Вы находитесь на странице: 1из 92

EL FRUTO DE TUS ENTRAÑAS

(Nelly Astelli H.)

PRESENTACIÓN

Este es un libro impresionante.


Ante todo, impresiona palpar a través de muchos testimonios muy
francos, la magnitud del sufrimiento en tantas vidas aparentemente
normales.
Quizás algunos de esos testimonios pueda despertar nuestro sentido
crítico y parecernos poco verosímiles, pero unos testimonios refuerzan a
otros y el conjunto es convincente. Llegamos a esta conclusión: estamos
rodeados de mucho más sufrimiento de lo que sospechábamos. Además
impresiona caer en la cuenta de que este sufrimiento se origina en el
vientre materno, cuando la creatura es indefensa  e irresponsable de
cualquier error o pecado propio.
Pero también impresiona constatar a través de esos mismos testimonios,
que ese sufrimiento ha tenido solución. Como decía Tomás Moro, el
canciller mártir: “La tierra no contiene ningún mal que el cielo no pueda
remediar”. Este libro nos muestra el camino de sanación.
Podemos, pues, deducir que esta obra será lectura provechosa para
educadores de párvulos, maestros, servidores sociales, sicólogos,
siquiatras, médicos…; en resumen para todos los que trabajan con niños
y jóvenes, con matrimonios jóvenes y con otros no tan jóvenes.
Conozco a la autora, Nelly Astelli, desde ya varios años. Si ella ha podido
escribir este libro tan impresionante, se ha debido a que ella conoce bien
estos caminos de sufrimiento y de sanación. Ha recorrido éstos ella
misma y ha a acompañado a otros en sus recorridos. Ha presenciado
transformaciones sorprendentes.
A estas experiencias propias y ajenas, añade Nelly, una visión de fe, una
vida espiritual intensa, una sensibilidad muy fina y una gran claridad
mental: fruto de su inteligencia y de sus estudios filosóficos y teológicos.
Basta lo dicho para [que] el lector se adentre confiadamente en este
libro. Al entrar en contacto con las experiencias de otros, descubrirá en sí
mismo profundidades insospechadas. También verá abiertos los caminos
de salvación.

P. Carlos Aldunate, S.J.

“Porque Tú mis riñones has formado,


me has formado en el vientre de mi madre;
yo te doy gracias por tantas maravillas:
prodigioso soy, prodigio son tus obras.
Mí alma conocías cabalmente
y mis huesos no se [te] ocultaban,
cuando yo era formado en lo secreto,
tejido en las honduras de la tierra
(Sal 139 (138), 13-15).

INTRODUCCIÓN
Entrar en la sanación intrauterina no es fácil, por más que tratemos de
dar todos los testimonios, la complejidad y lo vasto del tema nos pondrá
frente a muchas interrogantes; pero Dios es sanador de toda nuestra
persona y no va a dejar ninguna área sin tocar, en un delicado deseo de
transformar al hombre y alzarlo a la categoría divina, que es lo propio
para cada cristiano que recibió a Jesucristo como Salvador; y lo que
Jesucristo ganó para cada uno de nosotros con su obediencia al Padre.
Antes de introducirnos en este libro, queremos citar lo que nos dice San
Pablo en 1Cor 2, 12-16:

“Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que


viene de Dios, para conocer las gracias que Dios nos ha otorgado, de las
cuales también hablamos no con palabras aprendidas de sabiduría, sino
aprendidas del Espíritu expresando realidades espirituales en término
espirituales. El hombre naturalmente  (el hombre síquico) no capta las
cosas del Espíritu de Dios; son necedad para él. Y no las puede conocer
pues solo espiritualmente pueden ser juzgadas. En cambio, el hombre de
espíritu lo juzga todo, y a Él nadie puedo juzgarlo. Porque, ¿quién
conoció la mente del Señor para instruirlo? Pero nosotros tenemos la
mente en Cristo”.

Efectivamente, en nuestro crecimiento espiritual, que es siempre


profundizar nuestra relación con Dios; en un momento determinado la
luz divina nos va a poner frente a nuestro Creador y la co-creatividad del
hombre para restaurarla en todo lo que pueda obstaculizar la
familiaridad con la Paternidad de Dios y el lugar del hombre como
creatura dentro del universo. Y esto no es ante todo un develar síquico
partiendo del hombre, sino una revelación espiritual por parte de Dios y
que opera en todo el ser del hombre desatando su espíritu, su alma y su
cuerpo y poniéndolo de pie para que pueda responder al amor del Padre y
al amor del prójimo.
No debemos olvidar tampoco que:

“La Palabra… no nació de sangre, ni de deseo de hombre, sino que nació


de Dios, y La Palabra se hizo carne y puso su morada entre nosotros…”
(Jn 1, 13-14).

Si reflexionamos sobre el plan de Dios para rescatar al hombre,


irremediablemente somos sobrepasados por la locura incomprensible de
un Dios que nos ama sin medida, capaz de crear una madre de Dios y
engendrar un Hombre-Dios a través del Espíritu Santo.
El Padre en su humildad quiso someter a su Hijo a la limitación humana y
a nacer como cualquiera de nosotros de un vientre de mujer, una sencilla
y dulce muchachita hebrea de menos de 16 años, capaz de decir sí a Dios
de una manera radical, porque su libertad crística no estaba trabada por
el pecado original; pero no por eso la audacia de su sí deja de ser el
estallido que abre la puerta a una humanidad nueva.
El camino de la liberación del hombre desde su concepción, comenzó
cuando el Salvador por la gracia del Espíritu Santo se alojó en el vientre
de María; y desde entonces podemos renacer desde lo alto:

“…En verdad, en verdad te digo: El que no nazca del agua y de espíritu


no puede entrar en el Reino de Dios. Lo nacido de la carne es carne; lo
nacido del Espíritu, es espíritu”
(Jn 3, 5-6).

Llegamos a la vida como deseo del hombre, de la carne o no deseados;


como accidentes o productos de violación o manipulación genética, etc.
Todo parece un cuadro caótico donde el hombre se olvidó que era
creatura y co-creador; y engendra de manera irresponsable, muchas
veces interesado solo en la satisfacción de su pasión; pero gracias sean
dadas al Padre que tenemos un Salvador, un Salvador que nos dice:

“No necesitan médico los que están fuertes, sino los que están mal”
(Mt 9, 12);

y estamos mal desde nuestra concepción, porque Cristo no es el centro


de nuestro hogar, porque la pareja humana no puso a Cristo en el centro
de su matrimonio, sino que en su ingenua ilusión pensaron que cada uno
podía llenar las necesidades afectivas del otro y se olvidaron de sus
limitaciones de simples creaturas; y de repente se agotó el amor que los
unió y el matrimonio terminó en divorcio, o bien, en una rutina que se
arrastra entre malas palabras y adulterios. El único que es capaz de hacer
el amor nuevo e inagotable es Jesús; y esta no es una frase para el
bronce, sino una realidad para cada cristiano que debe vivir de Cristo
resucitado en todas las cosas.
Ese pequeño ser que se desarrolla en el seno materno, a veces como un
huésped indeseado, agredido por maniobras abortivas, va desarrollando
elecciones de muerte, adaptaciones o mecanismos de defensa que le van
ayudando a sobrevivir a la agresión. Nace a un mundo ya contrahecho
por el pecado, la herencia y los que dijeron no a la vida. Recibe el
Bautismo como un rito más que le impone la familia donde no se valoriza
el Sacramento y toda la presencia del Espíritu del Señor, sino la fiesta; así
el pequeño ser se va adaptando al medio donde le toca vivir. Sí bien es
cierto que un siquiatra nos puede decir que para él lo que nosotros
llamamos elecciones de muerte son elecciones de vida, porque permiten
al ser humano resistir frente a la dureza del medio ambiente; para
nosotros en el plano espiritual son fuerzas de muerte que nos separan de
la paternidad de un Dios que es amor. No es fácil salir de esas elecciones
de muerte, pero una vez que nos encontramos con Cristo vivo, que
tocamos el poder de su Resurrección, nosotros como cristianos no
necesitamos sobrevivir sino vivir. No necesitamos más ya las máscaras
de los mecanismos, ya que Jesús vino para que tuviéramos vida en
abundancia.
Estar sin máscaras delante de Dios y de los otros, es entrar en un proceso
de restauración y en “el dejarse hacer por Dios”; en otras palabras,
comenzar a caminar según la pedagogía de Dios que quiere educar a su
pueblo y hacer de nosotros verdaderos administradores de las riquezas
del Reino.
Soy hijo de Dios antes que hijo de mis padres, y para comenzar a asumir
esta identidad desde lo alto, se necesita cortar muchos cordones
umbilicales y ataduras que nos esclavizan y detienen en el crecimiento
no solo espiritual, sino que también en el plano psíquico y físico.
Habíamos comenzado en la Renovación esta aventura de la sanación
interior desde el momento del nacimiento, habían lindos frutos de
conversión y sanación, pero faltaba tal vez la etapa más importante de
nuestra vida en esa oración: la vida intrauterina. ¿Cómo explicar lo
inexplicable al hombre síquico? Pero el hombre espiritual tendrá que
asumir desde ahora un camino místico que lo lleve de revelación en
revelación a vivir y a comprender, a través de la oración los misterios de
Dios y del hombre, que lo debe conducir a reposar en el corazón del
Padre y terminar con la búsqueda de cisternas agrietadas que no
contienen el agua de vida.
¿Quién tiene los planos de la creatura? el Creador. ¿Quién puede revelar
la creatura al hombre? el Creador. Si me dejo llevar por la docilidad del
Espíritu, Él nos va a conducir y nos ha conducido por rutas que exigen de
nuestra parte de una purificación en nuestra vida espiritual y personal;
para ser como una lámpara de bolsillo que, a través de la luz divina nos
hace prestar una ayuda que es iniciativa de Dios y que nos da la fuerza
para entrar en el infierno de los otros; porque nuestros propios infiernos
han sido convertidos en paraísos, gracias a la fidelidad de un Padre que
no cesa de amar.

NELLY ASTELLI H.

CAPÍTULO   I

“GUIADOS POR EL ESPÍRITU SANTO”.

No vamos en redundar en contar la historia del Pentecostés que cayó


sobre la Iglesia Católica en pleno siglo XX, cuyas consecuencias aun
perduran en casi todos los rincones del universo. “Él os bautizará en
Espíritu Santo y en fuego” y comenzaron a nacer los grupos de oración
carismática y a revivir el bautismo. No sabíamos de los efectos del
Espíritu Santo, pocos católicos podíamos decir que habíamos vivido la
experiencia que el Espíritu Santo fuera Persona. Y comenzaron a suceder
cosas que asustaban a los párrocos y a los obispos; y a utilizarse un
lenguaje que hacía que muchos católicos tradicionales se ahogaran y se
les atravesara la palabra en la garganta antes de abrir los labios.
La frase más difícil de evacuar del terreno carismático es sin duda: “El
Señor me dijo”; pero donde se iba más lejos aun era en el sentido de
hablar de “heridas”, de sanación, de perdón, etc.
El descubrimiento más estremecedor para los católicos que estábamos
dormidos, fue constatar un día que “Jesús está vivo”.

“Yo Soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob. No es un


Dios de muertos, sino de vivos”
(Mt 22, 32).

Otra experiencia trascendental para cada uno de nosotros es descubrir


que es un Dios que nos ama, que ese amor es algo bien concreto; que
puede llenar todo y cambiar toda nuestra vida. Sin embargo, como
creaturas que somos, con nuestras limitaciones no podemos comprender
este acercamiento de Dios, “más cercano que un bebé de su mamá”; y
este deseo de transformarnos en nuevas creaturas. La acción de Dios nos
va a sobrepasar, y naturalmente nosotros ¿vamos a llegar tan fácilmente
a la luz? De ninguna manera, nuestra gran trampa es la perfección de las
facultades con las cuales Dios nos dotó: inteligencia, memoria, voluntad,
etc.
No miremos la sanación divina como algo fuera de lo ordinario, sino
como un camino necesario en la profundidad de la conversión y que no
debe ser ajeno a ningún cristiano de hoy; es la pedagogía de Dios para su
pueblo elegido y que nos permitirá aquí en la tierra, la armonía, la
comprensión y la aceptación del otro tal como es y saber que somos
salvados para la eternidad del Reino.
Entramos a un grupo de oración, pero no sabíamos como orar, no
conocíamos la fuerza de los sacramentos; y ni siquiera éramos
comprometidos con la Iglesia. Algunos vinieron al grupo, porque oyeron
hablar que había sanaciones espectaculares, y ya avanzados en el
mercado de consumo, nos acercamos con nuestros sufrimientos como
manipuladores de Dios: “necesito que me sane”. Hay infinitos pedidos
que hacerle, pero no conocemos la manera de actuar del Señor,
ignoramos lo que va a tocar y cómo lo va a hacer; pero hay algo que
podemos afirmar: “Dios antes de reedificarnos, necesita poner las bases,
que aprendamos a orar; a alabar, que tomemos contacto con su Palabra,
que hagamos una elección fundamental por Él.
Somos la obra maestra de Dios, nos ha hecho con delicadeza y amor; por
tanto, va a tomar todo el tiempo necesario para reedificarnos, trabajo en
el cual nosotros debemos colaborar.
Como esta restauración es iniciativa del Señor, Él puede comenzar por la
parte de nuestra historia que considere conveniente, y así por ejemplo,
puede comenzar por el período de la adolescencia antes de llevarnos al
período intrauterino; o bien, comenzar por el período intrauterino para
llevarnos al período del matrimonio.
La pedagogía de Dios nos puede conducir a una desestabilización, por
tanto, es importante que seamos personas de oración y contemos con el
acompañamiento de alguien que conozca la sanación interior. El hombre
viejo “que se corrompe siguiendo las seducciones de las concupiscencias”
lo conocemos, lo cultivamos; pero “el hombre nuevo, creado según Dios
en la justicia y santidad de la verdad” (cf Ef 4, 22-24) no lo conocemos;
es la aventura que tiene que recibirse todos los días. Es la apertura al
amor crístico que nos va a llevar a aceptar nuestra vulnerabilidad, porque
hemos conocido íntimamente que tenemos un Salvador.
Nos es fácil comenzar el éxodo de todo lo que somos y hemos construido
en un afán de hacer realidad lo que se cree la felicidad con los valores
que me hacen aceptable en la sociedad de hoy: riqueza, juventud y
belleza.
Cuando somos esa lámpara apagada y a veces acorralados en un callejón
sin salida, de pronto somos rescatados por la conversión y el Espíritu
Santo; a querer racionalizar y explicar humanamente algo que debe ser
discernido a través de la oración y de la Palabra de Dios, y asumido
naturalmente en nuestra vida cotidiana.
Es necesario que esa irrupción de Dios en nuestra vida a través del
Espíritu Santo ponga un orden en nuestra existencia, que nos sane y nos
haga renacer del deseo de Nuestro Creador.
Puede haber muchas sanaciones sobre la sanación divina; pero para cada
cristiano que vive su fe hay una sola meta a alcanzar y llegaremos a ella
aquí o en la vida eterna:

“al estado del hombre perfecto, a la madurez de la plenitud de Cristo”


(Ef 4, 13).

Por tanto,

“crezcamos en todo Aquel que es la Cabeza, Cristo”


(Ef 4, 15).

Entrar en la sanación interior, es entrar en la pedagogía de Dios; El


necesita educarnos para que comprendamos lo que significa ser co-
herederos con Cristo ahora, para abrirnos a los misterios del Reino ahora.
Si no fuésemos educados, restaurados, sería como poner “el vino nuevo
en pellejos viejos”.
El Señor va a seguir con cada uno una pedagogía especial. No olvidemos
que “somos únicos”. Jesús va a ordenar nuestra vida desde el momento
de nuestra concepción hasta la edad que tenemos en la actualidad. Es
iniciativa suya comenzar por aquello que está preparado para sanar; lo
importante es que Él tiene los hilos de nuestra historia.
La dificultad que tenemos cada uno de nosotros con este quehacer de
Dios, es que es duro “dejarse hacer”, aceptar y comprender este “dejarse
hacer”. Dios es nuestro Creador, Él tiene los planos de la creatura y, por
tanto, el único que puede restaurar en profundidad sin dejar cicatrices
que puedan reabrirse.
Sabemos bien que los años que más nos marcan, son aquellos que van
desde nuestra concepción hasta los diez años, es natural, somos
inocentes, ingenuos; todo lo creemos y no sometemos nada a juicio hasta
que nos sentimos agredidos en nuestra confianza y traicionados en el
amor, es entonces cuando comenzamos a secretar amargos mecanismos
de defensa y a registrar los secretos de nuestra historia en forma torcida
e interesada, que más tarde va a resentir dolorosamente nuestro futuro,
inclinándose a falsas motivaciones y a elecciones equivocadas.
Necesitamos releer nuestra historia a la luz de Jesucristo Nuestro Señor;
poder mirar con Él los hechos traumáticos que nos han marcado y que
han influido en nuestra manera de mirar, de escuchar, de oler, de gustar
o de tocar. Debemos experimentar verdaderamente la libertad de Hijos
de Dios. Pero todos los caminos [que] conducen a una paz real y a una
alegre felicidad, no están exentos de dificultades, de durezas; de miedos,
de cobardías y de tropezones. ¿Querría Dios colocarnos trampas para que
no comenzara a iluminar todos aquellos sectores de nuestra vida que
permanecían oscuros en nuestros inconscientes y que son los enemigos
solapados que surgen como un terremoto en medio de nuestras
tendencias torcidas.
¿Cómo llegué a ser herido de esa manera? Algunas personas ni siquiera
lo sospechan, jamás se han sometido a una terapia sicológica, saben
solamente que sufren y no saben dónde recurrir. En última instancia,
llegan a los grupos de oración donde los equipos de servicio les ofrecen
orar por ellas. Así fue como comenzó todo, orando por la paz de las
personas en el nombre del Señor Jesucristo.
Al comienzo había muchas sanaciones físicas comprobadas por los
médicos, pero no tomamos en cuenta que eran signos para hacernos
avanzar en la conversión y en la fe; no solo a los que oraban por los
enfermos, sino también para los que sanaban. Era como un punto de
partida en la transformación que comienza el Espíritu Santo; pero
nosotros como instrumentos de sanación nos quedamos un buen tiempo
estancados en la sanación física. La mayoría de éstos, sanados
físicamente; no solo no se quedaban  en los grupos de oración, sino que
tampoco concurrían a la Iglesia. Algunos volvieron con recaídas físicas
peores y fue entonces cuando nos comenzamos a preguntar cuál era la
causa y qué estábamos haciendo mal. Sabíamos que el Señor no quería
que nos desanimáramos, sino que aprendiéramos a colaborar en la
sanación de su pueblo. Nos dimos cuenta de que orábamos por los
síntomas y no por las raíces que eran causantes de los males.
¿Hasta dónde nos va a conducir el Espíritu Santo en la sanación interior?
Hay algunos aspectos de los que estamos seguros: primeramente, que la
sanación es un largo proceso que terminará con la sanación que es la
resurrección y segundo, el Señor nos lleva por un camino de
reconciliación con nuestra vida tal como ha sido hasta darnos la
capacidad de poder poner nuestra historia en su gloria. En otras
palabras, seguiremos sanando, pero habremos entendido y aceptado la
pedagogía de Dios tal como entraron [en ella]  los profetas, los apóstoles
y los santos. No olvidemos que el Señor quiere hacer de nosotros un
pueblo de santos y mientras más nos “dejemos hacer” por el Espíritu
Santo, más cerca estaremos del deseo de Dios.
Más del 80% de las enfermedades funcionales son psicosomáticas y de
ahí que es importante descubrir la raíz que originó el problema físico, que
la persona vea la responsabilidad que tiene su elección de muerte.
Veamos un testimonio al respecto:

F. tenía 24 años cuando vino a un retiro de sanación y crecimiento, la


afectaba una enfermedad incurable llamada miastenia.
Una palabra de conocimiento abrió el camino de su sanación: “El Señor
me muestra una niñita que se está quemando con aceite hirviendo, el
Señor quiere sanarla”.
Y F. nos cuenta:

“Cuando tenía un año de edad se cayó una taza de aceite hirviendo sobre
mí cara y todo el pecho, gracias a Dios no quedaron cicatrices físicas en
el cuello ni en la cara.
A los veintitrés años, los médicos me diagnosticaron una enfermedad que
se llama miastenia, producida según ellos por la glándula del timo que se
niega a atrofiarse.  Pues bien, ésta está situada en el pecho y es la
glándula del crecimiento, la cual debe atrofiarse entre los 15 y 16 años;
pero [en] mi caso no sucedió así.
En el retiro, el Señor me mostró que la raíz de mi enfermedad estaba en
el trauma que me causó la quemadura con aceite hirviendo y que yo elegí
no dejar de crecer jamás para que nunca me pasara un accidente
semejante”.

Dentro de la sanación divina, necesitamos también tomar en cuenta la


antropología revelada. San Pablo compara la estructura del hombre con
la de un vaso de greda que contiene la luz del conocimiento de Cristo (cf
1Cor 4, 6-7). El cuerpo y el alma serían el vaso de greda; el espíritu, la
capacidad del vaso que recibe el Espíritu de Dios.
Podemos decir con certeza que hay una unidad muy profunda en nuestra
estructura, y por tanto, no podemos privilegiar una parte de nuestro ser;
sin menoscabar las otras. Cuando recibimos el Bautismo somos una
“nueva creatura”, cuando renovamos el Bautismo somos una “nueva
creatura”; pero nuestras facultades, nuestros comportamientos, nuestro
psiquismo y nuestro cuerpo necesitan ser evangelizados.
En la sanación interior, Dios desea armonizar todo nuestro ser,
reconciliarnos con nuestra historia, y esto lo va a ir haciendo
progresivamente respetando nuestra personalidad, educación, cultura,
medio social, etc.; introduciéndonos en un camino de gracia que nos
llevará a una familiaridad con el Padre.
Otro aspecto del ser humano que debemos tomar en cuenta es la
complejidad de la memoria, lugar donde guardamos registros de nuestra
historia.
Situamos como lugar privilegiado de la memoria el cerebro; sin embargo,
podemos decir que la memoria está inscrita en todo nuestro ser, y que lo
que hace largo y difícil el proceso de sanación interior son sin duda
alguna los niveles de la memoria: auditivo, visual, olfativo, gustativo y
táctil. En una herida puede haber dos o más niveles comprometidos, y es
necesario que a través de una oración fiel permitamos que la gracia del
Señor nos restaure. La convalecencia de la memoria y el nuevo
comportamiento que debemos pedir a Jesús toma su tiempo y solo
cuando nos enfrentamos con situaciones parecidas o que nos pueden
relacionar con la causa del trauma, nos damos cuenta de la profundidad
con la que trabajó el Señor.
Veamos un testimonio:
“M.A., había visto caer a su hermano menor a la piscina, paralizada por
los nervios solo atinaba a reírse en forma histérica. Al escuchar la risa su
madre salió al patio, el tiempo justo para salvar a su hijo de ahogarse.
M.A. fue castigada con una bofetada y recriminada como una hermana
malvada que [se] gozaba con la situación de su hermano; fue encerrada
en su habitación hasta que la familia consideró que había purgado su
falta.
En esa época M.A. tenía 5 años y su hermano 3 años. M.A. odiaba el agua,
no le gustaba bañarse en la piscina y tenía una marcada aversión por su
hermano menor. Fue solamente a la edad de 25 años que M.A. hizo el
retiro de sanación y el Señor le mostró una herida causada a los 5 años;
la culpabilidad que su familia puso sobre sus espaldas, la memoria visual,
auditiva y táctil herida por el suceso, y comenzó a perdonar con una
oración de fidelidad.
A los seis meses, se sorprendió de los deseos que tenía de darse un
chapuzón en la piscina y más aun cuando comenzó a ver cualidades en su
hermano que antes le pasaban inadvertidas. M.A. entraba dulcemente en
el camino de la reconciliación”.

“LA SANACIÓN INTRAUTERINA”.

Mucho se ha hablado de la sanación de la memoria y de los recuerdos,


hay varios libros al respecto; pero de lo que se sabe poco es de la
sanación divina intrauterina.
Para el mundo de la medicina y de la psiquiatría ya no es una novedad la
importancia del período de desarrollo fetal. Los bebés sienten, piensan y
hacen elecciones de vida o de muerte ya desde el seno materno.
En los Estados Unidos, el doctor René Van De Carr, creó una Universidad
Prenatal en la ciudad de Harvard. El programa nació cuando una de sus
pacientes le contó al médico que ella y su esposo jugaban con el niño
muchos meses antes de su nacimiento, ellos daban golpes en
determinados lugares del vientre y el niño les contestaba desde dentro.
Van de Carr, tomó en serio el relato y comenzó a investigar y a
experimentar. Actualmente, van a la universidad innumerables niños en
vías de gestación. Se comprobó que esos niños tenían un buen desarrollo
intelectual, eran más reflexivos, menos odiosos, son listos y sociables; su
desarrollo es comparable a un niño dos años mayor. En el proceso de la
espera del hijo, se incorpora también al padre como factor importante en
el desarrollo del bebé.
Sí eso puede pasar a nivel humano, ¿qué puede suceder cuando oramos
por un niño desde el momento de su concepción? Podemos decir que ya
hay “muchos bebés carismáticos” que se desarrollan en plenitud, sanos y
sin inteligencia atada; que a veces son difíciles de manejar,  porque los
padres no están preparados frente a estos superbebés y siguen
ejerciendo su posesividad como si se tratara de niños corrientes.
¿Qué se puede hacer frente a personas ya mayores que se arrastran con
el deseo de no vivir o con ira de tener que vivir? Es necesario examinar
con el Señor el desarrollo fetal en búsqueda de la causa de esa elección
de muerte.
Dios ha dado al hombre el regalo de la co-creatividad, pero como todo lo
que es don gratuito es una perla que el hombre no sabe apreciar y ha
puesto las manos sobre él y ha torcido el Plan de Dios. Necesitamos que
el cristiano vuelva a una co-creatividad responsable con el Creador y así
se engendrarán niños sanos, llenos de vida, sin la inteligencia atada ni
una emotividad dañada a causa del rechazo; la ebriedad, las drogas, la
violencia hogareña, el aborto fallido, etc.
Desde el momento en que somos concebidos estamos condicionados por
muchos factores externos a nosotros. El corazón de nuestra madre es
como una fuente vital para nosotros, absorbemos los deseos maternales,
sus pensamientos; su rechazo, su posesividad, etc. Todo eso va
enmarcando nuestra “libertad crística”, la que comenzamos a ejercer
ciegamente desde el seno materno; pero con decisión.

Veamos un  ejemplo en el caso de E.:

“Su madre utilizaba un método anticonceptivo, según su obstetra


infalible. A pesar de todo, E. fue concebida,  su llegada fue considerada
como un “accidente” una especie de terremotos que derribó muchos
proyectos de sus padres.  E. comienza a desarrollarse en el seno materno
como un huésped no deseado, más bien tolerada. La madre presa de
victimismo, siente la llegada de ese nuevo ser como una maldición. Había
ya dos hijos, de 7 y de 5 años y los padres no deseaban más hijos”.

¿Cómo reacciona el feto? Con violencia: lo rechazan y él también


rechaza; no quiere nacer, se siente amenazado y cuando nace tampoco
da facilidades.
E. nació con el cordón umbilical dos veces envuelto en el cuello y solo la
pericia y la experiencia del ginecólogo logró salvarla. Ya nacida se negó a
alimentarse de la leche materna, signo que marca a los bebés que son
rechazados.
Estamos aquí frente a lo que podríamos llamar herida de “no ser”, no solo
hay un rechazo y no aceptación de la vida, sino que no se quiere ser. El
problema de estas personas es antes que nada con Dios. Su combate es
con Él, su pregunta incesante es: -¿por qué me creaste?- ¡yo no te pedí
que me dieras la vida!; y pueden pasar toda su vida buscando la razón: -
¿por qué existo?- ¿cuál es mi identidad? No se sienten bien en ningún
lugar, son agresivos y rechazan antes de ser rechazados.
En todo rechazo o trauma en el desarrollo fetal se toca profundamente
nuestra libertad crística.

CAPÍTULO II

“LA LIBERTAD CRÍSTICA”.

Encontrándonos con una antropología revelada tripartita: Espíritu, alma y


cuerpo; viendo además que el pueblo hebreo situaba el centro de la
personalidad en el corazón, es natural que el problema de la libertad del
hombre no sea algo tan simple.
El hombre está llamado a desarrollar y hacer crecer la dimensión de “hijo
de Dios”, y en esa expresión “hijo de Dios”, hay algo más que la libertad
psicológica, esa capacidad de mi razón que me permite elegir entre
blanco y negro, entre viajar o quedarme en un lugar determinado. Si la
libertad con que nos dotó Dios al crearnos, la comprendemos solo en este
nivel, sería una pobre libertad la que poseeríamos. ¿Qué libertad
poseemos entonces? Una libertad crística, completa, inscrita en todo
nuestro ser.
Consideremos dos aspectos en nosotros como creaturas:

   a) Somos creados a imagen y semejanza de Dios; la libertad es un


        atributo de Dios; decir que no somos libres es negar el atributo
        que más me asemeja a Dios.

   b) Jesucristo es el primogénito.

“Todo fue creado por El y para Él”


(Col 1, 16)

y como co-herederos del Reino con Él, participamos de la libertad;

“Si pues, el Hijo os da la libertad, seréis realmente libres”


(Jn 8, 36).

Con Él también participamos del amor, la paz, la inteligencia, etc. La


libertad crística es una experiencia que debe hacer cada uno de nosotros
cuando ha descubierto y aceptado la gozosa dependencia de Dios.
A medida que progresamos en una conversión continua, y que Cristo se
transforma en el centro de nuestra vida, el crecimiento espiritual aspira a
esa libertad que no conoce; pero que intuye. Esa libertad crística se va
desatando ayudada por la sanación interior, los sacramentos, la
adoración, la oración personal y comunitaria; y todo aquello de que
podemos disponer en la Iglesia. Si de algo podemos estar seguros, es de
que el Padre quiere y desea ver esa libertad en sus hijos, tal como la
ejerció Jesús mientras estuvo en la tierra, en un mundo donde debió
relacionarse con el otro; lo hizo con respeto, delicadeza, conservando
siempre su independencia frente a amigos, mujeres, poderes públicos y
religiosos; porque su fuente de referencia fue la dependencia de la
voluntad del Padre.

¿EN QUÉ CONSISTE LA LIBERTAD CRÍSITCA?

“En Deut 30, 15 leemos:

“Mira, Yo pongo hoy ante ti vida y felicidad, muerte y desgracia”

Y en 30, 19:
“te pongo delante vida o muerte, bendición o maldición. Escoge la vida,
para que vivas tú y tu descendencia”:

En Eclesiástico, encontramos otro pasaje sobre la libertad humana:

“El fue quien al principio hizo al hombre y lo dejó en manos de su propio


albedrío. Si tú quieres, guardarás los mandamientos para permanecer fiel
a su beneplácito”,
“El te ha puesto fuego y agua, a donde quieras puedes llevar tu mano.
Ante los hombres la vida está y la muerte; lo que prefiera cada cual se le
dará”
(Sir 15, 14-17).

