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Magíster Mariano Zarowsky

DEL LABORATORIO CHILENO A LA COMUNICACIÓN-MUNDO


Ciencia, cultura y política en el itinerario intelectual de Armand
Mattelart

Tesis para optar por el título de Doctor en Ciencias Sociales


Facultad de Ciencias Sociales
Universidad de Buenos Aires

Director: Doctor Martín Becerra

Octubre de 2011
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RESUMEN/PALABRAS PREMIMINARES

Esta tesis doctoral sintetiza una tarea de investigación que, en el cruce de la historia
intelectual y la sociología de la cultura (y en su seno, la sociología de los intelectuales) he
realizado en torno al itinerario intelectual de Armand Mattelart. Una primera presentación de
sus resultados fueron presentados en mi tesis de maestría, Cultura y política en el laboratorio
chileno. Un itinerario intelectual de Armand Mattelart (1962-1973), de la Maestría en
Comunicación y Cultura de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA (Zarowsky, 2009). El
texto que aquí pongo a consideración —que profundiza y prolonga los alcances de dicho
trabajo— se compone de tres partes. El primer momento revisa y extiende los resultados de la
investigación en torno a la experiencia chilena de Armand Mattelart. Desde su llegada a Chile
(1962) en el marco de redes académicas internacionales configuradas en América Latina
como parte de la modernización de sus ciencias sociales pero también de apuestas
geopolíticas (lo hace en el marco de redes vinculadas al mundo católico, más precisamente al
mundo jesuita), Mattelart participó en las transformaciones del campo cultural e intelectual
chileno que se produjeron en el contexto de un proceso de modernización cultural e
institucionalización académica de sus ciencias sociales pero sobre todo en el de la
efervescencia político cultural que culminó con el triunfo electoral de Salvador Allende
(1970). Mattelart se convirtió en uno de los principales animadores de los debates en relación
con el lugar de la cultura y la comunicación en un proceso de transición socialista y, desde
esta preocupación, en uno de los principales promotores de los procesos de emergencia y
consolidación de los estudios en comunicación en el continente, así como de la configuración
de una serie de formaciones y redes intelectuales de carácter internacional.
El segundo momento, también historiográfico, tiene como punto de partida su exilio en
Francia (1973). Teniendo como hipótesis explicativa su experiencia chilena, en tanto
formadora de una disposición respecto al trabajo intelectual, pero también al exilio como
vivencia real y como metáfora para pensarla, se propone reconstruir la inserción de Armand
Mattelart en espacios de entrecruzamientos múltiples (Neiburg y Plotkin, 2004). El
“laboratorio chileno” (para quien, por trayectoria y disposición intelectual, pudiera hacerlo
significativo) tenía ciertas homologías con el contexto político-cultural francés, y el análisis
de sus “lecciones” se convirtió en el salvoconducto en el exilio de Armand Mattelart en
Francia, pero también en un hilo conductor que lo conectó con experiencias de otros espacios
nacionales. Simultáneamente, su inserción en el medio intelectual y académico europeo le
permitió proyectar y traducir sus debates políticos, culturales y disciplinares al Tercer Mundo,

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en particular a América Latina. Por ello he reconstruido la participación de Mattelart en
espacios de entrecruzamientos múltiples, poniendo de relieve su papel como pasador cultural,
traductor (veremos, no en un sentido literal) y articulador entre formaciones culturales de
diversos espacios nacionales y tradiciones teórico-políticas y disciplinares heterogéneas. La
hipótesis que propongo es que en un campo académico e intelectual dominado por las
divisiones disciplinares, la rigidez, las jerarquías y el repliegue sobre el mundo francófono; y
en un contexto intelectual de “contrarrevolución” cultural, como el francés de los años ’80,
Mattelart representa una figura heterodoxa (conecta espacios sociales heterogéneos: es
académico, editor/traductor, cineasta, periodista, militante político, etc.), cosmopolita (por las
redes intelectuales internacionales que articula, por las perspectivas políticas, teóricas y de
investigación que traduce y pone en relación, por su “mirada mundo”) y crítico.
Por último, la tercera parte está dedicada a trazar la genealogía y la interpretación de las
principales contribuciones de la investigación de Armand Mattelart al pensamiento
comunicacional y social. Para ello he postulado dos conceptos nucleares y ensambladores, en
tanto entiendo que representan dos momentos diferentes de maduración de su itinerario
intelectual, y en tanto suponen y condensan desplazamientos y continuidades teóricas,
conceptuales y epistemológicas. Por un lado, el que madura hacia principios de los años
ochenta con la noción de análisis de clase de la comunicación (entre la crítica de la economía
política de la comunicación y las prácticas de comunicación popular); por otro, hacia
comienzos de los años noventa con la noción de comunicación-mundo (entre la epistemología
de la comunicación y el análisis histórico de los procesos de internacionalización y hegemonía
cultural).
En suma, la investigación se situa en una encrucijada problemática: en primer lugar,
hace una contribución para la investigación histórica y teórica en torno a los procesos de
emergencia, consolidación e institucionalización del campo de los estudios comunicacionales
latinoamericanos. En segundo lugar, se inscribe, polémicamente, en el marco de los balances
recientes sobre el vínculo entre intelectuales, cultura y política en los años sesenta y setenta
que se hicieron en Argentina y América Latina. En tercer lugar, contribuye al estudio de la
circulación internacional de las ideas y del papel de los intelectuales y las formaciones
culturales de carácter internacional en la producción de conocimiento (pero también en la
producción de hegemonía) poniendo de relive un movimiento poco estudiado en este campo:
las transposiciones, intercambios, e influencias que van de la periferia al centro (en este caso a
través de una figura intelectual “latinoamericanizada” como Armand Mattelart). Desde esta
posición, por último, que parte de sus condiciones de emergencia, la investigación interpreta

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algunas claves del pensamiento de Armand Mattelart; se intenta demostrar su aporte y
singularidad para la comprensión de la sociedad contemporánea a través de la crítica de la
comunicación y la cultura.

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INDICE

Resumen/Palabras preliminares……………………………………………………………..2
Agradecimientos……………………………………………………………………………..11

PRIMERA PARTE
Introducción
Entre America Latina y Europa: itinerario intelectual de un hombre
múltiple………………………………………………………………………………............15
— Del laboratorio chileno al exilio en París…………………………………………………16
— Un intelectual cosmopolita………………………………………………………………...22
— Aspectos teórico-metodológicos (I): entre la historia intelectual y la sociología
de la cultura…………………………………………………………………………………...26
— Aspectos teórico-metodológicos (II): una lectura teórico-política………………………..31

Capítulo 1
Armand Mattelart en los estudios latinoamericanos de
comunicación……………………………………………………………………..………….37
— Intelectuales y política en los años sesenta y setenta: interpretando
las interpretaciones……………………………………………………………………………39
— Los balances de la comunicología latinoamericana: padres fundadores,
fantasmas polémicos y mitos de origen....……………………………..……………………..47
— Armand Mattelart: entre pioneros, best-sellers y olvidos..............................……………..50

Capítulo 2
El laboratorio chileno: configuración de una disposición intelectual
— De la demografía a los estudios en comunicación………………………………………...61
— Apropiaciones y cruces entre marxismo y semiología: o los puentes entre
la reforma universitaria y el mayo francés……………………………………………………68
— Triunfo de Salvador Allende: del análisis ideológico de los mensajes a
las políticas culturales………………………………………………………………………...75
— La Editora Nacional Quimantú como laboratorio: hacia un análisis materialista
de la cultura…………………………………………………………………………..……….78

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— La izquierda en la encrucijada: comunicación y poder popular…………………………...84

— La polémica cultural en el debate sobre la vía chilena……………………………………89

— Para leer al Pato Donald: de su contexto de emergencia a la historia del mito………….96

— Partidos, formaciones culturales y redes intelectuales de carácter internacional………...103

SEGUNDA PARTE
Capítulo 3
Los años de exilio, de la Unidad Popular a la Unité de la Gauche………………...…….121
— Acerca del exilio como disposición intelectual…………………………………………..122
— Pasajes 1: las “lecciones” de Chile………………………………………………...…….125
— Una aventura cinematográfica: La Spirale y las políticas de la crítica…………………..131
— Paréntesis sobre Michèle Mattelart: del Chile popular al debate feminista francés…..…141
— Pasajes 2: El imperialismo cultural, ¿una cuestión latinoamericana?........……….. …….143
— “Lecciones” del mundo periférico (o la disputa por el perfil de una
disciplina emergente)…….…………………………………………….………..…………..156

Capítulo 4
La conexión-mundo, o las redes culturales de la internacional popular de la
comunicación
— Perfiles intelectuales emergentes en la crisis del marxismo occidental.…………………161
— Communication and Class Struggle: proyecto editorial e intervención intelectual……...163
— Mattelart en Argelia, o las redes internacionales de Comunicación y Cultura…………...170
— Entre la actividad editorial y las políticas nacionales de comunicación (I):
viaje a Mozambique…………………………………………………………………………176
— Entre la actividad editorial y las políticas nacionales de comunicación (II):
viaje a Nicaragua…………………………………………………………………………….182
— Los informes internacionales: entre la expertise y la crítica……………………………..186

Capítulo 5
Entre la (des)ilusion Mitterrand y la institucionalización de las ciencias de la
información y la comunicación
— Del empleo intermitente a Rennes-2, una universidad de provincia……………………..195
— Contrarrevolución intelectual e ilusión socialista………………………………….…….200

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— El rapport Mattelart-Stourdzé, un hito en los estudios en comunicación en Francia……211
— La comisión por un audiovisual latino (o el ocaso de la internacional popular
de la comunicación)…………………………………………………………………………217
— La crisis de la izquierda y el cambio de episteme………………………………….…….221
— Un tardío y relativo reconocimiento académico.………………………………….. ……226
— Coda: la colección Repères: una recepción latinoamericana sin su contexto
de producción…………………………………………………………………………….….229

TERCERA PARTE
Del itinerario al mapa cognitivo…………………………………………………….…….235

Capítulo 6
El análisis de clase de la comunicación, o la crítica de su economía política……..…….239
— Capital monopolista e imperialismo cultural en la escuela norteamericana……….…….242
— La economía política británica de la comunicación: legado y deriva de los
Cultural Studies……………………………………………………………………………………….244
— Al otro lado del Canal de la Mancha……………………………………………………..259
— En la encrucijada de las tradiciones regionales: Armand Mattelart y la crítica
de la economía política de la comunicación….……………………………………………..263

Capítulo 7
La comunicación-mundo: saber, poder y hegemonía global…………………………….279
— La crítica de la comunicación: entre la epistemología y la crítica ideológica……..…….279
— Un proyecto genealógico: primera aproximación a la noción
de comunicación-mundo…………………………………………………………………….289
— La comunicación en la trama de la internacionalización: economía y sistema-mundo….294
— La impronta gramsciana: intelectuales cosmopolitas en la formación de
un espacio mundializado…………………………………………………………………….300
— Los imaginarios de la comunicación-mundo (o los caminos de Walter Benjamin) …….307
— Una genealogía de los saberes y las disciplinas: la comunicación como
apuesta geopolítica…………………………………………………………………………..313

Palabras finales…………………………………………………………………………….317

9
Bibliografía……………………………….………………………………………….……..327

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AGRADECIMIENTOS

Este trabajo forma parte de una tarea colectiva que por años he realizado en el marco del
equipo de cátedra de Teorías y Prácticas de la Comunicación II de la Carrera de Ciencias de la
Comunicación de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires. La
compilación, sistematización y organización de una parte de los materiales y fuentes que aquí
se utilizan son el resultado de un trabajo de larga duración, iniciado, incluso, antes de mi
dedicación a esta investigación. A Carlos Mangone y a todo el equipo mi agradecimiento.
Quiero reconocer también a la Universidad de Buenos Aires, que me otorgó una beca doctoral
con la que pude empezar este proyecto, y al Consejo Nacional de Investigaciones Científicas
y Técnicas (CONICET), que me concedió otra para finalizarla.
Estoy infinitamente agradecido con Armand Mattelart quien, con desinterés y
generosidad, me brindó su testimonio y puntos de vista en reiteradas ocasiones y me facilitó el
acceso a fuentes y materiales imprescindibles y estimulantes. También me alentó para que
viajara a Francia a terminar mi trabajo de campo, donde me recibió con un gratificante
entusiasmo. En todos estos años me transmitió, supongo que sin saberlo, parte de su pasión
por el trabajo intelectual y el compromiso por el valor social de sus resultados. Mi gratitud no
cabe en el marco de estas líneas.
Martín Becerra dirigió esta investigación en su última etapa. Mi reconocimiento por su
disposición y siempre acertadas sugerencias para guiarla y mejorar la presentación de sus
resultados. También por invitarme a inscribirla en el programa de investigación que dirige en
el Departamento de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Quilmes.
Fernanda Beigel compartió conmigo muchos de sus materiales y espacios de trabajo;
también sus pareceres —generosamente— críticos respecto de esta investigación cuando aun
estaba en sus inicios. Héctor Schmucler (quien además me dio su inestimable testimonio),
Alicia Entel y Andrés Dimitriu me brindaron sus invalorables comentarios como jurados de
mi tesis de Maestría, cuando presenté un primer resultado de esta exploración. Silvia Delfino
me contagió su natural optimismo y compartió conmigo sus puntos de vista acerca de mi tarea
en reiteradas ocasiones. Lo mismo hizo Pablo Alabarces en su taller de tesis.
Quiero agradecer a quienes con sus testimonios e interés me ayudaron a reconstruir o
bien el itinerario de Armand Mattelart o bien (o al mismo tiempo) me ofrecieron sus
consideraciones para interpretarlo. En Chile: Ernesto Carmona, Antonio Freire, Valerio
Fuenzalida, Manuel Antonio Garretón, Manuel Jofré, María Luz Lagarrigue Castillo, Arturo
Navarro, Andrés Pascal Allende y Lucía Sepúlveda. En Francia: Diana Cooper-Richet,

