que podía. Los
hombres estaban formando filas en la casa y apagando incendios más pequeños.
Fueron muy afortunados de que el fuego no se hubiera extendido. La casa estaba en
ruinas completas, pero aparte de algunas quemaduras, nadie resultó gravemente
herido.

Elizabeth y los cuatro hombres cubiertos completamente de pies a cabeza de


hollín húmedo, viajaron en el carro de Lord Bradford a Bethany House, el lugar de
su familia en Londres. Nadie se sorprendió al encontrar el salón lleno de mujeres
curiosas. Asintieron educadamente, pero no respondieron ninguna pregunta.
Estaban hambrientos, cansados y adoloridos. Todo lo que Robert quería en ese
momento era un baño caliente, una cama caliente y quizás un cuerpo cálido para
abrazar. Su mirada se disparó a Elizabeth al mismo tiempo que la de ella a él.
Mantuvieron la mirada hasta que uno de los hombres se aclaró la garganta.

—He establecido habitaciones para ustedes y baños calientes deberían estar


esperándonos a todos —dijo Lord Norwood, con una voz tan áspera como la de
ellos—. Serviré comida en la mesa. Descansen un poco y luego nos sentaremos y
solucionaremos algunas cosas. —Su atención se centró en Elizabeth. Ella tragó
nerviosamente y dio un paso atrás hacia James, quien la estabilizó al tomar su codo
con la mano.

—¿Estás bien? —susurró. 80


Ella asintió.

—Gracias por tu ayuda, Elizabeth. No creo que hubiésemos apagado el fuego


tan rápido o hubiéramos tenido la suerte de no perder a nadie en el incendio si las
mujeres no se hubieran unido —dijo James sinceramente.

—D… de nada —dijo, un poco avergonzada por toda la atención.

—Tendría que estar de acuerdo. Gracias, querida —dijo Lord Bradford,


haciéndole una reverencia.

Robert no habló. Sus ojos se posaron en donde James sostenía su codo antes
de darse la vuelta y le hizo un gesto a un criado para que le mostrara su habitación.

El padre de ella parecía orgulloso y molesto. Se inclinó y le besó la mejilla.

—No vuelvas a asustarme así de nuevo. No es bueno que el corazón de un


anciano vea a su hija menor correr hacia un edificio en llamas.

—Lo siento, papá —murmuró mientras él le besaba la frente.

—Corre y aséate.
—Sí, papá. —Forzó una sonrisa y se dirigió a las escaleras. Una bonita cama
caliente sonaba tan bien. Un buen cuerpo cálido y fuerte para acurrucarse sonaba
mejor. Miró hacia el ala de invitados y suspiró. Por cierto, eso habría sido muy
bonito.

81
Traducido por Myr62
Corregido por Flochi

—B
uenos días, Lady Elizabeth —escuchó saludar un lacayo
a la mujer que no había dejado sus pensamientos desde
el momento en que la había visto en el invernadero.

Se detuvo a medio masticar, preguntándose si debía hacerles un favor a


ambos y salir a hurtadillas por la puerta de los sirvientes y marcharse, pero la
doncella que llevaba una nueva fuente de huevos le quitó la decisión de sus manos.

Con un suspiro, se puso en pie y tomó dos de sus platos vacíos y se dirigió
hacia el aparador. Por el rabillo del ojo, vio a Elizabeth entrar en la sala de desayuno, 82
detenerse bruscamente cuando lo vio, retroceder un paso ansioso antes de que una
mirada de determinación se apoderara de sus rasgos y se obligara a entrar en la
habitación. Entonces, no era una cobarde, pensó con una chispa de admiración, era
bueno saberlo.

Como no pudo evitarlo, se tomó su tiempo para llenar ambos platos con
comida. Ignoró la adorable mirada homicida que ella le estaba enviando mientras se
mantenía a un lado de él, sosteniendo un plato vacío mientras esperaba a que él
saliera del camino. Cuando ella comenzó a golpear su pie con impaciencia, decidió
que tal vez debería agregar un tercer plato ahora, para ahorrar tiempo y para
molestar a la pequeña mocosa. Se tomó su tiempo para decidir, preguntándose hasta
dónde podría empujarla antes de que ella comenzara a gritarle o le lanzara su plato
a la cabeza, pero para su sorpresa no dijo una palabra mientras él la hacía esperar.

Sintiéndose un poco decepcionado, recogió sus platos, con cuidado de no


dejar caer un solo bocado delicioso, y los llevó de vuelta a su asiento en la mesa.
Mientras él comía, la observó hacer sus selecciones, preguntándose si iba a dejar la
habitación por completo o sentarse al final de la mesa para alejarse de él. Ella no hizo
ninguna de las dos cosas, sorprendiéndolo una vez más.
—¿No podías soportar estar lejos de mí? —preguntó cuando se sentó frente a
él, porque aparentemente era un idiota. Debería estar evitando a esta mujer y
buscando la manera de convencer a su madre de que necesitaba irse antes de hacer
algo estúpido como estrangular a la mujer sentada frente a él o doblarla sobre la
mesa, levantar las faldas de su vestido de color rosa pálido y aliviar el dolor entre
sus piernas, que ahora se estaba haciendo notar.

En lugar de responderle, ella simplemente se sentó a comer tranquilamente


mientras fingía que no lo había escuchado. No estaba seguro de por qué eso lo
molestó, pero lo hizo. Dada su historia, probablemente sería lo mejor si se ignoraban
mutuamente, pero realmente quería obtener una reacción de ella. Realmente le
encantaba cuando ella reaccionaba, pensó, recordando la noche anterior cuando había
estado debajo de él, las uñas clavándose en su espalda mientras se deslizaba dentro
y fuera de su extremadamente apretada vaina.

Con una maldición murmurada, volvió a centrar su atención en su comida


mientras se movía en su silla para intentar ajustar sus, ya de por sí, apretados
pantalones. Sintiendo lujuria por la pequeña dolor en el culo no iba a ayudarlo. Le
había arruinado su vida y sería inteligente en recordar eso, sin importar lo bien que 83
se hubiera sentido en sus brazos.

—Buenos días, Elizabeth —dijo su hermano cuando entró en la habitación,


sonando genuinamente complacido y atrayendo la mirada de Robert.

Bastardo traidor, pensó, mientras observaba a su hermano acercarse a


Elizabeth, que estaba sonriendo al bastardo y le dio un beso en el dorso de la mano.

—Buenos días, James —dijo ella, sonriendo y sin enojarlo.

Para nada.

Cuando su hermano se apartó a regañadientes de Elizabeth para llenar un


plato en el aparador, los ojos de Robert se entrecerraron en él, observando la
chaqueta bien ajustada y los pantalones que le quedaban a la perfección y luego
bajando a la ropa prestada que ahora usaba y odiaba. Eran demasiado pequeños,
demasiado apretados y, por desgracia, demasiado cortos. Se veía ridículo, mientras
que su hermano se veía cada centímetro como el señor que era.

Toda su ropa se había arruinado en el incendio y la ropa que había llevado la


noche anterior era insalvable. Esta mañana se había enfrentado a la decisión de usar
la ropa prestada de Dios sabía quién o quedarse en su habitación con sus calzoncillos
hasta que se le pudiera hacer y entregar ropa nueva. Debería haberse quedado en su
habitación, se dio cuenta con un gruñido molesto cuando volvió su atención a su
comida.

—¿Cuáles son tus planes para esta mañana? —preguntó James.

—Trabajo —gruñó, sin molestarse en levantar la vista de su comida mientras


respondía al bastardo.

—Estaba hablando con Elizabeth —dijo su hermano, recordándole a Robert


que el estúpido bastardo estaba encaprichado con el pequeño dolor en el culo.

Elizabeth se aclaró la garganta antes de responder.

—Pensé en ir a dar un paseo por el parque ya que es un día tan hermoso.

—Hace demasiado frío para caminar —explicó su hermano con un ligero tono
de reproche—. ¿Por qué no te llevo a dar una vuelta esta tarde en mi carruaje?

Ah, así que el cortejo ya estaba comenzando, Robert se dio cuenta con temor,
su apetito desapareciendo de repente. De alguna manera, se obligó a sentarse allí y
meterse otro bocado de comida en la boca mientras esperaba su respuesta. 84
—Eso suena encantador, James. Gracias —dijo Elizabeth cortésmente,
sonando complacida y lo obligó a pararse abruptamente, tirando su silla al suelo en
el proceso y salir de la habitación antes de que hiciera algo de lo que realmente
podría arrepentirse.

—Hace mucho frío, miladi —se quejó Jane una vez más a través del castañeteo
de sus dientes.

—Se sentirá más caliente después de unos minutos —dijo Elizabeth


distraídamente, enviándole a su doncella una sonrisa tranquilizadora mientras
aceleraba su paso, necesitando el aire fresco y la paz que la caminata le brindaba.

En verdad, hacía un poco más de frío que ayer. Era un hermoso día, el sol
brillaba, no había una nube en el cielo, pero desafortunadamente, también era lo
suficientemente frío como para formar carámbanos en casi todo. Cuando salió hace
diez minutos y recibió un golpe de aire frío, consideró ir y pasar el día junto al fuego
con un buen libro, pero después de ver a Robert esta mañana, necesitaba aclarar su
mente.

Esta mañana se había obligado a vestirse después de pasar una noche inquieta
paseando por su habitación a pesar de su cansancio y bajó, con la esperanza de
aprovechar que se quedaron despiertos hasta tarde y desayunar rápido antes de
recluirse en la biblioteca por el día. Nunca habría abandonado la seguridad de su
habitación si hubiera sabido lo que la esperaba en la sala de desayuno.

Cuando lo vio allí de pie, llenando su plato con una cantidad insana de
comida, usando un ridículo traje que era demasiado pequeño para él, había sentido
que su corazón daba un vuelco y tuvo el impulso abrumador de acercarse a él,
envolver sus brazos alrededor de su cuello y jalarlo hacia abajo para darle un beso.
Saber que no le gustaría recibir su toque se había sentido mil veces peor que cuando
James había salido de su vida y había roto su joven corazón.

No quería nada más que correr a su habitación, tirar algo y tal vez llorar en
su almohada mientras lamentaba la injusticia de su situación, pero se había forzado
a entrar en esa habitación y fingir que su corazón no se estaba rompiendo. Después 85
de recordarse a sí misma que estaba tratando con Robert Bradford, el horrible niño
que una vez había llenado los cajones de su escritorio con serpientes, fue capaz de
actuar como si su presencia no la molestara.

Pero sí la molestaba.

Estaba dividida entre patearlo o besarlo, lo que no era una buena opción si
quería convencer a su padre de que la dejara salir de Londres sola.

—¿Miladi? —dijo Jane con sus dientes castañeando.

—Lo siento, Jane —dijo, obligando a sus pensamientos a alejarse de Robert—


. Ten —dijo ella, quitándose el chal de los hombros y ofreciéndoselo a su doncella.

Jane miró el chal con anhelo, pero su entrenamiento evitó que aceptara a pesar
de que sus labios comenzaban a tomar un interesante tono púrpura.

—No, gracias, miladi —murmuró, obligándose a mirar hacia otro lado.

Murmurando una maldición sobre lo ridículo de ser apropiados, Elizabeth se


colocó detrás de la temblorosa mujer y le envolvió el chal alrededor de los hombros
antes de alejarse y continuar caminando a un paso rápido, necesitando el ejercicio.
—Gracias, miladi —murmuró Jane, agarrando el chal con fuerza sobre sus
hombros mientras hacía todo lo posible por seguirle el ritmo a Elizabeth.

—De nada —dijo Elizabeth, mirando por encima del hombro para darle a la
otra mujer una sonrisa de disculpa—. Lamento que tuvieras que salir conmigo con
este frío.

—No hay problema, miladi —dijo Jane obedientemente cuando ambas sabían
que la mujer preferiría estar haciendo cualquier otra cosa.

Jane odiaba salir a caminar, razón por la cual Elizabeth nunca pidió su
compañía cuando residían en el campo. Allá afuera la protección de un sirviente no
era necesaria. Podía pasar sus días caminando libremente por la tierra de su padre
sin preocuparse, pero en Londres se le exigía tener a un sirviente con ella cada vez
que se aventuraba fuera de la casa sin la protección de un pariente. Era una regla
ridícula, sobre la que había discutido con su padre cada temporada, pero de la que
no podía librarse.

Cinco minutos más tarde se arrepintió de haber dejado su cálido chal cuando
el frío finalmente caló en sus huesos, haciendo que sea doloroso caminar o respirar. 86
Oh, ¿por qué no se quedó en casa y esperó a que James la llevara a dar un paseo más
tarde? Porque era obstinada y tonta, decidió cuando un violento escalofrío atravesó su
cuerpo, haciéndola rechinar los dientes cuando el frío la asaltó.

—¿Qué demonios estás haciendo afuera con este frío? —espetó Robert,
sobresaltándola justo cuando algo cálido se envolvía alrededor de sus hombros.

Miró hacia abajo y se encontró envuelta en un grueso abrigo de lana. Antes


de que pudiera discutir, lo que quiso desesperadamente hacer solo por principios,
Robert estaba de pie frente a ella, sin darle más remedio que dejar de caminar
mientras él terminaba de jalar el abrigo alrededor de ella y le abrochaba los botones.

—Estoy perfectamente bien —mintió incluso mientras se aferraba al interior


del abrigo para jalarlo más apretadamente a su alrededor.

—Entonces, ¿por qué tienes los labios azules? —preguntó en voz baja
mientras la miraba.

—No están azules —discutió, sintiéndose temblar por algo que no era el frío
cuando él extendió la mano y empujó suavemente un mechón de cabello detrás de
su oreja.
—¿Por qué no esperaste a mi hermano? —preguntó mientras frotaba
suavemente sus nudillos a lo largo de su mejilla.

Porque no quería ser cortejada por James, pero no estaba dispuesta a


admitirle eso. En cambio, le agradeció por el uso de su chaqueta y se movió para
rodearlo, pero él no se lo permitió. Él…

—¡Bájame! —Jadeó cuando él la levantó y la arrojó sobre su hombro como un


saco de patatas, se dio la vuelta y comenzó a caminar de regreso por donde habían
venido.

—Tan pronto como lleguemos a tu casa para que tu padre pueda hacerte
entrar en razón —dijo, envolviendo un brazo bastante grande alrededor de sus
piernas cuando trató de liberarse dando patadas.

—¡Bájame en este instante, Robert! —espetó, golpeando su trasero para


enfatizar su demanda.

—Realmente no debería sorprenderme —reflexionó para sí mismo, sin


importarle que ella estuviera tratando de luchar por su libertad.
87
—¿Señor? —dijo Jane, sonando insegura.

—¡Ayúdame a bajar! —suplicó Elizabeth mientras se movía para poder


enviarle a la doncella una mirada implorante que fue rápidamente ignorada
mientras la doncella contemplaba el tamaño y la determinación de Robert. Tragando
notoriamente saliva, Jane sacudió la cabeza, retrocedió un paso y concentró toda su
atención en el suelo delante de ella.

—Traidora —murmuró ella aunque no podía culpar a la mujer.

—Para ser honesto —continuó Robert—, pensé que tu padre ya te habría


encerrado.

—¡Te odio! —espetó ella, golpeando su trasero. Si su ataque dolió, no se notó.

—Con suerte, tu esposo tendrá más sentido común y te mantendrá encerrada.


Tal vez en un convento donde las hermanas puedan hacerte entrar en razón.

—¡Robert Bradford, bájame en este instante! —demandó ella, contenta de que


el parque estuviera prácticamente vacío y, aparte de unos pocos vendedores
ambulantes que intentaban vender sus productos, no había nadie que presenciara
su humillación.
—Seguro —dijo, acelerando su ritmo, pero no la bajó. En lugar de eso, la
obligó a agarrarse de la parte de atrás de la delgada camisa que llevaba puesta para
evitar rebotar por todas partes.

Unos minutos más tarde, se vio obligada a apretar su camisa mientras él subía
corriendo los escalones de piedra hacia la casa de su padre. Cuando vio el piso recién
pulido del vestíbulo, suspiró aliviada, pero duró poco.

—Dijiste que me bajarías en cuanto llegáramos a la casa —le recordó ella


mientras trataba de soltarse.

—Lo estaba planeando hasta que se me ocurrió una idea —dijo, sonando
divertido e instantáneamente poniéndola en guardia.

Tenía demasiado miedo de preguntar:

—¿De qué estás hablando?

—Como tu padre probablemente aún esté en la cama, tendrás que esperar


hasta más tarde para recibir los azotes que necesitas desesperadamente —dijo,
caminando por lo que parecía ser el pasillo trasero—. Como no podemos dejar que
88
corras por ahí y te mueras, me temo que no tengo más remedio que encerrarte por
tu propio bien —dijo con un suspiro sufrido que no concordaba exactamente con su
tono.

—No. Te. Atrevas —dijo ella, tratando de no entrar en pánico y fallando


miserablemente.

—Desearía tener una elección, Beth. Realmente lo hago, pero me temo que no
me has dejado otra opción —dijo, riéndose entre dientes cuando sus oídos
registraron los sonidos del clic de una cerradura y una puerta que se abría.

—¡No estoy bromeando, Robert!

—Ahora, siéntate aquí por un rato y estoy seguro que alguien te dejará salir
—dijo mientras la colocaba rápidamente sobre sus inestables piernas.

Antes de que pudiera empujarlo o exigir su liberación, él se inclinó y presionó


un beso contra sus aturdidos labios. Le tomó unos segundos antes de darse cuenta
que había cerrado la puerta, dejándola allí de pie como una tonta. El clic de la
cerradura la hizo recobrar el sentido. Agarró el picaporte de la puerta y trató de
girarlo, pero estaba cerrado.
Un momento después, se dio cuenta que la había encerrado en la vieja sala de
música. Ésta estaba ubicada en la parte trasera de la casa y no se había usado en años
ya que nadie en la casa tocaba un instrumento. También estaba lo suficientemente
lejos del resto de la casa como para que nadie pudiera oír sus gritos de ayuda, se dio
cuenta con un gruñido.

—¡Bastardo! —gritó, sin importarle que la declaración no fuera como la de


una dama mientras pateaba la puerta—. ¡Pagarás por esto!

89
Traducido por Gigi D
Corregido por Flochi

—¿A
lguna idea de cómo comenzó el fuego? —preguntó
Lord Norwood mientras servía cuatro copas de
oporto.

Los tres Bradford estaban limpios y llevaban


ropa fresca y recién hecha a medida gracias a Edmondson, el sastre de la familia, dos
días después. Cuando Edmonson se enteró del incendio, se encargó de realizarles
nuevos guardarropas a todos. Él ya tenía archivadas sus medidas, por lo que no le
llevó demasiado. Ningún Bradford encargaba ropa en otra parte, tradición iniciada
por su tatarabuelo.
90
—Mi hombre cree que se inició en el pasillo del segundo piso. Creen que se
cayó una vela o que fue apoyada demasiado cerca de la pared, incendiando la seda
—explicó Harold.

Los hombres tomaron sus copas y bebieron. Robert se acomodó en la


incómoda silla. El estudio de Lord Norwood era demasiado femenino. Las sillas eran
demasiado pequeñas y rígidas. Todo, desde la seda en las paredes a los acabados y
las alfombras, estaba diseñado con patrones florales. Era obvio quién gobernaba este
dominio, o al menos tomaba las decisiones pertinentes al hogar. En la propiedad que
él había vendido en Feirford sin dudas el estudio había sido su trono.

Era fácilmente lo opuesto a este cuarto. Un gran escritorio de caoba, con una
gran y cómoda silla habían ocupado un lado del cuarto. Las paredes habían sido
lisas. Los muebles fueron grandes, sólidos, y cómodos, con libros atiborrando todos
los estantes. A diferencia de esta habitación, que sólo tenía unos pocos volúmenes
repartidos. Tenía el presentimiento de que los libros en este cuarto eran sólo
decorativos.
Lord Norwood se sentó en una silla de aspecto ridículo, cubierta de rosas y
lazos y bebió de su copa.

—Tengo entendido que están buscando un lugar para alquilar así pueden
quedarse en la ciudad mientras reconstruyen, pero creo que sería mejor si ustedes y
su familia se quedan aquí.

—Eso es muy generoso, Richard. No queremos ser una molestia —dijo


Harold.

Richard lo descartó con un gesto de la mano.

—Por favor, Harold, somos prácticamente hermanos. No tiene ningún


sentido que no se queden. Además, Danielle y Margaret disfrutan la compañía de la
otra. En realidad nos harían un favor. Heather se irá muy pronto para hacerle
compañía a una tía abuela y tener a tu esposa ayudaría a que Margaret supere la
pérdida.

Harold se aclaró la garganta.

—¿Decidió no casarse? Pobrecilla.


91
—Lo sé. Tenía muchas esperanzas para ella. Gracias a Dios eso no será
preocupación con Elizabeth.

James y su padre se inclinaron. Robert no podía moverse.

—Entonces, ¿encontró a alguien? —preguntó Harold.

Lord Norwood le restó importancia.

—No, eso no me preocupa. Se casará pronto, estoy seguro. Nunca le faltaron


pretendientes. No, su madrina le dejó una… una pequeña propiedad. —Desvió su
mirada a la izquierda mientras hablaba. Robert supo en ese instante que les estaba
ocultando algo, ¿pero qué?—. Entonces, incluso si no se casa, tendrá un hogar y un
ingreso propios.

—¿No necesitará un hombre que maneje la propiedad? ¿O lo estás haciendo


por ella? —preguntó James, sin molestarse en ocultar su interés.

Richard y Harold rieron.

—No, mi querido muchacho. Ni siquiera manejo mis propios asuntos. Tengo


un hombre para eso. No, ella maneja los asuntos de su estancia desde su estudio.
—¿Tiene un estudio? —Se oyó preguntando Robert. Probablemente sería más
femenino que este si eso era físicamente posible.

—Sí, la biblioteca es suya. Nadie excepto ella nunca va allí, por lo que tenía
sentido que se la quedara. Le ofrecí contratarle un secretario, pero se niega a tener
ayuda. No quiero tener nada que ver en el asunto, pero sería lindo ver las riendas
de su finca en manos de un hombre. Me sentiría más cómodo sabiendo que ella está
siendo cuidada. —Sus ojos se posaron en James al hablar. Ni siquiera lanzó una
mirada a Robert. Interesante. Aunque no inesperado, dada su historia con Elizabeth.

—Tal vez debamos quedarnos en Londres por el resto de la temporada,


Richard. ¿Estás seguro que no molestaremos? —preguntó Harold, volviendo al tema
de su estadía.

Él sonrió.

—Claro que estoy seguro. Será bueno para las mujeres y los ayudará a
relajarse. Tienes suficiente en tu plato sin añadir otro hogar que manejar. No, se
quedarán aquí y eso es todo.

—Gracias, milord —dijeron Richard y James al unísono. 92


Asintió y siguió bebiendo oporto, feliz de tener el asunto zanjado. Un
golpeteo en la puerta antes de que se abriera les indicó que tenían compañía.
Alexander entró en la oficina.

—Un señor Jenkins para el señor Bradford, milord —dijo el mayordomo con
una inclinación respetuosa.

Robert se puso de pie.

—Es mi secretario. ¿Hay algún cuarto que pueda usar? Me temo que debo
charlar unos temas con él dado que deberé quedarme en Londres más tiempo de lo
originalmente planeado.

Richard asintió.

—Por supuesto, usa el estudio de Elizabeth mientras estés aquí. A ella no le


importará. —Robert no estaba tan seguro de eso. Sin dudas, Elizabeth estaría más
que molesta de tener que compartir el estudio con él. Una sonrisa se extendió
lentamente por su rostro al pensar en molestar a la pequeña insufrible.
—Gracias, milord. Eso es muy generoso. ¿Pero está seguro que no le
molestará? —preguntó amablemente, aunque contaba con que iba a estar molesta.

El padre de ella rio.

—Ya ve, aún es mi casa después de todo. —Los otros rieron también,
sabiendo que Elizabeth no estaría para nada feliz.

Después de la otra noche cuando Elizabeth finalmente logró salir del viejo
cuarto de música, algo que aún le generaba curiosidad a él, había marchado hacia el
comedor donde estaba cenando con el resto de la familia. Él se había encontrado
ocupado en lo suyo cuando ella le quitó la copa de vino tinto a su madre y la vació
sobre su cabeza. Eso no le molestó tanto como que la pequeña mocosa le quitara el
plato lleno de tartas de manzana y se fuera del cuarto con los preciados tesoros.

Cuando intentó recuperar sus deliciosos postres, su padre, hermano, Lord


Norwood, y todos los lacayos en la casa lo aplastaron contra el suelo, probablemente
creyendo que iba a matar a la mocosa por el vino. Eso le importó poco, pero sí le
molestó mucho el hecho de que ella se detuviera en la entrada para lanzarle una
mirada de satisfacción mientras se comía una de las tartas, sabiendo que él no podía 93
detenerla.

En ese momento, no le habría importado tener que trabajar en un escritorio


cubierto de encaje rosa. Usaría el cuarto sólo para molestarla. Era un placer
enfermizo, pero sin embargo placentero, el molestarla.

Alexander lo llevó hacia una puerta blanca normal. Robert la abrió y tuvo que
contener un grito de sorpresa. El cuarto era muy masculino y muy similar a su
antigua oficina. El escritorio era más grande que el suyo. Los libros parecían
gastados y bien usados, nada en el cuarto era delicado. Además, todo se veía nuevo.
¿Elizabeth había decorado esto? Imposible.

Gregory, su encargado de negocios, ya estaba sentado en un pequeño


escritorio en la esquina, trabajando. Se puso de pie al ver entrar a Robert.

—Lamento tanto la desgracia ocurrida a su familia, señor.

Robert aún estaba mirando a su alrededor.

—No es problema. Mi familia va a reconstruir, pero me temo que deberemos


quedarnos aquí el resto de la temporada, Gregory.

—¿Se quedará, señor? Creí que iba a dirigirse a América en tres semanas.
—Cambio de planes. ¿Crees que podrás manejarlo? —le preguntó a Gregory.

Asintió.

—Sí, señor.

—Bien. Vamos a trabajar. —Se ubicó detrás del escritorio. Estaba limpio y
ordenado. Se sentó en la silla y no pudo evitar soltar un suspiro. Era la silla más
cómoda en la que jamás se hubiera sentado. Se reclinó. Era perfecta. Iba a tener que
averiguar quién la hizo y pedirles una, o robarse esta, decidió. Alzó la mirada para
encontrarse con Gregory mirándolo con el ceño fruncido.

—Buena silla —dijo sencillamente. Gregory asintió y volvió su atención a los


papeles.

Robert estiró las piernas. El espacio era profundo y amplio. Agachó la cabeza
para mirar debajo del escritorio. Estaba cubierto, probablemente una buena idea
para que si una mujer se encontraba sentada, nadie del otro lado pudiera verle los
tobillos. Le gustaba.

—¿Cómodo?
94
Robert alzó la mirada y le sonrió irritantemente a Elizabeth.

—Mucho. Gracias.

Gregory se puso de pie inmediatamente y le hizo una reverencia incómoda.

—Miladi —murmuró nervioso.

Ella le sonrió amablemente y le lanzó una mirada asesina a Robert. Él se rio


libremente, ganando una mirada que no le sentaba tan bien a ella. Prácticamente
marchó hasta el otro lado del escritorio, quedando de pie ante él. Él se reclinó
cómodamente.

—¿Sí? —preguntó, divertido por la expresión del rostro de ella.

Elizabeth suspiró.

—Estás en mi silla.

Él miró alrededor intencionadamente.

—Hmm, no veo que tenga tu nombre.

Ella gimió.
—Sabes demasiado bien que esa es mi silla. Ahora, ¿vas a moverte?

—Hmmm… no.

—Muévete.

—No.

—¡Eres insufrible!

—Sí. —Se rio—. Tendrás que acostumbrarte a ello.

—¿Por qué? —le preguntó con precaución.

Los labios de él formaron una enorme sonrisa.

—Porque tu padre ha decidido alojarnos hasta que nuestra casa esté


completa.

—¿Q-qué? —preguntó, incapaz de esconder su sorpresa.

—Al parecer vamos a compartir la oficina —dijo con un guiño antes de bajar
la mirada significativamente a sus papeles—. Ahora, si no te molesta, tengo que
trabajar —dijo, mirándola de reojo.
95
Ella puso los ojos en blanco y se giró hacia Gregory, dejándolo con una bella
vista de su trasero. De repente le costó tragar. Recordaba demasiado bien lo que se
sentía tener esa parte de su cuerpo en sus manos. ¿Era consciente de lo que estaba
haciéndole?

—Usted, señor, tiene mis más sinceras condolencias —le dijo a Gregory.

—¿P-por qué, miladi? —preguntó nerviosamente Gregory. El hombre


siempre tenía problemas hablando con mujeres, incluso su propia esposa. Una
hermosa mujer podría matarlo por su tartamudeo. Sentía pena por el hombre porque
seguramente cualquier atención de su descarada lo enviaría a la tumba.

—Por tener que lidiar con esta clase de hombre.

Gregory tragó ruidosamente, sin saber cómo responder. No quería molestar


a Elizabeth, pero tampoco quería ofender a su empleador.

—El señor Bradford es un gran jefe, miladi.

Elizabeth miró a Robert sobre su hombro con un brillo malvado en los ojos.
¿Qué se traía? Se preguntó, mientras ella se giraba nuevamente hacia Gregory,
regalándole otra vista de ese hermoso trasero que él desesperadamente quería
volver a tocar.

—¿Cuál es su nombre, señor?

—Soy Gregory Jenkins, miladi.

Ella asintió y sonrió como complacida con el nombre.

—Señor Jenkins, me encuentro en desesperada necesidad de un hombre de


su posición. ¿Qué dice de venir a trabajar conmigo, por un salario de dos libras más
al mes?

Robert se puso de pie de un salto. Intentar robarse un buen empleado era


mala educación, pero hacerlo frente al actual empleador era una bofetada.

—¿Qué demonios? —espetó Robert, sin importarle que estuviera


maldiciendo frente a una mujer, o que Gregory de todas formas iba a dejar su
servicio en unas semanas.

Gregory pasó la mirada con nerviosismo entre ambos. M-miladi, yo…

—Cinco libras más por mes. Se lo aseguro, señor, es una oferta real.
96
—Pero no me conoce, miladi —le respondió, incómodo.

—Diez libras —dijo Elizabeth, sin pestañear.

Robert se plantó ante ella. Sabía que con una oferta así, Gregory sería un
idiota si rechazaba, especialmente con un niño en camino. Gregory lo miró
implorando. Él no sabía qué hacer, pero Robert veía que estaba tentado. Maldición,
no iba a perder al mejor empleado que había tenido por ella.

—Te igualo la oferta —le dijo, dándole una mirada significativa a Gregory
indicando que se aseguraría de que su padre, quien iba a contratarlo cuando él se
fuera a América, la mantuviera. Oh, diablos, el hombre lo valía. Él ya tenía pensado
aumentarle el sueldo de todas formas por la llegada del bebé.

—Te daré eso y una semana libre al año con paga —dijo Elizabeth aburrida.

—Lo igualo y sumo otra semana —dijo desesperadamente Robert. ¡No iba a
perder, maldita sea! El rostro de Gregory se enrojeció—. Pero tienes que acceder en
este instante a no dejar mi servicio, especialmente no por ella.

—Acepto, señor. Gracias, señor —dijo Gregory, intentando no sonreír.


—Bien. Entonces no habrá más de estas tonterías.

—No, señor.

—Bien —dijo satisfecho mientras se volvía para refregar la victoria en el


rostro de Elizabeth, pero ella ya no estaba de pie ante él.

Estaba sentada en su silla con su propia sonrisa de satisfacción.

—Parece que he recuperado mi silla —dijo sonriendo y guiñándole el ojo a


Gregory.

¡La pequeña descarada le guiñó!

En ese momento entendió lo que había pasado. Nunca había querido quitarle
a Gregory. En un movimiento rápido ella recuperó su silla, lo humilló, y le costó diez
libras más al mes, al menos por los dos próximos meses. Miró sobre su hombro para
encontrar a Gregory sonriéndole a Elizabeth. El maldito también se había dado
cuenta.

Elizabeth se dio la vuelta, suspirando de felicidad en su silla, y empujó los


papeles de él. 97
—Si no te molesta, Robert, estás tapándome la luz, y probablemente al señor
Jenkins también. Si quieres que el pobre pueda trabajar, deberías moverte.

Cuando no respondió, ella se puso nerviosa. Alzó la mirada lentamente para


verlo prácticamente temblando de rabia. Ella tragó. Con una sonrisa tentativa, le
preguntó:

—¿Demasiado lejos?

Asintió, lentamente.
Traducido por Lyla
Corregido por Flochi

—O
h, cielos. —Se levantó de un salto y se agachó justo
cuando él la alcanzó. Por alguna razón, siempre iba
demasiado lejos en lo que a él concernía. Sin embargo,
realmente no podía evitarlo, simplemente era demasiado divertido como para
dejarlo pasar.

Se subió las faldas y corrió como si su vida dependiera de ello. Con una
mirada por encima del hombro, se dio cuenta que podía hacerlo. Él la perseguía.
Gritó, pero no se detuvo. Su padre salió al pasillo frente a ella, flanqueado por James
y Lord Bradford.
98
—¿Elizabeth? —preguntó, pareciendo aturdido.

—¡Demasiado lejos! —dijo como si esas dos palabras explicaran por qué un
hombre adulto estaba persiguiendo a su hija. Evidentemente lo hicieron, porque los
tres hombres se rieron y asintieron a sabiendas. Ella no se quedó para ver si su padre
la iba a ayudar. Había un loco persiguiéndola después de todo.

—¡Beth! —rugió Robert.

Gritó mientras corría por la cocina.

—¡Deténganlo! —le suplicó a los sirvientes. Una mirada a Robert los hizo
retroceder.

Cobardes

Estaba sin aliento y, desde luego, asustada. Robert de niño era un oponente
formidable. Robert como hombre era mortal. Se deslizó alrededor de la larga mesa
de roble, esperando mantenerlo al otro lado.

—Déjennos —ordenó con voz fría.


—¡No, no lo hagan! —suplicó Elizabeth.

No eran estúpidos. Huyeron Ella también lo haría si él le hubiera dado la


opción. Hmm, tal vez lo hiciera. Se agachó y trató de unirse a los sirvientes que
huían. Su mano cayó sobre su hombro justo cuando pensó que podría ser capaz de
escabullirse.

—Oh, no tú, Elizabeth.

Se rio nerviosamente.

—Bueno, no fuiste específico. —Se alejó de él.

—Fuiste demasiado lejos, Elizabeth.

—Lo… lo sé —balbuceó mientras volvía a la mesa. La siguió a un ritmo


depredador. Este hombre daba miedo. ¿Por qué no se había dado cuenta de eso en
el invernadero?

Se detuvo de repente y miró a su izquierda.

—Oh, mira, es el día de la lavandería —señaló él en un tono engañosamente


aburrido.
99
Ella no quería alejar su mirada, pero sus ojos no la escucharon. Por su propia
cuenta, siguieron su mirada hacia la gran tina de lavandería llena de agua, ropa y
jabón.

Antes de que supiera lo que estaba pasando, él la había recogido en sus


brazos. Intentó retorcerse para salir de su agarre, pero no hubo ninguna posibilidad.

—¡Déjame ir!

—Por supuesto, miladi. Tu deseo es mi orden —dijo amablemente antes de


soltarla.

—Robert, tú…

Sus palabras fueron cortadas por una ingesta de agua jabonosa fría. Se quedó
sin aliento mientras se levantaba. De repente, estaba empapada hasta los huesos y
se congelaba. El gran fuego a varios metros detrás de ella no hizo nada para
ahuyentar el frío.

La sonrisa de Robert se desvaneció lentamente cuando sus ojos se estrecharon


sobre su vestido. Bajó la mirada para descubrir que su vestido azul claro ahora
estaba pegado a ella y ¡se veía todo! Sus pezones estaban duros por el frío y se
destacaban contra el material húmedo. Vio cómo Robert lamía con avidez sus labios.

Se apresuró a salir de la bañera y alejarse de esa mirada hambrienta. Agarró


una sábana seca y arrugada de la pila cerca de la bañera y la envolvió firmemente
alrededor de ella, metiéndola sobre sus pechos. Dio un paso adelante casi como si
no pudiera detenerse y mientras ella se preparaba para lo peor, su boca se posó en
la de ella.

Sabía a agua jabonosa y chica descarada. En lugar de abofetearlo como había


esperado, ella lo acercó más y le devolvió el beso. Sus bocas se movieron en un baile
perfecto. Su lengua trazó su labio inferior solicitando entrada y ella la dio.

Temiendo que los sirvientes regresaran en cualquier momento, abrió los ojos
para asegurarse de que aún estuvieran solos mientras ella los daba vuelta. Todavía 100
no podía creer que lo estuviera besando después de lo que le había hecho.

—¿Alguien viene? —murmuró ella.

—No, nadie —murmuró contra sus labios.

—Bien. —Le pasó las manos por el pecho hasta la cintura, donde comenzó a
desabrocharle los pantalones. La alarma y la alegría se dispararon a través de él.

—¿Descarada? —preguntó sin aliento mientras ella profundizaba el beso.


Dios mío, iban a hacer el amor en la cocina, se dio cuenta con un gruñido posesivo
cuando se hizo cargo del beso.

Sintió que sus pantalones caían alrededor de sus botas en el mismo momento
en que sintió que algo duro chocaba contra la parte posterior de sus piernas. Ella se
apartó, sonriéndole seductoramente. Sus manos trazaron su pecho donde se
aplanaron.

—Creo que necesitas refrescarte —dijo ella mientras lo empujaba.

—¿Qu…
Gracias a sus pantalones alrededor de sus tobillos y el borde del barril detrás
de él, perdió el equilibrio. Aterrizó en la tina de agua helada con los pantalones
alrededor de los tobillos, lo que le dificultó salir.

—Ahora creo, señor, que estamos a la par —dijo con una reverencia.

—¡Mocosa! —rugió.

Ella retrocedió, mordiéndose el labio nerviosamente. Tal vez el solo hecho de


tirarlo en el agua los hubiera igualado. Dejar caer sus pantalones podría haber sido
demasiado. Después de una corta lucha, logró salir de la tina y subir su ropa mojada
con gran esfuerzo. Rápidamente se ajustó los pantalones justo a tiempo también, ya
que sus padres irrumpieron en la cocina segundos después. Echaron un vistazo a los
dos y se echaron a reír.

—Corre —dijo con voz áspera y fría.

—Exactamente mis pensamientos sobre el asunto —dijo Elizabeth mientras


se daba la vuelta y pasaba corriendo junto a su padre.

—¿Demasiado lejos? —preguntó su padre, riendo.


101
—¡Sí! —chilló ella.

Robert la vio irse. Si daba un paso detrás de ella, estaba seguro que la mataría
con sexo. Incluso después de un baño helado, su entusiasmo por ella no disminuiría.
Dios, era maravillosa y él iba a disfrutar vengarse de ella, decidió.

—No me gusta esa sonrisa, Robert. Solo prométeme que no la matarás —


exigió Richard, aun luciendo divertido.

—Lo prometo, milord —dijo. Esa era la única promesa que alguien recibiría
de él en lo que concernía a Elizabeth.

Su padre le dio a Lord Norwood una palmada en el hombro.

—Al menos nuestro tiempo aquí no será aburrido.

Richard se rio estando de acuerdo mientras salían de la habitación, dejando a


Robert para planear su venganza.
—Eso es encantador, miladi —dijo Jane, su doncella.

Elizabeth miró por encima su vestido. El escote era bajo, pero no demasiado
bajo para causar un escándalo. Le gustaba el color, verde claro. Le recordó a los ojos
de Robert, que no era la razón por la que eligió usar este vestido, en absoluto. Odiaba
al hombre después de todo.

Fue su culpa que la obligaran a esconderse en su habitación durante la última


semana, fingiendo estar enferma. Se habría quedado más tiempo si su padre no se
hubiera puesto firme y la hubiera llamado cobarde. No era una cobarde. No era tan
tonta como para salir y enfrentarse a un loco que esperaba matarla. La
autoconservación tenía la culpa aquí.

Tenía que salir esta noche de todos modos. Era el baile anual de los Blackward
y su madre nunca la perdonaría si se lo perdía. Era uno de los bailes más populares
y solo la élite era invitada. Nadie se atrevía a perdérselo, o corrían el riesgo de ser
rechazados el próximo año.

Al menos por esta noche se le garantizaba una noche libre de Robert. 102
Anteriormente, Jane le dijo que los caballeros iban todos a sus clubes esta noche,
diciendo algo sobre un juego de cartas. Bueno. Eso significaba que ella podría
disfrutar de unas pocas horas sin vivir con miedo.

Durante la semana pasada, había inspeccionado a fondo toda su comida en


busca de cualquier cosa desagradable que él pudiera haber agregado antes de
comerla. También revisó el agua de su baño para asegurarse de que no hubiera
ningún tinte esperando a que se pusiera azul. El hombre era astuto después de todo.

Rápidamente, bajó las escaleras mientras vigilaba en busca de trampas. Tenía


los nervios a flor de piel. Maldito sea ese hombre. Tan pronto como estuvo abajo y
segura que él no la estaba esperando, fue directamente al pecho protector de su
madre y Lady Bradford, que esperaban pacientemente en el vestíbulo. Heather ya
se había ido. Ella ahora era oficialmente una solterona. Era una pena y, aunque
también era su futuro, nunca sería la compañera de nadie. Sería su propia dueña.

—¿Nos vamos? —preguntó con una sonrisa forzada mientras se apresuraba


a salir por la puerta.

—Ciertamente estás emocionada esta noche —dijo su madre con aprobación.


Normalmente, era como sacar dientes lograr que Elizabeth saliera de la casa para
uno de estos asuntos, pero esta noche agradecía la seguridad que ofrecía un baile.
De hecho, planeaba quedarse hasta que la echaran.

Esperó ansiosamente mientras su madre y Lady Bradford subían al oscuro


carruaje con la ayuda de un lacayo. Su trabajo, al menos en su mente, era estar alerta
por Robert. Él era astuto después de todo.

—¿Lady Elizabeth? —dijo el lacayo, esperando pacientemente a que ella


también subiera.

