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Callao 2014
Capítulo 3
Visión de conjunto de la guerra
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Tal fue el caso del combate del 27 de febrero de 1880, en que el monitor Huáscar fue impactado por el
Manco Cápac, muriendo, entre otros, su comandante, el capitán de fragata Manuel Thomson (López y
Ortiz, 2005: 71-73).
Los Ángeles, cortó la comunicación entre Arequipa y Arica, dejando de ese modo aislado al
ejército aliado en esta última zona.
Sin medios aparentes para hostilizar a las fuerzas chilenas en la zona de Ilo y Moquegua, el
ejército aliado, ahora al mando del presidente boliviano Campero, optó por preparar una
posición defensiva al norte de Tacna, en el cerro Intiorco, dejando en Arica a dos divisiones
al mando del coronel Francisco Bolognesi. Las fuerzas chilenas finalmente se pusieron en
movimiento a mediados de mayo y el 26 de ese mes se produjo la batalla de Tacna o Alto de
la Alianza, en la que se enfrentaron más de 20,000 hombres. La lucha fue feroz y se prolongó
durante unas seis horas, imponiéndose finalmente la aplastante superioridad artillera y el
mayor número de efectivos del ejército chileno. Los restos del ejército boliviano se retiraron
hacia su país, mientras que las fuerzas peruanas sobrevivientes se reagruparon en Tarata,
desde donde Montero decidió dirigirse hacia Puno y luego hacia Arequipa.
Antes de la batalla, Montero había impartido instrucciones al coronel Bolognesi para que se
replegara por la misma ruta si el resultado de la misma era negativo para los aliados, pues
estaba convencido que la plaza no podría sostenerse contra un ataque desde tierra. Sin
embargo, luego de consultar con los jefes de las unidades a su mando, Bolognesi decidió
permanecer y defender Arica, pues consideraba que negándole el puerto al enemigo podría
complicar su esfuerzo logístico y debilitar su capacidad combativa, permitiendo así que las
fuerzas de Arequipa pudiesen atacarlo en mejores condiciones3.
Bloqueada por mar y sitiada por tierra, la plaza comenzó a ser bombardeada el 5 de junio, y al
amanecer del día 7 se produjo el esperado ataque contrario, cuyo esfuerzo principal se llevó a
cabo por la parte este del Morro. Tal como había previsto Montero, Arica no estaba en
condiciones de sostener un ataque de fuerzas enemigas que superaba largamente en número a
las peruanas. Una a una fueron cayendo las posiciones defensivas, produciéndose una terrible
mortandad entre sus defensores, tanto por efecto propio de la lucha como por la matanza de
muchos prisioneros. Lo cierto es que al final de la batalla las bajas peruanas sumaban casi el
70% de los efectivos que habían iniciado la acción.
El puerto estaba en poder chileno, pero la resistencia de Bolognesi y sus hombres enardeció
el espíritu de lucha de muchos peruanos, motivándolos a continuar combatiendo pese a las
numerosas dificultades que tendrían que enfrentar. En síntesis, alentó la voluntad de lucha de
nuestro país.
Con la pérdida de Arica y Tacna, todo el sur peruano se encontraba en poder chileno, pero
esta situación no había doblegado la voluntad del gobierno de Piérola para seguir
combatiendo, pues estaba convencido que aún podía revertir la situación. Lamentablemente,
esta apreciación no estaba respaldada en un poder militar adecuado, pues el ejército de línea
había prácticamente desaparecido en las campañas del sur.
Confiando excesivamente en el apoyo que podía brindar Estados Unidos a la causa peruana, y
mientras se organizaba un nuevo ejército en Lima, el gobierno de Piérola nombró
representantes para las conversaciones de paz sostenidas en Arica a bordo de la corbeta
norteamericana Lackawanna (Cayo, 1979-1980). Las demandas chilenas, que consideraban la
cesión de los territorios al sur de la quebrada de Camarones, una fuerte indemnización de
guerra y la retención de Moquegua, Tacna y Arica hasta el cumplimiento de estas y otras
obligaciones, resultaron inaceptables para el gobierno peruano, pero la verdad es que poco
podía hacerse por revertir la situación. Ante esto, lo único que quedaba era continuar con la
lucha, y mientras el gobierno chileno preparaba una expedición para tomar Lima, el de
Piérola se preparó para resistir.
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Si bien la decisión de Bolognesi era meritoria, desde el punto de vista militar tenía pocas posibilidades de
éxito, ya que simplemente no tenía posibilidades de ser reforzado. Es por ello que debe ser apreciada de
otra manera, pues implicó el sacrificio conciente de un significativo grupo de peruanos para legar un
ejemplo moral a sus compatriotas.