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Tristán Mattelart, Michèle Mattelart, David Buxton y Michael Palmer, Michael Löwy.
Jacques Guyot, como director del CEMTI (Centre d’etudes sur le médias, les technologies et
la internationalisation, Universidad París-8) además de su testimonio, me brindó el apoyo
institucional y me facilitó enormemente las cosas para que pueda finalizar mi trabajo de
campo en Francia. Raúl Burgos desde Brasil y Jaime Massardo en Chile se interesaron por sus
derivas gramscianas.
Una cantidad de amigos leyeron y discutieron conmigo pasajes de este escrito; con
ellos compartimos las emociones del trabajo y la pregunta por el sentido de la producción
intelectual. Otros —y muchas veces los mismos— me alentaron en los incontables momentos
de dificultad: Diego Cousido, Micaela Cuesta, Florencia Luchetti, Inés de Mendonça, Hernan
Sassi, Diego Tavormina, Gabriel Torem, Mauro Vallejo, Carolina Collazo, Adrián Pulleiro,
Natalia Vinelli, Evangelina Margiolakis. Otros amigos me brindaron hospitalidad: Verónica
Rubio me abrió la puertas de Santiago de Chile y su encanto, Lorna Lawrie la de Dreux. La
familia Zarowsky en Francia no sólo me recibió en París con su habitual cariño sino que, a lo
largo de estos años, desplegó toda su creatividad para realizar múltiples encargos en tareas tan
disímiles como la traducción, la orientación urbana, el correo de libros y revistas (de La
Spirale cuando recién salía).
Quiero agradecerle especialmente a mis padres y hermanas por el apoyo que me
brindaron en estos años.
Y a Andrea Chama, por último pero no por eso menos importante, quien me acompañó
en los momentos de desazón que, innumerables, persiguen un trabajo intelectual de tan largo
aliento, y con quien compartí, por cierto, también las emociones y alegrías que depara.

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PRIMERA PARTE

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INTRODUCCION

ENTRE AMERICA LATINA Y EUROPA: ITINERARIO INTELECTUAL DE UN


HOMBRE MULTIPLE

Belga de nacimiento, diplomado en leyes por la Universidad de Lovaina, en demografía por la


Universidad de París, latinoamericano por adopción desde 1962 y exiliado en Francia a partir
de 1973, Armand Mattelart es una figura destacada y reconocida por su papel en la
emergencia de los estudios en comunicación en América Latina. Tal vez sea más conocido en
el campo intelectual latinoamericano por ser el coautor de Para leer al Pato Donald,
publicado en Santiago de Chile en 1971, un libro que rápidamente se convirtió en una suerte
de best-seller y que tiempo después se leyó como ícono de la época en torno a la crítica de la
cultura de masas y la denuncia de lo que por entonces se denominaba imperialismo cultural, y
que extendió a su autor, como veremos, cierto estereotipo en torno a la figura del intelectual
politizado latinoamericano de la época. Tal vez en parte por el “éxito” de ese libro a esta
altura mítico, la imagen de Armand Mattelart como “padre fundador” de los estudios en
comunicación es —paradójica y sintomáticamente— acompañada por una serie de vacíos o
equívocos en torno a su obra, su figura e itinerario intelectual: en primer lugar, silencios o
malentendidos en torno a las concretas condiciones de emergencia de su perspectiva teórica y
epistemológica en el proceso político cultural que tuvo lugar en Chile sobre todo bajo el
gobierno de la Unidad Popular (1970-1973); en segundo lugar, ausencia de estudios en torno
a su papel singular, a partir de su exilio en Francia —y en tanto “intelectual
latinoamericanizado”— en los debates políticos, culturales y comunicacionales franceses de
los años setenta y ochenta; por último, la ausencia de un abordaje y una lectura global en
términos cognitivos de su obra, sobre todo de su perspectiva contemporánea. De allí que se
pueda encontrar en la bibliografía crítica latinoamericana un sobredimensionamiento de
aspectos parciales y situados de su obra (como el propio libro sobre el Pato Donald, por
ejemplo) que suelen convertir por omisión a la parte en un todo.

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Problematizando esta tradición selectiva configurada en los balances disciplinares, en el
trabajo de investigación que he realizado y que aquí presento, me propuse trazar las
coordenadas principales del itinerario intelectual de Armand Mattelart en función de presentar
lo que entiendo es un perfil intelectual singular que contribuye a pensar y hacer inteligibles,
por un lado, las tensiones y la diversidad de modos en que la práctica política se articuló —y
fue cognitivamente productiva— con la producción de conocimiento y la emergencia de las
ciencias sociales en los años sesenta y setenta en América Latina y, por otro, a poner de
relieve y problematizar el rol de los mediadores o llamados pasadores culturales en los
procesos de circulación internacional de las ideas entre el continente y Europa (en los dos
sentidos del movimiento: del centro a la periferia y —uno menos explorado— de la periferia
hacia el centro), movimiento que da cuenta de la existencia —promediando el último tercio
del siglo XX— de redes internacionales de sociabilidad intelectual forjadas y animadas por un
tipo de intelectual múltiple y cosmopolita. Pues Armand Mattelart, al igual que muchos otros
de su generación —pero sin duda alguien notable entre ellos—, puso en contacto a partir de su
actividad mundos sociales y espacios de la producción cultural heterogéneos (donde
evidentemente la política tenía el puesto de comando), así como tradiciones intelectuales de
diversos espacios nacionales (que también suponen, en rigor, acentuaciones y modos de leer
tradiciones de pensamiento “universales”), en especial en relación con su concepción y
práctica del marxismo.
Ahora bien, en tanto me ha animado en esta investigación una perspectiva que lejos está
de cualquier mirada historicista, también me he propuesto trazar un mapa cognitivo —según
la fórmula que propone Frederic Jameson— en torno al itinerario intelectual de Armand
Mattelart que me permitirá situar aquello que éste ofrece a la mirada hermenéutica en el
presente, en tanto búsqueda de categorías y perspectivas para pensar las mutaciones recientes
del capitalismo. O de otro modo: el trazado de este mapa cognitivo es significativo en tanto
entiendo, y voy a argumentar, que la posición teórica de Armand Mattelart señala una manera
productiva y singular de comprender la organización social contemporánea a través de la
crítica de la cultura y la comunicación; y, porque entiendo, como voy a exponer en el capítulo
1, que esta posición no ha sido abordada e interpretada desde una mirada totalizadora.

Del laboratorio chileno al exilio en París

Armand Mattelart era un joven de origen belga diplomado en derecho en la Universidad de


Lovaina y demógrafo por la Universidad de París cuando —en 1962 y contando tan sólo con

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26 años de edad— se trasladó a América Latina para dar clases en la Pontificia Universidad
Católica de Santiago de Chile. El convite al “profesor experto” a instancias del sacerdote
jesuita Roger Vekemans se hacía en el marco de la institucionalización de la sociología en
América Latina y de la actividad de promoción de las ciencias sociales que desarrollaban
ciertas agencias del mundo católico, en especial la Compañía de Jesús. El abordaje secular de
los procesos de modernización y, más puntualmente, la investigación en fenómenos de
población y control de la natalidad, se habían vuelto materia de interés al más alto de la
jerarquía católica que, de este modo, intervenía en la disputa geopolítica del continente, en
diálogo y tensión con otros proyectos de “modernización” de las ciencias sociales y el papel
que se les asignaba, dicho de manera breve y por ende algo esquemática, en el contexto del
proyecto desarrollista y modernizador expresado en la “alianza para el progreso” y su
instrumentalización de la sociología empirista.
Sin embargo, pocos años después, el por entonces joven demógrafo devendría uno de
los principales promotores y referentes —a escala latinoamericana— de unos estudios en
comunicación que se hallaban por entonces en proceso de emergencia y consolidación
disciplinar. La crisis del proyecto conducido por la Democracia Cristiana de Eduardo Frei
(1964-1970) y más directamente los efectos en el mundo intelectual de la movilización
estudiantil y de la reforma universitaria que tuvo lugar en las Universidades del país andino
entre 1967 y 1969 (más puntualmente, la creación en la Universidad Católica de Santiago de
Chile del Centro de Estudios de la Realidad Nacional, el CEREN, del cual Mattelart sería uno
de sus fundadores junto a Jacques Chonchol), enmarcarán un giro en su itinerario que será
tanto disciplinar, teórico-epistemológico como político.
El conocimiento de algunos de los trabajos que Eliseo Verón había publicado en Buenos
Aires (quien venía de una estadía en Francia y trabajaba por entonces en el Instituto Di Tella)
pero sobre todo un viaje a París en 1969 por motivos personales para el que Chonchol le había
encargado la compra de libros y revistas para el CEREN, pusieron a Mattelart en contacto con
los últimos desarrollos de la semiología estructural francesa y con el debate —en pleno auge
post ’68— entre el estructuralismo y algunas de las tradiciones del marxismo francés con las
que polemizaba. Desde allí Mattelart participará del primer grupo de lectores
latinoamericanos de autores como Roland Barthes o Algirdas Greimas, no traducidos por
entonces al español —o que sólo lo habían sido fragmentaria y parcialmente—, y producirá
una apropiación crítica de la semiología estructural y su método de lectura de los sentidos
implícitos, ensayando un intento de articulación teórica con las reflexiones marxistas en torno

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a la ideología: lo que se llamó entonces la crítica ideológica de los mensajes de la cultura de
masas.
Del carácter “modernizador” y de actualización teórica de su intervención, vendrán en
parte los efectos de su “consagración” como referencia en una disciplina emergente que
buscaba por entonces delimitaciones de objeto y de perspectivas teórico-metodológicas. Pero
esto no es todo. Pues en el marco de la radicalización del proceso político chileno, la
perspectiva cognitiva de Armand Mattelart, su consagración y su perfil intelectual, se
construirán a partir de su capacidad para habitar mundos y espacios sociales heterogéneos.
Como voy a argumentar en el capítulo 2, Armand Mattelart fue un enérgico participante
de los debates político culturales de la izquierda chilena y un activo colaborador de algunas de
sus experiencias, donde se destacará sobre todo su trabajo como asesor e investigador de la
estatizada Editora Nacional Quimantú y, más soterradamente, su diálogo intelectual y su
colaboración con la dirigencia del Movimiento de Izquierda Revolucionario, MIR. Así se
convertirá en poco tiempo en un reconocido interlocutor intelectual para una izquierda que
exploraba alternativas políticas, sociales y culturales. En momentos en que, como afirma
Oscar Terán, “la política era en la región dadora de sentido de las diversas prácticas, inclusive
la teórica” (Terán, 1993 [1991]:12), la intervención intelectual de Armand Mattelart
contribuyó a legitimar su figura académica. Pero al mismo tiempo Mattelart extrajo de su
legitimidad académica las credenciales necesarias para su intervención pública, donde se
destacarán sus agudos análisis sobre las tensiones del proceso cultural en la transición
socialista. Como movimiento de fondo se superponían los reacomodamientos en el mundo
intelectual que acompañan todo proceso de reorganización de una hegemonía cultural, con la
actualización —en otra clave política— de las tensiones que había abierto la modernización
universitaria y el papel que había habilitado desde fines de los años cincuenta para los
cientistas sociales en América Latina como guías de los procesos de cambio.
En otro plano, voy a argumentar, la figura de Armand Mattelart es productiva para dar
cuenta de la existencia en el período de una serie de formaciones y redes intelectuales de
carácter internacional: una de ellas vinculada a la tarea del “grupo” (subrayo: entre comillas)
de “gramscianos argentinos” (Burgos, 2004), que Mattelart conocerá a través de los
Cuadernos Pasado y Presente que un grupo de cordobeses (como su colaboradora Mabel
Piccini o Carlos Sempat Assadourian) hacían circular en Chile; o de la revista Los Libros que
dirigía Héctor Schmucler y que, a instancias de Santiago Funes, lo había contactado para que
colaborara en un número especial sobre Chile (Los Libros nº 15-16, 1971). A partir de estos
primeros contactos Mattelart estrechará su relación intelectual con Schmucler y formarán