La consistencia de la libertad crística es elegir la vida, que es el don más


precioso para cada uno de nosotros, y por eso Dios nos dio los
mandamientos, que no deben ser considerados como un peso negativo
que cae sobre nuestras espaldas, sino como signos de amor que protegen
el don de la vida que Dios nos regaló.
Desde que somos una pequeña célula arrojada a la existencia nos
encontramos enfrentados a la antinomia vida-muerte, y como hijos de
Dios, tenemos una sola posibilidad de entrar en el camino de la voluntad
de Dios: elegir la vida.
Desde el momento en que hacemos elecciones de muerte, vamos
encadenando nuestra libertad, y nos convertimos en seres humanos
amargos, egoístas; frustrados, deprimidos, escondidos detrás de los
mecanismos que hemos construido para defendernos del otro. Desde que
estamos en la mano de Dios para irrumpir en la existencia ejercemos
esta libertad de manera ciega, pero no menos verdadera; porque desde el
primer instante somos la obra maestra de Dios, la cima de su creación,
nos ha puesto en el mundo como simples administradores y haciendo
elecciones de muerte y de independencia del Creador, perdemos la ruta,
labramos nuestra infelicidad y faltamos a la armonía del universo.
Dios corrió el riesgo de dotarnos con esta libertad, aun sabiendo que la
íbamos a utilizar mal, pero en su amor infinito quiso crear seres libres y
no marionetas.
Con esta libertad crística funcionó María, el ser humano más perfecto
después de la humanidad de Jesucristo, una libertad interior y una fuerza
que no fue absorbida por complejos, heridas o mecanismos de defensa.
En otras palabras, la libertad crística en potencia es la capacidad de
elegir la vida, toda la vida, que está en:

“conocer experimentalmente a Dios y el único camino a Él que es


Jesucristo”
(Jn 17, 3).

La libertad crística en acto o en ejercicio es haber elegido a Cristo y


seguir eligiéndolo cada día. Es entrar en la pedagogía de Dios y continuar
fiel a ella. Entonces estamos andando efectivamente en el camino de la
vida y de la verdad, en la luz, en la libertad de los hijos de Dios, optando
siempre por su voluntad.
La primera opción por la muerte puede ser en el primer momento de la
existencia en el seno materno, o más tarde cuando la creatura se siente
no deseada, o puede ser a los dos o tres años cuando el niño se siente
agredido por la llegada de un hermanito y desarrolla sentimientos de
inferioridad, timidez, retraimiento, etc.
Estas opciones posteriores no suelen ser tan radicales como las primeras,
pero pueden aparecer en las depresiones, anorexias, suicidios.

CAPÍTULO III

“EL PECADO ORIGINAL”

“De cualquier árbol del jardín puedes comer; mas del árbol de la ciencia
del bien y del mal no comerás, porque el día que comieres de él, morirás
sin remedio”
(Gen 2, 16-17).

Este es el mandamiento, pero ¿qué significa en relación con la vida que


es dada? En la benevolencia de Dios el don es primero, la vida es un don.
Si la vida es un don, la iniciativa del Padre va a ser poner todo lo
necesario para conservarla y protegerla; por lo tanto, el mandamiento no
solo es un signo de protección, sino también del amor del Creador por su
creatura.
En la nota a este versículo en la Biblia de Jerusalén, se dice:
“El conocimiento que Dios se reserva no es ni la omnisciencia, ni el
discernimiento moral, sino la facultad de decidir lo que es bueno o malo.
Al usurparlo el hombre reniega de su estado de creatura. Esta rebeldía
orgullosa contra Dios está expresada por la transgresión del precepto de
Yahvé acerca de la fruta prohibida”.
¿Cuál es la realidad que encontramos en los retiros ignacianos? El
hombre o la mujer que no acepta su lugar de creatura. Y sin embargo, es
nuestra realidad fundamental: somos seres creados. ¿No estamos aquí
palpando como con los dedos los efectos del pecado original?

Veamos un ejemplo:

“Al inicio del retiro no sentía nada, era como estar en una gran soledad;
fueron dos días de lucha conmigo para arrancar algo de Dios. En las
entrevistas se me daban los textos bíblicos, no sentía nada, me parecía
estar en un desierto, en una profunda oscuridad. Luego, comencé a
preguntar al Señor:

¿Señor, por qué no me dejo atrapar por Ti?

Leía los textos y no pasaba nada, de pronto al leer:

“Yo sabía que tú eres obstinado, que es tu cerviz una barra de hierro y tu
frente de bronce”.
Por eso te anuncio las cosas hace tiempo y antes de que ocurrieran te las
di a conocer no sea que dijeras: “Las hizo mi ídolo, mi estatua, mi imagen
fundida lo ordenó.

Tú has oído todo esto, ¿no vas a admitirlo? Ahora te hago saber cosas
nuevas, secretas, no sabidas, que han sido creadas ahora no hace
tiempo, de las que hasta ahora nada oíste, para que no puedas decir: ¡ya
lo sabía!

Ni las oíste, ni las hiciste, ni de antemano te fue abierto el oído, pues sé


muy bien que tú eres pérfido y se te llama rebelde desde el seno
materno. Por amor de mi nombre retardé mi cólera, a causa de mi
alabanza me contuve para no arrancarte. Mira que te he apurado, y no
había en ti plata, te he probado en el crisol de la desgracia. Por mí, por
mí, lo hago, pues ¿cómo mi nombre sería profanado? No cederé a otro mi
gloria”
(Is 48, 4-11).

Me di cuenta que era obstinada y muy rebelde, ya desde el seno de mi


madre, me había elegido a mi misma, mi yo era el ídolo que ocupaba
todo, no quería darle el lugar a nadie, no quería depender de nadie, ser
autónoma, no quería ser creatura, ni darle el primer lugar a Dios. Sentía
que su Palabra me golpeaba: “no daré a otro mi gloria”.
Me acosté, pero no me podía quedar dormida, estaba muy inquieta, me
movía de un lugar a otro; y de pronto vi sobre mi cuerpo un gran YO
escrito, que empezaba desde mi cabeza hasta la punta de mis pies, y al
instante sentí que este mi yo era mi todo y que ocupaba el centro de mi
ser; y vi toda la dedicación que le daba a mi cabello, mis ojos, mi
preocupación por la ropa, el afán de querer lucir mejor que los demás; y
todo eso era mi Señor y no Dios, me sentí llena de angustia.
Cuando llegó el momento de contemplar la Pasión del Señor, le pedí que
tomara mi yo que ocupaba todo y no me permitía sentirme su creatura y
tener la necesidad de su amor paternal; pero me comenzó una gran
angustia nuevamente, pero en la oración compartida al contemplar el
episodio de la negación de Pedro, sentí que mi corazón se partía de dolor,
fue entonces que comprendí todo el peso de mi pecado, y de mi
negación”.

Dios había proyectado un plan de amor para el hombre, pero la serpiente


va a meter su cola:

¿Por qué tiene que haber seres tan privilegiados como el hombre?
     
      “apenas inferior a un dios [lo hiciste]”
      (Sal 8, 6)

y se acerca a la mujer llena de envidia y astucia y le dice:

“¿Cómo es que Dios os ha dicho: No comáis de ninguno de los árboles del


jardín?”
(Gen 2, 1).

La profesión de Satán ha sido desde siempre cambiarle el juego al


hombre, torcerle la imagen de Dios, cortarlo de la dependencia del Padre
y dejarlo librado al orgullo, la soberbia y la autonomía, esclavo del árbol
de la ciencia, con la ilusión de creer que tiene la respuesta a todas las
interrogantes y a todos los misterios.

“De ninguna manera moriréis. Es que Dios sabe muy bien, que el día que
comiereis de él, se os abrirán los ojos y seréis conocedores del bien y del
mal”
(Gen 3, 4-5).

El hombre ha aspirado a un mesianismo humano, a llegar a crear al


hombre perfecto, el sistema político ideal, un  sistema económico sin
errores, etc.; pero irremediablemente la suerte de los hombres y de las
naciones, están en manos de su Creador, y si no se respetan los
mandamientos como una protección del Padre a la libertad y a la vida del
hombre, se dará siempre origen a creaciones humanas que se
transforman en pesadillas de los pueblos.
Si el hombre a través de la tentación y la caída no hubiera invadido el
territorio de Dios, no cabe duda que la evolución normal nos habría
conducido sin tanto trabajo a ser hombres espirituales, con la misma
mentalidad de Cristo, ciudadanos del cielo.
¿Cuál fue la ganancia para el hombre frente a la desobediencia?

“Yahvé Dios, llamó al hombre y le dijo: ¿dónde estás?


Este contestó:
¡Te oí andar por el jardín y tuve miedo, porque estoy desnudo, por eso
me escondí!”
(Gen 3, 9-10).

Estamos aquí frente a un problema básico en la sanación interior: el


miedo a Dios, las falsas imágenes de Dios, que son verdaderas
construcciones de nuestra autonomía, de nuestra independencia y
rechazo a ser creatura que tiene un Creador.
El Bautismo borra [el pecado original] pero no nos devuelve la inocencia
total que conocieron nuestros padres Adán y Eva antes del pecado,
quedan huellas que reaccionan, que se hacen presentes en nuestra
memoria; y causan en el hombre el desorden y las pasiones encontradas.
Todo eso tiene un origen que no es de Dios, la libertad mal usada: “no tu
voluntad, sino la nuestra”.
Nosotros como descendientes de Adán y Eva, sufrimos aun las
consecuencias de ese pecado original. Cada uno de nosotros ha nacido
dentro de ese reino de Tinieblas y contribuimos con nuestro pecado a
aumentarlas; el Padre a través de Cristo reconcilió todas las cosas con la
sangre de su cruz. La sangre es el amor de Cristo, cuya opción fue
siempre:“Tú voluntad y no la Mía”. Él es el nuevo Adán que inaugura el
Reino de la Luz. Nosotros estamos en el Reino de la Luz, y a través de
una conversión continua, esparcimos luz; pero como hemos nacido en las
tinieblas, la inercia natural hace que nos queden tinieblas; pero Jesús las
irá transformando gradualmente hasta las raíces de nuestras tendencias,
pues“nada contaminado puede entrar a los cielos”.
¿Hasta qué punto están inscritas en nuestra memoria las consecuencias
del pecado original? En un retiro una persona me busca desesperada, con
una tristeza profunda, me dice:

¡me siento maldita, estoy maldita!

Era el momento de la meditación de la Resurrección del Señor y ella no


podía entrar en esa contemplación, por tanto, le pedí que siguiera
contemplando la Pasión al mismo tiempo que profundizara ese
sentimiento de maldición, a través de los textos y delante del Santísimo,
y he aquí lo que escribió:

“El Señor me mostró que yo acumulaba géneros y lanas y después la


grasa alrededor de mi cintura.
En alguna parte, había en mi un miedo a carecer de cosas.
Le confié esto al Señor en la Adoración. Poco a poco, Él me hizo recordar
que cuando mi mamá me amamantaba, tenía una lombriz solitaria; y que
yo tenía que pelear por tener suficiente alimento;  y yo vivía también una
culpabilidad con respecto a mi madre, pues el hecho de amamantarme
impedía que tomara medicamentos para evacuar la lombriz, Confié este
descubrimiento a la animadora, que me pidió que continuara orando por
esta situación.
Nuevamente delante del Santísimo Sacramento, pedí a Jesús que me
sanara, y en efecto, un velo se desgarró en mí haciéndome ver la luz. La
lombriz estaba ya presente durante el embarazo y la lucha por sobrevivir
fue intensa. Más aun, en el momento de mi nacimiento, en plena
mudanza, me sentí expulsada por esa lombriz, que yo identifiqué con la
serpiente en el Jardín del Edén. Yo fui expulsada del Paraíso, desnuda,
como Adán y Eva, debiendo ganar mi pan con el sudor de mi frente. Así se
explica ese deseo de acumular géneros para hacer yo misma mis
vestimentas”.

En la contemplación de la Pasión, al leer el Salmo 22, 7, Jesús se compara


con un gusano:

“Y yo, gusano, que no hombre, vergüenza del vulgo, asco del pueblo”.

¿Cómo guardar rencor a esos bichos cuando Jesús mismo toma su lugar?
La Virgen María fue la única creatura humana exenta del peso de la
herencia del pecado original. Su libertad no estaba atada, su adhesión al
amor paternal de Dios era por lo tanto libre y natural, mientras que
nosotros nos vamos dando cuenta, a través de nuestro camino espiritual,
cuán difícil no es hacer la experiencia del amor paternal de Dios; el gran
golpe del Maligno fue habernos robado la paternidad de nuestro Creador,
y llenarnos de astucias y defensas frente a un Padre que solo desea
amarnos y demostrarnos su amor; pero la Virgen María, la nueva Eva,
cerrada como un lirio puro a la tentación y al pecado pudo decir:
“He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra”;

y pudo recibir a Nuestro Señor Jesucristo, el nuevo Adán, igual en todo a


nosotros, “salvo el pecado”. Es Él el puente, el que restauró la alianza
entre el Padre y los hombres y, a través de su Pasión y Resurrección, nos
sentó junto con Él a la derecha de Dios Padre.

CAPÍTULO IV

“EL MODO DE SANAR DEL SEÑOR”

La acción sanadora de Dios siempre nos va a sobrepasar. El quiere darnos


la capacidad de recibir vida divina, de tal modo que podamos asumir el
rol de hijos de Dios y co-herederos del Reino, pero para eso debemos ser
restaurados. Los medios de los cuales se sirve Dios para conducirnos
hasta poner su ley en nuestros corazones y hacernos caminar según sus
preceptos son eficaces e inesperados; solo pide de nosotros la
colaboración, la oración personal y los sacramentos, y esperar su
iniciativa. Si somos sujetos de oración y dóciles al Espíritu Santo,
podemos aprender los signos a través de los cuales el Señor va a
reedificar nuestra historia. Dios nos sana a través de signos y [estos] son
muy variados; pero siempre son los adecuados para cada persona, son
iniciativa divina y no del hombre. Es esta manera inesperada de Dios de
sacarnos lo que choca a nuestro racionalismo y a nuestro deseo de
apropiarnos y cerrarnos contra todo lo que no podemos entender; porque
tiene que ser revelado y por tanto, recibido como gracia de la
manifestación de su amor por nosotros.
Este modo de sanación divina se va desarrollando paulatinamente a
través de signos. Dios no nos entra en un camino de introspección que
nos podría conducir a una búsqueda enfermiza de heridas y a centrarnos
sobre nosotros mismos. Es mirando a Jesucristo y dejándonos morar por
Él, como pueden irse desatando los nudos, desmoronándose las
montañas, arrancándose las espinas que emponzoñan nuestra vida e
influyen en nuestro futuro.

LOS CARISMAS Y LA SANACIÓN.

Para los que ejercemos el ministerio encargado por la comunidad, el


abrirse a los carismas es fundamental, nos ahorra tiempo y nos permite
acompañar a una gran cantidad de personas.
Sabemos que un carisma, es una gracia espiritual que actúa en nuestro
espíritu; gratuita, por tanto, no necesitamos hacer esfuerzos para tenerlo
y tampoco depende de nuestros méritos; nos da un poder que viene
desde arriba, que nos faculta para hacer algo por el bien de la
comunidad; son transitorios y sirven para diagnosticar con la luz del
Señor la herida que El quiere sanar. San Pablo enumera algunos en 1Cor
12.
El Carisma de Sabiduría.

Es un carisma que nos da la posibilidad para hablar acertadamente de las


verdades de la fe y enseñarlas a otros, y para actuar con prudencia y en
forma eficaz cuando nos encontramos frente a personas que están
bloqueadas, y no sabemos como tomar el hilo conductor. No
sospechamos por dónde quiere comenzar a trabajar el Señor.
En un retiro, una joven mujer se bloqueó, de tal manera que perdió hasta
el habla, oramos y alguien recibió la moción:

“¡toque rápidamente su brazo izquierdo !”

La persona así lo hizo, la mujer comenzó a gritar fuera de sí. Seguimos


orando hasta que se calmó; nos dimos cuenta de que había explotado
una carga afectiva muy fuerte de algo traumático que había ocurrido en
su vida. Efectivamente, se sacó su chaleco y nos mostró su brazo
deformado por las cicatrices causadas por un accidente automovilístico,
donde quedó aprisionado su brazo entre las latas y los fierros retorcidos,
quemándose además, con el aceite caliente del vehículo incendiado”.

La Palabra de Conocimiento.

Es un don extraordinario dado por el Espíritu Santo. Se efectúa bajo una


forma sensible, tal como audición de palabras, moción interior; es decir,
una inspiración interior que Dios da, en orden a cosas espirituales; visión,
es decir, unción del Espíritu Santo sobre la imaginación, sensación, olor,
dolor, frío, calor, etc.
Podemos decir que la palabra de conocimiento tiene un carácter
profético y es de gran ayuda en la sanación.
Orando por una persona alguien del equipo tuvo la audición de la palabra
“culebra”. Se le preguntó a la persona si esa palabra tenía un significado
para ella, y su reacción fue salir corriendo a una velocidad que nos fue
difícil alcanzarla. La trajimos de nuevo a la pieza entre sollozos y gritos.
Ella nos explicó después lo siguiente:

“A la edad de 5 años, su hermano mayor de 10 pilló una culebra y vino


hasta su habitación y se la pasó por el cuello. Ella al darse cuenta, partió
despavorida hacia la calle y corrió tanto que llegó a un bosque donde se
perdió y pasó toda la noche hasta que fue encontrada por su familia”.

No olvidemos, que la herida está fresca en el inconsciente como si


hubiera sido recién recibida, y cuando el Señor rompe la carga afectiva
hay que estar atento a las reacciones del paciente.

La Visión.

Es otro modo como el Espíritu Santo nos da un diagnóstico de la persona


sobre la cual estamos orando. Es frecuente. Podemos hablar de una
visión a la que yo llamaría concreta, en el sentido que veo como en un
televisor. A pesar de que suceden cuando oramos, podemos decir, que
son poco fiables a causa del mal uso que solemos hacer de nuestra
imaginación. Mientras esta facultad no se sane y espiritualice, podemos
hacer mucho daño, dando visiones a diestra y siniestra. Y es conocido
que el Maligno, les juega malas pasadas a las personas que aun no han
renunciado a su gloria personal. En cambio, las visiones espirituales se
imponen al espíritu. Todo ocurre a nivel de las ideas; Pero es lo mismo
que si estuviéramos viendo. Veamos un testimonio de visión:

“Veo una niña pequeña llorando dentro de un gallinero”.

Efectivamente en el retiro había una muchacha de 18 años, que se sintió


visitada por esta palabra. Su caso fue el siguiente:

“Tenía 4 años de edad, cuando su madre puso en su cama unas sábanas


con una flores azules. La niñita encontró tan bellas las flores que tomó un
par de tijeras, comenzó a recortar las flores y a pegarlas en la pared de
su pieza. Horas después la mamá entró en la habitación y dijo:

¡Que preciosas flores, que bien se ven!”;

y de repente se dio cuenta de dónde había sacado la pequeña las flores y


se puso a gritar de voz en cuello a su marido. Cuando su padre llegó y vio
el desaguisado, tomó la niña y la encerró en el gallinero junto con las
gallinas. La niña no comprendía el modo de proceder de sus padres; para
ella era lógica su reacción, ya que su madre había comenzado por
encontrar lindo lo que había hecho, así se lo decía a las gallinas. Se dio
cuenta a los 18 años de que sus padres le habían matado toda su
creatividad, al actuar de esta manera precipitada. Ella había comenzado
muchas cosas pero jamás había terminado nada”.

A veces cuando oramos por las personas, sentimos olores a putrefacción;


y en la mayoría de los casos, nos damos cuenta de que son personas que
tienen una profunda herida de indignidad, y es necesario encontrar la
raíz para que la persona se acepte a sí misma.
Otras veces, son sensaciones de dolor en algún miembro del cuerpo, que
no teníamos al momento de orar; y es interesante preguntarle a la
persona si ha tenido un accidente o una operación en el miembro que nos
duele.
Son muchas las formas en las cuales Dios nos puede manifestar esta
palabra de conocimiento. Es la iniciativa de su creatividad y nosotros lo
único que tenemos que pedir es sabiduría y discernimiento para
manejarla.

El Reposo en el Espíritu.

Es uno de los carismas mas controvertidos, y sin embargo, nunca


agradeceremos lo suficiente al Espíritu Santo esta magnífica llave de
sanación.
¿En qué consiste el reposo en el Espíritu? En la pérdida del uso de los
músculos, la persona se relaja tanto que no puede mantenerse de pie ni
sentada, es necesario ponerlos en el suelo. Algunos hacen intentos de
levantarse, pero tienen la sensación de estar pegados literalmente en el
suelo. Hay personas que no se dejarían tocar jamás, si no es de esta
forma. A veces el Señor da como un tratamiento de preparación a la
persona, cayendo sucesivamente en varios reposos hasta poder resistir la
verdad sobre si misma. Lo importante es discernir un verdadero reposo
de uno falso, lo que se adquiere con  la experiencia.
En lo que refiere a los reposos en el Espíritu, que tocan traumas
intrauterinos, violaciones, nacimientos traumáticos, tentativas de aborto,
etc.; si bien hablamos de reposo, estos tienen características bien
específicas a causa de la situación que el Señor toca.
Veamos un ejemplo, una vez que colocamos a la persona en el suelo,
toma la postura fetal; algunas incluso se chupan el dedo. Si han sido
agredidas durante el desarrollo intrauterino, por el rechazo al sexo, por
una enfermedad, una operación, un viaje incómodo, o la madre ha sido
golpeada con violencia durante la gestación, vemos que la persona hace
gestos de angustia y de temor, muchas veces dando berridos propios de
un recién nacido.
Es importante por ejemplo, constatar los traumas de nacimiento
provocados por los fórceps, las cesáreas, el tragar líquido amniótico o el
haber nacido asfixiado. Las personas en reposo del Espíritu reviven esos
momentos y hay que prestarles una ayuda eficaz con la oración y el
sacramento de los enfermos.
Lo importante es que la persona que recibe esta gracia, está consciente
de lo que sucede a su alrededor y en ese estado es selectivo en lo que
escucha. Queremos aclarar que en la sanación no se busca este carisma,
sucede de manera natural y por iniciativa del Señor.
Algunas personas que asisten a retiros de sanación y ven estos
fenómenos, creen que si no les sucede a ellas no han sanado como es
debido y se sienten decepcionadas. Muchas veces el Señor toca con más
fuerza y reciben sanaciones más espectaculares sin haber caído en el
reposo en el Espíritu. Lo importante es que miremos este carisma con
naturalidad y que sepamos actuar con prudencia cuando ocurre de
manera inesperada.

El Sueño Profético.

Joel 3, 1 dice:

“Sucederá después de esto que Yo derramo mi Espíritu en toda carne.


Vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán, vuestros ancianos tendrán
sueños y vuestros jóvenes verán visiones”.

El Señor a través del sueño profético toca firmemente el inconsciente


para ponernos frente a un trauma que no sospechábamos.
Desgraciadamente, la falta de oración y educación de nuestro espíritu, de
parte del Espíritu Santo no nos sensibiliza a esta pedagogía que a veces
Dios utiliza para poner orden en nuestra historia. El sueño profético es
totalmente diferente a un sueño común y corriente, y ocurre
generalmente a las tres de la mañana o cuando nos acostamos para
hacer una siesta, pero el hecho de no orar para que el Señor revele el
significado del sueño donde todo tiene una razón de ser, hace que se
pierda una gracia que puede poner en orden una parte de nuestra vida y
ayudarnos a modificar nuestros malos comportamientos.

Veamos un ejemplo de sueño profético:

“Soñé que estaba durmiendo. La pieza estaba oscura. El sueño era tan
real que me veía como lo hacía habitualmente en la misma cama, el
mismo lugar al lado de mi esposo. En la penumbra de la pieza vi a mi
esposo levantarse para ir al baño. Quedé sola en la cama. Mi posición en
el lecho era lateral, cargada para el lado derecho, de tal manera que mi
costado izquierdo quedaba libre a lo largo de la cama. Hice un
movimiento con mi pie izquierdo,  pasándolo por encima de mi pierna
derecha. Al efectuar este movimiento, toqué “algo” con mi pie que me
produjo un gran susto.
Inmediatamente me pregunte:

¿sí mi esposo fue al baño, con quién estoy durmiendo entonces?

Desperté de este sueño invadida por un gran miedo. Me acurruqué al


lado de mi esposo que me abrazó con mucha ternura, al orar ese sueño
sentí que el Señor quería sanarme de algo muy profundo. Llevaba 26
años de matrimonio; y en vísperas de mi boda, yo aun seguía
acostándome con mi mamá, cuya cama estaba en el en el mismo
dormitorio de mi padre.
Mí madre siempre me había protegido en exceso. Me fui dando cuenta de
que esta etapa había quedado muy marcada en mi inconsciente, al punto
que en el lecho matrimonial, yo veía en mi esposo a mi madre. Esta
situación hizo que mis relaciones sexuales se vieran malogradas, porque
en mi inconsciencia cada vez revivía la compañía de mi madre. El Señor
me mostró mi imagen de esposa- niña, inmadura, llena de temores e
inseguridades. Yo decía siempre que mi madre había sido muy posesiva
conmigo; y el Señor me hizo descubrir que yo también era posesiva con
ella.
Jesús me siguió mostrando, varios días después, a través de este sueño
profético, que durante el día yo no me acordaba de mi madre. pero al
llegar la noche e ir a acostarme la hacía revivir para acostarme con  ella.
Mi madre falleció el año 1978. Nunca había aceptado ni superado su
muerte, a tal punto, que visitar un cementerio era para mi un tormento.
Con la gracia del Señor han sanado muchas cosas que estaban
deformadas en mi vida matrimonial, en especial, mi sexualidad y toda la
relación de pareja”.

La Imagen Pedagógica.
En la sanación interior, hay que darle un lugar preferencial a la Palabra
de Dios, es sin duda, a través de ella como se efectúan las curaciones
más espectaculares.
Cuando escuchamos atentamente a una persona en oración, nos
preguntamos:

¿Con qué parte del Evangelio podemos pedir la luz para que el Señor
haga explotar la carga afectiva? de una herida demasiado reforzada o
muy dolorosa para ser vivida por la persona, como para que nosotros con
imprudencia movamos esa carga, aun cuando tengamos la certeza del
tipo de herida de que se trata.

Ese trozo del evangelio que recibimos, lo llamamos “imagen pedagógica”.


A través de la gracia, la persona se va a introducir en la pedagogía del
Señor, que sabe mejor que el ser que Él ha creado, ha hecho una elección
de muerte, que lo ha encerrado como en una bola de cristal, y desde allí
se construye su universo y sus mecanismos de defensa, buscando
culpables y compensaciones, y rechazando ver su responsabilidad y su
pecado.

Veamos un caso de rechazo de paternidad con un fuerte cordón umbilical


con la madre.
La imagen pedagógica fue: “El ciego de Jericó” (Mc 10, 46-52).
Estamos frente a un ciego espiritual que no quiere sanar de su ceguera.
¿Qué le hace rechazar violentamente a su padre? Su papá hizo que
apurarán su nacimiento, porque debía partir al extranjero. En el
inconsciente de este joven hombre, estaba inscrito como una agresión y
falta de respeto hacia su persona, esa inyección que lo desalojó del seno
materno, donde se encontraba, mecido suavemente por la ternura de su
madre que esperaba con alegría el nacimiento de su primogénito, y toda
la armonía se quebró a causa de su padre que “lo obligó a nacer”.

Veamos el testimonio:

“Oraba la sanción del ciego de Jericó sanado por Jesús; comenzó todo un
diálogo donde pareció que el ciego no deseaba verdaderamente la
sanación.

¿Ver, para que?

Estoy acostumbrado a mi situación.

¿Pero usted podría ver jugar a los niños?

Si, eso es interesante.

¿Y usted, podría ver a su mamá?

¡Ver a mí mamá!
Vaya, si, eso también sería interesante.

¿Y a su papá, usted no desearía verlo?

Papá, ¿sabe usted?, hace mucho tiempo que él no juega ningún papel en
mi vida.

La paradoja llegó al colmo cuando el ciego dijo:

¿Sabe usted?, yo podría ser sanado. Existe una oración, cuesta 300 mil
francos, y tengo economizado con las limosnas 295 mil francos. Pero por
los 5 mil últimos francos, yo no me he decidido aun.

Me sentí inmensamente triste de ver que tenía tan pocos deseos de ser
sanado. Estaba sentado en el suelo, apoyado contra el muro, la cabeza
sobre las rodillas replegadas, las piernas cerradas contra mí, tratando de
hacerme más y más pequeño y de confundirme con la oscuridad; lloraba,
estaba todo oscuro, negro y de improviso, sentí remontar en mi el grito
como una queja:

¡no quiero nacer!

Después, todo se calmó, y entonces recordé que papá y mamá no sabían


el día que yo debía nacer, porque se habían equivocado con los cálculos.
Mi papá debía aun pasar algunos exámenes en la Universidad, y había
pedido que provocaran mi nacimiento, antes  del fin de semana, porque
él debía partir. ¡Era porque quería verme!
Ahí sentado en el suelo, fue el día que descubrí que existía. Estaba en la
oscuridad, sentía un vacío atroz, tenía la impresión de que no había
absolutamente nadie; y después estalló como una luz y descubrí que en
una tiniebla se produjo una explosión de vida, que era yo”.

CAPÍTULO   V

“LOS NIÑOS RECHAZADOS”.

“Pero dice Sión: Yahvé me ha abandonado, el Señor me ha olvidado.


¿Acaso olvida una mujer a su niño de pecho, sin compadecerse del hijo
de sus entrañas? Pues, aunque esas se llegasen a olvidar, Yo no te
olvido”
(Is 49, 14-15).

El rechazo es una herida muy difícil de sanar. Un niño que es rechazado


desde el momento de su concepción, no puede llegar a ser un individuo
armónico en su interior; siempre se pregunta:

¿qué hay de malo en mí para que no me acepten?

En todos los lugares donde la gente se divierte, tiene el sentimiento de


que va a echar a perder la fiesta.
Suele suceder a veces que los padres refuerzan este sentimiento de
rechazo cuando le dicen al niño:

¡tú fuiste un accidente!


¡no te esperábamos!
¡con tu llegada echaste a perder todos nuestros proyectos!
¡por tu causa no pudimos comprar una nueva casa!, etc.