Un nuevo ejército de línea y uno de reserva fueron organizados, pero se cometió un error
sustantivo al crear dos entidades paralelas, cuyo mando era retenido por el propio jefe de
gobierno. Este esquema, de concentrar el mando político y militar en una sola persona, había
demostrado ser el menos eficiente para la conducción de las operaciones militares, pero se
volvía a repetir y sus consecuencias serían lamentables una vez iniciada la campaña chilena
sobre Lima. A semejanza de las campañas precedentes, el dominio del mar le daba a las
fuerzas enemigas libertad de acción para decidir el punto de aplicación de sus fuerzas, ventaja
que no fue contrarrestada adecuadamente al establecerse un esquema de defensa estática en
torno a la capital.
Desconfiando de los mandos militares, Piérola consideró que el ataque chileno se iniciaría
con un desembarco en Ancón y, en consecuencia, dispuso que se prepararan posiciones
defensivas en esa dirección (Ortiz, 2014). Convencido que el desembarco chileno en Pisco y
el avance de una de sus divisiones por tierra era una maniobra de distracción, mantuvo tal
dispositivo de defensa hasta que el 22 de diciembre el grueso del ejército contrario
desembarcó en Curayacu. Sólo entonces se percató de su error y ordenó un apresurado
cambio de frente para defender la capital desde el sur, sin tomar ninguna medida importante
para hostilizarlo mientras se reorganizaban en la cabecera de playa que habían ocupado ni
durante su posterior avance hacia la capital peruana. No obstante, esta pasividad tiene cierta
explicación, pues las fuerzas que defendían la capital tenían, a su vez, una serie de
limitaciones operacionales y logísticas, fruto de su escaza y tardía preparación 4.
Con más de 23,000 hombres, el ejército chileno debería enfrentar al Ejército de Línea, con
18,650 hombres, y al Ejército de Reserva, constituido por unos 8000 ciudadanos con muy
limitado entrenamiento militar. A ellos se sumaban algunas unidades de ingeniería, artillería
y caballería, que elevaban el total de los defensores a unos 30,000 hombres. Esta era una cifra
considerable, y si bien el enemigo contaba con mejor artillería, pudo haberse empleado para
establecer un esquema defensivo sólido que aplicara adecuadamente los principios militares
de masa y movilidad; vale decir, una línea con mayor profundidad y con capacidad real de
que sus componentes pudieran apoyarse mutuamente.
Sin embargo, el planteamiento estratégico adoptado fue dividir dicha fuerza en dos extensas
líneas defensivas, dándole así al contrario la posibilidad de batirlas por separado. La primera
de estas líneas iba desde el Morro Solar hasta Pamplona, y a lo largo de sus catorce
kilómetros se ubicó el Ejército de Línea. La segunda línea tenía siete kilómetros de largo,
desde Miraflores hasta Monterrico, siendo ocupada por el Ejército de Reserva. La extensión
de estas líneas obedecía a la necesidad de cubrir todas las vías de aproximación desde el Sur
y el Sureste, pero obligaba a dispersar las fuerzas, dificultando que pudieran apoyarse
mutuamente. Esta labor debía quedar a cargo de una parte de la fuerza asignada a cada línea
que era mantenida como reserva para aplicarla en la zona necesaria de modo de incidir
sustantivamente en el curso de la batalla.
Tal como lo habían hecho en los enfrentamientos precedentes, las fuerzas chilenas se
concentraron contra una parte de la línea peruana, iniciando la batalla en las primeras horas
del 13 de enero de 1880 por la zona del antiguo camino que iba de Chorrillos hacia el Sur. La
delgada línea defensiva peruana cedió ante el ataque de fuerzas mayores y, mientras el ala
derecha resistía en la zona del Morro Solar, el Director Supremo no sólo no utilizó sus
reservas sino que dispuso el repliegue del resto de las fuerzas a la segunda línea. La
resistencia se prolongó por varias horas en el Morro, pero el ataque combinado de fuerzas
mayores y el bombardeo naval resultaron excesivos para las fuerzas peruanas en dicha zona.
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Solo se empleó una unidad de caballería para hostilizar a las fuerzas contrarias (Dellepiane, 1977: II,
pp314-321).
De esa manera se perdió la primera batalla de la defensa de Lima, empleando limitadamente
las fuerzas disponibles, cediendo nuevamente la iniciativa al contrario y no utilizando la
reserva cuando era necesario hacerlo (Ortiz, 2014).