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tiempo después —junto al brasileño Hugo Assman— la revista de impronta gramsciana y
carácter latinoamericano, Comunicación y Cultura (1973-1985). Por entonces Héctor
Schmucler ya se había convertido en el editor de Mattelart en las ediciones argentinas de
Siglo XXI (comenzando por la edición argentina de Para leer al Pato Donald), que
contribuyeron a su difusión a escala latinoamericana y a su consagración disciplinar.
Once años después de su llegada a Chile, en septiembre de 1973, a los pocos días de
iniciada la dictadura que destituyó al gobierno de Salvador Allende, Armand Mattelart (que
había decidido “expatriarse” para siempre en América Latina) fue expulsado del país junto a
su esposa Michèle y sus dos pequeños hijos. Si su experiencia en Chile me permitirá explicar
tanto su configuración y consagración como figura de autor latinoamericano como los efectos
cognitivamente productivos en su itinerario intelectual del vínculo entre producción de
conocimiento y práctica política, ahora el exilio, como vivencia real y, tal como propone
Edward Said (1996 [1994]), como metáfora para pensar una disposición intelectual, me
permitirá explicar la conformación de un perfil heterodoxo y difícil de clasificar, que dejará su
impronta tanto en su colocación en el campo intelectual y académico francés como en su
producción teórica.
Pues, si bien no acuerdo con su visión normativa respecto a su concepción del
intelectual —es decir, a partir de la pregunta de qué debe ser un intelectual (ver Altamirano,
2006: 31-47)—, la metáfora que propone Said para pensar la propia definición del intelectual
en tanto exiliado, esto es, “como aquel que nunca está en casa” (ni en la sociedad que lo
expulsa ni en la que lo acoge), es productiva para pensar la figura de Armand Mattelart, para
quien lo exílico remite tanto a un sentido metafórico como real. Para Said cierta duplicidad
caracteriza al intelectual en general, que existe “en un estado intermedio, ni completamente
integrado en el nuevo ambiente, ni plenamente desembarazado del antiguo, acosado con
implicaciones a medias y con desprendimientos a medias (…)” y que lo asimila a la condición
de exiliado (Said: 1996: 60). Según el crítico palestino esta condición favorece el desarrollo
de una “doble perspectiva” propia de la mirada de los intelectuales, esto es, de un punto de
vista relacional, universal e histórico que se contrapone al reduccionismo del sentido común y
a la mirada de los especialistas. La metáfora que propone Said es productiva, aunque en el
caso de Armand Mattelart la adopción de una mirada relacional e histórica no se pueda
explicar sin dar cuenta también de su inscripción en la tradición marxista (si se me permite la
generalización), y de su vivencia de la teoría como praxis. Me refiero concretamente a su
inserción en experiencias sociales de cambio radical —como la chilena bajo la Unidad
Popular—, que fueron vividas por muchos de sus protagonistas como una suerte de

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laboratorio donde se experimentaba una interface entre dos mundos (la nueva y la vieja
sociedad) que abría condiciones para poner en evidencia el carácter histórico de lo social. Si
bien la perspectiva de Said me resultará útil para dar interpretar cierta experiencia vivida en
torno a esa “vocación universal” que caracteriza en su parecer la tarea del intelectual, una
mirada más sociológica me permitirá mostrar las configuraciones específicas en las que
Armand Mattelart se volvió un participante y forjador de la red de sociabilidad académica,
intelectual y política de carácter internacional que sostiene su mirada.
Pues ser exiliado significó, paradójicamente, una posibilidad de acogida para Armand
Mattelart en Francia, a partir de los vínculos intelectuales y políticos que había forjado en
Chile y de las redes de solidaridad con los exiliados chilenos que estallaron entonces, llenas
de indignación pero también alertas y expectantes por lo que podría ocurrir en su propio país,
en el mundo de la izquierda francesa. La escritura sobre las “lecciones” político-culturales de
la experiencia socialista y el modo en que interpelaban al medio intelectual y político francés
hacia 1973-1974, fueron un pasaporte de entrada para Armand Mattelart en el hexágono.
Conviene decir que Francia, por entonces (en el contexto de la conformación del programa de
unidad entre el Partido Socialista y el Partido Comunista francés en 1972, el intento fallido —
por pocos puntos— de ganar las presidenciales de 1974 y finalmente el triunfo de Mitterrand
en 1981), mostraba puntos de contacto con el Chile popular y ensayaba lo que para algunos
hubiera podido convertirse en su propia vía de transición democrática al socialismo, en
“revancha” con la experiencia chilena. En el plano cultural, Francia veía proliferar espacios
oposicionales tanto al interior de las universidades como en las formaciones culturales
emergentes (utilizo las nociones de Raymond Williams).
En este marco, recién exiliado, Mattelart dirigió un documental sobre el proceso chileno,
La Spirale (1976), con la colaboración del Instituto de Cinematografía Cubano y de Chris
Marker (que como toda una serie de cineastas e intelectuales franceses había visitado y tejido
vínculos intelectuales con el Chile popular), y escribió desde 1974 en publicaciones como el
Le Monde Diplomatique, Les Temps Modernes, o distintas revistas de la llamada nueva
izquierda francesa, como Politique Hebdo o Politique Aujourd’hui. Mattelart escribía sobre
los avatares y las lecciones que podían extraerse del proceso chileno para la situación
francesa, pero también en torno a lo que por entonces era una novedad en Francia: el
incipiente proceso de desregulación de su sistema de monopolio público audiovisual y la
aceleración de los procesos de concentración, mercantilización e internacionalización de la
producción cultural, estaba poniendo a los cientistas sociales franceses —a diferencia de sus
colegas latinoamericanos o norteamericanos, más experimentados en esto— en contacto con

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las primeras manifestaciones de la expansión de la llamada cultura de masas norteamericana.
Armand Mattelart sería entonces uno de los primeros en llamar la atención en Francia sobre la
noción de imperialismo cultural, escribiendo e invitando a publicar en un dossier sobre el
tema del Monde Diplomatique en diciembre de 1974 al economista norteamericano Herbert
Schiller (a quien había conocido en Santiago de Chile), un autor inédito en francés (por cierto
sus libros jamás serán traducidos), especialista en el análisis de la cultura norteamericana y de
los vínculos entre el capital monopolista, el poder cultural y el poder militar.
Ahora bien, si me voy a referir —tomando la noción de Edward Said— a la figura de
Armand Mattelart como un intelectual exílico, es porque debe entenderse su posición en toda
su ambigüedad, puesto que se ubicaba por entonces como un intelectual heterodoxo y algo
marginal en el mapa intelectual francés, donde los estudios en comunicación ni se hallaban
demasiado desarrollados más allá de su versión semiológica ni —en un campo científico
fuertemente marcado por jerarquías disciplinares—, gozaban de mucho prestigio institucional
frente a la sociología o las humanidades tradicionales. Conviene destacar, como se podrá
seguir en el capítulo 5, que con varios libros publicados y años de experiencia en
investigación y docencia en su haber, Armand Mattelart no ocupará un puesto estable en la
universidad francesa hasta diez años después de su llegada a Francia, y que cuando lo haga,
en 1983, lo hará en una Universidad de provincia, en Rennes, donde ocupará un puesto como
profesor durante catorce años.
Pero también —voy a argumentar en los capítulos 3 y 5— se debe pensar su posición
periférica a partir de entender los últimos años de la década del setenta en Francia como el
inicio de una “contrarrevolución cultural” —encabezada por esa vanguardia intelectual
conocida como “los nuevos filósofos”— que dirigió sus dardos contra cualquier vestigio del
‘68 y contra todas las formas de izquierda revolucionaria aun activas en Francia, y contra la
teoría marxista en general (que se asoció sin mediaciones y en bloque al gulag soviético y al
totalitarismo); se trataba de una contrarrevolución que extenderá la sospecha sobre toda
actividad teórica y crítica, en especial en torno a la que se asocia a la figura de los
intelectuales. Los reproches de Mattelart en uno de sus textos de la época a los investigadores
franceses que acusaban de “tercermundizar el primer mundo” a aquellos que se preguntaban
por las nuevas formas de imperialismo cultural que despuntaban por entonces en Europa
occidental —derribando la idea de la “excepcionalidad europea”— dan cuenta cómo percibía
su colocación periférica respecto al mundo académico e intelectual francés tanto en términos
políticos como disciplinares. En el mismo sentido, voy a leer su —provocativamente

21
titulado— “Alegato en pro de una investigación crítica en Francia”, publicado como epílogo a
De l’usage des média en temps de crise, en 1979.

Un intelectual cosmopolita

Se sabe: ya desde el siglo XIX los desplazamientos y los contactos internacionales —viajes de
iniciación, migraciones, exilios— configuraron lazos transnacionales intensos y perdurables
entre los letrados latinoamericanos y dejaron huellas profundas en la conformación de sus
perfiles intelectuales y las visiones de mundo que proyectaron al escenario político y cultural.1
Pero en general estos intercambios internacionales, por lo común entre la periferia y el centro
(aunque también los hubo al interior de la periferia) contribuyeron a forjar improntas
intelectuales (en todas sus variantes: patriotas, revolucionarios o modernistas; militantes,
expertos o comprometidos), que definieron sus funciones dentro de los respectivos espacios
nacionales latinoamericanos. De allí que se haya hecho menos hincapié en el estudio de los
desplazamientos biográficos, la circulación de las ideas y las influencias intelectuales
alrededor de ciertos itinerarios particulares—evidentemente se trata de un movimiento
minoritario— que fueron del centro a la periferia y desde allí, “latinoamericanizados”,
volvieron al centro.2 En este sentido, entiendo que el caso de Armand Mattelart presenta cierta
particularidad y atractivo para la historia intelectual. Si por un lado cierto estigma de
“europeo” nunca lo abandonó en su estancia chilena —sobre todo para sus adversarios en la
polémica cultural—, a su retorno a Francia en 1973 serán visibles, como voy a argumentar en
el capítulo 3, una serie de marcas de “latinoamericanización” que, fruto de su experiencia en
el país andino, se proyectarán sobre su perfil, su actividad y producción intelectual.
Ahora bien, el perfil cosmopolita de Armand Mattelart no se vinculará sólo a una
elección temática en torno a los procesos de internacionalización de la producción cultural
(como también veremos, este tipo de estudios eran minoritarios hacia mediados de la década
del setenta en Francia), sino que es producto de sus conexiones internacionales, o bien
forjadas en el “laboratorio chileno” (o de otro modo: en “la conexión Santiago” como la
denominó Fernanda Beigel, dado que la capital andina fue en el período sede de redes
1
Al respecto se puede consultar los dos volúmenes de la imprescindible historia de los intelectuales
latinoamericanos compilada por Carlos Altamirano (Altamirano, 2008 y 2010).
2
Un antecedente y una excepción en este sentido podría encontrarse en el estudio que Jeremy Adelman propone
en la historia de los intelectuales latinoamericanos que he citado en la nota anterior del caso del economista
alemán Albert Hirschman (1915-). La autora da cuenta de la influencia en este itinerario intelectual de la
experiencia de “latinoamericanización” de Hirschman en Colombia y las huellas que ésta dejó, a partir de su
desplazamiento, en las posiciones teóricas de ciertas redes de economistas norteamericanos (Adelman, 2008:
652-681).

22
institucionales académicas de carácter internacional), o bien que remitirán una y otra vez a
esta experiencia. Puedo mencionar aquí algunas de estas conexiones, redes o formaciones
culturales internacionales que serán abordadas en profundidad en el capítulo 4: la dirección de
la revista Comunicación y cultura (1973-1985), que a partir de 1978 se produjo y editó desde
México, el trabajo de investigación y capacitación que realizó Armand Mattelart en
instituciones o universidades en países periféricos como en la Mozambique socialista (en
1978 y 1980) y en la Nicaragua sandinista (en 1986), su trabajo como editor y compilador de
antologías en distintas lenguas, fruto muchas veces de esos viajes y estadías de formación e
investigación, o su papel protagónico en la organización de la Conferencia Internacional sobre
el Imperialismo Cultural que tuvo lugar en Argelia en 1977 (en la que pronunció la
conferencia inaugural).
Todas estas intervenciones dan testimonio de la existencia de redes y espacios de
entrecruzamientos múltiples (tomo el concepto de Neiburg y Plotkin, 2004) de carácter
internacional, donde Armand Mattelart ocupó un lugar destacado en muchos de estos casos
como mentor y organizador. Por supuesto, antes que de una excepcionalidad individual —
producto de algún misterioso don— se trataba de un perfil forjado en relación con procesos
colectivos, a partir de redes que en muchos casos Mattelart contribuyó a formar y que dan
cuenta, para el período que voy a abordar, de la existencia de una esfera pública internacional
popular, que es por definición abigarrada, inestable, difícil de cartografiar —también por su
hibrides, pues está hecha de cruces y préstamos recíprocos con las instituciones y los
materiales de la cultura dominante–, que trabaja desde posiciones subordinadas y en el cruce
de los espacios intelectuales nacionales (volveré sobre la noción más adelante).3 Las tareas
que simultáneamente realizaba Armand Mattelart como editor y traductor (no en un sentido
literal sino, como veremos, en tanto mentor de las empresas de traducción), como asesor para
diversos organismos internacionales o para el gobierno de François Mitterrand (durante un
breve tiempo al inicio de su mandato) y, por último, como militante involucrado de diversos

3
Debo reconocer para la elaboración de la noción de esfera pública internacional popular diversas fuentes.
Oscar Negt y Alexander Kluge propusieron en los años ‘70 el concepto de esfera pública proletaria como
contraparte del concepto habermasiano de esfera pública burguesa (Negt, Kluge, 1972). En una línea similar,
Terry Eagleton refiere para el caso inglés de la segunda posguerra a la existencia paradójica de una contraesfera
pública “ausente pero deseable”, y la contrapone a su existencia plena en la República de Weimar en los años
veinte (Eagleton, 1999 [1984]: 126-127). Respecto al carácter internacional de este espacio, por último, es útil la
fórmula que propone el sociólogo Renato Ortiz en torno a la “cultura internacional popular” como modo de
referir a las relaciones e intercambios simbólicos y materiales entre culturas de diversos espacios nacionales y la
configuración de identidades transnacionales, aunque Ortiz no refiera a articulaciones de clase, a movimientos
contrahegemónicos ni a las desigualdades que rigen la ley de su intercambio (Ortiz, 1997 [1994]. Paso por alto
aquí las polémicas en torno al concepto habermasiano y las dificultades que surgen, como indica Eagleton (1999
[1984]: 135), cuando se ofrece el concepto de esfera pública burguesa —marcado por el racionalismo— como
prefiguración de un futuro socialista.

