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De tal modo que, alrededor del siglo XVIII en Europa, las técnicas de gobierno comienzan
a tener mayor predominancia en el campo social, por sobre los dispositivos disciplinarios
ligados al poder de tipo pastoral u disciplinario (1988), lo que globalmente terminará
configurando una nueva tecnología del poder, la biopolítica.
Ahora bien, la noción de gobierno propuesta por Foucault es complementada con la noción
de gubernamentalidad, ya que, esta última permite dar cuenta de dos elementos
fundamentales en el operar del poder actual. Uno; el objeto de gobierno, es decir el
individuo o el colectivo que se pretende gobernar y dos; la racionalidad que opera de sostén
para el gobierno de ese individuo o colectividad (De Marinis, 1999). Considerando siempre
que el gobierno tanto del individuo como de la colectividad tiene como meta principal el
óptimo de la población. Así, Rose (1990, p.3) citando a Foucault (1979) señala que la
gubernamentalidad es: “el conjunto constituido por las instituciones, los procedimientos,
análisis y reflexiones, los cálculos y las tácticas que permiten ejercer esta forma tan
específica y compleja de poder, que tiene como meta principal la población”.
Ahora bien, con respecto al programa “Política y plan nacional de prevención y control de
drogas” (1993) hecho por el Concejo Nacional Para el Control de Estupefacientes en el
marco del llamado gestión del problema de las drogas, resulta idóneo realizar un análisis
bajo las nociones de gobierno-gubernamentalidad para ver sus implicancias políticas y
estratégicas.
Este programa nace a raíz de la preocupación del Gobierno de Chile del uso indebido1 de
estupefacientes y sustancias psicotrópicas, su producción, tráfico y distribución ya que
contribuyen una seria amenaza para la salud y bienestar de las personas, y un daño a las
bases culturales, económicas y políticas de la sociedad. Además, cobra relevancia este
problema dado que el Gobierno de Chile reconoce que atañe al conjunto de la población y
no sólo a un sector en específico. Al respecto se señala: “No es posible seguir sosteniendo
que el abuso de drogas es un problema de la juventud marginal; por el contrario, todo
parece indicar que existe un proceso que se extiende a través de toda la estructura social,
prevaleciendo en los distintos grupos pautas diferenciales de consumo indebido”
(CONACE, 1993, p.20).
Por último, con respecto al segundo componente relevante que observamos en ésta política,
en concordancia con el avance del neo-liberalismo en Chile, que implica un aumento de la
individualidad en desmedro de lo social, y a su vez se economiza lo más posible en los
medios de gobierno, tratando de gobernar contando con la mayor cantidad posible de la
energía que para su propio gobierno aporten los gobernados mismos (De Marinis, 1999,
p.21). De tal forma, en concordancia con el discurso neo-liberal, la táctica del gobierno de
esta política apunta a que el problema de la drogadicción caiga sobre los individuos y sean
estos quienes tengan que resolverlo y no se aborde el problema de la drogadicción de
manera estructural entiendo que éste se liga principalmente a las desigualdades económicas.
Michel Foucault afirma que el paso del antiguo poder Soberano al poder gubernamental o
biopoder genera un gran cambio en las tecnologías de poder. En la teoría clásica de la
soberanía se entiende que el soberano posee derecho sobre la vida y la muerte de sus
súbditos/as, “El efecto del poder soberano sobre la vida sólo se ejerce a partir del
momento en que el soberano puede matar. En definitiva, el derecho de matar posee
efectivamente en sí mismo la esencia misma de ese derecho de vida y de muerte: en el
momento en que puede matar, el soberano ejerce su derecho sobre la vida” (Foucault,
1976) en consecuencia con esto, el soberano posee el derecho de hacer morir y dejar
vivir, posee la capacidad de perdonar la vida o de arrebatarla.
Estos derechos del soberano con el paso de la historia fueron cuestionados y re-pensados,
se cuestionó la capacidad del soberano de reclamar el derecho sobre la vida de sus
súbditos/as, se comenzó a gestar un cambio, para ello se desarrollaron nuevas tecnologías
de poder, se necesitaba una forma con menores costos y por ello una mayor racionalidad
económica de la vida y el control, con lo cual se desarrolló todo un aparataje de tecnologías
disciplinarias desde fines del Siglo XVII, pero estas tecnologías seguían centrando su
acción en los cuerpos individuales de los/as sujetos/as .
