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Se hace evidente entonces que, al analizar la sección tercera de la Constitución, estos derechos
fueron incluidos con el objetivo de desviar la atención internacional en materia de violaciones
a los derechos humanos, mas que con el afán de “incluir” a las comunidades indígenas dentro
del marco legal del Estado. Es necesario recordar que la constitución en vigencia data de 1985,
un período marcado por las violaciones a los derechos humanos y la constante presión
internacional sobre la cuestión.
Con esto en mente, podemos iniciar a buscarle un lugar a esta sección de la constitución dentro
de los enfoques teóricos de la etnicidad. De entrada, tengo que decir que es una tarea compleja
encasillar tales disposiciones constitucionales dentro de un enfoque teórico, ya que, en primera,
el desarrollo de dichas disposiciones es bastante parco, en segunda, no se define qué se entiende
por “comunidades indígenas”, categoría esencial para ubicar esta discusión dentro de algún
enfoque teórico.
El artículo 66, por ejemplo, menciona que «[…] Guatemala está formada por diversos “grupos
étnicos” entre los que figuran los grupos indígenas de ascendencia maya. El Estado reconoce,
respeta y promueve sus formas de vida, costumbres, tradiciones, formas de organización social,
el uso del traje indígena en hombres y mujeres, idiomas y dialectos» (las cursivas son mías).
Vemos pues que este artículo no solo reduce el carácter étnico a un conjunto de distinciones
culturales (costumbres, tradiciones, “traje indígena”), sino que además los minoriza al tratarlos
de “grupos étnicos”, en lugar de “pueblos indígenas”.
En lo que resta de este texto, me detendré en una cuestión que subyace a esta discusión y que
considero nodal para entender el tema de la representación indígena dentro de marco legal del
Estado, me refiero al tema de la “inclusión”. Para hacerlo, me basaré en los postulados de Iván
Castillo Méndez (2008).
Castillo Méndez (2008) nos dice que la relación que el sistema político estatal ha establecido
históricamente con los sistemas políticos indígenas ha sido marcadamente asimétrica. Por lo
que en la gobernabilidad1 guatemalteca no tienen cabida los territorios indígenas ni sus sistemas
políticos, puesto que dicha gobernabilidad y administración territorial están configuradas de
acuerdo a las dinámicas del panóptico geofinanciero dentro de un modelo de acumulación
global del capital.
Por tanto, “incluir” a los sistemas políticos indígenas dentro del marco de la gobernabilidad
(neo) liberal, supondría una contradicción tanto para la racionalidad gubernamental como para
la acumulación del capital, ya que los sistemas políticos indígenas descansan en la dimensión
colectiva de la comunidad, principio diametralmente opuesto a la racionalidad política y
económica estatal:
De acuerdo con lo dicho, nos damos cuenta que la sección tercera de la sacrosanta constitución
política de la (también) sacrosanta república de Guatemala, queda como letra muerta,
develando así su carácter pragmático y coyuntural en afinidad con el statu quo de la nación.
Castillo Méndez (2008) propone la inclusión no solo del individuo indígena, sino del sujeto
colectivo indígena y sus sistemas políticos en el andamiaje estatal, como clave para la
deconstrucción—en la acepción derridiana— de la introyección de la representación política y
de la forma de ver y ordenar la realidad que distorsiona el sentido de comunidad y que impide
configurar una democracia plural, pues esto permitiría descolonizar, como el título de la obra
lo anuncia, el territorio, los sujetos y la gobernabilidad.
Referencias bibliográficas
Restrepo, E. (2004). Teorías contemporáneas de la etnicidad. Stuart Hall y Michel Foucault. Colombia: editorial Universidad del Cauca.
Castillo, I. (2008). Descolonización territorial, del sujeto y la gobernabilidad: examen crítico del discurso restringido de la inclusión
(individual) del indígena maya en el sistema de partidos políticos. Guatemala: INGEP.
1
La categoría “gobernabilidad” es utilizada en la obra de Castillo Méndez en la acepción foucaultiana de la palabra, es decir, como aquella
forma de dominación que supone la “conducción de las conductas” por medio del despliegue de dispositivos de seguridad (disciplinarios)
institucionales, formales e informales, lingüísticos y no lingüísticos, como forma de gobierno sobre el territorio y la población.