23
modos en experiencias revolucionarias, me permite dar cuenta de un perfil intelectual
heterodoxo, múltiple y cosmopolita: Mattelart es por esos años una suerte de traductor o
mediador dedicado a la puesta en relación de esferas heterogéneas de la práctica social (la
investigación científica y la pedagogía, la intervención cultural a través de la actividad
editorial y la militancia política, el trabajo como experto asesor y la actividad de docencia
universitaria), y de tradiciones intelectuales y formaciones culturales de espacios nacionales
heterogéneos. Su trabajo como editor y traductor, al que me voy a referir en el capítulo 5, es
una faceta prácticamente no explorada del itinerario de Armand Mattelart y tal vez uno de los
ejemplos más productivos para pensar su perfil y su proyecto intelectual.
En una aproximación muy panorámica a su itinerario, la historiadora cultural francesa
Diana Coopet-Richet se refiere a Armand Mattelart como un hombre doble, o más bien
múltiple. Tomando la noción del historiador Christophe Charle, afirma que un hombre doble
es aquel que se encuentra en la encrucijada de diversas culturas nacionales y/o en el cruce de
esferas de la actividad social heterogéneas. Para la autora es sobre todo la experiencia chilena
de Armand Mattelart, tanto por el contacto con la otredad cultural como por el contacto con la
otredad social, el mundo popular, la que habría marcado su perfil intelectual con el sello del
internacionalismo y una persistente vocación de apertura. En un ambiente como el francés,
caracterizado en la expresión de François Cusset, por una “pertinaz tradición de aislacionismo
intelectual” (Cusset, 2005 [2003]) y por las fronteras rígidas entre esferas culturales y
disciplinares, Coopet-Richet situa la “posición atípica” y marginal de Armand Mattelart y
define su perfil como passeur o “mediador cultural” (Coopet-Richet, 2008).4
Si bien comparto y retomo el planteo general de la historiadora francesa, sin embargo
voy a sostener en esta tesis que si se puede hablar de la condición periférica y marginal de
Armand Mattelart en el campo intelectual y universitario francés y destacar, como he hecho,
su situación de exiliado en tanto disposición intelectual, es sólo a condición de señalar su
plena participación en la paradoja de su situación histórica: su precaria inserción universitaria
del momento se daba en el marco de cierta tensión entre su perfil intelectual y un sistema de

4
Si bien encuentro el concepto de pasador cultural productivo para mis propósitos y mi perspectiva, conviene
señalar que adolece también de algunas ambigüedades e impresiones. Se trata, por un lado, según Coopet-Richet,
de un concepto indispensable para explicar la historia cultural en su dimensión transnacional, pues es útil para
dar cuenta de los mecanismos de transferencia de ciertos repertorios de representaciones de un contexto cultural
e intelectual a otro (Coopet-Richet, 2008). Sin embargo, al mismo tiempo el concepto es utilizado en la tradición
de la historia cultural en la que se inscribe la autora, en un sentido que lo asemejaría a una definición sociológica
y funcional del intelectual (Cooper-Richet, Mollier, Ahmed, 2005). Prefiero tomar el concepto en el primer
sentido, que hace referencia a los procesos de configuración transnacional de la cultura, porque en relación con
el último entiendo más útil el concepto gramsciano de intelectual, que dicho aquí de manera rápida y por ende
algo esquemática, también amplía el alcance de la categoría, sin dejar de remitir a su función en la formación de
la hegemonía y por ende al antagonismo de clases.

24
enseñanza a investigación que todavía —como eco de los acontecimientos de mayo de
1968— permitía el desarrollo de grietas y contradicciones en su interior. En este sentido,
Armand Mattelart formaba parte de cuerpo entero de una densa trama cultural donde desde
posiciones subalternas —insisto en subrayar este aspecto— se entrelazaban formaciones
culturales y espacios de sociabilidad intelectual vinculados, dicho de manera general, al
mundo cultural de la izquierda francesa; una izquierda que en 1981 tuvo su oportunidad
histórica de hacerse con el poder aunque, paradójicamente, como voy a argumentar en el
capítulo 3 y sobre todo el 5, ya había sido derrotada “culturalmente” en los años previos. De
la misma manera debe leerse su inscripción en formaciones culturales y redes de intercambio
y sociabilidad intelectual de carácter internacional que supo tener en Francia una gran
variedad de mentores y que en el plano global dan cuenta de la existencia de una pujante y
medianamente desarrollada, aunque siempre incabada, heteróclita y subordinada, esfera
pública internacional popular.
En suma: figura híbrida y múltiple, constructor de pasajes y mediaciones, voy a
proponer pensar el perfil intelectual de Armand Mattelart, por un lado, como una suerte de
intelectual transnacional, un actor con disposiciones y en condiciones privilegiadas para
articular redes de producción y tradiciones intelectuales de diversos espacios nacionales y, por
otro, como una suerte de traductor y pasador cultural, capaz de establecer una mediación entre
espacios de militancia política, la experiencia y las producciones de formaciones culturales
alternativas y los espacios más institucionalizados de producción de saber. Como voy a hacer
énfasis en este trabajo, esta posición sin duda se alimenta de, pero también potencia y
singulariza, su propia producción de conocimiento específico sobre el vínculo entre la
comunicación, la cultura y la sociedad. Es por ello que, en los capítulos 6 y 7, voy a desplegar
un mapa cognitivo —según la fórmula que propone Frederic Jameson— alrededor de dos
núcleos conceptuales articuladores: las nociones de análisis de clase de la comunicación (o la
crítica de su economía política), y la de comunicación-mundo. Entiendo que estas nociones
son productivas para trazar este mapa cognitivo, en tanto representan dos momentos
diferenciados pero articulados del itinerario intelectual de Armand Mattelart, donde se
condensan y precipitan núcleos teórico-epistemológicos que permiten organizar la lectura de
sus trabajos más importantes, y con ello dar cuenta de aquello que el pensamiento de Armand
Mattelart ofrece como una manera productiva y singular para comprender la organización
social contemporánea a través de la crítica de la cultura y la comunicación.

25
Aspectos teórico-metodológicos (I): entre la historia intelectual y la sociología de la
cultura

Habiendo trazado sus principales líneas, puedo inscribir ahora el campo problemático en el
que he planteado mi investigación y construido mi objeto-problema en torno al itinerario
intelectual de Armand Mattelart en el cruce entre la historia intelectual y la sociología de la
cultura.5 Voy a explicitar a continuación el modo en que entiendo y articulo sus supuestos.
La historia intelectual en general y de los estudios en comunicación en particular —
como voy a argumentar en el próximo capítulo— ha conocido un notable desarrollo en
nuestro país en los últimos años. Se sabe que, en el cruce de disciplinas, la historia intelectual
se ha definido como un campo de saber que se ha ocupado de ciertos vacíos abiertos por los
desplazamientos epistémicos que tuvieron lugar en el campo de las humanidades y más
particularmente en el campo de la historia desde el último cuarto del siglo XX. Se puede
decir, en primer lugar, que si difiere de la historia de las ideas es porque el interés de la
historia intelectual no se ha reducido al inventario o comentario de textos sino porque, como
señala Carlos Altamirano en Para un programa de historia intelectual, su asunto es “el
trabajo del pensamiento en el seno de experiencias históricas” (Altamirano, 2005: 10). ¿Cómo
establecer vínculos entre estas dos dimensiones de lo real? El historiador Roger Chartier,
trazando puentes entre la historia intelectual y la historia de las mentalidades, avanzaba en
este sentido, señalando que dado que el espacio cultural está hecho de múltiples articulaciones
con el conjunto de la vida social, la historia intelectual debe pensar la especificidad de las
producción de ideas tanto en su relación con otras producciones culturales contemporáneas
como en sus conexiones con distintos referentes situados en otros campos de la totalidad
social. “Leer un texto o descifrar un sistema de pensamiento —afirma Chartier— consiste
entonces en considerar de forma conjunta estas diferentes cuestiones que constituyen, en su
articulación, aquello que podemos considerar el objeto mismo de la historia intelectual”
(Chartier, 2001: 42).
Siguiendo estas premisas me he propuesto en esta investigación situar el itinerario
intelectual de Armand Mattelart y las significaciones que han producido sus intervenciones en
contextos más amplios; como afirma Altamirano, estas significaciones “no se producen ni
circulan en el vacío social” (Altamirano, 2005: 12); o, de otro modo: los textos tienen
implicaciones y están insertos en redes de problemas que es necesario reconstituir.

5
Sigo en el modo de formulación del sintagma a Fernanda Beigel en su trabajo sobre las redes editoriales de
José Carlos Mariátegui (Beigel, 2006: 34).

26
Conviene rápidamente subrayar entonces que en sus formulaciones contemporáneas la
historia intelectual rechaza las polarizaciones clásicas (externalismo/contextualismo vs.
internalismo/textualismo) que caracterizaron los debates de la historia de las ideas en su
desarrollo. En esete sentido, observa François Dosse, la historia intelectual tiene como
ambición hacer que se expresen al mismo tiempo las obras, sus autores y el contexto que las
ha visto nacer, “de una manera que rechaza la alternativa empobrecedora entre una lectura
interna de las obras y una aproximación externa que priorice únicamente las redes de
sociabilidad” (Dosse, 2007 [2003]: 14). La historia intelectual, sostiene en consecuencia el
historiador, pretende dar cuenta de las obras, de los recorridos y de los itinerarios más allá de
las fronteras disciplinares, esto es, “revivir el enredo de estas dimensiones de naturaleza
diferente y, por lo tanto, de integrar la vida intelectual en envites sociales y culturales más
amplios”, aproximándose entonces, a ese “punto de encuentro entre el mundo de las ideas y el
mundo social” (Ibid.: 144 y 152).
Plantearse la cuestión del sentido de la historia de las ideas presupone, en consecuencia,
un trabajo minucioso para restituir sus soportes, sus condiciones sociales de emergencia, pero
también, como sostiene Horacio Tarcus —retoma una definición de la historia intelectual de
Juan Marichal —, atender a sus “encarnaciones temporales y a sus contextos biográficos”,
esto es, a las ideas, pero también a sus portadores, los sujetos (Tarcus, 2007: 53). En este
sentido, la noción de itinerario intelectual que orientó mi investigación sobre Armand
Mattelart y guía el recorrido que presento en esta tesis es productiva puesto que permite
(frente a las imágenes engañosas que promueven las sumas de pensamiento como sistemas
acabados y cerrados, o las historias biográficas hechas de cortes y evoluciones que se
construyen bajo el prisma de la ilusión retrospectiva), como propone François Doose,
“encontrarse con lo que fue el presente del biografiado en su indeterminación y su
desconocimiento” (Dosse, 2007 [2003]: 46).
En esta perspectiva de trabajo, la utilización del testimonio oral se revela como una
fuente fundamental, puesto que no sólo se convierte en una de los insumos privilegiados para
dar cuenta de los procesos que involucran a los protagonistas de la historia reciente, sino y
sobre todo, porque permite dar cuenta de la vivencia de los actores respecto a su propia
práctica e itinerario vital, esto es, incorporar el sentido subjetivo que éstos le daban en cada
momento a su acción. Tanto las entrevistas escritas —que Armand Mattelart no ha dejado de
dar a lo largo de su trayectoria— como las conversaciones personales que he mantenido con
él para el presente trabajo y con los protagonistas de la historia que construyo, se convirtieron
en esta investigación en una herramienta privilegiada. Y no porque se pretenda que el

27
testimonio se levante como expresión de una verdad absoluta, sino más bien, como enseña
François Dosse, porque entiendo que se trata de una voz que no dice más que una verdad
situada acerca del momento en que fue recogida. La utilización del testimonio oral permite
entonces que emerja “el momento de subjetivación del instante” que da cuenta de una
“dimensión subjetiva de intensa afectividad” (Ibid.: 273).
Desde esta perspectiva, he prestado especial atención en esta investigación al lugar de las
redes de producción intelectual y los espacios de sociabilidad, las revistas en especial, pues,
como afirma Dosse, son uno de los soportes esenciales de la vida intelectual, una estructura
elemental de sociabilidad y un observatorio esencial para analizar tanto la evolución de las
ideas —en tanto que lugares de fermentación intelectual donde se cruzan dimensiones
políticas y posturas teóricas— como la emergencia de relaciones afectivas, esto es, “la parte
afectiva y emocional de toda vida colectiva” (Ibid.: 51, 55).
Ahora bien, planteados estos principios es pertinente apuntar el carácter “fronterizo” de
la historia intelectual. Carlos Altamirano prefiere la denominación de “campo de estudios”
antes que la de disciplina o subdisciplina, y señala que, si bien inscribe su labor dentro de la
historiografía, la historia intelectual “está en el límite de ese territorio, y a veces (…) cruza el
límite y se mezcla con otras disciplinas (Altamirano, 2005: 10). En el mismo sentido, Martín
Jay observa las dificultades que este enfoque puede acarrear frente a la mirada (y el peso de
las jerarquías) de las disciplinas constituidas:

Juzgada a menudo como un híbrido entre la filosofía, la historia de los intelectuales y sus
instituciones, y la historia cultural en un sentido amplio, la historia intelectual ha sido
acusada de no cumplir bien ninguna de las tareas de estas disciplinas. Su modo de
manipular las ideas rara vez es lo suficientemente riguroso para el filósofo profesional; la
atención que presta al contexto con frecuencia es demasiado superficial para satisfacer a
los sociólogos del conocimiento, y el persistente interés que manifiesta por la cultura de
elite ofende las sensibilidades antijerárquicas de muchos historiadores de la cultura (…)
Sin embargo, bien podría ser una fuerza oculta de la historia intelectual el hecho de que
ésta opera en la cambiante intersección de diferentes discursos a menudo en conflicto (Jay,
2003 [1993]: 15-16).