—Gracias, Anderson —dijo, aceptando su ayuda. Una vez dentro del carruaje
oscuro, vio de inmediato a las otras dos mujeres que compartían el banco de
adelante. Con un suspiro interior, se sentó en algo más firme y cálido que
definitivamente no se sentía como un banco.

—Creo que este asiento está ocupado, Lady Elizabeth —dijo Robert
arrastrando las palabras, sorprendiéndola y haciéndola saltar de su regazo. De
alguna manera, se tropezó con sus faldas en el proceso y habría aterrizado sobre su
madre y Lady Bradford si él no hubiera extendido la mano y la hubiera agarrado
por la cintura. Antes de que ella pudiera apartarle las manos, la plantó en el asiento 103
junto a él.

—¿Qué estás haciendo aquí? —le preguntó rudamente, sin importarle


realmente si lo ofendía.

—¡Elizabeth! —siseó su madre mientras Lady Bradford hacía todo lo posible


por ocultar una sonrisa.

—Estoy aquí para acompañar a dos mujeres muy hermosas al baile —dijo,
guiñando un ojo a través del carruaje y haciendo que las otras mujeres se rieran. Le
dio una mirada de soslayo y sonrió.

Estaba más que molesta, pero las otras mujeres no parecían darse cuenta o
importarle. Lo que estaba bien. Podría sentarse aquí e ignorar su cuerpo tan cálido
y la forma en que hacía que su cuerpo se estremeciera con la anticipación de su
toque. Una vez que estuviera en el baile, lo evitaría completamente.

Bueno, hubiera sido fácil ignorarlo si él no hubiera comenzado a usar su peso


para empujarla contra la pared.

—¡Basta! —siseó.

—¿Basta qué? —preguntó inocentemente.


—Me estás empujando.

—Debes estar imaginando cosas. No me he movido.

Puso los ojos en blanco.

—Bien. Casi estamos allí de todos modos. —Él la empujó de nuevo. Apretó la
mandíbula y lo aceptó. Si esta era su idea de venganza, entonces era patético. Lo
dejaría tenerlo. Era simplemente infantil. Sin duda había perdido su toque con los
años.

—¡Estamos aquí! —dijo alegremente Lady Bradford. Bien. Cuanto más rápido
pudiera alejarse de él, mejor.

Robert saltó para ayudar a las otras mujeres a salir del carruaje primero.
Cuando fue su turno, él le tendió la mano y ella la tomó a regañadientes. Una vez
abajo se enderezó las faldas y se quedó inmóvil. ¿Había una corriente de aire?

104
Traducido por Florff
Corregido por Flochi

—¡E
lizabeth! ¡Regresa al carruaje de una vez! —siseó su
madre.

—¿Qué? —murmuró mientras su madre y Lady


Bradford prácticamente la arrastraron dentro. Cayó
hacia atrás en el asiento. Cuando bajó la vista, no pudo evitarlo y jadeó con sorpresa.
Había una larga rasgadura en su falda justo por el lado donde Robert estaba sentado,
mostrando su pierna en toda su gloria. Sus ojos se dispararon hacia los de él. Parecía
muy divertido y un poco engreído.
105
—Tendremos que ir a casa para cambiarte —dijo Lady Bradford, sonando
disgustada.

Elizabeth levantó una mano.

—No, por favor. Me niego a arruinar la noche de todos por mi falta de


cuidado. Debo haber enganchado el vestido en un clavo, uno más afilado de lo que
parecía. —Su mirada se disparó hacia Robert, que parecía extrañamente triunfante—
. Me disculpo —dijo ella tensamente.

—¿Estás segura? —preguntó su madre, pareciendo desgarrada entre ir con


ella y disfrutar del baile del año.

—Sí, estaré bien. Por favor, continúen. Regresaré tan rápido como sea posible
—dijo ella con calma. Estaba molesta pero no quería que Robert lo supiera. Este era
su vestido favorito. Bueno, apenas lo tenía hace una semana, pero ese no era el
punto. Iba a pagar por esto.

Robert fue el último en retroceder.

—Disfruta de tu noche. —Guiñó antes de darse la vuelta para irse. Oh, lo


disfrutaría. Empezó a tramar su venganza en cuanto el carruaje se fue rodando.
Estaba diseñando el plan perfecto para su venganza cuando el carruaje se
detuvo abruptamente, enviándola volando al asiento de enfrente.

—¿Henry? —llamó al conductor, preocupada porque algo le hubiera pasado


al amable hombre que había conocido desde que era una niña. Un disparo de arma
sonó, seguido de otro—. ¡Henry!

Segundos más tarde, la puerta se abrió de un tirón, dirigiendo su atención al


hombre que estaba allí de pie ante ella.

—Buenas noches, mi querida, agradable noche para una fuga, ¿no?

Oh, no, él no. Pensaba que se había librado de él el año pasado cuando los
cobradores de deudas lo habían echado de Londres. Esto era muy malo. Era el peor
cazador de fortunas que había. También era cruel y conocido por hacer lo que fuera
necesario para obtener lo que quería y ahora quería obligarla a casarse. No le
quedaba más remedio que echar hacia atrás su puño y dejarlo volar y eso es
exactamente lo que hizo.

106

Robert no pudo mantener la sonrisa satisfecha fuera de su cara mientras


caminaba de un lado a otro por el salón de baile. Ignoró a las viudas entusiastas
enviándole miradas invitadoras, ansiosas por compartir su cama, a las viudas
aburridas enviándole miradas similares, a las escolares a la caza de marido deseando
hacer algo para estar instaladas y mantuvo un ojo en la entrada, anticipando la
llegada de Elizabeth.

No podía esperar. Estaba tan entusiasmado. Esto no iba a tener precio. Casi
deseaba poder haber visto su cara cuando se diese cuenta que su guardarropa había
sido limpiado por completo salvo por un vestido nuevo y llamativo de un horrible
color naranja vómito. No tendría más opción que ponérselo y le alegraría la noche.
La vida era buena.

Mientras pasaba los escalones de la entrada del salón de baile, una conmoción
estalló en el vestíbulo. Lacayos entraron corriendo mientras gritaban pidiendo más
armas. Robert no pensó, tan solo corrió. Algo en sus entrañas le decía que moviera
el trasero y lo hizo.
—¡Llévalos al estudio y coloca un hombre en la puerta! —ordenó Lord
Blackward—. Arma a todos los hombres y llama al magistrado. ¡Que alguien vaya a
Whites y traiga a Lord Norwood inmediatamente!

—¡Consigue un cirujano! —gritó un hombre desde el estudio.

Le llenó el pavor. Pasó corriendo a los lacayos y a un atónito Lord Blackward


y siguió el rastro de sangre que empapaba la cara alfombra del estudio. Vio su
ensangrentada falda verde claro casi inmediatamente.

—Oh, por favor, Dios, no—murmuró mientras se apuraba hacia dentro.

—¡Henry, tranquilo! —oyó decir a Elizabeth.

—¿Está bien, miladi? —preguntó Henry, intentando sentarse en el refinado


sofá. 107
—Sí, hiciste un buen trabajo —dijo Elizabeth, dándole al sirviente una cálida
sonrisa tranquilizadora mientras se preocupaba por él.

La parte delantera de su vestido estaba cubierta de sangre, pero no podía ver


ninguna herida evidente.

—¿Dónde estás herida? —preguntó. Cuando ella no le respondió lo bastante


rápido, la sacudió y lo gritó. No se había dado cuenta que sus manos estaban
temblando hasta que la vio estremecerse.

—Me duele la mano, eso es todo —prometió ella. Le enseñó el dorso de la


mano. Ya estaba amoratado. Sus ojos se movieron a su cabello revuelto, unos pocos
cortes en su hombro desnudo y donde el vestido había sido rasgado, exponiendo
demasiado de su clavícula para su cordura. Se quitó la chaqueta y se la colocó sobre
los hombros.

—¿Qué sucedió? —preguntó.

Ella cayó de rodillas, forzando sus brazos por de las mangas así podía atender
a Henry.
—Lo siento tanto, Lady Elizabeth. No supe que se aproximaban hasta que fue
demasiado tarde.

—Shhh, tonterías. Hiciste un buen trabajo, Henry. Un buen trabajo. Ahora tan
solo cálmate y déjanos ayudarte.

Él cerró los ojos y asintió. Robert podía decir que el hombre tenía mucho
dolor, pero no quería estresar a Elizabeth más de lo que estaba.

—Dale algo de brandy —le ladró a un lacayo. Miró de nuevo a Elizabeth—.


Quiero. Un. Nombre —dijo entre dientes cada palabra de manera serena.

—Edward Thompson, él ha estado detrás de miladi durante un tiempo.


Intentó llevársela esta noche. Ella le plantó cara, lo hizo —dijo Henry con orgullo,
respondiéndole antes de que Elizabeth tuviera oportunidad.

Conocía al bastardo. Habían acudido juntos a la escuela. También era hombre


muerto. Nadie tocaba a su descarada y vivía. Agarró una pistola de un lacayo que
pasaba y una bala de más.

—Lord Blackward, ¿tendría por casualidad un buen caballo que pudiera


108
prestarme?

—Robert, ¿qué vas a hacer? —preguntó Elizabeth.

—Voy a matar a Edward Thompson, por supuesto.

—¿Está seguro que allí es donde está? —susurró Lord Blackward por encima
de su hombro.

Robert asintió al anciano.

—Oyó a la encargada del hostal. Él está aquí.

—¿Cómo quiere manejar esto? —preguntó Lord Blackward. Estaba


prácticamente encima de Robert. Tuvo que volver a desplazarse y apartarse para
respirar.
—¿Sus hombres han bloqueado las puertas trasera y delantera? Entraremos
con algunos hombres y le atraparemos.

—No estaba hablando en serio sobre matarle, ¿no? —preguntó Lord


Blackward, moviéndose nerviosamente.

Robert volvió a comprobar su arma, asegurándose de que estaba cargada y


lista.

—Si trata de huir, le dispararé a matar antes de que pueda dar ni un paso
afuera. De otra forma, estoy seguro que Lord Norwood querría manejar esta
cuestión personalmente. El hombre intentó secuestrar a su hija, después de todo.

—Correcto, correcto. Vamos allá. —Lord Blackward le dio un codazo. Robert


dirigió el camino hacia dentro de la pequeña casa de huéspedes.

—Por aquí, señor —dijo la encargada, señalando a los hombres para que la
siguieran al segundo piso.

—Llame a la puerta —ordenó Robert suavemente.

Un sonoro quejido fue la respuesta. Después de una ligera pausa, Robert abrió 109
la puerta. Agarrando su vela en alto junto con la pistola, entró en la habitación. El
olor a vómito fresco y sudor alcanzó su nariz, casi haciéndole sentir náuseas.

Los quejidos continuaban. Miró al catre solo para verlo vacío. La habitación
se llenó con más luz cuando los hombres entraron tras él, haciéndola parecer tan
luminosa como si fuera de día.

—¡Buen Dios! —jadeó Lord Blackward.

Edward Thomson yacía en el suelo, curvado en una bola con ambas manos
apretando su ingle.

—Ella no… paraba… de… golpearme… —Vomitó otra vez. Todos los
hombres de la habitación se movieron y se taparon distraídamente su ingle ante el
anuncio.

Robert no podía creer que su descarada hubiera dejado fuera de combate a


este hombre tan grande. Peor, no podía creer que fuera capaz de ese tipo de
represalia. Incluso después de todos esos años de mierda que le había hecho pasar,
ella nunca le había golpeado en las bolas. ¡Gracias a Dios por eso!

El hombre ahora estaba gimoteando abiertamente.


—¿Qué deberíamos hacer? —preguntó Lord Blackward, moviéndose
ansiosamente.

—Apresarle. Normalmente diría que ya ha sufrido bastante, pero si ella le ha


convertido en un eunuco, va a querer matarla. Mejor dejar esto a su padre y al
magistrado para que lo manejen.

—Está llorando —dijo Lord Blackward con disgusto.

—Lo sé. —Robert se inclinó sobre Edward, manteniéndose de espalda al resto


de los hombres—. Edward, ¿intentaste secuestrar a Elizabeth? —preguntó con furia
apenas restringida.

Edward asintió francamente.

—¡Lo admitiré! Por favor, consigue un cirujano. ¡No quiero perder mis bolas!

Robert le dio la vuelta.

—Esto es por Elizabeth —susurró antes de pegarle un puñetazo en la


mandíbula, rompiéndola con un audible crujido y dejando al hombre sin sentido.

—¿Por qué fue eso? —exigió Lord Blackward.


110
—Estaba llorando —dijo Robert con un despreocupado encogimiento de
hombros mientras se dirigía a la puerta antes de que decidiera matar al bastardo.

Elizabeth estaba caminando de un lado a otro del vestíbulo cuando Robert


entró en tromba en la casa seguido de su padre, Lord Bradford y James. Cuando los
vio, dejó de caminar de una vez.

—¿Bien?

Los hombres le echaron un vistazo. Vestía un largo camisón de algodón


blanco y una bata. Su padre y Lord Bradford miraron con desaprobación. James
parecía divertido. Robert parecía hambriento, haciéndola moverse nerviosamente.

—Ve a la cama, querida. Está solucionado —dijo su padre mientras la besaba


en la frente.
—Por favor, dime que aún está vivo.

—Desearía no estarlo —dijo James con una risita entre dientes.

—Un poco exagerado, ¿no crees? —preguntó Robert. Sus ojos nunca dejaron
los de ella mientras la observaba posesivamente.

—Y-yo tenía que asegurarme de que no volver a levantarse.

El resto de los hombres se rio más fuerte durante un momento, mientras


Robert continuaba observándola.

—Oh, créeme, mi querida, nunca se levantará de nuevo —dijo Lord Bradford.

Se le tiñó el rostro. No estaba segura exactamente de lo que estaban hablando,


pero tenía una idea gracias a esa noche en el invernadero de naranjos. Le había
golpeado bastante duro.

Repetidamente.

—Desde ahora, no irás a ninguna parte sin un hombre extra para vigilarte.
Ahora sube a la cama y haz que Jane vaya a buscar algo de té.
111
—La envié a la cama hace unas horas. Iré a la cama enseguida. —Lanzó una
última mirada a los hombres. Obviamente el hombre estaba vivo. Eso era todo lo
que le preocupaba. Eso y que Robert estaba a salvo, pero no quería ahondar más en
eso.

Robert esperó una hora hasta que el resto de los hombres estaban relajados y
absortos en el juego de cartas antes de excusarse por esta noche. Subió las escaleras.
Después de una rápida mirada alrededor del pasillo escaleras arriba, fue a los
cuartos de la familia.

Ya conocía qué habitación pertenecía a Elizabeth. Gracias a todas las veces


que se había escabullido en su habitación para colocar algo asqueroso o muerto en
su cama, se sabía el camino de memoria. Escuchó tras la puerta antes de abrirla
lentamente. Sus oídos fueron recibidos con suaves ronquidos. Lindos y suaves
ronquidos, pensó.
La puerta se cerró con bastante silencio. Luego de una breve pausa, decidió
quitarse las botas. No quería despertarla cuando se subiera a la cama. La única luz
en la habitación venía de la chimenea, haciéndole difícil ver dónde iba. Arrojó otro
tronco y fue hacia la cama.

Elizabeth estaba curvada sobre un lado. Parecía un ángel, su ángel. Su


descarada. Tenía que abrazarla. Ahora. Levantó las cobijas y se arrastró bajo ellas.
Se curvó contra su cuerpo y gentilmente la atrajo contra él, con cuidado de no
despertarla y sin preocuparse realmente si lo hacía. Finalmente, dejó escapar un
suspiro que no se había dado cuenta que había estado conteniendo. Ella estaba a
salvo. Estaba a salvo aquí en sus brazos. Con esto repitiéndose en su cabeza, se
quedó dormido.

112
Traducido por Flochi
Corregido por Imma Marques

—E
sa mirada no va a funcionar conmigo, querida. Pregúntale
a tu madre —dijo Richard sin alzar la mirada de su
periódico—. No vas a ir.

Elizabeth dejó de hacer morritos de inmediato. Por lo general funcionaba.


”ueno, solo si su madre no había usado la misma táctica. Su madre debió haber
pedido redecorar la sala rosa esta mañana. Estaba bien ya que su plan de respaldo
nunca fallaba.

—Tienes razón, claro, papá —dijo Elizabeth. 113


Su padre resopló estando de acuerdo. Ella recogió un plato y se dirigió a la
mesa lateral y llenó el plato hasta el borde con carnes, queso, dulces y pan, notando
que los sirvientes habían empezado a poner un banquete lo bastante grande para
alimentar a un pequeño ejército desde que los ”radfords vinieron a quedarse con
ellos.

Era al menos tres veces más de lo necesario, pero sabía que no se


desperdiciaría ni una migaja, no con Robert quedándose aquí. Recordó que él
siempre había tenido un gran apetito, algo de lo que se había burlado cuando eran
niños. La cantidad de comida que comía en un día era espantosa. Incluso su familia
parecía estar preocupada por sus hábitos de alimentación. No pudo evitar
preguntarse cómo no era gordo a esta altura, pero ese era un pensamiento para otro
momento. “hora mismo, tenía una misión que cumplir.

Cuando puso el plato en el lugar junto a su padre, se aseguró de que el plato


resonara lo bastante fuerte como para llamar su atención. Cuando ella se volvió para
regresar a la mesa lateral por otro plato, vio que su padre se asomaba alrededor del
periódico para mirar su plato. Sus ojos se agrandaron considerablemente. Ella giró
su cabeza rápidamente para ocultar su sonrisa y llenó un segundo plato con pudín,
muffins que quedaron del desayuno, algunos bollos y el resto de la mermelada de
frambuesa. Puso el segundo plato junto al primero y se sentó. Su padre se movió
incómodo en su asiento.

Elizabeth lo ignoró mientras hacía un gran espectáculo al untar mantequilla


sobre un trozo de pan marrón. Llevó la rodaja de pan a medio camino de su boca, le
dio una pequeña sacudida a su cabeza y agregó más mantequilla antes de llevarlo
una vez más hacia sus labios.

Su padre habló antes de que ella consiguiera dar un mordisco.

—¿No es mucho, querida? —intentó preguntar casualmente, pero falló


miserablemente y con razón. “sí fue exactamente cómo Heather comenzó su camino
a la soltería. Pasó de tener una figura que las demás mujeres envidiaban a ser más
bien rolliza en un período relativamente corto de tiempo.

“ él no le preocupaba que ella fuera empujada a la vida de una acompañante.


Financieramente estaba bien y no tendría que preocuparse por dinero un día de su
vida. Su padre se preocupaba sinceramente por ella. Quería verla bien cuidada y
anhelaba más nietos. 114
Ella suspiró pesadamente. Este era un truco que solo podía usar cada pocas
semanas. Si lo hacía muy a menudo, perdía su efecto.

—¿Hay alguna otra cosa que te gustaría hacer, querida? —preguntó él con
nerviosismo, mirando hacia los grandes platos de comida.

—”ueno, sí —dijo, solo para sacudir la cabeza y suspirar pesadamente—. No,


dijiste que no podía ir sin ti o madre. —Le dio a su padre una sonrisa dulce—. Está
bien, papá. Puedo hacer que esas cosas se hagan de otra manera. —Miró de nuevo
sus platos—. Los bollos se ven deliciosos… hmm, me pregunto si hay pastel extra.

Él bajó su periódico y se aclaró la garganta.

—Cariño, no seamos apresurados. El hombre está en la cárcel y, con un lacayo


más, deberías estar más que a salvo. —Miró los platos frente a ella ansiosamente—.
Dame unas pocas semanas para despejar mi agenda o se me ocurra una alternativa
mejor. Estoy seguro que podremos encontrar una manera de que vayas de visita a
tu finca en el norte.

La mano de ella quedó inmóvil a medio camino de su boca otra vez.

—¿Estás seguro?
—Sí, sí, creo que deberías salir. Estoy seguro que tienes muchas cosas que
hacer. —Él apartó suavemente el plato lleno de dulces de ella, temeroso de que lo
comería antes de tomar una decisión.

Ella exhaló lentamente y bajó el pan.

—Supongo que podría salir.

—Ese es el espíritu, querida —dijo alegremente.

—”ueno —se levantó de la silla—, si voy a completar mis deberes, debería


irme ahora.

Su padre se frotó la nuca, pareciendo como si acabara de evitar un desastre.


Se inclinó y lo besó en la mejilla. Él masculló algo antes de despedirla.

Tuvo que ocultar su sonrisa cuando se iba. En pocas semanas estaría libre de
Robert y comenzaría su nueva vida independiente más pronto. Las cosas estaban
marchando muy bien.

115

—Esa sonrisa solo puede significar una cosa —meditó James mientras
sostenía la puerta delantera para ella y se hacía a un lado para que saliera a la
escalera delantera.

—¿Oh? ¿Y qué es eso? —preguntó Elizabeth a la vez que aceptaba la


compañía. Puso su mano sobre su bíceps cuando él tomó la gran canasta de ella y
caminó hasta el carruaje que la esperaba.

—Has eliminado a mi hermano de una vez por todas e incluso encontraste el


sitio perfecto para enterrar el cuerpo —dijo James con un guiño mientras la ayudaba
a subirse al carruaje y ponía el canasto sobre uno de los asientos.

Ella suspiró pesadamente a la vez que negaba con la cabeza, todavía


sonriendo.

—Me temo que no.

James se rio entre dientes mientras subía al carruaje y se sentaba frente a ella.
Una vez que estuvo acomodada y una criada se les unió, él golpeó la pared dos
veces, indicándole al conductor que marchara.

—No te importa si me invito, ¿verdad? —preguntó él con esa encantadora


sonrisa que solía hacer que su corazón se detuviera, pero ahora solo la hacía sonreír.

Era curioso cómo funcionaba el encaprichamiento infantil. Un día, él era todo


en lo que podía pensar, quería y deseaba, y al siguiente… al siguiente había seguido
adelante sin darse cuenta. ¿Cuándo exactamente había superado su tonto
enamoramiento por él? Muy probablemente cuando había salido de su vida por el
bien de Robert.

Solo agradecía finalmente haberlo superado. Odiaría estar así de obsesionada


por un hombre de nuevo. De hecho, pensando en cómo solía actuar a su alrededor
era un poco vergonzoso. Por suerte él siempre había sido muy amable para burlarse
de ella, a diferencia de Robert, pensó con un suspiro interno.

Una vez que Robert lo descubrió, y ahora que pensaba en ello, probablemente
no había sido tan discreta como había pensado, la había atormentado con el
conocimiento. Luego de ese terrible día en el parque, él parecía hacer todo lo posible
para humillarla. Escribió insípidas cartas de amor a James y las firmó con su nombre, 116
asegurándose de dejarla donde cualquiera pudiera encontrarlas. Hacía sonidos de
besos cada vez que James estaba cerca e intentó hacer que pareciera que ella hacía
esos ruidos. La molestó abiertamente al respecto hasta que se volvió tan malo que
ella se negó a estar en el mismo cuarto que James y Robert.

Las travesuras de Robert probablemente suavizaron el golpe de tener a James


alejado repentinamente de su vida. Había sido difícil y recordaba haber llorado más
de una vez, pero probablemente hubiera sido peor si hubiera sido libre de adorarlo
en secreto. En cierta manera, Robert la había ayudado, no es que esa hubiera sido su
intención. Gracias a él, podría sentarse frente al devastadoramente apuesto hombre
y no tener que preocuparse por estar nerviosa o decir algo tonto. Cuando miraba a
James, todo lo que veía era un buen amigo en proceso. Ciertamente no quería besarlo
como quería con Ro…

”ueno, no importaba a quién quería besar. Se iba a ir pronto y no quería


ninguna complicación. Ciertamente no quería más besos embriagadores de Robert.
Ya que no le gustaba en lo más mínimo, no quería ni anhelaba su tacto.

No lo hacía.

—¿“ dónde vamos exactamente? —preguntó James, por suerte sacándola de


sus alarmantes pensamientos sobre estar en los brazos de Robert y lo bien que se
sentía tener sus labios sobre los de ella.

—Voy a llevarle una canasta a una amiga —dijo distraídamente mientras una
vez más se preguntaba por qué, de todos los hombre que conoció, Robert era el único
en ponerla nerviosa, hacerla querer sonreír y hacerla anhelar tocarlo. Era ridículo.
Ni siquiera le agradaba el hombre, pero no podía evitar la manera en que
reaccionaba su cuerpo ante él.

¡Era una completa locura!

—¿Y quién es exactamente esta amiga? —preguntó James.

Ella abrió la boca para decirle que Robert no era su amigo cuando recordó de
lo que estaban hablando. Por qué rayos estaba soñando despierta con un hombre
que no podía soportar, se preguntó no por primera vez desde que él volvió a su vida.

—Es para una de las sobrinas de la criada que ha estado enferma —respondió
la criada con un resuello.

—¿Una sobrina de la criada? —preguntó James, pareciendo confundido


117
mientras Elizabeth fulminaba a su criada con la mirada por su gran bocota. Jane le
envió una sonrisa de disculpa aunque se estremeció notablemente. Se suponía que
nadie supiera lo que estaba haciendo. “nnabel, la vieja criada de Heather y ahora la
criada de la casa, estaba muy preocupada por su sobrina y por una buena razón por
lo que le habían dicho, pero su padre se negaba a darle el día libre a la mujer para ir
a comprobarla sin una explicación.

—Ella me ayuda de vez en cuando —mintió, lanzándole a Jane una


advertencia.

La sobrina de “nnabel recientemente había sido echada a la calle por su


empleador, Jonathan, el Conde de… ”ueno, seguía sin poder recordar su título y no
le importaba. Lo único que le importaba era que el bastardo había usado a la chica
hasta que se hizo obvio que estaba llevando a su hijo. Sin siquiera pensarlo o darle
dinero para el niño, la había arrojado a la calle. “hora ella estaba viviendo en un
cuarto deteriorado en una sección de la ciudad que era un poco peligrosa. Cuando
Elizabeth había descubierto la situación esta mañana, había decidido llevarle a la
chica una canasta y asegurarse de que tuviera todo lo que necesitaba.

James frunció el ceño.


—Entonces, ¿por qué no enviar a un sirviente para llevarle la canasta? O al
menos, traer un hombre extra o dos. No deberías estar haciendo entregas para los
sirvientes, Elizabeth. No es decente.

—Tengo otros recados que hacer y pensé en manejar la cuestión yo misma —


dijo ella con una sonrisa cálida, esperando que dejara pasar el tema, pero claro, no
lo hizo.

Por un momento, no dijo nada mientras consideraba las palabras de ella, pero
finalmente con una sacudida de la cabeza y un suspiro pesado, dijo

—Uno de los hombres se encargará de la chica mientras te ayudo con el resto


de tus recados.

Por más que quisiera discutir, no podía. Si era terca sobre esto, él no dudaría
en alertar a sus padres y eso era lo último que necesitaba en este momento.

“sí que con el corazón oprimido, asintió y le agradeció a James. Tendría que
confiar en quien sea que James eligiera para la tarea, se asegurara de que la chica
tuviera todo lo que necesitaba
118

—¿Ese no es tu hermano con Lady Elizabeth? —preguntó Jenkins.

Robert alzó la mirada del pergamino que su abogado le había dado al final de
su reunión y apenas contuvo una ristra de maldiciones que habría hecho que las
refinadas mujeres caminando a lo largo de las tiendas jadearan antes de desmayarse.

—Ella está con eso de nuevo —dijo él con los dientes apretados mientras
empujaba el pergamino en las manos de Jenkins y cruzaba la calle concurrida.

—¿En qué, señor? —llamó Jenkins tras él.

—Envolviendo a mi hermano alrededor de su dedo —dijo, sin importarle que


Jenkins lo escuchara o no, mientras veía a su hermano sonreírle a Elizabeth cuando
pasaron una librería. Su mirada bajó al brazo de su hermano y sintió a su mandíbula
apretarse con tanta fuerza que honestamente se sorprendió que sus dientes no se
rompieran bajo la presión.
Ella estaba tocando a James, de nuevo. En el fondo de su mente, supo que no
había nada inapropiado sobre su hermano ofreciéndole el brazo a Elizabeth, pero
eso no evitó que viera rojo a medida que se movía hacia ellos.

—¿Te gustaría un poco de chocolate, Elizabeth? —escuchó preguntar a su


hermano a medida que se acercaban a la tienda de dulces.

—Suena como una idea maravillosa —dijo Robert animadamente mientras


Elizabeth abría la boca, probablemente para aceptar. Él pasó junto a los dos grandes
matones y la criada de aspecto infeliz que los seguía y se movió a la derecha de
Elizabeth, asegurándose, por supuesto, de rozarse contra ella. Casi gruñó cuando
vio que un hermoso rubor aparecía por su cuello y hacía arder sus mejillas.

—¿Estás bien? —preguntó su hermano cuando notó el profundo rubor


pintando las mejillas de ella.

—Sí, estoy bien. Gracias —dijo, forzando una sonrisa para James mientras
ignoraba intencionadamente a Robert.

Eso no serviría, pensó con un suspiro interno. Tampoco apreció el hecho de


que ella se estaba alejando de él y acercando más a James. No, eso tampoco serviría, 119
pero claro que era fácilmente solucionable.

—¿Qué estás haciendo aquí, Robert? —preguntó James, dándole una mirada
penetrante sobre la cabeza de Elizabeth para que desapareciera. Si su hermano
hubiera estado con cualquier otra mujer, podría haber tomado la indirecta y los
hubiera dejado en paz, pero esta era Elizabeth, su descarada, y se helaría el infierno
antes de que le permitiera casarse con su hermano.

—Tengo deseos de chocolate —dijo, deteniéndose en la puerta de la tienda de


dulces e indicándole a Elizabeth que pasara.

Luego de enviarle una mirada cautelosa por la que él no podía culparla, soltó
el brazo de James y entró a la tienda. Cuando su hermano se movió para unirse a
ella, Robert lo interrumpió y se movió hábilmente junto a Elizabeth, ofreciéndole su
brazo y sabiendo jodidamente bien que ella no podía negarse.

Sus ojos se entrecerraron peligrosamente sobre él cuando alzó la mano y tomó


el brazo que le ofrecía. Él le guiñó un ojo cuando se pusieron en la fila. Cuando ella
clavó sus uñas en su brazo, solo pudo reírse, lo que pareció irritarla más a juzgar por
la manera en que clavó sus uñas más profundo en su brazo. Estaba bien para él,
porque ella no estaba usando guantes y se encontraba en el cielo. No podía empezar
a describir lo bien que se sentía tener a su descarada sosteniéndolo tan firmemente.

Cuando su hermano con el ceño fruncido se unió a ellos, Robert


deliberadamente ignoró al hombre. Después de todo, le estaba haciendo un favor al
asegurarse que no terminara casado con Elizabeth, lo que sería una pura desdicha
para el hombre. Honestamente, no podía imaginar nada peor que estar casado con
Elizabeth. Tener que lidiar con ella todos los días y noche tras noche donde se
tomaría su tiempo para explorar su hermoso cuerpo con sus manos y boca antes
de…

—¡Salgan de aquí y no vuelvan! —gritó la esposa del vendedor, llamando su


atención hacia dos niños siendo perseguidos fuera de la tienda con un palo de
escoba.

—Solo queríamos algunas paletas de limón —dijo el niñito, cuyas ropas


parecían mantenerse enteras por toda la mugre cubriéndolas, a la vez que alzaba
una pieza de plata.

La niñita con él, cuyas ropas estaban en peor condición, si eso era
humanamente posible, se tropezó cuando se movió para salir del camino de la 120
escoba y cayó contra las piernas de Elizabeth, dejando una gran mancha oscura
contra las faldas celestes de Elizabeth.

—¡Mira lo que le hiciste a la señorita! —soltó la esposa del vendedor a la vez


que alzaba la escoba y la bajaba hacia la niña encogida de miedo.

Incluso mientras alargaba la mano para sujetar la escoba, se preparó para el


arrebato de Elizabeth. Su vestido estaba completamente arruinado y había visto a
algunas mujeres ponerse histéricas por menos. En realidad, no quería lidiar con esto,
pero quizás sería lo mejor si ella le mostraba a James exactamente lo que le esperaba,
pensó mientras atrapaba la escoba en su mano antes de chocar con…

¿La espalda de Elizabeth?

Había estado tan concentrado en la esposa del vendedor y la escoba, que no


vio a Elizabeth bajar al suelo para cubrir a la niña llorando con su cuerpo. Mientras
arrebataba la escoba del agarre de la mujer, se obligó a no ablandarse ante la vista
de la mujer, que una vez consideró como una mimada egoísta, protegiendo a un
niño indefenso. Esto no cambiaba nada, se recordó, excepto que ahora por alguna
razón preferiría morir que verla casada con James, y no tenía nada que ver con
odiarla.
Cuando James se movió para hablar con el vendedor y su esposa, Robert
ayudó a Elizabeth a ponerse de pie, obligándose a ignorar la urgencia de atraerla a
sus brazos.

—Gracias —murmuró ella a la vez que alargaba la mano para ayudar a la


niña llorando a sus pies, pero él simplemente se movió a un lado de Elizabeth y
recogió a la criatura. Se dirigió a la puerta, deteniéndose el tiempo suficiente para
agarrar al niño por el cuello cuando éste iba a darle un coscorrón a la mujer por
amenazar a su hermana.

—¡Oye! ¡Déjame ir! —exigió el niño a la vez que intentaba retorcerse y


liberarse de su agarre.

—Pórtate bien —dijo Robert, suspirando pesadamente cuando Elizabeth se


unió a ellos y tomó la mano del niño en la de ella.

—Veamos si podemos encontrar algo que llene más sus estómagos que
paletas de limón, ¿quieren? —preguntó ella con una sonrisa contenta mientras se
dirigía por la calle con el niñito corriendo para mantener el paso y probablemente
esperando que los siguiera como un perro faldero, pensó con disgusto mientras lo 121
hacía.

—¿Por qué estás sonriendo? —preguntó la niñita en sus brazos, sonando


cautelosa y curiosa a la vez.

—No hay razón, cariño —dijo, incluso mientras se maldecía por apurar su
paso para alcanzar a la excesivamente alegre mujer que odiaba, pero de la que no
podía soportar estar lejos.
Traducido por Gigi D
Corregido por Imma Marques

E
sto se estaba volviendo asustador, realmente asustador. Durante las
últimas tres semanas, ella se despertaba todos los días sintiéndose
sola. Lo raro era que se iba a dormir sola, por lo que era de esperarse
que se sintiera sola a la mañana al despertar. Esto era distinto. Se sentía como si en
algún momento de la noche no hubiera estado sola. Era una sensación rarísima.
Claro que podrían ser nervios.

Por el último mes, su padre había estado ignorando sus pedidos de irse,
haciendo todo lo posible para mantenerla en la casa. El motivo no era tan difícil de
averiguar. Esperaban lograr casarla antes de su cumpleaños, entonces estaban 122
haciendo todo lo posible para asegurarse de que ocurriera, incluso manteniéndola
en la casa, lista para recibir a los pretendientes.

Su decisión también tendría algo que ver con el hecho de que él descubrió sus
intentos de ir a visitar a la sobrina de “nnabel sin permiso. Enterarse de que ella
había intentado ir a un lado de la ciudad que tenía expresamente prohibido visitar,
no le había ayudado a aceptar la idea de dejarla irse por su cuenta a su propiedad.
Tampoco habría sido tan malo si su madre no se hubiera enterado de que planeaba
llevar comida y ropa a una sirviente, que además estaba embarazada del bastardo
de su antiguo empleador, lo cual la hizo volverse histérica sobre Elizabeth
avergonzándola al asociarse con sirvientes.

Y además Jane, que Elizabeth estaba noventa y nueve por ciento segura que
la delataba a sus padres hace tiempo, decidió compartir la historia de la tienda de
dulces, de cómo ella había llevado a ambos niños a una posada a comer algo caliente.
La criada había adornado la historia, claramente, haciendo énfasis en que todo el
mundo vio la situación. Después de tal día, su padre había anunciado que estaba
encerrada en la casa y los terrenos hasta nuevo aviso.

“hora parecía que todos excepto ella tenían algo que hacer. ”ueno, eso no era
del todo cierto. Tenía muchas cosas que hacer, pero la tenían encerrada en la casa en
contra de su voluntad. Pasaba gran parte del día intentando no aburrirse.
“fortunadamente, James pasaba tiempo con ella durante el día, leyendo con ella y
acompañándola en caminatas por el jardín de rosas, que se encontraba hermoso.
Unos años atrás, ella se habría sonrojado e hiperventilado por la atención. “hora
simplemente se sentía bien tener un amigo.

Después de tantos años, era gracioso que los sentimientos que ella creía haber
sentido con tanta intensidad como niña, resultaran ser sólo una pequeña obsesión.
No tenía dudas que el él sería un gran marido. Era amable, divertido y era fácil
conversar con él. Si se lo hubiera encontrado antes de esa noche en el invernadero
de naranjos, sin dudas se habría enamorado de él.

Desafortunadamente, no era ese el caso. “unque no tenía planes de casarse,


nunca había planeado vivir tomando amantes. Cada vez que recordaba esa noche,
se sentía humillada y no agradecida de tener ese hermoso regalo como había sentido
antes. “ntes de esa noche sólo había besado a un hombre, y había sido un breve
besito en los labios y ella sabía a quién había estado besando en el momento. No sólo
había besado a un desconocido, además le había dado su inocencia, 123
voluntariamente.

El hecho de que hubiera sido Robert, el niño a quien había odiado más que a
nada en la tierra, sólo empeoraba todo. Intentaba no imaginarse qué pensaría él o
que haría con su secreto si ella llevaba las cosas demasiado lejos. ¿Creía acaso que
ella hacía eso seguido?

Sin importar qué dijera o pensara, le importaba qué pensaba él. Esa vez que
hablaron como desconocidos fue una de las veladas más placenteras de su vida.
Nunca se había sentido tan relajada o cómoda con otra persona como esa noche con
él. Esa noche conectaron de verdad, había sido muy placentero, pero la forma en que
él le habló, le sonrió, y la escuchó, hizo que se le derritiera el corazón.

No quería desearlo, o desear su toque. Este era Robert, después de todo. Era
el niño que una vez puso miel en su almohada y la empujó en un charco de lodo
cuando eran niños. “ pesar de todo, ella quería estar con él, cerca de él. “ veces se
encontraba a sí misma a altas horas de la noche paseándose por el descanso del piso
superior, esperando oír su voz profunda. Era patética, realmente patética.

Al menos estaba luchando contra sus sentimientos, se tranquilizó. Cada vez que
él se encontraba en la casa ella lo evitaba intencionalmente, lo que no sucedía con
frecuencia. Parecía que él solo se quedaba a dormir allí. “ menudo se preguntaba
adonde se dirigía. ¿Iría a un club? ¿Visitaba amigos? ¿Una mujer? “lejó la última
idea de su mente. No le gustaba imaginárselo con otras mujeres aunque estaba
segura que no lo quería para sí misma. Para nada. Todo esto se debía al tonto
fantasma que la tenía alterada.

Miró la almohada junto a la suya. Parecía que alguien había dormido en ella.
La única explicación que se le ocurría era que había rodado a ese lado de la cama en
algún momento de la noche, porque las sábanas de ese lado también estaban
arrugadas. Era lo único que tenía sentido.

“lgo le llamó la atención cuando movió las sábanas. Frunciendo el ceño, lo


tomó y examinó, notando que era una navaja de bolsillo. Se quedó sin aliento y su
estómago se revolvió. Desesperada por aliviar su estómago, tomó el horrendo té que
Jane le dejaba y bebió un poco. Ese pequeño sorbo despertó algo feo en su estómago.
Dejó caer la taza y corrió hacia la bacinilla.

Después de varios minutos, pudo sentarse derecha. Su estómago se retorció


de preocupación. Tenía un atraso. Tres semanas, para ser exacta. En la primera
semana, pensó que sería el estrés de su situación. Había ocurrido antes, pero nunca 124
por tanto tiempo. Y ahora estaba teniendo náuseas matutinas y, a veces, durante el
día. Hacía lo posible para ocultarlo, pero pronto alguien iba a notarlo. Y entonces su
vida iba a cambiar para siempre.

—Estoy bien —murmuró Elizabeth para sus adentros esperando que si lo


decía, se volvería realidad. Su padre estaba posponiendo el viaje a su propiedad en
el norte, pero ya no. Iba a dejarla ir en pocos días. Se lo había prometido y ella
pensaba hacerle cumplir. Hasta entonces, tenía que controlarse.

Volvió a la cama, con la esperanza de poder recostarse unos minutos para que
su estómago se asentara. “ntes de poder acostarse, el hedor del té volcado volvió a
golpearla. Corrió de nuevo hacia la bacinilla y terminó de vaciar su estómago. Estaba
bien. Todo estaría bien. Las cosas estarán bien, se dijo sin creérselo por un segundo.

Robert abrió uno de los cajones de su lado del escritorio. Con Elizabeth habían
llegado a un entendimiento tácito sobre compartir la biblioteca. Cada uno tenía un
lado del escritorio y no miraban el del otro. Era bastante cómodo. Ella era tan
ordenada como él, por lo que no le molestaba compartir el espacio.

Miró los papeles frente a él sin leerlos realmente. Su cuerpo se sentía partido
al medio. Desesperadamente quería volver arriba y meterse en la cama con
Elizabeth. Cuatro semanas y ya era adicto a ella. No podía dormirse en su propia
cama. Había intentado varias veces y todas falló miserablemente. Como para probar
un punto, siempre se dormía apenas apoyaba una mano en la cadera de ella.

Esto era malo. Era muy malo. La necesitaba demasiado. Su cuerpo la pedía
de todas las formas posibles. Disfrutaba de su ingenio y su lengua mordaz. Podía
ser divertida y él sabía que era amable. Esto era más que horrible. La odiaba. Ella era
el enemigo.

Su enemigo.

Era un imbécil. La situación era intolerable. Ya no podía soportarlo. Todos los


días tenía que contenerse de golpear a los pretendientes que pasaban por la casa.
Tenía que ver a James intentar cortejarla. Lo mataba. “ veces desaparecía todo el día
y toda la noche, sólo para volver como un marinero a una sirena y acurrucarse con 125
ella. La necesitaba más que al aire y la odiaba por ello. Odiaba que tuviera ese poder
sobre él. Iba a irse, y pronto, por su salud mental.

De repente la puerta de la biblioteca se cerró de un portazo.

—¿Estás loco?

