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¿Enseña la Biblia que están prohibidas


las transfusiones de sangre?

Una estudio serio sobre el delicado tema.

C. Vidal Manzanares

Nota previa: Lo que el autor, en su libro, ha escrito en forma de nota al pie de página, en esta edición se
encuentra entre [ ])

NOTA SOBRE LAS VERSIONES DEL TEXTO SAGRADO: A lo largo de la obra he utilizado con preferencia mi propia
traducción directa del griego para el Nuevo Testamento, y del hebreo y arameo para el Antiguo. En el primer caso
me he valido del Greek-English New Testament, de Nestlé y Aland, Editio XXVI, Stuttgart 1981, y en el segundo de
la Biblia Hebraica Stuttgartensia, Editio Minor, Stuttgart 1984. Cito también de las versiones prestigiosas de la Biblia
comunes en el mundo de habla hispana y de las propias ediciones de las sectas. Las siglas siguientes son las
utilizadas en relación con las diversas traducciones de la Biblia: VNM: Versión del Nuevo Mundo o Biblia de los
Testigos de Jehová; EP: La Santa Biblia, de Ediciones Paulinas; BJ: Biblia de Jerusalén; NC: Nácar Colunga;VP:
Versión Popular; VM: Versión Moderna; NBE: Nueva Biblia Española; RV: Reina-Valera. Cuando no se indica
referencia, la traducción es mía.

Quizá una de las características más dramáticas de la trayectoria histórica de las


sectas sea su desprecio por la existencia de sus adeptos. El miembro de la secta es
sólo una cosa, un ser susceptible de verse explotado o aprovechado en beneficio de la
secta, carente de derechos y de la tutela de alguien que busque su bien espiritual,
material y psicológico. Por esto no debería extrañarnos que la inmensa mayoría de las
sectas pretenda contar con conocimientos de medicina geniales y magníficos, que se
contradicen totalmente, por otra parte, con los más elementales de la medicina
moderna.

 Uno de estos ejemplos (por desgracia, no el único) lo constituye la actitud de los


Testigos de Jehová hacia las transfusiones de sangre. Estamos acostumbrados a
escuchar en los medios de comunicación las noticias de Testigos de Jehová que han
dejado morir a hijos u otros familiares por su empecinamiento en guardar una de las
doctrinas características de la secta: la prohibición de las transfusiones de sangre.

 Pero ¿qué base aducen los Testigos de Jehová para sustentar esta prohibición?
Sustancialmente, como veremos en el capítulo siguiente, su argumento arranca de la
torcida teología de los adventistas, pero llevado hasta sus últimas consecuencias. Se
puede resumir en los siguientes aspectos:
 1. La prohibición de tomar sangre es universal, puesto que se dictó a los propios
descendientes de Noé después del diluvio. Muestra de que sigue vigente es el hecho de
que todavía sale el arco iris (Gén 9,4 ss).

 2. Esta prohibición (que es universal) aparece recogida luego expresamente en la ley
del pueblo de Israel (Dt 12,23 ss, etcétera).

 3. Al concluir el dominio de la ley de Moisés sobre los cristianos, sin embargo, el
mandato sigue vigente, como se desprende de la orden apostólica del concilio de
Jerusalén (He 15,28-29).

 Pasemos, pues, ahora a examinar una tras otra las razones aducidas por los Testigos
de Jehová para permitir la muerte de seres inocentes.

 1. El pacto de Noé no prohíbe tomar sangre

 Los judíos de todos los tiempos han tenido siempre claro (algo que no les sucede ni a
adventistas ni a Testigos de Jehová) que el pacto concluido entre Dios y Noé y sus
descendientes no implicaba ni el sometimiento a la ley de Moisés (que es posterior) ni
tampoco un conjunto de reglas complicadas [ Para un examen del tema desde una
perspectiva judía, cf A. Cohen, Everyman's Talmud, N. York 1975, 61, 65 y 237.]. Este
pacto está formado por un mínimo de preceptos de no difícil cumplimiento, a los que
de manera natural se hallan sometidos los no-judíos hasta la llegada del Mesías. Para
los cristianos, pues, carecen de aplicación ya como principio moral. Pero, no obstante,
¿prohibió el pacto de Noé las transfusiones de sangre?