Generalmente tienen una mala imagen de si mismos, y para congraciarse


delante de sus padres, pueden ser buenos alumnos, tranquilos, amables;
su lema es ser aceptados a cualquier precio, pero en su interior, se
sienten perturbados por una sensación de aplastamiento y de angustia
de no estar nunca a la altura de las circunstancias.
Si el rechazo ha sido muy fuerte, se pueden originar en estas personas,
depresiones que las pueden conducir a la auto-destrucción, a través del
suicidio, del alcoholismo, la droga, etc.
Hemos encontrado casos en los cuales los padres le han dicho al niño,
que no querían otro hijo más; pero una vez que llegó lo “quisieron tanto”,
esto, aunque atenúa un poco el rechazo, no elimina el problema del seno
maternal; el niño no se sintió amado, esperado en el período fetal e hizo
su elección de muerte que puede ir de la revuelta, al desinterés por la
vida.
Las maniobras abortivas contra el bebé en los primeros meses del
embarazo, marcan profundamente al futuro individuo y algunos hacen
resistencia a la vida, a través de la anorexia. Hemos sido testigos de la
sanación de varias anorexias después de haber hecho varias veces
oración sobre el período fetal.
El rechazo a veces abarca no la vida del niño sino su sexo. Este aspecto
es muy dramático, porque no solo puede causar en un ser humano una
virtual homosexualidad, sino también, una angustia visceral que no se
sabe de dónde viene; pero los síntomas son: la inseguridad, el complejo
de inferioridad y la dificultad para asumir en su totalidad la femineidad o
masculinidad, a causa de que no se llena el rol que los padres esperaban
de él; y así podemos ver a veces mujeres ahombradas y hombres
afeminados que sufren sin saber el origen de su ambivalencia. Este
rechazo al sexo puede acarrear en el hombre o en la mujer una futura
esterilidad.
Una persona rechazada desde el seno materno puede llegar a ser un gran
mitómano, que se realiza a través de la mentira, tratando de esconder
una vergüenza que no logra discernir; lo que le interesa, es escapar de la
realidad, valorizarse, creando padres ricos, profesiones que nunca ha
estudiado, viajes que jamás ha realizado, etc.
Sucede a veces que el niño se siente rechazado cuando tiene una madre
aprehensiva, que durante el período de gravidez ha tenido el temor de
perder al bebé y ha debido permanecer todo el período del embarazo en
cama para poder dar la vida a su hijo. Estos niños no solo son
aprehensivos y timoratos, sino que van por el mundo pidiendo perdón
por existir; tienen miedo de perturbar o molestar con su presencia; y se
transforman en grandes compradores del amor a través de regalos o bien
llegando hasta el servilismo para sentirse aceptados por alguien.
Cuando el rechazo ha sido profundo y la mamá ha hecho varias tentativas
de aborto; y a pesar de eso el bebé se aferra a la existencia, es normal
que este bebé rechace nutrirse de la leche materna, es como si dijera con
ese gesto:

¡Me rechazaste, te rechazo!;

y generalmente lloran de día y de noche, les han quitado la capacidad de


saber amar y saber recibir amor; su abandono es tan grande que ante
toda aproximación solo pueden responder con agresividad.
¡Cuántos celibatos de hombres y de mujeres, aun debido a estos rechazos
del seno materno! Los sentimientos de indignidad y de timidez priman
sobre cualquier posibilidad que les pueda ofrecer la vida de bueno y de
bello, muy al interior sienten que la felicidad y las buenas cosas no se
hicieron para ellos.
A veces, los padres son totalmente inocentes del registro del rechazo que
el bebé puede hacer en su inconsciente, la madre puede haber sido
afectada por un terremoto, una tempestad, un viaje, una enfermedad o
una operación, etc.

“LOS NIÑOS RECHAZADOS POR SU SEXO”.

¡No se Desea Una Niña Más!

Mi abuela paterna no deseaba el matrimonio de mis padres, y nunca


aceptó a mi madre. En el fondo, ella nunca aceptó a ninguna mujer cerca
de ella. Cuando nacieron los dos primeros bebés, ella se negó a
conocerlos, porque eran “chancletas”. El segundo nacimiento de mi
hermana, no solo acarreó a mi madre el menosprecio de su suegra, sino
también las burlas de su propia familia, compuesta, en su mayoría de
hombres. En medio de este clima fui engendrada yo. Tal vez toda mi vida
hubiera continuado existiendo en la inseguridad o con un  miedo visceral
ante los obstáculos, las situaciones nuevas o las personas que debía
enfrentar, o sintiéndome miserable o con las manos transpiradas cuando
estaba en una fiesta; si el Señor no me muestra en un retiro la raíz de
todos mis males.
Había hecho ya, unos nueve años de camino espiritual y en el ministerio
de sanación muchas cosas habían sido sanadas y lentamente iba
entrando en una restauración de mi pasado; cuando fui invitada a una
sesión de líderes de sanación, para poder dar algunos testimonios y
ponernos de acuerdo sobre algunos puntos clave del ejercicio del
ministerio. Habían transcurrido tres días entre enseñanzas y testimonios,
cuando se pidió al equipo animador que hiciera una oración de sanación,
porque “aires hipocondríacos” amenazaban el desarrollo de la sesión.
Comenzó la oración con muchas alabanzas y cantos en lenguas y como es
habitual en este tipo de oración, el ejercicio del carisma de la palabra de
conocimiento comenzó a tocar a varias personas de la asamblea. En un
momento determinado, empecé a tener problemas de respiración: me
faltaba aire, sentía que mis pulmones estaban a punto de reventarse por
el esfuerzo de respirar; sentía la nariz cerrada y la boca reseca, el miedo
visceral que había sido mi compañero por tantos años de nuevo me
atacaba cuando yo creía haber sanado. Clamé a Jesús como nunca lo
había hecho; de improviso me sentí reducida al tamaño de un bebé, había
caído en un reposo en el Espíritu, y en ese estado reviví mi desarrollo
fetal: tenía las manos empuñadas, los oídos me palpitaban, me sentía
rodeada por la angustia maternal y mi propia angustia. Era el grito de su
corazón que me aplastaba:

¿Será hombrecito?
¿Será mujercita?
¡Dios mío, haz que sea un hombre!

No me deseaban como niña, y sentí un violento rechazo al nacer; tenía


miedo, no me esperaban, y me sujetaba con todas mis fuerzas en el seno
materno. Mi mamá siempre contaba que yo había sido floja para nacer,
que había pasado un poco los 9 meses. Ahí estaba yo, con mi combate de
no querer nacer, ahogada y golpeando las paredes del estómago de mi
madre con mis pequeños puños; y en un momento determinado escucho
la voz de un sacerdote que dice unas palabras que llegaron directamente
a mi corazón:

¿Niñita, por qué no quieres nacer?


¡Ven te esperamos, todos aquí te esperamos, ven!

Irrumpieron en un canto en lenguas y sentí que salí como de un pozo


oscuro hacia la luz que me cegaba y; después, una inmensa paz me
invadió. Tuve todo un año para que el Señor pusiera en orden los falsos
comportamientos que yo tenía a causa de esta herida de rechazo a lo que
Dios me había creado: “una mujer”.
A la luz del Señor, fui revisando todo lo que estaba maleado en mi, todos
esos malos comportamientos que era necesario que el Señor los
cambiara en nuevos comportamientos; había en mi una actitud de
competencia con el hombre y un rechazo a las mujeres. Si tenía amigas
debían ser seguras, inteligentes y no perder el tiempo en rodeos. Siempre
estaba en medio de hombres, con un deseo de seducir y de destruir su
imagen masculina. De pequeña me agradaban los juegos masculinos y
peligrosos donde pudiera ganar a los muchachos. En el colegio, que era
mixto, mi gran alegría era cuando podía dejarlos de ignorantes delante
de la profesora. Los obligaba a hacerme las tareas que no me agradaban.
Me justificaba ante cualquier crítica. Buscaba los puntos débiles de las
personas para utilizarlos con ironía y muchas veces con maldad. Usaba
vestimentas holgadas con el pretexto que eran cómodas y mis colores
preferidos eran el gris, el verde oliva y el café; lo importante para mi era
que fuesen de buena calidad, pero no tenían nada de femeninas. El afán
de imponerme llegó a tanto, que quise reemplazar a mi padre en el
afecto de mi madre y de mis hermanos. No fue fácil ver la verdad sobre
mi misma, pero supuso una gran libertad y el hecho de haber vivido esta
experiencia de mi desarrollo fetal, me dio la posibilidad de comenzar a
ayudar a muchas personas cuyo refugio es el seno maternal”.
Felizmente, la sanación interior es un proceso que el Señor muestra por
etapas, porque Él quiere reedificar y no destruir. Pues bien, pasó un año
antes de que me mostrara lo traumático de mi nacimiento, no habría
podido soportar como ser humano el desarrollo fetal y el nacimiento al
mismo tiempo. Faltaba poco tiempo para regresar a mi país, cuando el
grupo que estaba formando para trabajar en la sanación interior me pidió
que les explicara algunos carismas e hiciéramos un taller; entre esos
carismas deseaban saber más del reposo en el Espíritu, un carisma
bastante controvertido, no comprendido, ya que se le miraba con miedo.
Dí las explicaciones pertinentes y después nos pusimos a orar con mucho
fervor para que el Señor nos abriera a ese carisma. En un momento
determinado había cuatro personas por tierra hasta que sucesivamente
todos tuvimos la experiencia. Cuando nos levantamos, continuamos
orando con mucho más fervor aun. Yo tenía los ojos cerrados y de
repente, una luz me cegó y entré como en una visión llena de claridad y
pude ver a Jesús delante de la tumba de Lázaro. Veía rodar las piedras
que cerraban a entrada y a Jesús que decía con voz imperiosa:

¡Lázaro, sal de tu tumba!

Cuando escuché esa frase, me sentí llena de angustia y de miedo.


Disimulé lo mejor que pude, porque no era el momento de perder la
cabeza. Cuando llegué a mi departamento, fui al lugar donde hacía mi
oración personal y comencé a pedirle al Señor que me revelara que
significaba la visión que había tenido y por qué me había angustiado
tanto la frase:

¡Lázaro, sal de tu tumba!

Eran las doce y media de la noche de un viernes de primavera, oraba y


hacía esfuerzos por no dejarme llevar por el pánico. En un momento
determinado, volví a caer en un reposo en el Espíritu. El Señor comenzó a
mostrarme el momento del alumbramiento. En esa época, se
acostumbraba que los niños nacieran en la casa; generalmente las
madres eran ayudadas por una partera autodidacta y algunas mujeres de
la familia. Mi llegada fue dramática, se había cortado la luz eléctrica de
modo que la pieza estaba alumbrada por varias velas. Como yo no
deseaba nacer, tenía un exceso de peso; según mi mamá casi los seis
kilos: era un bebé criado. Con el exceso de peso no era fácil salir,
felizmente mi madre era joven y sana. Veía que me tiraban con
desesperación hasta que me desgarraron el cuello con las uñas.
Finalmente, veía de que tanto que me tiraron, me asfixiaron y después
me envolvieron en una sábana, inerte y me dejaron a un lado en el suelo,
para preocuparse de la hemorragia de mi madre que amenazaba
seriamente su vida. Una vez que la partera ganó la batalla, mi madre
recuperó un poco las fuerzas y le pidió a mi abuela que le pasara a su
bebé; y mi abuela le respondió:

¡El bebé está muerto, hija!


Mí mamá dio un grito y dijo que quería que le pasaran a su bebé, pero yo
estaba inmóvil, fría. Ella comenzó a llorar y a clamar al Señor, mientras
sus lágrimas caían sobre mi rostro; y de improviso sucedió el milagro:

“Jesús tuvo piedad de la madre” y “Él se lo dio a su madre”


(Lc 7, 15).

Al volver a mi misma, la gratitud hacia el Señor amenazaba hacer estallar


mi corazón, me di cuenta que había recibido por segunda vez la vida,
sentía como que tocaba con los dedos la Resurrección del Señor y mi
resurrección; una nueva corriente de vida recorría todo mi cuerpo, sentía
distintas mis manos, mis piernas. Al otro día, mis ojos miraron de una
manera diferente la primavera que irrumpía en toda la naturaleza. Se
aclararon infinidad de preguntas que no tenían respuestas. Creo que la
primera respuesta fue que yo, siempre había visto en las personas que
acompañaba, que cuando eran rechazadas, tenían tremendos conflictos
con la madre y algunos llegaban hasta el odio; yo había sido rechazada y,
sin embargo, podría decir que idolatraba a mi madre y por su parte, había
una sobreprotección que jamás me la pude explicar siendo nosotros tan
numerosos. Había también para mí, el problema de dos grandes
cicatrices, una a cada lado del cuello. Cuando le pregunté a mí mamá,
dijo que yo había sido operada de las amígdalas. Su respuesta me sirvió
hasta que un día me enfermé seriamente de la garganta. Y me llevaron a
un médico; éste diagnosticó amigdalitis, y le dijo a la inspectora que me
enviara a la casa, porque mis amígdalas estaban demasiado inflamadas y
debía guardar cama. Fue entonces que le dije al médico:

Pero, ¿cómo puedo estar enferma de las amígdalas si me las extirparon


cuando era pequeña?

El médico me respondió: ¡cállate niña boba! Tienes unas amígdalas del


porte de los puños de tus manos.

En casa, le pregunté a mi mamá por qué me había mentido sobre las


cicatrices y ella dijo:

¡Ustedes son tantos que no sé a quién fue al que operaron, y por último,
vas a dejar de hacer preguntas tontas!

Y me quedé con todo el problema adentro, hasta que el Señor me hizo


revivir mi nacimiento y todo se aclaró. Otro sentimiento que se acabó,
fue la sensación que tenía cada vez que me miraba al espejo. Me
encontraba los ojos tristes, una cara amarilla, como de muerta; por eso,
no me gustaban los espejos y a veces solía decirle a mi madre, mientras
me miraba al espejo “tengo cara de muerta”, mi madre se ponía nerviosa
y me hacía callar. Siempre había sido de naturaleza enfermiza y hasta los
20 años pasé siempre mi cumpleaños en cama con alguna enfermedad.
Le tenía terror a las enfermedades y cada vez que me atacaba una, creía
que había llegado mi último momento. Era terriblemente aprensiva,
pensando que me iba a caer una desgracia sobre la cabeza; odiaba los
cementerios y le tenía terror a la muerte; era incapaz de mirar un muerto
y cuando moría algún pariente cercano, estaba varios meses sin poder
conciliar el sueño en las noches. Lo que agravó más el clima aprensivo en
que vivía, era la actitud de mi abuela materna y de mis tíos por parte de
mi madre cuando venían de visita a la casa. Me pasaban las manos por la
cabeza al mismo tiempo que sus piraban diciendo:

¡Pobre creatura!

Y ahora, todo eso quedó en el pasado, toda la savia amarrada bullía y mis
mejillas hasta entonces pálidas, se colorearon, como signo de la
resurrección que me había regalado el Señor.
Pasaron tres años antes de que Jesús viniera de nuevo a sanarme otra
herida en el seno maternal. Cuando mi madre me esperaba, era una
mujer joven de 19 años, bella; estaba esperando este tercer hijo con la
ilusión de que fuera un hombrecito, cuando descubrió la infidelidad de mi
padre. Todo se derrumbó para ella, herida en su amor propio se sentía
humillada y muerta de celos.
¿Cómo reacciona el feto? Un día tuve un altercado con un amigo al que
estimaba mucho, pero mi actitud fue tan desmesurada que me di cuenta
de que no era normal. Llena de pesadumbre, me fui a mi habitación, me
di cuenta de que mi actitud fue dictada por los celos; fue la primera vez
que pude reconocer que era enferma de celos, pero no sabía la razón, le
pedí al Señor que me mostrara la raíz, y El me llevó al segundo mes de mi
concepción; al momento que mi madre descubrió la traición de mi padre;
la veía sentada en el patio de la quinta llorando de impotencia, tocándose
el vientre y expresando con rabia el sentimiento de que “ojalá lo que
esperaba no fuera una mujer para que no fuera traicionada como ella”.
Dijo esa frase con tal ira y decisión que sentí que en ese momento mi
corazón fue encerrado como en una jaula de acero. Veía con lucidez mi
comportamiento torcido con los hombres; por un lado el menosprecio, y
por otro la seducción y la posesividad en la amistad. Muchas veces me
preguntaba a mí misma:

¿Por qué la incapacidad de enamorarme, de comprometerme en un


matrimonio?

Cuando algún hombre me interesaba, mi primera reacción era buscar


algo para descalificarlo, actuando con frialdad y cálculo; todos eran
infieles, y muchas veces justificaba a las mujeres que iban con su marido
por la calle como si fueran conduciendo un caballo con anteojeras, para
que no miraran a otras mujeres.
Como no podía amar, vivía a nivel de la idolatría. Hacía y deshacía ídolos,
que caían cuando les descubría los pies de barro; entonces dirigía mi
interés a construir otro ídolo, y naturalmente no era feliz, el amor-
seducción nunca condujo a la armonía y a la paz. La principal causa por la
que elegí el celibato es porque no habría podido soportar una deslealtad.
Mi reacción frente a la traición infantil y visceral; cuando ocurrieron en
mi vida vomité hasta las entrañas.
Esta restauración del Señor en toda la etapa del desarrollo fetal y el
trauma de mi nacimiento, me ha atado más a la persona de Jesucristo,
me ha dado una libertad, que la respiro, y me ha llevado a comprender un
poco esa libertad de los hijos de Dios que Él quiere ver en cada uno de
nosotros.

NO QUIERO UNA MUÑECA.

“Llegué a hacer el retiro de sanación a la edad de 61 años y medio. Soy


madre de tres hijos, dos mujeres y un varón. A esta edad llegó la hora de
Dios para mí, una vieja que no podía ni sentarse a causa de los remaches
que tengo en las rodillas y en la cadera. En el retiro tuve varios descansos
en el Espíritu, pasaba más en el suelo que en la silla; pero me di cuenta
que el Señor me preparaba para la verdad. Sería como la novena vez que
caía en el reposo, cuando tuve una visión; en ella escuché a mi madre
que me esperaba, manifestaba el deseo de no querer una muñeca;
también vi a la matrona cuando atendía el parto, me tomó con sus dos
manos a pesar que yo no quería nacer y enseguida le dijo a mi madre:

¡Juana, es una muñeca!,

vi el gesto de desagrado que hizo mi madre y la rebeldía que entró en mi


corazón. Yo fui rechazada y yo, rechazaba a la mujer. A mis hijas no las
quería, era mala con ellas, las insultaba, les decía cosas horrendas, y les
pasaba repitiendo que en lugar de haberlas parido debía haberlas
abortado. Las llenaba de maldiciones y les deseaba que si tenían hijas,
que fueran peores que ellas. Mi hija Estela es casada, tiene 4 hijas y un
varón. Y mi hija Hilda, tiene 27 años y es soltera, tiene un rechazo muy
grande por mí; y las dos no nos soportamos. Cuando viajaba con mis
hijas, todo se volvía violencia y desorden; tanto que mi marido me pidió
no salir jamás con mis hijas. Yo ni siquiera las miraba, porque no las
quería, eran solamente unas “muñecas”. Qué dolor más grande cuando
descubrí la raíz del rechazo por mis hijas y por mis nietas. Solo le pido a
Dios que me dé la suficiente vida para reparar todo el daño que hice a
mis hijas, y poderles dar toda la ternura maternal que les negué. La
primera gracia que le pedí al Señor, es que haga desaparecer todas esas
malas palabras con las que agredí a mis dos hijas. Para mí, solo existía mi
hijo varón, el tenía derecho a todo y también lo dañé con el exceso de
amor y de protección”.

Blanca nos muestra que nosotros damos lo que recibimos. Ella ignoraba
de dónde provenía ese odio que sentía por sus hijas. Necesitamos ser
reconocidos por nuestros padres. Al sentirse Blanca rechazada por su
madre, solo en el momento de su nacimiento, sino también, en su
infancia y adolescencia, la inclinaron a un rechazo enfermizo de la mujer.
Su madre no la miró, ella tampoco miraba a sus hijas. No recibió la
ternura maternal, ella tampoco podía darla. En una vida psicológica y
espiritualmente armónica, se necesita un padre y una madre presentes
en nuestra existencia. Blanca desarrolló un sentimiento de venganza
inconsciente ¿por qué mis hijas van a recibir lo que yo no recibí? Ella fue
destruida en su femineidad y maternidad, ser mujer era una maldición.
Su idolatría por los varones se acentuó aun más con la muerte de varios
de sus hijos hombres; y de eso también culpaba a sus hijas, ellas vivían y
sus hijos estaban muertos. La falta de perdón a su madre, la había
conducido a varias operaciones a las rodillas y las caderas. Iba camino
seguro a una parálisis y a una silla de ruedas, cuando llegó para ella la
hora del Señor, y pudo perdonar las heridas que estaban destruyendo su
cuerpo y la vida de sus hijas y nietas. Será un proceso que la llevará a
sanar la imagen del hombre y de la mujer y a una aceptación de sí
misma, a través de una oración fiel.

“Y TÚ PADRE, ¿ME HAS DESEADO?”

Quisiera testimoniar la presencia de Jesús en el Santísimo Sacramento.


Testimoniar que Jesús-Hostia, es el mismo Jesús de hace dos mil años; y
que vino para salvar y sanar al mundo, y hoy día me ha salvado a mí, me
ha sanado, devuelto la vida, resucitado, exactamente como en los
milagros del Evangelio, que antes me parecían relatos tan lejanos.

“Tengo 40 años; durante más o menos 30 años viví con un deseo muy
profundo de Dios, pero mi pasado, mi educación religiosa y familiar; se
había de alguna manera desnaturalizado, exigiendo de mi una línea de
conducta y deberes dirigidos por la cabeza y la voluntad, totalmente
desraizados del amor. Fue entonces que María me condujo a un camino
de conversión. Comencé una oración de sanación junto con mi esposa, a
la cual había abandonado y con la cual quería reconciliarme. Fue un
tiempo de mucha aridez, ser probado al extremo, con una cesantía que se
eternizaba peligrosamente, con dificultades familiares y conyugales, sin
hablar de los problemas financieros. Fue que en ese momento que me
aconsejaron hacer los Ejercicios de San Ignacio, recomendándome pasar
el máximo de tiempo delante del Santísimo Sacramento.
Inmediatamente que llegué al retiro, comenzó el combate con altos y
bajos, como jamás los había conocido en ningún retiro hasta ese día.
El sexto día del retiro, era el sábado, el tema fue la Pasión y Muerte de
Cristo, estaba anonadado, no deseaba nada, no podía nada, me sentía
angustiado y enfermo; tanto que el sacerdote decidió darme la Unción de
los Enfermos; pero me sentía insensible a todo; y sin embargo, me fui
delante del Santísimo, como atraído misteriosamente por esa pálida
hostia blanca, que parecía por tanto tan inofensiva. Iba a un pequeño
oratorio poco frecuentado, donde esta a menudo solo y podía arreglar a
mi gusto el lugar, ese día no deseaba ver a nadie, no deseaba ningún
contacto, ni escuchar cantos, ni besos de paz, ni ir a la oración
comunitaria. En la enseñanza sobre la Pasión, el sacerdote insistió para
que contempláramos la Pasión a través de la mirada de María. Por un
instante, tuve como el eco de esa frase:

¡Mujer ahí tienes a tu hijo!;

Pero sin poder escuchar:


¡Ahí tienes a tu madre!

Las horas pasaban, llegó el momento de la oración comunitaria de los


ejercitantes. No quise ir; pero supe después que ellos habían sentido la
necesidad de orar a María por mí cuando constataron mi ausencia
prolongada, ya que ese día no pude ni almorzar.
Fue ese día que, mirando a Jesús-Hostia le dije:

¡Esta vez ya no puedo más, estoy al borde de mis fuerzas, esta [vez]
serás Tu quien me mirará!  

Cerré los ojos, tirado a los pies del Santísimo, imaginando mi cuerpo
bañado por su mirada. Fue entonces que una fuente de vida se desató en
mí. Durante una hora y media, las aguas, al comienzo turbias, se
convirtieron en límpidas. Todo comenzó con una visión de la Crucifixión;
yo asistía, pero me veía excluido de la escena; bajo una campana de
vidrio que me aislaba totalmente. Dentro yo me debatía y gritaba hacia
Jesús, para que Él me mirara, quería que Él me manifestara que Él vivía
esta Pasión igualmente por mí; pero sin éxito, me sentía tan solo y
abandonado. De repente, toda esa escena me pareció la expresión
concreta de todos mis problemas: sordera, afección a la garganta,
nervios, males cardiovasculares. Entonces, miré a Jesús-Hostia, le
supliqué de mirarme, pero tenía la impresión de que Él cuchicheaba con
alguien. Entonces grite:

¡Señor, te ruego que tu mirada atraviese las edades para que llegue
hasta mí, aquí ahora!

Sin reflexionar me dirigí al Padre y le pregunté:

¿Y Tú Padre, me has deseado a través de las edades?

Sentía que un fuego quemaba mis entrañas, las lágrimas corrían.  Y de


pronto me di cuenta de que yo no había sido deseado por mis padres,
sabía que ellos querían una niña, y yo en el seno de mi madre, sabía que
era un niño. Mi padre no deseaba hijos hombre, su infancia había sido
muy dura, rodeado por 5 hermanos mayores que cometieron grandes
abusos de autoridad con él, y vivía con el deseo en su corazón de tener
una hermana. Amaba a su madre, pero no la veía jamás, siempre
educado y cuidado por una institutriz.
Mi madre fue en su niñez muy buena y sumisa, conducida de la noche a la
mañana al matrimonio, sujeta siempre al dominio de mi padre, jamás
pudo ser ella misma. Me sentía feliz de no haber sido invadido por el odio
cuando descubrí el rechazo de mis padres: me sentía lleno de compasión
por ellos, y me daba cuenta que el hecho de haberlos comenzado a
perdonar un  año antes de este retiro, había dado sus frutos.
A través de esta sanación interior, mi situación personal, familiar y
conyugal, más aun, mi situación profesional y mi vida pública en general,
se transformaron”.
CAPÍTULO  VI

“LA HERIDA DE NO-SER”

“Pues bien, mi pueblo me ha olvidado. A la nada inciensan. Ha tropezado


en sus caminos, aquellos senderos de siempre, para irse por trochas, por
camino no trillado”
(Jer 18, 15).

La herida de no-ser es más común de lo que nos imaginamos, se


manifiesta en la persona que la tiene, un violento rechazo a la libertad
crística, lo cual la sitúa en un  plano de rebeldía contra Dios, y en un
estado de desesperanza amarga, que la consume de día y de noche. Las
frases habituales contra el Creador son:

¿para qué me creaste?


¡Yo no te pedí la existencia!

Cuando comprobamos la existencia de esta herida en un ejercitante,


damos textos como los siguientes:

Is 45, 9-13; Jer 18, 1-6; Deut 30, 15-20; Sir 13, 11-20.

Algunas veces, el ejercitante no puede soportar la fuerza de estos textos


y su rebeldía explota con violencia, a veces llegando hasta la blasfemia.
Curiosamente, a pesar de la amargura con la cual viven su existencia,
estas personas no se atreven a suicidarse, en su inconsciente hay una
tremenda interrogante, esté viva o muerta, estoy en las manos de este
Dios cruel. A causa de esta disyuntiva se lanzan en una autodestrucción a
través del sexo, la droga, la enfermedad, el alcoholismo, los deportes
peligrosos, etc.
¿En qué consiste esta herida? En una lucha sin cuartel para no-ser, el
problema es que ya son, existen. Es tal la ceguera de estas personas que
les es imposible captar el mecanismo vicioso en el cual se han
introducido; solo la gracia del Señor y un acompañamiento eficaz puede
conducirlos a una conversión de corazón.
Pueden ser muchas las causas que han originado esta herida existencial.
Haciendo una lista no muy acuciosa, la hemos encontrado en:

Personas engendradas accidentalmente por una pareja que ha pensado


en satisfacer su pasión y no en las consecuencias de dar vida.

Personas que han nacido por fallas en el método anticonceptivo utilizado.

Personas que han nacido, habiendo tenido como compañero en el seno


materno a un gemelo o un falso gemelo; gemelo que fue absorbido por la
persona viviente; o bien expulsado por la madre, como un cuerpo extraño
que no se desarrolló.
Personas agredidas desde el momento de su concepción por maniobras
abortivas.

Personas engendradas fuera del útero.

Personas fuertemente rechazadas por uno de sus padres.

Personas que nacieron, porque la mamá se opuso al aborto terapéutico a


pesar del peligro que corría su vida.

Personas que se han sentido agredidas en el seno materno por un miedo


visceral a causa de un peligro externo que amenazó de muerte a la
madre; al perder esta el control, el bebé se siente como lanzado al vacío,
cortado del contacto maternal, lo que resiente como un rechazo violento.

Personas que han sido programadas por los padres desde el seno
materno como herederos de un nombre, de una fortuna, de una
determinada profesión, etc.

Personas nacidas a causa de una violación.

En todos estos casos, solo sabemos a través de la oración, que el bebé


hace una elección de no-ser; y se debate como un energúmeno contra
Dios, contra sus padres, el prójimo y el mundo entero. Es una herida
existencial que causa una profunda soledad ontológica; y un temor
confuso que amenaza y aniquila sin poder discernir su naturaleza, que se
teje como una maraña envenenando el espíritu, el alma y el cuerpo. La
pedagogía de Dios, trabaja etapa por etapa esta rebeldía de “ángel
caído”, para conducir a su creatura a la dependencia, a la paz y a una
conversión continua, hasta que salte el último obstáculo de su rebeldía y
pueda sentir interiormente la libertad de hijo de Dios, a la cual todos
estamos llamados.
Hemos notado también que las personas que tienen la herida de no-ser,
reaccionan de diferentes maneras al esoterismo: o lo rechazan de
manera absoluta o enfermiza, o bien entran en él, llegando a ser grandes
especialistas en confeccionar cartas astrales, lectura del tarot, medium,
etc. Pero en el fondo, en ambos casos, se acentúa ciegamente conducido
por una angustia interior y por la tiniebla que los envuelve y los agota en
su lucha sin cuartel. El uno, tiene miedo de enfrentarse con la verdad que
la supone destructiva, maligna y originada por fuerzas ocultas que hay
que combatir; y el otro, quiere encontrar una respuesta a su duda
existencial, tratando de dominar a las tinieblas, en un deseo de paz y de
felicidad; y solo se resbala en un abismo donde siempre hay que pagar un
precio muy alto por un pequeño oasis de ilusión.
Podríamos decir que estas personas se rebelaron en el acto creador, en la
misma mano de Dios y eligieron la nada, la tiniebla de no-ser.
¿Puede haber tal rechazo en una creatura frente a su Creador?

¿No es esta la herida más grande en el mundo de hoy, la del hombre


independiente de Dios?
Podríamos aventurar que, dado que Dios vive en un presente eterno,
hemos estado desde siempre en su pensamiento; por tanto, podemos
compartir el versículo de Jer 1, 5:         

“Antes de haberte formado Yo en el seno materno, te conocía”.

No es extraña entonces esta rebeldía, donde siempre se va a jugar a


perdedor.
Estos seres están dotados generalmente de una inteligencia privilegiada
y un espíritu de control desmesurado, pero no les sirven para salir de su
mecanismo infernal de no-ser. El problema estriba en que ya son, existen
y solo el dedo misericordioso de Dios los puede detener en la pendiente
vertiginosa, a través de la cual se lanzan a la destrucción. Algunos
poseen un hogar cristiano que los frena, pero esto no mitiga la
desolación interior de una soledad ontológica que despedaza lo más bello
de su vida.
Una vez que el Señor hace saltar la mayoría de los obstáculos, no es
extraño que estas personas sean sanadas de una esquizofrenia y de una
posible paranoia. Se sienten de tal manera perseguidos e incómodos en
su piel, a pesar de los éxitos profesionales, económicos o amorosos; nada
les puede satisfacer, porque no se sienten con seguridad en ningún lugar,
interiormente no tienen “su lugar”; y este no tener un lugar se manifiesta
en un nomadismo espiritual, ir de un país a otro, o a través de una
imaginación fértil, que les ayuda a evadirse de la realidad a voluntad, o
por un racionalismo que los cierra a la savia de la vida y a la libertad
interior.
La agresividad y el autoritarismo, son características persistentes en este
tipo de personas, estos mecanismos les sirven para sobrevivir en un
mundo donde todos se convierten en potenciales enemigos que
amenazan su vida. A causa de la desconfianza son sensibles al menor
gesto de rechazo, que los sume en la depresión, cuando ese rechazo
viene de personas a las cuales se han adherido con una posesividad
enfermiza; es como si les quitaran la razón de vivir por algo y para
alguien.
Dado ese temor de ser destruido, estos seres se imaginan tener un poder
sobre la muerte, que les puede llevar a ser muy crueles con sus
semejantes si no pertenecen a hogares bien constituidos.