“lzó la mirada para encontrarse a Elizabeth de pie sosteniendo su navaja. Su


mirada rápidamente se dirigió a la puerta cerrada mientras se levantaba para abrirla.
Encontrarse juntos en un cuarto cerrado podía terminar en un viaje a la iglesia y él
no iba a hacer eso, no con una mujer que lo odiaba.

—¿Estás bien? ¿Por qué demonios cierras la puerta? —Estaba frente al


escritorio cuando ella se le plantó, sujetando su navaja.

—¿“divina dónde encontré esto?

Se encogió de hombros.

—No tengo idea —dijo intentando tomarla, pero ella se la guardó en el


bolsillo antes de que lograra hacerlo.

—Por las últimas tres semanas me ha perseguido un fantasma —anunció.


Hmmm, no podría estar hablando de él, porque él llevaba cuatro semanas
durmiendo en su cama. Claro que era posible que ella hubiera tardado en notarlo.
Probablemente lo mejor era no corregirla en el plazo, decidió.

—¿Oh? —preguntó con tono aburrido.

—Mmhmm, parece que tengo un fantasma que se mete en mi cama. Es raro,


¿no crees?

—Ni que lo digas. Uno creería que tu fantasma tendría mejores opciones.

Ella lo golpeó en su hombro.

—¡“uch!

—¡”ien! ¡“hora explica por qué has estado yendo a mi cuarto!

Un golpe en la puerta fue la única advertencia de que iban a ser atrapados.

—¡Escóndete! —siseó.

Ella le lanzó una mirada asesina antes de apresurarse a hacerlo, ya que ser
atrapada a solas con él en un cuarto cerrado no era una opción. Lanzándole una 126
última daga con los ojos, rápidamente dio la vuelta al escritorio y se agachó bajo el
mismo, antes de que pudiera detenerla.

—¡“hí no! —siseó.

Elizabeth lo ignoró y gateó bajo el escritorio. Con un gruñido irritado, se sentó


en la silla y acomodó sus piernas bajo el escritorio. El mueble sí que era grande, meditó.
Era un hombre alto y sus piernas estaban cómodamente estiradas debajo del
escritorio y él apenas la estaba rozando. Claro que sabía que ella estaba allí.
Prácticamente podía sentir la furia emanando de ella. Estaba realmente atrapada ahora,
pensó con una sonrisa malvada, disfrutando de su ventaja más de lo que debería.

—Pase —dijo, fingiendo estar trabajando.

James entró.

—Me imaginé que te encontraría aquí.

—¿Qué puedo hacer por ti? ¿Viniste a aprender cómo se maneja una
propiedad? —bromeó, riéndose de la expresión de su hermano.

Siempre le pareció divertido que su hermano, el heredero, viviera la vida del


segundo hijo. No se tomaba nada en serio, no tenía ningún interés en aprender a
manejar todo lo que iba a heredar un día, y pasaba su tiempo con mujeres, jugando
cartas y viviendo sin propósito. James vivía la vida que Robert debería tener, pero
no estaba en él. Le gustaba manejar sus cosas, trabajar duro y crear cosas con sus
manos. Nunca había encajado con la sociedad o su familia. No actuaba como el hijo
de un Conde y probablemente nunca lo haría. Le gustaba ser independiente. Solo
deseaba que a veces no fuera tan solitario.

James palideció.

—¡Santo cielo, no! Contrataré a alguien para eso. —Por el tono con el que
James dijo que necesitaría un asesor, pronto llamó la atención de Robert.

—¿Qué ocurre? —preguntó con cautela.

James se sentó en la silla frente al escritorio, arrojando un tobillo sobre su


rodilla.

—Me voy a casar.

—¿Oh? —El terror lo invadió—. ¿Con quién?


127
—¿Qué crees tú?

—Solo dime.

—Lady Elizabeth, imbécil. ¿“ quién más he estado cortejando el último mes?


Traducido por Antoniettañ
Corregido por Imma Marques

E
lizabeth se movió y se acercó a la abertura para escuchar. El escritorio
era tan grueso que amortiguaba algunos de los sonidos. Empujó entre
las piernas de Robert y esperó. “utomáticamente, él separó sus
piernas para que ella pudiera sentarse cómodamente.

—¿Le preguntaste a Elizabeth ya? —preguntó Robert. Podía sentir la tensión


en su cuerpo.

James se rio.

—No, le he preguntado a su padre y él lo aprobó. Todo lo que queda es


128
preguntárselo a la dama.

—¿La amas? —preguntó Robert. Tenía que saberlo.

James se rio más fuerte por eso.

—¡No! ¿Te imaginas? ¡Ni siquiera amo a mi amante!

Robert tuvo que detenerse de hacer una mueca. Ella estaba clavando sus uñas
en las piernas de él. Estiró la mano hacia abajo y suavemente empujó las manos de
ella fuera de sus piernas rápidamente, con la esperanza de que James no hubiera
notado el movimiento.

—Si ella dice que sí, ¿vas a renunciar a tu amante? —preguntó, más por el
bien de ella que por el suyo.

James se rio.

—Muy gracioso. ¿Renunciar a “ndrea? Estás demente. Tuve que esperar a


otros tres hombres para conseguirla. No, la mantendré extraoficialmente.

—¿Qué pasa con Elizabeth? —preguntó Robert. Elizabeth se preguntaba eso


también. No es que ella fuera a pasar por ello. No. James era como un hermano para
ella ahora. Simplemente sería demasiado perturbador casarse con él.

Se encogió de hombros.

—La tendré con un heredero y el extra, por supuesto. No me importa que


caliente mi cama cuando el estado de ánimo golpee. Tienes que admitir que es muy
hermosa.

—No realmente —murmuró Robert—. ¡“y!

—¿Estás bien? —preguntó James.

Robert colocó el dedo en su boca.

—Corte de papel —murmuró. Su rodilla estaba palpitando. Maldita sea, ella


era una pequeña cosa fuerte.

—Odio esos —dijo James con disgusto.

—Yo también —dijo ácidamente—. Todavía no entiendo por qué te


conformarías con ella —dijo él con un tono disconforme. Necesitaba que James se
enterrara frente a Elizabeth. Le ahorraría mucho trabajo más tarde. No iba a
simplemente sentarse y permitir que James se casara con su descarada.
129

Oh, iba a mutilar al hombre. ¿De verdad tuvo la audacia de hablar de ella así?
No le importaba James, pero que Robert actuara como si fuera nada le irritaba. Miró
alrededor del pequeño espacio. Maldición, no había nada que pudiera hacerle aquí.
”ueno, no es cierto, tenía el cuchillo, pero eso era un poco demasiado. Miró de nuevo
hacia él y sonrió. Había algo que podía hacer para hacerle perder esa actitud
pomposa que estaba usando a su costa.

Cada músculo en su cuerpo se congeló.

—¿Qué estás haciendo? —exigió firmemente, sin duda aterrorizado de la


descarada escondida debajo de la mesa.

James miró hacia atrás desde el pequeño aparador.

—Tomando una copa. ¿Quieres una?

—¡Por favor! —dijo más a Elizabeth que a James. Ella le había desabrochado
los pantalones y sacado su hombría. Cerró los ojos durante unos segundos y envió
una oración silenciosa a Dios, jurando dar vuelta a su vida para siempre, si ella no
usaba su cuchillo para castrarlo. Sus ojos se abrieron cuando ella le acarició.

—¿Estás bien? —le preguntó James mientras colocaba un vaso de whisky


delante de él.

—Muy bien, gracias. —Tomó el vaso y lo tragó. Nada en la vida podría


haberlo preparado para este giro de los acontecimientos. Tenía que mantener a
James aquí hablando, de lo contrario su descarada podría detenerse y
definitivamente no quería eso—. N-no entiendo, si encuentras a Elizabeth hermosa,
¿por qué necesitas a “ndrea? —¿Siempre fue tan difícil hablar? No podía recordar.

James se rio a sabiendas.


130
—Supongo que no lo sabrías ya que vives como un monje en esa finca tuya.
Lo explicaré con cuatro pequeñas palabras, ella utiliza su boca. —Guiñó y se sentó
de nuevo.

—¿En serio? Nunca me han hecho eso. —Hasta ahora. Sus manos agarraron
el escritorio cuando Elizabeth decidió que la idea tenía el mérito suficiente para
probarla. Su boca caliente y húmeda se cerró sobre la punta de su erección. Si
muriera en este momento, podría decir honestamente que había vivido una vida
feliz y satisfactoria.

Esto era diferente y muy excitante. Ella nunca habría pensado hacer esto si
James no lo hubiera mencionado. Era más fácil que usar su mano, que de igual forma
usaba, ya que era útil. Decidió hacer de esto un juego y ver lo lejos que podía tomarlo
en su boca para enloquecerlo. Esto debería enseñarle. Esperaba que se estuviera
avergonzando en el momento. Desafortunadamente, también estaba despertando la
misma necesidad que la había dejado desesperada por él esa noche en el invernadero
de naranjos. La mano de Robert bajó y suavemente acunó su mejilla, instándola a
continuar.

James necesitaba seguir hablando o lo mataría.

—Tu esposa probablemente haría eso también —dijo él, con la esperanza de
que James se volcara en una larga explicación mientras disfrutaba de los servicios
de Elizabeth.

Él resopló.

—”uena suerte con eso. Las mujeres como Elizabeth son frígidas en la cama.
Ningún hombre quiere permanecer fiel a eso. ¿Te imaginas pasar el resto de tu vida
yendo a la cama con una mujer que se niega a quitarse el camisón o incluso moverse?
Dios, es aburrido. Ella sólo se recuesta allí esperando a que termines y vayas a tu 131
habitación. No, gracias. Mantendré a mis amantes, putas y enamoradas.

Con gran esfuerzo habló.

—“sí que de nuevo, ¿por qué casarse con Elizabeth? Sé que tiene una
pequeña finca, pero hay otras herederas con más dinero y tierra.

James sacudió la cabeza.

—No, ella me gusta. Es una buena chica. Es hermosa, pero no creo que tenga
que preocuparme porque me sea infiel. Es demasiado amable. “demás, creo que la
historia de la pequeña finca es una tontería.

—¿No crees que ella tenga dinero? —preguntó mientras acariciaba la mejilla
de ella. Se inclinó más en la silla para hacerlo más fácil para ella.

Era maravillosa.

—No, creo todo lo contrario de hecho. ¿Estás bien? —preguntó James


repentinamente.

Su cabeza descansaba en una mano mientras la otra la tocaba a ella. Parecía


desplomado.
—Un poco de dolor de cabeza, ¿por qué?

—Estás sudando y jadeando un poco —dijo James, haciendo gestos hacia él


indiferentemente.

Se estaba acercando, tan increíblemente cerca. No habría manera de que


pudiera contener los sonidos de su placer con James en la habitación.

—¿Has hablado con nuestro padre? Deberías ir a hacer eso. Él tendría más
información. —Las palabras salieron apresuradamente de su boca. James necesitaba
irse. “hora.

James se puso de pie de un salto.

—Esa es una buena idea. —Caminó hacia la puerta—. Duerme un poco,


hombre. Te ves como el infierno. —Con eso se marchó.

Robert se empujó lejos del escritorio, trayendo a su descarada con él. Tenía
que ver, necesitaba verlo. Sus ojos se ensancharon al ver a Elizabeth en un hermoso
vestido perla, llevándolo a su boca. Dejó caer su cabeza hacia atrás, sin nunca sacar
sus ojos de ella y gimió en voz alta.
132
Ella lo necesitaba tanto. Empezó a quejarse y a moverse frente a él. El lugar
entre sus piernas dolía por él.

—¡Suficiente! —Se apartó de su boca.

—¿Hice algo mal? —preguntó mientras él la levantaba. Con un brazo, él


barrió sus papeles y libros hacia el suelo. En segundos, la tuvo sentada en el borde
de la mesa con las piernas abiertas. Ella se inclinó hacia atrás hasta que descansó
sobre sus codos. Robert empujó sus faldas hasta la cintura.

Su mirada se movió al ápice de sus piernas y gimió, largo y ruidoso. Sus rizos
oscuros ya estaban resbaladizos con su excitación. Se sentó en la silla y la acercó
hacia el escritorio, preparándose para su comida.

—¿Robert? —Su voz tembló de necesidad y vergüenza.

Él colocó sus manos sobre sus muslos y suavemente empujó sus piernas más
separadas.

—Shh —dijo mientras miraba los encantadores, regordetes, y rosados


pliegues—. Siempre he querido hacer esto —dijo en un susurro ronco.
Elizabeth se levantó más, nerviosa ahora por su tono. Sus ojos se agrandaron
conmocionados mientras observaba la cabeza de Robert caer entre sus piernas.

—¿Qué estás… oh, Dios mí… —Sus ojos giraron en su cabeza de placer
cuando sintió la punta de la caliente y húmeda lengua de Robert trazar la unión de
su hendidura. Cayó de nuevo sobre sus codos.

—Mmmm —gruñó Robert mientras agitaba la lengua sobre la pequeña y


firme protuberancia hasta su centro donde tenía un mejor sabor. Esto era mejor que
cualquier fantasía que hubiera tenido. Trazó su lengua alrededor de su centro y
luego la sumergió en su interior. En cuestión de segundos fue recompensado con
más líquido mientras Elizabeth empujaba su húmeda hendidura contra su boca,
frenética por su liberación.

Dedos se enredaron en su cabello, sujetándolo prisionero entre sus piernas.


Deslizó la lengua más dentro de ella mientras su pulgar frotaba la pequeña
protuberancia hinchada entre sus pliegues. Sus gemidos se volvieron frenéticos
mientras se revolvía debajo de él.

Tuvo que cerrar los ojos y obligarse a no correrse en ese mismo momento. En 133
un minuto, se prometió a sí mismo. Sus movimientos se volvieron más urgentes a
medida que la empujaba sobre el borde, desesperado por ella ahora. Sus gemidos y
pantalones lo estaban sacando fuera de su maldita mente.

Incluso el saber que la puerta no estaba cerrada y que podrían ser atrapados
en cualquier momento no iba a detenerlo. Durante más de un mes, su cuerpo había
estado en agitación agonizante, desesperado por estar con ella de nuevo. Día y noche
tuvo que luchar contra el impulso de cazarla, anclarla contra la pared y tomarla.
Luchó todos los días. Las noches eran las peores, mientras la sostenía en sus brazos,
pero de alguna manera logró permitirse el regalo de simplemente sostenerla.

“hora no le importaba. Tenía que tenerla. No había nada en esta tierra que le
impidiera volver a tomarla. Se necesitaría de todos los lacayos de esta casa para
arrancarlo de ella e incluso entonces lucharía para volver a su lado. En este
momento, estaba de vuelta con su descarada del invernadero de naranjas y nada
más importaba.

Ella apretó una mano sobre su boca y gritó su nombre. Un fuerte gemido saltó
de la garganta de Robert ante el sonido de su nombre arrancado de sus hermosos
labios. Mientras su orgasmo seguía desgarrando a través de su cuerpo, él se puso de
pie y se empujó más allá de sus paredes palpitantes y comenzó a empujar, sabiendo
que no iba a durar mucho tiempo.

Sus ojos se encontraron, hambrientamente. Robert lamió la última gota de su


excitación de sus labios en un movimiento sensual. Elizabeth se encontró
respondiendo, empujándose a sí misma hasta que estuvo sentada con las piernas y
los brazos envueltos alrededor de él.

Robert no perdió tiempo en envolver sus brazos alrededor de ella y dejar caer
su boca a la suya en un beso hambriento. Las manos de ella se deslizaron, agarrando
el cabello de él en sus puños mientras regresaba su beso.

El recuerdo de esa noche no le hizo justicia. Estaba tan mojada y caliente para
él, por no mencionar increíblemente apretada. Esto era el cielo. Podía sentirla
empezando a palpitar a su alrededor. “celeró su ritmo mientras su boca se movía a
su garganta, besando y lamiendo su piel, amando la manera en que ella gimoteaba.

Ella volvió la cabeza, enterrando su rostro en su hombro mientras decía su


nombre. Eso y la sensación de su caliente, mojada e insoportablemente apretada
envoltura ordeñando su pene fueron suficientes para enloquecerlo, pero fue su
nombre en sus labios su perdición. 134
—¡Descarada! ¡Oh, Dios, Elizabeth! —gimió ruidosamente.
Traducido por Lyla
Corregido por Flochi

A
gotado y sin estar seguro que sus piernas lo sostuvieran por más
tiempo, se recostó en la silla, llevándola con él. La sostuvo con un
brazo. Con el otro, se acercó y abrió una ventana para borrar el olor
de sus relaciones sexuales.

Inclinó la cabeza hacia atrás mientras Elizabeth hundía la cara contra su


cuello, apretando su camisa con fuerza en sus pequeños puños, ambos jadeando con
fuerza. Pasaron varios minutos antes de que cualquiera de ellos pudiera moverse o
hablar.
135
Robert cerró los ojos con fuerza y presionó un beso en lo alto de su cabeza. Se
había equivocado de nuevo. Nunca antes se había sentido tentado a terminar dentro
de una mujer. Demonios, nunca había estado en una mujer sin usar una funda y
retirarse para garantizar que no hubiera hijos. Esta era la tercera vez que había
estado dentro de Elizabeth sin tomar ninguna precaución.

Habían pasado cinco semanas desde aquella noche en el invernadero. ¿Ella


cargaba a su hijo? ¿Se lo habría dicho? Apretó sus ojos más fuerte mientras
presionaba un beso en su frente. Por más que quisiera evitar este tema, tenía que
saberlo. Elizabeth era una mujer inteligente. Si estaba llevando a su hijo, le habría
dicho. Seguramente lo habría hecho. Incluso si lo odiaba, le diría, ¿no es así? Antes
de que la ira pudiera salir a la superficie, la empujó hacia abajo.

Al menos tenía que preguntar, incluso si ya sabía la respuesta. Ella no llevaba


a su hijo. Esta vez probablemente tampoco sería suficiente para que tuviera un hijo.
Había sido un error, uno placentero, pero un error no obstante. No podría, no podía,
volver a suceder. Él se iría del país pronto y ella se iba a dirigir a una finca en algún
lugar del norte. Después de esto, probablemente nunca se volverían a ver. Sus brazos
se apretaron alrededor de ella ante el pensamiento.
Elizabeth inhaló profundamente, cerrando los ojos. Quería recordarlo de esta
manera, la forma en que la abrazaba, la forma en que la tocaba, la forma en que la
miraba como si ella fuera la cosa más preciosa en la tierra. Todos esos recuerdos de
la infancia ya no importaban. Necesitaba recordar al hombre que la había abrazado
con fuerza y la había besado con ternura en el invernadero.

Cuando su hijo le preguntara por su padre, quería poder decirle cosas


amables. ¿Su hijo? Sollozó suavemente en el hueco de su cuello antes de que pudiera
evitarlo. ¿Cuándo había aceptado finalmente que estaba embarazada?

Tenía que decirle, se dio cuenta, pero ¿cómo? Hicieron el amor, pero ella sabía
que los hombres podían tener relaciones sexuales sin que sus corazones estuvieran
involucrados. También sabía sin lugar a dudas que Robert la odiaba. Siempre lo
supo y estos errores tontos no cambiaban nada. También sabía que él la odiaría más
cuando le dijera, porque él haría lo correcto. 136
No importaba el tipo de niño malo que había sido de pequeño, ahora era un
hombre honorable, sin duda alguna. Se casaría con ella y, por el resto de sus vidas,
la resentiría por atraparlo en un matrimonio sin amor. Se vería obligada a vivir con
un hombre que le importaba profundamente y sabía que le había robado su libertad,
su elección. Ella se odiaría a sí misma. Solo necesitaba algo de tiempo para resolver
esto.

Si solo pudiera determinar qué sentía él por ella y, si descubría que realmente
la odiaba, entonces haría lo que tenía que hacer para proteger a su hijo. Le diría y
viviría con las consecuencias de un matrimonio sin amor. Solo necesitaba un poco
de tiempo para averiguar cómo decírselo. Debería decírselo ahora, se dio cuenta de
eso, pero solo estaba…

Estaba asustada, realmente aterrorizada.

¿Qué pasaría si Robert no pudiera obligarse a hacer lo correcto? ¿Y si su odio


por ella era demasiado fuerte? ¿Qué pasaba si ella no podía casarse con un hombre
que no la amaba? Había demasiados si en esta situación y la hizo desear tener a
alguien en quien confiar, pero no había nadie.
Su madre tendría un ataque. Lo más probable es que le diera la espalda por
avergonzar a su familia. Estaba arruinada, soltera y embarazada. Su madre le diría
a su padre, quien le dispararía a Robert o lo obligaría a casarse con ella y esa no era
la forma en que quería que esto se manejara. Tuvo la tentación de acudir a Mary de
inmediato y decírselo, pero eso terminaría de la misma manera trágica. Solo que
probablemente sería Anthony quien disparara a Robert y no su padre.

Quizás sería mejor pensar en esto y estar segura que ella estaba llevando un
niño. Nunca había estado embarazada antes y no tenía idea de qué esperar. No había
nadie a quien preguntar. Ese último pensamiento le revolvió el estómago. Al darse
cuenta que todavía estaban íntimamente conectados, cuidadosamente se bajó de él.
Parecía dudoso de soltarla, pero lo hizo después de una ligera pausa.

Sin decir una palabra, ambos se pusieron de pie y se arreglaron la ropa. Robert
se pasó los dedos por el cabello, tratando de arreglarlo, aunque prefería mantenerlo
como recordatorio de tenerla en sus brazos una vez más.

Elizabeth se aclaró la garganta.

—Debería subir las escaleras y refrescarme antes del té. 137


Robert la miró brevemente a los ojos antes de apartar la mirada.

—¿Elizabeth?

—¿Sí? —No levantó la vista de enderezarse las faldas, demasiado asustada


de que se derrumbara y le dijera antes de que estuviera lista.

En voz baja y áspera, preguntó:

—¿Ha llegado tu periodo desde la noche del invernadero?

Calor intenso inundó sus mejillas. Se apartó de él, no por sorpresa, sino por
miedo. Si se enteraba, ¿qué haría? Se contuvo de poner su mano sobre su estómago.
Él había tomado su virginidad y era su hijo en su vientre. Técnicamente ahora ella
le pertenecía, se dio cuenta. La furia se levantó en ella ante la idea. No le pertenecería
a él ni a ningún otro hombre, decidió rebelde. Se negaba a ser propiedad de algún
hombre, teniendo que pedir y rogar por todo. No quería casarse con un hombre que
no la amaba, incluso si ella lo amaba.

—Esa es una pregunta vulgar incluso para ti —dijo con enojo, evitando
responder a la pregunta de la única manera que sabía.
Los ojos de Robert se estrecharon sobre ella. Había evitado responder a la
pregunta de la misma manera que lo hacía cuando eran niños y la sorprendían
haciendo algo travieso. Pero eso era ridículo. Si ella estuviera embarazada se lo diría.
Era una mujer inteligente. Sabía las consecuencias de tener un hijo fuera del
matrimonio. Sería rechazada y el niño cargaría con la carga de la vergüenza por el
resto de su vida. “ no ser que…

Su mirada se dirigió a la puerta cerrada. ¿Planeaba casarse con James para


darle un padre a su hijo? Apretó los dientes hasta que los músculos de su mandíbula
ardieron bajo la presión.

—¿Estás cargando a mi hijo? —espetó, decidiendo terminar cualquier juego


que ella estuviera jugando.

—No. —Estoy llevando a mi hijo, pensó mientras intentaba controlar las


emociones rebeldes que clamaban por tener control dentro de ella. Era la única
forma en que podía mentir. Todos sabían que era una mentirosa terrible, aunque a
veces podía mentir si pensaba en la respuesta de una manera diferente. Por mucho
que odiara la idea de casarse por algo menos que amor, también odiaba la idea de
atraparlo. Se preocupaba demasiado por él y no quería hacerle daño. Solo necesitaba 138
un poco de tiempo para averiguar cómo decirle sin que la odiara. Una cosa estaba
clara, tenía que irse antes de que alguien más se diera cuenta que estaba embarazada
y le quitaran de sus manos la decisión de cómo decírselo.

Robert estudió su expresión por un momento más. Ella era una mala
mentirosa, él lo recordaba mucho. Esperaba poder decirlo, pero no podía. Suspiró
pesadamente.

—Escucha, nosotros… yo no hice lo que debería y podría haber… —respiró


profundamente antes de continuar—. Puede haber un niño como resultado de lo que
hicimos hoy. Dentro de un mes deberíamos saberlo.

Sus ojos se abrieron con horror.

—No estaré aquí, Robert. Me voy para el final de la semana.

Sacudió la cabeza.

—No, te quedarás hasta que lo sepamos con seguridad. —Hizo un gesto hacia
el escritorio—. Y ciertamente no lo haremos de nuevo. —Parecía que la última parte
le dolía, pero ella tuvo que aceptar que probablemente era lo mejor.
Elizabeth puso sus manos firmemente en sus caderas.

—No, me voy. Si algo sucede debido a esto, te escribiré —dijo, dándose


cuenta que era la manera cobarde de manejar esto y que eso estaba bien con ella.
Preferiría no estar allí para ver el horror en sus ojos cuando se enterara de que estaba
atrapado con ella de por vida.

—No. Te vas a quedar —dijo con firmeza. No confiaba en ella para que lo
contactara, por alguna razón que no podía identificar. Además, no estaba listo para
que ella se fuera, todavía no.

Cerró los ojos e inhaló profundamente antes de continuar.

—Robert, me voy. He estado esperando durante semanas y me niego a


postergarlo por más tiempo.

—Te quedarás —ordenó—. Además, no parece que tu padre te permita irte


pronto. Parece que tiene planes para ti —dijo bruscamente, una vez más la ira se
elevó al pensar que ella se casaría con James.

—¡No tienes derecho a decirme qué hacer!


139
Dio un paso amenazador hacia ella.

—¡Te quedarás!

—Me voy —gritó.

—¡Demonios si lo harás! Te quedarás hasta que resolvamos todo este lío. ¡Una
vez hecho esto, puedes mantenerte alejada de mi familia! —Dio otro paso hasta que
estuvieron a pocos centímetros de distancia. Ella presionó sus manos contra su
pecho y lo empujó, pero él no se movió.

—Me acercaré a quien quiera y no es de tu incumbencia con quién me case.


¡Si elijo casarme con James, eso tampoco será asunto tuyo! —Ella no tenía
absolutamente ningún plan de casarse con James, pero eso parecía lo mejor que tenía
en este momento.

Él la fulminó con la mirada. Tal vez ella había ido demasiado lejos porque en
ese momento estaba bastante segura que él estaba viendo rojo.

—Nunca te casarás con mi hermano —dijo en un tono bajo y áspero—. Si lo


intentas, me aseguraré de que todos sepan quién te tuvo primero. Les diré cómo me
tomaste en tu cuerpo y en tu bo…
Lo cortó con una fuerte bofetada en la cara. El sonido pareció intenso en la
biblioteca por lo demás tranquila. Esta vez, cuando ella lo empujó hacia atrás, él se
movió.

—¡Te odio! —gruñó con los dientes apretados mientras se limpiaba


frenéticamente las lágrimas que corrían por sus mejillas. Metió la mano en el bolsillo
y sacó su cuchillo. Lo tiró por la ventana abierta antes de que él pudiera quitárselo—
. Aléjate de mí o que Dios me ayude, te haré pagar —dijo con la voz tensa antes de
salir corriendo de la habitación.

Se llevó una mano al estómago, suplicándole que se calmara el tiempo


suficiente para que llegara a su habitación mientras corría escaleras arriba,
ignorando las miradas curiosas de los sirvientes al pasar junto a ellos. Tan pronto
como estuvo en su habitación, perdió la batalla con su estómago. Corrió por la
habitación, pasó junto a Jane, que estaba colgando un vestido y agarró el orinal.
Perdió el contenido de su estómago una vez más, sin poder detenerse y sabiendo
mientras lo hacía que la sirvienta en su habitación podría muy bien sellar su destino.

140
Traducido por Kalired
Corregido por Flochi

R
obert recogió los libros de contabilidad del suelo y los arrojó sobre el
escritorio. Se metió las manos en el cabello, deseando estar
golpeando a alguien, a cualquiera.

No podía soportar esto. La única mujer en el mundo que no debería querer


era la única sin la que no podría vivir, se estaba dando cuenta. Se estaba convirtiendo
en una obsesión y no podía hacer nada al respecto.

Incluso media hora más tarde, lo estaba pasando mal al tener la esperanza
que le dijera que llevaba un hijo suyo. Cuando descubrió que no estaba embarazada, 141
sintió que una parte murió por un hijo que nunca había existido.

Durante los últimos ocho años, había vivido su vida de acuerdo con un plan,
y hasta ahora todo iba bien. Esta vez, estaba decidido a construir su patrimonio e
inversiones para que pudiera hacer lo que amaba por el resto de su vida. Debería
sentirse aliviado de que ella no estuviera interfiriendo con sus planes en lugar de
quedarse aquí echando humo.

Lo que necesitaba era tener una amante. Necesitaba a alguien que no


interfiriera con su vida y que estuviera ahí cuando necesitaba alivio. Eso es lo que
quería, alguien que no le haría perder el control. Demonios, no le importaba si era
bonita, siempre que tuviera un cuerpo cálido y conociera su lugar. Hablaría con su
hermano más tarde para ver quién estaba disponible.

Ignoró el repentino apretón de su estómago ante la idea de estar con otra


mujer. Así tenía que ser. Los hombres de su posición tenían amantes y aventuras.
Incluso su padre tenía amantes y se preocupaba por su esposa. Todos los hombres
que conocía hacían esto. Era hora de que también lo hiciera.
Con eso resuelto, se sentó de nuevo en el escritorio, odiándose a sí mismo
porque sabía que nunca podría hacerlo. ¿Cuál era su problema? Realmente no había
necesidad de preguntarse por qué no podía hacerlo. Solo empeoró su angustia.

Un ligero rasguño en la puerta lo arrancó de su confusión interna.

—Entre —espetó.

Marie, la criada de su madre, entró e inmediatamente cerró la puerta detrás.


Entró en la habitación, moviéndose nerviosamente con los dedos y mirando a su
alrededor con nerviosismo.

—¿Qué pasa? —se obligó a preguntar cortésmente. No sería inteligente


asustar a esta mujer. Su madre la mantuvo alrededor por su capacidad para reunir
chismes. Era la mejor. No había nada que no pudiera descubrir, por lo que Robert le
había estado pagando una suma considerable durante el último mes para que
viniera directamente con todo lo relacionado a Elizabeth.

Durante el último mes, se había enterado de todos los hombres con los que se
había encontrado Elizabeth y de lo que había hecho cuando se iba de casa. También
aprendió una pieza de información bastante interesante; Elizabeth había estado 142
despidiendo a su doncella por las mañanas durante las últimas dos semanas. Al
principio, pensó que sabía que estaba con ella en la cama y estaba tratando de
proteger su reputación, pero nunca dio ningún indicio hasta esta mañana de que
estaba al tanto de sus visitas nocturnas. Todavía lo desconcertaba.

—Señor, tengo algo que pensé que podría encontrar interesante —dijo con
otra mirada nerviosa a la puerta y luego una a la ventana abierta—. Si no le importa,
señor, sería mejor cerrar esa ventana.

Cerró la ventana, obligándose a permanecer paciente. Estaba nerviosa y no


quería asustarla. Señaló la silla frente a la mesa, pero permaneció de pie.

—¿Qué pasa, Marie? —preguntó.

Se lamió los labios nerviosamente.

—Recuerdo que dijo que si le traía algo realmente importante, me daría un


chelín más —le recordó, inteligente.

—Sí, ¿es esto algo que vale un chelín más? —Su voz fue suave y tranquila.
—Oh, creo que lo vale, señor. —Una vez más, lanzó otra mirada hacia la
puerta.

Suspiró interiormente mientras sacaba la moneda de su bolsillo y se la


entregaba, esperando que esto siguiera avanzando. Ella lo tomó y sonrió brevemente
antes de guardarlo.

—¿Y bien? —preguntó, sintiendo su paciencia una vez más abandonándolo.

Ella se aclaró la garganta con delicadeza, claramente preparándose para el


momento. Levantó una ceja, silenciosamente diciéndole que este drama era
innecesario. Una chica inteligente se daría cuenta.

—Lady Elizabeth ha estado durmiendo más de lo normal —anunció con


brusquedad.

¿Para eso pagó un chelín?

—¿Esas son las noticias importantes que querías decirme? Claramente, tú y


yo tenemos una opinión diferente sobre lo importante, querida.

Sacudió su cabeza. 143


—Es por eso que despidió a Jane por las mañanas.

La miró fijamente. Ella se lamió los labios nerviosamente antes de continuar.

—Ya no bebe su té por la mañana. En realidad, lo deja intacto fuera de su


puerta, excepto esta mañana. —Su ceño se hizo más profundo—. Además, durante
la hora del té, se sienta lejos de él y pide limonada.

Robert agitó una mano impaciente para que continuara, con la esperanza de
que esto llevara a alguna parte.

—Su apetito también se ha ido. Ahora solo pica su comida.

No se había perdido eso en las últimas dos semanas. Las pocas veces que
comieron juntos en el pasado, tenía un apetito saludable, pero en el par de veces que
la vio en el comedor las dos últimas semanas, estaba empujando su comida en su
plato. ¿Infeliz? ¿Enferma? ¿Molesta por algo? ¿Era posible que estuviera tan
preocupada pensando en él que estaba pasando un momento difícil como el suyo?

Eso era demasiado para esperar.


—¿Algo más? —preguntó, dándose cabezazos a sí mismo por haber sido
capturado por una sirvienta. Normalmente, era inteligente cuando se trataba de
dinero y no se desprendía fácilmente.

Asintió, claramente reprimiendo una sonrisa cuando dijo:

—Lady Elizabeth ha estado enferma durante las últimas dos semanas.

Se congelo. Seguramente no estaba…

—Y perdió su período.

Todos los músculos de su cuerpo se congelaron.

—¿Estás segura?

—Sí, señor. Tuve que darle a Jane, su doncella, un chelín para que no se lo
contara a nadie más que a mí. —Se aclaró la garganta en voz baja. Robert sacó
automáticamente la moneda y se la entregó—. Además, no hace mucho tiempo,
Lady Elizabeth corrió a su habitación y cayó enferma.

Sus manos agarraron el borde del escritorio con fuerza hasta que sus nudillos
se pusieron blancos.
144
—¿Está…? ¿Crees que…?

Marie asintió.

—Está sin duda embarazada, señor.

—Es tan bueno tenerlos a ambos para tomar el té— le dijo Lady Norwood a
James y Lord Dumford.

—Gracias, miladi —dijo James con amabilidad mientras Lord Dumford


parecía decididamente descontento por la intrusión del hombre más joven. A
Elizabeth le quedó claro, al menos, que el hombre vino hoy con la intención de
pedirle una vez más su mano.

Después del incidente en su estudio, por no mencionar su estómago revuelto,


no estaba de humor para tratar con Lord Dumford y su propuesta que, sin duda,
consistiría en un sermón de media hora sobre Dios y su lugar para tomar un marido.
Desgraciadamente, rechazarlo no era una opción si quería mantener feliz a su
madre. Sabiendo que estaba demasiado mareada para hacer algo más que asentir
con la cabeza, decidió que la única opción que tenía era invitarlo a tomar un té donde
encontró a James, que ya la estaba esperando.

—Lady Elizabeth, me preguntaba si quizás me haría el honor de pasear por


el jardín —preguntó James.

Elizabeth tuvo que contenerse para no gemir. Había esperado evitar esto
durante el mayor tiempo posible. Cuando era pequeña, nada en el mundo la habría
hecho más feliz que la posibilidad de casarse con James. La conversación que
escuchó en la biblioteca no había afectado su decisión en lo más mínimo. Nunca
podría casarse con James.

No cuando estaba locamente enamorada de Robert.

—Ah, Lady Elizabeth, creo que me prometiste un paseo por el jardín —señaló
Lord Dumford casi desesperadamente.

¿De verdad pensó este hombre que diría que sí al primero que se lo pidió? No 145
tenía ninguna intención de decir que sí a ninguno de los dos. De hecho, si pudiera
manejarlo, le gustaría mucho quedarse sentada inmóvil donde estaba, ya que tanto
su cabeza como su estómago estaban girando.

—¿Puedo tomar otra taza de té, querida? —preguntó su padre, luciendo


bastante orgulloso de sí mismo.

—Para mí también —dijo Lord Norwood, luciendo bastante complacido. Sin


duda, ambos estaban aquí para presenciar lo que pensaron iba a ser el anuncio que
llevaría a la unión de sus familias. Ya que todos eran conscientes de su
enamoramiento infantil con James, probablemente pensaron que aceptaría
felizmente su oferta.

Incluso sabiendo que estaba a punto de decepcionar a todos en la habitación,


no podían disuadirla de su decisión. Diría que no a los dos hombres. Su madre
abogaría porque aceptara a uno de ellos, ya que ambos eran sus mejores opciones,
pero lo más probable es que presionara para que Elizabeth acepte más la propuesta
de James. Su padre discutiría, suplicaría y luego exigiría que se casara con James.
Los padres de James involuntariamente le harían sentir culpable porque los amaba.
Sabía que haría felices a todos si aceptara este compromiso, oficialmente conectando
a sus familias, pero no podía hacerlo.

No podía casarse con un hombre que no amaba y no podía casarse con el


hombre que amaba. Robert podría ser capaz de tolerarla de alguna manera en este
momento, pero la odiaría cuando descubriera que estaba embarazada de su hijo.
Pero necesitaba decírselo. Tan asustada como estaba, no podía hacer esto sola. Su
bebé se merecía algo mejor que ser etiquetado como un bastardo y en este momento
estaba aterrorizada de seguir haciendo esto sola.

James se puso de pie, tendiéndole su mano expectante.

—Me sentiría honrado si caminara conmigo en el jardín, Lady Elizabeth —


dijo James con encanto, ganándose sonrisas de los padres de ambos y una mueca de
desaprobación de Lord Dumford.

Abrió la boca para aceptar solo para terminar de una vez, para poder retirarse
a su habitación por el resto del día y recostarse, cuando Lord Dumford se puso de
pie.

—Lo siento, pero debo insistir. Lady Elizabeth me prometió primero un paseo 146
—dijo con firmeza. Sabía que estaba mintiendo, pero anunciarlo en la habitación e
insultarlo en la casa de su madre no se hacía.

La sonrisa de James parecía forzada mientras sacaba un anillo.

Oh no, no aquí con los testigos.

—Supongo que podría preguntarle a Lady Elizabeth aquí, tan fácilmente


como en el jardín —dijo James, dirigiendo su atención a Elizabeth.

—¡Pero, señor! —dijo Lord Dumford en un suspiro.

—Elizabeth, ¿me harías el honor de convertirte en mi esposa? —preguntó


mientras Lord Dumford se teñía con tres tonos distintos de rojo mientras escupía
palabras sin sentido sobre los cánones sociales.

Su madre y Lady Bradford se quedaron sin aliento, presionando una mano


contra sus pechos mientras su padre y Lord Bradford sonrieron satisfechos. Lord
Dumford parecía sin duda infeliz.

—Bueno, Lady Elizabeth— dijo James, sonriendo intencionalmente—, ¿se


casaría conmigo?
Abrió la boca para pedirle hablar en privado cuando alguien inesperado
respondió por ella.

—Lo siento, hermano, pero me temo que Lady Elizabeth no puede aceptar tu
propuesta.

Elizabeth fue la última en mirar en dirección a Robert. Después de tomar una


respiración muy necesaria para calmar su estómago, miró y frunció el ceño.

Robert se encontraba justo dentro del pequeño salón de baile con una
expresión tan letal que no pudo evitar sentir un cosquilleo de aprehensión. Los dos
hombres que prácticamente se encogían detrás de él llamaron su atención. Uno era
claramente un ministro y el otro podía ser fácilmente un médico basado en el
pequeño maletín negro que llevaba.

—¿Qué significa esto? —exigió su padre. Sin duda, estaba molesto con la
interrupción del compromiso que ansiaba.

—Lo siento, milord —le dijo Robert a su padre, pero sus ojos de esmeralda
enfadados se centraron en ella—, pero Lady Elizabeth ya ha aceptado casarse
conmigo… hoy. 147
Traducido por HA_112
Corregido por Imma Marques

¡É
l sabía!

Elizabeth se obligó a permanecer tranquila, sabiendo que


esa era la única manera en que iba a sobrevivir a esto. Tenía que
haber una manera de salir de esto y, mientras se sentaba allí
tratando de no perder el contenido de su estómago una vez más, intentaba pensar
en una manera de salir de esto o rezar por un milagro, probablemente ambos.

James se rio de buena gana.

—Por mucho que aprecie una buena broma, Robert, me temo que estás
148
interrumpiendo la aceptación de Elizabeth.

—Ella ciertamente no estaba a punto de aceptar —dijo Lord Dumford con


indignación.

Robert movió su mirada hacia el hombre mayor y dijo en voz baja y


controlada

—Salga. “hora. —Habló en voz baja, pero la amenaza era clara.

Lord Dumford tragó notablemente. Dio un paso hacia atrás y hacia un lado,
lejos del alcance de Robert, antes de salir de la habitación a un ritmo rápido, incluso
mientras miraba a Robert.

—No puedes hablar en serio —dijo James, señalando a Elizabeth que era la única
que había permanecido sentada—. Ustedes se odian.

Robert la miró por un momento. Ella esperaba vislumbrar al amable y dulce


desconocido que le había hecho el amor en el invernadero de naranjos, pero no
estaba allí. Nunca antes había visto los ojos de alguien tan fríos. El hecho de que
fuera por ella la hizo querer llorar y rogar por su perdón. No había querido
lastimarlo.
—No importa cómo nos sentimos el uno por el otro. Vamos a casarnos hoy.
“hora —dijo, sacando un pedazo de pergamino doblado. Era más que obvio que
todos en la sala sabían lo que él sostenía por sus expresiones de indignación e
incredulidad. Robert había obtenido una licencia especial para un matrimonio
inmediato, algo que probablemente causaría un escándalo.