 La respuesta es un no radical. El versículo 4 en el que se señala que "la carne no ha


de ser comida con su alma, con su sangre", no fue ni es interpretado por los mismos
israelitas como una referencia a una prohibición de comer sangre para los no-judíos.
Lo que ahí se prohíbe es una conducta brutal con los animales: comerlos vivos cuando
en su interior está su alma todavía. Así era entendido por los judíos de la época de
Jesús (y muy anteriormente a él), puesto que el Talmud señala [Sanh, 56a] que el
mandato de Gén 9,4 se refiere a "devorar un miembro arrancado a un animal vivo".

 Es muy posible que el adepto que escuche este razonamiento (provisto del rigor de
siglos de historia, y no fruto, como el de su secta, de varias décadas de desvarío
exegético) se niegue a aceptarlo; sin embargo, si conociera la Biblia, bien sabría que la
ley de Moisés no ponía ningún reparo a que un no-judío tomara sangre, ya que aquél
no se hallaba sujeto más que a los mandatos del pacto con Noé.

 Un ejemplo claro de esto lo constituye lo que la ley de Moisés establecía al respecto.
En ésta se señalaba que todo animal debía ser desangrado en medio del pueblo de
Israel. Por ello, un animal que hubiera muerto sin ser sacrificado ritualmente no podía
ser comido por un israelita: no había sido desangrado, y le estaba vedado su consumo.
Pero ¿qué sucedía con el no-judío, que podía comer tranquilamente cualquier animal
con sangre? Veamos lo que dice la Biblia: "No comeréis ninguna bestia muerta. Se la
darás al forastero que habita en tu ciudad para que él la coma, o bien véndesela a un
extranjero" (Dt 14,21).

 La ley de Moisés resultaba así consecuente con el pacto de Noé: un no-judío podía
comer un animal con sangre. Para aceptar que los Testigos de Jehová tienen razón en
su interpretación del pasaje de Gén 9 tendríamos que aceptar que la Biblia se
contradice con él en Dt 14, 21; pero lo cierto es que al autor de estas líneas (y
supongo que al lector) le parece más verosímil aceptar el hecho de que la
interpretación de los Testigos de Jehová es errónea que la posibilidad de que la Biblia
se contradiga.

 Por último, digamos en relación con este pasaje, tan maltratado por la exégesis
absurda de la Watchtower, que el arco iris no es una señal de la universalidad de la
prohibición de sangre. El mismo texto del Génesis lo establece: "Establezco mi pacto
con vosotros y nunca más volverá a ser aniquilada toda carne por las aguas del diluvio,
ni existirá otro diluvio que aniquile la tierra" (Gén 9,11).

 Lo que Dios señala es que el arco iris es un recordatorio de que no habrá otro diluvio
provocado por él contra la humanidad; pero para nada se habla de una prohibición
universal de comer sangre, y no digamos ya de hacer transfusiones de ella.

 2. La ley de Moisés no es de aplicación para los cristianos

 Es cierto que la ley de Moisés prohibía el consumo de sangre para los hijos de Israel,
pero no para los no-judíos, como hemos tenido ocasión de ver. En todo caso, lo cierto
es que el Nuevo Testamento es terminante en su enseñanza de que no estamos bajo la
ley de Moisés [Un punto de vista opuesto a éste es el mantenido por los Adventistas
del Séptimo Día, que desde el surgimiento de la "autonombrada" profetisa Ellen White
insisten en que los cristianos se hallan bajo la obligación de cumplir con la ley de
Moisés. Como veremos en este apartado, tal obligación no existe; pero es que,
además, lo que los adventistas interpretan como cumplimiento de la ley de Moisés se
asemeja sólo lejanamente a ello y resultaría inaceptable para cualquier israelita
medianamente cumplidor de la misma.

Quizá el libro donde más claramente se desarrolla esta enseñanza sea la epístola de
san Pablo a los Gálatas. El apóstol se veía enfrentado a un grupo ultralegalista (muy
similar, por cierto, a los actuales adventistas), que, valiéndose de malas artes, estaba
enseñando a los cristianos no-judíos que debían someterse a toda la ley de Moisés si
deseaban ser cristianos. En suma, iban más allá de lo señalado en el pacto de Noé y de
lo enseñado por la Iglesia apostólica.