¡YO NO TE PEDÍ VIVIR”.

Durante 10 años tuve el privilegio de acompañar a una persona, atrapada


en la herida de la nada.
A través de la oración y de un paciente acompañamiento de retiro en
retiro, sobre todo retiros ignacianos personalizados y a través de la
Palabra de Dios; y de la colaboración de la afectada con su oración de
fidelidad, la vida sacramental y la ayuda de su director espiritual en el
retiro de 1991, el Señor tocó el punto más delicado y difícil en la sanación
interior en este tipo de herida: el mecanismo de aniquilación.
No está de más repetir que consideramos los mecanismos de defensa
como un mal comportamiento, que la persona nutre inconscientemente a
través de las diversas situaciones que la vida va poniendo frente a ella,
haciendo siempre elecciones de muerte, sin poder detenerse, en una
pendiente fatalista que le es imposible discernir, ya que inmediatamente
que se siente “perseguida o atacada”, da rienda suelta a la
hipersensibilidad, refugiándose en una actividad anárquica de su
razonamiento y en un egocentrismo total, que impide todo acercamiento
o diálogo. Se auto-aniquila a la relación y la comunicación.
Veamos el testimonio:

“Llegué al retiro de sanación interior, llena de agresividad contra el


mundo”.
A la edad de 14 años, mi madre me había contado que yo era hija de un
embarazo intrauterino. Mi madre no se dio cuenta de que esperaba un
bebé, ya que sus reglas seguían de una manera normal. Al quinto mes,
entró al hospital para ser operada de lo que se creía era un tumor; pero
el médico descubrió la existencia de un feto y él sugirió hacerle un aborto
terapéutico, para evitar la muerte de ambos. Mis padres deseaban tener
un hijo varón, después de dos niñas y optaron por no detener el
embarazo. Al séptimo mes indujeron mi nacimiento; y después de
muchos cuidados seguí viviendo.
El retiro comenzó a desarrollarse; pasados dos días, la animadora de la
sesión me dijo que sin duda yo tenía problemas desde el seno materno,
así que me propuso hacerme una oración sobre mi vida intrauterina.
Todo eso era misterioso y raro para mí, pero algo en mi interior me decía
que me dejara hacer, que me abandonara. Una vez que terminó la
oración, me pidió que leyera en voz alta el Salmo 139 (138), lo hice y
cuando llegué al versículo 13:

“Por que Tú mis riñones has formado…”

Algo explotó dentro de mí y no quise seguir leyendo, la animadora me


pidió con autoridad que prosiguiera y lo hice entre gritos de rabia y dolor;
cuando terminé seguí llorando y empecé a decir muy fuerte:

¡no quiero vivir!


¡yo no te pedí vivir!

En mi primer retiro ignaciano, me enfrenté a la imagen que tenía de Dios.


No era un Dios de catecismo o intelectual, era un Dios malo, perverso,
más pérfido que Satanás; se complacía con el dolor y la muerte; era un
sádico, batallé contra Él. Blasfemé contra Él y sentí un fuerte deseo de
suicidarme, a pesar de que sabía que al morir lo encontraría, Nada me
permitiría escapar de este Dios tan absolutamente malo. Después de orar
por mí, un sacerdote me hizo una oración de liberación y comencé a ver
la imagen de un Dios que era Padre.
Hasta los treinta años fui alcohólica, después de esa edad se atenuó, me
restaba un alcoholismo leve que no solo me torturaba; además, no me
dejaba ver mis grandes males interiores, porque estaba pendiente de
este defecto.
Jesús, anteriormente, me había mostrado que yo había sido engendrada
por un espermatozoide ebrio. Él me sanó y nunca más tomé bebidas
fuertes, pero me quedó la cerveza. El Señor me mostró que era incapaz
de salir de ahí puesto que la cerveza la había mamado; mi madre para
tener buena leche cuando amamantaba, tomaba bastante cerveza. Mi
afición por esta bebida me hacía dudar de mi sanación, pero cuando
comencé a perdonar a mi mamá por haber tomado cerveza durante mi
lactancia, pude tomar la decisión de no beberla nunca más. El Señor sanó
en dos etapas mi alcoholismo, porque había dos fuentes de infección
diferentes.
Era una fumadora compulsiva, me avergonzaba fumar en un ambiente
donde nadie lo hacía; además, lo sentía como un obstáculo para ver la
intimidad de mi historia personal.
Un día, la Virgen María estuvo muy presente cuando hacía mi oración
personal durante la noche; me sentí absorbida por algo que me puso en
un estado de mucha dulzura y ternura; pregunté:

¿Dónde estoy?

Y escuché una voz femenina que me susurró:

“En mí vientre”.

¿De María?

Si.

Esto se repitió durante nueve noches. Capté que María estaba


completando los dos meses que me faltaron de gestación,  al mismo
tiempo que me purificaba de toda la nicotina que absorbí en el seno
materno, ya que mi madre era muy fumadora. Luego de este encuentro
con María, dejé de fumar sin darme cuenta, fue como si hubiera olvidado
que fumaba.
En el retiro ignaciano anual, se explicó el punto débil; no lo entendí
mucho, ni tampoco me interesó; pero pedí al Señor conocerlo, tal como
se nos había enseñado. Todo parecía normal, hasta que empecé a sentir
un malestar interior, mezcla de rabia, miedo, deseos de aislarme. Así lo
hice, me encerré en mi pieza, me metí en mi cama y comencé a oír una
cassette de Mozart que había llevado. De pronto, me pregunté la causa
de mi malestar. Comencé a rememorar las últimas horas antes de venir al
retiro, y vi que todo comenzó cuando una amiga a quien yo quería mucho
abrazaba insistentemente a otra persona; esto desató en mi una
conducta de soberbia y agresión contra estas dos personas. Me detuve y
recordé lo del punto débil, oré y empecé a sentir una soledad infinita,
total, eterna. No era ausencia de alguien, era ausencia de todo. Lo sentía
en mis células, en mis poros, en todo mí ser: era la soledad ontológica.
Nada, no había nada, solo yo. Pedí al Señor que sí era éste mi punto
débil, me lo revelara completamente. Y me vi durante mi gestación, había
sido producto de un embarazo intrauterino, me vi en la trompa izquierda,
en la curva antes de descender al útero. Estaba totalmente sola,
replegada sobre mi misma; sin espacio para acomodarme, sin lugar, con
la sensación de empujar algo pesado que no se movía; y comprendí en
qué consistía esta soledad ontológica: durante cinco meses de mi
gestación mis padres no supieron que yo estaba allí, no me dieron
ninguna identidad, no me pusieron en contacto con el mundo, no había
nada ni nadie, solo yo, era un flotar en la nada, en la existencia
inexistente. Y de pronto, escuché una música preciosa; me acompañaba,
se convertía en cordón umbilical con la realidad. También estaba María,
me señalaba un camino, pero yo no quería moverme.
El Señor me mostró el punto débil: mi soledad celular; y también como la
música que siempre se escuchaba en casa durante mi gestación, fue un
cuarteto para clarinete de Mozart, que solo volví a escuchar a los 15 años
y me di cuenta de que me lo sabía de memoria. Esta música me libró del
autismo que se pudo haber generado en mí durante mi gestación. A
partir de ese momento, pude compartir los afectos, las amistades;
desaparecieron los celos y los comportamientos de recurrir a mi pieza, a
mí cama y a la música clásica, cuando la inseguridad afectiva tocaba el
punto débil de la soledad.
En el siguiente retiro ignaciano, me di cuenta de que el Señor siempre
lleva un hilo conductor para poner en orden nuestra vida. Y cuándo se me
hizo la pregunta:

¿Dónde vives?
¿Cuál es tu domicilio?

En realidad no supe responder; tenía casas, cosas, padres, hermanos,


amigos en varios países y en varias partes en cada país. La animadora me
preguntó: ¿por qué? Le respondí que me gustaba ser ciudadana universal
y conocer al hombre, su idiosincrasia, sus tradiciones y su cultura. La
animadora no se dejó impresionar por mi respuesta y dijo:

Anda y pregúntale al Señor ¡¿por qué no tienes domicilio y lugar?!

No había orado mucho cuando comprendí que lo que andaba buscando


por todos los países, no era su cultura y menos su idiosincrasia; era el
útero que me había faltado durante mi gestación. Y todo a causa de ser
producto de un embarazo intrauterino y haber sido descubierta el quinto
mes de vida; durante dos meses me dieron una identidad de varón.
Erraba de país en país, buscando un útero que me domiciliara y mi
identidad. El Señor me fue sanando progresivamente y hace tiempo que
vivo en un solo país; me siento yo, persona, mujer y feliz de existir.
Al continuar con mi oración de fidelidad, Jesús fue profundizando la
sanación de una manera que no me esperaba. El Señor me mostró que
cuando nací, la tercera hija seguida, el grupo jerárquico familiar, ya
estaba constituido: mis padres y mis dos hermanas; y por mucho que
luché, no logré entrar en el grupo. Vi también que nunca he pertenecido
a ningún grupo de gobierno, por mucho que lo intenté.
Después de mi, nació un hermano, que formó parte de inmediato del
núcleo familiar; luego vinieron mis cuñados y una sobrina; y me fueron
desplazando hasta ocupar el noveno lugar. Sufrí profundamente el no
pertenecer a una familia y a gritos se lo reclamaba al Señor. Seguí
orando, perdonando y pidiendo sanación, y Jesús me llevó al momento de
mi nacimiento y de mi bautismo. Nadie se alegró, los familiares de mis
padres me rechazaron, porque éramos pobres y yo era la tercera hija
seguida. Nadie de la familia quiso apadrinarme y mi mamá acudió a una
pareja cualquiera que se encontraba en la Iglesia; nunca supe quiénes
habían sido mis padrinos.
En el retiro ignaciano de 1991, el Señor continuó mostrándome que yo no
era capaz de formar cuerpo con nadie ni con nada. Tampoco sabía formar
cuerpo familiar, no sabía ser hija, hermana, tía, cuñada; en resumen, no
tenía familia.
Cuando le pregunté al Señor cuál era la imagen que tenía de Él, vi
claramente que era un Dios-útero; y que por eso, a pesar de mi
conversión, no había salido a formar cuerpo con nadie, era una especie
de feto espiritual y Dios era mi útero. Cuando se me presentó la
posibilidad de salir a formar cuerpo, sentí terror, pánico: pero no era el
miedo a la oscuridad, ni a un asalto, era un miedo visceral inscrito en
todas mis células, comparable al terror que se experimenta en un caballo
desbocado que no se puede dominar.
Quedé impactada: el miedo era un nuevo punto débil que el Señor me
mostraba. ¿Dónde estaba mi seguridad, mi valentía a toda prueba? Solo
tenía delante de mí una falsa valentía y una gran soberbia de todo tipo y
a todo nivel y una agresividad indescriptible; eran mis guardaespaldas,
mis mecanismos de defensa que evitaban que fuera tocado el punto
débil: el miedo visceral.
Poco a poco, a través del sacramento de la Reconciliación, comprendí que
se trataba de un sentimiento de aniquilación a causa de varias
experiencias con la muerte; pero también había desarrollado un
comportamiento de auto-aniquilación, era como si en mi inconsciente me
dijera:

¡Que cuando me venga a matar yo ya esté muerta!

Este mecanismo de auto-aniquilación lo concreté apagando los cigarrillos


que fumaba en mi cuerpo; intenté dos veces suicidarme, me exigía
malabarismos físicos, psíquicos, afectivos e intelectuales. Desarrollé una
enfermedad que consiste en que mi organismo absorbe mis dientes
desde la raíz hasta la corona.
Este sentimiento de aniquilación se desarrolló desde el seno materno
cuando el médico aconsejó una y otra vez a mis padres el aborto
terapéutico; luego a los seis meses trataron de envenenarme, permanecí
mes y medio en estado de coma; luego nació mi hermano varón que
aniquiló la relación con mi madre, que se dedicó a él, el único varón entre
tres mujeres. A los 4 años me violaron y esto terminó por aniquilar mi
sexualidad, al mismo tiempo que se despertó en mí una gran lujuria.
Luego, al sentirme sin identidad, pregunté a mis padres quiénes eran en
realidad mis progenitores y ellos me contestaron que era hija de un sapo
y una rana, con lo cual aniquilaron mi filiación a ellos.
Desde los 6 años almorcé fuera de casa y aniquilaron lo escaso y nada de
mi concepto familiar.
Un día, una empleada se desnudó delante de mi y me amenazó con
matarme si lo contaba, y un día me lanzó a un río caudaloso, y quedé
atrapada entre unas ramas; pero el mecanismo de aniquilación era ya mi
segunda naturaleza.
Necesité protegerme de este espantoso terror a ser aniquilada, destruida
en todos los niveles y los apoyos de mi punto débil fueron la agresividad
y una inmensa soberbia. Pedí perdón al Señor; si lo tenía a Él, ¿podías ser
vulnerable?, Él sería mi seguridad y mi protector; por tanto, todos los
mecanismos y apoyos estaban de más.
La expulsión por miedo a ser aniquilada se convirtió en mi en una forma
de vida: expulsada del seno materno, del hogar, de todos los colegios
donde estudié, de las universidades, institutos y trabajos donde había
estado, por eso me había aferrado a Dios como un útero. Transfería al
Señor la adherencia fetal y de fusión que tuve con mi madre en el
vientre, porque ella me defendió la vida, porque fue la única que me
acogió en la tierra.
Podría decir que como mi existencia fue conocida al quinto mes y
después tuve solo dos meses más de gestación, fui una especie de
accidente en la familia, una intrusa y debía salir; por eso siempre tuve la
sensación de estar sobrando, estorbando en todas partes, y yo misma
creaba las situaciones para salir, antes de ser expulsada, aniquilada.
Jesús me mostró la anchura, longitud, altura y profundidad de su amor y
comprendí cuán imposible era ser expulsada de su presencia. Él es mi
apoyo, mi seguridad y mi protección.
El hecho de que mis padres me desearan como varón, influyó mucho en
mi vida; ¡gracias a Dios fueron solamente dos meses! No solo me
desearon como varón, sino que me educaron como varón; yo era su
muchacho de confianza, los separaba en sus peleas, mientras mis
hermanas se dedicaban a gritar femeninamente. Jugaba al ajedrez a los
7 años, a los 10 leía a los filósofos y comencé a desarrollar un proceso de
pensamiento completamente lógico y masculino, sin expresar mis
emociones; y con una gran vergüenza a que mi padre me viera como
mujer, maquillada, peinada o que me viera de la mano de un hombre; por
eso, a mis amantes delante de él los hacía aparecer como compañeros de
la universidad o del trabajo.
El Señor me fue transformando poco a poco, me feminizó con su Palabra.
Usó el Cantar de los Cantares, Oseas, María Magdalena, la Virgen María;
dulcemente me fue llenando de sentimientos delicados y de conductas
femeninas. Hoy llevaría permanentemente una flor en mi cabeza como
señal de alegría y gratitud por el hecho de ser mujer”.

Una vez que el Señor ha desarticulado la carga afectiva de un mecanismo


de aniquilación, es necesario un acompañamiento más próximo con el
ejercitante fuera del retiro, ayudarle en lo que llamamos convalecencia
de la memoria.
Este período de convalecencia es bastante desestabilizante para la
persona y es lógico; ha vivido durante treinta o cuarenta años con un
mecanismo que formó desde el seno materno y contribuyó a nutrir
durante toda su existencia. Por tanto, es necesario ir viendo con ella
todos los momentos en que se sintió aniquilada o se auto-aniquiló.
Generalmente, la parte más afectada, tanto en el hombre como en la
mujer, es la sexualidad, la que puede haber sido ejercida en forma
desordenada y sin límite para sentirse viviendo, o bien castrada a través
de una frigidez o insensibilidad enfermiza.
Podríamos decir que es un período de resurrección que toca los
comportamientos del cuerpo, como última etapa, poniendo orden en el
nivel sensitivo. Esto es más duro para la persona frígida, que de
improviso siente la vitalidad de una parte de su ser que hasta ese
instante había ignorado y que por tanto no sabe dominar; y a causa del
pánico que se puede producir en ella; puede dar dimensiones gigantescas
a fenómenos que son totalmente naturales en un ser humano normal.
Irremediablemente en la sanación interior, el hombre debe asumir su
masculinidad y la mujer su femineidad en toda la extensión que Dios dio
a cada uno. El Señor nos pone de pie y no hace salir en éxodo de todo
infantilismo, mecanismo, herida, trauma, etc., que nos impide ser
cristianos adultos y responsables en una sociedad que pide a gritos
hombres y mujeres estables, que sean un verdadero apoyo y referencia
para una juventud que crece desorientada y sin límites.

“EL MAL DE VIVIR”.

Este testimonio de la herida de no-ser es fruto también de numerosos


retiros. El Señor debió sanar (antes de tocar propiamente la herida de no-
ser), aquellos obstáculos y comportamientos que impedirían a la
ejercitante enfrentarse con su rechazo de existir en toda su amplitud.

“Cuando llegué al retiro, según los ejercicios de San Ignacio, quería, al


igual que en los retiros anteriores, salir de una situación que podría
caracterizar simplemente por la expresión “el mal de vivir”; que se
traduce en una cólera violenta contra todos los sufrimientos que había
tenido en el pasado.
Por otra parte, la amargura debida a estos sufrimientos y a mi situación
personal y profesional en este momento, igualmente llena de
sufrimientos, me hacía presentir que había en el fondo de mi ser una
rebelión mucho más profunda, que sin embargo permanecía vaga. Yo no
quería vivir, aun estando demasiado atada a la vida; y esto se
manifestaba por una sed inextinguible de cosas materiales, como
también de satisfacciones psíquicas. Sin embargo, una vez que algunos
de mis deseos se realizaban, rápidamente perdía su sabor a causa de
otras cosas con las cuales soñaba, pero, que no serían jamás
concretadas.
Un día de retiro, constaté una vez más esta situación, cuando decidí ir a
meditar los textos de la jornada en un rincón de la naturaleza
extremadamente romántico. Era un pequeño puente de madera que
atravesaba un arroyo pedregoso, cuyos bordes vacilantes estaba sujetos
por las raíces de numerosos árboles que lavaban perpetuamente su larga
cabellera verde en el agua clara y rápida.
Creo que fue el Señor mismo quien me guió a este sitio, pues la belleza y
la paz de este lugar tuvo el don de quebrar mis defensas contra Él.
Sentada sobre este pequeño puente, escogí meditar un texto que
siempre me había seducido y que, sin embargo, permanecía misterioso
para mi: el prólogo del Evangelio según San Juan:

“En ella estaba la vida y la vida era luz de los hombres, y la luz brilla en
las tinieblas y las tinieblas no la vencieron”
(Jn 1, 4-5).

Me puse a dar vueltas estos versículos en mí espíritu, hasta el momento


en que escuché en mi interior esta Palabra de ciencia “nada”. Supe,
aunque confusamente aun lo que eso significaba: el Señor había puesto
el dedo sobre mi rechazo de salir de la nada, del no-ser. Bruscamente,
una presión muy fuerte comenzó a aflorar en todo mi ser,  y tuve la
impresión de que mi cuerpo iba a reventar, sentí que no debía
permanecer sola y corría a la casa de retiro donde me lancé en los brazos
de una hermana de oración, y después, caí en un Reposo en el Espíritu.
Durante este Reposo en el Espíritu, toda la amplitud y toda la naturaleza
de mi rechazo de vivir se presentó claramente delante de mí: yo le
negaba absolutamente a Dios el derecho de haberme sacado de la nada.
No quería vivir, pero habría resultado inútil suicidarse, pues esto no
habría cambiado mi situación, ya que habría vivido siempre sin poder
escapar de sus manos.
Dios había decidido crearme, Él me había sacado de la nada, y mi
controversia se dirigía precisamente sobre este punto, sobre el libre
arbitrio de Dios: yo había sido creada “sin mi consentimiento”; Dios había
decidido por mí, y las consecuencias, no menos inadmisibles a mis ojos,
eran que debía vivir bien, bajo pena de caer en el infierno por la
eternidad, y de continuar viviendo en el sufrimiento. Lo que yo quería era
“no haber vivido, no haber existido”.
La fuente de esta herida de no-ser apareció al otro día durante el
transcurso de la entrevista, sin que yo hubiera por supuesto pensado en
eso. Yo había explicado a los animadores, que cuando mi madre me
esperaba, en efecto esperaba mellizos; pero el otro niño murió en el seno
materno. Cuando nací, después de 10 meses de embarazo en lugar de 9
meses, pesé 5 kilos, lo que era particularmente enorme para un primer
bebé. Viendo llegar un bebé tan gordo, el médico ginecólogo se puso a
gritar:

¡Es tan gorda que se comió al otro!,

frase que me habían repetido en la casa toda la vida, riendo.

El vínculo entre la herida de la nada y este suceso me fue revelado


durante el reposo en el Espíritu. No solamente había comenzado mi vida
al lado de la muerte y la muerte de un ser al que estaba íntimamente
ligada; sino que además, era culpable de esta muerte. Mí reacción
entonces, que fue mi elección de muerte, había sido:

¿por qué, pero por qué, pues, Dios me sacó de la nada para eso?

El otro podía vivir, yo no debía haber sido creada, no yo, para sufrir tanto.
Dios no tenía derecho.
Después de esta revelación, vi durante el reposo en el Espíritu, tinieblas
de una extrema profundidad. No hay medidas ni distancias en las
tinieblas; y por tanto, yo sabía perfectamente que esas tinieblas existían
siempre, que eran infinitas, sin límites; jamás, antes ni después, había
tenido esa experiencia tal del infinito. Pero de repente, hubo en esas
tinieblas, una luz pequeña que creció a toda velocidad: una luz blanca,
límpida, etc. Tomó una forma humana y no hubo más tinieblas. Era
Cristo, arropado de luz como de un manto. Tenía en su mano izquierda un
cáliz, y me miraba con una cara dulce y grave, con su mano derecha me
tendió una Hostia. El sacerdote que vino cerca de mi me dio la absolución
y el reposo en el Espíritu terminó.
Durante los meses que siguieron, Dios se ocupó de acabar mi sanación en
la frecuencia de los sacramentos, el camino de perdón hacia mi misma, y
hacia todos aquellos que me habían hecho sufrir. Solo entonces pude
comenzar un lento y delicado camino hacia la aceptación y sobre todo
hacia la dependencia de Dios. Descubrí como cada ser es mucho más el
hijo de Dios que de sus padres terrestres, a los cuales Dios nos ha
confiado y, por tanto, no les pertenecemos. Innumerables cosas se
separaron en mi vida, más o menos rápido, según el grado de destrucción
y poco tiempo después, pude decir en un impulso de corazón sincero y
absolutamente no controlado, a personas en rebelión contra la vida: “la
vida vale la pena ser vivida, con el Señor, por supuesto”.

Este segundo testimonio de la herida de no-ser, se caracteriza por una


imaginación fértil. La persona no se atreve a ir directamente a la droga o
al alcohol, o a ejercer una sexualidad desordenada, debido a una
formación moral sana en su hogar paterno, y una timidez que la hace
encerrarse en sí misma, a causa de los posibles enemigos. Este tipo de
personas cultivan una imaginación desbordante, que es la causa en la
mayoría de los casos, de sus sufrimientos, ya que cada vez que sus
sueños no se concretan en la realidad, sufren una amarga desilusión, y a
pesar de su extremada inteligencia no se dan cuenta de su mecanismo de
huida de la realidad.
El trabajo más arduo es llevarlos a poner los pies en el mundo real; y a
que de una vez por todas, renuncien a sus sueños de vida en color de
rosa. A causa de que han tenido la experiencia de haber sido creados con
otro, que por diferentes motivos fue expulsado del seno materno,
experimentan una soledad de ser que nada puede colmar; y muchas
veces, en forma inconsciente, van a buscar al otro a los cementerios o a
través de la creación de enfermedades, que siempre piensan que son
mortales. No es extraño que creen diferentes enfermedades que, por un
lado, es la búsqueda del otro,  y pueden ser también un recurso que les
tranquilice la conciencia y que les evite caer en la culpabilidad de estar
existiendo mientras el otro está muerto.
La extrema hipersensibilidad de estas personas hace difícil el
acompañamiento y hay que estar constantemente captando su confianza,
para que no se refugien en una enfermedad o en un mutismo agresivo
que retarde el trabajo del Señor.
El hecho de la muerte del mellizo, les permitió ocupar todo el lugar en el
seno materno, pero la experiencia de la muerte del otro es tan fuerte,
que tienen la impresión de haber nacido con un poder sobre la muerte de
los que creen sus enemigos; y tener una especie de mala influencia sobre
la vida de los amigos que ama y que, por extraña coincidencia, han
muerto en circunstancias trágicas; lo que los fortifica en este sentimiento
de poder sobre la vida y la muerte.

YO NO SOY NADA.

“Toda mi vida he tenido el sentimiento profundo de ser una cosa


insignificante. A los 24 años recibí una gracia de conversión; y la
fidelidad a la oración cotidiana. Durante ocho años oré una hora por día,
pero a medida que pasaban los años, me di cuenta de que no avanzaba,
que no daba frutos, a pesar que mi único deseo era seguir al Señor. Fue
así como comencé un camino de sanación interior; y en un momento
determinado el Señor tocó y me mostró la herida de no-ser. A partir de
un sueño profético, Jesús me reveló la raíz profunda de esta herida. El
sueño fue el siguiente:

“Soñé que una amiga me daba pequeños granos que habían sido
fecundados en probeta, los tenía dentro de mi. Entonces viví una terrible
angustia: la de estar encinta y, rogaba a todos los santos del cielo que los
granos no fueran fecundados. Tenía un deseo loco de abortar; pero la
Iglesia no lo permitía. Me dirigí entonces a Dios y le suplicaba que me
escuchara, que no permitiera que estuviera embarazada”.
A la mañana siguiente, comprendí que había revivido toda la angustia de
mi madre durante mi concepción. Es necesario decir que la mamá se casó
muy joven, obligada por una madre autoritaria. Ella no estaba preparada
y lloró todas [las] lágrimas de sus ojos el día del matrimonio. Mi mamá
en esas condiciones estaba aun menos preparada para la maternidad.
Más aun, me concibió demasiado rápido, dos meses después del
matrimonio.
Mi madre no me deseaba, pero yo estaba ahí, en su seno. Desde el seno
materno tomé la decisión de no ser nada, para responder al deseo de mi
mamá que sufría tanto.
Escogí morir para no ser nada y a causa de esta elección me aparté de
Dios que me había dado la vida: rechacé ser su creatura, su paternidad,
me cerré a su amor, me rebelé contra Él que me había obligado a vivir en
circunstancias en que no me querían.
Toda esa negación de mi madre a mi existencia, la viví como un rechazo y
un abandono y esta es la raíz profunda de mi herida de no-ser.
A partir de este acontecimiento, se vinieron a agregar una serie de
heridas reforzadas de rechazo y abandono:
Desde la concepción hasta el nacimiento, sufrí la violencia a causa de las
relaciones sexuales de mis padres. Mi mamá las aceptaba muy mal y mi
concepción fue hecha como una violación y no con amor. No me sentí
jamás respetada como persona en el seno maternal. Papá y mamá
actuaban como si yo no existiera, y esto reforzó en mí el sentimiento de
que no era nada, de que no valía la pena.
Mi padre y mi madre por razones diferentes, no deseaban una niña sino
un varón. Viví esto como un rechazo completo de mi feminidad y una
falta de respeto a lo que yo era: una mujer.
Mi madre, que era muy coqueta, no quería que se viera que estaba
encinta, y se ponía un corset apretado. Esto lo viví como una supresión
de vida: no deseaba que yo estuviera ahí: que viviera.
Tuve un nacimiento muy difícil, pues después de todo eso, no quería
nacer. Mí mamá estuvo a punto de morir y yo también. El hecho de que
mi madre haya sufrido tanto y de que estuvo a punto de morir, reforzó en
mí la culpabilidad de existir.
Mi madre finalmente fue anestesiada y eso también recayó sobre mí. La
anestesia me hizo tocar la nada: estaba como en la nada, en el no-ser.
Las manipulaciones violentas del médico no hicieron más que reforzar el
no respeto y el hecho de que me sentía nada. Si yo hubiera sido
verdaderamente una “maravilla”, el médico habría puesto más atención
en mí y me habría tomado delicadamente.
Después del nacimiento, viví una serie de sucesos traumatizantes que me
hundieron más profundamente en la herida de no-ser.
La ruptura con mi madre que estaba anestesiada y, por tanto, no fui
puesta al lado de ella, al contrario me arrancaron de mi madre.
Por razones médicas, no fui amamantada, lo que reforzó la ruptura con
mi madre, e incluso no me alimentaron con mucha rapidez: tuve hambre
y eso también lo viví como un rechazo.
Mientras mi mamá estaba anestesiada, yo estaba abandonada; sola en mi
cuna, con una angustia profunda, y un sentimiento de vacío, que no hacía
más que confirmar que yo no significaba nada para nadie.
Llegó mi padre, había bebido más de lo razonable. El Señor me reveló las
violencias que sufrí durante este primer encuentro con mi papá y que
marcaron todo mi ser: mi cuerpo, mi alma y mi espíritu. Estos actos de
violencia reforzaron definitivamente en mí la herida de no-ser.
A partir de un reposo en el Espíritu, a las seis y media de la mañana (hora
en que el suceso realmente pasó), el Señor me reveló lo que sucedió:

“Yo esta inclinada sobre un bebé que estaba recostado sobre el vientre y
con mi mano, violentamente y sin ninguna moderación, quise coger el
sexo del bebé diciéndome:

¡espero que sea un sexo masculino!

Mi mano cogió violentamente el bajo vientre y todo lo que se encuentra


ahí y grité:

¡mierda es una niña!”


Después me di cuenta que había revivido el gesto que mi padre había
hecho sobre mí.
Ocho días más tarde, el Señor me reveló más profundamente y con más
precisión el gesto violento de mi padre. Esa noche me era muy difícil
dormir, pues cada vez que caía en el sueño, me despertaba brutalmente,
porque veía sin cesar la misma escena: estoy condenada a muerte, mi
madre está presente, pero no puede hacer nada. Tengo un enorme
moretón en mi pierna y el riesgo de sufrir una hemorragia cerebral.
Finalmente me duermo, pero me despierto a las tres de la mañana y la
pesadilla comienza: durante tres horas vivo la angustia de ser agredida
por un sexo masculino y yo huyo a todo lo que dan mis piernas. La
angustia y la repulsión no me dejan. A medida que el hombre que me
agrede pierde el dominio de si mismo, se transforma en alguien bestial.
De nuevo, hacia las seis y media, a partir de un reposo en el Espíritu, el
Señor me revela lo que sucedió:

Entro en la casa de mi infancia y subo a mi habitación. Ahí veo a mi


madre tendida sobre una cama, inmóvil; duerme profundamente y yo me
escapo. Enseguida veo un crochet que me repugna enormemente y que
quiere arrancarme alguna cosa muy profunda. Escucho entonces esta
frase:

¡evidentemente el trata de atrapar tu ovario!