Elizabeth sintió que su estómago se revolvía cuando el terror la atravesó. Él


iba en serio. No podía casarse con él así, simplemente no podía. Esperaba explicarle
sobre el bebé y llegar a algún tipo de acuerdo. No era tan tonta como para creer que
no habría terminado en matrimonio, pero había esperado algo en términos más
amigables. No quería ser forzada a un casamiento por un hombre que la odiaba.
“brió la boca para decirle eso justo cuando su estómago se sacudió. Se tapó la boca
con la mano, prácticamente saltó de su asiento y apenas llegó a la gran maceta de
planta junto al piano a tiempo.

149
Robert apretó sus manos con fuerza a los lados mientras observaba a
Elizabeth darle una prueba más de su engaño. “hora no había ninguna duda en su
mente de que estaba llevando a su hijo. Ignoró las miradas confusas de sus familias
y de los sirvientes que se habían quedado en la habitación mientras la observaba. El
hecho de que nadie se moviera para ayudarla no había pasado por alto de su
atención. Todos parecían estar demasiado aturdidos para hacer mucho más que
mirarlo, sin importarles ayudar a Elizabeth.

Por más enojado que estuviera con ella, no podía soportar verla sufrir. Con
una maldición murmurada, que hizo que lady Norwood y su madre se quedaran sin
aliento, se acercó a ella. “rrodillándose junto a ella, le frotó suavemente la espalda
cuando terminó. Ignoró las conversaciones en voz alta que estaban sucediendo
detrás de él y se centró en Elizabeth mientras trataba de calmar su respiración.

Podía sentir su cuerpo temblar bajo su toque. Ella estaba asustada, se dio
cuenta. Por primera vez desde que la conocía, estaba asustada. Eso solo habría
ablandado su corazón si no hubiera sido por un simple hecho.

Ella había tratado de mantener a su hijo lejos de él y eso era imperdonable.

—Robert, por favor, no hagas esto —susurró ella.


—¿Qué está pasando aquí? —exigió Lord Norwood.

Robert se puso de pie, trayendo a Elizabeth con él. Cuando ella trató de
alejarse de él, apretó su agarre en su brazo. Se enfrentó a sus familias y a los dos
hombres que había traído consigo.

—Lady Elizabeth ha aceptado mi propuesta. Hemos decidido casarnos hoy


—anunció Robert a un grupo ya aturdido.

Todos se quedaron boquiabiertos. Lord Norwood abrió la boca para decir


algo, la cerró, sacudió la cabeza y volvió a abrir la boca.

—Elizabeth, ¿es cierto? ¿Deseas casarte con Robert?

—No —subrayó Elizabeth. Su negativa normalmente lo habría irritado, pero


ella ya no tenía otra opción, ni tampoco Lord Norwood.

Lord Norwood exhaló un suspiro de alivio. Miró a Robert y le dirigió una


sonrisa compasiva.

—Lo siento, hijo. Entiendo lo fácil que es enamorarse de una mujer hermosa,
pero claramente no se siente de la misma manera. Por mucho que te aprecio, no creo 150
que el casamiento podría funcionar. —Movió su mirada a James, quien todavía
parecía confundido, pero algo aliviado—. “hora, creo que deberíamos ir a mi oficina
y tomar una copa para celebrar. ¿Qué haces…

Robert lo interrumpió.

—Lo siento, milord, pero creo que hay cierta confusión. Lady Elizabeth no
tiene otra opción en el asunto. Se casará conmigo.

Todo el buen humor huyó de la cara de lord Norwood. Dio un paso


amenazante hacia adelante.

—¿Te atreves a darme ordenes, muchacho? ¿En mi propia casa? —Su padre
detuvo a Lord Norwood de dar otro paso colocando su mano en el pecho del otro
hombre.

—¿Qué está pasando? —preguntó su madre a nadie en particular.

James pasó una mano frustrada por su rostro mientras estudiaba a Robert.

—Esto ya no es gracioso, Robert.

—¿Me ves riendo? —Robert atacó—. Esta es la última cosa en la tierra que
quiero, pero no tengo otra opción.

Elizabeth logró liberar su brazo.

—Y es lo último que obtendrás. No nos casaremos hoy ni en ningún otro día


—dijo con los dientes apretados.

—Serás mi esposa en menos de diez minutos —dijo fríamente—. Lo


garantizo.

Miró a su padre en busca de ayuda.

—¡Padre, por favor haz algo!

Lord Norwood negó con la cabeza, dándole a Robert una mirada compasiva.

—Lo siento, hijo. Ella no te quiere. Debes fijarte en alguien que sí lo hace. No
voy a forzarla en esto.

Robert sacudió la cabeza, despreocupado.

—La elección ya no es suya, milord. “ los ojos de la ley, ella ya es mía y se


casará conmigo hoy. 151
Cada par de ojos se ensanchó ante esa declaración. Un silencio inquietante
una vez más llenó el pequeño salón de baile. Fue su padre quien finalmente rompió
el silencio.

—¿Qué hiciste?

“ntes de que pudiera responder, James estaba en su cara, empujándolo hacia


atrás.

—¡Estúpido, bastardo egoísta! —Intentó golpear a Robert y habría tenido un


gran impacto si Robert no se hubiera apartado del camino.

Robert no hizo ningún movimiento para golpear a su hermano.

—Lo siento, James. Pero no hay nada que pueda hacer para cambiar esto.
Créeme, desearía que lo hubiera. —No se perdió el suave jadeo de Elizabeth ni su
expresión herida antes de que se viera obligado a esquivar el puño de James una vez
más.

Después de algunos intentos más, no le quedó más remedio que terminar el


enfrentamiento. Con un puñetazo bien colocado en la mandíbula, envió a su
hermano mayor tropezando hacia atrás.

James se frotó la mandíbula mientras lo miraba.

—Te odio —dijo James calmadamente antes de darse la vuelta y alejarse,


deteniéndose solo el tiempo suficiente para enviar a Elizabeth una mirada de pesar.

Su padre se paró frente a él.

—Por favor, dime que no hiciste lo que creo que hiciste.

Robert sacudió ligeramente la cabeza.

—No puedo. —Con eso su madre y Lady Norwood rompieron en sollozos.


Se sentaron en el pequeño sofá y se abrazaron mientras Elizabeth miraba a su
alrededor nerviosamente y los hombres parecían cautelosos.

—Papá, por favor, no le dejes hacer esto.

—Ya no depende de él, ”eth. “ los ojos de la ley ya me perteneces —dijo,


señalando al médico que había traído consigo—. “ menos que puedas probar que
no llevas a mi hijo, nos casaremos de inmediato.
152
Lord Norwood miró suplicante a su hija incluso cuando el color desapareció
de su rostro.

—¿Elizabeth? —La forma en que dijo su nombre lo decía todo. Quería que
ella lo negara todo.

Elizabeth no respondió a su padre. En cambio, ella dio un paso adelante y


sostuvo su mirada.

—Si me presionas, Robert, lo lamentarás —dijo con firmeza.

Él miró sus hermosos ojos y suspiró.

—Ya lo estoy lamentando, ”eth.


Traducido por Flochi
Corregido por Imma Marques

—N
o es tan malo —dijo suavemente Mary mientras vertía
agua caliente sobre los hombros de Elizabeth.

Elizabeth se limpió los ojos con las palmas.

—Sí, lo es. Estoy casada con un hombre que me odia. James ahora me odia.
Madre y Lady ”radford se acostaron y, de acuerdo con los sirvientes, no han dejado
de llorar desde que se enteraron que la noticia se extendió por la sociedad sobre mi
condición y la ceremonia rápida. Padre no me hablará —masculló patéticamente.

—Has estado ocupada, ¿verdad? —preguntó Mary con una sonrisa amable.
153
Ella asintió aturdida antes de estallar en nuevo llanto otra vez.

—Lo lamento tanto. No sé por qué no puedo dejar de llorar —dijo,


mortificada de no haber sido capaz de dejar de llorar desde la ceremonia forzada.

—Shhh, es completamente natural. Ha sido un día estresante dada tu


condición.

Elizabeth se limitó a asentir mientras Mary seguía arrojando agua caliente con
aroma a lavanda sobre su cabello. Hoy se suponía que hiciera las preparaciones de
última hora para su viaje. En cambio, se encontraba casada con su enemigo de la
niñez y no había nada que pudiera hacer al respecto. En el momento en que él
descubrió lo del bebé, ella le pertenecía.

“ pesar de todo lo que se había prometido al pasar los años, ahora era
propiedad de otro hombre. Si eso no fuera lo suficientemente malo, el hombre al que
ahora pertenecía la odiaba y ella lo amaba más que a nada. Esta situación era
desesperante.

—¿Lo sabías? —preguntó Mary suavemente a la vez que vertía más agua
sobre la espalda de Elizabeth.
—¿Saber qué? —masculló contra sus rodillas mientras contenía otro sollozo.

—¿Que estabas esperando un bebé?

Elizabeth cerró con fuerza los ojos mientras se abrazaba las rodillas contra el
pecho igual de apretadamente.

—Sí.

—Oh, Elizabeth —dijo Mary en un susurro roto—. ¿Por qué no recurriste a


mí por ayuda?

—Era mi problema —murmuró patéticamente.

—Elizabeth, seguramente sabes que no podrías esconder esto de todo el


mundo para siempre. ¿Qué pensabas hacer una vez que comenzara a notarse?

—Eso es lo que me gustaría saber —dijo Robert arrastrando las palabras,


ganándose un jadeo asustado de Mary.

—¡No tiene que estar aquí! —dijo Mary y Elizabeth no necesitó alzar los ojos
para saber que su hermana ya estaba a medio camino a través de la habitación y
empujando a Robert afuera. Nunca había estado más feliz con el estilo autoritario
154
de su hermana que en ese momento.

No deseaba ver a Robert, todavía no. No cuando seguía tan enojada por lo
que él había hecho. Sabía que ella no deseaba casarse y sin embargo, la obligó. No
era tan tonta como para creer que, de hecho, hubiera tenido una elección en la
cuestión. Por más que detestara las reglas, también sabía que no podía luchar contra
ellas. Se había entregado libremente a Robert y no importaban las circunstancias de
esa elección se había arruinado a sí misma y vuelto dañada a los ojos de la sociedad.

Las reglas de la sociedad también decidían que el bebé en su vientre era


propiedad de Robert y, como resultado, también ella. Cuando ella se dio cuenta que
estaba llevando un bebé, también supo que él ahora controlaba su vida, el día de hoy
solo lo hizo oficial. Por el resto de su vida, tendría que responder a Robert y serle
obediente por todo. Todo lo que era suyo ahora era de él y no había nada que
pudiera hacer para detenerlo de gastarlo como él deseara.

Él se podría gastar hasta la última libra en mujeres y cartas. Ella no podría


hacer nada para detenerlo y lo odiaba. Odiaba no decidir en su vida, sin elecciones,
y especialmente, lo odiaba por hacerla enamorarse de él, porque seguramente nunca
correspondería esos sentimientos. No, se desviviría por hacer de su vida un infierno
viviente y no había absolutamente nada que pudiera hacer al respecto.

Por supuesto, podía hacer la situación tolerable al volverse una esposa


devota. Podría convertirse en la esposa perfecta y mantener la boca cerrada y
mantenerse fuera del camino de su esposo y simplemente estar agradecida por su
generosidad, pero ella no era así. No había mentido cuando prometió que él se
arrepentiría de esto, no solo porque no tenía planes de convertirse en una esposa
boba, sino porque se aseguraría de que supiera pronto que era mejor no intentar
controlarla.

Su padre había aprendido que no podía controlarla y ahora también lo


aprendería Robert.

—Déjanos —dijo Robert en un tono duro.

Elizabeth resopló suavemente ante eso, incluso mientras sorbía las lágrimas.
Si de verdad pensaba que podía darle órdenes a Mary iba a darse cuenta de lo
contrario. Su hermana la amaba y nunca la abandonaría. Ella podría…

—”uenas noches, Elizabeth —dijo Mary con un suspiro cansado antes de que
escuchara la puerta de la habitación cerrarse con un clic atronador. 155
Maravilloso, pensó a la vez que se limpiaba otra lágrima, esperando que la
habitación tenuemente iluminada estuviera demasiado oscura para que él la viera
llorar.

—¿Cómo te sientes? —preguntó Robert, sus palabras bastante cordiales, pero


su tono frío como el hielo.

—No tenías que ver cómo estaba, Robert. Estoy bien. ”uenas noches —dijo
ella con firmeza, esperando que él se fuera y la dejara para asimilarlo todo.

No solo estaba casada con un hombre que no la amaba, sino que ni siquiera
le agradaba. Ciertamente había dejado sus sentimientos claros en la cuestión cuando
la había humillado y la había obligado a un casamiento que ninguno de ellos
deseaba.

—Tú y yo tenemos que hablar —dijo en voz baja, demasiado temeroso de que
si hablaba más alto perdería el poco control que tenía y comenzaría a gritar.

Todavía no podía creer en la perra que había resultado ser. Lo había


engañado para creer que se había convertido en una mujer amable. Por el último
mes, la había visto ser amable con sirvientes, niños e incluso mendigos en la calle.
Trataba a todo el mundo con una dulce sonrisa y una disposición amable, pero ahora
tenía que preguntarse cómo cayó en tal farsa.

Solo una perra insensible le permitiría a su hijo ser etiquetado como un


bastardo cuando el padre estaba más que dispuesto a darle la protección de su
nombre. Él sabía demasiado bien cómo la sociedad miraba a los bastardos, cómo
eran tratados como leprosos. Había asistido a la escuela con varios chicos, que
habían tenido la mala suerte de haber nacido en esas desafortunadas circunstancias.

No había importado de quién hubieran sido hijos, lo inteligentes que fueran,


lo graciosos que hubieran sido o lo buenos que fuesen en deportes, todos eran
tratados como basura. Se les jugaban bromas, se burlaban de ellos y les recordaban
constantemente que ellos no encajaban. Sus perspectivas en la vida eran
severamente limitadas debido a su estatus, garantizando que nunca encontrarían
una manera de entrar a la vida que debería haber sido de ellos. 156
Eran parias, para nada lo bastante buenos para la clase en la que debieron
haber nacido y demasiado buenos para la clase en la que estaban atrapados. Tenían
problemas para conseguir trabajo, ser respetados o simplemente casarse. No
encajaban en ninguna parte y ese conocimiento los seguiría hasta sus tumbas. El
hecho de que Elizabeth hubiera estado dispuesta a poner a su hijo en esa vida lo
enfadaba hasta el punto de que incluso mirarla le enfermaba.

Una vez que la pequeña ceremonia había terminado, él simplemente se


marchó, demasiado temeroso de lo que podría hacer si se quedaba. Nunca la habría
golpeado. Nunca había golpeado a una mujer antes y no tenía planes de hacerlo
ahora, pero tenía miedo de decir algo que con el tiempo lamentaría. Por mucho que
la odiara en este momento, y por Dios la odiaba, seguía siendo la madre de su hijo.
Por su hijo, planeaba mostrarle respeto, pero eso era todo.

Ella no era nada más que la mujer con la que ahora estaba atrapado. Era su
esposa y vería que tuviera un techo sobre su cabeza, comida en su estómago y ropa
en su espalda, pero eso era todo. Se irían tan pronto estuviera seguro que el
escándalo que su apresurado matrimonio había creado, se calmara lo suficiente para
no afectar a su hijo si él o ella alguna vez decidían regresar a Inglaterra.
Planeaba llevarla cuando abandonara el país. La mantendría en la habitación
más alejada de él para no tener que verla todas las mañanas. Siempre y cuando se
mantuviera fuera de su camino y trajera a su hijo a este mundo, ella podría hacer lo
que demonios quisiera luego de eso. Podría regresar a Inglaterra luego de haber
tenido al niño y a él no le importaría. Diablos, a este punto ni siquiera le importaba
si ella criaba a su hijo. Con mucho gusto contrataría a una niñera si eso necesitaba
ser hecho.

“l menos, ahora sabía la motivación detrás de su crueldad. No lo había sabido


cuando salió de la ceremonia, pero a su regreso, un sombrío Lord Norwood lo había
estado esperando en la biblioteca para explicarle sobre la herencia de Elizabeth y
dote. Cuando Lord Norwood acabó de explicar todo y lo dejó con una pila de
papeles para que viera, su ira se intensificó hasta un grado muy peligroso.

Elizabeth había estado más que dispuesta a condenar al hijo de ambos como
un bastardo por una herencia muy grande que la esperaba en su siguiente
cumpleaños. Ella habría sido una mujer muy rica, y probablemente pensó que su
dinero le habría dado a su hijo toda la protección que necesitaba, pero no lo habría
hecho. La sociedad amaba mirar desde arriba a sus inferiores y ninguna cantidad de 157
dinero habría sido capaz de evitar eso para su hijo o para Elizabeth.

Le hacía preguntarse si ella incluso planeaba quedarse con el niño. ¿Ya tenía
planes para que un cirujano librara a su cuerpo del niño o planeaba abandonar al
bebé tan pronto como naciera? Había arrancado esas preguntas de su mente,
demasiado temeroso de terminar asesinando a alguien en un ataque de furia.

Nunca en su vida había estado así de furioso. Lo único que había conseguido
calmarlo e incluso poner una sonrisa en su rostro fue el hecho de que Elizabeth
nunca vería ni un centavo de ese dinero. Ella nunca disfrutaría de la vida lujosa que
deseaba, porque se había casado con él.

El hecho de que ella todavía no tuviera idea de que lo había perdido todo le
daba alegría. Como su marido, todo lo que ella tenía ahora era suyo y probablemente
supondría que sería capaz de manipularlo con sus dulces sonrisas y pasión en el
dormitorio para obtener lo que deseaba.

Estaría equivocada.

No solo nunca volvería a caer en su dulce actuación, sino que su riqueza no


había cambiado desde esta mañana. Si se hubiera casado con su hermano o el
Marqués en una boda adecuada, se habría convertido en una mujer muy rica al final
de la ceremonia. Por otra parte, si hubiera tenido éxito en irse antes de que
cualquiera descubriera que estaba embarazada, habría sido capaz de disfrutar su
recién recibida riqueza. Es decir, hasta que se descubriera que ella había tenido un
hijo fuera del matrimonio. Entonces todo lo que había ganado simplemente le sería
arrebatado.

Las condiciones eran muy claras en el testamento de su madrina. Por


supuesto, él apostaría todo lo que tenía, a que Elizabeth no era consciente de esas
condiciones, de lo contrario, nunca le habría permitido tocarla esa noche en el
invernadero de naranjos.

La madrina de Elizabeth ciertamente la había querido, eso quedaba claro,


pero también había sido insistente con la decencia de la sociedad, y había esperado
que su hermosa ahijada se casara bien. Por lo menos, había esperado que su ahijada
permaneciera casta por el resto de su vida.

Las condiciones habían sido muy claras, con el fin de que Elizabeth ganara
control de su herencia, tenía que casarse bien o permanecer virgen. Ella no había
hecho ninguna de las dos cosas. El padre de él podía ser Conde, pero Robert solo era
el segundo hijo, no era muy probable que ganara el título, ya que James 158
probablemente se casaría en un año con un bebé en camino muy pronto. Esa noche
en el invernadero de naranjos ella había sellado su destino. “l permitirle tomarla en
sus brazos, había perdido su herencia.

De hecho, había considerado esperar hasta mañana y permitirle a su padre


explicarle la situación, pero, ¿dónde estaría la justicia de eso? Se merecía algo por el
infierno en que lo había puesto y tenía toda la intención de cobrar su premio.

—Por favor, vete, Robert —dijo ella en voz baja mientras abrazaba sus rodillas
contra su pecho.

—¿Y abandonar a mi hermosa esposa en nuestra noche de bodas? —preguntó


con fingida indignación a la vez que recogía una silla y la acercaba para poder
sentarse justo frente a la tina.

Con un suspiro de anticipación, se sentó en la silla, se reclinó con los brazos


cruzados y las piernas estiradas frente a él. ¿Era erróneo que estuviera planeando
disfrutar de la caída de ella? Probablemente, pero no le importaba. Ella se lo había
provocado sola y él iba a disfrutar hasta el último minuto de ello.

—Solo… vete —susurró, sin molestarse en mirarlo, pero estaba bien para él
siempre y cuando tuviera un asiento en primera fila para su ruina.

Nunca antes había sido cruel con una mujer intencionadamente. Eso solo
probaba que Elizabeth sacaba lo peor de él. “l menos, tenía toda una vida de
venganza que esperar, decidió mientras pensaba en la mejor manera de darle las
noticias.

—Tuve una interesante conversación con tu padre hace un rato —declaró


simplemente para iniciar las cosas.

—Estoy segura que sí —masculló ella.

—¿Sabías que no hay dote para ti? —preguntó en tono de conversación


mientras miraba cada uno de sus movimientos, esperando la reacción que anhelaba.

—Sí —dijo ella en voz baja con una leve inclinación de cabeza mientras seguía
mirando el agua de su tina.

—¿No encuentras curioso que un hombre tan rico como tu padre no apartara
dinero para verte casada? —preguntó, anticipación atravesándolo mientras seguía
jugando con ella.
159
—No.

Ladeó la cabeza a un lado mientras la estudiaba.

—¿Y a qué se debe?

Ella soltó una carcajada sin humor mientras giraba levemente su cabeza lejos
de él y tan discretamente como era posible, se limpiaba el rostro. “sí que estaba
llorando, ¿no? Ya intentaba manipularlo. “prendería muy pronto que sus trucos no
funcionarían con él.

—Ya sabes por qué, Robert, así que, por favor, déjame en paz.

Él frunció los labios pensando mientras consideraba su pedido.

—No, no creo que vaya a hacerlo.

—¿Puedes no regocijarte ahora por el hecho de que controlas mi herencia? —


preguntó, un poco de enojo enlazándose en sus palabras—. Por favor, déjame en paz
—susurró derrotada, su voz quebrándose con emoción mientras una vez más se
limpiaba el rostro.

—¿Qué herencia? —preguntó, saboreando el momento de su caída.


Ella sacudió la cabeza con disgusto.

—No tienes que jugar juegos conmigo, Robert.

—Tienes toda la razón —dijo, asintiendo a la vez que decidía terminar este
juego y llegar directo a la conclusión—. Este juego ha durado lo suficiente. “sí que,
¿por qué no explico cómo las cosas van a ser de ahora en adelante?

No le dio chance de responder, no es que ella hubiera hecho algún intento


mientras seguía sentada allí, en lo que tenía que ser una tina fría a esta altura. Era
mejor explicar cómo serían las cosas a partir de ahora y luego dejarla a su suerte
mientras él iba a uno de sus clubes y se divertía. Quién sabe, quizás seguiría los
pasos de su padre e instalaría a una hermosa amante que atendiera sus necesidades.
Ciertamente no le debía nada a Elizabeth, especialmente fidelidad.

—Tendrás una suma anual para cubrir tus necesidades de ropa y eso es todo.
Personalmente, veré que nuestro hijo esté bien cuidado. Puedes tener una habitación
para ti y te ocuparás de los deberes maternos. “parte de eso, no me importa lo que
hagas siempre y cuando te mantengas lejos de mi camino.

Ella asintió como si hubiera esperado eso de él y no estuvo seguro por qué 160
eso lo enervó. ¿En verdad pensaba tan poco de él? ¿En verdad creía que estaba
siendo cruel a propósito o aceptaba el hecho de que ella lo había empujado a esto?

—Lamento no habértelo dicho —dijo con un sollozo ahogado, obviamente


intentando obtener su buena gracia para que le diera parte de su herencia. Hizo que
la odiara más por el intento.

—Estoy seguro que lo lamentas —dijo sombríamente mientras la fulminaba


con la mirada—. ¿Tienes preguntas sobre tu herencia? —preguntó, deseando
terminar esto para poder irse.

Luego de una leve pausa, ella negó con la cabeza.

—Preferiría que no.

—Probablemente sea lo mejor —meditó él, observándola atentamente antes


de darle las noticias—. Ya que se ha ido.

—¿Ido? —preguntó, sonando confundida cuando finalmente lo miró.

Él se obligó a ignorar la evidencia de que había estado llorando mientras


seguía. Ella nunca lo manipularía otra vez y sería mejor que lo aprendiera ahora.
—Claro que se ha ido —dijo con un encogimiento de hombros—. No
cumpliste ninguna de las condiciones del testamento, después de todo.

—¿Condiciones? —preguntó, luciendo adorablemente confundida.

—Había varias condiciones. La primera, por supuesto, era que te casaras bien
—dijo simplemente con un encogimiento de hombros para molestarla—. Luego,
estaba la condición puesta en tu cumpleaños.

—¿De qué estás hablando? —preguntó ella, frunciendo el ceño.

—Se esperaba que permanecieras casta para recibir tu herencia. —Cuando


ella simplemente lo miró confundida, agregó— Sin ser tocada.

Ella palideció mientras tragaba saliva.

“lzó una mano y se rascó perezosamente la parte trasera de su cabeza


mientras hacía un encogimiento de hombros despreocupado.

—Entonces, ves que cual fuera el plan que tuvieras cuando decidiste ocultar
un hijo de mí no habría funcionado. Por otra parte, si simplemente hubieras
aceptado a mi hermano, habrías ganado un título y una fortuna. 161
—Pero, no amo a James —murmuró ella ausentemente mientras se abrazaba
las piernas con más fuerza contra su pecho como si eso la protegiera de su nueva
realidad.

Él ignoró el anzuelo que estaba intentando echarle. ¿Esperaba que le


preguntara si lo amaba? ¿En verdad creía que él era tan crédulo? “prendería con el
tiempo, supuso mientras se ponía de pie, pero no pudo irse hasta que dio el golpe
final.

—Probablemente deberías escribirle a tu hermana y felicitarla —dijo él


mientras regresaba la silla a su lugar frente al fuego débil.

—¿Por qué? —murmuró, sonando triste y dándole lo que quería.

—Porque acabas de hacerla una mujer muy rica.


Traducido por Brisamar58
Corregido por Flochi

—¿M
ary? —preguntó, tragando nerviosamente
mientras se estiraba y se aferraba a los lados de la
bañera, rezando para que la herencia que había
sido destinada para ella fuese destinada a la
única hermana que la usaría sabiamente.

Mary lo usaría como Elizabeth había planeado. Convertiría las propiedades


que había heredado en escuelas para los pobres y desafortunados, así como en casas
de acogida donde las mujeres recibirían capacitación y más opciones en la vida. El
dinero que había heredado habría recorrido un largo camino para asegurarse de que
162
todas las escuelas hubieran podido funcionar sin costo de matrícula alguno para las
generaciones venideras.

La única propiedad que Elizabeth había planeado conservar para sí era su


propiedad del norte. Habría sido más que suficiente para que viviera tranquilamente
el resto de sus días, pero Mary no lo necesitaría y probablemente lo convertiría en
otra oportunidad para ayudar a los menos afortunados. Heather por otro lado…

No se separaría de una sola libra si eso significaba que ayudaría a alguien que
consideraba indigno de ella. Heather gastaría el dinero en vestidos lujosos, joyas,
fiestas y todas las chucherías costosas que podría conseguir en sus manos codiciosas.
Ella nunca consideraría ayudar a nadie más que a sí misma.

Cuando Robert anunció felizmente la pérdida de su herencia, se sintió


enferma. Había fracasado, porque se había entregado a su propia codicia y había
hecho el amor con un hombre que la odiaba. El hecho de que no pudiera arrepentirse
de su bebé, incluso si eso significaba la pérdida para tantos, la hacía sentir horrible.
Si María fuera la que heredara en su lugar, entonces todo estaría bien. Mary
arreglaría esto. Mary se aseguraría de que las escuelas comenzaran de inmediato.
Mary haría…
—Heather está a punto de heredar, por supuesto —anunció Robert,
rompiendo su última esperanza.

—Oh… Dios… no —susurró con un sonido hueco.

Robert se rio entre dientes mientras caminaba lentamente hacia la puerta.

—Sí, estoy seguro que estás bastante molesta por eso. No hay duda de que
Mary te habría dado lo que quisieras, pero Heather… —dijo de manera significativa
mientras se detenía antes de continuar—, dudo que Heather comparta un chelín
contigo.

Su estómago se contrajo violentamente con ese último anuncio. Todos los


planes de ella y Mary para el futuro, se habían ido. No habría escuelas, ni donaciones
para los pobres… nada. Lo había perdido todo en una noche. Tantas vidas que nunca
iban a tener una oportunidad, por su culpa.

Había arruinado todo porque se había enamorado del hombre equivocado, pensó
aturdida mientras luchaba por pararse sobre sus piernas temblorosas mientras su
cabeza daba vueltas, haciéndola sentir cada vez más mareada.
163
“ire fresco, necesitaba aire fresco, decidió mientras se las arreglaba para
ponerse de pie.

—¿Elizabeth? —dijo Robert, sonando incierto mientras ella luchaba por salir
de la bañera.

—So… solo déjame en paz, Robert. Has lanzado tu golpe, así que vete —dijo
justo antes de que sus piernas cedieran y cayera hacia adelante.

—¿Elizabeth? —dijo Robert frenético mientras acunaba a su esposa no


deseada en sus brazos.

Se había puesto muy pálida. Su cuerpo frío temblaba en sus brazos, incluso
cuando intentaba alejarlo.

—Déjame en paz —murmuró, empujando débilmente contra él para obtener


su libertad, pero se limitó a ignorar sus intentos mientras la llevaba a la cama y la
acostaba.

Solo estaba fingiendo, trató de decirse a sí mismo mientras retiraba sus brazos
para poder levantarse. Simplemente estaba molesta por haber perdido una fortuna,
se dijo a sí mismo, haciendo todo lo posible para aumentar su ira hacia ella una vez
más. Solo estaba tratando de manipularlo para que él… para que él…

—Oh, Dios —dijo con voz ahogada mientras se levantaba lentamente, con los
ojos fijos en la sangre que manchaba sus pálidos muslos.

—No… no me siento muy bien —murmuró Elizabeth, gimiendo mientras se


colocaba de costado y se acurrucaba sobre sí.

Contuvo sus temores por su hijo no nacido y su esposa mientras retrocedía


un paso, tropezando con piernas inestables. Extendió la mano y agarró la cuerda de
seda que colgaba de la cama y tiró de ella una y otra vez hasta que estuvo seguro
que había un pequeño ejército de sirvientes corriendo hacia su habitación.

Una vez hecho esto, se dejó caer de rodillas junto a la cama y cubrió las manos
frías de Elizabeth que descansaban sobre su vientre con las suyas. Le dio un apretón
suave en las manos mientras ella sollozaba silenciosamente, sin duda dándose 164
cuenta que acababa de perder a su hijo.

—¡Voy a matarlo! —gritó lord Norwood cuando una vez más fue arrastrado
por los sirvientes que estaban desesperados por salvar a su empleador de cargos de
asesinato.

Robert apenas escuchó a su suegro o se preocupó por eso. Su concentración


estaba puesta en la puerta frente a él mientras esperaba que se abriera y el cirujano
le dijera que su esposa estaría bien.

No estaba seguro de cuánto tiempo pasó desde que el cirujano había exigido
que lo retiraran de la habitación. La única razón por la que aceptó fue para que a
Elizabeth se le concediera cierta privacidad, pero también pensó que su madre
debería haber salido de la cama y tendría que estar consolando a su hija. Cuando se
hizo evidente que Lady Norwood no tenía planes de consolar a Elizabeth, Robert
había pedido ayuda a su madre.
Su madre no había dudado en ofrecerle consuelo a su nuera. Tan molesta
como estaba su madre, él no tenía ninguna duda de que ella estaba angustiada por
su situación, se había apresurado a salir de su habitación y había ido directamente a
la habitación de Elizabeth sin dignarse en echarle un vistazo. Ella realmente amaba
a Elizabeth y él agradecía a Dios por eso.

No podía soportar la idea de que Elizabeth estuviera sola en este momento.


Tan furioso como estaba por el hecho de que había mentido, se dio cuenta de algo
importante. Realmente se preocupaba por ella, más de lo que creía posible. No
quería perderla, todavía no, no antes de que pudiera decirle cuánto lamentaba
haberle hecho perder a su hijo.

Por mucho que la había odiado, no tenía derecho a atormentarla como lo


había hecho. Ella había estado llevando a su hijo y debería haberle mostrado cierta
consideración en lugar de actuar como un niño y ceder a su ira. Nunca se arrepentía
más de ceder a su temperamento y, con Dios como testigo, nunca volvería a tratarla
de esa manera.

Todo lo que necesitaba era una segunda oportunidad para hacerla feliz,
cuidarla y ganarse su perdón. Movería el cielo y el infierno para tener otra 165
oportunidad con ella. La sola idea de no volver a verla nunca más lo tuvo luchando
por tomar su próximo aliento. No podría vivir sin ella, no quería hacerlo porque…

Porque la amaba.

Estaba perdidamente enamorado de su esposa y había permitido que su rabia


le devorara. ¿Cuántas veces lo habían llevado aparte su padre o su hermano y le
habían dado una reprimenda sobre su temperamento? ¿Cuántas peleas había
comenzado simplemente porque no podía controlar su genio? Había demasiados
para llevar la cuenta y ahora su hijo y su esposa estaban pagando el precio.

—¡Te mataré por esto, bastardo! —gritó lord Norwood cuando finalmente fue
arrastrado del pasillo.

—Robert —dijo su padre en voz baja cuando se detuvo a su lado, luciendo


como si hubiera envejecido una década desde esta mañana—. Necesito saber qué
pasó.

“pretando la mandíbula, Robert sacudió la cabeza mientras miraba a su


padre.

—Es mi culpa —se las arregló para soltar de forma ahogada.


—¿Qué pasó? —exigió su padre con firmeza.

—Perdí la paciencia e hice que perdiera el bebé —dijo, con voz ronca por la
emoción mientras se permitía llorar por la pérdida de su hijo, un niño que nunca
vería.

—¿“caso… la golpeaste? —le preguntó su padre en voz baja.

—Nunca la lastimaría —soltó entre dientes.

—Entonces, ¿cómo…? —comenzó a preguntar su padre, mostrando


cansancio y confusión.

—Dije cosas que no debería haber dicho. Estaba enojado con ella y… dejé que
mi temperamento me dominara —dijo, frotándose las manos sobre el rostro,
deseando poder rehacer este día.

Si pudiera rehacer este día, haría lo correcto. La besaría y le diría cuánto la


amaba antes de ponerse de rodillas y rogarle que se casara con él. Si ella hubiera
dicho que no, la habría cortejado y le habría demostrado cuánto se preocupaba por
ella. Debería haber…
166
—Nunca debiste casarte con ella —dijo su padre, sonando decepcionado y
sacudiendo la cabeza con disgusto mientras se alejaba.

No discutió con su padre, simplemente dejó que el hombre se marchara,


porque su padre tenía razón. Nunca debería haberse casado con ella, pero lo había
hecho y ahora iba a ser el marido que ella necesitaba que fuera, decidió mientras se
apartaba de la pared y caminaba hacia la puerta de la habitación.

Cuando un lacayo trató de interponerse en su camino y detenerlo, Robert


simplemente le dio un puñetazo en el estómago, lo tiró al suelo y pasó por encima.
“brió la puerta y rápidamente la cerró detrás de él.

—¿Robert? ¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó su madre cuando lo vio—


. No es tu lugar.

—Mi lugar es con mi esposa —dijo, sus ojos se posaron en la forma dormida
de Elizabeth y permanecieron allí mientras caminaba hacia ella.

Se veía tan tranquila, pensó mientras se inclinaba sobre ella para poder retirar
suavemente un mechón de cabello de su rostro.

—¿Cómo está mi esposa? —le preguntó al cirujano, sin apartar los ojos de
Elizabeth.

—¿Quizás podríamos hablar en el pasillo? —sugirió el cirujano, sin duda


incómodo con su presencia, ya que estar en el cuarto del enfermo con su esposa
simplemente no se acostumbraba.

—Hablaremos aquí —murmuró Robert mientras se inclinaba y le daba un


beso en la frente fría de su esposa, ignorando el sobresaltado jadeo de su madre.

Después de presionar un segundo beso en su frente, simplemente porque


estaba aliviado de que estuviera viva, se sentó cuidadosamente en el borde de la
cama y tomó su mano entre las suyas. Levantó la vista hacia el aturdido cirujano y
le hizo un gesto para que comenzara.

—”ueno —dijo el cirujano, aclarando su garganta y moviéndose incómodo,


sin duda bastante familiarizado con la reputación de Robert—, como estoy seguro
que sabe, su esposa perdió al niño.

—¿Y cómo está mi esposa? —preguntó, rogando porque ella estuviera bien
después de esto.
167
—Está muy molesta, señor ”radford, pero con descanso, comida y tiempo,
creo que se recuperará por completo y debería poder tener más hijos.

Robert asintió mientras suspiraba aliviado. Ella estaría bien. Eso es todo lo
que le importaba. ”ueno, había una cosa más que tenía que saber.

—¿Sabe qué hizo que perdiera al bebé? —preguntó, necesitando que


confirmen su culpa en el asunto.

—Creo que la deshidratación y el hecho de que no podía retener nada de lo


que comía fue la causa de esto —dijo el cirujano con un suspiro de cansancio
mientras recogía su bolsa—. Por lo que entiendo, ella pensaba que el estrés era la
causa de todo, y una vez que se dio cuenta que estaba embarazada, se sintió
abrumada y no sabía qué hacer, señor ”radford —dijo con una sonrisa
comprensiva—. La próxima vez, no creo que ella vacile en pedir ayuda. ”uen día,
señor.

—Gracias —murmuró, devolviendo su atención a su esposa dormida.

No sabía qué hacer con lo que dijo el cirujano, pero de una cosa estaba seguro
desde este momento cuidaría mejor a su esposa.
Traducido por Kalired
Corregido por Flochi

Dos semanas después…

—P
or favor, para.

—Pero, necesitas comer —explicó Robert


obstinadamente mientras recogía otra cucharada de ese
espantoso caldo que prácticamente había estado vertiendo en su garganta desde que
se despertó hace dos semanas—. El médico fue muy categórico acerca de esto, de
hecho. 168
—Sí, pero no puedo… —Sus palabras se cortaron cuando se aprovechó y le
metió la cuchara en la boca.

—Lo necesitas para recuperarte —dijo con un firme gesto mientras colocaba
el asqueroso caldo de nuevo en la mesa y tomaba la taza de té igualmente
desagradable y trataba de hacerla beber.

—No —dijo, volviendo la cabeza.

—Elizabeth —dijo con clara exasperación—, esto te ayudará. “hora bebe.

—¡No! —dijo tercamente, girando su cara hacia la almohada y apretando sus


labios en forma de protesta silenciosa.

Suspiró pesadamente mientras intentaba tomar su barbilla suavemente entre


sus dedos y obligarla a volverse para poder derramar ese horrible té en su garganta
de nuevo, pero después de dos semanas de beber esa mezcla podrida, había
terminado.

—Elizabeth —dijo con exasperación—, tienes que beber esto.

—No —respondió rápidamente antes de cerrar sus labios con fuerza una vez
más.

—Te hará más fuerte —explicó pacientemente mientras hacía otro intento.

—No, ¡me hará vomitar! —logró decir antes de que pudiera llevar la taza a
sus labios.

—”ébelo rápido y no probarás nada —mintió, una vez más, mientras


acercaba la taza a sus labios, pero no lo aceptó. Presionó una mano sobre su boca,
creando una barrera protectora contra el repugnante líquido.

Sus ojos se estrecharon en la acción mientras colocaba la taza sobre la mesa.

—Sólo estás haciendo esto más difícil para ti —dijo, estirándose y apartándole
la mano de su boca.

Con los ojos entrecerrados, ella rápidamente lo reemplazó con su otra mano.
Cuando retiró la mano, lo hizo de nuevo hasta que se vio obligado a agarrar ambas
manos, con un gruñido de frustración y las sujetó contra el colchón. Su sonrisa era
engreída hasta que se dio cuenta que con ambas manos sujetando, no podía levantar
la taza y obligarla a beber.
169
—Estás siendo terca —acusó con una mirada hosca.

—¡Tú también! —gritó de vuelta.

—¡Lo necesitas!

—¡No, no lo necesito! —le respondió, porque en realidad no lo necesitaba. Le


estaba revolviendo el estómago y no importaba cuánto podía bajar por su garganta,
no hacía nada para aliviar su hambre. De hecho, estaba hambrienta.

En realidad, le sorprendió que pudiera pensar en comida después de…

Después de perder al bebé.

Cuando se dio cuenta que había perdido a su hijo, no quiso nada más que
seguirlo. El dolor de perder a un hijo era algo que nunca más quería volver a
experimentar. En ese momento había odiado al médico por eso, pero se alegró que
le hubiera dado un medicamento para hacerla dormir. Le había dado un breve
descanso de la pena.

Desafortunadamente, en cuanto abrió los ojos, regresaron los recuerdos de la


noche anterior, se rompió y comenzó a llorar incontrolablemente. Había asustado a
la pobre sirvienta que había sido colocada en su habitación para supervisar su
recuperación. Sus fuertes sollozos también habían despertado a Robert, que al
parecer se había desmayado en una silla al lado de la cama.

Tan pronto se dio cuenta que estaba despierta, fue a la cama y la atrajo hacia
sus brazos en lugar de gritarle como había esperado. Le frotó la espalda, le besó la
frente y le dijo palabras tranquilizadoras mientras lloraba la pérdida de su bebé.
Cuando Robert se dio cuenta que la sirvienta encargada de ayudarla a recuperarse
solo estaba ahí de pie, mirándolos boquiabiertos, la mandó a salir de la habitación.

“ partir de ese momento, se negó a permitir que nadie más la cuidara.


Rechazó a todas las sirvientas que lo intentaron. Lo único que les permitió hacer fue
traer el horrible té y el caldo que la alimentó a la fuerza o agua caliente para que
pudiera meterse en la bañera. Cuando no estaba tratando de envenenarla, le estaba
leyendo, abrazándola, sentado a su lado mientras dormía, o abrazándola con fuerza
cuando ya no podía soportar la pérdida de su hijo y rompía en sollozos.

Ninguno de los dos había mencionado al bebé, su boda, la discusión que


tuvieron esa noche u otras cien cosas que probablemente deberían discutir. En
cambio, simplemente estaba ahí para ella y eso la hizo amarlo aún más. 170
Nunca había esperado este nivel de atención de su marido. Cuando era niña,
fantaseaba con su propio Príncipe “zul, pero incluso esa fantasía no había sido tan
perfecta como la de Robert en las últimas dos semanas. Los hombres, los esposos,
no hacían este tipo de cosas por sus esposas. Su padre ciertamente nunca hizo esto
por su madre y “nthony, a quien sabía que amaba y adoraba a su hermana, nunca
hizo este tipo de cosas por Mary. La visitaría y la sostendría en sus brazos cuando
necesitara consuelo, pero “nthony nunca había dedicado cada minuto del día al
cuidado y bienestar de Mary. La hizo sentir apreciada y la ayudó a superar la
pérdida más dolorosa de su vida.