 Pablo reacciona de manera tajante y manifiesta que la ley de Moisés deja de cumplir
una misión tras la venida del mesías; que los cristianos, por lo tanto, no se hallan
sometidos a la misma. Dejémosle hablar a él: "Cristo nos rescató de la maldición de la
ley haciéndose maldición por nosotros" (Gál 3,13). "Entonces ¿cuál era la finalidad de
la ley? Fue añadida a causa de las transgresiones hasta que llegase la descendencia
(Cristo) a quien estaba destinada la promesa" (Gál 3,19). "La ley ha sido nuestro
pedagogo hasta que llegó Cristo, para ser justificados por la fe" (Gál 3,26).

 Pablo es claro y contundente: el cristiano no se halla sujeto a la ley de Moisés, sino


que obtiene su salvación al depositar su fe en Cristo. Ahora bien, esto resulta tan claro
que los mismos Testigos de Jehová lo reconocen: un cristiano no está bajo la ley de
Moisés, y por tanto no tiene obligación de someterse a ella. No podemos, pues,
justificar la prohibición de las transfusiones de sangre en la ley de Moisés.

 3. La Iglesia apostólica no enseñó una prohibición universal de tomar sangre


 Naturalmente, todo lo anterior no tiene una especial importancia para los Testigos de
Jehová, porque ellos están convencidos de que es el mismo Nuevo Testamento con
toda su autoridad apostólica el que señala de manera tajante la prohibición de dar o
recibir sangre en transfusión. El texto que se aduce al respecto es el de He 15, 28-29:
"Nos ha parecido bien al Espíritu Santo y a nosotros no imponeros más cargas que
estas mínimas: que os abstengáis de lo sacrificado a los ídolos, de la sangre, de los
animales estrangulados y de la impureza".

Olvidan los Testigos de Jehová al mencionar este pasaje el conocido adagio de que "un
texto sin contexto es sólo un pretexto"; y es que en él no se da una prohibición
universal para todos los creyentes, y menos de aceptar transfusiones de sangre.
Veamos, pues, el contexto de la controversia dirimida por el concilio de Jerusalén, y así
sabremos lo que los apóstoles decidieron y si esto es lo mismo que lo que enseña la
Sociedad Watchtower.

 San Lucas señala que el problema de fondo era la existencia de algunos ultralegalistas
que pretendían que los cristianos no-judíos debían circuncidarse y guardar toda la ley
de Moisés (He 15,1).

 Tal punto de vista provocó un enfrentamiento con Pablo y Bernabé, quienes, como
hemos visto, enseñaban que el cristiano no estaba sujeto a la ley de Moisés (He 15,
2a). Finalmente se optó por enviar a representantes de ambas posturas a Jerusalén
para que las expusieran ante los apóstoles y éstos tomaran una decisión (He 15, 2b).

 Parece ser que inicialmente el relato de los logros misioneros de Pablo inclinó la
balanza en favor de éste y que dio la impresión de que todo se solucionaría con
facilidad (He 15, 4). Pero en ese momento intervinieron algunos de la secta de los
fariseos y exigieron el cumplimiento de toda la ley por parte de los recién convertidos
al cristianismo (He 15, 5). El recurso a un concilio resultó así inevitable (He 15, 6).

 San Lucas ha recogido fundamentalmente dos de las intervenciones en aquel debate:


la de Pedro y la de Santiago. El primero (He 15, 7-11) apoyó resueltamente la
enseñanza de Pablo en el sentido de que la salvación no se obtenía por el
cumplimiento de la ley, sino por la fe en Cristo; y debió de causar una impresión tan
buena en el auditorio, que Pablo se animó a narrar cómo Dios había bendecido su
misión entre los no-judíos (He 15, 12).