Desarrollada en un punto de encuentro entre la historia clásica de las ideas, la historia de la


filosofía, la historia de las mentalidades y la historia cultural (Dosse, 2007 [2003]: 14), no se
ha dejado de señalar entonces la dificultad para delimitar el alcance de esta nomenclatura,
señalando la dispersión teórica y la pluralización de los criterios para recortar sus objetos
(Altamirano, 2005: 13). Es por ello que he definido mi perspectiva —aunque, insisto, se trata
de caminos cuya línea de delimitación es de por sí borrosa— en el cruce de la historia
intelectual y la sociología de la cultura. Y ello no sólo por los puntos en común que encuentro

28
entre ambas posiciones teóricas, sino más bien por lo que cierta tradición de la sociología
cultural (y en su seno, la sociología de los intelectuales) ha puesto de relieve específicamente,
marcando un énfasis distintivo respecto a la historia intelectual.
Pues, es sabido, la sociología de la cultura de Pierre Bourdieu fue pionera en poner en
tela de juicio el mito romántico del autor como creador que subyacía en las perspectivas
biográficas de la crítica literaria pero también incluso en muchos abordajes sociológicos.
Criticando el análisis inmanente de las obras tanto como lo que podría denominar el
deductivismo sociológico, Pierre Bourdieu ha señalado que el estudio de una obra no cobra
sentido al menos que se la vincule con dos series: la primera, con las obras con las que entra
en relación, afirma, “según el principio de la intertextualidad”, esto es, según el principio de
que todo texto reenvía a una escritura múltiple, a una red de relaciones o diálogos que lo
producen (de otro modo: todo texto es un eslabón que contiene en su interior una
multiplicidad de voces, es polifónico6). La segunda serie con la que debe vincularse una obra,
enseña Bourdieu, es la del espacio social “en el interior del cual se definen sus propiedades
simbólicas pertinentes” (Bourdieu, 2008 [1984]: 296). El sociólogo francés llamaba, entonces
a dar cuenta de la posición de un autor en relación con la estructura objetiva del campo en el
que se inscribe (académico, literario, intelectual, etc.) al mismo tiempo que, desde esta
instancia de mediación, a su relación funcional con el campo de poder, esto es, con la
reproducción del orden social que se disemina a partir de la naturalización de la desigual
distribución de las posiciones de poder en cada campo específico, al mismo que tiempo que
por la producción, por parte de estos productores especializados de visiones de mundo, de
discursos y saberes legitimadores del orden social (Bourdieu, 1999 [1971]).
Con muchos puntos en común con la sociología cultural de Bourdieu, la obra de
Raymond Williams constituye una inspiración ineludible para abordar la problemática de los
intelectuales y de las condiciones sociales de producción social de las ideas desde una
posición que el propio Williams ha denominado como materialismo cultural.7 En su

6
Como veremos a continuación, el uso que hago de esta noción de polifonía, que la crítica posestructuralista
tomó en parte del grupo Bajtin, se vincula más a la tradición del materialismo cultural que al textualismo
deconstructivo. Sobre esta tradición ver los trabajos clásicos de Barthes (1987), Foucault, 1998. Para una lectura
crítica de la deriva textualista en la teoría cultural me remito a Eagleton, (1999 [1984]), Jameson y Zizek, (1998),
Grüner (2002), entre otros.
7
Frente a algunas posiciones teóricas como las de Raymond Williams, teórico de formación literaria que define
su “materialismo cultural” como un programa de sociología de la cultura, las nomenclaturas que distinguen el
enfoque de la historia intelectual con el de la sociología cultural se revelan un tanto arbitrarias. Evidentemente,
estas distinciones hablan más de su emergencia en el marco de espacios sociales y tradiciones teórico-
intelectuales diversas (sobre las que habría que hacer su genealogía) y también, por qué no decirlo, la influencia
de las cambiantes modas teóricas. Para una lúcida lectura de la posición teórica de Williams y su materialismo
cultural (Cevasco, 2003).

29
Sociología de la cultura observaba que las preocupaciones de los intelectuales —aun en su
sentido moderno y especializado— se producen y reproducen en todo el tejido social y
cultural, a veces como “ideas y conceptos, pero también, de manera más amplia, en forma de
instituciones que las configuran, de relaciones sociales significadas, de acontecimientos
sociales y religiosos, de modos de trabajo y ejecución” (Williams, 1994 [1981]: 202-3). La
posición del crítico marxista invita a atender al conjunto de prácticas sociales en tanto
productoras de conocimiento y, más específicamente, a los procesos configurados a partir de
la distancia relativa, histórica y socialmente producida, que une y separa un campo intelectual
o académico (en los términos bourdianos que el propio Williams cita) del espacio social en un
sentido más amplio. Una frase que Williams recupera en otro artículo de Bajtin y Medvedev,
condensa por su precisión y carácter metafórico su concepción del materialismo cultural y los
posibles puntos en común con la historia intelectual, tal como la he definido. Sostienen Bajtin
y Medvedev: “[l]as obras sólo pueden entrar en contacto real como elementos inseparables del
intercambio social (…). No son las obras las que se ponen en contacto sino las personas,
quienes, sin embargo, lo hacen por intermedio de las obras” (Williams, 1997: 213). Entiendo
que en esta clave, por oposición a una mirada textualista, debería hacerse una lectura correcta
de la noción de polifonía. Para Williams, la ruta que abrían Bajtin, Voloshinov y Medvedev
había puesto de relieve la cuestión central del análisis cultural: “las relaciones específicas a
través de las cuales se hacen y se mueven las obras” (Ibid.)
En este punto se comprende el interés Williams por las instituciones y formaciones
culturales como modo de atender la propia materialidad de la producción cultural y su
dinámica. Ahora bien, Williams no deja de señalar —y aquí, subrayo, el acento diferencial
respecto a la historia intelectual— la función de estas instancias en la producción de
hegemonía (1994 [1981]: 28-30). La filiación gramsciana de esta posición y su acento en la
figura del intelectual es un punto central en mi perspectiva. Pues, la sociología de los
intelectuales —dentro de su espacio más amplio de pertenencia, la sociología de la cultura—
es, al menos desde Gramsci en adelante, un elemento ineludible para explorar los vínculos
entre política y cultura, dado que, es sabido, según la concepción gramsciana los intelectuales
configuran visiones de mundo o representaciones que cumplen una función imprescindible en
la lucha por el poder. En términos del pensador italiano, su función de mediación es
constitutiva de los procesos de producción y reproducción de la hegemonía. De allí que en esa
línea Raymond Williams sostenga, aunque no dejara de señalar la necesidad de considerar su
especificidad y estatuto en relación con su concreción histórica, que las funciones
diferenciales de los productores culturales —y la de los intelectuales entre ellos— nunca

30
puedan comprenderse aisladas de la dinámica conflictiva alrededor de la producción y
reproducción general del orden social y cultural (me animaría a decir, de los conflictos entre
las clases). Se trata, en la visión del crítico inglés, de un punto ineludible para una sociología
de la cultura y los intelectuales (Ibid.: 202-212).

Aspectos teórico-metodológicos (II): una lectura teórico-política

Decía que en la posición de Williams se puede leer una concepción que le asigna al conjunto
de las prácticas sociales una función en tanto productoras de conocimiento. Sin embargo, la
atención que voy a considerar al vínculo entre política, cultura y producción de saber requiere
mayor precisión. ¿Cuál es el vínculo que relaciona estas dimensiones de la actividad social?
¿Se trata de una relación de exterioridad (aunque se puedan instrumentalizar mutuamente), o
se trata más bien de un vínculo inmanente y productivo? Como he subrayado en Cultura y
política en el laboratorio chileno (2009), entiendo que, lejos de suponer un obstáculo para la
producción de conocimiento, el vínculo entre las prácticas políticas y la intervención
intelectual posibilitó en el caso de Armand Mattelart y el equipo de trabajo que éste dirigió, la
formulación de una serie de interrogantes y perspectivas que contribuyeron de manera
decisiva a configurar un campo problemático alrededor de los fenómenos de la comunicación
y la cultura, ampliando el horizonte de los debates y perspectivas existentes en América
Latina en el pensamiento marxista, las ciencias sociales y los estudios en comunicación. Voy
a argumentar en esta tesis, entonces, que esta experiencia cognitiva que tuvo lugar en el
“laboratorio chileno” tendrá continuidad en el itinerario intelectual de Armand Mattelart, a
partir de su exilio en Francia y en sus elaboraciones teóricas posteriores que, como he dicho,
singularizan su producción y su perfil intelectual.
Como voy a hacer explícito en el capítulo 1, esta hipótesis se inscribe polémicamente en
la serie de estudios que se vienen haciendo en Argentina y América Latina desde los años
noventa que, desde la historia intelectual y la sociología de los intelectuales, abordaron las
relaciones entre intelectuales, cultura y política en los años sesenta y setenta en el país y el
continente. Esta tesis discute entonces también con aquellos que — a partir o en sintonía con
la línea de interpretación dominante que se trazó desde estos balances de carácter más
general— configuraron una memoria del campo de los estudios en comunicación
latinoamericanos. Más precisamente: quienes exploraron la figura de los intelectuales y su
papel en la tensión entre cultura, conocimiento y política en los años sesenta, o bien
consideraron la política como una suerte de “obstáculo epistemológico” para la producción de

31
conocimiento, o bien poco atendieron en sus determinaciones concretas el papel productivo de
la política en la producción de saber. La primera posición se apoya de manera más o menos
explícita en supuestos tomados de la sociología weberiana que apelaban (dicho aquí de
manera breve y por ende algo esquemática) a la irreductibilidad entre la producción de
conocimiento científico y la práctica política.
Discutiendo con dichas posiciones en pos de la formulación de mi problema de
investigación he encontrado productiva las pistas desarrolladas por Christine Buci-
Gluksmann, no casualmente en su trabajo sobre Antonio Gramsci (hoy tal vez se diría que se
trata de un trabajo de historia intelectual) (Buci-Gluksmann, 1978 [1975]). Articulando los
desarrollos de la crítica postestructuralista con la tradición marxista, Buci-Glusckmann se
proponía como objetivo, antes que hacer una introducción o una interpretación interna de los
textos que construyera un sistema de las ideas de Antonio Gramsci, hacer una lectura teórico-
política de su obra que situara la producción teórica del comunista italiano en relación con su
práctica militante, es decir, en un diálogo generalizado con las condiciones de su tiempo,
sobre todo con los debates del movimiento obrero italiano y la cultura marxista de su época.
Buci-Gluksmann, advertía, se situaba a distancia de todo historicismo que, por reacción a una
lectura inmanente, reduciría una “obra” a su contexto. La lectura teórico-política que proponía
no sustituía la tarea teórica, el análisis de sus contenidos, pues se proponía, precisamente,
abordar el carácter productivo de esa relación entre conocimiento y política, aquello que Buci-
Glucksmann leía como una característica fundante de la concepción epistemológica de
Antonio Gramsci y que denominaba gnoseología de la política: esto es, el doble vínculo que
articula el carácter productivo de la política en la producción de conocimientos con el papel
de la “filosofía” en su inscripción superestructural. Para la autora había sido precisamente
Gramsci quien había desarrollado una nueva concepción del estatuto de la filosofía, siguiendo
la pista abierta por la tesis once sobre Feuerbach pero llevando el análisis a su papel en las
modernas superestructuras8: Gramsci enseñaba que las posiciones filosóficas provocan efectos
en todas las prácticas y, simultáneamente, todas las prácticas comportan efectos de
conocimiento. Por supuesto, esta premisa postula una condición de posibilidad para la
emergencia de una verdad provisoria antes que un ajuste lineal o espontáneo entre

8
En las propias palabras de Buci-Glucksmann: “he aquí nuestra propuesta: aclarar esta conjunción de la política
y la filosofía (‘la gnoseología de la política’), analizando a la filosofía en su inscripción superestructural (se trata
de la teoría del aparato de hegemonía filosófico) y a la política como productora de conocimientos”. Respecto a
la significación política que este pensamiento implícito en la posición de Gramsci implicaba, agregaba la autora:
“Se deriva de esto una segunda novedad: una teoría gnoseológica de las superestructuras que libera,
simultáneamente, los elementos de un análisis materialista de la filosofía, como momento superestructural, y
toda una práctica nueva de la cultura” (Buci-Glucksmann, 1978 [1975]: 28 y 427).

32
pensamiento y realidad, entre conocimiento y práctica política. 9 José María Aricó, en su Marx
y América Latina, interpretaba en este sentido la “crisis del marxismo”, esto es, como una
dimensión constitutiva de su filosofía antes que como una característica de época. Arico
señalaba la presencia en su concepción de una “cisura radical en la conexiones existentes
entre procesos de elaboración teórica y proceso reales” (Aricó, 1988 [1980]: 207). Esta cisura
supone, recordaba Aricó, que

entre teoría y movimiento nunca existió una relación lineal y que la reconversión de la
teoría en política constituyó un campo problemático de contradictoria resolución. Si la
teoría no puede ser supuesta como una dato de hecho, ni es tampoco un producto
espontáneo del proceso histórico, su relación con el movimiento no puede ser sino
problemática, conflictiva, ambigua, fragmentada por discontinuidades y rupturas. Y
hasta podría afirmarse que son muy breves los momentos en los que teoría y
movimiento mantienen una relación de plena expresividad o correspondencia (Aricó,
1988 [1980]: 207).