Los restos del Ejército de Línea, reforzados con algunas unidades provenientes del Callao, se
unieron al Ejército de Reserva para defender la línea de Miraflores, sumando unos 14,000
hombres. Si bien se pudo haber hostilizado a las fuerzas chilenas durante la noche del 13,
especialmente a aquellas que habían ocupado e incendiado Chorrillos, una acción de ese
género difícilmente habría cambiado el balance de fuerzas. Lo cierto es que la segunda
batalla por Lima se produjo el 15 de enero, volviendo a repetirse el esfuerzo concentrado
enemigo sobre una parte de la línea defensiva. La resistencia esta vez fue mayor, llegando
incluso a rechazar dos ataques de las fuerzas chilenas, pero su superioridad numérica en el
punto de aplicación terminó por darles la victoria. Como en San Juan, Piérola tampoco utilizó
la reserva, y buena parte de las fuerzas que se hallaban hacia la zona de Monterrico
simplemente no participó en la lucha.
Tal como había sucedido en las otras campañas, en la de Lima hubo muchas muestras de
arrojo y abnegación por parte de los combatientes peruanos, pero esto no era, es, ni será
suficiente para decidir el curso de un enfrentamiento militar. Se requiere además un
apropiado balance entre una buena concepción estratégica, un adecuado planeamiento para
desarrollarla, una fuerza militar entrenada y dotada de los medios para combatir, y un
liderazgo sólido que pueda hacer uso de sus conocimientos profesionales con una
conveniente libertad de acción para alcanzar el objetivo trazado. Algunos de estos elementos
estuvieron presentes desde el inicio de la guerra, pero ninguno de ellos por sí sólo es capaz de
brindar la victoria en el campo de batalla.
La ocupación de Lima por las fuerzas chilenas generó una nueva crisis en la dirección
política de la guerra. Piérola se dirigió a la sierra con intenciones de continuar resistiendo,
pero tal como había ocurrido luego de la pérdida de Arica, dichas intenciones no tomaban en
cuenta la aplastante desventaja militar imperante. Un nuevo gobierno fue establecido en Lima
bajo tutela de las fuerzas ocupantes, buscando imponerle condiciones de paz que entre otras
cosas implicaban la cesión de Tarapacá. La necesaria unidad nacional peruana, quebrada
inicialmente por Piérola al derrocar a La Puerta, volvió a fracturarse pues algunas partes del
país reconocieron al gobierno establecido en Lima, a la cabeza del cual estaba Francisco
García Calderón. Eventualmente la presidencia recayó en el almirante Montero, pero aún así
este tuvo que enfrentar la abierta oposición de algunos grupos, llegando incluso a producirse
enfrentamientos entre fuerzas peruanas (Yábar, 2009: I, 412-573; III, 271-351).
Las únicas fuerzas militares organizadas que quedaban después de la pérdida de Lima eran
las estacionadas en Arequipa. Por ello, tanto Montero en el Norte como Cáceres en el Centro
se dedicaron a levantar nuevas fuerzas destinadas a mantener una resistencia activa, buscando
de ese modo lograr mejores condiciones de paz. El principal esfuerzo militar peruano habría
de ser conducido por Cáceres, e involucró a importantes sectores de la población de la sierra
central. Esto llevó a un cambio sustantivo en la guerra, alejándose de los patrones en que se
había combatido a lo largo de la costa. La lucha en la serranía sería conducida de manera
irregular, motivando acciones y reacciones crecientemente violentas, con muy limitada
discriminación o distinción entre combatientes y no combatientes.
En los primeros meses de 1881 las tropas chilenas ocuparon el litoral norte, buscando así
aislar a las fuerzas organizadas por Montero en Cajamarca; y entre abril y julio llevaron a
cabo una primera expedición al centro del país, ocupando Cerro de Pasco y forzando a las
fuerzas de Cáceres a replegarse hacia Huánuco y Huancayo. Reorganizadas, para enero de
1882 estas fuerzas sumaban unos 2500 hombres, enfrentando una segunda expedición chilena
que las superaba en número y equipamiento militar. Pese a ello, Cáceres optó por una
estrategia de hostigamiento que logró batir a elementos aislados de la fuerza chilena y
amenazó su línea de retirada hacia Lima, forzándola de esa manera a abandonar la sierra
central.
En el teatro norte, Iglesias había quedado al frente de las fuerzas organizadas inicialmente por
Montero, llevando a cabo algunas acciones de hostigamiento que forzaron a los chilenos a
enviar dos expediciones hacia Cajamarca, las que fueron detenidas en el combate de San
Pablo, el 13 de julio de 1882.
Mientras Montero se dirigía a Arequipa para relanzar la alianza con Bolivia, Iglesias
consideró que continuar con la lucha sólo desangraría más al país, puesto que no había
posibilidades reales de imponerse militarmente. Por ello, en agosto de 1882 se proclamó jefe
de gobierno e inició negociaciones de paz. Tanto Montero como Cáceres rechazaron la
actitud de Iglesias e iniciaron operaciones en su contra, mientras que nuevas expediciones
chilenas salían de Lima en busca de las fuerzas de Cáceres.