Posteriormente durante la segunda mitad del siglo XVIII, se desarrollaron nuevas
tecnologías de poder, las cuales en vez de descartar las tecnologías disciplinarias nacieron
para convivir con estas, integrándolas, modificándolas, utilizándolas como base para lograr
implementarse y desarrollarse. Construyéndose así una nueva forma de poder, en donde
más que ceñirse al cuerpo individual de los/as sujetos/as buscará aplicarse a la vida de
estos, con ello a sus conductas, acciones y formas, y con ello afectar no solamente a
individuos/as particulares, sino que, a la multiplicidad, la población.
Esta nueva tecnología de poder dará un vuelco a la forma de poder, en donde se pasará del
antiguo paradigma del poder soberano, a un nuevo derecho, el de hacer vivir y dejar
morir y con ello una nueva preocupación para el poder, la vida misma, la vida de quienes
conforman la población, gestándose la nueva forma, que Foucault llamará como
biopolítica.
Esta nueva forma tendrá que preocuparse de nuevos problemas para los cuales la utilización
de los saberes producidos por las ciencias de Estado como la estadística y la demografía
serán fundamentales, necesitará conocer las características sociodemográficas de su
población, los nacimientos, las defunciones, las distintas tasas, el crecimiento, las
enfermedades etc. Necesitará poder en marcha todo un aparataje capaz de gestionar esta
nueva información y con ella comenzar a tomar las decisiones de gobierno.
Estos nuevos mecanismos de poder provocarán un proceso de modernización al interior de
las instituciones y aparatos del Estado, sin la cual no sería posible alcanzar una óptima
gestión de la población y sus problemas, ya que por ejemplo los estudios de población,
servirán al Estado para saber en qué dirección el gobierno debe apuntar sus medidas, según
la caracterización sociodemográfica de la población.
En el caso de las drogas, para el poder soberano esos no eran asuntos de Estado,
probablemente si quienes consumían drogas se volvían una molestia para el soberano este
los haría morir, ahora bien, en el caso del biopoder se cuenta con una multiplicidad de datos
que contribuyen a que el Estado sea capaz de gestionar de mejor manera estos problemas,
ya que puede caracterizar la población a la que debe apuntar, contando con distintos
indicadores, índices y tasas, etc. Y el programa revisado en este trabajo es un ejemplo de
una forma estatal de gestionar un problema que afecta parte de la población, pero que
podría tener consecuencias para la totalidad de esta.
Pero también será con estas nuevas tecnologías que el Estado adquirirá nuevas
características, como lo es el racismo, el que, si bien existe desde mucho antes, en con esta
nueva forma se convierte en un mecanismo propio de Estado. El racismo se encargará de
generar fracturas al interior de la humanidad y de las poblaciones, la separación en razas,
disociaciones según diferencias, separando entre las aptas e inferiores, el racismo es
necesario para los Estados, ya que les ayuda a lograr justificar la muerte de los/as
enemigos/as, así “En la medida en que el Estado funciona en la modalidad del biopoder, su
función mortífera sólo puede ser asegurada por el racismo”(Foucault, 1976) Es justamente
el racismo quien le restituye el derecho soberano de matar, justificando las guerras, las
muertes, el rechazo y la exclusión de ciertos cuerpos, siempre con la idea latente de la
necesidad de defender la sociedad a la que se pertenece. He ahí donde radica su importancia
fundamental.
Comprendiendo que el consumo de este tipo de drogas está facilitado por las condiciones
del mercado -fácil acceso- y las condiciones legislativas del Estado – es legal su consumo-,
la monopolización por parte del Estado generaría distribución directa y racionalizada a la
población. Bajo esta medida, se podría generar un control del consumo, dado que el Estado
por su articulación con otras instituciones médicas cuenta con la información necesaria para
poder discriminar entre las personas con enfermedades que requieren este tipo de fármacos
para su tratamiento y quiénes no.
Finalmente, por medio de este dispositivo de gobierno sería posible conducir el actuar de la
población con enfermedades ligada a estos dos medicamentos señalados en un principio y
así también se restringirá el acceso a estos medicamentos de la población no enferma.
Bibliografía
Agamben, G. ¿Qué es un dispositivo? 2007, traducción de Roberto J. Fuentes
Rionda, revista Sociológica, año 26, número 73, pp. 249-264
Benjamin, W. (1989). Discursos interrumpidos I, Tesis sobre la historia. Argentina:
Taurus.