—Media taza, es todo lo que tienes que beber —dijo con dulzura cuando le
soltó las manos y levantó la taza—. Vamos, sólo unos pocos sorbos.

Soltó un descortés resoplido al negar con la cabeza.

—Eso no va a pasar, Robert.

—Elizabeth, es bueno para ti —dijo, dándole una sonrisa que hizo cosas raras
en su estómago.

—Entonces bébetelo —dijo tercamente, negándose a dejarse llevar por una


sonrisa encantadora.

Poniendo los ojos en blanco y un comentario murmurado acerca de ser una


gran bebé, se llevó la taza a los labios y tomó un largo sorbo que rápidamente
escupió en la taza.

—¿Qué demonios hay en esto? —exigió indignado mientras colocaba la taza


sobre la mesa. Se limpió frenéticamente la boca para borrar el sabor y cuando eso no
sirvió, agarró el jarrón junto a su cama, arrancó las flores y lo echó hacia atrás,
bebiendo hasta la última gota. Cuando colocó el jarrón vacío cerca de la cama,
todavía estaba asqueado por el sabor amargo que le quedó en la boca.

—”ien —dijo ella asintiendo mientras tiraba las sábanas y movía las piernas
al borde de la cama—. “hora tal vez pueda conseguir algo de comida real.

—El médico dijo que tenías que quedarte en cama durante al menos otra
semana —señaló Robert mientras se movía para ayudarla a volver a la cama.

—¿Fue el mismo médico que dijo que tenía que tomar el té? —preguntó,
aliviada cuando dio un paso atrás con un suspiro y extendió su mano para ayudarla
a ponerse de pie. 171
—Ya es pasada la medianoche. No creo que haya nadie dispuesto a hacerte
algo para comer —señaló una vez que se puso de pie.

—Estoy segura que me las arreglaré —dijo, sin molestarse en recordarle que
sabía cocinar, ya que la mayoría de los hombres de su posición se escandalizarían de
que sus esposas hicieran algo que creían que era el trabajo de un sirviente.

—Siempre puedo ir a la cocina y buscar algo —sugirió él, sonando optimista.

—Te lo comerías todo antes de salir de la cocina —señaló con una sonrisa.

Consideró eso por un momento antes de encogerse de hombros con una


sonrisa autocrítica.

—Probablemente tengas razón.

—Un día tendrás que explicar cómo te las arreglas para comer tanto —dijo,
dirigiéndose a la puerta, pero no llegó muy lejos antes que se encontrara en sus
brazos.

—En realidad tengo una teoría sobre eso— dijo con una sonrisa mientras
caminaba hacia la puerta.
—¿De verdad? ¿De qué se trata? —preguntó ella, demasiado curiosa para
fingir lo contrario.

Su apetito era bastante aterrador. Nunca había visto a alguien comer tanta
comida de una sola vez. En realidad, había varias sirvientas que se negaban a
servirle, aterrorizadas de que accidentalmente devorara sus manos si no liberaban
las bandejas de comida lo suficientemente rápido.

—Tú —dijo simplemente mientras esperaba que ella se acercara y abriera la


puerta de su dormitorio.

—¿Yo?

—Mmmhmm, tú —dijo con una sonrisa burlona mientras presionaba un beso


en la punta de su nariz y la llevaba al pasillo que estaba débilmente iluminado por
varias velas que se consumían lentamente en la madrugada.

—¿Cómo exactamente soy responsable de tu aterrador apetito? —preguntó


mientras envolvía sus brazos alrededor de su cuello.

—Si recuerdo bien —dijo, moviéndola ligeramente en sus brazos para que
172
pudiera bajar con seguridad por la escalera mal iluminada—, me maldijiste a mí y a
todos mis futuros herederos.

Jadeó.

—¡No hice tal cosa! —dijo, a pesar de que sonaba como algo que ella haría.

—Ciertamente lo hiciste, descarada —dijo Robert, riéndose mientras la


llevaba por el pasillo de atrás, hacia la cocina.

—”ueno, estoy segura que hiciste algo para merecerlo —dijo con fingida
arrogancia que lo hizo sonreír cuando se dio la vuelta y empujó la puerta de la cocina
para abrirla con la espalda.

—Enterré todas tus muñecas en el corral de cerdos —dijo, riendo mientras la


ponía de pie con cuidado.

—Realmente eras un niño horrible —dijo con una sonrisa mientras se alejaba
y comenzó a buscar en los armarios, preguntándose qué había hecho para que
Robert hiciera algo tan cruel. Probablemente era algo mucho peor que lo que él le había
hecho, pensó con un suspiro de satisfacción.

—Dime lo que necesitas y lo voy a buscar —dijo Robert mientras encendía


rápidamente más velas y varias lámparas de aceite para que pudieran ver lo que
estaban haciendo.

Mientras examinaba rápidamente lo que tenía disponible, decidió que los


huevos, el jamón y bollos frescos probablemente serían lo más fácil de preparar.
Tomada la decisión, le dijo lo que necesitaba, mientras hacía todo lo posible por
ignorar los gruñidos de su estómago.

Robert le lanzó una sonrisa divertida que decidió ignorar cuando comenzó a
preparar los bollos. Cuando terminó la masa y estaba lista para dejarla levar, estaba
hambrienta y estaba pensando en saltarse este paso y simplemente cortar los bollos
y hornearlos, sin preocuparse de que terminaran planos. La única razón por la que
dudó en hacer precisamente eso fue Robert. Ella se había jactado de hacer los mejores
bollos y ahora quería demostrarlo. Pero estaba tan hambrienta y no estaba segura de
poder esperar hasta que…

—“quí —dijo Robert mientras colocaba una pequeña bandeja llena de queso,
pan y jamón cortado delante de ella.

—Gracias —murmuró apenas cuando comenzó a atacar la comida. 173


—De nada —dijo con una risita mientras se servía la comida.

Durante varios minutos se sentaron a comer en un cómodo silencio mientras


vigilaba los bollos en el horno. En realidad, era bastante agradable, pensó justo antes de
que Robert tuviera que seguir adelante y arruinarlo.

—Creo que deberíamos hablar.


Traducido por HA_112
Corregido por Flochi

—L
o sé —estuvo de acuerdo Elizabeth con un pequeño
suspiro mientras se metía otro trozo de queso en la boca,
sonando tan jodidamente disgustada por la posibilidad
que no él pudo evitar sonreír.

Por un momento, ella se quedó mirando el cuenco de masa mientras jugaba


con un pedazo de pan y él se preguntó qué estaba pensando. Tal vez se estaba
preparando para otra pelea, se dio cuenta con un respingo. Él había terminado de
luchar con ella. Lo habían estado haciendo desde que eran niños y, a pesar de lo
divertido que había sido, era hora de ponerle fin.
174
Ella era su esposa y su responsabilidad, y no podían seguir así. Había sido
muy afortunado de no haber sido criado en una familia fría y quería que sus hijos
fueran tan afortunados como lo había sido él. Como la mayoría de las parejas, sus
padres no estaban enamorados, pero a diferencia de la mayoría de las parejas que
conocía, eran muy buenos amigos.

Probablemente no había dolido que sus padres se criaran sabiendo que


estaban comprometidos el uno con el otro. Tenían dos años de diferencia y habían
vivido a menos de dos horas de distancia cuando eran niños. Habían aceptado la
situación sin queja. La familia de su madre había querido un título para su hija,
mientras que los padres de su padre habían querido engordar sus arcas y asegurarse
de que su hijo tuviera una esposa agradable.

Siempre habían sido amigos, a veces actuaban más como hermanos que como
pareja casada. Nunca compartieron una habitación, nunca se miraron entre sí con
algo más que afecto casual y nunca fingieron estar enamorados. No es que él quisiera
saberlo, porque el conocimiento probablemente lo asustaría de por vida, pero
dudaba mucho de que su madre hubiera agraciado la cama de su padre desde que
le había proporcionado un heredero y un repuesto para que la línea pudiera
continuar.

Tampoco parecía molestarle que su marido tuviera queridas y amantes.


Nunca pareció molestarla y Robert sabía que ella sabía muy bien que existían. Cada
vez que su padre se iba a pasar la noche con otra mujer, ella siempre le daba una
sonrisa de complicidad y le deseaba una buena noche.

Nunca pelearon, se gritaron o ignoraron a James o a sí mismo mientras


perseguían sus propias diversiones. Criaron a sus hijos en una familia cálida, con
amor y comprensión, y Robert quería eso para su propia familia. Desde luego, no
quería criar a sus hijos en un hogar frío como en el que Elizabeth había sido criada.

Lady Norwood era la típica madre y esposa de la sociedad. Decía las cosas
correctas, iba vestida a la última moda, obedecía todas las reglas y fruncía la nariz a
quienes no lo hacían. También tenía muy poco que ver con la crianza de sus hijas. Se
lo había dejado a las niñeras y a las institutrices, solo para involucrarse en las vidas
de sus hijas cuando se trataba de chismes, la posibilidad de que sus hijas se casaran
o si sus hijas la avergonzaban de alguna manera.

Lo único bueno que podía decir sobre Lord Norwood en lo que se refería a 175
sus hijas era que el hombre realmente amaba y se preocupaba por sus niñas. Había
visto a Lord Norwood preocuparse por ellas, sonreía cálidamente cuando las veía y
parecía realmente complacido de tenerlas cerca.

“ diferencia de sus padres, los Norwood eran extraños virtuales y decidían


pasar la mayor parte del tiempo separados. “unque Lady Norwood no se había
quejado de que su esposo mantuviera otras mujeres, exigía un adorno brillante a la
mañana siguiente. “ Robert no le había llevado mucho tiempo descubrir su rutina.
Todos los martes, jueves y sábados por la noche, Lord Norwood le daba las buenas
noches a su esposa antes de irse a pasar la noche con su amante. “ cambio, Lady
Norwood enviaría una mirada fría a su esposo, no porque estuviera realmente
molesta porque él pasara sus noches con otras mujeres como Robert sospechó en un
principio, sino para recordarle que ella esperaría que él le comprase su perdón por
la mañana.

No era el tipo de matrimonio que quería y, ciertamente, no era uno al que


quisiera que sus hijos estuvieran expuestos todos los días. “unque le gustaría poder
dejar atrás el pasado y volver a empezar como amigos, tampoco quería el
matrimonio de sus padres. Simplemente no quería un matrimonio cordial. Deseaba
a Elizabeth y quería pasar todas las noches con ella en sus brazos y, para conseguir
eso, tendrían que hablar.

—Lamento mucho no haberte contado sobre el bebé —dijo ella en voz baja,
mencionando el tema que había decidido dejar hasta otro día.

—¿Por qué no lo hiciste? —preguntó con la misma suavidad, aterrorizado de


que dijera o hiciera algo para asustarla o hacerla llorar.

Demasiado tarde, se dio cuenta cuando ella se enjugó una lágrima con un
pequeño paño de cocina. Fingiendo que todo estaba bien, se puso de pie y concentró
toda su atención en el tazón de la masa. De alguna manera, se obligó a permanecer
sentado cuando todo lo que quería era tomarla en sus brazos y decirle que la
perdonaba, que no era importante, pero lo era.

Quería saber, necesitaba saber. No estaba tan enojado como antes. Cristo
todopoderoso, ¿cómo podría estarlo? Ella acababa de perder a su hijo y él sabía que
estaba de duelo por ese niño con todo su corazón. Había visto la angustia en sus ojos
mientras ella lloraba por la pérdida de su primer hijo.

Ella solo había pasado un poco más de un mes y medio en su embarazo, pero
sabía que ya amaba a ese bebé. Mientras que la mayoría de las mujeres simplemente 176
aceptaban el hecho de que habían perdido un hijo, ya que sucedía con tanta
frecuencia, Elizabeth se había tomado la pérdida con fuerza. Eso le dijo mucho sobre
ella, confirmando su opinión anterior y haciéndole arrepentirse de haberla llamado
perra incluso si solo lo había hecho en su cabeza. Simplemente no podía ver a la
mujer que había sostenido en sus brazos durante las últimas dos semanas mientras
ella lloraba de corazón, ser una perra viciosa que deliberadamente sometería a un
niño a una vida de miseria y que se lo calificara de bastardo.

Simplemente no pudo.

—No quería atraparte —murmuró ella mientras extendía la masa con un


movimiento experto y comenzó a cortar círculos.

—¿De qué diablos estás hablando? —preguntó un poco más áspero de lo que
había pensado, haciéndola estremecerse notoriamente.

—No quería obligarte a casarte conmigo, Robert —dijo firmemente mientras


colocaba rápidamente la masa cortada en una sartén, centrando toda su atención en
la tarea a mano para no tener que mirarle.

—No habría sido forzado —explicó, poniéndose de pie y moviéndose para


ayudarla cuando recogía la sartén.

Le quitó la sartén y la colocó con cuidado en el horno caliente, con cuidado


de no acercarse demasiado a la chimenea abierta debajo de los hornos. Una vez que
estuvo seguro que estaba lo suficientemente dentro del horno, se dio la vuelta y
encontró a Elizabeth ocupándose de limpiar el pequeño desorden en la mesa.

Sin una palabra, se colocó detrás de ella y la envolvió con sus brazos,
atrayéndola contra su cuerpo.

—No habría sido forzado —repitió más suavemente esta vez.

—Sí, lo habría sido —dijo, alejándose de él, pero no la iba a dejar ir.

—No, no lo habría sido, Elizabeth —dijo, presionando un beso en lo alto de


su cabeza.

—No me amas, Robert. Ni siquiera te gusto y ciertamente no quieres estar


casado conmigo —explicó en voz baja cuando simplemente se quedó allí,
permitiéndole que la abrazara.

—¿Qué te hace pensar que no me gustas? —preguntó, sonriendo cuando ella 177
soltó un resoplido delicado.

—¿Te gustaría una lista? —preguntó, recostándose contra él y haciéndole


preguntarse si ella era consciente de la acción.

—¿Es una lista corta? —preguntó distraídamente mientras disfrutaba la


sensación de tenerla en sus brazos y ya no tenía que preocuparse por la propiedad
y toda esa mierda.

Por otra parte, todavía se miraba con desprecio el mostrar afecto por la esposa
de uno en público, pero no le importaba nada. Le encantaba tocarla, abrazarla y sería
condenado si permitía que las reglas inventadas por un grupo de hipócritas dictaran
su vida. Ella calmaba algo profundo dentro de él, le daba paz y lo hacía sonreír
incluso cuando estaba haciendo todo lo posible para molestarlo.

Era simplemente imposible odiarla de verdad.

Cuando se dio cuenta que ella se había vuelto a callar, se contentó con
simplemente abrazarla. Durante varios minutos se quedaron así, la sostenía en sus
brazos mientras ella distraídamente trazaba sus dedos a lo largo de sus antebrazos.
Él podría haberla abrazado toda la noche, pero necesitaban hablar. Rezando para
que no lo rechazara, le preguntó una vez más por la respuesta que temía.

—¿Por qué no me lo dijiste, descarada? —preguntó, dándole un beso a su


cabello perfumado de lavanda.

No respondió de inmediato, y por un momento pensó que tal vez nunca le


contaría nada, pero lo tomó por sorpresa cuando admitió algo que nunca pensó que
escucharía de ella.

—Porque tenía miedo.

—¿De mí? —preguntó vacíamente mientras sus brazos se apretaban a su


alrededor, rogando que la respuesta fuera no, pero eso era demasiado esperar.

Él había hecho de su vida un infierno viviente durante demasiados años para


contar hasta que finalmente se había visto obligado a alejarse, aterrorizado de que
hiciera algo absurdo como tomarla por encima de su rodilla y darle las nalgadas que
tan bien merecía. Poner distancia entre ellos probablemente los había salvado de
matarse el uno al otro o perder sus malditas mentes.

Cuando ella regresó a su vida, no había podido resistirse. Le encantaba


178
tenerla cerca, atormentarla y esperar a ver cómo reaccionaría, pero ahora tenía que
preguntarse si había ido demasiado lejos.

—No —dijo, sacudiendo la cabeza mientras continuaba recorriendo la


longitud de sus antebrazos con la punta de los dedos— sé que nunca me harías
daño, pero…

—Pero, ¿qué? —preguntó, presionando otro beso contra la parte superior de


su cabeza.

—No quería que me odiaras más de lo que ya lo hacías —dijo tan suavemente
que él casi se lo perdió.

—No te odio, Elizabeth —prometió.

—Estás siendo muy dulce con todo esto, Robert, y mientras lo aprecio, lo
entiendo. Debería haberte dicho tan pronto estuve segura que estaba embarazada
y…

—¿Cuándo fue eso? —preguntó, interrumpiéndola.

—¿Cuándo fue qué? —preguntó, sonando confundida.


—¿Cuándo estuviste segura que estabas embarazada? —preguntó en voz
baja, rezando por que el recordatorio de lo que habían perdido no la hiciera llorar.
Le mataba verla llorar.

—Después de lo que pasó en la biblioteca —murmuró—. No sabía qué hacer


o cómo decírtelo.

—¿Me lo habrías dicho? —preguntó, cerrando los ojos mientras esperaba su


respuesta.

—Tan pronto como descubriese una manera de decírtelo sin hacer que me
odiaras —admitió, sonando tan miserable que no pudo evitar sonreír.

—Entonces, tal vez, es hora de que hagamos una tregua.

179
Traducido por Florff
Corregido por Flochi

—¿U
na tregua? —repitió Elizabeth lentamente,
comprensiblemente recelosa considerando que la
sugerencia había venido de Robert ”radford y que
esta no era la primera vez que había sugerido una
cosa como esa.

—Creo que sería lo mejor —dijo él, repitiendo las mismas palabras que había
usado hace dieciséis años cuando la había engañado para que saliera de su escondite
en el granero de su padre donde se había estado ocultando tras un incidente, que
involucraba a Robert, un cuenco de miel y alrededor de cinco sacos de plumas de
180
pollo.

—Ya veo —dijo ella, soltándose cuidadosamente de él mientras la necesidad


de auto-preservación la golpeaba.

“unque estaba de acuerdo de todo corazón con que una tregua de alguna
clase sería beneficiosa porque así dejarían de matarse el uno al otro, tan solo no podía
ignorar la voz en su cabeza gritándole que corriera. Sabiendo que era tanto tonto
como sinsentido ya que no había ningún lugar al que correr ahora que estaban
casados, se obligó a permanecer en la cocina para poder oírle.

Eso no significaba que fuera a hacer algo tonto como permanecer a su alcance.
Tan casualmente como pudo, rodeó la mesa y empezó a trabajar en los huevos,
diciéndose que sería capaz de llegar a la puerta si esto se convertía en una trampa.
“parte de una sonrisa divertida que le dijo que él sabía exactamente lo que estaba
pensando, no comentó la acción.

—No quiero pasar el resto de mi vida luchando contigo —explicó Robert,


enunciando su mayor preocupación.

Ellos no habían tenido una pareja amorosa, la única exigencia que ella había
puesto al matrimonio. Ni siquiera podía decir que fueran amigos y dada su historia
y como había nacido su matrimonio, no había esperado un matrimonio cordial
cuando su padre había aceptado a disgusto que tenía que casarse con Robert.

Después de su anuncio la primera noche cuando había descrito lo que


esperaba de ella, ella había previsto vivir una vida de soledad donde él la ignoraría
hasta que su hijo fuese un adulto y su utilidad hubiera llegado a su fin. Entonces se
había imaginado que él probablemente la trasladaría a una casita de campo donde
nunca tuviera que volverla a ver otra vez. No era una existencia que habría aceptado
con resignación, lo que significaba que este matrimonio probablemente estaría lleno
de agitación, discusiones y eventualmente odio.

No quería esa clase de matrimonio.

“sí que si él estaba ofreciendo una rama de olivo, la aceptaría felizmente.


Mientras fuera beneficioso para ambos y no terminara con su vida en el medio de la
nada con solo las ardillas y su creciente odio por Robert para acompañarla.

—¿Cuál es tu propuesta? —preguntó, intentando no tener muchas esperanzas


en que pudieran ser amigos. Había sido muy amable con ella el último par de días 181
y aunque eso le había dado esperanzas, también se había dado cuenta que podía
haber sido pena.

—Estoy sugiriendo que trabajemos juntos para establecer algunos términos


para este matrimonio con el que ambos podamos vivir —dijo él, cruzando los brazos
sobre su pecho mientras la observaba trabajar.

—Eso suena razonable —tuvo que admitir ella, más que razonable teniendo
en cuenta que la mayoría de los hombres no les importaba ni un ápice si sus esposas
eran felices.

—Desde ahora en adelante, creo que sería mejor si empezamos con una
pizarra limpia —sugirió, sonando esperanzado mientras ella agarraba una sartén, el
pequeño cuenco de mantequilla y el plato con los cuadraditos de jamón y se dirigía
a la estufa. “brió la puerta de la estufa, asegurándose que el fuego que los sirvientes
habían encendido antes de retirarse por la noche aún estaba en marcha antes de
añadir algo más de carbón y madera para asegurarse que el fuego estuviera lo
bastante caliente para cocinar su comida.

—¿Lo que significa…? —preguntó ella, sin estar exactamente segura de


dónde estaba yendo con esto.
—Que olvidemos el pasado y empecemos de nuevo —dijo después de una
ligera pausa.

—¿Y cómo exactamente propones hacer eso? —preguntó ella mientras


empujaba el jamón en la sartén—. Siempre nos hemos odiado el uno al otro.

—No siempre —señaló él mientras se movía para reclinarse contra la pared a


la derecha de ella.

En lugar de discutir con él o admitir tan solo cuánto no le odiaba, concentró


toda su atención en saltear el jamón para que no se quemase. Él no dijo nada durante
algunos minutos, esperando probablemente que ella admitiera algo, pero se negó a
confesar nada hasta que supiera dónde estaba con él. Finalmente murmuró algo
sobre que ella estaba siendo terca y empezó.

—La mayoría de los matrimonios empiezan a partir de cero y me gustaría eso


para nosotros —dijo él como si lo que estaba sugiriendo fuera posible.

—Eso es porque la mayoría de las parejas no han crecido odiándose el uno al


otro —señaló ella, salteando el jamón un poco más de lo necesario.
182
—Verdad —murmuró su acuerdo mientras estiraba el brazo y arrancaba un
trozo de jamón de la sartén y lo lanzaba a su boca—. Pero, la mayoría de las parejas
pasan el resto de sus vidas odiándose el uno al otro.

No se molestó en discutir ese punto, porque tenía razón. “unque conocía


algunas parejas que eran capaces de tolerarse el uno al otro, conocía muchísimas
más que no podían permanecer a la vista del otro. Sus padres, desafortunadamente,
encajaban en esa última categoría. En la superficie, sus padres parecían tolerarse el
uno al otro, incluso gustarse, pero eso era solo una representación para la alta
sociedad y sus amigos. “penas se reconocían en privado, y cuando hablaban,
normalmente terminaba en peleas.

—Lo que estoy proponiendo —dijo él, haciendo una pausa lo bastante larga
para robar otra pieza de jamón—, es que aceptemos lo que sucedió cuando éramos
niños y sigamos adelante. Me gustaría empezar de cero contigo, Elizabeth.

—¿Y de verdad crees que eso es posible? —preguntó ella, retorciendo sus
labios mientras él robaba otro trozo de jamón.

—Sí —dijo él sin pausa.

—Oh, ¿y por qué es eso? —preguntó ella, suspirando pesadamente mientras


él robaba otro trozo de jamón y la obligaba a echar el resto de la taza de jamón en la
sartén.

—El invernadero de naranjos —dijo él simplemente mientras robaba otro


trozo de jamón.

—¿El invernadero de naranjos? —repitió ella confundida, preguntándose qué


tenía que ver exactamente esa noche con empezar de cero.

—Mmmmmmhmmm —dijo con otro trozo robado de jamón en la boca.

—¿Por qué? —dijo ella, frunciendo el ceño a la sartén mientras robaba otro
trozo de jamón. “ este paso no quedaría nada de jamón en la sartén para el momento
en que echase los huevos.

—¡Ow! ¿Por qué demonios fue eso? —preguntó él con un puchero mientras
retiraba la mano.

—¡Para de robar el jamón! —espetó ella, señalando con la cuchara de madera


con la que le había golpeado ligeramente los nudillos en advertencia.

—¡Esto no me va a hacer odiarte menos! —le espetó él en respuesta, haciendo 183


un esfuerzo por mirar abajo hacia ella, pero la manera en que su mirada continuaba
cayendo de regreso al jamón mientras se lamía los labios con hambre, la hicieron
sonreír y alcanzar un plato pequeño.

—“quí —dijo ella, sirviendo algo de jamón en el plato. “penas se movió para
alcanzárselo cuando de repente se encontró con el plato arrancado de sus manos y
Robert devorando el jamón—. Tu apetito es aterrador —dijo ella con un suspiro
exasperado a pesar de que se sentía secretamente complacida de que no él no
estuviera furioso porque ella disfrutara cocinando.

Su única respuesta fue una mirada fulminante mientras continuaba comiendo


su jamón. Cuando terminó, envió una mirada esperanzada a la sartén, pero un gesto
con la cuchara le hizo colocar su plato vacío de regreso al mostrador.

—“hora, ¿qué tiene que ver exactamente el invernadero con esta tregua tuya?
—preguntó ella, esperando distraerle del jamón y así quedaría algo para la cena.

Estaba hambrienta, más bien voraz a estas alturas. Honestamente no podía


recordar haber estado tan hambrienta antes. Incluso las pocas veces que había estado
demasiado enferma para dejar la cama y se había visto obligada a sobrevivir con
caldo y té durante un mes, no la había abandonado esta hambre. Probablemente podía
comerse todo el jamón, pensó con un gruñido cuando se vio obligada a darle un golpe
a la mano de Robert otra vez.

—¡Descarada feroz!

—¡Deja de robar el jamón!

—¡No tendría que hacerlo si me hubieras alimentado! —le espetó mientras se


frotaba el dorso de la mano.

—No voy a alimentarte hasta que me expliques esta tregua tuya —dijo ella,
esperando que sus maneras de ladrón se estuvieran ralentizando hasta que ella
pudiera cocinar la comida finalmente.

—¡”ien! —dijo él mientras sacaba hábilmente otro trozo de jamón fuera de la


sartén y lo lanzaba a su boca antes de que ella pudiera golpear su mano con la
cuchara.

—Continúa con eso, Robert —dijo ella, echando los huevos batidos en la
sartén, esperando que eso fuera suficiente para impedirle robar algo más de jamón
durante un rato.
184
No lo hizo.

Él se apoyó contra la pared, poniéndose más cómodo mientras lanzaba un


trozo de jamón cubierto de huevo a la boca.

—No me odiabas esa noche en el invernadero de naranjos.

—No sabía quién eras —señaló ella, salteando el jamón y los huevos mientras
mantenía un ojo en su mano taimada.

—¡“uu! —jadeó él, pero esta vez fue lo bastante inteligente para retirar la
mano y continuar montando sus argumentos para una tregua—. Exactamente mi
punto. No sabías que era el niño pequeño que acostumbraba a hacer de tu vida un
infierno y te gustó el hombre en que me he convertido —dijo él, su tono retándola a
mentir cuando ambos sabían que fue mucho más que gustarle aquella noche.

—Eso es verdad —admitió ella, porque realmente, no tenía objeto mentir en


este momento. Seguro que no ayudaría al asunto.

—La única razón por la que nos lanzamos a la garganta del otro los pasados
meses es por nuestra historia previa —explicó él y ella estuvo bastante tentada de
admitir que también lo hacía porque era divertido.
—Podrías tener razón, Robert —dijo ella en su lugar, añadiendo queso a los
huevos y el jamón y mezclando durante un minuto antes de quitar la sartén del calor
y colocarla a un lado. Disparando una mirada de advertencia a Robert, se acercó a
los hornos y sacó los bollos ahora dorados y los colocó en el mostrador para que se
enfriaran.

—Eso prueba que somos capaces de poner el pasado detrás de nosotros —


dijo Robert, sorprendiéndola cuando agarró un par de platos, tenedores, jarras, miel
y lo colocó en la mesa en lugar de robar más comida.

Cuando posó los platos, ella se puso nerviosa. Estaba hambrienta y no estaba
de humor para luchar con Robert por la comida. Solo quería…

—“quí tienes, descarada —dijo él con una sonrisa mientras colocaba un plato
cargado de comida en la mesa delante de ella.

Conmovida porque Robert voluntariamente abandonara la comida, se sentó


con una sonrisa y empezó a comer. Casi gimió cuando la comida tocó su lengua.
Sabía a gloria, pura gloria, y no podía tener bastante. No fue hasta que Robert
levantó su plato, que se dio cuenta que había comido hasta la última miga en 185
cuestión de minutos.

—Te gusta la mermelada de melocotón, ¿no? —preguntó Robert mientras


colocaba un segundo plato cargado de comida delante de ella, sobresaltándola.

—Sí —dijo ella automáticamente mientras bajaba la mirada al plato de


comida, notando que aún estaba hambrienta.

Cuando Robert colocó tres bollos untados con mermelada en su plato, levantó
uno y lo devoró, deteniéndose solo lo suficiente para lanzarle una mirada cuando
tuvo la osadía de reírse entre dientes.

—Lo siento —dijo él, sentándose enfrente de ella y trayendo su atención sobre
el hecho de que él no estaba comiendo.

—¿No tienes hambre? —preguntó ella, estirando la mano por otra galleta.

—Quiero asegurarme que consigues comer suficiente —dijo él, señalándola


para que continuara y haciendo que su corazón se detuviera.

Robert ”radford estaba compartiendo su comida voluntariamente. Ya fuera


porque el mundo se estuviera acabando o porque él hablaba en serio sobre empezar
de cero.
Traducido por Anabel-Vp
Corregido por Vickyra

—N
o seas tonto, Robert —dijo Elizabeth con un resoplido,
mientras se levantaba y se dirigía al hornillo—. Hay
comida suficiente para los dos.

Sacudió la cabeza.

—Come tú, descarada. Estoy bien —mintió de alguna manera.

Aunque estaba bastante seguro que no moriría, estaba hambriento. La comida


era simple, pero olía deliciosa. El sabroso olor de los huevos, el jamón y el queso,
acompañados por el delicado aroma de los bollos recién horneados, hizo que su
186
estómago doliera, pero no lo suficiente como para obligarle a tomar el plato de
Elizabeth y comerse su comida.

Era obvio que su esposa tenía hambre y él se negaba a quitarle ni una pizca
de comida. Le encantaba verla comer, porque eso quería decir que se encontraba
mejor. Había perdido la cuenta de las veces que había rezado durante las últimas
semanas para que mejorase. La idea de perderla era más dolorosa de lo que esperaba
y lo hizo darse cuenta de lo importante que era ella para él.

De repente, todas las peleas que habían tenido a lo largo de los años ya no
importaban, no si eso significaba que la perdería. No podía imaginar una vida sin
su descarada, irritándolo, burlándose de él y haciéndole sentirse vivo por primera
vez en años. El hecho de que le hubiera mentido sobre el bebé tampoco importaba
ya.

Deseaba haber hecho las cosas de manera diferente, cuando se enteró de lo


del bebé. Debería haber mantenido el asunto en privado y haber intentado ganarse
su confianza. Debería haberla cortejado y haber hecho todo lo posible para conseguir
que ella eligiera casarse con él. Odiaba saber que la única razón por la cual se había
casado con él era porque la había obligado. Si pudiera, haría cualquier cosa para
cambiarlo.

Pero no había vuelta atrás. No se podía cambiar el pasado. No había forma


de detener los chismes que ya se habían extendido. El daño estaba hecho. Lo único
que podía hacer era ofrecerle el matrimonio que ella merecía y que él deseaba.
Quería que fuera su esposa, libremente, y que no se arrepintiera de serlo.

Quería que lo amara, tanto como él la amaba a ella.

Así que iba a cortejar a su propia esposa. Iba a convencerla de que le diera
una segunda oportunidad, que le permitiese demostrarle que él era la elección
correcta. Cuando se casó con él, ella perdió su fortuna; y, aunque nunca podría
proporcionarle los lujos que había perdido, se aseguraría de que fuese tan feliz, que
eso no importase.

—Hay mucha comida, Robert —dijo Elizabeth, mientras colocaba un plato


lleno de comida frente a él. Antes de que pudiera quejarse, ella espolvoreó diferentes
aderezos sobre unos bollos y los puso junto a su plato.

—No te preocupes por mí, descarada. Estoy bien —dijo, obligándose a no 187
mirar la comida por miedo a perder el control.

—Podemos comer mientras me cuentas más sobre esta tregua tuya —señaló
Elizabeth y, cuando abrió la boca para discutir, ella empujó el bollo más delicioso
que había probado nunca dentro de su boca.

—Oh, Dios —murmuró extasiado, mientras terminaba ese bollo y tomaba


otro.

—¿Te gusta? —preguntó Elizabeth. Su tono era casual, pero él podía ver que
estaba complacida.

—No mentías —dijo, terminando el último de los bollos que ella le había dado
y agarrando tres más. Les puso mermelada de melocotón y colocó dos junto al plato
de ella.

—Gracias —dijo, dando un pequeño bocado a uno de los bollos, antes de


colocarlo, de nuevo, junto a su plato—. Ahora, hablemos de la tregua.

—Está bien. —Asintió, dando otro mordisco más a un bollo, antes de dejarlo
junto a su plato y obligarse a concentrase.
—Estaría dispuesta a olvidar el pasado si tú haces lo mismo —dijo Elizabeth,
retomando su anterior conversación.

—Creo que es la mejor manera de empezar —dijo, mirando su hermosa cara


al otro lado de la mesa—. Me gustaría que empezáramos como amigos.

—También me gustaría eso —dijo en voz baja, con una pequeña sonrisa que
le dio esperanza— ¿Qué más? —preguntó, sonando ansiosa por mejorar la situación
entre ellos.

—No más peleas —repitió, para que ella supiese que se había acabado lo de
hacer su vida un infierno—. Y no más secretos —agregó, antes de pensar en cómo
sonaría.

Ella se estremeció como si la hubiese golpeado, pero en lugar de enfadarse, o


intentar excusarse por lo que había hecho, asintió con la cabeza.

—No más secretos.

Él asintió mientras pensaba en la mejor manera de seguir. Tras un momento,


se dio cuenta que estaba nervioso. No quería estropear esto. Para ganar algo de
188
tiempo, tomó el tenedor, probó los huevos y casi gimió de placer.

Estaban jodidamente buenos. Su esposa era una cocinera excelente, y solo por
eso, ya era un hombre con suerte. No tenía ni idea de que cocinara tan bien. Un
hombre al que le gustaba tanto la comida sería tonto si despreciase a alguien con tal
habilidad en la cocina.

—Lo primero que quiero dejar claro —dijo, deteniéndose solo lo suficiente
para dar otro bocado—, es que puedes cocinar lo que quieras, cuando quieras.

—Gracias —dijo, sonando complacida.

Tomó algunos bocados más, y decidió que, tal vez, deberían hablar sobre los
básicos del matrimonio.

—Probablemente deberíamos hablar de tu dinero para gastos y eso.

—Pensé que ya habíamos hablado de eso —dijo, encogiéndose de hombros—


. Además, no tengo dote.

—No la necesitas. Voy a cuidar de ti —dije, porque lo haría. Puede que no


fuera un hombre rico, pero podía permitirse mantener feliz a su esposa, o al menos
intentarlo.
Parecía que estaba a punto de discutir, pero en cambio, asintió.

—Gracias, Robert.

—De nada, descarada —dijo, terminando su comida.

—¿Dónde esperas que vivamos? —preguntó indecisa.

Se aclaró la garganta, nervioso. No estaba seguro de cómo abordar el tema,


pero sabía que no podía seguir retrasándolo, no desde que habían acordado, hace
apenas diez minutos, que ya no habría más secretos.

—Vendí la propiedad que compré hace unos meses —dijo, decidiendo darle
la noticia lo más suavemente posible. Esperaba que se tomara bien las novedades y
no se negara a ir con él, porque, de verdad que odiaría recurrir al secuestro de su
propia esposa, pero se negaba a vivir sin ella.

—¿Esa de la que han estado hablando nuestros padres? —preguntó, sonando


confundida, pero no molesta, al menos no todavía.

—Si —respondió lentamente, antes de añadir—. He comprado una nueva


propiedad en el campo. 189
—No me importa dejar Londres —dijo, encogiéndose de hombros,
tomándolo por sorpresa y recordándole su conversación de la noche del
invernadero—. ¿En qué parte del campo? —preguntó, sonando genuinamente
curiosa.

—Bridgewater —dijo, tratando de no encogerse mientras esperaba su


respuesta.

Ella comenzó a asentir, antes de fruncir el ceño y detenerse.

—Nunca lo había oído antes. ¿Está en el norte?

—Se podría decir que sí —dijo, moviéndose nerviosamente en el banco.

—¿Cuánto se tarda en llegar?

—Unas seis semanas —admitió, con una mueca.

—¿Vamos a quedarnos aquí otras seis semanas? —preguntó, pareciendo


confundida, por una buena razón.
Debido a su rápido matrimonio, y al escándalo que lo acompañaba, la
mayoría de la sociedad les había dado la espalda. Las invitaciones que les habían
llegado dos semanas antes estaban siendo canceladas. No habían recibido visitas, ni
notas para felicitarlos por su matrimonio, o para desear a Elizabeth una rápida
recuperación. Sus padres estaban sobreviviendo al escándalo, pero con dificultad.

Por lo que había escuchado, ayer su madre recibió el desprecio directo de


Lady Penélope, en la tienda de cintas y, seguramente, no pasaría mucho tiempo
antes de que volviese a suceder algo similar. Cuanto más se quedasen, peor sería
para sus familias, y ninguno de los dos quería eso. Cuanto antes se fuesen, mejor.
Solo estaba esperando para asegurarse que Elizabeth podía viajar.

—No, no nos quedaremos seis semanas. Puede que solo una o dos —dijo,
esperando que fuera menos, pero no iban a irse hasta que ella estuviese lo
suficientemente recuperada para el viaje.

—No lo entiendo —admitió finalmente.

—Compré una casa en Bridgewater, Massachusetts. Vamos a mudarnos a


América, descarada —dijo, preparándose para discutir, ya que, incluso su madre se 190
había opuesto al plan.

—¿América? —repitió lentamente, como si estuviese saboreando la palabra.

—Si —dijo, aclarándose la garganta con nerviosismo, preguntándose qué


debería decir para convencerla de que era lo mejor.

—¿De verdad? —preguntó tras un momento, mirándolo con suspicacia.

—Sí.

Cuando sus labios se convirtieron una sonrisa, se relajó.

—Siempre quise visitar Estados Unidos —admitió, pareciendo emocionada.

—No podremos venir de visita con demasiada frecuencia —admitió,


pensando que debería saber toda la verdad sobre el asunto. Tenía dinero, pero no
era lo suficientemente rico para permitirse viajar con frecuencia a Inglaterra. En
realidad, se sintió de forma horrible cuando se dio cuenta que la estaba alejando de
su familia y de todo lo que le era conocido.

Ella, simplemente, se encogió de hombros.


—Nuestras familias están lo suficientemente bien acomodadas como para
venir a visitarnos.

—¿No estás enfadada? —preguntó, bastante sorprendido.

—¿Por qué debería estarlo? Sabes lo que pienso de Londres, y si vamos a


empezar de cero, ¿qué mejor, que hacerlo en un lugar nuevo?

—Eres una mujer increíble, Elizabeth —dijo con un guiño.

—Ahora —dijo, fingiendo que no estaba complacida con sus palabras,


aunque él podía notar, por la forma en que hizo todo lo posible para contener una
sonrisa, que apreciaba el cumplido—, ¿qué más has pensado para esta tregua tuya?

Cuando ella dejó el tenedor en la mesa, y empujó el resto de su comida en su


dirección, no dudó. Agarró su tenedor y terminó rápidamente su comida. Una vez
que estuvo seguro que no había dejado ni una sola miga, siguió con lo que estaba
diciendo.

—No tendremos habitaciones separadas —anunció, decidiendo que lo justo


era hacerle saber que esperaba que ella calentase su cama por el resto de sus vidas.
191
—De acuerdo —dijo, con un firme asentimiento, como si no hubiera estado
dispuesta a aceptar otra cosa, lo que explicaba su próxima frase—. Ni tampoco habrá
otras mujeres.

Tuvo que esforzarse para contener su sonrisa. Solo su descarada diría algo
así. Ninguna otra mujer se atrevería a exigir algo así a su marido, especialmente
cuando no había aportado nada al matrimonio, y dependía únicamente de su
generosidad, pero, por otra parte, Elizabeth no era como las demás.

—No quieres tener que compartirme —no pudo evitar molestarla.

—No, a menos que tú también quieras compartirme —replicó, viéndose


satisfecha cuando registró sus palabras, que borraron hasta la última pizca de humor
que pudiese haber sentido.

—Descarada, si cualquier otro hombre se atreve a tocarte, yo…

—Entonces, estamos de acuerdo en que nos seremos fieles el uno al otro —


dijo, interrumpiéndolo e ignorando su furia asesina con un descuidado gesto de su
mano—. ¿Qué más?

No pudo evitar fruncir el ceño ante eso mientras tomaba el último bollo.
—Por ahora, es todo lo que se me ocurre —admitió con un encogimiento de
hombros.

Ella suspiró suavemente mientras se levantaba y recogía los platos, antes de


dirigirse a la encimera de la cocina.

—Bueno, al menos debería ser suficiente para impedir que nos matemos entre
nosotros.

—Probablemente —reflexionó mientras se terminaba el último trozo de bollo


y se levantaba para ayudar a su esposa. Si no podía lograr que se enamorara de él,
al menos ella no lo mataría, probablemente, mientras dormía.

192
Traducido por Antoniettañ
Corregido por Flochi

¡D
ios mío, todavía la estaba pinchando!

Hace algún tiempo se despertó para descubrir que algo


bastante duro la estaba pinchando en el costado. Sin pensar
demasiado en eso en el momento, se había desplazado sobre su
costado, alejándose de Robert y comenzado a dormirse cuando Robert empujó la
espalda de ella contra sí y esa cosa dura se movió hasta que se le estaba clavando en
la parte inferior.