Aun planteando estas precauciones, para Aricó era posible reconstruir estas relaciones. En un
seminario dictado en el Colegio de México entre 1976 y 1977 (que permaneció inédito hasta
2011) había esbozado algunas indicaciones metodológicas a mi juicio muy significativas para
pensar el cruce entre historia intelectual y materialismo cultural. Luego de disertar sobre el
debate teórico en la socialdemocracia alemana a fines del siglo XIX y los orígenes del
llamado “revisionismo”, y frente a la pregunta por el vínculo entre “teoría y movimiento”,
Aricó proponía diversas vías posibles para abordar el interrogante. “Nosotros —presentaba la
perspectiva del curso— trataremos de verlo desde el costado de ciertas experiencias
históricas, analizando cómo se percibieron ciertos hechos, cómo se vieron ciertos procesos,
los conceptos que a partir de esto se fueron generando, la concepciones de Lenin, Rosa
Luxemburg, Trotsky, Gramsci (…)” (Aricó, 2011: 71), es decir, desde la lectura, bajo el
prisma de su inscripción en las experiencias históricas, de los grandes textos y autores de la
tradición marxista. Otro camino posible, igualmente válido, señalaba Aricó “podría haber sido
enfocarlos a través del análisis de la relación entre movimiento o partido y proceso
económico, examinado toda la problemática de la cuestión de la organización” (Ibid). Por
último, Aricó indicaba una vía experimental y productiva, a su parecer poco explorada:

9
En relación con esta condición de posibilidad, José Aricó interpretaba la ruptura de Marx con la filosofía
moderna a partir de la necesidad que Marx le planteaba a ésta de fundar su saber en el mundo exterior, en el
elemento de la actividad misma considerada como actividad objetiva. “Sólo allí, en la actividad crítico-práctica
del hombre es posible dilucidar el problema de la verdad o, según sus palabras [citaba a Marx], ‘de la realidad y
el poder, de la terrenalidad de su pensamiento” (Aricó, 1988 [1980]: 212).

33
Otro camino que puede ser quizás el más rico (…) es el de rastrear cómo fueron vistas por
todo el movimiento histórico socialista y comunista las relaciones entre ciencia e
ideología, entre teoría y práctica a través del examen de la categoría de intelectuales (…).
Este último camino, inspirado en una perspectiva gramsciana, me parece que es el más
rico, que es un camino que ha sido prácticamente dejado de lado cuando en realidad es el
que más perspectivas de análisis abre (Ibid. Subrayado mío).

En cualquiera de las posibilidades, Aricó interpretaba desde una lectura epistemológica las
tesis sobre Feuerbach, en especial la tesis dos, leyendo desde ella, escribía, que “no se puede
lograr una resolución teórica del problema de la relación entre teoría y práctica, entre
movimiento y conocimiento de la realidad” (Ibid.: 72).10 Desde esta posición, y aun a pesar de
haberse inclinado por la primer posibilidad en la organización temática de su curso, Aricó
concluía que, en su opinión: “la perspectiva más amplia de análisis [para abordar el vínculo
entre teoría y procesos sociales] es la de las relaciones entre intelectuales y movimiento, en la
medida que son los intelectuales los depositarios de la teoría, los que sintetizan las
experiencias, ya se hable de intelectuales individuales o de intelectuales colectivos como
designaba Gramsci a los partidos políticos” (Ibid).
Algunos años después, en La cola del diablo. Itinerario de Gramsci en América Latina,
(uno de los trabajos pioneros en la materia que me ocupa) Aricó incursionaría en esta vía
cuando proponía una suerte de “inversión de los términos” para pensar la circulación del
pensamiento del comunista italiano en el continente (en rigor, el libro es una suerte de
autobografía intelectual, centrada en esa formación cultural alrededor de Pasado y Presente),
pues afirmaba que, si se estaba ante un fenómeno no sólo de orden teórico, sino
fundamentalmente político, era necesario elaborar una geografía que colocara “en su
verdadero sitial de sujeto de la investigación a esos movimientos, organismos o actores” que
encontraban en Gramsci “aquello que les posibilita acceder a la teoría y medirse con el mundo
histórico”. La “inversión de los términos” respecto de la historia de las ideas que proponía
Aricó implicaba trabajar en una reconstrucción en condiciones de mostrar —a pesar de las
precauciones que tomaba y que acabo de señalar—, “las conexiones existentes entre procesos
de la realidad y procesos de elaboración de la teoría” (Aricó, 2005 [1988]: 43).
Se sabe: el planteo no ha gozado de mucha popularidad en los últimos años. Si. Como
voy a argumentar en el próximo capítulo, la historia intelectual y la sociología cultural en
10
Es conocida la tesis de Marx, que dice: “El problema de si al pensamiento humano se le puede atribuir una
verdad objetiva, no es un problema teórico sino un problema práctico. Es en la práctica donde el hombre tiene
que demostrar la verdad, es decir, la realidad y el poderío, la terrenalidad del su pensamiento. El litigio sobre la
realidad o irrealidad de un pensamiento que se aísla de la práctica, es un problema puramente escolástico (Marx,
Engels, 2005 [1845]: 666. Traducción Wenceslao Roces). La familiaridad con la lectura gramsciana de Buci-
Gluksmann es notable, en 1978 se publicará la traducción española de Siglo XXI (por Juan Carlos Garavaglia)
del libro de que la autora francesa había publicado en 1975.

34
Argentina ocupada en revisar las tensiones entre intelectuales, cultura y política en los años
sesenta y setenta se ha preocupado en el mejor de los casos por la inscripción de las
representaciones elaboradas por los intelectuales en los procesos de producción y
reproducción del orden social, quizás menos haya explorado el papel de la política en tanto
productora de conocimientos. En este debate historiográfico y epistemológico se inscribe
también el trabajo que presento a continuación.

35
36
CAPITULO 1

ARMAND MATTELART EN LOS ESTUDIOS LATINOAMERICANOS DE


COMUNICACIÓN

Como he señalado, una de las tareas que asumió esta investigación fue reconstituir la red de
relaciones que en sus configuraciones específicas permitió la emergencia del pensamiento de
Armand Mattelart y los procesos y procedimientos que explican la atribución de una palabra
o voz de autoridad a su figura, esto es, que produjeron una función-autor. Subrayar esta
segunda cuestión no es menor, porque en el mismo movimiento de producción, —de alguna
manera está implícito en la propia configuración de un nombre propio— esa operación de
constitución es inevitablemente opacada. La cuestión plantea problemas metodológicos, pues
se trata de evitar el peligro de la mirada empirista que, se sabe, presenta un objeto como si
tuviera una existencia propia independiente del proceso que lo produce y cuya génesis y
desarrollo, por el contrario se debe explicar a partir del trabajo del pensamiento que lo
produce como concepto. En este sentido enseña Pierre Bourdieu que el punto de partida para
un conocimiento científico de lo social requiere “tomar por objeto de estudio el trabajo social
de construcción de ese objeto preconstituido” (Bourdieu, Wacquant, 2008 [1992]: 283). Más
puntualmente en el campo que me ocupa, recuerda atinadamente Roger Chartier que después
de Foucault —y agrego: su problematización en torno a qué es un autor— ya no se puede
seguir considerando los objetos culturales como algo dado (en este caso, el objeto-autor-
Armand Mattelart), pues ellos mismos son “objetivaciones que construyen cada vez una
figura original” (Chartier, 2001: 42).
Desde la perspectiva de la historia cultural se ha observado entonces que si el autor no
es la clave de sentido exclusiva de un texto, es también porque éste se configura en una serie
de prácticas de lectura. Chartier propone ocuparse de “la relación del texto con las lecturas
individuales o colectivas que, en cada ocasión, lo construyen (o sea, lo descomponen para una
recomposición)” (Chartier, 2001: 39). En el plano que me ocupa, atender a esta cuestión
supone dar cuenta de una serie de operaciones de atribución que configuraron una función y

37
una imagen de autor y recortaron una obra de una serie discursiva. Más puntualmente, me
refiero a la edición de textos, los prólogos, las reseñas, los abordajes críticos, los balances
disciplinares o la divulgación en manuales que tomaron como objeto la figura de Armand
Mattelart y que se me presentan incluso previamente al primer contacto con la obra. Se trata
de un corpus que, antes que dar cuenta de un objeto dado —el autor en cuestión— lo
producen; o mejor dicho, producen una imagen y una función de autor que presenta como un
objeto natural un objeto preconstituido.
Esta producción no es transparente pues, por el contrario, tiene lugar en el marco de
ciertas condiciones de posibilidad que guían aquello que puede ser dicho o leído en cada
momento. De allí que me haya propuesto —y presente en este capítulo— partir de la
problematización de los modos en que los balances de la comunicología latinoamericana
produjeron esta función-autor. ¿Qué se ha dicho sobre la figura y la obra de Armand Mattelart
en los estudios en comunicación latinoamericanos? ¿Qué se ha leído —qué no— y cómo?
¿Ha variado esa lectura entre los años setenta y la actualidad? ¿Mattelart ha sido consagrado
como pensador y cientista social o por el contrario su figura ha sido desestimada? ¿Cómo
explicar estas variaciones?
Se sabe, toda tradición es una tradición selectiva (Williams 2009, [1977]) que es
producto de las condiciones que en su presente la configuran, tanto como apuestas —
interesadas— de los involucrados en un campo particular de producción cultural como
producto de movimientos y reacomodamientos en la dinámica más amplia de la hegemonía.
Al examinar estas operaciones de lectura, entonces, voy a referirme a la construcción de una
tradición de los estudios en comunicación latinoamericanos que informa menos sobre su
pasado que sobre los modos en que su propia historización fue parte constitutiva de su
proceso de consolidación disciplinar e institucionalización. Para decirlo sin rodeos, no voy a
revisar lo “ya dicho” para señalar a partir de allí puntos oscuros o no abordados de la figura de
Armand Mattelart, para así postular, al fin, una lectura más adecuada a su “objeto” —como si
hubiera un objeto–autor ya dado esperando las claves que descifren su enigma—, sino para
producir mi propio campo problemático y delimitar mi espacio de interlocución.
Pues, en efecto, desde los años ochenta los balances de los estudios en comunicación
latinoamericanos revisaron ciertos itinerarios y perspectivas, construyeron ciertos linajes que
favorecieron la consolidación de la identidad de un campo en formación y la legitimación de
ciertas posiciones. Allí se le atribuyó a Armand Mattelart la función de ser uno de sus “padres
fundacionales”. En estos balances (hecho por cierto de elementos no necesariamente
homogéneos, pero sí de líneas dominantes) hay coincidencia en establecer la emergencia

38
disciplinar hacia finales de la década del sesenta y en señalar un núcleo fundacional del
campo alrededor de la preocupación, por parte de aquellos primeros estudiosos de las
cuestiones vinculadas a la comunicación y la cultura, de intervenir en la política a través de su
práctica específica. De allí que, como he argumentado en Cultura y Política en el laboratorio
chileno, entienda que la revisión del modo en que se analizó el vínculo entre intelectuales y
política en los años sesenta y setenta en el campo de las ciencias sociales y la historia
intelectual latinoamericana –en especial en Argentina, mi espacio de interlocución— sea un
punto de partida ineludible para enmarcar y explicar el propio balance disciplinar y, por eso,
el de la figura de Armand Mattelart.
Debo aclarar entonces que si bien esta tesis prolonga el estudio del itinerario intelectual
de Armand Mattelart a su trayectoria a partir de su exilio, no voy a revisar en este capítulo los
modos en que ha sido leída en Francia y en Europa su figura. Si elijo presentar lo que ha sido
dicho en el viejo continente sobre Armand Mattelart en diferentes capítulos y en relación con
cada problemática particular (y no como una cuestión a objetivar en sí misma), es porque mi
investigación se sitúa en diálogo con la historia intelectual argentina y latinoamericana, sobre
todo en relación con los modos en que han sido leída las tensiones entre los intelectuales, las
ciencias sociales y la política en los años sesenta y setenta. Aun así, las referencias en este
trabajo en varios de sus capítulos a la recepción de la figura de Armand Mattelart en Europa
me va a permitir inscribirme en otro campo problemático, vinculado a los estudios sobre la
circulación internacional de las ideas y, más puntualmente, al papel en ese intercambio entre
el centro y la periferia de una figura intelectual “latinoamericanizada”, como el caso de
Armand Mattelart.