 Al concluir Pablo, hizo su intervención Santiago (He 15, 13-21). Éste aceptaba lo
expuesto por Pedro y Pablo, e incluso citó algunos pasajes del Antiguo Testamento que
apoyaban tal tesis; pero insistió en que había un problema, no doctrinal, sino pastoral,
que estaba en el origen de aquella reunión y que debía ser solventado: ¿qué se hacía
con los cristianos no-judíos de Antioquía, Siria y Cilicia?

 En teoría cabían tres posibilidades. La primera hubiera sido obligarles a cumplir la ley
totalmente. Tal posibilidad resultaba inaceptable porque contradecía todo el testimonio
apostólico. La segunda era no obligarles a cumplir en absoluto la ley de Moisés. En
teoría, tal salida era coherente con lo señalado por los apóstoles, pero hubiera
producido un escándalo innecesario a los judíos (especialmente fariseos) que iban
aceptando a Jesús como mesías. Por ello se optó por una tercera posibilidad para ese
caso concreto: aceptar algunos aspectos de la ley mosaica -los mismos que se exigían
a los prosélitos-, a fin de evitar el escándalo de los ultralegalistas. Los creyentes no-
judíos de Antioquía, Siria y Cilicia (He 13, 23) deberían abstenerse de algunos
principios elementales: comer de lo sacrificado a los ídolos, comer alimentos no
desangrados, comer sangre y contraer matrimonios consanguíneos, de acuerdo con la
ley de Moisés [Es obvio que ése es el significado que tiene aquí el término porneia, que
hemos traducido, como la Biblia de Jerusalén, por "impureza", y no por "fornicación".
La razón fundamental para adoptar esta interpretación es de tipo histórico: el concilio
prohibía de acuerdo con las normas básicas para los prosélitos del judaísmo.].

 Ahora bien, no nos encontramos aquí con una enseñanza universal aplicable a todos
los creyentes, sino con una aplicación del principio de causar escándalo al hermano;
por lo tanto, el cristiano no está obligado a abstenerse de tomar sangre. Tal afirmación
se desprende, a nuestro juicio, de las siguientes razones:

 a) La prohibición de tomar sangre está limitada a los cristianos no-judíos de Antioquia,
Siria y Cilicia; así se establece taxativamente en el versículo 23 del capítulo 15, que la
Watchtower se guarda muy bien de citar. No hay referencia a que sea un mandato
universal y, desde luego, no volvió a repetirse en otras ocasiones.

 b) La Iglesia primitiva, para evitar escándalo, estuvo dispuesta a aceptar preceptos
que no le incumbían: así vemos en He 16, 1-3 que Pablo circuncidó a Timoteo para
evitar escándalo a los judíos. Demasiado sabía el apóstol que un cristiano no está
obligado a circuncidarse (Gál 5, 1-6), pero aceptó someterse a tal precepto para no
invalidar el testimonio evangélico.

 Otro ejemplo de este tipo se halla en He 21, 20-26. En este pasaje se nos narra cómo
Pablo al regresar a Jerusalén se encontró con una oposición considerable de sus
compatriotas. Santiago le aconsejó entonces que pagara el voto judío de unos jóvenes,
para no causar escándalo y no dañar el testimonio evangélico. Pablo lo aceptó, guiado
por el principio de no causar escándalo, aunque era bien consciente de que no existía
obligación preceptual de hacerlo.

 En todas estas conductas, pues, asistimos a un principio claro, expresado por Pablo
como nadie en el conocido pasaje de I Cor 9, 19-23, que merece la pena citar en su
totalidad: "Lo cierto es que, siendo libre, me he convertido en un esclavo de todos
para ganar al mayor número de personas. De cara a los judíos, me he hecho judío
para ganar a los judíos; de cara a los que están bajo la ley, como si estuviera bajo la
ley -aunque no lo estoy- a fin de ganar a los que se encuentran bajo la misma. De cara
a los que están sin ley, como si estuviera sin ley para ganar a los que están sin ley,
aunque yo no estoy sin ley de Dios, sino bajo la ley de Cristo. Me he convertido en
débil de cara a los débiles. Me he convertido en todo de cara a todos para salvar como
sea a algunos. Y todo esto lo hago por el evangelio, para participar de él".