No fue hasta que trató de alejarse de ello que el gemido soñoliento de Robert 193
le dio una pista de la identidad del objeto duro presionando firmemente contra su
trasero. Una vez que se dio cuenta exactamente con lo que estaba lidiando, tuvo un
tiempo difícil pensando en cualquier otra cosa.

¿Debería moverse?

¿Quizás debería despertarle para que pudiera apuntar esa cosa en otra
dirección?

Probablemente era mejor si no lo despertaba, decidió, mientras trataba de


mover su trasero hacia adelante para que su hombría ya no estuviera empujando su
camisón de algodón donde no tenía ningún asunto. Se movió rápidamente,
desplazándose hacia adelante y luego empujando hacia atrás. Ella casi suspiró de
alivio cuando su hombría cesó su presión y, en su lugar, yacía al ras entre sus
cuerpos con su arrugado camisón proporcionando una barrera.

Cerró los ojos, decidiendo que era probablemente lo mejor que ambos
recuperaran el sueño perdido mientras tenían la oportunidad, cuando Robert se
movió detrás de ella. Cuando se movió hacia atrás, tomando su hombría con él, ella
no pudo evitar suspirar con decepción. “unque no le importaría un poco más de
sueño, tuvo que admitir que había estado disfrutando de la sensación de eso
presionado contra su cuerpo, es decir, una vez que dejó de apuñalarla.

Su decepción abruptamente terminó cuando sintió la punta de su hombría


tocar su muslo desnudo. La cabeza de seda se deslizó sobre su pierna, deslizándose
por debajo de la parte inferior de su camisón arrugado y continuó en un largo
movimiento sensual que terminó con la dura y caliente hombría de Robert acolchada
una vez más entre sus cuerpos, pero esta vez su camisón de algodón no la protegía
de su tacto.

Se sentía bien.

Muy bien, decidió ella, reprimiendo un gemido mientras cerraba los ojos y
luchaba contra la necesidad de moverse contra ello. No podía creer que tal cosa
pudiera ser estimulante, pero lo era. Disfrutó de la sensación de eso en contra de su
piel, la forma en que hizo su cuerpo hormiguear con anticipación y la forma en que…

—¡Miladi! ¡Tiene que despertar! —Jane, su criada, se apresuró dentro de su


habitación para explicar.

—¿Qué demonios está pasando? —exigió Robert mientras su asimiento


alrededor de ella se apretaba y presionaba un beso soñoliento contra la parte 194
posterior de su hombro.

—Su padre está abajo, señor ”radford —explicó Jane mientras corría por la
habitación, recogiendo su ropa—.Tiene que hablar con usted, señor.

—Puede esperar —dijo Robert mientras apretaba otro beso contra su hombro
y se acurrucaba más cerca de ella.

Ella abrió la boca para sugerir que Jane bajara y le dijera a su nuevo suegro
que necesitaban unos minutos más cuando el hombre mismo vino a irrumpir en la
habitación con el padre de ella cerca detrás de él.

—No, no puedo —anunció el padre de Robert mientras se detenía en frente


de la cama. Con un gesto impaciente, envió a Jane revoloteando desde la habitación
y haciéndola desear que ella pudiera seguirla.

—Tenemos que hablar —dijo el padre de ella, luciendo decididamente infeliz


de encontrar a Robert en su cama.

—Y mi esposa necesita dormir —disparó en respuesta Robert cuando se


sentó, asegurándose de que ella quedara cubierta cuando lo hizo—. Denme diez
minutos y los veré en tu estudio para discutir el asunto.
Su padre obstinadamente sacudió la cabeza.

—Podemos discutir el asunto aquí.

—Elizabeth todavía se está recuperando —argumentó Robert, haciendo señas


para que los hombres se marcharan cuando su padre dijo

—Y eso es exactamente lo que les va a salvar.

—¿Salvarnos? —repitió Elizabeth, frunciendo el ceño con confusión mientras


se sentaba, con cuidado de mantener las sábanas arriba hasta el cuello.

—¿De qué exactamente? —preguntó Robert, inclinándose hacia adelante y


descansando perezosamente sus brazos a través de sus rodillas dobladas.

—Uno del otro —explicó Harold mientras su padre se aseguraba de que la


puerta estuviera lo suficientemente cerrada.

—No entiendo. —Elizabeth se encontró murmurando distraídamente


mientras miraba a su padre dar la vuelta, abrir la puerta y mirar hacia el pasillo antes
de cerrarla, bloqueándola y volviendo a la parte delantera de la cama donde
compartió una mirada con el padre de Robert. 195
—Oh, tengo una idea bastante buena —dijo Robert con frialdad mientras
miraba a los hombres moviéndose nerviosamente delante de ellos.

—Es lo mejor —dijo su padre, dándole una sonrisa tranquilizadora que puso
sus nervios a correr.

—¿Qué es lo mejor? —preguntó ella, mirando entre los dos hombres delante
de ella, pero fue Robert quien respondió a su pregunta.

—Quieren anular el matrimonio —dijo sin expresión, su tono vacío de


cualquier emoción mientras volvía la cabeza para mirarla.

Por un momento, sólo pudo sentarse allí mientras luchaba para entender lo
que acababa de decir. ¿“nulado? Eso no era posible. Él había tomado su inocencia y
habían perdido a un niño. Ella no sabía mucho acerca de las anulaciones, porque era
uno de esos temas que solamente era mencionado en susurros silenciosos, pero sabía
lo suficiente como para saber que no calificaban para una anulación. El matrimonio
fue consumado. No importaba si se había hecho antes de que ellos tomaran sus
votos ya no era virgen. Gracias a los chismes propagándose por todos los hogares
de Londres, todos conocían las circunstancias de su precipitado matrimonio.
Su padre, por otro lado, veía las cosas un poco diferentes de lo que ella lo
hacía.

—Has estado enferma desde tu noche de bodas y no has podido dejar tu


cama. Los sirvientes han estado entrando y saliendo de esta habitación a todas horas
de la noche y saben que dormiste sola. El chisme se ha extendido de tu enfermedad
y muchos otros saben que has estado gravemente enferma.

Frente a eso tuvo que fruncir el ceño.

—No he estado enferma de muerte. —¿Deprimida? ¿Débil? ¿Cansada? Sí,


pero nunca había estado cerca de la muerte.

Su padre desestimó eso como si fuera de poca importancia.

—Lo único que importa es que no tuviste una noche de bodas, querida. Los
dos hemos pedido algunos favores y podemos tener este matrimonio anulado en
sólo unas horas y tu compromiso con James anunciado al final del día.

Robert no dijo nada mientras continuaba observándola, pero lo conocía lo


suficientemente bien como para saber que estaba furioso. Todos los músculos de sus
196
brazos y pecho estaban flexionados como si estuviera luchando con el impulso de
estrangular a alguien, sus labios estaban presionados en una delgada línea y si eso
no le revelaba su estado de ánimo, la forma en que la fulminó con la mirada sin duda
lo hizo. Fue entonces cuando se dio cuenta que estaba esperando por su respuesta,
pero ella no tenía mucho de una excepto confusión.

—¿Por qué asumirían exactamente que querría casarme con James o que él
querría casarse conmigo para el caso? —preguntó, enfocando su atención en los
hombres de pie delante de ellos.

Su padre lanzó un pesado suspiro mientras se concentraba en ella, su sonrisa


luciendo más estresada por minuto.

—No quiero verte herida, Elizabeth. Yo no…

—Nunca le haría daño —dijo Robert firmemente a su lado.

—No a propósito, hijo mío —dijo, sacudiendo la cabeza un poco mientras


continuaba—. No quiero ver a ninguno de ustedes herido. Entiendo lo que pasó. Sí,
pero tienen que estar de acuerdo en que un matrimonio entre ustedes dos no es una
decisión sabia. Dada su historia, no tomaría mucho tiempo antes de que los dos
estuvieran sobre la garganta del otro y haciendo la vida de cada uno un infierno
viviente —dijo su padre, tomándola por sorpresa mientras juraba frente a ella por
primera vez en su vida.

“ntes de que ella o Robert pudieran argumentar, el padre de él se hizo cargo.

—Ya he hablado con James. Entiende que las cosas entre ustedes dos
simplemente se han llevado a cabo. Está dispuesto a casarse contigo tan pronto como
sea posible y hacer las cosas bien.

—¿En serio? ¿Está dispuesto a casarse con una mujer sin una libra a su
nombre después de que ella dejara la cama de su hermano? —“rrastró las palabras
Robert perezosamente, pero ella no se perdió el borde amenazante de su tono—. Eso
no suena como James.

—Sí, bueno —dijo su padre, aclarando su garganta y luciendo notablemente


incómodo—. Tuvimos una reunión con los abogados ayer por la tarde y creen que
al anular este matrimonio y casarse con James, Elizabeth reunirá las condiciones de
la voluntad y la herencia volverá a ser suya.

Tendría su herencia de nuevo, pensó ella mientras alivio se disparaba a través de


sí. Todos sus planes para el futuro serían salvados. Podría ayudar a tanta gente. 197
Ella…

Nunca estaría con Robert de nuevo, se dio cuenta repentinamente un


momento después.

Nunca dormiría en sus brazos de nuevo. Nunca disfrutaría libremente de una


de sus sonrisas de nuevo y eso no era algo a lo que ella estaba dispuesta a renunciar.
“maba su sonrisa, amaba ser la causa de ella y no quería renunciar a eso por nada.

“demás, James probablemente se negaría a permitirle abrir incluso una


escuela con su herencia, se dijo, desesperada por una excusa para rechazar este plan
sin odiarse por ser completamente egoísta. Un día ella haría realidad sus sueños,
pero no quería hacer eso como la esposa de James.

—Va a causar un escándalo —dijo Robert, atrayendo su atención a los


hombres que lucían casi ansiosos en este punto.

—El título y la reputación de James serán capaces de protegerla contra eso —


explicó su padre con una sonrisa complacida.

—¿Y yo? —preguntó Robert, moviéndose ligeramente para que su pierna


desnuda estuviera tocando la de ella bajo la seguridad de las sábanas y dándole el
apoyo que ella necesitaba desesperadamente.

El padre de Robert se aclaró la garganta, repentinamente luciendo incómodo


mientras su sonrisa se volvía forzada.

—Pensamos que quizás abandonarías la ciudad y le darías a los chismes la


oportunidad de morir.

—Ya veo —murmuró Robert, sonando reflexivo.

—Nos damos cuenta que esta situación no es ideal y que es injusto ponerte
en tal situación, Robert —se apresuró a explicar el padre de ella—. Por eso, tu padre
y yo creemos que mereces una indemnización por tus problemas.

—¿Y cuánto es eso? —preguntó Robert, expresando su curiosidad.

—Cuarenta mil libras.

198
Traducido por HA_112
Corregido por Vickyra

—M
e gustaría unos minutos para discutir el asunto con
Elizabeth —dijo Robert un momento después,
aturdido, mientras hacía todo lo posible por no
agarrar a Elizabeth en sus brazos y huir de esta casa y esta conversación, para que
no tuviera que enfrentar el hecho de que estaba a punto de perder a la mujer que
amaba por su hermano.

—No creo que eso sea sabio —dijo Lord Norwood después de una ligera
pausa.
199
—Solo unos minutos, papá —dijo Elizabeth, haciendo que cada músculo de
su cuerpo se tensara.

Unos minutos…

Eso es todo lo que se necesitaría para arrancarle el corazón del pecho.

—Muy bien —dijo Lord Norwood rígidamente—. Estaremos esperando en


mi estudio.

Robert asintió, pero no habló, demasiado asustado de que dijera algo de lo


que se arrepentiría más tarde. No amaría nada más que gritarle al hombre, pero no
lo haría, ni en un millón de años. Elizabeth nunca lo perdonaría, y aunque estaba
haciendo todo lo posible por resignarse al hecho de que estaba a punto de perderla
y probablemente nunca la volvería a ver, no quería que su último recuerdo de él
fuera insultando a su padre.

Cuando la puerta se cerró con un suave clic, abrió la boca para hablar, pero se
dio cuenta que no sabía qué decir. ¿Cómo se suponía que iba a competir con James?
Era mayor, tenía un título y una respetable reputación. Él también podría darle la
vida que ella merecía, que era suya por derecho. Quedarse con él solo la arrastraría
hacia abajo y él la quería demasiado como para hacerle eso.

Si ella quería salvarse casándose con James, entonces él lo permitiría. Firmaría


los documentos necesarios para terminar su matrimonio y luego se iría. Le regalaría
las cuarenta mil libras y terminaría con eso. No quería el dinero, no necesitaba un
recordatorio constante de lo que había perdido. Él haría…

—¿Por qué te quitas el camisón? —preguntó, incapaz de ocultar su confusión


incluso cuando hizo todo lo posible por no mirar hacia abajo y falló… unas cinco o
seis veces.

—Solo tenemos unos minutos —pensó que dijo ella, pero no estaba del todo
seguro ya que toda su atención estaba en sus hermosos pechos que rebotaron
ligeramente cuando se inclinó sobre el lado de la cama y tiró de la cuerda de seda
cerca de su cama.

—¿Eh? —murmuró, luchando por concentrarse mientras sus pechos


avanzaban y rebotaban de nuevo mientras empujaba las mantas de su regazo,
revelando una erección bastante dolorosa. 200
—Perfecto —susurró mientras lanzaba su pierna sobre él y se sentaba a
horcajadas sobre su regazo.

—¿Qué es perfecto? —preguntó distraídamente, silbando segundos después,


cuando la punta de su pene rozó su hendidura húmeda.

En lugar de responderle, le puso una mano en el hombro y, con la otra, se


agachó y agarró su erección. Abrió la boca una vez más para preguntarle qué estaba
haciendo, pero sus palabras se le escaparon en un gemido estrangulado cuando ella
frotó la cabeza de su pene entre los labios de su sexo.

Elizabeth soltó un gemido frustrado mientras movía su pene contra ella una
vez más. Cuando se movió, rozando la punta contra su centro, se vio obligado a
agarrar sus caderas y mantenerla inmóvil para poder concentrarse.

—Elizabeth…

—¿Me vas a ayudar o no? —preguntó, haciendo todo lo posible para


apartarse de su agarre.

—¿Ayudar con qué? —preguntó, resistiendo la tentación de cerrar los ojos y


lamerse los labios.
—Poner esta cosa dentro de mí —espetó ella, sonando frustrada y tan
condenadamente linda que él no pudo evitar sonreír hasta que sus palabras se
registraron en su mente.

—¿Qué?

Ella dejó escapar un suspiro contrariado mientras continuaba moviéndose,


probando su paciencia y haciendo que su ansioso pene saltara.

—Mira, Robert —dijo, deteniéndose para morderse el labio inferior mientras


se movía en su regazo—, solo tenemos unos minutos para hacer esto si vamos a
salvar este matrimonio, así que realmente apreciaría un poco ayuda aquí.

—¿Quieres salvar nuestro matrimonio? —preguntó, lo suficientemente


aturdido para apretar su agarre en sus caderas para detener sus movimientos
enloquecedores y centrarse en lo que estaba diciendo.

Ella soltó un resoplido cuando soltó el agarre que tenía en su pene y envolvió
sus brazos alrededor de sus hombros.

—Realmente no pensaste que ibas a deshacerte de mí tan fácilmente,


201
¿verdad? —preguntó con una dulce sonrisa mientras se inclinaba hacia delante y
rozaba ligeramente sus labios contra los de él.

—No puedo darte las cosas que James puede darte —se sintió obligado a
señalar.

—Y él no puede darme las cosas que tú puedes. Entonces, si no te importa,


realmente me gustaría consumar este matrimonio y terminar el asunto —dijo ella,
apartándose lo suficiente como para que pudiera verla sonreír mientras se movía
burlonamente en su regazo de nuevo.

Le tomó cada gramo de fuerza que tenía en él para quedarse quieto.

—¿Estás segura? —preguntó, egoístamente sin discutir con ella o señalando


cuánto mejor estaría con James, ya que él era un bastardo egoísta.

—Sí —dijo, inclinándose para besarlo de nuevo, pero él tenía otros planes.

Él tragó su jadeo de sorpresa cuando apretó su agarre en sus caderas y se


movió para ponerla sobre su espalda. Antes de que su espalda golpeara el suave
colchón, él estaba dentro de ella.
—Te sientes tan bien, descarada —gimió, retirándose rápidamente solo para
deslizarse lentamente, disfrutando de la forma en que su vaina cubría cada
centímetro de él a lo largo del camino.

—No te detengas —dijo, levantando la mano y metiendo las manos en su


cabello y tirando de él para darle un beso.

Él fue dispuesto cuando se agachó, tomó la parte de atrás de su rodilla y


levantó su pierna, abriéndola más y permitiéndole hundirse más dentro de ella. Era
el cielo

Era el infierno.

—Tenemos que detenernos —dijo, luchando por retirarse, pero parecía que
ya no tenía control de su cuerpo.

—¡No hagas que te mate! —gruñó Elizabeth contra sus labios, haciéndolo
gemir incluso mientras gruñía de frustración.

—Si no nos detenemos ahora, los sirvientes nos sorprenderán —dijo, sin
importarle realmente si lo sorprendían teniendo relaciones sexuales, pero no quería
202
avergonzar a su esposa ni arriesgarse a que alguien más viera el hermoso cuerpo
que estaba destinado sólo para sus ojos.

—Bien —dijo, sorprendiéndolo.

—¿Bien? —preguntó, inclinándose para besarla simplemente porque no


podía evitarlo.

—Porque planeo mantenerte —dijo Elizabeth contra sus labios, tomándolo


por sorpresa.

—¿Estás segura? —preguntó, decidiendo una vez más no discutir con ella ya
que no era un idiota. Realmente no había necesidad de recordarle que James era
probablemente la mejor opción. Se daría cuenta de eso con el tiempo y para cuando
lo hiciera, ya sería demasiado tarde.

—Sí —siseó, jadeando con fuerza cuando envolvió sus piernas alrededor de
él y arqueó la espalda para llevarlo más profundo.

—Nunca te dejaré ir, descarada —juró contra sus labios mientras la envolvía
con sus brazos y la apretaba contra él.

—Bien.
—¿Necesita ayuda para vestirse, mi…? Oh, Dios mío —escuchó a una criada
gritar segundos antes de que la puerta se cerrara de golpe.

—Supongo que está atrapado conmigo, señor Bradford —dijo Elizabeth,


sonriendo contra sus labios y sin darle otra opción que devolverle la sonrisa.

—Supongo que sí, señora Bradford —dijo, riéndose cuando escuchó la


conmoción en el pasillo, garantizando que nadie iba a poder alejarla de él.

203
Traducido por Ale Grigori
Corregido por Vickyra

—T
u hermano se fue de nuevo.

—No me di cuenta que había regresado —


murmuró Robert distraídamente, apenas mirando a su
madre mientras seguía paseando por el vestíbulo.

—Regresó ayer por la tarde después de que tu padre enviara por él —explicó
su madre con un resoplido mientras perdía la esperanza de que dejara de pasearse
de un lado a otro y se sentara en la silla junto a la sala de desayuno.

—¿Vino inmediatamente? —preguntó, lanzando otra mirada hacia el pasillo


204
trasero.

Sin duda, su hermano pudo venir tan rápido porque se estuvo quedando con
su amante, pero no se molestó en señalarle eso a su madre, ya que probablemente le
daría una mirada fulminante y todo un nuevo sermón.

—Sí —dijo su madre mientras se alisaba la falda—, sabías que estaba ansioso
por casarse con Elizabeth.

—Y con su fortuna —señaló Robert, preguntándose por qué le tomaba tanto


tiempo a la cocinera preparar el té de menta que había prometido que mejoraría el
estómago de su esposa.

—Es cómo se hacen las cosas —dijo con un suspiro resignado.

—Las cosas cambian —dijo, mirando el reloj de la puerta antes de volver su


atención al pasillo trasero. Si no tenían el té listo para ella en cinco minutos, volvería
allí y prepararía el maldito té por sí mismo.

—Hubiera sido una pareja segura —dijo su madre en voz baja, llamando su
atención momentáneamente desde el pasillo.
—Nunca la lastimaría —dijo con firmeza, harto de las tontas suposiciones de
que alguna vez lastimaría a Elizabeth.

—No a propósito —dijo con cuidado—, pero con tu historia, dudo que pasará
mucho tiempo antes de que los dos estén sobre la garganta del otro.

—Nos llevamos muy bien —dijo uniformemente, lanzándole otra mirada al


reloj.

Se llevaban más que bien. Después de haber hecho el amor esta mañana para
poner fin a cualquier otra sugerencia de que deberían anular el matrimonio, se
habían quedado dormidos en los brazos del otro. No hace mucho rato, se había
despertado con Elizabeth a horcajadas en su regazo mientras intentaba montarlo una
vez más. Aparentemente, una vez que su descarada tenía una idea en la cabeza, no
podía dejarla pasar.

¡Gracias a Dios por eso!

Probablemente había sido lo más difícil que había hecho en su vida, pero se
las había arreglado para obligarse a sí mismo a quedarse allí y dejar que Elizabeth
se divirtiera. Había amado la forma en que sonrió, se rio y se burló de sí misma 205
mientras hacía todo lo posible por descubrir la mecánica de montarlo.

Lo había hecho sonreír y reír incluso cuando se había visto obligado a juntar
sus manos detrás de su cabeza para evitar agarrarla y empujarla abajo sobre su pene.
Dios, había estado tan mojada, goteando sobre su pene hambriento mientras lo
frotaba, desesperada por ponerlo dentro. Cuando comenzó a restregar su montículo
mojado contra él mientras gemía y jadeaba su nombre, había perdido la batalla, lo
alcanzo y se agarró a sí mismo.

Para entonces, su pene estaba completamente cubierto con sus jugos. Su mano
se deslizó por su longitud y gimió. Se había sentido tan bien, increíblemente bien.
Su mano se movió por sí misma mientras sus ojos devoraban la vista de ella. Verla
observarlo cómo se acariciaba a sí mismo casi lo había deshecho, por lo que
disminuyó la velocidad, provocándolos a ambos.

Le encantó la forma en que sus ojos se nublaron, su respiración se aceleró, sus


pezones se endurecieron como si estuvieran alcanzándolo, pero nada comparado
con la forma en que sus caderas habían empezado a moverse como si estuviera
imaginando su pene dentro de ella. Solo verla excitada fue suficiente para que sus
bolas se apretaran.
Justo cuando él deslizó su mano hacia la base y la sostuvo en alto ofreciéndole
que hiciera algo que nunca había esperado y nunca había visto hacer a otra mujer
antes. Se agachó, se acomodó entre sus piernas y lanzó un gemido tan dulce que,
sinceramente, había estado sorprendido de que no hubiera explotado al instante.

Su mano comenzó a moverse otra vez, sus ojos se fijaron en su mano mientras
se masajeaba lentamente su montículo. Su respiración se tornó dificultosa mientras
ella se exploraba a sí misma, sus dedos deslizándose entre su abertura, brillando con
su excitación y, cuando tentativamente deslizó un dedo en su interior, se había visto
obligado a agarrar su pene con fuerza para evitar correrse.

Durante varios minutos agonizantes, observó cómo su esposa aprendía a


complacerse a sí misma. Su expresión había sido de placer mezclado con
incredulidad y asombro. Había sido tan jodidamente hermosa y cuando él se lo dijo,
se sonrojó, pero no se detuvo.

No, no su descarada.

Le encantó la forma en que él reaccionó a ella, lo disfrutó hasta el punto que


comenzó a burlarse de él. Acarició su pecho con su mano libre, deslizó sus dedos 206
lentamente dentro de su núcleo y él había perdido el control de su lengua. Le dijo
en detalle cuánto le gustaba mirarla, cuánto deseaba chuparle los dedos, lamerla y
follarla. Juró, usó palabras que ningún hombre de su clase usaría frente a su esposa
y no le había importado, especialmente porque eso la hacía perder el control.

Cuando encontró su momento, él simplemente la observó, amando la forma


en que su piel se sonrojaba de excitación, sus pechos rebotaban, y la forma en que
gemía y gimoteaba con cada empuje de sus dedos. En el momento en que terminó,
se encontró sobre su espalda y su pene embistiendo dentro de ella aun temblando.

No había durado mucho, pero la había tomado con todo lo que tenía, sin
detenerse hasta que estaba gritando su nombre y se estaba derramando dentro de
ella. Momentos después de que él se viniera, todavía estaba empujando lentamente
su pene flácido dentro, no queriendo nada más que tomarla de nuevo, pero su
descarada parecía tener otros planes.

Con un murmullo de angustia, lo empujó, se cubrió la boca con una mano,


corrió hacia el orinal y comenzó a vomitar. Sintiéndose como un bastardo por
tomarla tan pronto, después de haber perdido al bebé, se levantó para ir a consolarla,
pero ella no quería eso. Cada vez que él se acercaba bastante preocupado, negaba
con la cabeza y soltaba un gemido lamentable que dejaba su pecho doliendo.
Odiaba verla así y quería cuidarla, pero la maldita mujer era obstinada. Lo
único que le permitió hacer era prepararle un baño para poder lavarse, bajar las
escaleras y preguntar por el té de menta que el cocinero había sugerido que
mejoraría el estómago.

—¿Robert? ¿Escuchaste algo de lo que acabo de decir? —dijo su madre con


frustración.

—Sí, por supuesto —mintió, pasándose los dedos por el cabello. ¿Dónde
diablos estaba su té?

—No, no lo hiciste —dijo, suspirando suavemente, pero no parecía tan


molesta por el asunto.

—Lo siento —dijo, lanzándole una sonrisa forzada antes de que volviera su
atención al pasillo.

—No quiero verte lastimado, Robert —dijo su madre cuando mientras se


ponía de pie y caminaba hacia él, deteniéndose en su camino y sin darle otra opción
más que dejar de pasear.
207
—No voy a salir lastimado —murmuró, desviando su atención más allá de su
madre, hacia la cocina.

—Esperaba que algún día hicieras una buena pareja, Robert —comenzó a
explicar, pero él no estaba de humor para un sermón esta mañana.

—Esta es una buena pareja —dijo en voz baja, sonriéndole mientras se


inclinaba y presionaba un beso en la mejilla de su madre—. Más que buena.

—Sé que Elizabeth es hermosa y emocionante, pero eso no es una buena


pareja, Robert. Estos sentimientos no durarán para siempre y cuando se vayan te
quedarás con una esposa que no quieres, que te hace infeliz y no quiero eso para ti.

—¿Qué sentimientos son estos? —se preguntó a sí mismo, preguntándose si


su madre se había dado cuenta que estaba enamorado de Elizabeth.

Ella se aclaró la garganta incómodamente mientras apartaba su mirada de él.

—Los sentimientos que los hombres tienen por las mujeres hermosas, Robert.
Puede que sea tu madre, pero sé que los hombres a menudo permiten que sus
atenciones tomen el control de sus vidas y me temo que eso es lo que has hecho,
Robert. Te casaste con una mujer que odias simplemente porque es hermosa.
—Esa no es la razón por la que me casé con ella —dijo Robert, tratando de
tranquilizar a su madre de que todo estaría bien.

—Sé que te casaste con ella para hacer lo correcto. Así es como te criaron y no
esperaría menos de ti, Robert, pero con el bebé perdido, puedes corregir este error.
Puedes terminar este matrimonio antes de que alguien salga lastimado —dijo, su
tono suplicante mientras se estiraba y tomaba ambas manos entre las suyas.

—Tú y yo sabemos que una anulación ya no es una opción. No después de


esta mañana. A estas alturas, todos sabrán que esto es un matrimonio de verdad.

—Tu padre y Lord Norwood se han ocupado de eso —dijo su madre con
firmeza, mirando a cualquier parte menos hacia él y sin sonar complacida de tener
esta conversación más de lo que él lo estaba.

—¿Y de qué se ocuparon exactamente? —exigió, apartando sus manos.

—Se han asegurado de que ninguno de los sirvientes hable —dijo,


mirándolo—. Como puedes ver, todavía hay tiempo para arreglar esto, Robert.

—No hay nada que arreglar —dijo de manera inexpresiva, terminando con
208
esta conversación—. No vamos a anular este matrimonio así que puedes ahorrarte
esfuerzos, porque no son requeridos.

—¿Podrías escuchar la razón y…?

—¡La amo! —espetó, dándose cuenta de su error solo que demasiado tarde.
Sacudió la cabeza con frustración—. Solo olvida lo que dije…

—¿La amas? —preguntó, aturdida.

—Sí —dijo, dándose cuenta que no tenía sentido mentir sobre eso. Las
palabras ya estaban fuera y conociendo a su madre, nunca podría fingir lo contrario.

—¿De verdad? —preguntó, sus ojos se estrecharon sobre él mientras esperaba


una respuesta.

—En verdad —dijo, preparándose para las lágrimas de alegría y sentimientos


tontos que sin duda le seguirían.

Las mujeres eran criaturas tontas cuando se trataba de declaraciones de amor,


pero al menos, se dio cuenta que obtendría el apoyo de su madre. No había planeado
decirle cómo se sentía, pero probablemente era lo mejor. Pondría fin a esta tontería
de la anulación y él podría centrarse en asuntos más importantes como sus
inversiones. Habían pasado varios días desde que pudo hacer cualquier trabajo y
ahora que Elizabeth estaba mejorando, podía…

—¡Maldito infierno! —gritó, moviéndose para apartar su mano de la viciosa


mujer, pero aparentemente no se había movido lo suficientemente rápido, porque
su madre volvió a golpear sus nudillos con su abanico.

—¡Eso es por jurar frente a tu madre! —dijo bruscamente, apoyando sus


puños en sus caderas mientras lo miraba con el ceño fruncido, dejando clara su
atención para otro ataque si él se salía de la línea.

—¿Y el primero? —espetó, frotándose el dorso de su mano herida mientras


miraba a su madre, pero no era tan estúpido como para levantar la voz. Ella todavía
estaba agarrando su abanico después de todo.

—¡Por mentirme a mí!

—Nunca te mentí —dijo, frunciendo el ceño confundido mientras pensaba en


su conversación, preguntándose de qué estaba hablando.

—Si crees que me vas a manipular para que me ponga de tu lado y mire hacia
209
otro lado mientras continúas con el error de un matrimonio, ¡entonces tendrás otra
cosa, joven! —dijo, golpeando ese maldito abanico en su pecho, el cual iba a tener
que robar, mientras hacía énfasis en su punto.

—Yo no…

—¿Qué está pasando? —preguntó su padre, probablemente salvándolo de


otro golpe en el…

—¡Ay!

—¡Eso es por intentar mentirme otra vez! —explicó antes de que pudiera
preguntar.

Ella rápidamente dirigió su atención a su padre, quien tuvo el buen sentido


de liberarse de su camino mientras giraba para salir corriendo del vestíbulo.

—¡Arregla esto! —espetó ella a su padre con una mirada que claramente decía
que habría un infierno que pagar si él no lo hacía.

—Por supuesto, querida —murmuró su padre obedientemente mientras veía


a su esposa irse.
—¿A dónde vas? —preguntó Robert, observando cómo su padre
prácticamente corría hacia la puerta segundos después.

—A mi club donde es seguro —dijo su padre, sin apenas mirarlo mientras


escapaba.

Por un momento, consideró seguir a su padre, sin importarle realmente que


fuera lo más cobarde de hacer, pero tenía una esposa enferma de la que tenía que
ocuparse primero. Después de asegurarse de que Elizabeth estuviera acomodada,
consideraría escapar de este manicomio hasta que todos volvieran a tener algo de
jodido sentido.

210
Traducido por Myr62
Corregido por Vickyra

—¿Q
ué estás haciendo?

Elizabeth se mordió el labio inferior cuando


dejó caer la horquilla y recogió el pequeño clavo que
había encontrado tirado en el suelo cerca de donde
colgaba la chaqueta de Robert y procedió a meterla en el ojo de la cerradura, sin
importarle que el dueño del cofre estuviera ahora de pie a su lado, con un aspecto
divertido.

—Robándote el cofre —dijo, aunque sintió que debería ser más que obvio lo 211
que estaba haciendo.

—¿Haces esto a menudo? —preguntó Robert, colocando la taza de té que le


había prometido hacía más de media hora en la pequeña mesa de la derecha antes
de que le quitara suavemente el clavo de la mano y le entregara una pequeña y
simple llave, pero aun así algo impresionante.

—No —admitió—, pero he decidido hacer una excepción en este caso.

—Entonces, ¿te gusta el cofre? —preguntó vacilante, sonando un poco


nervioso.

—No lo estaría robando si no lo hiciera —señaló mientras deslizaba la llave


dentro de la cerradura y con un suspiro de satisfacción, abrió el cofre que había
decidido que era legítimamente suyo hace veinte minutos cuando dos lacayos lo
habían llevado a la habitación.

Era el cofre más hermoso que había visto en su vida. Nunca había visto un
mueble antes por el que mataría con gusto. El cofre estaba hecho de la madera más
fina, que había sido pulida a la perfección. Las tiras de metal negro se alineaban
perfectamente en los bordes y esquinas, haciendo que pareciera que el metal y la
madera eran uno en lugar de estar construidos juntos. El diseño en la madera estaba
nivelado, destacándose de una manera que complementaba el negro metal a la
perfección.

Estaba muy tentada de rogarle a su padre que le comprara un conjunto de


dormitorio a juego, algo que nunca hubiera hecho antes, pero no pudo. Su padre no
solo intentaría usar su petición contra ella para manipularla para que pusiera fin a
su matrimonio con Robert, sino que también estaría insultando el orgullo de su
marido si lo hiciera. Él no solo la perdonó por mentirle sobre el bebé, sino que se
ofreció darle dinero cuando no aportaba nada al matrimonio, sino que también había
rechazado cuarenta mil libras para estar con ella. Bueno, ella no le había dado
exactamente la oportunidad de rechazar ese dinero, pero él podría haber dicho algo.

—Es tuyo —dijo, arrodillándose junto a ella.

—Me alegro de que estemos de acuerdo —murmuró distraídamente mientras


levantaba la tapa y miraba dentro, sorprendida de ver lo que parecían ser dos
puertas en la parte superior, actuando como otra cubierta.

Se rio entre dientes cuando pasó junto a ella y abrió las dos puertas, revelando 212
dos secciones; la mitad izquierda sostenía una pequeña bandeja profunda en la parte
superior con tres pequeños cajones debajo y la mitad derecha del arcón estaba
forrada con lo que parecía ser una seda rosa clara en la parte inferior y tres lados.

—Esto es para tus zapatillas —explicó mientras envolvía su brazo alrededor


de su cintura y señalaba la bandeja en la parte superior—, y estos cajones son para
tus cintas de pelo, pañuelos, libros, lo que quieras colocar dentro de ellos.

—¿Esto es realmente para mí? —preguntó, conmovida más allá de las


palabras, de que él le comprara algo tan hermoso.

—Mmmmhmm —murmuró, presionando un beso en la parte superior de su


cabeza antes de continuar explicando el cofre—. La seda asegurará de que tus
vestidos no se enganchen en la madera y las puertas evitarán que reboten y arruguen
cuando se mueva la caja.

—Es tan hermoso —susurró, repasando con sus dedos a lo largo del material
de seda.

—Aún no has visto la mejor parte —dijo, sonando bastante complacido


cuando agarró el separador central de la bandeja y lo empujó hacia un lado. Un
pequeño clic llamó su atención. Observó como todo el lado izquierdo se movía hacia
la derecha, deslizándose sobre el fondo de seda del lado derecho sin tocarlo y
revelando una sección oculta del cofre.

—Puedes ocultar tu dinero, tus objetos de valor y cualquier otra cosa que no
quieras que encuentren aquí —explicó mientras empujaba una vez más el pequeño
divisor, pero esta vez hacia la izquierda. Con otro suave clic, toda la sección se
deslizó otra vez a su lugar.

—Oh, Dios mío —era todo lo que podía lograr decir, porque nunca había visto
algo así antes.

—Se suponía que debía ser tu regalo de cumpleaños, descarada, pero como
nos iremos en un par de semanas, pensé que deberías tenerlo ahora. Quería estar
aquí cuando lo trajeran a la habitación, pero no te sentías bien y no quería que
tuvieras que esperar por tu té —dijo, divagando nerviosamente por primera vez
desde que podía recordar.

—¿Me compraste esto? —preguntó, sin perder la parte en la que había


admitido que había planeado darle esto por su cumpleaños. Como él no había salido
de la casa desde que se habían casado o ella, por cierto, se dio cuenta que se lo había 213
comprado antes de que se enterara del bebé.

—No —dijo, confundiéndola hasta que se dio cuenta que tal vez había
comprado esto para otra mujer. Si ese fuera el caso, ella no creía que pudiera soportar
ver un recordatorio de que él había querido a otra mujer sin importar cuánto amara
el cofre.

—Esto fue hecho para ti, descarada —dijo, tomándola por sorpresa.

—¿Lo fue? —preguntó, sintiéndose ridículamente feliz de que él hiciera algo


tan maravilloso por ella cuando él profesaba odiarla. Le hizo preguntarse si era
posible que…

—Lo hice para ti.

—¿Tú hiciste esto? —preguntó Elizabeth, lanzándole una mirada


interrogante antes de devolver su atención al cofre.
—Sí —dijo con temor cuando Elizabeth miró por encima del cofre, tomándose
su tiempo y estudiando todo más de cerca.

—¿Cuándo aprendiste a hacer esto? —preguntó, pasando sus dedos sobre la


seda.

—Cuando tenía catorce años —dijo, exhalando lentamente mientras se


sentaba en el suelo y se recostaba hasta que su espalda estaba presionada contra el
pie de la cama.

—No recuerdo que hicieras este tipo de cosas cuando éramos niños —
murmuró Elizabeth, recogiendo su té y tomando un pequeño sorbo mientras seguía
examinando el cofre.

Sacudió la cabeza.

—Mis padres nunca me habrían permitido dedicarme a este pasatiempo —


dijo, sin molestarse en mencionar la razón ya que ambos la sabían.

Las mujeres no eran las únicas que estaban restringidas por las reglas de la
sociedad. Los hombres también lo eran. A pesar de que era muy poco probable que
214
alguna vez heredara el título, todavía era el hijo de un conde y se esperaba que se
comportara como tal. Podía poseer tierras, administrar una finca, invertir e incluso
unirse al ejército si su padre le compraba una comisión, pero había cosas que se
suponía que no debía hacer, no importaba lo que le gustaba.

La carpintería era una de ellas.

Ningún hombre de su posición debía trabajar en el comercio, ser un


trabajador, pero le encantaba. Le encantaba trabajar con las manos. Le encantaba
crear algo hermoso de un montón de madera y clavos. Lo mantenía concentrado y
le permitía calmarse, cuando casi todos los días lo único que quería hacer era
empujar su puño a través de algo. Había sido lo único que lo había salvado de hacer
algo realmente estúpido cuando era niño.

—¿Me lo contarás? —preguntó, colocando su taza sobre la mesa.

Sacudió la cabeza mientras miraba hacia otro lado.

—No estoy seguro que quieras escuchar esta historia.

Cuando tomó suavemente su rostro entre sus manos para atraer su atención
hacia ella, él lo permitió.
—Por favor, cuéntamelo —dijo, arrodillándose junto a él en el suelo para
enfrentarlo.

No sabía por dónde empezar, no estaba seguro de poder compartir esto con
ella. Sabiendo que había una buena posibilidad de que tratara de huir de él una vez
que comenzara, tomó sus manos entre las suyas y la atrajo suavemente hacia él.
Cuando estuvo lo suficientemente cerca, la levantó y la colocó de modo que
estuviera sentada en su regazo.

Una vez que estuvo cómoda, la envolvió con sus brazos, complacido cuando
ella apoyó la cabeza en su hombro para que no tuviera que mirarla cuando le contara
lo que quería escuchar.

—Convertiste mi vida en un infierno viviente —comenzó vacilante,


permitiéndose recordar lo mal que había sido su vida.

—¿Qué? —preguntó, moviéndose para girarse en sus brazos, pero él la apretó


lo suficiente como para detenerla.

—Descarada, no puedo contarte esta historia si tengo que mirarte —explicó,


suspirando de alivio cuando dejó de intentar moverse. 215
Ella se recostó contra él y susurró:

—Está bien.

—¿Sabías que mis padres originalmente se habían negado a dejarme asistir a


la escuela? —preguntó, decidiendo que la única forma en que iba a sobrevivir a esto
era contarlo con calma.

—No, no lo sabía —respondió en voz baja.

Se movió contra el marco de la cama, poniéndose cómodo mientras


presionaba un beso en la frente de Elizabeth, más para su beneficio que para ella.
Cuando ella tomó una de sus manos entre las suyas y entrelazó sus dedos, él supo
que lo entendía.

—Temían que no pudiera controlar mi problema y que los otros chicos se


enteraran. No querían que me humillaran y pensaron que sería mejor si trabajaba
con un tutor hasta que superara mi problema.

—¿Qué los hizo cambiar de opinión? —preguntó Elizabeth, moviéndose para


poder descansar su cabeza contra su pecho.
—James —dijo con una sonrisa, recordando cómo su hermano mayor había
luchado por él—. Siempre fue tan jodidamente protector conmigo.

—Lo recuerdo —murmuró Elizabeth con lo que sonaba como una sonrisa.

—Él no quería que me lo perdiera o que me molestaran por ser mimado por
nuestros padres. Trabajó con mis padres en cada oportunidad que tuvo hasta que
finalmente tuvieron suficiente y aceptaron dejarme ir —dijo, dejando caer su cabeza
contra el marco y cerrando los ojos al recordar el día que sus padres le dijeron que
podía ir. Había sido uno de los mejores días de su vida.

James lo había llevado a pescar para celebrar. No habían atrapado nada, pero
fue uno de los mejores viajes de pesca que había tenido antes o después. Su hermano
compartió historias de todas las travesuras que había cometido en la escuela, le había
dado consejos a Robert sobre cómo escaparse fuera de horario e incluso cómo
infiltrar dulces para que no pasara hambre. Cuando llegaron a casa, sus padres se
aseguraron de que el cocinero hubiera hecho todos sus favoritos y, por primera vez
en su vida, no habían dicho una palabra cuando fue a buscar más comida. Su padre
había terminado la noche dándole el reloj de bolsillo de su abuelo, el mismo reloj
que fue robado unos meses más tarde por un par de chicos que habían irrumpido 216
en su habitación para remojar su ropa en vinagre.