Intelectuales y política en los años sesenta y setenta: interpretando las interpretaciones

Probablemente haya sido con la caída de la Unidad Popular chilena que comenzara a revisarse
—más temprano de lo que suele pensarse— el modo en que se desplegó cierta tensión entre la
práctica teórica y la intervención política en la década del sesenta y setenta en los estudios
sobre comunicación. Es sabido que en el primer número de la revista de la Asociación
Argentina de Semiótica, Lenguajes, de abril de 1974, Eliseo Verón publicó un artículo donde
revisaba comparativamente la inserción del estructuralismo en Argentina y Chile. Si bien
reconocía que una de las principales actividades en relación con la teoría y la investigación de
los medios de comunicación en Chile era la que se había realizado en el equipo que dirigía
Armand Mattelart en el Centro de Estudios de la Realidad Nacional (CEREN) de la

39
Universidad Católica de Santiago, en su visión el trabajo de éste no proponía más que una
“lectura intuitiva” de los mensajes, que adolecía de un corpus teórico delimitado y de toda
preocupación metodológica. Este rasgo se explicaba por lo que Verón entendía era uno de los
rasgos de la dependencia cultural latinoamericana respecto de la producción de
conocimientos: la distorsión intrínseca por la cual se producía la “importación” de ideas
disociadas de la “práctica que las engendra” en los países centrales. En este sentido, señalaba
Verón, la inserción de la semiología en Chile era uno de los casos donde la circulación de
determinados conocimientos de origen externo aparecía disociada de un trabajo teórico
productivo. En segundo lugar, Verón explicaba el carácter de los trabajos de Armand
Mattelart en función de una segunda contradicción: aquella que encontraba entre la
“inmediatez” que exigía la intervención político-cultural y los tiempos y las lógicas que
debían orientar el trabajo de producción de conocimientos. De allí que Verón llamara a
Mattelart y a Dorfman, por su lectura de Para leer al Pato Donald, a elegir entre la demanda
política —que le parecía una opción legítima— o el trabajo científico que contribuyera con su
aporte específico a los procesos de liberación (Verón, 1974).11
Héctor Schmucler le respondería a Verón en el número cuatro de Comunicación y
Cultura, editado en Buenos Aires en septiembre de 1975. Allí afirmaba, frente a la posición
del sociólogo, que “sólo es ‘científico’, elaborador de una verdad, un método que surja de una
situación histórico política determinada y que verifique sus conclusiones en una práctica
social acorde con las proposiciones histórico–políticas en las que se pretende inscribirlas”
(Schmucler, 1975). El que planteaba la dicotomía entre ciencia y política era Verón en
Lenguajes, afirmaba Schmucler, mientras que Dorfman y Mattelart sabían lo contrario: “la
práctica política es condición de verdad para las ciencias sociales” (Ibid.).
Volverés más adelante sobre esta cuestión. Ahora quisiera subrayar un hecho poco
atendido por los comentadores de la polémica12, y es que ésta tuvo lugar entre abril de 1974 y
septiembre de 1975, luego de la caída de la Unidad Popular, es decir, en el marco de lo que
por entonces ya se podía visualizar como el cierre de una etapa política. Pues en general se ha
tendido a leer el debate entre Comunicación y Cultura y Lenguajes con los parámetros en que
debe leerse la etapa anterior, esto es, como una disputa de carácter programático,
representativa de las tensiones de una época de ascenso revolucionario, en torno a la relación

11
En Cultura y política en el laboratorio chileno he enmarcado la intervención de Verón en relación con sus
tomas de posición en el campo de la sociología argentina. Al respecto se puede ver sobre todo Imperialismo,
lucha de clases y conocimiento. 25 años de sociología en Argentina, (Verón, 1974).
12
La polémica entre las revistas ha sido ampliamente reseñada. Se puede consultar Rivera (1987: 43-46);
Fuentes Navarro (1992); Entel (1994: 263–265), Saintout (1998); Grimson y Varela (1999); Duek (2007);
Zarowsky (2007).

40
—dicho de modo esquemático y por ende algo simplificador— entre “intelectuales y
política”, o entre “ciencia” e “ideología”. Sin embargo, entiendo que algunos de sus tópicos
iniciaban tempranamente un balance que se haría desde la derrota política y, más
puntualmente, cierto modo de entender la memoria del campo de los estudios en
comunicación que dejará sus marcas en los años ochenta y sobre todo los noventa, cuando la
consolidación del proceso de institucionalización de la comunicología latinoamericana se
exprese, entre otros aspectos, en la proliferación de balances disciplinares.
O de otro modo: si las revistas confrontaban dos concepciones epistemológicas y sobre
todo dos modos de concebir la relación entre intelectuales y sociedad, o entre ciencia y
política, el balance de Eliseo Verón puede entenderse también como una anticipación, o
mejor, un modo de iniciar cierto modo de leer la tensión que caracterizará a los balances
posteriores. ¿Qué implicaba debatir en torno a la autonomía de la práctica científica y el modo
de articulación entre ciencia y política cuando el proceso chileno (que, como argumentaré en
el próximo capítulo enmarcó los interrogantes, las nuevas búsquedas y posibilidades de
experimentación intelectual que expresaba Comunicación y Cultura) había sido clausurado?
Es significativo que Schmucler cuando en septiembre de 1975 le responda a Verón —
recogiendo la experiencia que había significado el “laboratorio chileno”— adelante muchos
elementos que conformarán la agenda de los estudios en comunicación en los años ochenta,
sobre todo en relación con el problema de la recepción: no en vano Schmucler reconocía en la
política una función cognitiva positiva. Pero lo cierto es que al hacerlo Schmucler estaba
enunciando un programa de investigación, pero también un programa político, epistemológico
y de intervención intelectual que prácticamente se había quedado sin sujeto y condiciones
institucionales de posibilidad: se trataba, aunque no lo supiera, antes que de la proyección o
enunciación de un programa a desarrollar, del balance y cierre de una etapa. De allí que
Verón, quien reivindicaba cierta especificidad de la producción científica como modo de
intervención en la política, de alguna manera se consagrara vencedor de la polémica, en un
campo intelectual donde, en líneas generales, años después predominaría un balance crítico
del proceso: comenzará a entenderse que lo que fue en un momento una relación productiva
entre intelectuales y política finalmente se resolvió en un subordinación de la actividad
intelectual —que la anulaba como tal— a los mandatos de la política.
Quizás haya sido Beatriz Sarlo quien en un artículo en Punto de Vista publicado en 1985
(“¿Intelectuales: escisión o mímesis?”; un artículo al que la propia autora le reconoce una
dimensión autobiográfica) planteara el problema de modo más agudo y sentara, en buena
medida, los fundamentos de una línea de interpretación y revisión que fue ampliamente

41
retomada en cierto espacio del campo intelectual argentino (Sarlo, 1985). A distancia tanto de
lo que entendía eran los nuevos conformismos (se refiere a la incorporación de cierto sector
de intelectuales a espacios estatales en el gobierno de Alfonsín), como de aquellos que, a la
izquierda, según la autora no habían revisado sus posiciones respecto a lo actuado en los años
previos, Beatriz Sarlo proponía tanto un balance del vínculo entre intelectuales, cultura y
política en los años sesenta como ciertas ideas para revisar la relación en su presente.
Entendía que los últimos años de la década del cincuenta y los primeros años sesenta habían
representado un “momento crítico” del campo cultural argentino marcado por la intersección
del trabajo intelectual con aquel que apuntaba a producir nuevas perspectivas políticas; con
una clara vocación militante, una fracción de intelectuales había cuestionando los límites
estrechos de su práctica y puesto sus discursos en relación con esferas o espacios sociales más
amplios que los de su origen. El resultado había producido una tensión y un vínculo inestable
pues, señalaba Sarlo, en la ambigüedad que suponía este proceso de “funcionalización” de la
actividad propiamente intelectual a la actividad política (aunque su vínculo no fuera
“necesariamente perverso”, señalaba) estaba, en sus palabras “implícita la posibilidad de que
el discurso de los intelectuales fuera canibalizado por el discurso político” (Sarlo, 1985: 2).
De allí que señale que esta posibilidad haya sido la que, ya avanzada la década del sesenta,
terminara realizándose. Así concluía Sarlo: “de la etapa crítica (...) habíamos pasado a la etapa
del servilismo (partido, líder carismático, representación de lo popular o de lo obrero) que nos
convertía en siervos. De la etapa crítica pasamos a la etapa racionalizadora” (Ibid: 2). Según
la ensayista al final del período el “imperio de la política” habría terminado imponiendo sus
leyes “totalizadoras” a la práctica y las lógicas intelectuales” (Ibid: 3-4).13
El supuesto sociológico y epistemológico que se puede leer en la posición de Sarlo es
aquel que considera, desde una impronta weberiana, que las lógicas que gobiernan las
prácticas y discursos intelectuales son heterogéneas respecto a las de las prácticas y discursos
políticos (aunque esta heterogeneidad no implicara alteridad radical o autonomía absoluta,
aclaraba Sarlo, sino diferencia), pues señalaba que la existencia de una independencia de las
esferas o la especificidad de las prácticas, “supone, también, la multiplicidad de regímenes de
legalidad y de lógicas” (Ibid.: 6). Por otra parte, la por entonces directora de Punto de Vista
13
En la misma línea, varios años más tarde, en su estudio introductorio a una compilación de materiales sobre el
campo intelectual argentino del período 1943–1973, la autora concluía que si ciertas experiencias de vanguardia
(como “Tucumán Arde” o el film La hora de los hornos), hacia fines de los años sesenta habían mostrado cierta
articulación que mantenía la tensión entre la intervención política y la especificidad de la práctica cultural, “al
final de la década del sesenta y durante la primera parte de los años setenta, la izquierda ya casi no se plantea la
‘cuestión intelectual’ como cuestión específica: se ha resuelto —disuelto— en la política”. Se trata para la autora
del “cierre de la cuestión intelectual” a partir de “una crisis de legitimidad de los discursos específicos” que
abarcaba todo el campo cultural (Sarlo, 2001: 104-105).

42
planteaba el problema en los términos de una vieja oposición de orden filosófico: al señalar la
“rendición de la lógica intelectual” a la “lógica política”, concluía que “la acción comenzó a
devorar a la razón crítica” (Ibid.: 3-4).14
Antes que discutir en profundidad estos supuestos teóricos, me interesa más que nada
dar cuenta de la conformación de una línea de interpretación en la historia intelectual del
campo.15
Algunos años después en Nuestros años sesenta, un trabajo más exhaustivo que el de
Beatriz Sarlo, Oscar Terán continuaba esta línea de revisión en torno al vínculo entre
intelectuales y política en la nueva izquierda intelectual en Argentina. Señalaba que en los
años sesenta se había establecido en lo que llama la nueva izquierda intelectual la convicción
“creciente pero problemática” de “que la política en la región se tornaba dadora de sentido de
las diversas prácticas, incluida por cierto la teórica” (Terán, 1993 [1991]: 12). Para Terán el
golpe de 1966 había marcado en Argentina el fin de un período, pues “para la franja crítica de
la cultura argentina” todos los caminos institucionales se habían cerrado, iniciando una etapa
donde la política habría subsumido a la práctica intelectual. Así, señalaba el autor, “era la
autoidentidad misma del intelectual la que debía modificarse, en un proceso en el cual la
relación hasta entonces entablada desde la cultura hacia la política bascularía hasta amenazar
con canibalizar desde la política tout court el ámbito especifico del quehacer intelectual” y
con ello producir “el vaciamiento de legitimidad de la misma práctica intelectual” (Ibid.:
159).16
Por su parte Silvia Sigal, en Intelectuales y poder en la década del sesenta entendía, en
coincidencia con Terán y Sarlo, que hacia fines de la década y comienzos de los años setenta
se había dado en Argentina un proceso a partir del cual ciertos ejes ideológicos organizaron

14
De todos modos conviene reconocer que la autora no dejaba de explicitar en su artículo su propia incomodidad
y sus oscilaciones en el desarrollo del planteo, pues llamaba a repensar las relaciones entre ideología, cultura y
política, manteniendo lo que entendía era la “tensión ineliminable” que las gobierna. Así llamaba a los
intelectuales a proyectarse más allá de los límites de los propios espacios de especialización que, al fin y al cabo,
señalaba críticamente, estaban también imponiendo por entonces una legalidad externa a la práctica intelectual.
15
Me permito trazar, con todas las precauciones y diferencias del caso, una analogía con un desplazamiento
similar ocurrido en la historia intelectual francesa. En el reflujo de las expectativas revolucionarias de posguerra
y desilusionado, como tantos otros intelectuales de izquierda, respecto a la URSS y al “mito del compromiso”,
Merleu Ponty le dedicaba a Weber el primer capítulo de sus Aventuras de la dialéctica (1955). Anne Boschetti
interpreta que en el fondo Merleau Ponty le estaba reprochando a Sartre “la confusión entre el pensamiento y la
acción, entre la función del escritor y la del hombre político”. Siguiendo a Weber y en oposición a Sartre,
Merleau Ponty sostenía explícitamente por primera vez en su itinerario, que se trata de papeles distintos, cada
uno con sus propias reglas (Boschetti, 1990: 215-220).
16
De todos modos, Terán se preguntaba si de no haber mediado el “bloqueo tradicionalista” que supuso la
dictadura de Onganía hubiera sido fatal este desenlace. Responde negativamente, pues lee en las revistas Pasado
y Presente y Cuestiones de filosofía un modo de plantear la relación entre la especificidad de la práctica
intelectual y la política que mantenía la tensión sin suprimir ninguno de los polos de la relación. (Terán, 1993
[1991]: 159–172).