 El principio no puede resultar más claro: lo importante es que la gente pueda conocer
a Jesús y salvarse. Si esto exigía pequeñas renuncias puntuales para evitar el
escándalo y así evitar que la gente no oyera el evangelio, bienvenidas. Quizá en
algunas Iglesias (como Antioquía, Siria y Cilicia para los no-judíos) hubiera que aceptar
abstenerse de sangre para no causar escándalo; en otros casos algún hermano tendría
que aceptar la circuncisión (como pasó con Timoteo) o bien consentir en ciertos ritos
judíos (como Pablo en Jerusalén) para no crear obstáculo al evangelio; pero de ello no
se desprendía que hubiera una obligación universal de seguir tal precepto. La única
obligación era no poner obstáculos por cuestiones secundarias en el camino de
aquellos a los que Cristo era anunciado.
 Los misioneros entre judíos, entre musulmanes o entre paganos saben hasta qué
punto esta táctica misionera era correcta. Un musulmán ante el que se comiera cerdo
o un judío ante el que se consumiera marisco no recibirían semejante actitud como un
anuncio de libertad, sino como un desprecio de su fe. Por lo tanto, el cristiano ante
ellos debería abstenerse de comer tales alimentos; y esto no por estar obligado a ello,
sino por amor al ser humano que quizá aún no oyó hablar de Cristo

 El autor de estas líneas ha tenido oportunidad de comer en varias ocasiones con
adventistas y Testigos de Jehová. Jamás ha utilizado tales oportunidades para
mostrarles su convicción de que no existe obligación de seguir la dieta pseudo-levítica
de los primeros o aceptar la prohibición de sangre de los segundos. Ha ceñido
gustosamente su manera de saciar el apetito a lo que pudiera ser aceptable para ellos,
precisamente en la esperanza de que lleguen a conocer a Jesús profundamente.

 c) Las prohibiciones contenidas en He 15, 28-29 no fueron aplicadas a otras Iglesias,
y por lo tanto ni tienen valor universal ni se nos aplican a nosotros.

 Que la tesis que hemos sostenido en las páginas anteriores es correcta viene
determinado de manera irrefutable por la enseñanza apostólica del primer siglo.

 En He 15, 28-29 se nos dice que los cristianos no-judíos de Antioquía, Siria y Cilicia no
debían comer lo sacrificado a los ídolos. Era un caso puntual, porque Pablo después
enseñó claramente que se podía comer de lo sacrificado a los ídolos (I Cor 8), pero
teniendo buen cuidado (una vez más) de no escandalizar a nadie.

 También en He 15, 28-29 se nos habla de la prohibición de comer lo estrangulado y la


sangre. Ahora bien, la enseñanza del apóstol con posterioridad es que se puede comer
de todo sin excepción, salvo la sangre, a condición de no causar escándalo: "Que nadie
procure su propio interés, sino el de los otros. Comed todo lo que se vende en el
mercado sin plantearos cuestiones de conciencia" (l Cor 10, 24-25).

 Personalmente, yo me siento más seguro siguiendo la enseñanza del apóstol que la de


la Watchtower.

 4. Conclusión

 A lo largo de las páginas precedentes hemos asistido a uno de los ejemplos más
lamentables de exégesis que podrían aducirse en relación con las sectas. Arrancando
de un texto que no enseña lo que pretende la Watchtower (Gén 9), de otros que la
misma Watchtower reconoce que no tienen aplicación para los cristianos (los
referentes a la ley de Moisés) y de uno absolutamente descontextuado y privado de su
trasfondo global en el Nuevo Testamento (He 15), las autoridades de esta secta se
han hecho responsables de la muerte inocente de docenas de seres humanos.
Quizá eso sea una prueba más de que la teología nunca es neutral en sus
consecuencias, y también de que las primeras víctimas de las sectas son sus propios
adeptos. Y ¿acaso aquel que haya perdido un cónyuge, un padre, un hijo, un ser
querido, por obedecer irreflexivamente a la teología de la secta y por no examinar con
seriedad lo que enseña la Biblia lo recuperará de manos de la Watchtower? Inútil es
decir que no. Sólo lo habrá sacrificado a los apetitos de poder y dominación de una
multinacional de la religión carente de escrúpulos.

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