Después comprendo claramente la escena. El Señor me reveló que yo


estaba en mi cuna, mi madre estaba presente, pero anestesiada y no
pudo protegerme. El crochet representa el dedo de mi padre, que penetró
mi sexo queriendo coger mi ovario.
Esta historia del ovario me reveló la profundidad de la penetración del
dedo. Yo la viví como una verdadera violación. Este gesto de mi padre
destruyó en mí la mujer, la imagen del hombre, del padre y de Dios.
El tercer acto de violencia de mi padre fue que estaba tan encolerizado,
con la ira tan grande, porque yo era una niña, que me lanzó brutalmente
en mi cuna como si hubiera querido hacerme desaparecer. Viví esto como
un verdadero asesinato, ya que estaba en el límite de la muerte real.
Durante mi infancia, mi madre trabajaba, no tenía tiempo para ocuparse
de mí y me puso en los brazos de una institutriz que me quiso mucho y a
quien yo también quise. Pero a los tres años murió, y fue una nueva
ruptura y abandono.
A los doce años, en la escuela, viví el rechazo completo de todo mi curso,
porque olía mal, mi madre no tenía tiempo para ocuparse de mi ropa y
lavarla.
A los dieciocho años tuve una tuberculosis, que fue como la conclusión de
todas estas heridas: una solución inconsciente de buscar la muerte.
Estas son las principales heridas reforzadas que han marcado mi vida y
que han nutrido un mecanismo espantoso: el mecanismo de aniquilación
con Dios, conmigo misma y con los otros.
Con Dios: tengo la imagen de un Dios que aniquila, al cual hago
responsable de todas las aniquilaciones vividas. Tengo la imagen de un
Dios que va terminar por destruirme a mí también. El gran obstáculo que
me separa de Dios, es que pienso que Él quiere aniquilar mi sexualidad e
impedirme vivir como una mujer.
A mi misma: me aniquilo a mi misma de manera permanente. En otras
palabras me auto-destruyo. Tengo mala imagen de mi misma y me juzgo
severamente. Me condeno, porque me sentí condenada.
Delante del pecado, reacciono como Judas: tengo deseos de desaparecer
bajo la tierra, de matarme. El pecar me hacía sentir de tal manera
enferma, que había encontrado la solución: lisa y llanamente lo barrí de
mi existencia. Por supuesto que tenía muchas dificultades para ir a
confesarme, puesto que no quería ver mi pecado. Era igualmente incapaz
de hacer un examen de conciencia al final de la jornada, pues sentía
demasiado miedo de condenarme y caer en la culpabilidad. Caí pues en la
trampa de la culpabilidad que conduce a la muerte como a Judas, en
lugar de acoger como Pedro, la misericordia de Dios, es decir, el
verdadero arrepentimiento que conduce a la vida.
Este mecanismo de aniquilación se pone en marcha, desde el momento
en que vivo una situación de rechazo, abandono o tengo miedo de vivir
alguna. No soporto la crítica, la corrección, pues las vivo como un
rechazo y me aniquilo, Me destruyo antes de ser destruida por los otros o
por Dios.
Esta aniquilación toca también a mi cuerpo: desde mi adolescencia me
arranco la piel de los labios hasta sangrar. En la oración el Señor me
reveló que mis labios simbolizan mis labios sexuales, al arrancarme la
piel de los labios, destruyo en mí la sexualidad de mujer. Es una
verdadera agresión contra mi misma, mi cuerpo, mi sexualidad. Me niego
a vivir como mujer y existo como si no tuviera sexo.
Con los otros: aniquilo a los otros. El Señor me muestra día a día, más
claramente el comportamiento torcido que tengo con los otros: sí veo
que el otro es superior a mí, no existo, y lo vivo como una aniquilación
completa. Para sobrevivir, me veo en la obligación de aplastar al otro, no
importa de qué forma; pues tengo necesidad de sentirme superior a los
otros para poder existir. Es un comportamiento opuesto al Evangelio,
pues en estas condiciones soy incapaz de amar al otro. Estoy en un
combate permanente con los otros; es necesario que los destruya antes
de ser destruida por ellos.

Bendigo al Señor por todo este trabajo de sanación interior, que me da la


capacidad de ser amada y de amar a Dios, a los otros y aceptarme y
amarme a mi misma”.

CAPÍTULO VII

“LOS HIJOS DEL PECADO”.

El título de este capítulo no es un juicio. Lejos de nosotros juzgar la vida


de los otros; solo queremos presentar los hechos tal como los hemos
descubierto en la oración y en los retiros.
En el estado del alma de esos seres concebidos sin el respeto por la co-
creatividad con Dios. Frutos de una pasión o de un rechazo violento de
una paternidad que no se quiere aceptar por celos o por dudas.
Nunca podremos hablar lo suficiente de lo importante que es el período
fetal, la delicadeza del ser humano desde el momento de su concepción.
Lo profundo que puede calar en el inconsciente del feto el amor o no
amor de los padres.
Respetar la co-creatividad con Dios, los sacramentos a través de los
cuales se manifiesta el Espíritu de Dios en nuestra Iglesia; y las normas
morales de una sociedad, hacen de cada uno de nosotros, seres
armónicos y respetuosos de la vida.
Por muy permisiva que haya llegado a ser una sociedad, es increíble la
mirada de rechazo que tiene sobre los hijos llamados “naturales”, es
decir, que son concebidos fuera del matrimonio civil.
Estos niños, frutos de la pasión momentánea, nacen marcados por la
culpabilidad, el miedo, la timidez y lo que es peor, la indignidad y la
vergüenza. La madre al verse encinta, debe encarar las consecuencias
frente a sus padres, que van a responder de diferentes modos frente a
esta situación, siendo casi siempre su reacción inicial:

¡qué van a decir los otros!

Algunos actúan violentamente, y si la futura madre es joven, la obligan a


abortar; o bien, la echan de su hogar como una apestada pecadora.
Cuántas veces, esas futuras madres fueron dejadas solas en su combate,
porque el padre desapareció tragado por la tierra y no fueron capaces de
poner el hombro frente a la responsabilidad, o bien los padres obligaron
a la joven pareja a casarse, los llevaron a un acto que se debe hacer con
discernimiento y madurez, a dos seres que perdieron la cabeza frente a la
pasión y que no están preparados para dar la vida.
El bebé que se anuncia es un huésped indeseado, un aguafiestas:

¿Cómo hacerlo desaparecer?


¿Cómo decírselo a mis padres?

El bebé siente y va recogiendo como una esponja todas las emociones,


las violencias y los rechazos a su llegada. No fue el amor, el verdadero
amor, ese que pone Dios en el corazón y que hace que se reciba a un niño
como un don, el que sintió ese bebé en el seno materno, sino que lo que
lo rodeó desde la concepción fue el odio, el rencor, la desorientación, la
vergüenza, el pecado y todo el cortejo de sentimientos negativos, que
van a hacer de ese hombre o de esa mujer concebidos de esta manera,
seres acomplejados, como dentro de una tumba, que van pidiendo
perdón por existir, compradores del amor, serviles y astutos hasta la
hipocresía, hasta que son liberados de esta esclavitud por la Pasión y
Resurrección de Nuestro Salvador y Señor, que vino a darnos vida en
abundancia y para que viviéramos la gozosa realidad de Sabiduría 11, 24-
26:
“Amas a todos los seres, y nada de lo que hiciste aborreces, pues si algo
odiases, no lo habrías hecho.
¿Y cómo habría permanecido algo si no lo hubiese querido?
¿Cómo se habría conservado lo que no hubieses llamado?
Más Tú, con todas las cosas, eres indulgente, porque son tuyas Señor que
amas la vida”.

SOY LA HIJA DEL PECADO.

“Al entrar en este primer día de retiro, estoy demasiado nerviosa, me


cuesta mucho orar y me pregunto constantemente:

¿Cómo es mi relación con el Padre?


¿qué lugar de mi corazón ocupa?
¿es que solo fue y es racional?

Siento el alma cansada y leo el salmo 84, versículo 3:

“mí alma anhela y languidece tras los atrios de Yahvé”.

Es esto lo que siento, un anhelo por El, pero al mismo tiempo hay un algo
interior que se rebela; estoy angustiada, inquieta, ansiosa por encontrar
la paz; no puedo y todos los que están en el retiro me caen muy mal.
Leo Oseas 2, 16-22:

“Yo voy a seducirla, la llevaré al desierto y le hablaré a su corazón. Y ella


responderá allí, como en los días de su juventud…”

Al terminar de leer el texto, me doy cuenta de que hay en mí un


sentimiento hondo de orfandad, y me vuelvo a preguntar: ¿por qué este
sentimiento si ya tuve un encuentro contigo Dios Padre? ¡Necesito
pertenecerte, y quiero apropiarme de Tu promesa delversículo 21!:

“Yo te desposaré conmigo para siempre en justicia, derecho, compasión


y fidelidad”.

Estas palabras me animan, me levantan y me confortan a pesar de que


hay en mí una gran nube gris.
Recordé que la animadora nos dijo hoy en su conferencia: ¿por qué
queremos escaparnos del amor de Dios? Esta pregunta resonó en mí ser
y mucho más cuando dijo: cuando Dios preguntó en el Paraíso:

“¡Adán! ¿dónde estás?

Y Adán respondió:

“oí Tú voz y tuve miedo”.

Esta frase golpea en mi corazón y estoy impaciente conmigo misma.


Ya es de noche y estoy agotada; no quiero leer ni orar nada y le pido al
Señor que me hable en sueños y le digo: ¿por qué tengo miedo?; ¿dónde
me escondí?; ¿cuál es mi refugio?; ¡muéstramelo! Para mí sorpresa, a la
mañana siguiente, muy temprano, recordé perfectamente el sueño. En
este sueño yo viajaba en un bus muy grande, y a su vez le explicaba a
una persona: ¿Ve usted este bus?, es un útero. Al hacer conciencia de mi
petición al Señor en la noche anterior, que me mostrara cuál era mi
refugio, me di cuenta de que Él estaba respondiendo puntualmente a mi
pregunta, y creo que ni siquiera alcancé a tener un vago pensamiento,
cuando ya tuve en mi mente una película completa de por qué decidí
refugiarme en un bus.
Soy hija de mamá soltera, en el cuarto y sexto mes de gestación fui
rechazada y precisamente en el cuarto mes, mi madre se cayó en una
zanja profunda, perseguida por mi padre con un machete, pues él no
quería que yo naciera.
A los dos años de edad, mi madre decidió darme a una familia de buena
posición para que esta me criara. Cuando tenía cuatro años, esta familia
se desintegró, pues los padres de familia se separaron y yo fui a vivir a la
casa de una de las hijas que acababa de casarse.
Durante cuatro años, fui la única niña de la casa. A pesar de mis heridas
de abandono, ya había comenzado a sentirme querida por alguien; esto
fue hasta que llegó el rey Luis; era un niño muy esperado, el primer niño
y nieto de toda la familia. Desde el nombre hasta la fecha del bautismo
estaba todo previsto. La familia que yo había adoptado, nuevamente me
fue robada por el cariño de este niño.
Dos años más tarde, llegó la princesa: María Isabel, otro acontecimiento
idéntico, donde todo estaba previsto. En mi corazón orgulloso de niña
triste, comencé un rol de mamá de esos niños. Era la única forma que
tenía yo para que no se olvidaran de que yo también existía.
Recuerdo mi niñez sola, y también muy desconfiada, pues había recibido
muchas humillaciones de las niñitas bien que me veían vestidas con sus
ropas y las reconocían. Y esto, por supuesto en público. Y todos se
enteraban de la gran obra de caridad.
Todos estos acontecimientos, remachaban una y otra vez mis heridas de
abandono y rechazo que traía desde el seno materno.
Todo parecía en contra mía; el Señor se ocupó sin embargo, de
mostrarme cuál era mi punto débil: “ser la hija del pecado”. Fue lo que
me hizo decir un NO  al hombre, un NO  al matrimonio, un NO  a la
familia, y un NO  definitivo a toda la humanidad, desde el vientre de mi
madre. Esto me llevó inconscientemente a refugiarme en un bus; viajar y
viajar y en cada país, buscaba familia, pero en realidad buscaba lo que
decía la Palabra de Dios: justicia, derecho, amor, compasión y fidelidad.
Esto es lo que nunca tuve, porque no tenía sentido de propiedad; no le
pertenezco a nadie, y tampoco quería pertenecer a nadie. Y toda esta
opción de muerte fue porque mi padre no creía que yo fuese su hija, y
por eso no quería que yo naciera.
Mi madre me dio y nunca me reclamó a esta familia. Esto hizo que me
refugiara en un bus, escapando y esperando que en cualquier momento,
me mataran con un machete. Hace 32 años que estoy huyendo de toda la
humanidad.
Al mirar mi relación con el Hijo, casi me desintegro al ver la verdad. Me
habló con el texto de Hechos 26, 12-18:
“Saúl, Saúl, …Sara, Sara, …¿Por qué me persigues? …¿Te es duro dar
coces contra el aguijón? Yo soy Jesús, a quien tú persigues…”

Señor, ¿por qué te persigo?


“Me has perseguido para que te hagan justicia, pero también Yo te estoy
persiguiendo y no te dejas atrapar por mí”. ¿Por qué no me dejo atrapar
por ti? “Por miedo a que te mate”. Estas palabras estuvieron a punto de
hacerme caer en un síncope cardíaco.
Lo único que siento en mi corazón, es un hueco muy grande. No tengo
palabras. Jamás pensé en mi inconsciente que Jesús era para mí un
asesino ¿terrible, verdad?; ahora comprendo por qué mí relación con El
era tan tibia; o mejor dicho, fría; lo veo con más claridad todo. Tengo
mucha pena al comprobar a la luz de la verdad de Cristo que llevo 32
años cargando sobre mis espaldas la culpa del pecado de mi padre; y lo
que es peor, huyendo de la humanidad toda, tratando de salvarme yo
sola; quería ser mi propia salvadora; y ahora entiendo el por qué de mis
pecados de soberbia, el mecanismo de agresividad, automarginación,
independencia, todo esto, para protegerme y que no me mataran.
Esto es lo que mi inconsciente esperaba, que en cualquier momento me
mataran. Ahora comprendo por qué me costaba ver la humanidad de
Jesús. Porque proyectaba la de mi padre que quería mi muerte.
Pido perdón al Señor por mi pecado de soberbia, por querer salvarme por
mis propias fuerzas, y por mi independencia. Lo acepto como mí Señor y
mí Salvador personal. Yo sé que Él me dará la gracia para sanar mi
imagen del hombre, de la familia y de la humanidad.

INTRUSA,

“Soy una mujer de 47 años, casada hace 24, con dos hijas. Hace 7 años
conocí al Señor, pues antes era pagana total. Recibí el sacramento del
matrimonio y el bautismo de mis hijas solo como un rito y conveniencia y
porque todos lo hacían. Desde que sentí la necesidad de Jesús, su
llamado, todo fue rápido; en forma increíble llegó a mí Su Palabra: recibí
una Biblia de manos del obispo de mi diócesis, no sabía qué hacer con
ella, pues no entendía absolutamente nada; pero fui invitada a un taller
de Biblia. Al mes, en ese mismo taller, escuché que había un grupo de
oración en la parroquia; ese mismo día fui, no entendía nada, pero algo
superior a mis fuerzas me llevaba y durante tres años acudía y lloraba;
fueron tres años de muchos cambios, de desestabilizaciones, sentía que
el mundo se me había dado vuelta, no comprendía nada.
Poco a poco, el Señor me fue mostrando su misericordia, despejando el
camino para seguirlo; pero muy al interior, sentía que algo no andaba
bien; durante dos años, fui a misa todos los días, pero no podía hacer
oración personal; solo a veces en comunidad. Me llamaron al servicio y
empecé a sufrir porque no cumplía con lo que el Señor quería de mí: la
oración. Cuando trataba de orar, me confundía, no sabía qué decirle, lo
alababa a la fuerza; buscaba el momento de orar en mi casa y cuando lo
tenía, me evadía y quedaba con un sentimiento de culpa. Pensé que
necesitaba bendecir mi hogar y así lo hice; pero todo continuó igual. Me
acerqué a muchos hermanos, a sacerdotes, todos me decían algo sobre la
oración que me dejaba más confundida aun. Veía y sentía la misericordia
de Dios; pero me daba cuenta de que no la valoraba lo suficiente, no veía
su amor. Mi interior era un torbellino que fue creciendo y llevándome a
hacer cosas negativas; luchaba exigiéndome esfuerzos para tratar de
agradarlo porque creía que así me escucharía o me miraría con bondad.
Comencé a sentirme muy cansada espiritualmente, algo pasaba en mí
que no lograba controlar; al mismo tiempo que sentía una gran
necesidad de Dios.
El Señor, en su infinita sabiduría, no permitió que asistiera a los retiros
donde yo creía que encontraría la respuesta para mi estado del alma,
hasta el momento en que fui invitada a un retiro ignaciano
personalizado. En ese retiro comencé a pedirle, a rogarle al Señor que
por favor me sanara, aunque sufriera; pues intuí que era una herida que
me bloqueaba para recibir su amor. El Señor en su maravillosa pedagogía
me fue mostrando todas aquellas heridas causadas por la falta de amor,
hasta que me fui sintiendo culpable y no sabía de qué; me fue llevando a
lo más profundo de mí misma; llegó el momento en que todo mi ser se
rebeló cuando le pregunté al Señor: ¿Señor, por qué estás enojado
conmigo? ¿Cuál es la causa por la cual no me dejo atrapar por Ti? Su
respuesta fue una palabra de conocimiento: intrusa. Después le dije:
Señor muéstrame el refugio que me construí contra Tú amor. Y la
respuesta fue: inercia.
Había sido concebida por mis padres antes del matrimonio y desde ese
momento me sentí una intrusa entre ellos y sobre todo ante Dios. Negué
mi ser, pues había sido procreada por la irresponsabilidad de la pasión;
había nacido por casualidad y me negaba a recibir la vida. Me sentía
menospreciada y eso no me dejaba abrirme al amor de Dios, no me
aceptaba a mí misma y me sentía culpable de haber nacido, pedía perdón
por existir. Descubrir esto fue el momento más doloroso de mi vida; solo
Dios era culpable de todo esto; deseé pegarle con furia, sentía la mayor
rabia de mi vida y lo enfrentaba diciéndole: ¡Sí eres tan sabio ¿por qué
permites que se dé la vida en estas circunstancias? ¿Sí sabes que afecta
tanto y que eso separa de Ti?, Dios no te entiendo! Viví todo un día de
odio contra El, sentada, acurrucada en la capilla ante el Santísimo. Al día
siguiente me sentí más calmada, aunque con rabia; la animadora me hizo
leer el Salmo 139 y no lo pude terminar porque sentía un inmenso dolor
en todo mí ser. Ella me pidió que fuera a pedir el Sacramento de la
Reconciliación y el Sacramento de los Enfermos. Así lo hice y desde ese
momento sentí algo diferente que fue creciendo más y más en paz,
alegría y más que todo me sentí “Resucitada”. No sé cuántas veces leí
después el Salmo 139, y fui sintiendo y comprendiendo el amor del Señor
en mí, hasta sentirme amada desde siempre; fue maravilloso cómo Él se
manifestó haciéndome entender que desde siempre había estado
conmigo y que nunca había estado sola. El me llevaba de su mano porque
soy de su propiedad”.

CAPÍTULO VIII
“LA HOMOSEXUALIDAD”.

“Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo
el que crea en El no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no
ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el
mundo se salve por El”
(Jn 3, 16-17).

Quisiera aclarar que lo que queremos exponer en este capítulo son


algunas de las causas de homosexualidad desde el seno materno; no
pensamos generalizar o agotar el tema que es bastante complejo y puede
tener otros orígenes que no son los del desarrollo intrauterino.
Sabemos que somos únicos, por lo tanto, no podemos generalizar sobre
las causas de la homosexualidad; son muchas; y podríamos decir que
aquellas personas que sienten una ambigüedad con respecto a su sexo,
son más numerosas que lo que pensamos: ¿cuántos sufrimientos
escondidos?, ¿qué espina lacerante?
En nuestro ministerio, son varias personas las sanadas de la
homosexualidad. Conocida la raíz, es necesario que la persona tome la
decisión de decir sí a la sanación; pero la decisión sin la gracia de Dios no
sirve de nada. No salimos de una situación de pecado o de atadura por un
acto voluntario; sino que además, necesitamos como un náufrago que se
sujeta a una tabla, la gracia de Dios.
Habría también que hacer una distinción entre los sujetos que no quieren
abandonar su debilidad porque les es duro renunciar al placer inmediato
que le producen sus relaciones particulares y aquellos, que ya se han
hundido en una homosexualidad profunda y no tienen la fuerza ni el
deseo de cambiar de vida.
Dedicamos este capítulo a los que sufren con su torcedura sexual, a los
que se sienten homosexuales en potencia, a los que tienen miedo, a los
que han caído algunas veces. Repetimos la frase del Ángel Gabriel a la
Virgen María: “porque ninguna cosa es imposible para Dios”.
Es importante que a la luz del Señor, podamos conocer la raíz de una
sexualidad enferma, o la parálisis para ejercerla. Hemos encontrado
personas que dramáticamente de la noche a la mañana frente a un
compromiso de matrimonio, entran en la duda de si pueden o no ejercer
su sexualidad, y frente a esta disyuntiva, comienzan a preguntarse si no
son homosexuales en potencia. Es el caso de un joven de 25 años, con
una novia preciosa, que de improviso comenzó con una duda que lo
llevaba por un camino de angustia que jamás había conocido; en su
desolación se repetía una y otra vez:

“soy ambiguo, debo reconocer que soy homosexual”

¿Dónde estaba la raíz enferma?


A los siete años, había sido hipnotizado por un profesor y obligado a
masturbarse. Este acto había quedado grabado en su inconsciente; pero
era sobre todo la fuente de infección de su sexualidad. Una vez
encontrada la causa, a través del perdón, el Señor restaura el equilibrio.
Un paso importante en la sanación de la sexualidad, es pedir al Señor la
gracia de querer ser adulto en ese aspecto; en toda homosexualidad hay
un aspecto de infantilismo y de castración, que solo el Señor con su
infinita misericordia puede curar y restaurar.
El combate más duro para un ser con una distorsión sexual, es aceptar la
masculinidad o la femineidad. Entrar en esta batalla de recibir la
sexualidad tal como debe ser, es un camino áspero en el cual Jesús va a
ir mostrando todos los obstáculos que impiden ser plenamente hombre o
aceptarse con toda la esencia de mujer. Todas las cargas afectivas, los
rencores, las malas imágenes de hombre o de mujer, del matrimonio, de
familia, de niño, etc., van a salir a veces como una explosión, que va a
poner en claro en su espíritu el profundo disgusto de elegir un estado de
hombre o de mujer y por qué se está parapetando en una ambigüedad
desoladora que solo conduce a la infertilidad.
Cada uno tiene una historia personal y es en esa historia donde hay que
desentrañar la raíz enferma que hace que la persona se sienta como un
juguete, incapaz de llenar el rol normal que le pide la sociedad.
El caso más común que encontramos en la homosexualidad, se da tal vez,
cuando una madre o un padre han deseado de una manera enfermiza un
niño o una niña y es lo contrario lo que ha llegado.  Algunas veces, la
madre ha tejido hasta la ropa color rosa para esperar la niñita después de
tres o cuatro varones, le pone un nombre, habla con ella tocándose el
vientre, entra como en una dulce complicidad con el pequeño ser que se
desarrolla, lo programa; pero ¡qué desilusión! cuando en el momento del
alumbramiento, es un varoncito el que asoma su cabeza al mundo, un ser
ávido de respirar y de ser aceptado; pero ni el padre ni la madre se
prepararon anímicamente para recibir ese pequeño, ni siquiera le prestan
atención. El pequeño siente el abandono y registra la decepción que ha
causado su llegada, y a medida que crece, su deseo es llenar el deseo que
sus padres querían, y comienza a tener actitudes ambivalentes, le agrada
vestirse de mujer, hacer las cosas del hogar, y en el caso de las mujeres,
no solo son varoniles en sus atuendos, sino también, gozan con los
deportes rudos o con tareas que son más apropiadas para los hombres.
La manera de reaccionar de la familia, tampoco ayuda a estos pobres
seres, sienten vergüenza de ellos y los preferirían ver muertos antes de
aceptar su desviación sexual, y sin embargo, cuántos padres no son
causantes de este problema con su programación sobre el sexo de la
creatura por nacer.
Algunas homosexualidades han sido causadas por relaciones sexuales
casi en la proximidad del nacimiento de la creatura; el pequeño ser que
se desarrolla, no acepta esa agresión, se siente agredido, y en un grito
silencioso dice:

¡aquí estoy yo!,

Pero la pasión no escucha ni respeta, solo se sacia. El bebé va a hacer


una elección de muerte, va a nacer con un rencor innato al padre, al
mismo tiempo que va a necesitar su ternura; en su inconsciente, no
puede perdonar y se siente como dividido en dos. Es la búsqueda del
padre, que le hace buscar al hombre, al mismo tiempo que la infección
malsana se ejerce sobre su sexualidad que se ha torcido.
Algunas mujeres que son desgraciadas en su matrimonio, cuando
esperan un bebé, lo esperan con el único pensamiento:

¡ojalá no sea hombre para que no haga sufrir a ninguna mujer!

El bebé tocado por ese deseo reiterado de la madre, se condiciona no


solo con rasgos femeninos sino que, con actitudes feminenoides desde el
seno materno.
La posesividad de una madre, ejercida ya desde el momento de la
concepción de un bebé, en la que generalmente la mujer se las ha
arreglado para castrar la paternidad y el derecho de su cónyuge, va a ser
sentido por la creatura como un peso de programación, y una vez nacido,
la única manera de sobrevivir y respirar va  a ser gracias a la asimilación
con su madre; y generalmente por rechazo, asfixia y falta de presencia
paternal, son conducidos al infantilismo y a la homosexualidad.
La herencia juega también un rol en la homosexualidad si ya hay
miembros homosexuales en la dinastía familiar, o bien, el padre o la
madre tienen una ambigüedad en el aspecto sexual, el hijo o la hija
pueden desarrollar una homosexualidad.
Algunos niños, debido a experiencias fuertes del exterior que han
resentido como agresiones a su persona, se vuelven de nalgas en el seno
materno; y a veces son agredidos en esa posición por las relaciones
sexuales de sus padres. Esos niños no solo pueden llegar a ser
homosexuales, sino también sufrir y sentirse torturados por una
homosexualidad en potencia.
La admirable obra de restauración de Nuestro Señor Jesucristo es
increíble. Cuando Él dice en el Evangelio:

¡ponte de pie!,

es eso lo que hace con tantos seres desesperados que se sienten en un


camino sin salida. Cuando han descubierto el poder sanador de Jesús,
han recuperado toda su dignidad de creatura.

“Escribo este testimonio con todo corazón como prueba del amor de
Dios; si un joven o una mujer sufren lo que yo he sufrido, sepan que todo
es posible para Dios, si lo dejamos obrar en nosotros.
Nací en una familia cristiana de 12 hermanos, en total somos 13. Mi
madre se sentía tan mal durante sus embarazos, que cuando yo fui
concebido no me recibió con amor. Mi infancia puede decirse que fue
feliz, crecí con cierta inocencia y por eso sin haber sido enseñado, tuve a
mis ocho años una experiencia traumática: un niño vecino me inició en
una experiencia sexual, lo que marcó toda mí vida. Acusaba en mi
interior a Dios por lo que me sucedía, dudaba de mí salvación. Acusaba a
mi padre de no haberme instruido en la sexualidad y los peligros que un
niño puede correr. Mi adolescencia fue dura al darme cuenta de que era
la figura varonil la que me atraía. Cunado me masturbaba, era siempre
pensando en ese niño; y así fui creciendo con mi sexualidad desviada.
Sentía miedo, inseguridad, sentimientos de inferioridad; mis hermanos
sin saberlo me rechazaban, me sentía inútil para los deportes, me
costaba tener amigos por miedo a que descubriesen lo que yo era.
Mí madre, por ser tantos hermanos, no siempre me daba lo que mi
corazón de niño reclamaba, y así fui haciendo tareas en el hogar para
comprar su amor y que se fijara en mí; tareas todas ellas femeninas:
lavar, coser, limpiar la casa, hacer de comer a mis hermanos, etc. Justo
con todo esto, me fui llenando de temor hacia las mujeres que eran
fuertes de carácter y seguras; me molestaban; y las mujeres muy
femeninas me agradaban; pero me asustaban y me sentía inferior, no
sabía como enfrentarlas.
Sentí el llamado del Señor para ser sacerdote, dudé mucho tiempo en
decirle sí, porque tenía miedo de que solo fuera un escape para esconder
mi situación de homosexual; pero un día, todo se aclaró e ingresé al
Seminario y llegué a ser sacerdote. Este sentimiento homosexual estaba
en mí; no podía sentir hablar de esto sin que todo mi ser se perturbara;
me sentía como acusado, descubierto. Nunca lo había hecho con nadie;
pero era un peso en mi corazón. Un día caí en esta práctica con un joven:
esto duró alrededor de un año y meses; sabía que el Señor me sacaría;
pero nunca creí que Jesús me podía curar definitivamente. Decidí por
gracia de Dios hacer un retiro, y el Señor me fue mostrando lentamente
la causa de esta desviación sexual. Me di cuenta de que había asumido el
papel de mí madre; que yo la había reemplazado. Pero, ¿cómo?, ¿dónde?
El Señor me mostró que fui concebido con rechazo, como un  embarazo
más, no me sentí recibido ni amado por mi madre; había hecho una
opción de muerte en el vientre materno. Mí nacimiento fue difícil, no
quería nacer. Toda mi vida había estado ligado a mi madre sin haber
cortado jamás el cordón umbilical. Cuando el sacerdote me confesó y me
fue ungiendo mes por mes de mi desarrollo intrauterino en una oración
cronológica, en el momento del nacimiento, cortó con la gracia de Dios
esa cadena que me tenía atrapado allí y experimenté la liberación más
grande de mi vida, un gran peso partió de todo mi ser; 36 años llevé de
alguna manera la figura de mi madre en todo mi ser; la asimilé a mí. Hoy
experimento que soy realmente hombre, mi actitud con las mujeres va
cambiando poco a poco; el Señor Jesús me va afirmando en mi
masculinidad. El vino a restaurar en el hombre la imagen destruida por el
pecado.
Esta no aceptación de mi madre en el momento de mi gestación, me llevó
a tener una imagen de Dios desfigurada. Según mi modo de ver, Dios
regalaba consuelo; pero luego lo cobraba con algún dolor, sequedad
espiritual o desolación interior. Me costaba aceptar algo gratuitamente
de mi padre y, por lo tanto, también de Dios. Me sentía tan indigno, tan
lleno de culpabilidad, no merecía el amor ni nada. La santidad era para
algunos o se conseguía a base de puro sufrimiento. Para mí, Dios se
gozaba en el sufrimiento de sus hijos. Todo esto fue porque quería
comprar el amor de mi madre, llamar la atención; y el único modo era
esforzándome hast mi propia destrucción.
Dios me mostró que me ama como hijo, que no tengo que pagarle nada,
ya Cristo pagó por mí: solo tengo que dejarme sanar y aceptar su amor
de Padre.
Hoy me doy cuenta de que el enemigo más grande de nosotros, somos
nosotros mismos, cuando no nos aceptamos como somos y no nos
amamos y tampoco nos dejamos amar; todo eso es destructivo. Creo que
la experiencia más maravillosa que he hecho en mi vida es haber perdido
el miedo a Dios y a lo que me pueda pedir en la vida, porque Él desea la
felicidad y lo mejor para sus hijos”.

CAPÍTULO IX

“NIÑOS AGREDIDOS POR TENTATIVAS


O DESEOS DE ABORTO”

“¿Por qué no me morí cuando salí del seno, o no expiré al salir del
vientre?”
(Job 3, 11).