—A veces desearía que no hubiera sido un buen hermano —admitió Robert


con un suspiro.

—No, no lo haces —dijo Elizabeth con una risa suave que lo hizo sonreír a
pesar de su estado de ánimo.

—No, no lo hago —admitió, porque no cambiaría nada sobre su hermano.

—Después del incidente en el parque —dijo, decidiendo simplemente


terminar con esto—, se negó a ayudarme. Le supliqué que me ayudara a convencer
a nuestros padres de que me dejaran quedarme en casa, pero no cedió. Estaba
convencido de que, si dejaba que me empujaran, nunca se detendrían. Cuando hui,
vino detrás de mí y me dio la paliza de mi vida. Fue la primera y última vez que me
golpeó.

»Cuando mis padres se dieron cuenta de lo miserable que era, comenzaron a


reconsiderar el enviarme, pero James no lo aceptó. Me arrastró a la escuela y se
aseguró de que me quedara. Me dijo que estaría bien, que las cosas no estarían tan
mal, pero se equivocó.
»Ninguno de mis amigos quería tener algo que ver conmigo, lo que me dejó
solo. No era un buen lugar para estar en una escuela llena de niños malcriados, con
nada mejor que hacer, que hacerse miserables los unos a los otros. Todos los días,
durante aproximadamente dos años, me golpearon, me robaron los libros, mi trabajo
de clase, mi habitación fue saqueada y empapada en vinagre. Hicieron un juego de
hacer de mi vida un infierno.

—Robert, lo…

Pero no le dio la oportunidad de disculparse. Se dio cuenta que esa no era la


razón por la que le estaba contando esta historia.

—Cuando tenía catorce años, tuve suficiente y comencé a defenderme. No era


un gran luchador, pero estaba enojado, tan enojado todo el tiempo que mi
temperamento pronto se volvió impredecible. Un día me habían empujado
demasiado lejos y enloquecí, realmente enloquecí. Me volví loco en medio de la clase
y tiré un escritorio por la ventana.

—¿Qué pasó después?

El director lo había golpeado hasta prácticamente matarlo, pero no iba a 217


decirle eso a su esposa. Así que en lugar de eso él le dijo la única parte que le
importaba.

—Mi instructor me dio a elegir, arreglar el escritorio o hacer las maletas. De


hecho, empaqué mis maletas y estaba listo para irme cuando encontré el regalo de
despedida que los otros muchachos habían colocado en mi maleta.

—¿Qué fue? —preguntó Elizabeth, su voz apenas por encima de un susurro.

—Un limón —dijo Robert simplemente, recordando la rabia a la que casi cede
en el momento en que encontró la fruta metida en su bolsa.

Quería destrozar la escuela, golpear a todos los chicos que se habían burlado
de él, hacer de sus vidas un infierno como se la habían hecho a él, pero se dio cuenta
que no podría hacerlo si los dejaba ganar.

—Decidí no dejarlos ganar. No iba a dejar que me echaran, porque me había


dado cuenta que James tenía razón. Todas las mañanas antes de clase y cada tarde
después de clase, caminaba hacia el pueblo y trabajaba con John, que era el
carpintero del pueblo, para arreglar el escritorio que había destruido. Cuando se
hizo obvio que el escritorio no podía repararse, me enseñó a hacer uno desde cero.
—No pensé que lo disfrutaría, pero lo hice. Me encantó. Mucho después de
que terminara el escritorio, seguí apareciendo y él nunca me dijo que me fuera. Me
mantuvo concentrado y probablemente me mantuvo fuera de muchos problemas.
Todavía me metía en peleas, pero no tantas, y cada vez que John escuchaba que
había estado en una, me hacía trabajar hasta que apenas podía volver a la escuela.
Me ayudó a mantenerme a raya y me dio algo que esperar cada día.

—Parece que era un buen hombre —dijo Elizabeth alrededor de un pequeño


lloriqueo.

—Lo era —estuvo de acuerdo Robert, presionando un beso en la parte


superior de su cabeza.

La sostuvo en sus brazos durante mucho tiempo. Cuando el fuego comenzó


a apagarse y ella no había dicho nada, se dio cuenta que debía haberse quedado
dormida en sus brazos. Con cuidado, la acomodó en sus brazos y la levantó. La llevó
a la cama y la acostó suavemente. Antes de que pudiera levantarse, ella agarró su
mano y le dio un suave tirón.

No era quien para discutir con su esposa, se metió en la cama con ella y se 218
acurrucó detrás suyo, cuando ella se puso de lado. Él envolvió su brazo a su
alrededor y la apretó con fuerza contra él.

—Lo siento, Robert, por lo que te hice —dijo, tomándolo por sorpresa
mientras decía las palabras que había estado esperando escuchar la mitad de su vida.
Pero en lugar de gritarle o restregarle la disculpa en su cara como siempre había
imaginado que lo haría en ese momento, le dio un beso en la nuca y dijo las palabras
que los liberarían.

—Yo también lo siento, descarada.


Traducido por Genevieve
Corregido por Vickyra

7 semanas después

—A
h, ¿Robert?

—Shhhh, no mientras estoy rezando —dijo,


perdiéndose momentáneamente antes de comenzar de 219
nuevo—, gracias por permitirnos sobrevivir a este viaje infernal. Gracias por ignorar
mis oraciones por una muerte rápida cuando pensé que no podría sobrevivir otro
día de inanición —dijo, haciendo que ella pusiera los ojos en blanco con molestia.

—Te dieron tres comidas completas al día como a todos los demás —señaló,
sin molestarse en mencionar el hecho de que, en la mayoría de los días, había
recibido una segunda comida. Se sentó en un banco cerca de su equipaje,
preguntándose cuánto tiempo más iba a seguir con esto.

—Lamento todas las maldiciones que mi esposa me forzó a soltar mientras


estaba en ese barco —continuó, ignorándola incluso mientras la divertía—.Como
sabes, ella ha sido una mala influencia para mí. Gracias por sacarme de la muerte
cercana y de alguna manera darme la fuerza para sobrevivir.

—¿Cerca de la muerte? —preguntó, frunciendo el ceño—. ¿Cuándo estuviste


cerca de la muerte?

—¿Cuándo estuve cerca de la muerte? —preguntó con incredulidad mientras


abría los ojos para poder mirarla—. ¿Cómo pudiste olvidar todas esas veces que
apenas podía moverme? ¿Cuándo luché por encontrar la voluntad de vivir para no
dejarte viuda tan joven? ¿Mi lucha por la supervivencia no significó nada para ti? —
exigió con indignación, aterrorizando a las personas que se veían obligadas a pasar
por delante de él para llegar a los muelles y haciendo que su cerebro se estrujara
mientras luchaba por descubrir de qué hablaba.

—¿Te refieres a las pocas veces en las que tuviste un poco de mareo? —le
preguntó, incapaz de pensar en otra cosa de la que pudiera estar hablando, ya que
había sido la viva imagen de la salud durante la mayor parte del viaje.

—¿Pocas? —repitió con incredulidad—. ¡Casi me muero!

—¿Porque te viste forzado a perder el desayuno unas cuantas veces? —le


preguntó, haciendo todo lo posible por no reírse o sonreír, pero se veía tan adorable
en ese momento que, sin duda, no luchó mucho al respecto.

—¡Fue un infierno! ¡Puro infierno! —espetó, sorprendiendo a varias de las


mujeres que intentaban pasar a su lado.

—Trata de tener mareos todas las mañanas y noches —dijo ella secamente
mientras se levantaba y hacía un gesto a varios trabajadores del muelle para que los
ayudaran con su equipaje.
220
—¡Eso hace que mi prueba empeore! —dijo, poniéndose de pie para poder
ofrecerle su brazo—. Necesitaba mi fuerza para poder atenderte y mantenerte viva.

—El té de menta hizo eso —dijo encogiéndose de hombros.

Su jadeo de indignación fue simplemente demasiado adorable.

—¡Mocosa ingrata! Después de todo lo que hice por ti para asegurar tu


supervivencia, ¿así es como me pagas? ¿Con tu burla?

Abrió la boca para burlarse de él cuando el recordatorio de que no había


tenido la oportunidad de beber su té de menta esta mañana, la golpeó con la fuerza
de un ariete.

—¿Robert? —fue todo lo que tuvo que decir.

—¡Maldita sea! —dijo bruscamente, todo el humor abandonó su rostro


cuando la levantó en sus brazos y rápidamente la llevó a una pila de cajas donde
tendría algo de privacidad.

Tan pronto como se colocó detrás de las cajas, la puso de pie y la ayudó a
arrodillarse en el borde del muelle. Él le aferró sus caderas para que ella no tuviera
que preocuparse por caer al agua ya que estaba enferma por primera vez en una
semana. Cuando terminó, se recostó contra Robert, quien la envolvió con sus brazos
y murmuró dulces palabras de cariño mientras esperaban que pasara la náusea.

—Estoy bien —dijo unos minutos más tarde, jadeando un poco mientras hacía
todo lo posible por darle una sonrisa tranquilizadora cuando ambos sabían que no
lo estaba.

—Al demonio, no lo estás —gruñó Robert prácticamente mientras la ayudaba


a levantarse. Tan pronto como se puso de pie, aunque un poco tambaleante, la
levantó en sus brazos y la llevó de regreso a los trabajadores del muelle que
esperaban junto a su equipaje.

—Puedo caminar —dijo, aunque no estaba completamente segura que eso


fuera cierto.

—No caminarás.

—La gente está mirando —señaló en voz baja, avergonzada por toda la
atención.

—Entonces deja que nos miren fijamente. ¡No caminarás! —espetó, sonando
221
enojado, pero sabía que no estaba enojado con ella.

A Robert le aterrorizaba que algo estuviera mal con su salud. Estuvo enferma
durante la mayor parte del viaje, a veces demasiado enferma para dejar la cama.
Cuando no estaba enferma, se sentía agotada, durmiendo casi toda la mañana y por
la noche antes de que el sol tuviera la oportunidad de ponerse. El médico del barco
no ayudó en nada cuando trató de restringirla a su habitación durante la mayor
parte del viaje.

El médico la examinó varias veces a petición de Robert y cada vez proclamó


diferentes motivos para su enfermedad. La última sugerencia hizo que Robert
echara al hombre de su habitación sobre su trasero. Él todavía no le diría lo que dijo
el doctor, pero la forma en que lo sorprendió mirándola a veces le hizo saber que era
malo.

Cada vez que ella le preguntaba qué dijo el médico, él le sonreía y le


aseguraba que no era nada. Entonces haría lo que fuera necesario para distraerla.
Caminaban por la cubierta de la nave, jugaban a las cartas, leían y recordaban los
viejos tiempos hasta que era hora de irse a la cama. Entonces él le haría el amor con
ternura, como si estuviera saboreando su tiempo juntos, lo que solo la asustaba más.
—Llévenos al mejor hotel —exigió tan pronto como estuvieron a corta
distancia de los hombres que esperaban junto a su equipaje.

—¿Creía que íbamos directamente a casa? —preguntó ella, sintiéndose un


poco decepcionada de tener que esperar otro día para ver su nuevo hogar, aunque
la posibilidad de pasar las próximas horas en un carruaje realmente no la atraía.

—Shhh, descarada, está bien —dijo, moviéndola en sus brazos para poder
acercarla—. Todo estará bien.

—¿Bien? ¿Qué está mal con ella? —preguntó Robert en un susurro mientras
levantaba la mirada de su esposa dormida al médico anciano que parecía
confundido y algo divertido.

—¿Dice que dos médicos diferentes la han examinado en los últimos dos
meses? —preguntó el médico mientras ajustaba el camisón de Elizabeth, levantaba 222
las mantas y la arropaba.

—Sí —murmuró Robert, haciendo todo lo posible para controlar su


temperamento, pero en este momento era difícil cuando estaba asustado de que iba
a perder su descarada.

—Recuérdame lo que le diagnosticaron —dijo el doctor con una sonrisa


paciente mientras se sentaba en el borde de la cama al lado de Elizabeth.

Rezando por poder superar esto sin agarrar al médico por los hombros y
exigirle que arreglara a su esposa, Robert respiró hondo antes de responder.

—El primer doctor dijo que había abortado a nuestro hijo. El segundo doctor
me dijo una combinación de cosas. A veces decía que todo estaba en su cabeza, que
solo lo hacía para llamar la atención. Luego que tenía daño hepático, gripe,
migrañas, aunque nunca se quejó de dolor de cabeza y la última vez —comenzó a
decir cuando su voz se quebró—, la última vez dijo que probablemente tenía cáncer.

—Ya veo —murmuró el doctor, levantando la mano y tirando de las mantas


que había ajustado—. ¿Cómo explicó el aumento de peso? —preguntó, colocando su
mano sobre la ligera curva del estómago de Elizabeth, que se hacía más notoria con
cada día que pasaba.

—Dijo que era de su exceso de comida para compensar su enfermedad.

—Ya veo —dijo el doctor, sus labios se crisparon cuando hizo un gesto hacia
el pecho de Elizabeth—. ¿Y ha notado una diferencia allí?

Dios, sí…

Sus pechos parecían ser más grandes y mucho más sensibles. De hecho, la
había hecho venir solo con lamer sus pezones la semana pasada. Le había encendido
tanto que…

El doctor se rio entre dientes, devolviendo su enfoque a donde debería estar.

—Tomaré eso como un sí —dijo mientras recolocaba las sábanas.

—¿Sabe qué le pasa? —preguntó, desesperado por una respuesta. Realmente


no sabía lo que haría sin ella. No quería vivir sin ella. Él…

—Su esposa está embarazada.


223
… iba a vomitar.

—¿Q-qué? —preguntó, tratando de darle sentido a lo que acababa de


escuchar cuando su cabeza comenzó a girar y sus piernas dejaron de funcionar.

Con una risita, el doctor lo ayudó a sentarse en la silla al lado de la cama.


Luego, sin una palabra, les dio a los hombros de Robert un suave empujón que lo
hizo inclinarse hacia adelante mientras luchaba por tomar su próximo aliento.

—Si tuviera que adivinar, diría que su esposa tiene alrededor de cuatro meses
—explicó el doctor con calma.

Robert sacudió la cabeza mientras luchaba por comprender lo que pasaba.

—No —dijo, obligándose a respirar—, eso es imposible. Perdió al bebé hace


dos meses.

—He estado haciendo esto durante más de cincuenta años, joven, y le puedo
decir sin ninguna duda que su esposa está embarazada.

—Ella sangró —dijo Robert, moviéndose para incorporarse, pero una nueva
ola de mareo hizo que bajara la cabeza hacia donde se encontraba.
—Mmmhmm, algunas mujeres hacen eso. No significa que perdió al bebé.
¿Ha sangrado desde entonces?

—No —dijo aturdido mientras hacía todo lo posible por darle sentido a lo que
el doctor decía.

—¿Cuál fue la razón que dio el médico por la falta de sangrado? —preguntó
el médico, dándole afortunadamente algo más en lo que centrarse.

—Dijo que tardaba meses volver al ritmo natural de una mujer.

El doctor soltó un resoplido de diversión.

—Eso es lo primero.

—Debería llevarla de regreso a Londres —dijo entumecido incluso cuando se


dio cuenta que no podía permitirse el pasaje de regreso para ambos.

Bueno, eso no era completamente cierto. Podía pagar los boletos de pasajeros
de tercera clase, pero no le gustaba la idea de que su esposa se viera obligada a
compartir una habitación con extraños. Tampoco le gustaba la idea de que su esposa
se viera obligada a descansar en esas camas duras por las que eran famosos los 224
alojamientos de tercera clase. No había forma en el infierno de que enviara a su
esposa embarazada a Londres sola.

—No haría eso si fuera usted —dijo el doctor a pesar de que no era una
posibilidad real para ellos—. Obviamente pasa por un momento difícil con este
embarazo. Asimismo, no recomendaría colocarla en un barco donde los pasajeros
pueden llevar sólo Dios sabe qué enfermedades. No es bueno para ella o el bebé.

—Oh, Dios mío —murmuró mientras el miedo se arrastraba por su espalda


cuando se dio cuenta que había hecho eso.

—No me preocuparía demasiado por su enfermedad —dijo el doctor,


obviamente leyendo su mente—. Se ve muy saludable para mí, simplemente
cansada. Asegúrese de que descanse lo suficiente.

—Lo haré —prometió Robert, girando la cabeza para poder mirarla—. Voy a
cuidar de ella.
Traducido por Kalired
Corregido por Bella’

—E
ntonces, ¿qué te parece?

—¿Qué me parece? —repitió Elizabeth aturdida


mientras daba la vuelta lentamente, contemplando la gran
habitación cubierta de polvo, las telarañas, el papel tapiz pelándose, las tablas del
suelo rotas, los muebles cubiertos y las alfombras destrozadas.
225
—Sé que no es mucho —comenzó Robert, pero no lo dejó decir más antes de
lanzarse a sus brazos.

—¡Me encanta! —le dijo, riendo muy emocionada mientras le rodeaba el


cuello con los brazos y cubría su rostro con besos.

—¿Estás segura? —preguntó, sonando complacido mientras la abrazaba y


detenía su ataque de besos presionando un rápido beso en sus labios.

—Estoy segura —contestó, sonriendo enormemente mientras rodeaba su


cintura con sus piernas.

—Va a necesitar mucho trabajo.

—Lo sé —dijo, suspirando con placer mientras miraba alrededor de la gran


sala de estar, con ideas ya corriendo por su cabeza.

—Vamos a tener que hacer la mayor parte del trabajo nosotros mismos —
explicó Robert, dándole una mirada de disculpa.

—¿Puedo estar a cargo? —le preguntó para molestarlo. A ella realmente no


le importaba ensuciarse las manos, especialmente si eso significaba que tenían una
casa propia, pero también porque sabía que se avergonzaba de no poder pagar una
casa llena de sirvientes.

—Sí, descarada —le respondió, presionando un rápido beso, mientras los


giraba y cruzaba la puerta abierta que conducía al comedor que necesitaba tanto
trabajo, si no más, que la sala de estar.

—Le pregunté a Higgings esta mañana si podía encontrar una criada —


anunció, sorprendiéndola mientras caminaba hacia las ventanas que estaban
cubiertas de cortinas viejas que definitivamente tendrían que irse.

—¿Podemos permitírnoslo? —preguntó Elizabeth, mordisqueando su labio


inferior mientras la culpa salía una vez más a la superficie.

Gracias a ella, Robert se veía obligado a mantener a dos personas más con un
ingreso limitado. Si su padre le hubiera dado una dote, las cosas no estarían tan mal,
pero él no lo había hecho. La dejó completamente dependiente del dinero que Robert
había recaudado de la venta de todas sus inversiones antes de irse de Londres y del
dinero que le quedaría después de comprar esta casa y arreglarla.

Por un momento, pensó en escribirle a su padre pidiendo ayuda, pero luego 226
recordó la mañana que se habían ido. Él le había suplicado que no se fuera, le rogó,
le ofreció todo lo que ella pudiera desear y cuando nada de eso funcionó, le gritó. Le
dijo que si se iba, estaba sola. No la ayudaría.

Los padres de Robert más o menos habían dicho lo mismo tratando de


disuadirlo para que no se fuera. Intentó explicarles las cosas, pero no lo escucharon.
No parecían darse cuenta de lo infeliz que estaba viviendo Robert en Inglaterra, algo
que ella había comprendido desde aquella noche en el invernadero. Todo lo que
vieron fue a su hijo más joven, dejando todo y llevándose a una mujer que creían iba
a destruir su vida.

Todos en sus familias estaban aterrorizados de que este matrimonio iba a


arruinar sus vidas y, sin importar lo que ellos dijeran o hicieran, no podrían
convencerlos de lo contrario. Así que Robert y Elizabeth habían dejado de intentarlo
y, en su lugar, hicieron la mejor de sus despedidas. Elizabeth abrazó a su padre con
fuerza, besó la pálida mejilla de su madre, abrazó a Mary y Anthony y persiguió a
sus sobrinos por suficientes besos para toda la vida. Incluso había tenido la
oportunidad de decirle adiós a Heather.

Desafortunadamente.
Justo cuando se estaban preparando para irse, Heather llegó a casa con un
extravagante carruaje, la primera de las muchas compras que Heather había hecho
con su herencia recién descubierta. Cuando salió de este, cubierta de seda de pies a
cabeza, con joyas junto a James, Elizabeth se dio cuenta que su hermana había hecho
otro cambio importante en su vida.

Se había casado con James.

Al parecer, el testamento había sido más indulgente para Heather. Mientras


se casara con un hombre respetable, la herencia era de ella. No se le pidió que
Heather permaneciera casta antes de la boda o una boda apropiada. Al parecer,
James lo había descubierto la mañana que esperaba en la oficina de su padre para
que se anulara su matrimonio con Robert. Una vez se dio cuenta que solo obtendría
la herencia si se casaba con Heather, hizo todo lo posible para que eso sucediera.

No era que sospechara que Heather puso mucha resistencia. James era guapo
y poseía un título. Se casaron con una licencia especial y, después de una corta luna
de miel, decidieron volver a casa y anunciar sus buenas noticias, que coincidieron
con la despedida de Robert y de ella. A pesar de que se le había revuelto el estómago
al ver a Heather disfrutando de la herencia que debería haber hecho algo bueno en 227
este mundo, estaba feliz de que Robert tuviera la oportunidad de despedirse de su
hermano.

Desafortunadamente, James no se había sentido de la misma manera. Pasó


por delante de Robert como si no lo hubiera visto o escuchado. Se detuvo para darle
un breve abrazo y desearle suerte, pero luego regresó al lado de su esposa y eso fue
todo. Ver la expresión de dolor en la cara de Robert casi la había destruido. Intentó
llamar a James, pero Robert simplemente negó con la cabeza y la ayudó a subir al
carruaje que los llevó al barco.

—Sí, descarada —le contestó, dándole un beso en la punta de la nariz


mientras se giraba para inspeccionar el resto de la habitación—, podemos
permitirnos una empleada doméstica.

—¿Y el bebé? —preguntó Elizabeth, expresando los temores que habían


echado raíces tan pronto cuando Robert le había contado las maravillosas noticias.

—Sin duda será un consentido —le respondió Robert con una sonrisa
mientras la llevaba hacia lo que parecía ser la puerta de la cocina, pero un fuerte
golpe en la puerta principal lo hizo detenerse.
Con el ceño fruncido, la colocó cuidadosamente sobre sus pies, tomó su mano
y la condujo hacia la entrada principal, donde esperaba una enorme mujer en sus
cincuenta y tantos, mirando alrededor del vestíbulo con una determinación que en
realidad la asustó un poco. A Elizabeth le recordó a su vieja niñera, la señora
Mathers, que había dirigido la guardería como un general.

—¿Puedo ayudarle? —preguntó Robert cuando entraron en el pequeño


vestíbulo.

—¿Es usted el señor Bradford? —preguntó la mujer mientras los miraba a los
dos.

—Sí, ¿y usted?

—Señora. Brown, su nueva criada —anunció con un asentimiento mientras


se agachaba y recogía la bolsa que Elizabeth no había notado hasta ese momento—.
¿Supongo que mi habitación está junto a la cocina? —preguntó, ya dirigiéndose a
allí.

—¿Puedo preguntar quién le envió? —quiso saber Robert mientras se movían


para seguir a la mujer, que aparentemente había decidido que el trabajo era suyo. 228
—Mi yerno, el señor Higgings. La paga es menor de lo que me hubiera
gustado, pero supongo que tendrá que servir —dijo, deteniéndose para mirar las
cortinas hechas jirones en el comedor y con un movimiento de cabeza, continuó
hacia la cocina—. Ahora, no tengo referencias, pero realmente no las necesitan.

—¿No lo hacemos? —dijo Robert con sequedad, sonando divertido.

La señora Brown simplemente negó con la cabeza cuando se detuvo justo


dentro de la cocina para poder inspeccionar la habitación.

—No, no lo hacen. Lo único que deben saber es que soy una gran trabajadora,
crie diez hijos, cinco de ellos de mi hermana. Sé cocinar, limpiar, manejar una casa y
apostaría a que mis habilidades con los niños serán útiles pronto. Siempre y cuando
me pague mi salario a tiempo, respete mi privacidad, me permita tener todos los
domingos y miércoles libres y recuerde mantener sus manos lejos de mí, señor
Bradford, creo que nos llevaremos bien —anunció, probando una puerta a la derecha
y cuando se abrió, miró dentro de la habitación, asintió y entró, cerrando la puerta,
dejando a Elizabeth temblando por la risa incontrolable.
—¿“caso… simplemente acaba de insinuar lo que creo? —preguntó Robert,
luciendo desgarrado entre la diversión y el horror.

Incapaz de responder, se vio obligada a estirarse y agarrarse a la mesa o


arriesgarse a caer de plano.

—¿Por qué te ríes, descarada? ¡Deberías ir ahí y defender mi honor! —le dijo
simulando indignación mientras la levantaba en sus brazos y se dirigía a la puerta.

—¿A dónde vamos? —preguntó Elizabeth cuando pudo hablar otra vez.

—A encontrar un dormitorio para que puedas compensar tu falta de lealtad


hacia mí —dijo, con esa sonrisa despreocupada que había comenzado a aparecer
desde que se habían ido de Londres.

—¿Porque no quise atacar a una anciana por ti? —preguntó, tratando de no


sonreír.

—Sí —respondió él sin pausa mientras abría la primera puerta que


encontraron y entró, pateándola detrás mientras la ponía de pie. Aguantándose una
sonrisa, ella se alejó, amando la sonrisa juguetona que tiraba de los labios de Robert.
229
—Ahora —le dijo, acechándola mientras se inclinaba y se desabrochaba los
pantalones—, vamos a ver si podemos encontrar una manera para que desaparezca
esta traición, ¿de acuerdo?

—Fuera —dijo la señora Brown simplemente, ignorando su mirada mientras


continuaba apuntando hacia la puerta.

—Pero…

Ella negó obstinadamente con la cabeza.

—Se le advirtió, señor Bradford —le dijo mientras su descarada sacaba la


lengua desde el otro lado de la habitación y lejos de la severa mirada de la señora
Brown.

—Pero, ella… —dijo Robert, comenzando a señalar a su esposa, pero la señora


Brown no estaba escuchando.
—Le dije que podía quedarse en la casa siempre y cuando no interfiera con
nuestro trabajo —dijo con firmeza, todavía apuntando hacia la puerta.

—Esta es mi casa, señora —dijo entre dientes, decidiendo que simplemente


necesitaba que se lo recordaran, pero al parecer no le importaba en lo más mínimo
de quién era la casa, porque siguió señalando mientras decía:

—Fuera.

Así que decidió probar una táctica diferente, una que no había usado desde
que eran niños.

—¡Ella comenzó! —afirmó acusadoramente mientras señalaba a Elizabeth,


que aparentemente recordaba esta pequeña táctica porque soltó un profundo
sollozo, el mismo que solía usar con sus padres y terminaba con él enviado a su
habitación sin pudín.

Finalmente, la maldita mujer dejó caer sus brazos. Cruzó las manos delante
de sí mientras lo miraba, con expresión severa.

—Señor Bradford, no fue la señora Bradford a quien atrapé inmovilizando


230
contra la pared y besándose sin sentido cuando volví de conseguir otro cubo de agua
jabonosa —dijo, recordándole su ofensa y haciéndole difícil no sonreír.

—Solo estaba tratando de limpiar —dijo Elizabeth suavemente, añadiendo un


resoplido patético al final que le hizo reprimir otra sonrisa y los ojos de la señora
Brown se estrecharon sobre él.

—¿Por qué estás de su lado? —exigió Robert, amando la sonrisa pícara que
su descarada le estaba enviando—. ¡Ella es la que lo comenzó! ¡Me atacó! —dijo,
golpeando una mano contra su pecho y asegurándose de verse bien herido—. Me
estaba ocupando de lo mío, quitando el papel tapiz como pidió, cuando ella me
agarró por detrás y me maltrató.

Con un pequeño suspiro, la señora Brown miró por encima de su hombro a


su descarada, quien fue lo suficientemente inteligente como para borrar esa sonrisa
de su cara y dejar que su barbilla temblara mientras mostraba que recogía su cepillo
del cubo de agua jabonosa y regresaba a lavar el piso, agregando un poco de
resoplido aquí y allá mientras trabajaba.
La mujer lo estaba molestando y claramente divirtiéndose, se dio cuenta con
una sonrisa. Mi descarada es maravillosa, pensó con un suspiro mientras daba un paso
para ir hacia ella, pero la señora Brown no lo iba a dejar.

Con ese maldito dedo apuntando hacia la puerta, dijo:

—Fuera.

Sabiendo que la mujer probablemente no volvería a salir de la habitación para


poder tener la oportunidad de besar a su descarada, decidió que tal vez era mejor ir
al granero e instalar su taller.

—Bien, me voy —dijo, dirigiéndose hacia la puerta, deteniéndose solo lo


suficiente como para enviarle un guiño a su descarada—, pero vas pagar por esto
más tarde.

231
Traducido por Anabel-vp
Corregido por Bella’

—N
o voltees.

Elizabeth tuvo que morderse el labio para no


reírse cuando levantó la vista de lo que estaba cosiendo
para compartir una mirada de complicidad con la señora Brown, quien estaba
sentada en el sofá frente a ella, y parecía bastante divertida con el último intento de
Robert de robarle un beso, delante de las narices de la señora Brown.

—Vete —susurró ella, amando el lado travieso de su marido.

Hubo una breve pausa, antes de que Robert susurrara:


232
—Tengo algo para ti.

Elizabeth apostaba a que sí.

—Estoy ocupada —le respondió en susurros, sin molestarse en darse la vuelta


o mirar a la ventana, debajo de la cual sabía que estaba escondido Robert.

Era la misma forma en la que solía atormentarla cuando eran niños y ella
estaba atrapada dentro porque tenía que estudiar. Se escondía debajo de una
ventana abierta, riéndose y burlándose de ella hasta que no podía aguantar más e
inventaba una excusa para poder salir y golpear a la pequeña bestia. Jamás lo
admitiría, pero le encantaba cuando él interrumpía sus clases. Le daba algo que
esperar cada día.

—Nos vemos fuera en cinco minutos, descarada.

—No —dijo ella, demasiado entretenida como para rendirse fácilmente.

Además, los besos siempre eran mejores cuando ella hacía que se esforzara
para conseguirlos. Había algo en burlarse y atormentar a su marido que le hacía
sonreír. Todos los días, Robert encontraba la manera de escabullirse en la casa para
robarle un beso, haciendo todo lo posible para entrar y salir sin que la señora Brown
se enterara.

No es que a la señora Brown le importase realmente lo que hacían. De hecho,


lo encontraba divertido y disfrutaba atormentando a Robert casi tanto como ella.
Además, dudaba que Robert permitiera que alguien le impidiese robarle un beso, y
hacía todo eso para intentar sacarle una sonrisa, especialmente los días en que ella
no tenía energía suficiente para mucho más que acurrucarse en la cama y leer.

Solo tenía cinco meses de embarazo, pero sentía que llevaba embarazada una
eternidad. Su apetito era casi tan considerable como el de su marido, lo que
realmente la preocupaba. Además, se pasaba durmiendo la mayor parte del día, sin
mucha energía para hacer algo de provecho. Si no fuese por la señora Brown, la casa
sería un desastre, los jardines aún estarían cubiertos de maleza, y seguramente no
habría comida ya que Elizabeth solía quedarse dormida en mitad del proceso de
hacer galletas.

La verdad, estaba aterrorizada. Entre los primeros médicos, su diagnóstico


erróneo, su apetito y su intenso agotamiento que no desparecía, no sabía qué pensar
del embarazo. Cada día, se preocupaba por no darle suficiente comida al bebé, 233
descansar poco u otras cien cosas que podrían lastimarlo; y cada día, Robert hacía
todo lo posible por hacerla sonreír.

Conocía sus preocupaciones, la había consolado las suficientes veces el mes


pasado para saber que estaba aterrorizada de perder a su bebé. Hacía todo lo posible
por consolarla y asegurarle que todo estaría bien y, cuando no era suficiente, la
abrazaba mientras lloraba. Era el hombre más dulce del mundo, y no podía imaginar
lo que había hecho para merecerlo.

—Vamos descarada, sabes que quieres —susurró Robert burlonamente.

—¿No ibas a arreglar hoy el tejado de Marshall? —dijo ella, notando que
apenas eran las dos de la tarde. Le hizo preguntarse si se habría escapado del trabajo
solo para robarle un beso.

—Terminé antes de tiempo —le respondió, haciéndola sonreír.

Su esposo trabajaba duro, como todos en el pueblo habían notado durante el


último mes. Al principio, se negaron a contratarlo, pensando que sería el mimado
segundo hijo de algún señor inglés que quería cobrar y no hacer nada, pero cuando
se dieron cuenta que vendía algunos de sus trabajos en las tiendas de la ciudad,
parecía que no podían contratarlo lo bastante rápido. Había otros carpinteros en la
ciudad, pero ninguno tenía la habilidad de Robert. Sin contar con que Robert
trabajaba más duro y rápido que los demás, o al menos eso fue lo que oyó cuando
fue a la ciudad. No podía evitar preguntarse si su tamaño, o la cantidad de comida
que comía, tendrían algo que ver.

—Bueno, pues yo todavía trabajo en la manta del bebé, así que tendrá que
encontrar otra cosa que hacer, señor Bradford —le dijo, susurrando lo más alto que
podía sin reírse.

Robert suspiró.

—Entonces supongo que tendré que ir a pescar yo solo.

—¿Pescar? —repitió interesada, olvidándose del plan de atormentarlo.


Elizabeth nunca había pescado. Era una de esas cosas que siempre había querido
intentar, pero que su padre le había prohibido hacer.

—Iba a llevarte conmigo, pero como no estás interesada… —dijo, dejando que
sus palabras se desvanecieran, mientras ella lo imaginaba encogiéndose de hombros
con una sonrisa maliciosa. Esa sonrisa solía irritarla, pero ahora la amaba. 234
—¡Espera! —siseó ella, intentando ponerse de pie, mientras la señora Brown,
que estaba sonriendo y sacudiendo la cabeza con asombro, se levantaba y recogía
con cuidado la colcha sin terminar y la apartaba. Hecho esto, la señora Brown la
tomó de las manos intentando ayudar a Elizabeth a ponerse de pie. Aunque solo
tenía cinco meses de embarazo, su panza era algo más grande que la de la mayoría
de mujeres en esta etapa. Era otra de las cosas que la asustaban.

Justo cuando estaba a punto de deslizarse hasta el borde de la silla esperando


que facilitar el levantarse, sintió que las grandes manos de Robert la agarraban
suavemente de las caderas para ayudarla a ponerse de pie. Una vez de pie, no se
molestó en mirarlo o darle las gracias, ya que eso le daría la oportunidad de cambiar
de opinión, y ella, definitivamente, no quería que pasara.

Dándole las gracias a la señora Brown con una sonrisa, se giró para dirigirse
a la puerta principal cuando recordó las tartas de arándanos que había hecho por la
mañana. Decidiendo que necesitaría un ligero aperitivo para mantener la energía,
cambió bruscamente de dirección y se dirigió a la cocina.

—Ya las he guardado —dijo Robert, con una sonrisa infantil desde la puerta
trasera, mientras entraba en la cocina. Extendió la mano, invitándola a unirse a él.
Sonriendo, fue hacia él, deteniéndose en el camino para tomar un poco de
queso, pan y un par de pasteles de carne. Mientras guardaba en una bolsa el par de
pasteles de carne, rezó para que su apetito volviera a la normalidad tras el parto,
porque la idea de comer así durante el resto de su vida la preocupaba mucho.

—Yo lo llevaré, descarada —dijo Robert, quitándole la bolsa, y colgándosela


del hombro junto a la otra que llevaba en la mano, antes de tomarla de la mano con
la otra, y conducirla hacia el bosque.

—¿De verdad vas a llevarme a pescar? —preguntó Elizabeth, incapaz de


contener la emoción en su voz.

—¿Por qué no llevaría a pescar a mi esposa? —preguntó Robert, guiándola


por un sendero a través del bosque.

—Porque la mayoría de maridos no lo harían —señaló, distraídamente.

—Entonces, ellos se lo pierden —dijo Robert con una sonrisa infantil, lo que
hizo que lo amara aún más.

235

—¿Qué hacemos ahora?

Robert sonrió ante su emoción.

—Ahora, descarada, esperamos —le dijo Robert, colocando su caña


cuidadosamente contra un tronco caído, cerca de la manta que habían tendido, para
poder ver la caña en caso de atrapar algún pez.

—Oh —dijo, con un puchero adorable.

—¿Creías que los peces iban a hacer fila para ser pescados? —bromeó,
mientras se inclinaba y la besaba, incapaz de resistirse al sexy puchero.

—Algo así —admitió ella tímidamente.

—Se requiere tiempo y paciencia, descarada —comentó, riéndose de su


mohín.
—¿Qué hacemos hasta entonces? —preguntó, mirando la orilla, cubierta de
hierba, y luego al estanque, que se veía muy tentador en un día tan caluroso como
ese.

—Normalmente, nos sentaríamos a esperar, pero hoy —dijo, haciendo una


pausa para quitarse la camisa—, pensé que podríamos nadar.

Al instante, su puchero se transformó en una tímida sonrisa esperanzada,


mientras miraba al estanque.

—¿De verdad?

—De verdad, descarada —le respondió, quitándose rápidamente las botas y


los pantalones, antes de moverse para ayudarla con su vestido.

Su sonrisa vaciló al mirarse a sí misma.

—Tal vez no debería —dijo, mordisqueándose el labio inferior, mientras


lanzaba una melancólica mirada al estanque.

—¿Y por qué no? —preguntó él, colocándose detrás de ella para poder
deshacer los botones. 236
—Porque estoy gorda —murmuró, lamentándose.

—No estás gorda —dijo, riéndose, mientras se inclinaba hacia delante y


besaba su nuca—. Estás preciosa.

Ella suspiró con fuerza, mientras sostenía el frente de su vestido, para evitar
que cayera al suelo.

—Y tú eres un mentiroso terrible —se quejó, aunque dejó que la ayudara a


quitarse el vestido, las medias y las zapatillas.

Llevando tan solo su vestido interior, caminó con cuidado hacia el borde del
estanque y sumergió un dedo en las tranquilas aguas. Si ella no hubiese estado
llevando a su bebé, probablemente la habría recogido y lanzado al agua para hacerla
enojar. Dios, la amaba enojada.

Pero estaba embarazada, así que tenía que ser bueno. Con eso en mente, se
acercó a ella y la levantó en sus brazos antes de que ella pudiera pelear. Para su
sorpresa, ella no peleó en absoluto. En su lugar, Elizabeth suspiró con placer
mientras envolvía los brazos en su cuello y apoyaba la cabeza en su hombro,
mientras él los llevaba al agua.
Una vez que la tuvo en sus brazos, la acercó más y simplemente disfrutó de
tenerla. Mientras la llevaba adentro del agua, la sintió temblar. Sonriendo, miró
hacia abajo para burlarse, pero sintió que su sonrisa desaparecía mientras se perdía
en sus ojos azul bebé.

Ella era tan hermosa, tan amble y dulce. Lo hacía feliz. No era capaz de
imaginarse pasar un solo día sin verla, abrazarla, besarla o mostrarle lo mucho que
la amaba. Cada día hacía todo lo posible para mostrarle cuanto la amaba, pero,
estúpidamente, él nunca le había dicho cómo se sentía, porque estaba aterrorizado
de que ella no sintiera lo mismo.

Había sido tan jodidamente tonto.

Sería horrible si no sintiera lo mismo, pero no importaba. La amaba más que


nada y tenía que decírselo. Quería hacerlo.

—Te amo, Robert —susurró Elizabeth, mientras se levantaba lo suficiente


como para rozar sus temblorosos labios contra los suyos.

Por un momento, estuvo demasiado sorprendido como para reaccionar.


237
¿Ella lo amaba?

Por supuesto que lo hacía, sonrió petulante mientras rozaba sus labios contra
los de ella. Era la única explicación a por qué no lo había matado todavía con sus
propias manos, o por qué había soportado todas sus tonterías. También explicaba
por qué había aceptado su tregua, dejar todo atrás y mudarse con él a un nuevo país
en el que ninguno de ellos había estado antes. Era tan evidente ahora. Ella realmente
lo amaba, lo quería de verdad, pero nunca tanto como él la amaba, siguió sonriendo,
porque estaba más que bien con la idea.

—Te amo más, descarada.

—Probablemente —aceptó Elizabeth, mientras envolvía sus brazos en su


cuello y se movía para profundizar el beso.

—¿Probablemente? —le preguntó indignado, mientras se alejaba de ella para


poder mirarla.

—Definitivamente —contestó con expresión inocente, mientras se inclinaba


para besarlo otra vez, pero antes de que sus labios pudieran tocarlo, él giró la cabeza.
Con un pesado suspiro, la colocó sobre sus pies. Se frotó la cara con las manos,
y dijo:

—Corre.

—¿Q-qué? —preguntó, sonando confundida y un poco excitada.

Dejó caer sus manos, cuidando de no salpicar a su esposa.

—Voy a contar hasta diez antes de correr para atraparte y hacerte admitir que
tú me amas más.

—No puedes estar hablando en serio —dijo Elizabeth, conteniendo una


sonrisa mientras empezaba a alejarse de él.

—Uno.

—Robert…

—Dos.

—Espera, vamos a hablar de esto. Solo estaba…

—Tres.
238
—Pero…

—Cuatro

—No puedo…

—Cinco.

—¿No podemos hablarlo?

—No —dijo, sonriendo con anticipación mientras Elizabeth tragaba y lanzaba


una ansiosa mirada hacia la orilla—, seis.

—Espera —dijo ella, alejándose un paso, su mirada moviéndose entre él y la


orilla—. ¿Puedes empezar otra vez?

—No. Siete.

Finalmente empezó a alejarse de él.

—¿Qué vas a hacer exactamente?


—Conseguir que grites tu amor eterno por mí con toda la fuerza de tus
pulmones —dijo con un encogimiento de hombros, antes de añadir—, ocho.

Sus ojos se ensancharon tras la noticia, cuando el instinto de conservación


finalmente se le activó. Con un adorable chillido de emoción, se dio la vuelta y se
movió para escapar, pero antes de que pudiese dar un solo paso, él la tenía de vuelta
en sus brazos, donde pertenecía.