Mientras este se dirigía al Norte para someter a Iglesias, las fuerzas chilenas iniciaron su
persecución, logrando finalmente batirlo en Huamachuco el 10 de julio de 1883. Montero,
por su parte, tras despachar fuerzas en auxilio de Cáceres, procuró organizar la resistencia en
Arequipa, pero una nueva expedición enemiga avanzó sobre la ciudad forzando a que
finalmente la abandonara y se dirigiera a Bolivia.
En esas condiciones, el gobierno de Iglesias suscribió el Tratado de Ancón el 20 de octubre
de 1883 y poco después las fuerzas chilenas se retiraron del país. La guerra había concluido y
se iniciaba un periodo de lenta recuperación que habría de durar varias décadas y que ha
dejado una profunda huella en el ser colectivo nacional peruano.
Conclusiones preliminares
Si bien la campaña naval fue concebida y conducida adecuadamente, pese a algunos
problemas organizacionales, logró alcanzar el objetivo estratégico propuesto, aunque para
ello debió pagar un alto costo. La campaña de Tarapacá tuvo una lamentable conducción
operacional que malgastó las unidades peruanas mejor preparadas, dando por resultado la
pérdida de ese territorio. Por su parte, la campaña de Tacna tuvo mejor conducción, pero la
decisión política-estratégica de dividir el Ejército del Sur le restó capacidad de maniobra al
mando operacional, llevándolo a ser batido por fuerzas superiores. La campaña de Lima fue
desastrosa en su concepción y conducción, quebrando varios principios militares, dando lugar
a un resultado previsible.
La resistencia posterior tuvo serios problemas a raíz de la división política en que se sumió el
país, planteando objetivos militares que superaban largamente las capacidades disponibles.
Aún así, las operaciones alcanzaron cierto éxito en la medida en que se condujeron en forma
de guerra irregular, pero a un elevadísimo costo humano, lo que llevó finalmente a Iglesias a
tomar la decisión de ponerle fin. El precio político por aceptar la derrota fue muy alto, pero
alguien tenía que pagarlo, y ese doloroso papel fue aceptado por quien finalmente suscribió la
paz de Ancón.
Esta paz significó para el Perú una cuantiosa pérdida material y humana, además de su rica
provincia de Tarapacá y la ocupación de las regiones de Tacna y Arica por un periodo que
inicialmente fue fijado en diez años, luego de lo cual un plebiscito definiría su pertenencia
definitiva. Bajo diversos argumentos esta ocupación se prolongó durante medio siglo, lapso
en el cual la población peruana fue presionada de diversas formas, e incluso hostilizada, para
que abandonara ese territorio o cambiara de nacionalidad. Fueron numerosas familias
peruanas las que optaron por lo primero, lo que contribuyó a generar en el Perú una sensación
de rechazo a la actitud chilena.
El tratado de 1929, mediante el cual finalmente se resolvió el tema de la soberanía sobre estos
territorios, pasando Arica a poder de Chile y retornando Tacna al seno del Perú, consideró
varios elementos compensatorios para nuestro país. Sin embargo, esto sólo pudo concretarse
setenta años después.
La guerra había concluido en 1883 con el tratado de Ancón, pero las secuelas de la misma
marcaron la pervivencia de un conflicto entre ambos países que perduró más de un siglo. En
buena medida, ello signó la relación bilateral, y en gran parte explica la percepción que a
menudo tienen los peruanos respecto a los chilenos.
Lecciones
La guerra también deja numerosas lecciones para quienes estamos involucrados o interesados
en el ámbito de la seguridad y la defensa. Entre ellas:
La necesidad de un Estado fuerte –que no es, necesariamente lo mismo que un Estado
grande– y un liderazgo político claro.
Contar con una política de seguridad nacional, que haga concurrir los esfuerzos tanto
del Estado como de la sociedad en el logro de un clima que permita el desarrollo del
potencial nacional.
Los elementos centrales de dicha política seguirán siendo la inteligencia estratégica, la
defensa nacional y la política exterior, por lo que se requiere que actúen en conjunto.
Es urgente alimentar la creatividad estratégica, tanto a nivel de gran estrategia como
en el plano de la estrategia militar y/o operacional, permitiendo el mejor uso de los
medios disponibles, algo que difícilmente va a coincidir con los medios deseables
(Ortiz, 2009a).
La defensa nacional es como una cadena. No vale de mucho que uno de sus eslabones
sea más fuerte que el otro, pues siempre se podrá romper por el más débil.
La logística es fundamental para el éxito de las operaciones, siendo este un esfuerzo
continuo, cualquiera que sea el tipo de operación que se plantee.