Al comienzo, el futuro bebé no es más que una punta de alfiler; pero a los
4 días posee ya 16 células. En la segunda semana ya tiene todas las
características propias.
El bebé es un  huésped dentro del seno materno que exige ser respetado
y sobre todo amado, deseado.  Sin embargo, a veces la ignorancia, el
deseo de evitar el sufrimiento o los cánones sociales, llevan a muchas
mujeres a considerar el aborto como una salida a un estado que no
desean.
Desde el primer instante en que dos seres se unen, puede surgir una
eclosión de vida que debe ser estimada como una gracia de Dios, un
llamado a la co-creatividad y a la dignidad de dar vida.
Sin embargo, antes de pasar a las consecuencias de abortos fallidos,
quisiera dar paso a un testimonio de una mujer ya madura, que fue
obligada por su padre durante su adolescencia a abortar.

“Había ido a varios retiros de sanación, muchas veces había visto trazar
la línea de 0-10-20-30… y más; pero nunca había sentido lo que esa
mañana sentí; ahora entiendo que el Señor sana lo que está preparado,
aunque esté en lo más recóndito de nuestro ser.
Cuando tenía 13 o 14 años de edad, quedé huérfana de madre y al
cuidado de dos niños pequeños de 4 y 5 años de edad. Mí padre era muy
severo. Conocí a un hombre diez años mayor que yo, me habló de
matrimonio, vino a solicitar mi mano; mi padre aceptó no de muy buen
grado, él tenía otros planes. El día que fijaron para el matrimonio me
llevó a mí con los niños a otro lugar, a casa de una tía, donde nos
quedamos por algún tiempo. Mi novio me había seducido y quedé
esperando un bebé; así y todo, mi padre me obligó a romper el noviazgo.
Dejó pasar cuatro meses y me habló diciéndome que era mejor
deshacerse de la creatura, que él tenía una persona que iba a hacer la
intervención; me dijo que yo era muy joven y que era mejor así. Acepté
por obediencia y por temor. Pasaron los años y nunca olvidé este
episodio; venía siempre a mi memoria; pero pensaba que no era pecado,
puesto que yo había obedecido a mi padre.
Con el tiempo, formé un hogar, tuve una hija; pero siempre recordaba a
aquella otra, ya que me dijeron que era mujercita, y me decía:

¡a esta fecha, tendría esta edad!

Cuando se habló en la enseñanza del aborto, sentí saltar algo en mi


estómago, como una especie de tapón apretado y vino a mi mente el
recuerdo de mi aborto. Comencé a sentir fuertes dolores de estómago y
durante tres días viví ese episodio doloroso y triste para mí, a pesar de
los años transcurridos; y fue entonces que pensé en confesarlo, porque
tampoco [lo] había hecho, a pesar de ser de misa y de comunión diaria.
Mí estómago estaba hinchado, quería confesarme con un sacerdote no
vidente para ocultar mi vergüenza; finalmente cuando fui a la
reconciliación y recibí la absolución de mi pecado, sentí que un peso
enorme partía de mí y conocí por fin lo que significa cuando el Señor dice
que da la paz que sobrepasa todo entendimiento”.

Los niños que han sido agredidos por una tentativa de aborto, a través de
inyecciones, de  golpes, de sustancias que pueden detener el embarazo,
de esfuerzos sobrehumanos para que el bebé sea desalojado, esos niños,
van a ser personas muy inestables emocionalmente, tímidas, fácilmente
manipulables según el grado de agresión. Algunos son irascibles,
rencorosos y están centrados en ellos mismos; cuentan con su propia
fuerza, al sentirse solos contra el mundo es muy fácil que caigan en
depresiones continuas. O bien, son seres que buscan la fusión en el amor
y en la amistad.
No es raro tampoco, que la relación con la madre sea difícil;
inconscientemente intuyen que ésta quiso eliminarlos y por tanto, no
pueden abrirse y dar ternura a alguien en quién ven más un enemigo que
a una madre.
Las personas que han sido agredidas en el seno materno, se sienten
siempre en peligro, son hiperquinéticas, necesitan estar en movimiento
para no ser atrapados. A veces, desarrollan tics nerviosos, y pueden ir
desde la depresión a la anorexia. Son desconfiados y les cuesta entrar en
relación. Una pequeña contradicción o crítica puede desatar una
verdadera tormenta en sus vidas.
También se pueden explicar algunas esquizofrenias cuando la agresión
ha sido continuada y ha durado varios meses y a pesar de todo, el feto
logró afirmarse en el seno materno.
Haciendo un retiro en Padre Hurtado, después de haber dado la charla
sobre la sanación en el seno materno, entró en mi oficina una mujer
joven, temblorosa y demacrada; venía con una Biblia entre las manos y
abierta sobre una página con una fotografía en colores de un feto. Me di
cuenta de que el Señor estaba tocando algo doloroso en su desarrollo
fetal, oré por ella; y después del retiro me escribió su testimonio.

“Se estaba dando una charla sobre la sanación y las heridas en el seno
materno, cuando comencé a sentir el amor misericordioso del Señor en
mí. La primera sorpresa que recibí fue cuando la animadora explicó los
signos del Señor en la reconciliación en nuestra historia; y explicó que
podría consistir por ejemplo, en la repetición de un texto, en la oración
personal; y en mi caso no era un texto sino una fotografía que sale en las
Biblias grandes Latinoamericanas: la del feto.
Antes de venir al retiro, una hermana me había explicado la oración de
fidelidad; y un mes y medio antes de venir al retiro comencé a hacerla, y
durante este tiempo en mi oración personal, fueron muchas las veces en
que me salió esa fotografía, a tal punto, que pensé que mi biblia era
defectuosa; la revisaba por todas partes para encontrarle la falla; pero no
encontré nada. Solo al llegar al retiro comprendí que éste era un signo
del Señor para sanarme; pero no sabía lo que quería decirme el Señor.
Acto seguido, en el retiro comienzan los testimonios y yo fui
profundamente tocada por uno; temblaba entera, estaba asustada, como
paralizada por un terror visceral. Cuando terminó la charla, fui
inmediatamente a la oficina de la animadora e irrumpí en el interior,
cuando estaba en plena entrevista con otra persona; y le dije:

¡Estoy temblando de miedo!, ella hizo salir a la otra persona, le mostré la


fotografía.

Ella me respondió:

¡Estás en el vientre de tu madre, vas a pedir al Señor la gracia de


perdonar a tu madre toda agresión que hayas recibido en el seno
materno!

Me hizo la oración de nueve mese y me dijo:

Aprovecha todos estos días del retiro para que el Señor ponga su perdón
perfecto en tu corazón por ella, anda a orar a la capilla y deja al Señor
hacer su obra.

Comencé mi oración de perdón, pidiendo al Señor me tocara desde el


momento de mi concepción; y sentí que mi mamá me había rechazado
con violencia, que había querido que yo despareciera; pero el Señor
estaba presente con su ternura y la paz comenzó a invadirme.
Ese mismo día, iba bajando las escalas en dirección al comedor a tomar
té; y en el pasillo estaba mi padre, mi madre y una hermana. No lo podía
creer y, les pregunté qué hacían allí. Mi hermana respondió en tono de
broma:

¡fíjate que casi se nos muere esta señora, no sabemos qué le pasó!, la
íbamos a llevar al hospital a causa de vómitos que tenía, pensamos que
estaría intoxicada con una jaibas que había comido al almuerzo; pero ella
pedía:

¡por favor llévenme dónde Noemí, tengo que verla!

Salimos a caminar al parque para compartirle lo que me había ocurrido


en la mañana y he aquí que mi madre me confía que cuando tenía un mes
de embarazo, decidió abortarme porque no soportaba tanto vómito, que
estaba desesperada y tomó esta determinación. Mientras yo estaba en el
retiro orando y perdonando, el Señor estaba haciendo revivir a mi madre
aquellos momentos de su embarazo, poniendo en su corazón un gran
arrepentimiento y deseos de pedirme perdón.
La animadora, estaba en el comedor tomando té y la interrumpí para
contarle esta nueva pieza que se sumaba a mi historia. Ella conversó en
el pasillo con nosotros. Enseguida, le pidió a mi madre que me pidiera
perdón y a mí, que la perdonara. Lloramos la una en brazos de la otra”.

TESTIMONIO DE LA MADRE DE NOEMÍ

“En el mes de enero, yo estaba en mí casa, mi hija Noemí participaba en


un retiro en Padre Hurtado, cuando empecé a sentir nauseas, que luego
se transformaron en vómitos horribles; eran tan desesperantes que un
momento sentí  que me arrancaban el cuero cabelludo y mi frente se
electrificaba; fue en ese momento que el Señor me hizo recordar que a
causa de los vómitos había ido donde una matrona para que me
provocara un aborto. Tenía 17 años y esperaba mi primer bebé. Las
persona que hacía este tipo de trabajo me preguntó qué número de hijo
era el que estaba esperando, le respondí que era el primero; me envió de
vuelta a casa porque dijo que no hacía jamás abortos a madres
primerizas. Al fin del embarazo mi hija no podía nacer, y fue sacada con
fórceps.
Al mostrarme el Señor esta verdad, rompí en llanto y pedí que me
llevaran al lugar del retiro para pedir perdón al Señor y a mí hija por mis
intenciones de querer impedirle la vida”.

“UNA INYECCIÓN”

“Doy gracias a la divina misericordia de Dios, que me ha dado la luz para


comprender que la vida humana es hermosa, que solo Dios es dueño de
ella, y que su plan se cumple aunque nuestra oscuridad interior nos
domine y la ignorancia nos encamine a la muerte.
Glorifico al Señor con mi testimonio y la historia de Javiera, mi segunda
hija, la cual yo no deseaba que llegara al mundo. Hacía 4 meses que
había nacido Minerva, cuando quedé esperando un segundo bebé.
Inmediatamente pensé: se me van a juntar dos bebés, los pañales, los
gastos, sin casa, etc. Pensé en el aborto y la hermana de mi esposo me
acompañó y fui a colocarme una inyección. No resultó. Quise hacer un
intento por segunda vez, quería a toda costa perder este bebé; pero la
suegra de mi cuñada me hizo desistir. Me habló de Dios, que Él me
ayudaría, que a mi bebé no le faltaría nada. El Señor se valió de ella para
tocar mi conciencia hueca. Esperé a Javiera, que nació un tres de julio.
Creció gorda, robusta, subía un kilo por mes.
En este camino del Señor, he ido entendiendo la fuerza negativa que
tiene el egoísmo; obstina nuestro corazón conduciéndolo a la crueldad
que trastoca los valores de la vida y el amor. Javiera tenía el estigma del
rechazo. En la etapa de su adolescencia, comenzó a padecer de dolores
en la pierna derecha. Yo cubría todo con disculpas y le decía que era a
causa del frío, que andaba desabrigada, etc. Pero no era así. Salió de la
enseñanza media y hacía más o menos tres años que le volvieron los
dolores de la pierna; sé que cojeó durante una semana y describió su
dolor “como que le quebraran el hueso”.
Una noche, me encontraba acostada, orando.
Abrió la puerta y llorando me pidió que fuera a su pieza, me dijo que no
soportaba más los dolores de su pierna. Me acosté a su lado y le dije que
iba a orar al Señor y a la Virgen para que la mejoraran, pues ellos la
querían más que yo. Cuando comencé a orar por la raíz del dolor vino a
mi mente el recuerdo de la inyección que me coloqué para abortar. Sentí
una pena profunda, arrepentimiento; pedí perdón a Dios; luego mi
corazón se inundó de ternura, la acurruqué junto a mi pecho. Dios en
Jesús y María hacían una comunión de amor entre una madre y su hija
desde el seno maternal.
Un domingo, me encontraba enferma. Javiera entró a mi pieza y mientras
se miraba en el espejo me dijo: mamá ¿sabes una cosa? Desde esa vez
que oraste, no me ha dolido más la pierna. Le conté lo del rechazo de
tenerla. Creo que hice bien, era el momento.
Fue pasando el tiempo, seguí orando por mi hija con fidelidad. Una noche
me llamó a su pieza, tenía mucho miedo y lloraba; sentí su miedo en mi
piel. Javiera estaba viendo televisión y algunas escenas de violencia la
habían impactado mucho. Además creo que el fallecimiento de su
abuelita en su misma pieza se sumaba a los signos de muerte, que se
habían enraizado en ella desde el vientre materno. Empecé a hablarle de
Dios. Que Él es justo, que salva del peligro. Luego le pedimos un texto al
Señor, y Él nos regaló el Salmo 27:

“Yahvé es mi luz y mi salvación,


¿A quién he de temer?
Yahvé, el refugio de mi vida,
¿Por quién he de temblar?”

Javiera lo recitó y mientras lo hacía, lloraba. Yo daba gracia a Dios,


porque hacía su obra en el corazón de ambas.
Al día siguiente, durante la Eucaristía, el Señor me reveló, que mi hija a
través de la televisión, vivió el momento en que fue agredida en la
gestación. Así he ido comprendiendo muchas cosas de este maravilloso
mundo nuevo que nos llama a construir el Señor.
Javiera se ha reconciliado con la vida, gracias al Señor y yo con esta
maternidad y con mi imagen de madre. Javiera va adquiriendo poco a
poco más seguridad, a medida que Jesús le va curando las heridas de mi
desamor al desear que no viniera a la vida. También el Señor ha
trabajado la culpabilidad que había en mi corazón conduciéndome a la
paz y a la formación de una verdadera familia cristiana”.

“TESTIMONIO DE JAVIERA”

Escribo este testimonio a petición de mi mamá. Creo que de no


habérmelo pedido ella nunca se me hubiera ocurrido hacerlo; tal vez
porque me da vergüenza o porque aun estoy lejos de andar en los
caminos del Señor.
No recuerdo el mes, ni la hora en que ocurrió, solo sé que fue un día
sábado. Llegué a casa tarde, había estado en casa de mis vecinos del
departamento del frente; y habíamos visto una película que me impactó
por la violencia desplegada en ella. El hecho es que me acosté y apagué
la luz para dormir; pero no pude porque me empezó a invadir una
angustia muy grande. Ese sentimiento poco a poco se transformó en
miedo, un miedo irracional; fue tanto, que tuve que levantarme e ir a
despertar a mamá para que me acompañara. Ella se acostó conmigo y me
brindó su protección y comenzó a orarme.
Luego de unos minutos, me dijo que abriera la Biblia y que leyera donde
quedara abierta. Así lo hice y lo primero que vi fue el Salmo 27: “Yahvé
es mi luz y mi salvación”. Comencé a leer en voz alta y a medida que leía,
sentía deseos de llorar. A pesar de esos deseos de llorar, me hacía la
dura, seguía leyendo aunque cada vez me era más difícil contener las
lágrimas. Finalmente el llanto o el Señor pudo más que mi voluntad; el
asunto es que me quebré cuando se dice en el Salmo:

“No me ocultes tu rostro


no rechaces con cólera a tu siervo;
Tú eres mi auxilio.
No me abandones, no me dejes
Dios de mi salvación.
Si mi padre y mi madre me abandonan,
Yahvé me acogerá”.

Estas palabras me tocaron, porque creo que siempre he tenido miedo a la


soledad, a no tener amigos, a perder a mis padres. Siento que algo muy
profundo se armonizó en mí, que el Señor me habló y se ha manifestado
muchas veces, aunque yo me haga la sorda. Creo que ese sábado en la
noche, El quiso decirme que siempre está conmigo, que El me dará su
amor y su calor, que es eterno”.

“EL TERROR DE DAR VIDA A UN HIJO ENFERMO”

“El Señor, me mostró la falta de amor a la vida de mi hija Fernanda en su


gestación: el médico me dijo que tendría un hijo enfermo, como
consecuencia de una enfermedad que tuve el primer mes de embarazo.
Mi primera reacción fue pedir el aborto; pero se me dijo que había un
veinte por ciento de posibilidades de que naciera bien, así que no
aceptaron mi pedido. Desde ese momento, en mi interior, deseé perder a
esa creatura; deseaba que muriera, pues me aterrorizaba tener un hijo
con problemas. Viví todo el embarazo angustiada y sé que mi hija recibió
todo lo que yo viví. En una reunión de servicio de mi grupo, durante la
oración, un hermano tuvo una palabra de conocimiento: “veo un feto que
sufre mucho y es una niña”. De inmediato supe que era mi hija; me puse
a llorar con mucho dolor y a contar a todos mis hermanos de grupo y
cuando terminé de hacerlo, empecé a sentir algo muy extraño desde mi
cintura para abajo, y estando sentada, empecé a darme cuenta de que
estaba reviviendo el parto, con las contracciones y todo. Cuando terminó
todo esto, quedé tan agotada que me acostaron en una banca, mientras
ellos oraban por mí al lado. Ahí sentí a mi hija en mis brazos, como si
recién la hubiera tenido. Esto sucedió seis meses después que Fernanda
hiciera una tentativa de suicidio”.

“QUININA”

“Desde muy pequeña me contaron que mi madre no quería que yo


naciera. Mis tías cariñosamente me decían que me había aferrado al seno
materno y había determinado vivir a pesar de la quinina que mi madre
había tomado para evitarlo. Este hecho formaba parte de mi vida y jamás
le di importancia.
La primera vez que asistimos con mi esposo a una convivencia,
organizada por la Renovación Carismática, hubo oración de sanación.
Cuando empezaron a orar por los hijos rechazados en el vientre materno,
un llanto incontrolable empezó a brotar en mis ojos. Tomé conciencia en
ese momento de que esa realidad había dejado en mí una profunda
herida que el Señor quería sanar. Esa sanación comenzó en el primer
retiro; sentí la necesidad de una oración personal muy fuerte. Después de
ese retiro me recluí un mes abandonándome a la gracia sanadora de
Jesús. En un momento determinado, sentí que mi rostro se encogía, a la
vez que mi boca abierta, dejaba en libertad mi lengua que se movía
espasmódicamente, como un bebé recién nacido, cuando el llanto
pareciera dejarlo sin respiración. Al mismo tiempo un gemido sordo salía
de mis entrañas, un gemido angustioso y liberador. Poco a poco el Señor
me fue mostrando cómo esta herida recibida durante mi gestación, más
la falta de ternura y caricias en mi niñez, me llevaron a tener una relación
de celos, de posesividad y de dependencia con mi madre. Mi niñez estuvo
marcada por la timidez, la incapacidad para expresarme libremente y por
el miedo visceral.
El amor transformador del Señor, ha hecho de mi un nuevo ser, con la
libertad y la dignidad de hija de Dios”.

“BÚSQUEDA DE UN ABORTO NATURAL”

“Soy la segunda hija mujer de un matrimonio con cuatro hijos. Cuando se


hablaba de la sanación desde el seno materno, todo me parecía una
locura; aun cuando había escuchado varios testimonios de sanación, me
sonaban a inventos. Sabía intelectualmente, por varios estudios de
postgrado en psicología, la importancia de la vida intrauterina, la
cantidad de traumas que existen y cuya raíz está en esa época; pero no
me podía convencer, quizás no creía en el poder sanador del Señor y en
que tiene la llave de nuestra historia.
Fui invitada a un retiro de sanación. El Señor me hizo vivir, sentir y ver mi
vida en el seno de mi madre, fue una experiencia vivida como en tres
dimensiones, estaba en el interior de ella, pero a la vez, lo estaba como
viendo desde el exterior y desde lo alto, tanto que podía ver más allá,
como paisajes, que se los describí a mi madre y ella se sorprendió de la
exactitud de mi descripción. También pude sentir lo que mi madre sentía
en ese momento. Soy la segunda hija, pero antes de mí, mi madre tuvo
un aborto espontáneo de su único hijo varón a los siete meses de
embarazo. El médico que la atendía, le hizo retener el feto, que ya estaba
muerto hacía 25 días, lo que le produjo una gran infección. Cuando mi
madre supo que estaba esperando, sintió un rechazo tan grande, en
forma natural, para lo que hacía grandes esfuerzos y llevaba a cabo
tareas superiores a sus fuerzas; cuando viví esa situación sentía a la
altura del abdomen una presión enorme. Nací con una herida umbilical,
la que fue muy complicada; me hizo tener una niñez muy solitaria, pues
pasaba largas temporadas en cama, con una salud muy precaria. Al ver
esta situación, el Señor me mostró que mi madre lo único que quería era
salvar su vida, y no hacer que mi hermana mayor viviera una situación
igual a la de ella, que había quedado huérfana muy pequeña y fue criada
por un par de tías solteronas y sentía que lo que yo estaba viviendo en
ese instante no era nada [comparado] con lo que a ella le había tocado
vivir. Sentí una gran compasión por ella. Cuando compartí esto con la
animadora, me recomendó acercarme al Santísimo y hacer una oración
de perdón a mi madre; fue un proceso largo y continuo, hasta que un día
le pregunté al Señor, por qué tenía tanto rechazo al sexo, porque jamás
durante mi matrimonio había experimentado la libertad de vivir mi
sexualidad. El Señor me llevó al momento de mi procreación, sintiendo la
sensación de asco que mi madre sentía y también de temor. Cada acto
sexual, era para ella origen de temor a un nuevo embarazo, y repulsión
pues había sido educada por sus tías, quienes le habían inculcado que el
sexo es algo asqueroso, lo que me transmitió a mí.
Asistí a otro retiro de sanación y cuando se hizo la oración cronológica de
0 a 10 años, casi en forma inmediata sentí que estaba en el vientre de mi
madre sintiéndome muy cómoda y muy contenta, con una relación muy
rica entre las dos; sentía que mi madre estaba muy contenta conmigo y
que me tenía un gran amor. Mientras se hacía la oración, le preguntaba
al Señor qué pasaba, pues sabía que no había sido así. Luego cuando se
terminó la oración, conté esta situación y se me dijo que era un período
ya reconciliado por el Señor. Pero al llegar al séptimo mes de embarazo
me quedé dormida, despertando al octavo mes. Sabía que era algo que
yo no quería ver, así que me fui a la capilla a preguntarle al Señor qué
pasaba y si era duro de ver que me diera la gracia para aceptarlo. Volví a
sentir la sensación de estar en el interior de mi madre, volví a sentir esa
sensación tridimensional y en esa situación el Señor me mostró un gran
accidente que hubo en la mina donde trabajaba mi padre. A consecuencia
de esas emanaciones de gas grisú, se asfixiaron varios mineros, algunos
bastante jóvenes. El camión que llevaba a los accidentados, se detuvo al
frente de la casa; mi madre hizo una gran olla con leche y se la dio a los
que aun estaban con vida. En ese instante, sentí en mi interior una gran
rabia con ella, pues se las estaba dando de heroína, en circunstancias en
que lo único que quería era mi muerte. Salvaba a los extraños y yo, que
era parte de ella misma era maltratada. En ese instante comprendí mi
gran deseo de morirme, y desde muy chica quería morirme de leucemia o
quedar inválida en una silla de ruedas. Quería ver sufrir a mi madre por
mí, que se sacrificara por mí. No quería morir de algo rápido sino que
fuese una larga agonía.
Siento ahora que mi niñez con tantas enfermedades no son nada
[comparado] con el gran deseo de ser amada por mis padres, que se
ocuparan solo de mí. Entiendo ahora la gran necesidad de amor que
tenemos los seres humanos, que hacemos muchas cosas para hacernos
amar, incluso construir enfermedades; sin embargo, el único capaz de
llenar nuestra necesidad de amor es el Señor”.

CAPÍTULO   X

“ALGUNOS FACTORES QUE CONDICIONAN


EL DESARROLLO FETAL”.

“Tierno es Yahvé y justo, compasivo nuestro Dios; Yahvé guarda a los


pequeños”
(Sal 116, 5-6).

Hay factores ajenos al desarrollo del bebé que van a influir en su vida
intrauterina y en el futuro. Aunque son esperados con amor, hay
accidentes imprevistos que los van a marcar. Somos la obra maestra de
la creación, delicados como una porcelana; y vamos a reaccionar
haciendo elecciones de muerte ante cualquier imprevisto que toque
nuestra vulnerabilidad de creatura.
En nuestro ministerio, hemos recibido personas que se han sentido
agredidas en el seno materno por la guerra, el hambre, los viajes, los
terremotos, las tormentas, los medicamentos, los golpes, los accidentes
automovilísticos, las caídas de escalas, los miedos viscerales, etc. Buscan
ayuda para saber cuál es el origen de la angustia que los atemoriza, la
timidez excesiva, la depresión, el miedo de ser abandonados, la
agresividad, los vértigos, el desequilibrio, etc.
Hay personas que se han enclaustrado en su hogar y son incapaces de
salir a la calle o enfrentarse con el público. Algunos seres son tan
tímidos, que no pueden defenderse frente a los atropellos o las
injusticias y viven grises y apagados, sumidos en una laxitud fatalista
que les impide dejarse salvar. Todo esto toca nuestra relación con Dios,
con los otros, y consigo mismo y es necesario encontrar la verdad a la luz
del Señor. Veamos algunos ejemplos:

“UN LAGARTO”

“Cuando mi madre estaba en el tercer mes de gestación, estaba


almorzando con la familia en la pampa salitrera. Había recién servido la
mesa y justo arriba de ella había una claraboya desde donde cayó un
lagarto al lado de su plato de comida. Fue tal el susto y el alboroto de
este acontecimiento, que del pánico mi madre se desmayó y mis
hermanos corrieron asustados donde mi papá que la llevó al dormitorio,
presentando síntomas de aborto. Gracias a los medicamentos y al reposo,
yo me sujeté en el seno materno; pero recibí en todo mí ser todo el
miedo y el impacto de ese momento.
Cuando se presentaron los síntomas normales para mi nacimiento,
estaba de nalgas y mi madre empezó a presionar su vientre hasta que me
colocó en forma normal. La matrona me sacó morada y me dio de
palmadas hasta que me hizo respirar.
Cuando hice el retiro, el Señor me dio la gracia de sanar y de este miedo
que recibí en el seno materno, y cuando se oró por mí, reviví lo
acontecido, toda esa oscuridad, era como caer en el vacío; fue como
pasar de la muerte a la vida. Hoy a los 48 años puedo decir con libertad
que soy testigo del poder de Dios y de su amor constante”.

“EXCESO DE CALCIO”

“Estando mi madre embarazada de mí y por consejo de un médico, tomó


grandes dosis de calcio. Cuando se hizo la oración de sanación del seno
materno, al llegar al octavo mes, sentí que ya no había lugar para mí en
el vientre de mi madre, era una sensación horrible de asfixia; al llegar el
momento del alumbramiento, sentí los dolores del mismo. Estuve 48
horas encajado en el útero, mis huesos se habían endurecido por el
exceso de calcio, nací asfixiado y totalmente deformado. El Señor vino a
tocar esa herida y le pedí que le concediera también a mi madre sanar del
recuerdo doloroso de mi nacimiento donde los dos estuvimos a punto de
morir”.

“UN TERREMOTO”

“Mi asistencia a la reunión de final de año estaba considerada como ir a


una reunión de Renovación.
Vi por primera vez los preparativos para una oración de sanación, los
espacios entre las bancas, etc. Una hermana me explicó; así que me
senté a orar; pero cuidándome de cualquier fenómeno extraño.
La animadora de la oración comenzó a orar; yo a escuchar y a interceder.
Me sentía muy firme y un poco curiosa con lo que veía. La oración
cronológica, seguía su curso y de repente mencionó:

¡cuando en el vientre de mi madre soporté la violencia de un temblor!,

me invadió una sensación violenta de calor, mientras perdía el sentido de


la realidad; la banca en la que estaba sentada, comenzó a moverse
violentamente tratando de botarme al suelo; me agarré a ella con fuerza
pero mis manos se resbalaban, me puse peluda de pánico, no podía ver
nada, todo lo veía turbio. Grité despavorida mientras sentía en mis oídos
el eco de mis gritos, por lo que mis oídos amenazaban reventar. Unos
brazos tibios me tomaron y me hablaron en el oído. Poco a poco empecé
a escuchar y sentí una paz y una calma total a mí alrededor. Dejó de
moverse todo, veía de color rojo y sentía cantar a lo lejos.
Los brazos me mecían y me hacían cariño. Mi corazón todavía palpitaba
desordenadamente. La alteración pasó poco a poco y me di cuenta de
que estaba acostada en el suelo. Me confundí mucho. Me empecé a
ordenar la ropa; pero sentía muy despejada la cabeza, así es que me puse
a cantar y durante la Eucaristía que siguió estuve como ida.
Tiempo después empecé a apreciar que las escalas no me daban
problemas de miedo al doblarme los tobillos, accidentes que me ocurrían
a menudo; se me pasaron los malestares a los oídos que eran frecuentes,
la altura de los lugares era maravillosa pues me ayudaba a contemplar y
ya no tenía la sensación de que iba a caer de cabeza. Empecé a dormir
bien, sin pesadillas de caer desde una altura.
Mi vida por lo que había experimentado, reflexioné mucho y oré al Señor
para entender mis confusiones. El Señor me puso en el camino muy
pronto a tía Mariluz, quien fue amiga, comadre y colega de mi madre. Ella
me contó que en el año 1939; mis padres vivían en Chorrillos y el día del
terremoto de ese año mi mamá estaba sola en un tercer piso y bajó
corriendo una escalera de caracol de fierro que sonaba mucho, varias
veces resbaló y quedó colgando en el vacío, tenía seis meses de
embarazo. A causa de eso fue hospitalizada; pero dos días después, mi
mamá escapó sin permiso del hospital y se volvió a caer en la misma
escala. A causa del terremoto y de la caída, mi nacimiento se adelantó;
llegué al octavo mes”.

“UNA CAÍDA”

“Cuando mi mamá se encontraba esperando a mi hermana Lucía, al


octavo mes de embarazo, se cayó desde una pequeña colina y rodó hasta
el fondo del huerto, donde se dirigía a buscar legumbres frescas.
El parto se adelantó y el bebé nació con la frente totalmente morada
pues había recibido el golpe en pleno rostro.
A causa del susto en el seno materno creció tímida y llena de temores, no
podía sentir caer nada sin que experimentara tremendos sobresaltos.
Le era imposible salir sola de la casa, y finalmente tuvo que abandonar
los estudios por exceso de nerviosismo y por su carácter pusilánime.
Un día decidimos hacerle la oración de todo el período en el seno
maternal y los frutos no se hicieron esperar. El Señor le dio seguridad en
si misma; puede manejar los asuntos personales y los del hogar y salir
sola a todas partes, sin temor a los accidentes o tener la sensación de
que de repente puede caer en el vacío. Terminaron sus vértigos y poco a
poco desapareció su excesiva timidez”.

“LA MUERTE DEL PÀDRE”

Estando en un retiro ignaciano, la animadora me dio el texto del Ciego de


Jericó. En la siguiente entrevista le conté lo bien que había reflexionado
ese texto y lo conmovida que estaba ante el deseo del ciego de ver. Y ella
me respondió:

¿Y tú, le preguntaste al Señor qué quieres ver?

La pregunta me llegó en pleno corazón, y le contesté: ¡no, no quiero!


El Señor me rechaza; estoy cansada, pareciera que no quiere nada
conmigo.