—Nueve —dijo con un gruñido mientras se inclinaba para besarla.

—¡Pero me dijiste que me atraparías a la cuenta de diez!

—Mentí —admitió mientras ponía en marcha su plan.

Durante las siguientes tres horas, la mantuvo boca arriba y con las pernas
abiertas mientras usaba la boca, las manos y el dolorosamente duro apéndice entre
sus piernas para que ella gritara su amor eterno por él. Una vez hecho esto, decidió
mostrarle cuánto la amaba. No dejó de mostrárselo hasta que su voz se volvió ronca,
apenas podía moverse y su descarada sabía lo mucho que significaba para él.

239
Traducido por Genevieve
Corregido por Bella’

Tres meses después…

—L
o mima demasiado —señaló la señora Brown con una
sonrisa mientras Elizabeth colocaba con cuidado en la
mesa otra tarta de manzana para que se enfriara.

—Merece ser mimado —respondió ella, devolviendo fácilmente la sonrisa de


la mujer mayor mientras miraba las tartas que había preparado para sorprender a
su marido.
240
Durante los últimos cuatro meses, Robert había estado trabajando día y
noche, aceptando cualquier trabajo que pudiera conseguir para asegurarse de que
estuvieran bien preparados para el próximo invierno. Habían oído que los inviernos
en Nueva Inglaterra podían ser especialmente duros, por lo que se aseguraba de que
estuvieran bien preparados. Cuando no trabajaba para ganar más dinero para el
próximo invierno, cortaba leña, construía un cobertizo, arreglaba el establo para sus
caballos, revisaba el techo, las ventanas y las chimeneas para cerciorarse de que
estuvieran bien asegurados, construyendo estantes en la bodega para asegurarse
que tuvieran suficiente espacio para su comida. Procuraba que ella y el bebé tuvieran
todo lo que iban a necesitar.

Trabajaba hasta el agotamiento. Cada vez que ella lo mencionaba, él sonreía


y le daba un beso mientras le decía que valía la pena. Le prometió que las cosas
disminuirían en el invierno y que descansaría entonces, pero sabía que mentía. Ya
tenía suficientes pedidos de muebles, cofres y otras cien cosas para mantenerlo
ocupado durante el invierno.

—Se va a enfadar cuando descubra que estuvo trabajando —dijo la señora


Brown mientras sacaba otro pastel del horno.

—No estará enfadado —dijo Elizabeth, sabiendo que eso era cierto.
Robert no se disgustaría cuando descubriera que no se mantuvo en la cama
como lo ordenó el médico, estaría furioso, por esa razón también le preparó unos
hojaldres de manzana para que estuviera demasiado ocupado comiendo como para
gritarle. Él era tan hipócrita, pensó mientras cargaba una pequeña bandeja con los
hojaldres con la esperanza de que fueran suficientes para ablandarlo como para
llevarla a dar un paseo.

Estaba bien que él trabajara hasta la muerte, pero no que ella hiciera algo más
extenuante que darse vuelta en la cama. Apreciaba que se preocupara por ella, en
serio, pero si tenía que quedarse en esa cama por un día más, iba a gritar. Necesitaba
moverse, trabajar, pasear, cualquier cosa que le distrajera de su enorme estómago,
los calambres que comenzaron ayer y que no la dejaban en paz y el hecho de que se
aburría a muerte.

Respirando profundamente y rezando para que la caminata la ayudara a


aliviar sus calambres, levantó la bandeja y, por desgracia para ella, se dirigió hacia
las puertas. Le tomó más tiempo de lo que le hubiera gustado, pero finalmente llegó
a la puerta y, con la ayuda de la señora Brown, logró salir. Murmurando su
agradecimiento a la mujer, Elizabeth comenzó el largo proceso de caminar hasta el 241
granero donde su esposo trabajaba duro construyendo un cofre para la familia
Fairchild.

Realmente era un hermoso día. El clima se había enfriado considerablemente


en las últimas semanas, por lo que era perfecto para disfrutar del aire libre. Esperaba
poder disfrutarlo antes de que el bebé viniera con la nieve que seguramente los
mantendría atrapados durante la mayor parte del invierno.

Unos pocos pasos después, se vio obligada a detenerse cuando un calambre


le atravesó la espalda y el estómago, lo que demostraba que el hecho de estar
acostada durante el último mes no le había servido de nada. Necesitaba aire fresco,
sol y un poco de ejercicio. Una vez que el calambre disminuyó lo suficiente para que
ella se moviera, respiró hondo y continuó hacia el establo, pero no dio cinco pasos
antes de que otro calambre volviera a atravesarle la espalda y el estómago,
privándole de la capacidad de respirar.

—¿Elizabeth? —dijo una voz familiar, llamando su atención hacia el hombre


muy guapo que caminaba hacia ella, pareciendo sorprendido y complacido de
verla—. ¿Realmente eres tú? —preguntó James, colocando su bolso en un banco
junto a los rosales mientras caminaba por delante de ella.
Ella abrió la boca para responderle, pero se le escapó un sollozo ahogado
cuando perdió el agarre de la bandeja. Contuvo un grito mientras acunaba con sus
brazos su estómago y se inclinaba hacia adelante, rezando por no estar a punto de
perder al bebé. Era demasiado pronto para que llegara.

—¿Elizabeth? —preguntó James, sonando preocupado a medida que corría


hacia ella y la envolvía con sus brazos lo mejor que pudo, pero ella era bastante
grande ahora, haciendo el trabajo casi imposible—. ¿Qué pasa?

No tuvo la oportunidad de responderle antes de que sintiera una descarga de


líquido por sus piernas. Fue seguido rápidamente por otro de esos calambres que la
dejaban apenas capaz de respirar. Levantó la mano y agarró los brazos de James
cuando un calambre después de otro atravesó su cuerpo hasta que todo lo que pudo
hacer fue gritar lo único que sabía que la haría sentir mejor.

—¡Robert!

242
—Es hermoso —dijo el señor Fairchild en un reverente susurro mientras
pasaba las yemas de los dedos sobre el intrincado diseño de la cuna—. ¿Cuánto
quiere por eso?

Robert se rio entre dientes mientras colocaba la sábana sobre la cuna para
mantenerla protegida.

—Gracias, pero no está a la venta.

El señor Fairchild sonrió.

—Me parece bien. ¿Para su hijo?

—Sí —dijo Robert con orgullo cuando su mirada se desvió a los otros muebles
cubiertos que había construido para su bebé.

—El bebé llegará pronto —dijo Fairfield con una risita mientras se movía para
arrodillarse frente al cofre que Robert hacía para la futura nuera del hombre.

—No lo suficientemente pronto —dijo Robert, inclinándose hacia atrás para


darle al hombre algo de espacio para mirar por encima del cofre.
Solo quedaba un mes más antes de que él sostuviera a su bebé en sus brazos,
su niño milagro y no podía esperar. No había palabras para describir cómo se sentía
acerca de este niño. Tenían una segunda oportunidad de ser padres con este niño y
no iba a desperdiciarlo. Él iba a…

—¡Robert!

… tener un ataque al corazón, se dio cuenta cuando el espeluznante grito de


Elizabeth llegó a sus oídos. Antes de darse cuenta de lo que hacía, salió corriendo
por la puerta, apenas consciente de que el señor Fairchild lo seguía o le exigía saber
qué sucedía. Lo único que le importaba en ese momento era llegar a Elizabeth y
matar a quien la lastimaba.

Cuando salió corriendo del establo y al patio, el terror lo atravesó mientras


observaba a un hombre cernirse sobre Elizabeth mientras ella se acurrucaba de lado
gritando su nombre una y otra vez hasta que se encontró corriendo hacia ella y
enfrentándose al bastardo…

—¿Qué demonios le hiciste a mi esposa? —preguntó mientras empujaba al


hombre más pequeño al suelo y levantaba su puño, listo para matarlo con sus 243
propias manos cuando el reconocimiento lo golpeó con fuerza—. ¿James? ¿Qué
demonios estás haciendo aquí?

—¿Además de que me pateen el trasero y que tu esposa me asuste? —exigió


James mientras empujaba a Robert y se ponía de pie—. Vine a hablar contigo.

Los gritos de Elizabeth llevaron su atención a donde pertenecía. Tan feliz


como estaba de ver a su hermano otra vez y de que le hablara otra vez, James tendría
que esperar.

—¿Descarada? —preguntó Robert mientras se arrastraba hacia donde yacía


su esposa, acurrucada en una bola y jadeando—. ¿Qué sucede?

En lugar de responderle, cerró los ojos con fuerza y sacudió la cabeza.

—¿Es el bebé? —le preguntó, rogando que la respuesta fuera no. Era
demasiado pronto para el bebé. Tenían otro mes antes de que fuera a nacer.

A regañadientes, ella asintió mientras se le escapaba un sollozo.

Por favor, no nos dejes perder al bebé, oró Robert mientras la levantaba con
cuidado y la llevaba a la casa, porque no creía que ninguno de los dos pudiera
sobrevivir a la pérdida esta vez.
—Está despertando —escuchó vagamente decir a James.

—¿Eh? —Fue su única respuesta mientras luchaba por descubrir cómo


terminó acostado boca abajo en el piso de su habitación.

—Te dije que no entraras aquí —dijo James, sonando divertido a medida que
ayudaba a Robert a rodar sobre su espalda.

—Es por eso que los hombres no pertenecen a la sala de parto —dijo la señora
Brown, sonando apagada mientras le arrojaba un paño húmedo. Le golpeó en la cara
antes de caer y aterrizar en el suelo, dejando a Robert aún más confundido.

—¿Qué sucedió? —preguntó aturdido mientras luchaba por incorporarse,


pero una ola de mareo lo hizo volver a tumbarse.

Su respuesta fue el hermoso llanto de un bebé. En realidad, sonaba más 244


como…

—Gemelos —dijo James con una gran sonrisa mientras ayudaba a Robert a
sentarse.

—¿Gemelos? —repitió Robert, sin entender lo que James decía.

—Gemelos —dijo James, riéndose mientras se agachaba y arrastraba a Robert


a sus pies—. Es por eso que tu esposa estaba tan enorme.

—¡No estaba tan enorme! —dijo Elizabeth, sin sonar muy enojada en absoluto
cuando atraía su atención hacia la cama donde se acurrucaba de costado, sonriendo
a dos bebés que se movían, pero de aspecto saludable.

—¿Q-qué pasó? —preguntó, luchando por recordar qué demonios pasó.

—¿Qué recuerdas? —le preguntó James, arrastrándolo hasta la cama donde


lo esperaba su familia y ayudándolo a acostarse junto a los bebés más hermosos que
había visto nunca.

—No mucho —admitió, tratando de aclarar sus pensamientos.


—Bueno, después de que trajiste a Elizabeth aquí y llamaste al médico, tu
formidable criada, la señora Brown, nos echó a los dos. Mientras esperábamos al
médico, tú y yo tuvimos una larga discusión en la que te disculpaste profusamente
por ser un bastardo egoísta y pediste mi perdón —dijo James, sonando divertido y
atrayendo la mirada de Robert.

Con un giro de sus ojos y unas pocas palabras murmuradas, James se sentó
con cuidado al final de la cama y se estiró para que el bebé más cercano a él pudiera
agarrar su dedo.

—Bien. Me disculpé por ser un bastardo y no decirte adiós.

—¿Eso es todo? —preguntó Robert con el ceño fruncido mientras se agachaba


y acariciaba suavemente la cabeza de su hijo.

—Bueno, te disculpaste por todo —le dijo James, enviándole una sonrisa—.
Lamento no haberme dado cuenta que estabas enamorado de ella, Robert. Nuestros
padres también lo lamentan. Deberían estar aquí en unas semanas para decírtelo. Yo
debería haberme dado cuenta que algo estaba pasando.

—No hay nada de qué disculparse —contestó Robert, dándole una sonrisa 245
tranquilizadora antes de volver a centrar su atención en el bebé que se llevaba un
dedo a la boca.

—¡Oh, sí, lo hay! —dijo la señora Brown, subiendo a un lado de la cama para
sonreír a los bebés—. ¡Nos dio al doctor y a mí un ataque al corazón cuando entró
aquí de esa manera!

—¿Entré corriendo? —preguntó Robert, sacudiendo su cerebro, tratando de


recordar, pero todo estaba un poco confuso.

James se rio entre dientes.

—Tan pronto como Elizabeth comenzó a gritar, te liberaste, corriste a la


habitación, viste a tu esposa dar a luz y te desmayaste.

—No recuerdo nada de eso.

—Y dudo que alguno de nosotros alguna vez lo olvide —dijo James con un
guiño que hizo que Elizabeth se riera suavemente mientras se inclinaba y presionaba
un beso contra el pie del bebé retorciéndose que seguía dándole patadas.
Miró a Elizabeth, notando el agotamiento y la alegría pura en sus ojos
mientras miraba a sus niños. Se veía tan hermosa, y él no pudo evitar perder su
corazón por ella una vez más.

—Gemelos, descarada —dijo, apartando suavemente la mano de su hijo para


poder empujar un mechón húmedo detrás de la oreja de Elizabeth.

—Gemelos —repitió ella con una sonrisa complacida.

Se inclinó, teniendo cuidado del bebé intentando aferrarse a su camisa y le


dio un beso en los labios a su bella esposa.

—Te amo, Beth —dijo, usando el nombre que ella odiaba para sacarle otra
sonrisa.

—Y yo te amo, Robert Limonada.

246
Traducido por Brisamar58
Corregido por Bella’

Cuatro años y medio después

—¿L
o trajiste? —exigió Robert tan pronto como la puerta
del carruaje se abrió.

James se rio entre dientes cuando salió, sus


ojos bailando divertidos mientras sostenía una roca gris oscuro.

—¿Te refieres a esta roca que tan amablemente pediste? ¿Por la que tuve que
viajar a Londres en medio de la noche y registrar el parque durante seis horas bajo 247
una lluvia helada, porque era una cuestión de vida o muerte? —preguntó secamente
mientras le arrojaba la piedra a Robert.

—Gracias a Dios —suspiró Robert, atrapando la roca y mirando apenas a su


hermano a medida que se dirigía a su taller.

—¿Qué? Nada, de ¿gracias, James?, ¿Te extrañé, James? —preguntó James,


desviándose para ir a saludar a Elizabeth y a los niños, que estaban jugando en el
jardín.

—Mantén a Elizabeth ocupada por una o dos horas —fue todo lo que dijo
cuando cerró la puerta del taller detrás de él, rezando no romper accidentalmente
esta también.

Elizabeth soltó un suspiro cuando se apoyó contra el árbol y observaba cómo


James jugaba con sus bebés. Era un tío tan maravilloso y, por lo que había escuchado
del resto de la familia, también era un padre maravilloso.
Es tan amable y dulce, pensó, riendo cuando los gemelos lo tiraron al suelo para
que pudieran mostrarle cómo dar un abrazo de oso adecuado. Sus labios se curvaron
con diversión cuando James fingió convertirse en un oso y persiguió a los gemelos
mientras acunaba con cuidado a su hijo más joven que reía en sus brazos. Su sonrisa
se volvió acuosa cuando miró el pergamino doblado en sus manos.

James había convertido sus sueños en realidad.

Hace aproximadamente un año él había estado revisando los viejos libros de


contabilidad de las haciendas y se había topado con sus planes. Al principio, no
estaba seguro de qué hacer con ellos, había interrogado a Mary y Anthony, quienes
estaban muy felices de decirle finalmente lo que pensaban sobre Heather
derrochando la fortuna que estaba destinada a ayudar a los pobres.

Sorprendido, había echado otro vistazo a sus planes. Luego echó un vistazo
a los escandalosos gastos de su esposa y lo que vio hizo que finalmente se plantara
y limitara sus ingresos a un modesto subsidio mensual. Como resultado, Heather ya
no le hablaba, pero a él no parecía importarle. Elizabeth sospechó que cuando
Heather descubriera que James había tomado la mitad de su herencia y había creado
una organización benéfica con ella, probablemente Heather nunca volvería a 248
hablarle. Por otra parte, eso probablemente convertiría a James en el hombre más
feliz del mundo.

Deseaba que reconsiderara y se mudara a América. Sabía que a él le


encantaría. Probablemente hubiera hecho la mudanza hace años si no hubiera sido
por Heather. Su hermana se negó a considerarlo para nada, ni siquiera de visita, lo
que significaba que James visitaba una vez al año solo para tener un descanso de
ella. El año siguiente, James traería a sus hijas junto con sus padres para una visita,
le gustara o no a Heather. Elizabeth sospechaba que probablemente no le gustaría.

—Es bueno verle —dijo la profunda voz que ella adoraba mientras un brazo
fuerte se envolvía cuidadosamente alrededor de su cintura y era atraída contra el
hombre que amaba más que a nada.

—Lo es —murmuró Elizabeth, manifestando su acuerdo mientras se giraba


en sus brazos para poder envolver uno suyo en sus hombros—, pero es incluso mejor
verte.

—¿Me extrañaste? —bromeó mientras se inclinaba y rozaba sus labios contra


los de ella.
—Terriblemente —dijo, sonriendo contra sus labios—. Cuando volví de
alimentar al bebé, ya te habías ido.

—Lo siento, descarada. Tenía un trabajo que necesitaba terminar para poder
pasar esta noche concentrado en ti —dijo, besándola de nuevo.

—¿Te tengo por toda la noche?

—Toda la noche —prometió mientras se inclinaba para besarla.

—¿Qué pasa con James? —le preguntó, sintiéndose mal porque él haya
viajado desde Inglaterra para visitarlo y lo estaban abandonando en su primera
noche.

—Puede entretenerse solo por una noche —dijo, besándola una última vez
antes de alejarse—. Esto es para ti —dijo Robert mientras le entregaba una pequeña
caja bellamente tallada.

No tuvo que preguntarle para saber que él mismo había hecho la caja. Era
absolutamente hermosa y algo que sin duda él podría conseguir que le compren
algunos de los comerciantes de la ciudad. Probablemente podría tener un negocio
249
muy lucrativo si se enfocara en hacer muebles y baratijas, pero eso significaría pasar
largas horas lejos de ella y de los niños y sabía que él no quería eso. En cambio, se
conformaba con hacer las cosas que le gustaban en su tiempo libre y se centraba en
apoyarlos construyendo y arreglando casas. Era muy bueno en lo que hacía y tenía
una gran demanda.

Nunca serían ricos, pero mientras pudieran mantener a sus hijos a salvo y
felices, ambos estaban más que satisfechos por ello.

—Feliz aniversario, descarada —dijo cuando ella abrió la caja y vio…

¿Un collar hecho de piedras?

Sea lo que sea, era hermoso y le encantaba porque él lo hizo para ella. Con
una sonrisa, se inclinó para besarlo, pero él dio un paso atrás y centró su atención en
el collar.

—Esta cuenta blanca es del antiguo granero donde me cubriste con miel y
plumas —dijo, llamando su atención hacia el collar—. Esta cuenta —dijo, señalando
una cuenta de piedra gris a continuación—, es del árbol donde te corté el cabello.
Esta cuenta es de…
Continuó explicando de dónde venía cada piedra, deteniéndose de vez en
cuando para sonreír, reír o rememorar historias de su infancia. Ella escuchó mientras
él recorría cada cuenta, asombrándose cada vez más. Cuando señaló la cuenta del
invernadero, ella sintió que le temblaba el labio inferior. Cuando terminó con la
piedra que había recogido fuera de la ventana de su habitación la noche que había
dado a luz a Jonathan, se encontró enamorada de su marido una vez más.

—Me encanta —dijo, un eufemismo. Era el regalo más hermoso y reflexivo


que alguien le había dado. También le hizo darse cuenta de lo mucho que significaba
para él.

—Me alegro —dijo, inclinándose para besarla, solo que esta vez ella no lo dejó
ir.

—Es mi turno de darle su regalo de aniversario, señor Bradford.

250
Estaba muriendo. No había otra explicación para esto. Sus extremidades
temblaban débilmente mientras se arrastraba por la habitación. No podía pensar en
un momento en el que hubiera estado tan sediento o hambriento en su vida. Varias
veces, durante las últimas veinticuatro horas, consideró gritar pidiendo ayuda, pero
no pudo hacer nada. Lo sabía.

La causa de su destrucción se agitó detrás de él. Alcanzó la jarra de agua y


bebió el líquido tibio. No hizo nada para calmar su sed o aliviar su estómago vacío.

—Creo que me estoy muriendo —murmuró.

Una débil risa vino de la cama.

—Sé que yo sí —dijo Elizabeth—. Tenemos que parar… tenemos que…


necesito comida… y agua… el bebé, Robert… piensa en el bebé —imploró
débilmente.

Tomó un respiro profundo. El bebé necesitaba comida. Su bebé. No pudo


evitar sonreír. Su descarada lo iba a convertir en padre de nuevo, con suerte dándole
una niña esta vez para mimarla. Abrazó la jarra contra su pecho y se la llevó.
—Toma. Bebe esto y me vestiré y haré que la señora Brown envíe algo de
comida. —Frunció el ceño mientras miraba la puerta—. Me pregunto por qué no nos
han venido a ver a estas alturas.

—Probablemente porque los asustamos —dijo ella mientras le quitaba la


jarra. Casi la deja caer. Sus brazos estaban tan débiles, pero no podía beber acostada
de esta manera. Se puso de rodillas con gran dificultad. Lo único que importaba era
el agua. No le importaba comportarse como una dama ni cualquier otra cosa. Bebió
con avidez, sin preocuparse por el agua derramándose por su barbilla, por su pecho
y estómago. Estaba tan sedienta. Cuando se llenó, colocó la jarra ahora vacía en la
cama. Sus ojos se encontraron con la intensa mirada de Robert y supo que las cosas
iban a cambiar para peor.

—Oh no —gimió.

Robert se quedó mirando el agua que goteaba de los senos de su esposa. Se


lamió los labios. Cada parte suya, excepto una, protestaba por lo que veía. Siguió
sus ojos asustados hacia abajo. Estaba más que listo para hacerlo de nuevo. Sentía
como si no la hubiera tenido en años en lugar de minutos.
251
Elizabeth le arrojó una almohada para poder levantarse de la cama,
desesperada por escapar. Era como si esa pieza de su anatomía estuviera a cargo. Se
arrastró tras ella. No se molestó en ponerse un camisón ni una manta cuando corrió
hacia la puerta y comenzó a golpearla.

—¡Señora Brown!

—¡Oh, gracias al señor! —llegó la voz preocupada de la señora Brown desde


detrás de la puerta—. Temíamos que ambos hubieran perecido.

Miró hacia atrás para ver a su marido tratando de escapar de las sábanas
enredadas en las que se enredaba su pie.

—Lo estaremos si no nos ayuda.

—Señora Brown, escuche, no tengo mucho tiempo. ¿Puede hacer arreglos


para que nos entreguen una gran bandeja de comida y bebida? —Miró por encima
del hombro para descubrir que Robert estaba cerca de liberarse—, y también agua
para un baño. ¡Por favor!

—Por supuesto —dijo la señora Brown, sonando divertida.


—¿Robert? —dijo James de repente cuando se unió a la señora Brown en el
pasillo.

Un suave gruñido detrás de ella fue la única respuesta. Elizabeth se dio la


vuelta lentamente, pegando su espalda contra la puerta. James llamó a la puerta.

—¿Robert? Ven conmigo a la taberna, estoy aburrido. ¿Robert?

—Estoy ocupado —respondió Robert en lo que sonó como un gruñido.

La respuesta de James fue un suspiro de dolor.

—Vamos, has cumplido con tu deber. Vámonos.

Un fuerte gemido escapó de Elizabeth cuando se abalanzó sobre ella. Era


guapo, malvado y todo suyo. Sin importar cuán cansada o débil estuviera en ese
momento, él todavía tenía este extraño efecto en su cuerpo después de todos estos
años y en ese momento, lo deseaba más que a nada.

—¿Robert? —preguntó James, sonando inseguro.

Robert no podía responder por el momento. Estaba ocupado lamiendo el


agua de la piel de Elizabeth. Quien estaba sujeta firmemente contra la pared, sus
252
brazos envolviendo sus hombros y sus piernas alrededor de su cintura.

En un movimiento rápido, la penetró. La envolvió con sus brazos,


protegiéndola de la puerta mientras empujaba dentro de ella. La puerta gimió en
protesta mientras se ponían a prueba sus bisagras y el marco. Si la posición lastimaba
a Elizabeth, ella no lo demostró.

De hecho, todo lo contrario.

Le exigió que se moviera más fuerte y más rápido. En ese momento, a Robert
no le importaba que su hermano y la señora Brown estuvieran de pie afuera de la
puerta o que estuviera al borde de la inanición. Solo se preocupaba por ella, por su
descarada. Se estrelló contra ella, una vez, dos veces, tres veces y luego ella comenzó
a gritar su nombre y hacer todo lo posible para dejarlo seco.

—Bastardo afortunado —creyó escuchar de su hermano, pero realmente no


le importaba ya que se perdía en la mujer que amaba.

—Feliz aniversario, señor Bradford —dijo su descarada minutos después,


mientras lo empujaba al piso para darle su regalo una vez más, haciéndole
preguntarse si debería llamar a otra tregua antes de que terminaran matándose el
uno al otro.

253
Traducido por Genevieve
Corregido por Bella’

Quince minutos para la fiesta…

—F
in —dijo su padre con entusiasmo mientras se metía un
bocado de pizza en la boca, haciendo que Jason se
preguntara cuándo la habían ordenado y cómo se perdió
eso.
254
—¡Oye! —jadeó Trevor con indignación cuando Jason se acercó y agarró la
rebanada que había estado a segundos de devorar de su mano—. ¡Bastardo!

—Gracias —dijo Jason, terminando la rebanada de pizza rápidamente antes


de que se limpiara las manos y recogiera suavemente el collar que finalmente había
terminado y lo colocara en la pequeña caja de madera que le había llevado menos
de una hora hacer y tintar.

—Ya era hora —se quejó su padre mientras se levantaba y tomaba dos cajas
de pizza del mostrador y se dirigía a la puerta—. Estoy hambriento.

—Habríamos terminado mucho antes si no hubieras embellecido la historia


—señaló Trevor, agarrando las otras dos cajas de pizza y siguió.

—No embellecí una maldita cosa —soltó su padre sobre su hombro.

—¿De verdad? ¿Ni siquiera cuando dijiste que Robert no era tan guapo como
tú? —preguntó Trevor, riéndose.

—¡Tenía que darte una descripción gráfica! ¡Un buen narrador de historias
hace ese tipo de cosas!
—El abuelo hizo un mejor trabajo al contar esa historia —señaló Trevor
mientras Jason los seguía a regañadientes, su atención en la pequeña caja en sus
manos mientras rezaba para que se hiciera la justicia que merecía.

—¡Tú, ingrato bastardo! —le espetó su padre con indignación.

—¿Ingrato? ¡Me hiciste pagar por el almuerzo y luego ni siquiera compartiste


las alas de pollo! —espetó Trevor.

—¡Necesitaba sustento!

—No, lo que necesitas es…

—¿A dónde diablos crees que vas? —preguntó su padre de repente,


interrumpiendo a Trevor. Jason tardó un momento en darse cuenta que su padre le
hablaba a él y que ambos hombres ahora le fruncían el ceño.

—A la fiesta —dijo, devolviéndole la mirada—. ¿A dónde más iría?

Su primo y su padre sacudieron la cabeza, suspirando con exasperación


mientras su padre le hacía un gesto para que se sentara en el sofá.

—No vas a ir a la fiesta.


255
—¿De qué diablos estás hablando? —preguntó Jason, preguntándose qué
demonios pasaba con los hombres de su familia. Durante las últimas dos horas lo
estuvieron molestando para que moviera su trasero y no se retrasaran a la fiesta y
ahora intentaban hacerlo llegar tarde.

—Esta fiesta no es para ti —dijo Trevor, dándole un empujón suave, bueno,


no tan suave, hacia el sofá—. Tu trabajo es simplemente sentarte aquí y esperar.

Su padre asintió en acuerdo mientras le indicaba a Trevor que se fuera.

—Te revisaremos de vez en cuando —dijo su padre, abriendo la puerta—.


Traeremos a los niños y a la abuela de Haley en una semana a menos que pienses
que necesitarás más tiempo.

—¿Más tiempo para qué? —preguntó Jason con confusión mientras


observaba a su padre salir por la puerta.

—No te preocupes por la comida. Empezamos a tomar turnos esta noche. Solo
asegúrate de dejar la puerta abierta para que podamos entrar a llenar la nevera —
dijo su padre, pero antes de que Jason pudiera preguntarle algo más, se había ido.
¿Qué infiernos?

Decidiendo que le hacían una broma, Jason se puso de pie con un suspiro y
se dirigió a la puerta, pero no llegó muy lejos antes de que la puerta se abriera y la
mujer más hermosa que jamás había visto entrara.

—Haley —dijo él, sonriendo cuando ella entró, luciendo tan hermosa como
hace cinco años cuando se casó con ella—. ¿Qué estás…

Antes de que él pudiera decir las palabras, corrió hacia él y saltó a sus brazos.
Sus brazos y piernas lo envolvieron rápidamente mientras su boca se encontraba con
la de él. Ella lo besó como si no lo hubiera visto en años en lugar de horas.

—Te amo —le dijo Haley contra sus labios mientras se agachaba y comenzaba
a sacarle la camisa de los pantalones.

—¿Haley? —dijo, poniendo sus brazos alrededor de ella para que no se


cayera.

—Habitación. Ahora —le exigió mientras lo besaba hasta su cuello y cuando


sus labios alcanzaron su lugar favorito, ella chupó, haciéndolo gemir de placer.
256
De alguna manera, se obligó a concentrarse en algo además que la manera
perversa en que ella lamía y chupaba su cuello.

—¿Qué hay de la fiesta? —preguntó a pesar de que preferiría aceptar a su


esposa y lo que le ofrecía tan dulcemente. Su familia entera los esperaba. Su madre
había estado cocinando desde la semana pasada y necesitaban…

—Te quiero desnudo, Jason —respondió ella, rompiendo el poco control que
tenía.

Con un gruñido de aprobación, la llevó al dormitorio, quitando los juguetes,


mientras hacía una nota mental para construir otra caja de juguetes para los niños.
En el camino, se detuvo aquí y allá para ayudarla a liberarse de su blusa, pantalones,
zapatos y calcetines, dejándola en bragas y sostén lavanda a juego que le iba a
arrancar con los dientes, las gafas que la hacían lucir absolutamente adorable, y esa
pequeña sonrisa sexy tenía a su miembro temblando con la necesidad de estar dentro
de ella.

—En la cama, cariño —dijo Jason, dándole un último beso antes de colocarla
sobre la cama y tirar suavemente la caja hacia las almohadas.
Tan pronto como su trasero tocó el suave edredón, ella se puso de rodillas y
envolvió un brazo alrededor de sus hombros y lo acercó para darle un beso
hambriento que lo hizo esforzarse para no correrse en sus pantalones como un chico.
Incluso después de todos estos años, todavía le sorprendía que pudiera lograr
excitarse tanto por un simple beso. No tenía idea de lo que le pasaba a su esposa,
pero no iba a quejarse. No podía recordar un momento en que la deseara más.

Él gimió de placer cuando ella lo tomó a través de sus pantalones, apretando


y tirando de su erección mientras él alcanzaba y se desabrochaba los pantalones. Tan
pronto como bajó la cremallera, Haley metía una de sus pequeñas manos en sus
pantalones y sacaba su eje duro. Envolviendo su cálida mano en su longitud, le dio
un tirón que le hizo chuparle la lengua. El pequeño y sexy gemido que le dio le hizo
saber cuán desesperada estaba por tenerlo.

—En tus manos y rodillas —le dijo Jason, retirándose para poder quitarse los
zapatos.

Cuando terminó de desabrocharse los pantalones, observó cómo Haley se


daba la vuelta y se apoyaba en sus manos y rodillas para que su hermoso trasero lo
enfrentara. Se bajó los pantalones y salió de ellos mientras se acercaba a su pequeña 257
saltamontes. Extendiéndose, agarró los costados de sus bragas y las bajó, amando la
forma en que su culo se movió en un esfuerzo por ayudarlo.

Una vez las llevó a sus rodillas, las dejó allí y se colocó detrás de ella, dejando
que su eje rozara su trasero mientras se estiraba y le desabrochaba el sostén. Él dejó
que cayera, sabiendo que ella lo sacaría mientras atendía otras cosas. Con una mano,
él la agarró suavemente de la cadera, manteniéndola en su lugar mientras trazaba
con las yemas de sus dedos su espalda, observando cada hermoso centímetro de ella
mientras se presionaba contra su pene, haciéndole saber que quería más.

Como nunca le negaba nada a su esposa, retrocedió lo suficiente para poder


meter la mano entre ellos y agarrar su pene y poder hacer lo único que sabía que
haría que Haley se volviera loca. Lentamente, pasó la mano por su eje, asegurándose
de que la cabeza estuviera presionada contra su hendidura húmeda para que ella
pudiera sentir lo que le hacía, sabiendo lo mucho que esto la encendía.

Cuando ella comenzó a gemir y jadear su nombre, se vio obligado a apretar


los ojos y los dientes mientras luchaba por no correrse. Había dormido con muchas
mujeres antes que ella y no podía recordar a ninguna con la que le hubiera gustado
jugar en el dormitorio tanto como lo hacía con Haley. La mujer era insaciable y
amaba cada maldito minuto de ello. No la cambiaría por nada en este mundo. La
amaba tanto que a veces temía que todo esto fuera un sueño cruel y que se
despertaría y ella no estaría.

—¡Jason, por favor! —lloró Haley, rogándole que la tomara mucho antes de
lo normal y eso le hizo saber qué tan excitada estaba.

Esto no iba a durar mucho, se dio cuenta cuando dio un paso atrás y se soltó.
Sin una palabra, Haley se puso de rodillas y se dio la vuelta. Extendió la mano y
tomó la suya mientras se sentaba en el borde de la cama, sin dejar de mirarla
mientras ella se movía a su alrededor y se sentaba a horcajadas sobre su regazo. Él
se inclinó y la besó, solo retrocediendo unos segundos para que ella lo siguiera. Sus
labios nunca dejaron los suyos cuando él se recostó y la envolvió con sus brazos.

Mientras la besaba, lentamente movió sus caderas de un lado a otro,


tomándola de una manera que sabía que los volvería locos a los dos. No pasó mucho
tiempo antes de que Haley imitara sus movimientos y los llevara a un nivel
completamente nuevo. Cuando la sintió apretarse a su alrededor, la empujó
suavemente para poner uno de sus grandes pezones en sus labios. Él tiró
suavemente del pezón, chupando con fuerza mientras ella arqueaba la espalda para 258
llevarlo más profundo dentro de ella. Sus movimientos se volvieron salvajes
mientras lo montaba. Cuando él levantó la mano y le tomó el otro pecho, enloqueció.

Apenas había terminado de gritar su nombre cuando él la colocó de espaldas


y apretó su pene hasta el fondo. En lugar de retirarse y empujar de nuevo, continuó
embistiendo contra ella, sabiendo que rozaba su clítoris en el proceso y amando la
forma en que su pezón se endurecía aún más en su boca.

Justo cuando no creía que pudiera aguantar mucho más, la sintió apretarse a
su alrededor y se dejó ir. Él lamió y chupó su pecho con abandono mientras se movía
contra ella, rezando porque no la estuviera lastimando, incluso cuando tenía que
admitir que se sentía muy bien.

Gruñendo su nombre alrededor de su pezón, se frotó por última vez cuando


sintió que los últimos temblores de su orgasmo lo abandonaban. Cuando se inclinó
para besar a su esposa, sintió que el agotamiento por haber estado luchando durante
las últimas semanas finalmente lo alcanzaba. Antes de que pudiera lograr alejarse
de ella, sintió que se iba quedando dormido y no pudo evitar sonreír. Eso es hasta
que comenzaron los pellizcos.
—¡Ay! —dijo bruscamente cuando se hizo evidente que ella no tenía planes
de detenerse.

Cuando se levantó para poder mirar a la pequeña matona, ella simplemente


sonrió con esa enorme sonrisa por la que era conocida y le preguntó:

—¿Dónde está mi regalo?

—¿Regalo? —preguntó él, frunciendo el ceño hasta que lo pellizcó de


nuevo—. ¡Ay!

—¡No me hagas soltar los puños de furia! —lo amenazó Haley, luciendo tan
jodidamente linda que no pudo evitar reírse mientras se acercaba y recogía la caja
que le había hecho.

—No querríamos eso —bromeó mientras se alejaba de ella para poder


sentarse.

—No —dijo con un resoplido—, no lo queremos.

—¿Esto mantendrá tu violencia bajo control? —le preguntó mientras colocaba


la caja sobre su hermoso estómago, justo por encima de las ligeras estrías que ahora 259
marcaban su cuerpo al dar a luz a sus tres increíbles hijos. Le encantaba besar esas
marcas. Cada vez que Haley se quejaba de ellas, le mostraba exactamente cuánto las
amaba.

—Tal vez —dijo con una pequeña sonrisa complacida y un chillido de


excitación mientras levantaba la caja y se sentaba.

Con una sonrisa y una oración para no decepcionar a su esposa, se agachó y


agarró la colcha que Haley mantenía doblada al final de su cama y la levantó hasta
que los cubrió a ambos. Se sentó y se acomodó antes de estirarse y tomar suavemente
el estuche de las manos de Haley. Él esperó hasta que ella se recostó con fuerza
contra él con la cabeza apoyada en su hombro antes de abrir la caja.

—Es hermoso —susurró Haley con reverencia mientras miraba el collar de


piedra con algo cercano al asombro.

—Sí, lo eres —dijo Jason, mirando a su esposa mientras ella le daba una
tímida sonrisa. Incapaz de contenerse, se inclinó y presionó un beso contra sus
labios, saboreando su dulzura antes de obligarse a retirarse.
—Hay tantas piedras —dijo, extendiendo la mano para trazar con sus dedos
la fila inferior de cuentas.

—Cuatrocientas cincuenta y seis cuentas para ser exactos —dijo con una
sonrisa.

—Eso es un montón de cuentas —dijo Haley, acurrucándose más cerca de él.

—Me diste muchos recuerdos maravillosos, mi pequeña saltamontes —dijo


Jason, sintiendo que sus ojos se llenaban de lágrimas solo de pensar en todos los
maravillosos recuerdos que ella le había dado.

—¿Qué es esa roca blanca? —preguntó ella, girando su cabeza ligeramente


para poder presionar un beso en su hombro mientras señalaba la primera roca en el
collar.

—Esa sería del árbol donde nos conocimos.

Ella retiró la mano.

—¿Te refieres al que orinaste ? —le preguntó ella, sonando asqueada.

—¡Tomé un montón de refresco, mujer! ¡Tenía que ir y el maldito agente de


260
bienes raíces no había dejado la llave donde lo prometió! —espetó a la defensiva.

—Muy delicado —murmuró mientras señalaba una pequeña roca gris más o
menos a tres cuartos del collar—. ¿Y esta?

—Esta es del estacionamiento de la oficina de tu médico cuando descubrimos


que estabas embarazada de Joshua —contestó, sonriendo al recordar que tenía a
Haley en sus brazos cuando el médico les contó las noticias.

—¿Y esta? —preguntó, señalando una roca gris oscura cerca del principio.

—Esta es del hotel en Boston donde te tuve por primera vez en brazos.

—¿Y esta? —preguntó, señalando la siguiente roca.

—Es del mismo hotel —dijo, mirándola.

—¿Por qué tomaste dos del mismo hotel? —cuestionó, luciendo


adorablemente confundida.

Con una sonrisa, se inclinó y rozó sus labios contra los de ella mientras
susurraba:
—Porque fue entonces cuando me di cuenta que no quería dejarte ir nunca.

261
¿Pasar los próximos cuarenta años
en prisión o romper su contrato de alquiler
antes? Por lo general, ella sería capaz de
decir que esto era algo evidente, pero las
cosas, sin duda alguna, cambiaron desde
que fue obligada a mudarse al otro lado
del pasillo de Danny Bradford. Muchas
cosas…

Deseaba pasar un día, uno solo, sin


Danny Bradford haciendo algo para
probar los límites de su control, pero con 262
esa maldita sonrisa y su hábito de dejarla
contemplando un homicidio culposo, no
veía que eso fuera a suceder en un futuro
cercano.

Él amaba a su familia, pero algunos


días… Era demasiado, pero estaba bien,
porque su pequeña vecina viviendo al otro
lado del pasillo le proporcionaba
interminables horas de entretenimiento.
No a propósito, claro está, pero ¿realmente
importaba mientras ella lo hiciera sonreír?

Neighbor From Hell #5


R.L. Mathewson nació y
creció en Massachusetts. Es
conocida por su buen humor,
ingenio y habilidad para escribir
personajes realistas con los que los
lectores puedan identificarse. En la
actualidad, cuenta con varias series
de romance paranormal y
contemporáneo publicadas,
incluyendo la serie Un Vecino
Infernal.

Al crecer, R.L. Mathewson


era muy tímida y era conocida por 263
esconderse detrás de un libro o dos.
Después de la secundaria fue a la
Universidad, trabajó como botones,
cocinera de comida rápida y
empleada del museo hasta que
decidió tomar un curso de EMT.
Trabajar de esto, la ayudó a superar
su timidez y la dejó con algunos buenos recuerdos y algunos más inquietantes que,
de vez en cuando, aparecen en uno de sus libros. Cuando una lesión en la espalda
la dejó incapaz de trabajar como un EMT más tiempo, comenzó a trabajar en casas
residenciales sólo para descubrir que no tenía estómago para el trabajo.

Hoy en día, R.L. Mathewson es madre soltera de dos niños pequeños que la
mantienen vigilante y disfrutan de asustarla totalmente con sus payasadas. Tiene
una pequeña adicción a la novela romántica, así como una enorme adicción al
chocolate caliente y, en un día perfecto, está jugando Scrabble en línea, coloreando
con sus hijos o tratando de averiguar cómo uno de sus hijos logró poner una huella
de pudín de chocolate en el techo.
AregUM
Gigi D
Lindsay Han

Ale Grigori Florff Leidy Vasco


Anabel-vp Genevieve Lyla
Antoniettañ Gigi D Myr6
Brisamar58 HA_112 264
Flochi Kalired

Bella’
Carib
Flochi
Imma Marques
Vickyra

Flochi

Moreline
265

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