Me fui a la capilla e interiormente empecé a repetir:

¡Señor, haz que vea!


y comencé a ver y a recordar. Mi mamá me había contado lo difícil que
había sido tenerme; hasta casi me muero cuando tenía un año y medio.
Mi concepción se produjo estando mi padre enfermo; a los tres meses de
ser engendrada mi padre cayó postrado en cama, murió a los seis meses
y quince días antes que yo naciera.
Mi padre estaba moribundo; mi madre debía cuidarlo, ¿se podría
preocupar de mí? Ahora comprendo por qué me parece estar cansada
siempre, los despertadores son siempre dolorosos, me gustaría dormir
para siempre y no despertarme nunca más.
Cuando papá y mamá tomaron conciencia de que yo venía, mi padre le
dijo a mi madre:

¡ojalá sea hombrecito para que te ayude, porque yo voy a morir!

Veo la angustia de mi madre, habían tres hijos pequeños en quienes


pensar; pero no podían hablar ni pedir; pero yo, me siento escondida en
el seno materno, golpeo, nadie responde, nadie sabe lo que me pasa. Mis
padres no se opusieron a mi llegada en medio de su dolor; pero yo en el
vientre materno, no sé para qué nacer, si todo lo que he sentido es dolor,
el mundo exterior es tristeza, todos lloran, todo está negro. Ahora
entiendo el miedo a lo negro, y es que en el seno materno asumí el luto
de mi madre.
Sin saberlo, había dicho “no” a Dios. Siendo un ser minúsculo que se
desarrollaba, tan nada, tuve que decir que sí a lo que me esperaba. Tuve
que decidirme a enfrentar la muerte. Tuve que nacer sin querer nacer,
vivir sin querer vivir, luchar sin querer luchar.
Comprendí que el recorrido de mi vida fue siempre paralelo a Dios, todo
lo he hecho por mi propia iniciativa. Tengo 28 años y aun no sé lo que
quiero.
El Señor también me mostró que desde el vientre materno aprendí a
cuidar a los enfermos, a tener compasión por ellos, a optar por el dolor
humano.
Mientras me desarrollaba en el seno materno, escuchaba decir:

¡pobre bebé, qué irá a ser de él!

y esto, hizo que me rebelara y quisiera siempre ser lo más fuerte, la que
todo lo puede; y me he echado a la espalda responsabilidades enormes.
Desde muy pequeña he sido muy miedosa; me sentía responsable de mis
hermanos, quería que anduvieran siempre al lado mío, y si no lo hacían
lloraba como si me estuvieran matando, presa de una angustia
desesperante.
El Señor también me mostró que no acepté mi femineidad; quería ser un
hombre para llenar el rol que querían mis padres; y debí tomar la
decisión de aceptar mi ser de mujer.
Solía cargar cosas de peso excesivo para mi edad; no sé de dónde sacaba
tanta fuerza; pero sabía que me halagarían por eso. Así fui buscando el
amor, con trabajos duros, escondiendo toda mi debilidad femenina.
Siendo una niña pequeña, tenía grandes deseos de tener el miembro
masculino y para ello cuando podía me ponía pantalones, también me
ponía [algo] para que abultara y a sí parecerme al varón. Todo esto lo
hacía en la soledad, luego me venía un sentimiento de culpabilidad
enorme; me sentía sucia.
El rechazo a mi sexualidad, me condujo a una severa amenorrea, que
finalmente se resolvió positivamente cuando a los 17 años y medio me
llegó la menstruación.
El hecho de haber asumido el luto de mi madre desde el seno materno,
me ataba interior y exteriormente. Le comencé a pedir al Señor nuevos
comportamientos, para seguir recibiendo la vida en abundancia; y Él
empezó a trabajar. Lo primero que tocó fue mi forma de vestir a través
de personas que comenzaron a regalarme vestimentas de color rojo, un
vestido, una polera, un pulóver; estos tres objetos fueron la causa de que
se destara una inmensa cadena de ataduras.
Para ambientarlos, debo decirles que soy campesina, que vivo en un
pueblo pequeño muy apegado a las costumbres un poco rígidas. Si
alguien faltaba a las normas que ellos habían establecido como buenas,
era faltar a la moral. Yo nunca había usado ropa llamativa, en especial de
color rojo; lo rechazaba con violencia. Tampoco me pintaba los labios y si
lo hacía, no me atrevía a salir del dormitorio. En una ocasión, para mi
cumpleaños, me regalaron un pulóver rojo; fue impresionante cuando
abrí el paquete; sentí de mi [parte] un rechazo violento y lo único que
atiné a decir fue: ¡esto a mi no me queda bien!, es un color para las
mujeres ligeras de vida; y sin embargo, pedía con todas las fuerzas al
Señor el abrazar la vida.
Pasó un tiempo. Fui al campo y me encontré con un funeral; allá en el
pueblo cuando muere una persona, la familia se viste un año de negro.
Iba por la vereda cuando escuché un comentario:

¡Mira la viuda no se puso luto!

Y la otra le contesta:

¡Sin duda ya debe tener un repuesto!

Esto llegó como una flecha, que se clavó en mi corazón con una fuerza
tan grande, que cerré los ojos y me di cuenta: toda mi vida vengo
arrastrando este luto; y sin darme cuenta lo llevo también en el exterior.
Lloré mucho; pero el Señor da la gracia de poder aceptar lo que Él nos da
de una manera insólita; tenía que cambiar de mentalidad y de manera de
vestirme. Me fue difícil salir a la calle con una polera roja; pero a medida
que la gente me decía:

¡qué bien te queda el color rojo!,

se fue reafirmando la gracia del Señor de abrazar la vida y el color de la


vida. Era difícil, ya dentro del seno materno viví toda esa lucha de mi
madre con los familiares de mi padre, que además de dejarla sola, la
acusaban diciendo que yo no era hija de mi padre. Mi madre como signo
de fidelidad se vistió de negro todo un año; y ese negro cubrió todo su
embarazo y mi nacimiento”.

“LOS SUCESOS DEL 64 EN ZAIRE”

“Había llegado al límite de lo imposible, un profundo malestar me


aprisionaba; de miedo me aislaba del mundo. Toda gestión hacia el
exterior me parecía un verdadero fardo sobre mi espalda. Me paralizaba
ante todo la sola idea de levantar la cabeza para cruzar la mirada del
otro, tímida al extremo, encerrada por horas y horas como en un globo
de aislamiento y de silencio, doblada sobre mi misma; yo permanecía ahí.
Sin embargo, ni el globo transparente me permitía observar y escuchar.
Había en mi un verdadero caos, donde las ideas negras se daban vuelta,
dando origen a la angustia, al miedo y a un sentimiento perpetuo de
estar condenada para siempre. Me era imposible vivir en sociedad, de
alegrarme, de casarme. Mis proyectos se resumían a “tal vez” y en huidas
inconscientes.
Una simple frase escrita sobre mi calendario me despertó: “Tú no harás
vivir a nadie diciendo no a la vida”. No comprendí demasiado el sentido;
pero se me impuso como una verdad.
Jamás creí que el Señor podía sacarme de ese abismo y mostrarme su
misericordia. Jamás tampoco, había sospechado que lo que habían vivido
mis padres y yo misma en el comienzo de mi vida, podía tener una tal
influencia sobre mi malestar existencial.
Todo osciló en un retiro de “Sanación y Crecimiento”, al cual fui a pesar
del miedo de ser agredida y molestada en mi sufrimiento, que finalmente
era mi único compañero de ruta.
Los días pasaban y mis lágrimas caían, me sentía sola y tenía miedo de
no vivir ninguna experiencia en el retiro; deseaba tanto correr hacia el
Señor; pero me parecía que era observada desde mi silla, en el fondo de
la capilla.
En el momento de la Eucaristía, caí en un “reposo en el Espíritu”; el Señor
me pedía que dijera “sí” a la vida. Estaba literalmente doblada como una
paleta y en ese estado comprendí de dónde venía esta profunda herida
existencial y la elección de muerte que me habitaba.
Nací en África, en Zaire, durante los sucesos del 64; mis padres fueron
amontonados con otros belgas, después separados, los hombres de un
lado y las mujeres del otro lado.
Era la angustia de una separación indefinida, temor también por mamá
que esta encinta de mí y que había oído decir que los africanos abrían el
vientre de las mujeres encintas. En una pieza minúscula, en presencia de
una docena de otras mujeres, vivía la inquietud de mi nacimiento que se
aproximaba. ¿Cómo se realizaría?, ¿cómo? Todos esos miedos, que eran
profundos y vividos intensamente los tres últimos meses del embarazo,
yo los había recibido en el útero, yo me imaginaba el mundo tal como mi
madre lo presentía. Es ahí donde yo hice mis primeras elecciones de
muerte; yo no quería vivir en un mundo que consideraba agresivo. En
todo mi ser estaba inscrito el miedo, la angustia que me ha perseguido
durante mis 20 años.
Herida también en mi femineidad, me sentía hiperincómoda con los
muchachos y yo elucubraba durante la noche situaciones de las más
variadas, persuadida de que la realidad no me ofrecería jamás la alegría.
Cosa extraña, la violación me perseguía, me obsesionaba, hasta que un
día en un retiro ignaciano la pesadilla llegó a ser de tal manera precisa
que grité un ¡no! horrorizada. Esta situación soñada, era exactamente la
que había vivido mi madre con las amenazas de violación por parte de los
africanos a pesar de su avanzado estado de gravidez.
El Señor me mostró también otro hecho que me había influido en el seno
materno; la muerte de mi abuelo materno. Fue una tal desgarradura para
mi madre, que en recuerdo de su padre decidió ponerme su nombre; yo
no aceptaba que me llamaran por ese nombre, y pensaba que era
únicamente porque él representaba para mí la autoridad, los profesores;
pero el sentido real de ese rechazo era mucho más profundo: era un
nombre que me ataba a la muerte.
Lo esencial no es poner todo esto en evidencia, sino darse cuenta que, a
partir de eso, el Señor me ha permitido comenzar un camino. En efecto,
es comenzar una vía de perdón con respecto a los africanos, a mi abuelo,
a mi madre, a mí padre también, que para mi representaba como todo
hombre, una imagen de abandono y de agresión. Todo esto, para romper
las ataduras que nos impiden a unos y a otros, recibir la gracia que el
Señor nos quiere acordar.
Cada día, me confío a María para que ella me enseñe a vivir según el
Espíritu Santo; para aceptar lo que soy, para crecer en la fe, para llegar a
ser adulta y plenamente mujer.
Después de haber terminado mis estudios de enfermera y trabajado
durante dos años en un centro neurológico, yo recomencé mis estudios
para ser matrona, nuevo camino de vida, de esperanza y de
ensanchamiento del corazón, por el cual el Señor me fortifica y me
permite, por todo lo que yo viví, comprender mejor la vida del niño en el
útero y realzar la importancia y la belleza de ese don de vida”.

“LA GUERRA DE 1940”

“Nací durante la guerra. En Suiza este período no tenía nada de


comparable con lo que pasaba en los países vecinos; eso no impedía que
los hombres como mi padre, fueran movilizados durante meses, la
tensión estaba viva. Mi madre, que se había casado tardíamente,
abandonó su carrera, un puesto de responsabilidad para lanzarse con su
marido en la compra de un comercio; proyectó que fracasó y en lo cual
perdieron todos sus ahorros.
Se puede imaginar las dificultades que mi madre debió afrontar sola,
encinta, ella retornó al trabajo. A ese cuadro es necesario agregar su
memoria herida, jamás consolada de la pérdida de su madre, muerta en
el momento del alumbramiento. Es en ese clima que comencé a
desarrollarme en el seno materno, preguntándome sin duda, si tenía un
lugar en este mundo con apariencias tan amenazantes, ¿a quién le podría
tener confianza?, ¿quién estaría lo suficientemente disponible para
ocuparse de mí?
Me desarrollé en el seno materno, en forma horizontal; no tengo espacio
para moverme y mis pies se fueron deformando por el esfuerzo de buscar
lugar.
Mi nacimiento será un drama: soy un bebé pequeñísimo con los pies
torcidos. Me veo toda encogida sobre mi misma. Lo que continuó me va a
dar la razón.
Cinco días después de mi nacimiento, es un calvario que comienza:
enderezar esas piernas a la fuerza, mantenerlas en yeso, recomenzar la
operación cada semana, permanecer en el hospital, sufrí una
intervención quirúrgica en las dos piernas a los ocho meses. ¿Cómo
puedo comprender que es por mi bien, que no fui abandonada, que puedo
tener confianza que la vida es bella?
Esa niñita, por tanto, quería vivir; no había más que una sola salida:
cargar conmigo misma, ser independiente, puesto que era doloroso cada
vez que otros se ocupaban de mí.
¿Y al Padre Celestial le podía tener confianza?, ¿dónde está Él? Si bien
durante toda mi vida lo busqué con todas mis fuerzas, sin cesar de nuevo
yo tomaba el timón de mi vida en mis manos.
La oración por el tiempo de mi gestación fue determinante.
El cuadro está totalmente despojado de artificios. Sentada sobre una
silla, fui rodeada por tres personas que imponiéndome las manos oran
por mi concepción: primer mes, segundo mes; apaciblemente al
comienzo, siento poco a poco un malestar que se instala en mí, un peso
tan grande que tengo la impresión de que voy a morir. Recibo el
Sacramento de los Enfermos. En el momento de mi nacimiento vivo un
apaciguamiento, un descanso que no durará. Una inmensa rabia me
invade. En este estado de rebeldía tengo deseos de quebrar todo: nacer
para vivir la tortura, no quiero aceptarlo, al cabo de cierto tiempo,
después de un canto en lenguas, me siento como desprendida de esta
cólera y me invade una inmensa paz. Mi cuerpo no tiene peso. Me leen
el Salmo 139; y siento toda la alegría de la experiencia de un nuevo
nacimiento”.

CAPÍTULO  XI

“LOS HIJOS DE SUSTITUCIÓN”

“Contado entre los que bajan a la fosa, soy como un hombre acabado;
relegado entre los muertos como los cadáveres que yacen en su tumba,
aquellos de los que no te acuerdas más, y que están arrancados de tú
mano”
(Sal 88, 5-6).

Hemos escuchado algunas veces la frase: “es tan conflictivo que tiene
una crisis de identidad”. Es fácil calificar a una persona de esta manera,
pero, ¿qué es lo que la llevó a sentirse sin lugar en el mundo, sin raíces,
sin familia?. y a llevar ese dolor existencial que la hace preguntarse:

“¿quién soy finalmente?”


Supongamos que Pablo es el tercer hijo de un matrimonio bien avenido.
Antes de él hay un hermano y una hermana que se desarrollan
armónicos, felices; Pablo parece la oveja negra de la familia, estalla en
cólera por la más mínima cosa, es agresivo, no se siente respetado ni
amado; la palabra injusticia está siempre en sus labios. Es una curiosa
mezcla de tiranía y de inseguridad. Suele entrar en períodos de angustia
y de miedos viscerales, o en estados depresivos.
¿Cuál es el origen de sus males? Antes de él había existido otro Pablo,
gentil, la alegría de la familia, y he aquí que a los tres años una
enfermedad lo llevó a la tumba, en medio del desconsuelo de la familia.
¿Cómo pudo Dios llevarse a un niño tan angelical, tan bello, tan lleno de
alegría, tan…? Y a medida que el tiempo pasa le agregan tantas
cualidades que lo convierten en un pequeño ídolo. Poco tiempo después
la mamá queda encinta y ella junto con toda la familia esperan de una
manera inconsciente a ese Pablo que se fue; al reemplazante, lo esperan
con ansia al mismo tiempo que con inquietud. El bebé que se desarrolla
en el seno materno sabe que no es a él al que esperan, es al otro; tiene
miedo de nacer al mismo tiempo que se desencadena en él una rebeldía,
una especie de cólera sorda contra Dios, contra sus padres, contra el
mundo. Desde su nacimiento es un niño llorón y para colmo no es rubio,
como el otro, sino moreno; su llanto es para significar que no habrá
ninguna concesión. Los padres cometen otra equivocación, lo registran
con el nombre del niño muerto y con el mismo nombre es bautizado. He
aquí un niño atado con la muerte, manipulado, lleno de culpabilidad, y
que lleva inscrita en su inconsciente la frase:

¡Yo estoy vivo, mi hermano está muerto!

no es extraño que vaya lentamente a la búsqueda de la muerte y de la


destrucción.
La especie de culto al niño muerto hace más difícil al niño de reemplazo
llenar el rol que los padres y la familia esperan de él; y por agobio se
descarga a través de la violencia o del mutismo. Tampoco es extraño que
frente a esa responsabilidad de reemplazo busque los medios más
eficaces para molestar a sus padres: mal comportamiento en la escuela,
robos, malas calificaciones, droga, alcohol, etc. No quiere ser “bueno y
gentil”, como el otro, aspira ser él mismo, pero no sabe como, quisiera
volar con sus propias alas; pero se siente atado.
Una persona no solo puede sentirse atada por un niño muerto ya nacido,
sino también por un aborto natural o un aborto deseado; por eso muchas
veces aconsejamos a las personas de hacer una misa por ese hermano o
hermana muerta y hacerle un bautismo de deseo poniéndole un nombre.
Las personas nacidas en estas circunstancias son propensas a la
depresión; y con mucha facilidad atrapan enfermedades infecciosas, ya
que tienen la impresión de que están condenadas a muerte; ciegamente
intuyen algo tenebroso que las envuelve; detestan los cementerios por
miedo o bien tienen una atracción enfermiza por lo tenebroso.
Lo dramático en estos seres es la búsqueda de lugar y de identidad, y
como no conocen la causa de su desorientación se hacen un lugar en la
vida y en el mundo de manera torpe y agresiva. O pisan en el suelo con
bastante fuerza o bien tratan de esconderse, de no ser notados, como si
pidieran perdón por existir.
Hay familias enteras que están atadas con la muerte; no sería nada poner
el nombre de un tío, un abuelo, un hermano muerto, es que de alguna
manera el nombre va a servir para recordar al que se fue y sutilmente se
amarra al nuevo ser que viene a la vida, encerrándolo en una
personalidad que no va a ser la suya, en alguna parte se le impide vivir
plenamente.
A veces no se puede cortar el cordón umbilical con el ser querido que se
fue, tal vez joven, muerto de una enfermedad grave o en un accidente; se
venera su fotografía, se le ponen flores y se le reemplaza por un hijo; y
tanto le muestran la fotografía y le hablan de las cualidades de la
persona difunta, que el sustituto puede comenzar a asimilar la
personalidad; y lo que es más grave también puede programar la misma
enfermedad, provocarse el mismo accidente y morir a la misma edad del
fallecido, si la fuerza sanadora de Jesucristo no actúa a tiempo.

“ESPERABAN AL OTRO”

“Siento una gran inquietud en mi interior. Soy rebelde, irascible; todo me


molesta: mis hijos, mis hermanos de oración y hasta Dios.
Vengo al retiro, porque me siento saturado; estoy como topando un
techo y no sé cuál es la causa. Y de repente a través de la Palabra, el
Señor me muestra la verdad: soy hijo sustituto. Un año y medio antes de
mí llegada mi madre tuvo un hijo: Andrés, que murió en el noveno mes
en el seno maternal a causa de que no fue sacado a tiempo.
Cuando quedó de nuevo encinta, no era a mí al que esperaban sino a mi
hermano. Desde que era una pequeña célula rechacé la personalidad que
se [me] imponía, y cuando nací lloré un mes completo, según me
contaron; era tal mi forma de reclamar porque no me recibían a mí, Juan
Francisco, sino a Andrés. Crecí desordenado, hiperkinético, rebelde, me
castigaron mucho con el fin de entrarme en el molde que mis padres
deseaban, digno de llevar el nombre de la familia.
El Señor me mostró todos los malos comportamientos y los perdones a
dar y a recibir. Pero lo que más me sorprendió fue descubrir que estaba
atado a ese hermano muerto; y que tenía que perdonar no solo la
negligencia de las personas que no lo sacaron a tiempo, sino también a
mi hermano por haberme abandonado y ligado con su partida”.

“¡QUE MUERA TRANQUILA EN SU CASA!”

“Esta fue la frase que le dijeron a mi familia cuando fui hospitalizada por
tercera vez en estado grave. Los médicos no encontraban la causa de mi
extraña enfermedad y algunos avanzaron el diagnóstico de
esquizofrenia. Mis depresiones eran frecuentes; yo misma no me
entendía y al mismo tiempo que quería ser adulta, los años pasaban y yo
no podía detenerlos; me era difícil aceptar mi edad y mis limitaciones.
Entré en la Renovación, aprendí a alabar al Señor, conocí la Palabra y
poco a poco fui sintiéndome en paz; pero de improviso me atacaban las
angustias viscerales, los insomnios y el deseo de acabar de una vez por
todas con esta tortura. Pero amaba mucho a mi familia como para buscar
medios tan terribles como el suicidio. Fue así como emprendí un camino
de sanación a través de varios retiros de sanación y crecimiento. La luz
del Señor fue aclarando mi vida. Era la quinta hija de un matrimonio;
antes que yo había nacido un bebé robusto y bello que vivió una semana;
la partera había perdido el equilibrio y el niño cayó de sus manos al
pavimento; sus huesitos tiernos no resistieron el golpe y murió. Mi mamá
me esperó en la angustia y con el deseo de que sustituyera al bebé
muerto. No solo fui marcada por la muerte de mi hermano, sino también
por la grave enfermedad de mi abuelo materno. Esto causaba una pena
muy profunda a mí mamá, doblemente afectada. Nací en el mes de
septiembre y un mes después murió mi abuelo. Todo llegó a ser claro
para mí, el Señor disipó las tinieblas que me tenían aprisionada y pude
decir “sí” a la vida”.

“LA LLAMARÉ COMO A MI MADRE”

“Vivía angustiada; tenía tal falta de confianza en mí misma, que me


enfermaba, a tal punto que siendo estudiante, tenía indigestiones
después de los exámenes y no podía abrir la boca delante de los
examinadores.
En un retiro ignaciano, recibí el texto de Isaías 53 y una frase de ese
texto: “por sus llagas hemos sido sanados” me llegó al corazón; y la
angustia me comenzó a apretar la garganta. Me fui delante del
Santísimo; pero mi estómago comenzó a torcerse; sentí que mi esófago
se anudaba de angustia y comencé a rogar al Señor; te doy todo mi
sufrimiento que regresa, no quiero esconderte nada. Tú viniste a sanar y
a consolar; por favor, Señor, si debo conocer las raíces de esta angustia,
muéstramelas. Oré también al Espíritu Santo para que me ayudara a que
Jesús fuera el centro de todo. Después de un tiempo el Señor me mostró
la causa y comencé a sollozar con gemidos tan grandes; pero al mismo
tiempo experimentando una gran liberación.
Mi madre quedó huérfana a la edad de tres años; y en esa herida
inconsciente, deseó tener siempre una hija a la cual llamaría como su
madre. Y he aquí que yo estaba aprisionada en un personaje que no era
yo; no podía tener confianza en mi misma porque no era yo. El Señor me
liberó y me dio mi propia identidad. Ahora sé que El me ama a mí
personalmente, que soy única y que puedo comprender su Palabra: “Tú
eres mi hijo; Yo te he engendrado hoy” (Sal 2, 7). Me sentí
verdaderamente renacer, frágil aun, con toda una personalidad para
reconstruir; pero sé que el Señor lo hará con dulzura y con amor”.

CAPÍTULO  XII
“HERIDAS DEBIDO A NACIMIENTOS DIFÍCILES”

“Sí, Tú del vientre me sacaste, me diste [con] confianza a los pechos de


mi madre; a Ti fui entregado cuando salí del seno, desde el vientre de mi
madre eres Tú mi Dios. No andes lejos de mi, que la angustia está cerca;
no hay para mi socorro”
(Sal 22, 10-12).

Muchas personas han sido marcadas por los nacimientos difíciles.


Naturalmente, habría que distinguir entre los nacimientos con
dificultades a causa de que el bebé en el seno materno deseó no nacer; y
aquellos nacimientos que, a pesar de todas las precauciones tomadas,
terminaron en un drama para la madre y el bebé.
El Señor nos ha creado con facultades extraordinarias, de manera que
aunque parezca increíble, registramos en nuestra memoria hasta la más
pequeña frase que se refiere a nuestra pequeña persona; quedan
inscritos también el rechazo, la decepción, la falta de reconocimiento
paternal o maternal, etc. Frases como:

“¡que bebé más feo!”,

“¡este niño se va a morir!”,

Hay padres que al ver a su bebé azul a causa de asfixia han dicho:

“¡Dios mío, engendré un monstruo!”;

ese bebé ya está marcado y no importa que el espejo le muestre más


tarde una cara agraciada y normal, en su interior siempre va a creer que
es un monstruo.
El bebé que no ha sido deseado, en general siente un rechazo a nacer, no
sabe para qué nacer si no lo quieren; y muchos de esos niños nacen con
el cordón umbilical enrollado en el cuello, el ginecólogo se ve en apuros
para salvarle la vida.

“EL NACIMIENTO POR CESÁREA”

Es vivido por un bebé, como una agresión a su persona; a veces por la


edad de la mamá o por la estrechez es mejor una cesárea; que da más
garantías de vida; pero el niño se siente invadido en su territorio,
traicionado. Se movía tan dulcemente en el líquido amniótico, y de
repente es obligado a salir de su domicilio, a un mundo que juzga
amenazante y hace una elección de muerte que generalmente es la
cólera. A medida que crece, basta una pequeña contradicción para que
estalle en cóleras inusitadas. Puede también ser habitado por la angustia
de ser abandonado, si lo separaron de su madre o no fue alimentado con
el seno materno.

“NACIMIENTO POR FÓRCEPS O POR VENTOSAS”


Son más dramáticos para el bebé que el nacimiento por cesárea. Hemos
constatado el hecho de que las personas nacidas mediante fórceps o por
ventosas, son personas altamente desconfiadas. Tienen el sentimiento de
que siempre tienen una espada sobre sus cabezas; se angustian ante el
primer obstáculo; es como si estuvieran repitiendo siempre:

¡no puedo pasar!,


¡no me dejan pasar!,
¡no quieren que viva!, etc.

Están marcados por esas tenazas frías, metálicas o esa ventosa


amenazante que los succiona, y en la vida siguen moviéndose de manera
nerviosa, con el miedo de ser atrapados; desarrollan un mecanismo de
control que los conduce a un perfeccionamiento fatigoso y duro de
soportar para los otros. A través de ese mecanismo de control creen
dirigir a las personas y los acontecimientos; y cuando algo se sale de su
dominio, pueden llegar a la depresión y los insomnios. No es extraño que
sean racionalistas al extremo para evitar el sufrimiento y cualquier
situación que toque su emotividad. Se defienden del amor y de la
amistad; y son capaces de someter a pruebas inverosímiles a las
personas que les atraen antes de entregarles su confianza. Son posesivas
y una pequeña falta la miran como una traición enorme. Y como piensan
que la persona ha faltado al código que construyeron sobre la amistad o
el amor, la borran de su intimidad y actúan como si nunca la hubieran
conocido o ella hubiera existido.
Piensan que la felicidad no se hizo para ellos; y cuando hay alegrías o
momentos gratos en su vida, tratan por todos los medios de perderlos
antes de que se los arrebaten. Hay como un cierto fatalismo en sus
existencias, lo que los conduce a construir un mecanismo de
insensibilidad a los sufrimientos del otro; endurecen su corazón para no
ser avasallados por algo que no pueden manejar.
La timidez que pueden desarrollar en ambientes nuevos o la falla en los
estudios depende un poco de la dureza que han resentido durante su
nacimiento, reforzado por los padres que no desearon su existencia.
A las personas así nacidas, les es difícil creer en el amor de Dios y con
mayor razón creerse amadas por los otros; en lo recóndito de su alma
siempre va a estar escondida una imagen falsa de Dios.

“LA INCUBADORA”

La incubadora es quizás el origen más frecuente de la herida de


abandono. Si un niño fue puesto ahí es porque peligraba su vida. Al
sentirse separado de su madre, manipulado, desnudo, su elección de
muerte será:

¡cuento solo conmigo mismo, debo vivir con mi propia fuerza!

“LOS NIÑOS A QUIENES


LES APURAN EL NACIMIENTO”
Estos niños no aceptan fácilmente la autoridad; fueron obligados a nacer,
no respetados; suelen ser bastante coléricos y huyen de todo formalismo
o imposición. Les calza muy bien la frase:

¿de qué se habla aquí para oponerme?


¡díganmelo!

Tienen fuerte problemas de relaciones no solo con sus padres, sino


también en todos los medios en los que suelen moverse.

“LOS NIÑOS A LOS QUE SE LES


RETARDA EL NACIMIENTO”

Puede haber muchas causas para que se desee retardar el nacimiento de


un bebé. Lo que hemos constatado es que en su inconsciente quedó
grabado como un fuerte rechazo a su vida:

¡no me quieren!
¡desean que muera!

Son presa fácil de la angustia y de la obsesión; no es raro que tengan una


fuerte herida de indignidad y de rechazo. Suelen tener problemas
respiratorios o asmáticos y una gran dificultad para aceptar la vida. El
hecho de que los hayan retenido en el seno materno los ha puesto cerca
de la muerte, tienen miedo a las enfermedades y de morir asfixiados o
ahogados. Es típico su rechazo por el agua y son incapaces de aprender a
nadar. Algunos bebés nacen con algunas limitaciones físicas a causa de la
asfixia y de la demora en sacarlos.

“EL BEBÉ OLVIDADO”

Algunos nacimientos son tan difíciles, que pusieron en serio peligro la


vida de la madre. El médico y las enfermeras se preocupan de salvar la
vida de la madre y el bebé queda al lado, olvidado, al frío, apenas
envuelto en una sábana. Ese bebé va a ser un futuro ser marginal, que
solo va a contar con su propia fuerza. Se siente abandonado, solo contra
el mundo. La única persona que puede darle calor y ternura yace casi
moribunda y fatigada.
No saben ocupar su lugar, o bien lo hacen con agresividad aplastando a
los otros; o bien se dejan quitar su lugar con suma facilidad, poniéndose
al margen. Su frase interior favorita es:

¡no valgo la pena!

Son seres que cultivan la soledad y que han creado una caparazón de
insensibilidad muy grande. Sufren enormemente porque no saben como
romper su falta de comunicación y salir de su autismo fabricado cuando
conocen una persona que les interesa.

“¡PARA ESTO ME OBLIGARON A NACER!”


“Siempre creí que mi problema afectivo había nacido en la extrema
rigidez de mi madre; pero el origen era otro: mis padres esperaban que
su sexto bebé fuera varón, pero nací mujer. El Señor me reveló el rechazo
de mi padre. Me vi en los brazos de la partera que había hecho el trabajo,
mi papá me miró y dijo:

¡ah, es una chancleta!

y siguió derecho a ver a mi madre. En ese momento me sentí “nada” y


pensé:

¡para esto me obligaron a nacer!,

pues la partera, según me contó mamá, estaba apurada porque tenía una
reunión esa noche y no quería faltar; y como no era aun el momento de
mi llegada, ella le ayudaba a mi mamá apretándole el vientre hacia abajo
y colocándole bolsas de agua caliente para apurarme. Yo en el vientre de
mi madre luchaba constantemente contra esa presión y calor que me
obligaba en todo momento a cambiar de posición y me hacía temblar de
miedo, porque el mundo se me presentaba cruel. Cuando papá apenas
me miró, elegí morir; y el Señor me presentó esta elección que hice el día
de mi nacimiento en una visión en la que veía una lápida con la fecha de
mi nacimiento, unas bellas flores y Jesús de pie ante ella. Yo sabía que
allí estaba yo, y le pedía que me ayudara a salir, que yo no podía levantar
semejante piedra sola. Lo culpaba a Él de haber permitido que me
sucediera esto; y me costó mucho reconciliarme con El y perdonarlo.
A raíz de este nacimiento forzado, y la falta de afecto paternal, era
tímida, introvertida, creé un mundo irreal en el cual me sumergía cuando
el mundo real me era hostil. Estaba llena de miedos, temía ser
abandonada; por tanto, toda relación afectiva la terminaba yo, antes de
correr el riesgo de que me dejaran.
El miedo y las inseguridades eran mis compañeras permanentes; pero me
fabriqué una coraza muy fuerte que los disimulaba muy bien.
No me sentía parte de la familia, ni segura en el hogar de mis padres, lo
que me llevó a una actitud nómade a causa de no querer apegarme a
nada. Soy fría, sin sentimientos, tengo un corazón duro, me cuesta
demostrar y dar el amor.
Para ser aceptada por mis padres, fui lo que ellos esperaban de mí: una
niña modelo; pero no era mi mundo, el mío era el otro interior que yo
había creado solo para mí.
El Señor también me mostró que yo era una espectadora del mundo; lo
veía detrás de una vitrina, o desde la tumba donde me metí para que
nadie me hiciera daño”.

“¡ES TU AMOR EL QUE ME SALVA!”

“Nací en el campo una mañana de octubre. Mi padre estaba en su


trabajo. Mi mamá, que era frágil y depresiva, me trajo al mundo antes de
término, de improviso, a los siete meses. Pesaba un poco más de un kilo.
La partera, juzgando que no era viable, me depositó en un rincón, sobre
el suelo. Mi mamá agotada, no pidió que me llevaran a sus brazos.
Fue solamente en la tarde, cuando mi padre llegó de su trabajo, que miró
y gritó:

¡él vive!

y en ese momento se ocuparon de calentarme y de cuidar de mí (aunque


todos esto detalles [los supe] a la edad de 40 años).
Durante toda mi juventud, fui delgaducho y miedoso, siempre a la
defensiva; cuando tenía 20 años uno de mis colegas me llamó “perro
apaleado”, lo que escribe bien el aire que yo debía tener.
En necesario recordar que mi entrada a la escuela de la ciudad, a los 12
años no mejoró la confianza en mí. El pequeño campesino torpe fue
objeto de las burlas y bromas. Me recuerdo que pasaba los recreos
escondido en una esquina, para que mis condiscípulos no me
descubrieran.
Pero el Señor me había dotado de una buena inteligencia y comprendí
que mi “salvación” social era la de ser brillante en mis estudios. Me
volqué, pues, sobre mis estudios, la noche, el sábado, el domingo; no me
concedí ninguna distracción ni ningún otro interés. Llegué así a hacer
buenos estudios superiores; pero aun cuando mi porvenir profesional
esta bien asegurado por una función estable, permanecía siempre sobre
el “quién vive”, jamás seguro de haber hecho [lo] suficiente, jamás
seguro de haber respondido a los deseos de mis superiores. En efecto, yo
no estaba seguro de haber acumulado suficientes seguridades para el
futuro, ahorraba “para el caso sí…” y trataba de prevenir lo que haría si
sucediera tal o cual dificultad.
No tenía pues confianza en la vida; jamás estaba seguro de ser amado.
Creía [que] debía merecer el amor de mi esposa, y cuando ella me
testimoniaba su amor, me decía que era porque era demasiado buena.
Continué acumulando otros diplomas, “sí en caso de…” hasta el
momento en que una grave depresión hizo crujir todo. Ensayé diferentes
psicoterapias, que no me hicieron descubrir el origen de mis inquietudes,
y no llegaban a darme confianza en la vida. La vida me parecía triste, y
continué no interesándome en nada ni en nadie; no me sentía un
viviente.
En fin, a los 50 años tuve un encuentro personal con el Señor; y fue con
ocasión de un retiro ignaciano que el Señor me hizo comprender que el
origen de mi inquietud, de mi tendencia a contar solo con mi propia
fuerza, a no tener confianza en nadie, remontaba a esa primera mañana
de mi vida, a esa fría mañana de octubre, donde estuve “solo y sin
defensa, sin calor y sin amor”, pero vivo; pues el Padre del cielo estaba
ahí ya en ese momento.
Yo no supe jamás esperar. Esperar para mi era como perder la vida. Cada
vez que esperaba, me decía “aun diez minutos perdidos que te acercan a
la muerte” y entonces me encolerizaba.
Quería hacer todas las cosas bien rápido, aun si quedaban mal hechas,
porque el tiempo corría aprisa. No sabía por qué; pero yo tenía una
urgencia vital. Tenía una angustia vital del tiempo que pasaba. En la
oración, el Señor me mostró el pequeño bebé que yo era, abandonado en
un rincón, y para quien efectivamente el tiempo que pasaba era vital. Mi
espera me conducía verdaderamente hacia la muerte.
Después el Señor me mostró el mecanismo de defensa que yo había
adoptado; yo me negué a esperar y rehusé pedir, para no tener que
esperar, para no sufrir el esperar.
Debía hacer mi plan solo, no esperar nada de nadie. Lo que no recibía
inmediatamente lo tomaba por la fuerza sin importarme si hería a
alguien. No tenía piedad, era duro; era como un lobo que luchaba por
defender su vida y su nido. Fue necesario que el Señor me mostrara ese
mecanismo de pecado.
Otro sentimiento confuso que me habitaba desde siempre, era que debía
encontrar mis medios, que algún día tendría una situación difícil de la
que me sería casi imposible salir, tenía necesidad de “todas mis plumas
para volar”.  A causa de esto, limitaba mis “obligaciones” al mínimo,
hacía solo lo que el deber me pedía. Sobre todo, no tomaba ninguna
iniciativa. Cuando alguien me proponía hacer alguna cosa, preguntaba
siempre:

¿es necesario?

Era verdaderamente un extinguidor de ideas. Al contrario tenía harto


cuidado de acumular reservas para el caso de no poder sostenerme en
pie. Reservas de dinero, de comida, de medicamentos, etc. Esto iba desde
comer mucho y dormir bastante para tener fuerzas.
Otra pobreza de mi vida era la falta de afecto. Tenía la impresión de que
mi madre jamás tuvo tiempo para amarme, de tomarme en sus brazos.
Estaba convencido de no ser digno de ser amado, de que nadie podía
amarme verdaderamente. Todo el amor real y profundo de mi esposa no
pudo sanar esa soledad afectiva.
En mi camino de sanación, comprendí que las horas de abandono que
había vivido el día de mi nacimiento habían sido resentidas por mí como
un abandono afectivo, un rechazo. Pagué siempre el hecho de no haber
sido puesto en los brazos de mi madre en el momento de mi nacimiento.
No es sino recientemente que comprendí que a través de esta primera
espera de amor defraudado, yo suscité un mecanismo de rechazo
semejante al mecanismo a mi rechazo a esperar una ayuda material.
Había también rechazado el afecto. Hice mis planes sin el afecto
maternal; no sentí la necesidad de una madre, y tampoco de María como
madre. No quería tener una madre; y esto me dio una incapacidad para
amar a mí madre y a María.
Todo lo que estaba ligado al afecto maternal me irritaba, aun la
admiración de las madres por su bebé. Inútil decir el mal que mi actitud
ha causado en las relaciones padre-hijo en mi hogar.
Este rechazo de afecto yo lo extendí a toda mi vida social: no tenía
verdaderos amigos, las relaciones sociales no tenían para mí ningún
interés afectivo. Por el contrario, yo había concentrado toda mi
afectividad sobre mi pobre esposa; tenía hacia ella una posesividad
terrible, y mis hijos era los rivales de su corazón.
A causa de todos estos rechazos y dureza, de cerrarme a todo, mis
relaciones con Dios eran pobrísimas. Comprobé la verdad de esta
afirmación de San Juan: “Si alguno dice: amo a Dios y aborrece a su
hermano es un mentiroso (1Jn 4, 20).
Aun con Dios era egocéntrico; esperaba todo de Él; pero mi oración era
siempre una oración de petición. No me abandonaba; le regateaba el
tiempo de mí oración.
Delante del Santísimo tomé conciencia de que, el día de mi nacimiento, la
partera, viendo que yo no era viable, me había decididamente condenado
a muerte dejándome voluntariamente sin cuidados en un rincón. Pero el
Señor no quiso que muriera y me escuché decir:

¡Señor, Tú no quisiste que me quitaran la vida, ahora yo te la doy


libremente!

Al comienzo me asusté por la importancia de la frase que el Señor puso


en mí corazón, después le dije “sí” y en el momento en que dije “sí”, me
sentí lleno de fuerza”.

“NACÍ POR FÓRCEPS”

“Tengo 24 años; era insegura y tímida y había sufrido una enormidad


durante mis estudios de básica.
Fui a un retiro de sanación con mucho temor. El día en que se hizo la
oración por la vida intrauterina y el nacimiento, estaba con mucha paz;
me senté, comenzaron a cantar y después a orar. Me sentía bien, además
sabía que mis padres deseaban mi llegada; pero cuando comenzaron a
orar por los nacimientos y pidieron al Señor que tocara a todas las
personas de la asamblea que habían nacido con fórceps, sentí en mi
interior un hielo grande, un miedo visceral, como que me aferré a mí
mamá en el seno; pero una cucharas heladas tomaron mi cabeza; sentí
terror, inseguridad, luego vi la alegría de mi mamá; ella no podía creer
que fuera una mujercita, pues antes había tenido dos varones.  Me
abrazó y me acurrucó en sus brazos y mi papá dijo:

¡llegó un lucerito al mundo!

Llegó el tiempo del colegio; tenía seis años, no quería ir, me costó
aprender a leer; pero lo que acabó por reforzar mi inseguridad y falta de
confianza fue mi llegada al tercero básico. Un día, la profesora nos dijo
que nos iba a dar un gran premio.
¿En qué consistía? En la sala existían tres filas: la de los aplicados,
regulares y flojos. Como a mí me costaba mucho, a pesar que hacía mis
tareas con mucho esfuerzo, pasé todo el año en la fila de los flojos. Algo
había pasado en mi nacimiento que me causó un bloqueo. Me sentía muy
mal, disminuida, temerosa, entendía las cosas pero no las podía escribir,
finalmente repetí el año. Fui a un colegio especial por algunos años; y mi
mamá me volvió a poner en tercero básico a los 17 años; era la más
grande del curso y me daba vergüenza porque mis ex compañeras iban
en octavo básico y corté la amistad con ellas; me hice un mundo donde
solo existían los estudios y mi familia.
La enseñanza secundaria la hice bien; pero persistía esa falta de
confianza en mí. Llegué a ser profesional; obtuve el título de Contadora.
Y es ahora, a los 24 años, cuando se de dónde vienen mis temores y la
falta de confianza en mí [misma]: el nacimiento con fórceps”.

CAPÍTULO  XIII

¿CÓMO HACER UNA ORACIÓN DEL SENO MATERNAL?

“Mí embrión tus ojos lo veían; en Tú libro están inscritos todos los días
que han sido señalados sin que aun exista uno solo de ellos”
(Sal 139, 16).

Habría que hacer una distinción en:

A) ¿Cómo se debe orar por una persona que ya tiene cierta edad? y,

B) ¿Cómo debe orar una pareja que espera un bebé?

 “¿CÓMO SE DEBE ORAR POR UNA PERSONA


QUE YA TIENE CIERTA EDAD?”

Un primer consejo a las madres, es no caer en la culpabilidad o sentirse


acusada por el ojo de Dios. Si usted descubrió que Jesús está vivo; y que
vino a liberar, sanar y convertir; y no a juzgar, será mucho más fácil.
No [se] debe olvidar nunca que el Señor vive en presente eterno y que no
hay nada imposible para El.
Otra cosa que jamás [se] debe olvidar, es que la sanación interior es un
camino gradual, es decir, se hace poco a poco según la iniciativa del
Señor.
Cuando comience a orar por su hijo, permanezca en la fidelidad; es
importante que continúe golpeando la puerta del Señor, aun en medio de
las crisis que pueda hacer su hijo. En Isaías 62, 7 se dice:

“Los que hacéis que Yahvé recuerde, no guardéis silencio. No le dejéis


descansar hasta que reestablezca”.

No es necesario que usted sea carismático para interceder u orar por una
persona. No crea que a usted le fue dado de parte de Jesús, menos poder
que a aquellas personas que oran por los enfermos. Un matrimonio está
dotado de un gran poder de sanación a causa del sacramento del
Bautismo y del matrimonio y por el hecho de ser co-creadores con Dios.
¿Qué puede haber influido en el desarrollo de un niño con el cual usted
tiene problemas? Es importante recordar todos aquellos momentos del
embarazo, los acontecimientos negativos y los positivos. La mamá debe
saber que hubo una estrecha relación entre ella y ese bebé, que se
desarrolló en su seno durante 7, 8 ó 9 meses.
El niño absorbió como una esponja lo negativo y lo positivo y lo registra
en su inconsciente; por eso todos los meses de gestación son
importantes.
Vamos a nombrar algunas circunstancias que influyen en la concepción y
desarrollo de una vida intrauterina: concepción en estado de ebriedad,
disgusto o rechazo del acto sexual, sentir el acto sexual como una
violación; la violación, gestación guiada por la pasión sin pensar que se
puede originar vida, concepción fuera del matrimonio, dar la vida sin
amor y por deber, etc.

“ACONTECIMIENTOS QUE MARCAN


EL DESARROLLO DE UN NIÑO”

Las caídas, los miedos, la aprehensión, la muerte de un ser querido; los


abortos espontáneos, los abortos provocados, los terremotos, las
tempestades, las enfermedades sentidas como agresión por el feto,
ingestión de alcohol, el tabaco; las drogas, los actos sexuales durante el
estado de gravidez sobre todo si éste es ya avanzado, las peleas
conyugales, las agresiones a la mujer encinta por golpes o puntapiés en
el estómago; el alcoholismo maternal o paternal, los gritos estridentes, el
miedo a abortar, el miedo a tener un hijo anormal, el permanecer
acostada durante el embarazo para poder retener al bebé; la tristeza, el
llanto durante el embarazo, exceso de baile y de movimiento, trabajar en
demasía y despreocuparse del bebé, que se desarrolla como autónomo.
No darse cuenta de que se espera un niño porque las reglas han
continuado normales. La vergüenza de esperar un bebé a causa del
temor de ser criticada por la edad o por tener ya una prole numerosa,
usar fajas apretadas para disimular el embarazo; la obligación de casarse
a causa del estado de gravidez. Hay casos verdaderamente lamentables
de mujeres diplomadas, que no desean casarse; pero quieren tener un
hijo, para darle según ellas un sentido a su vida, sin pensar en el gran
vacío de paternidad que tendrá esa criatura, al que se le debe agregar el
sentimiento de indignidad.

“ESQUEMA DE UNA ORACIÓN”

“Padre te damos gracias por el don de la vida, por habernos creado a Tu


imagen y semejanza. Hoy quiero poner frente a…… durante el momento
de su concepción, que Tu sangre lave y purifique ese instante de toda
perturbación, concupiscencia, falta de amor o de inconsciencia, etc.”

PRIMER MES

“Señor Jesús, te presentamos el primer mes en el seno materno. Mira


este pequeño ser que se desarrolla. Re-créalo con tu amor. Sana toda
herida de rechazo a su existencia; si llegó por accidente, por falla del
método anticonceptivo. Apacigua el temor y toda angustia visceral
debido a una tentativa de aborto. Consuela a ese pequeño ser herido por
la programación de su sexo o el peso de su apellido. Toca la elección de
muerte que hizo de vivir con su propia fuerza. Ponemos delante de ti
toda la herencia paternal o maternal, cuyos efectos está sufriendo hoy
esta criatura. En este mes su corazón comienza a latir. Pon, Señor, en ese
órgano que se desarrolla, toda la ternura paternal que falta. Virgen
María, llena con tu delicadeza y ternura maternal todo lo que este bebé
no recibió de su madre”.

SEGUNDO MES

“Señor, ponemos delante de Ti el segundo mes en el seno materno.


Jesús, libera toda la libertad crística que diste a esta creatura. Sana toda
rebeldía y todo lo que sintió como agresión. Toca el refugio que se haya
hecho contra el amor. Abre su corazón para que reciba la vida en
abundancia.
Señor, te pedimos que toques cualquier mal formación en sus ojos, en
sus oídos o en su boca. Tú sabes que es el momento de la formación de
su hígado, toca la debilidad recibida por alguna enfermedad maternal”.

Usted que llevó al niño en su seno, agregue todas las circunstancias que
rodearon el embarazo en este mes: caídas, viajes, opresión, muerte,
peligro de aborto, etc.

TERCER MES

Señor, ponemos delante de Ti el tercer mes en el seno materno. Señor,


toca el rechazo que recibió el bebé en su sexualidad, sana toda
perturbación o ambigüedad que esa criatura ha recibido en su desarrollo.
Afirma su femineidad o su masculinidad. Dale la gracia de recibir su
lugar. Haz una armonía de su espíritu, su alma y su cuerpo, sus
emociones, sus sensaciones y su sexualidad. Dale la gracia hoy de decir si
a la vida. Restaura toda imagen paternal y maternal.
Ponemos delante de Ti cualquier mal formación en sus cuerdas vocales,
en sus ojos, los riñones, sus brazos y sus piernas. Toca cualquier mal
formación de sus órganos sexuales, etc.”

Agregue todos los sucesos que puedan haber influido en el proceso del
embarazo: cólera, enfermedad, violencia, heridas, disputas, cambio de
casa, problemas económicos, vergüenza, críticas, la guerra, revoluciones,
calumnias etc.

CUARTO MES

“Señor, colocamos delante de Ti el cuarto mes en el seno maternal. Sana


Señor todo miedo o angustia de ser destruido, la falta de presencia
maternal, la falta de ternura, toca su memoria auditiva de todo grito,
violencia, discusión. Sana la tristeza y el sentimiento de abandono que
recibió de su madre, porque su esposo la dejaba a menudo sola o estaba
de viaje. Sana el rechazo que pudo haber recibido de sus abuelos
paternos o maternos; sana la inseguridad en medio de la cual se
desarrolló. Toca toda agresión de golpes o enfermedad. Armoniza todo lo
que sea desequilibrio y llénalo con Tu ternura y Tu misericordia.
Colocamos delante de Ti su sistema nervioso y cualquier mal formación,
secuela, herencia paternal o maternal que le impida acoger Tu
Resurrección”.

Agregue cualquier episodio negativo que haya vivido en este mes:


ingestión excesiva de bebidas alcohólicas, de tabaco, drogas, violencias,
caídas, enfermedades hereditarias, etc.

QUINTO MES

“Señor Jesús, ponemos delante de Ti el quinto mes. Sana la memoria


auditiva de todo lo que este niño haya recibido en este mes. Toda
manipulación o frase que se haya dicho en contra de su existencia.
Ponemos delante de Ti el miedo que haya recibido desde el exterior por
ruidos, caídas o golpes imprevistos. Sana si sus oídos han sido influidos
por la voz estridente y autoritaria de su padre. Pon en su corazón [paz y
amor] por toda agresión que haya sentido a causa de las relaciones
sexuales de sus padres. Toca todo disgusto y rechazo a la vida. Libéralo
de todo deseo de encerrarse en si mismo y la elección de querer contar
solo con su propia fuerza.
Ponemos delante de Ti su sistema circulatorio, sus nervios, sus órganos
respiratorios, y te pedimos que sanes cualquier debilidad física recibida
en su vida intrauterina”.

Agregue……

SEXTO MES

Señor Jesús, ponemos delante de Ti el sexto mes. Derrama la paz sobre


este bebé, si se ha sentido violentado a causa de una operación hecha a
su madre; sana toda desconfianza y deseo de excluirse de la vida. Dale la
gracia de aceptarse a si mismo. De recibir su masculinidad o femineidad.
Sana todo sentimiento de querer pedir perdón por existir. Restaura la
imagen paternal y maternal. Virgen María, llena todos los vacíos de
ternura maternal. Jesús, corta cualquier atadura con la muerte de algún
ser querido que haya perturbado y causado dolor a su madre y que haya
sido resentida por el feto y le impida hoy aceptar la vida y la alegría.
Sana Señor, si fue el momento en que su padre murió y su madre le dio el
rol de consolador. Sana a esta criatura de victimismo y repliegue sobre si
mismo.
Ponemos delante de Ti su esqueleto, fortifícalo de toda debilidad o mala
formación. Pon en su corazón una gracia de aceptación por cualquier
limitación física que haya recibido en el seno materno”.

SÉPTIMO MES

“Presentamos delante de Ti, Señor Jesús, el séptimo mes de la gestación.


Toca a esta criatura que nació en este mes sin el peso requerido; Virgen
María, agrega los dos meses que faltan. Tu conoces, Señor, la causa por
la cual pudo expulsarse del seno materno. Pon un perdón en su corazón
por el miedo y la aprehensión materna. Toca la herida de abandono, la
falta de ternura, de no haber sido alimentado con la leche materna. Si
debió permanecer en la incubadora.
Te presentamos este niño que continuó desarrollándose. Libera su
libertad crística, armonízalo, dale la gracia de recibir la vida en
abundancia. Sana toda rebelión, el sentimiento de sentirse de sobra, de
sentirse superior, el peso de programación, de rechazo de si mismo”.

OCTAVO MES

“Señor Jesús, ponemos delante de Ti el octavo mes. Toca a este bebé que
nació en este mes a causa de un accidente, de un terremoto, una disputa
conyugal, el descubrimiento de una infidelidad, etc. Sana el rechazo a
comprometerse en el futuro. Restaura la imagen de sus padres. Sana la
imagen del mundo que resintió como cruel, toda desorientación que
venga de su nacimiento prematuro. Sana la imagen de la familia; toca la
elección de muerte que haya hecho y que lo llevan a considerarse sin
raíces.
Te presentamos este niño que continuó desarrollándose en el seno; toca
su rechazo a nacer, a recibir el ser. Sana la rebeldía y la angustia de no
llenar el rol que sus padres esperaban de él. Sana cualquier herida social
o de pobreza que haya recibido; sana las heridas de emigración, de exilio,
de humillación, de rechazo. Colocamos delante de Ti su memoria
auditiva, gustativa y táctil y cualquier agresión venida desde el exterior”.

Agregue……..

NOVENO MES

“Colocamos, Señor, delante de Ti el noveno mes de desarrollo. Tú


conoces tu criatura “nada de lo que hiciste aborreces, pues sí algo
odiases, no lo habrías hecho” (Sab 11, 24). Si, Señor, es por un acto de
Tu amor que esta criatura ha venido a la vida. Pon en su corazón una
elección por la vida, dale la gracia de recibir su ser, libérala de la cólera y
del miedo a vivir. Toca el rechazo a la familia, a sus padres, a su medio
social. Toca los mecanismos de defensa que se haya construido para
rechazar el amor.
Sana el momento de su nacimiento; si hubo decepción en el momento de
su llegada, porque sus padres esperaban un varón o una mujer. Sana el
vacío de ternura, porque su mamá agotada por el alumbramiento, no
pudo tomarlo en sus brazos. Sana su memoria táctil y su cabeza si nació
por fórceps o ventosas; sana la angustia y la desconfianza; toca la
limitación que le haya dado ese nacimiento. Te presentamos, Señor, a
ese niño que nació de nalgas, toca la angustia visceral, la rebeldía, la
timidez, los signos de asfixia, y la agresión que sintió en el momento del
parto.
Derrama, Señor, Tu amor en este niño que se sintió abandonado en la
incubadora, porque no tenía el peso necesario, por problemas
respiratorios, por haber tragado líquido amniótico. Sana, Señor, la
memoria de la piel de los niños que nacieron con el cordón umbilical
[enrollado] alrededor del cuello. Sana las agresiones de las inyecciones
que apuraron su nacimiento. Sana la secuela y atadura con la muerte de
aquellos niños que recibieron la influencia de la anestesia. Toca a
aquellos que nacieron con exceso de peso y pusieron en peligro su vida y
la de su madre. Ven a sanar, Señor, la culpabilidad de esos niños que
perdieron a su madre en el momento del parto”.

Agregue toda circunstancia negativa que haya vivido en el noveno mes y


las dificultades del alumbramiento.

“Espíritu Santo, llena este nuevo ser de la gracia de la Resurrección, abre


su corazón para saber recibir y dar el amor. Armoniza su espíritu, su alma
y su cuerpo, ubica sus emociones, sus sensaciones, su sexualidad. Llena
todos sus vacíos de ternura paternal y maternal. Dale la gracia de elegir
la vida, abre su ser a la alegría y a la recepción del otro. Dale un corazón
que perdone con facilidad, y el deseo de desprenderse de las
frustraciones y los deseos de venganza. Abre su corazón al amor paternal
de Dios y a la simplicidad de aceptar su vida tal como es. Espíritu Santo,
que Tu gracia abundante se derrame en su corazón y acepte su lugar de
criatura; y reconozca los beneficios que recibe de su Creador. Amén”.

No es necesario que diga esta oración de manera servil. Puede hacerla


lentamente, según su propia experiencia del embarazo.
Insistimos en el problema de la culpabilidad. Este libro no está escrito
para acusar; sino para presentar el poder sanador y liberador de Cristo,
que comienza desde que somos una pequeña célula.

“¿CÓMO DEBE ORAR UNA PAREJA


POR EL BEBÉ QUE ESPERA?”

Es importante que la pareja deje todos los días un momento para orar
por su bebé.

“Te damos gracias Padre Eterno, por habernos considerado dignos de dar
la vida, por habernos hecho co-creadores contigo. Acompáñanos y
enséñanos a ser padres sin autoritarismo y sin desear programar la
existencia o el sexo de nuestro bebé. Virgen María, intercede para que
sepamos ser padres que den y reciban la ternura, que nos abramos a la
sabiduría para saber guiar esta criatura en la vida cotidiana.
Gracias Señor por el milagro de la vida. En tu nombre y por la gracia de
nuestro sacramento del Bautismo y nuestro sacramento del matrimonio
bendecimos este pequeño ser que comenzó a desarrollarse; dale la gracia
de elegir siempre la vida”.

Todos los días, orar en forma espontánea mes por mes. Bendecir al bebé
en el Nombre de Jesús:

“Te pedimos Señor que lo envuelvas con Tu Sangre bendita; protege su


desarrollo, llénalo de la alegría y de la fuerza de Tu Resurrección”.
PRIMER MES

“Señor, en Tu Nombre bendecimos a nuestro bebé. Señor, bendecimos su


corazón, te rogamos que lo llenes de ternura y de elección de vida. Sana
cualquier mal formación. Toca la circulación de su sangre. Libera su
libertad crística desde el momento de su concepción”.

SEGUNDO MES

“Señor Jesús, ponemos frente a Ti nuestro bebé. Toca sus órganos que
comienzan a bosquejarse; pon tus manos armoniosas sobre él, para que
crezca sano; llénalo de ternura, de vida”.

TERCER MES

“Señor Jesús, gracias por el crecimiento de nuestro hijo, por el desarrollo


de su corazón, de su hígado, de sus riñones. Gracias por las piernas,  y
por los brazos; y por todo el cuerpo que Tú proteges y miras crecer.
Llénalo de ternura paternal y maternal. Virgen María, lo colocamos bajo
tu cuidado y tu amor de madre.
Pequeño ser; no sabemos lo que eres, un varón o una niña; pero nuestro
corazón se prepara para recibirte. Tus ojos están cerrados, tus labios ya
están dibujados; pero no puedes comunicarte aun con nosotros. Gracias
por venir a llenar nuestras vidas”.

CUARTO MES

“Señor, gracias por las nuevas proporciones que tiene nuestro bebé;
libera su inteligencia; armonízalo en todo su ser. Cuida los latidos de su
corazón y el funcionamiento de su hígado. Llénalo de amor crístico y de
aceptación de la vida. Dale la gracia; que se acepte a si mismo desde el
primer instante”.

QUINTO MES

“Señor Jesús, gracias por la vida de nuestro bebé, gracias por sus
movimientos. Señor, acompáñanos a hablarle a nuestro hijo, a decirle
que lo amamos, que lo esperamos con amor.
Pequeño bebé, aquí están tu papá y tu mamá; preparamos nuestros
brazos para mecerte, abrimos nuestro corazones para acogerte.
Señor Jesús, gracias por nuestro bebé. Libéralo de todo efecto de
herencia paternal o maternal negativa y aumenta lo que es positivo,
bendice todas las facultades que le has dado; pero sobre todo, te
pedimos que lo llenes de Tu paz y de Tu alegría”.

Es bueno que le comience a decir palabras cariñosas a su niño y continúe


orando en esta forma hasta el fin de la gestación. Ore también por el
momento del nacimiento.
ÍNDICE

PRESENTACIÓN 1

INTRODUCCIÓN 2

CAPÍTULO I 5
Guiados por el Espíritu Santo 5
La sanación intrauterina 10

CAPÍTULO II 12
La libertad crística 12
¿En qué consiste la libertad crística? 13

CAPÍTULO III 14
El pecado original 14

CAPÍTULO IV 19
El modo de sanar del Señor 19
Los carismas y la sanación 19
El carisma de sabiduría 19
La palabra de conocimiento 20
La visión 20
El reposo en el Espíritu 22
El sueño profético 22
La imagen pedagógica 24

CAPÍTULO V 26
Los niños rechazados 26
Los niños rechazados por su sexo 28
¡No se desea una niña más! 28
No quiero una muñeca 33
Y Tú Padre,. ¿me has deseado? 34

CAPÍTULO VI 36
La herida de no-ser 36
Yo no te pedí vivir 39
El mal de vivir 46
Yo no soy nada 49

CAPÍTULO VII 53
Los hijos del pecado 53
Soy la hija del pecado 55
Intrusa 58

CAPÍTULO VIII 59
La homosexualidad 59
CAPÍTULO IX 64
Niños agredidos por tentativas o deseos de aborto 64
Testrimonio de la madre de Noemí 67
Una inyección 68
Testimonio de Javiera 69
El terror de dar vida a un hijo enfermo 70
Quinina 71
Búsqueda de un aborto natural 71

CAPÍTULO X 73
El desarrollo fetal 73
Un lagarto 74
Un exceso de calcio 74
Un terremoto 74
Una caída 76
La muerte del padre 76
Los sucesos del 64 en Zaire 79
La guerra de 1940 81

CAPÍTULO XI 82
Los hijos de sustitición 82
Esperaban al otro 84
¡Que muera tranquila en su casa! 84
La llamaré como a mi madre 85

CAPÍTULO XII 86
Heridas debidas a nacimientos difíciles 86
El nacimiento por
cesárea 86
Nacimiento por fórceps o ventosas 87
La incubadora 88
Los niños a quienes les apuran el nacimiento 88
Los niños a los que se les retarda el nacimiento 88
El bebé olvidado 88
¡Para esto me obligaron a nacer! 89
¡Es Tú amor el que me salva! 90
Nací por fórceps 93

CAPÍTULO XIII 94
¿Cómo hacer una oración del seno maternal? 94
¿Cómo se debe orar por una persona de cierta
edad? 94
Acontecimientos que marcan el desarrollo de un
niño 95
ESQUEMA DE UNA ORACIÓN 95
Primer mes 96
Segundo mes 96
Tercer mes 96
Cuarto mes 97
Quinto mes 97
Sexto mes 97
Séptimo mes 98
Octavo mes 98
Noveno mes 99

¿CÓMO DEBE ORAR UNA PAREJA POR EL BEBÉ QUE ESPERA?


100
Primer mes 100
Segundo mes 100
Tercer mes 101
Cuerto mes 101
Quinto mes 101

Вам также может понравиться