43
las prácticas intelectuales, en un proceso que se caracterizó por “la disolución de la entidad
del intelectual, de la distancia entre pensamiento y comportamiento” (Sigal, 1991: 209). Si
por un lado coincide con Sarlo en oponer pensamiento y acción, por otro la autora señala un
matiz respecto a los otros balances al indicar que este proceso no había implicado una pérdida
de autonomía cultural, sino que, por el contrario, había sido producto y resultado de la relativa
autonomía del campo y de sus agentes (Ibid.: 249, 252).
Proveniente del mismo espacio intelectual —y en explícita filiación con los autores
hasta aquí comentados— Claudia Gilman, en Entre la pluma y el fusil. Debates y dilemas del
escritor revolucionario en América Latina (2003), un trabajo exhaustivo e ineludible para dar
cuenta de las relaciones entre intelectuales y política en los años sesenta, extendía este modo
de leer el período a una escala latinoamericana. Allí Gilman sostiene en una misma línea que
Sarlo, Terán y Sigal, que la tensión hacia la política que caracterizó al campo literario en los
años sesenta, se había resuelto finalmente con el predominio de un marcado
“antiintelectualismo” y la subordinación de la figura del escritor-intelectual a la del “escritor
revolucionario”, esto es, subsumiendo la especicifidad de la práctica intelectual y literaria.
Dando cuenta entonces de la constitución de una línea interpretativa dominante, el
crítico literario José Luis de Diego (de Diego y Gilman son una generación menor a la de
Sarlo y Terán), en el prólogo a su tercera edición de Quién de nosotros escribirá el Facundo.
Intelectuales y escritores en Argentina (1970-1986) señala, en relación con el libro de Gilman
y el suyo propio, que “numerosas coincidencias interpretativas entre uno y otro permiten
pensarlos como un corpus único, sucesivo, articulado” (de Diego, 2007 [2003]: 13). En su
libro se puede leer una línea argumental similar a la hasta aquí señalada; si bien observa y
documenta matices y posiciones heterogéneas, de Diego señala que los años setenta en
Argentina se caracterizaron por una supresión casi total de las mediaciones entre el campo
literario y el campo político, donde la “primacía de la política” no estableció sólo una
primacía, sino “una progresiva anulación de los otros campos”; la política fue, en sus
palabras, “una suerte de hermenéutica privilegiada desde donde se miran y se leen no sólo
actividades específicas como la literatura, sino también actitudes personales, proyectos de
vida; es en el paradigma donde se articulan los juicios de valor, es un compulsivo modelo de
la experiencia: la política desplaza a la ética” (Ibid.: 31). Es significativo que para concluir su
balance el autor cite al politólogo liberal Norberto Bobbio, quien observa que cuando lo
personal y lo privado se vuelven dimensiones políticas se está, cita de Diego, ante “la
quintaesencia del totalitarismo” (Ibid.:31).

44
En suma, más allá de los matices, entiendo que esta línea de interpretación expresa el
tono dominante que tuvo entre los años ochenta y noventa la revisión del vínculo entre
intelectuales y política en las décadas previas en Argentina y que, como veremos, también
tuvo su expresión en los balances de los estudios en comunicación, de alguna manera también
a nivel latinoamericano. Aun cuando se admita y en algunos casos se celebren los momentos
donde la práctica intelectual se desarrolló en relación y tensión con la política, en última
instancia la pérdida de la supuesta autonomía de aquella se visualizó como un proceso
negativo, me animo a decir, como una suerte de “obstáculo epistemológico” en relación con la
producción de conocimientos y de discursos específicos. Según esta interpretación, hacia fines
de los años sesenta, al subsumirse a la política, la práctica intelectual prácticamente se habría
anulado como tal.
Sin embargo, la participación en el debate de nuevas generaciones de cientistas sociales
y, sobre todo, cierto cambio en las condiciones políticas, pueden explicar que trabajos
recientes plantearan el problema desde otros puntos de vista, empezando por señalar ciertas
operaciones de “mitificación” en relación al modo en que se leyeron ciertos procesos político-
culturales en la historia intelectual latinoamericana.
Desde un balance de alcance continental la socióloga Fernanda Beigel, en un estudio
sobre las teorías de la dependencia en América Latina (Beigel, 2006), refiere a las operaciones
de lectura respecto a una corriente de pensamiento latinoamericana que, por coincidencia
temporal, espacial y temática, se acerca a mi campo problemático. La autora, al trazar el
itinerario de la “vida, muerte y resurrección” de las teorías de la dependencia da cuenta de un
“mito” que se construyó a su alrededor desde los años ochenta. Se las has caracterizado,
afirma, como una única teoría “simplista y mecanicista” que “fue asumida en su imagen de
divulgación como una ‘doctrina’, cuando era más bien una corriente intelectual con
posiciones diversas dentro de una problemática común”. Beigel, quien da cuenta de las
condiciones sociales de lectura desde las que se hizo esta interpretación —a partir del fracaso
de las experiencias de las izquierda latinoamericanas y sobre todo de la caída del muro de
Berlín y la hegemonía neoconservadora— señala que en buena medida esta imagen se forjó a
partir de una lectura que acusaba a la teoría de la dependencia de “simplista” (lo que era una
forma de decir también “ideológica”, en términos peyorativos) dado que sus partidarios no
sólo se habían posicionado políticamente desde la investigación científica sino que habían
promovido un cambio radical. En este sentido, afirma Beigel, sobre las deficiencias de los
dependentistas, se montó un “combate contra toda forma de articulación entre teoría y
política”. Y si no era la primera vez que surgía en los debates latinoamericanos una corriente

45
cientificista que intentaba separar tajantemente ciencia e ideología, un nuevo cambio en las
condiciones políticas e ideológicas —escribía la autora en 2006— estaba volviendo a poner
en diálogo teoría y política (Beigel, 2006: 288, 305).
Aunque desde otra posición, por su parte, Neiburg y Plotkin señalaban, en 2004, que las
tipologías clásicas para pensar el campo intelectual, por ejemplo la de “intelectuales” y
“expertos”, responden a perspectivas sociológicas que lo analizan desde “visiones normativas
y dicotómicas”. Los partidarios de la primera, afirman los autores, confunden sus categorías
de análisis con las categorías de identificación de los “nativos” y por eso reivindican nociones
como las de “autonomía” del campo, de saber universal o distancia crítica como atribución de
los intelectuales y, sobre todo, se lamentan cuando observan una supuesta pérdida de estas
condiciones (Neiburg y Plotkin, 2004). Neiburg y Plotkin sospechan de esta visión pues
llaman la atención sobre su relación con las posiciones de los agentes que las promueven y,
sobre todo, como demuestran en su investigación, señalan en oposición la existencia de
espacios híbridos, de entrecruzamientos múltiples, donde se producen los saberes sobre lo
social.
Como voy a argumentar a continuación, entiendo que para comprender cabalmente los
modos en que se configuró la imagen de autor Armand Mattelart desde los balances del
campo de los estudios en comunicación en Argentina y Latinoamérica —ese es el objeto que,
en tanto lector situado, me encuentro pre-constituido— debía atender a los supuestos y
valoraciones desde los que se configuró una tradición interpretativa en torno al vínculo entre
ciencias sociales, intelectuales, cultura y política en los años sesenta y setenta
latinoamericanos, pues desde esa matriz se promovieron ciertas condiciones de lectura para
leer las producciones disciplinares y las intervenciones intelectuales de la época. En este
sentido, aunque excede los objetivos de este trabajo, sería necesario poner en relación estos
balances con la propia experiencia de la derrota política de sus promotores y sobre todo con
las posiciones que ocuparon en el campo intelectual y académico a partir de los años ’80.17 El

17
Llamando a la consolidación de una “sociología de los intelectuales” argentinos, Horacio Tarcus sugiere una
interpretación en este sentido en relación con la crisis teórica del marxismo en Argentina y su balance crítico del
modo en que se leyó la relación entre intelectuales y política en los años sesenta. Tarcus explica el fenómeno en
relación a dos procesos: la propia experiencia de los “sesentistas” en la derrota política y las posiciones que
ocuparon en el campo académico en Argentina a partir de 1984. El borramiento de la cultura marxista que va de
la mano de la “despolitización de la teoría” fue, en sus palabras, “el resultado de la política cultural que se da la
generación de los sesentistas, tanto los que volvieron del exilio como los que se quedaron aquí. Fue también la
política que se dio esta misma generación cuando asumió el relevo de la Universidad en 1984 (...) llamaron a
separar la política de la academia. La política en el foro, en la academia la ciencia” (Tarcus, 1998: 263-265).
Para un balance crítico contemporáneo de los modos en que se articuló la revisión de las tensiones entre
intelectuales y política en los años sesenta y setenta con las posiciones y experiencias de la “generación
intelectual de 1983”, ver el ensayo de Omar Acha, 2008.

46
recorrido que estoy trazando, en suma, contribuye entonces a objetivar las propias
prenociones socialmente constituidas que, inevitablemente, atravesaban mi propia posibilidad
de construir interrogantes y problematizaciones en torno al itinerario intelectual
latinoamericano.

Los balances de la comunicología latinoamericana: padres fundadores, fantasmas


polémicos y mitos de origen

Es que quizás sea en el campo de los estudios en comunicación latinoamericanos donde el


balance de las tradiciones, propuestas de investigación e itinerarios personales haya estado
más explícitamente marcado por la evaluación en torno al vínculo entre intelectuales, cultura
y política en las décadas del sesenta y setenta pues, como señala Fuentes Navarro, buena parte
del desarrollo de la investigación en comunicación tuvo como condición fundacional, en la
década del sesenta, el interés de los investigadores por responder las demandas de la sociedad
(Fuentes Navarro, 1992). No obstante, estos balances se hicieron en los años ochenta, en el
contexto de grandes desplazamientos teóricos y epistemológicos. Se podría decir,
resumidamente, que la crisis del marxismo fue el telón de fondo de una serie de
cuestionamientos a las matrices y propuestas de investigación de las décadas anteriores.
Paralelamente, la consolidación disciplinar, en la medida en que estabilizaba ciertos objetos
problemáticos y modos de abordaje legítimos, se hizo en referencia crítica a lo que se
entendió habían sido los “reduccionismos” de su etapa de emergencia. En uno de los textos
“bisagra” del período, De los Medios a las Mediaciones, Martín Barbero emprendía, en sus
palabras, un “ajuste de cuentas” con Theodor W. Adorno y, por elevación, con las teorías
críticas latinoamericanas “asociadas a, o confundidas con un funcionalismo al que se
respondía ‘sumariamente’ desde un marxismo más afectivo que efectivo” (Barbero, 1987: 49).
Más allá de la justeza o no de sus planteos respecto a Adorno, se trata del caso más
representativo de las operaciones de lectura que construyeron, como sostiene Carlos
Mangone, una imagen respecto a la investigación de las décadas anteriores. Esta operación de
constitución de una tradición (negada) sobre la cual se afirmaban los contendientes, señala
Mangone, puso en juego algunos procedimientos argumentativos (fantasmas polémicos,
ausencia de nombres propios y referencias concretas a las investigaciones, generalización con
ejemplos tomados de algún caso marginal) que llevaron a una homogeneización y
descontextualización que eludió todos los matices y que fue “perfeccionando una serie de

47
operaciones que consolida[ron] desplazamientos, mitiga[ron] el énfasis y disimula[ron] los
procesos de construcción del conocimiento” (Mangone, 2007: 81).18
Por tomar un ejemplo, en las críticas a lo que denominó mediacentrismo, Martín
Barbero “construyó” y luego revisó críticamente las dos tradiciones que en su concepción
habrían caracterizado los estudios en comunicación en los años sesenta y setenta: el análisis
de la propiedad de medios y el llamado “análisis ideológico” de matriz semiológica. En líneas
generales, en tanto se trató de una de las referencias del campo en esos años, el nombre de
Armand Mattelart (aunque raramente Martín Barbero aluda a él explícitamente) quedaba
asociado a un fantasma polémico que reducía la complejidad de su posición teórica y que no
atendía a los desplazamientos y matices de su perspectiva intelectual. De este modo se
evidenció la ausencia de una historización en torno a las condiciones de producción del
campo intelectual y académico que situara las inserciones concretas para explicar las prácticas
teóricas y de investigación. El efecto, bastante clásico en la historia de las ideas, fue la
postulación de una evolución más o menos lineal, por acumulación y saltos, que no atendió el
doble movimiento de rupturas y continuidades que los “nuevos paradigmas” tenían con las
experiencias previas.
Aun así, por entonces varios autores del campo emprendían la tarea de “historizar” el
desarrollo de los estudios en comunicación en Latinoamérica. Signo de la consolidación
disciplinar y la institucionalización (algunos de estos textos o investigaciones fueron el
producto del dictado de asignaturas en las nuevas carreras universitarias, otros se realizaron
por encargo institucional) la historización, sobre todo en clave pedagógica y de constitución
de manuales disciplinares, consolidó lecturas y tradiciones selectivas. Y si los años sesenta y
setenta fueron observados como los años “fundantes”, la cuestión de fondo era en torno a qué
tradición (previo balance de errores y virtudes) se pretendía consolidar el campo en
formación. En algunos casos, aún cuando se reconoció el vínculo con la política como
impulso de la investigación y emergencia disciplinar, se propuso una clara delimitación
respecto de la práctica científica. Fuentes Navarro, en su conocido balance Un campo cargado
de futuro. El estudio de la comunicación en América Latina (1992), si bien encontraba la
inspiración de las décadas anteriores como un momento fundante del campo, trazaba una clara
línea de demarcación al afirmar que “generar conocimiento y transformar la sociedad son
proyectos cuya realización exige la recurrencia a principios de acción distintos y muchas
veces opuestos; los factores básicos para la organización del trabajo y para la definición de las

18
Sobre el caso específico de Martín Barbero en relación con su lectura de Adorno y la construcción de
fantasmas polémicos, ver Gándara, 2007.

48
operaciones que conduzcan hacia objetivos de uno u otro género suponen lógicas diversas,
difícilmente conciliables (...)” (Fuentes Navarrro, 1992: 111). En esta línea, el investigador
mejicano evaluaba que el debate sobre la función social y política de la investigación “puede
verse como un intento muy pertinente y productivo para adoptar y/o crear los acercamientos
científicos más adecuados a la realidad”, pero también, agregaba, puede verse “como un
proceso estéril” (Ibid.: 114).

Una variante de esta esa tradición selectiva fue aquella que, reconociendo la inspiración
política de los trabajos y las investigaciones de la época, simplificó su significación, mejor
dicho, la complejidad, heterogeneidad y productividad del vínculo entre producción de
saberes y práctica política, al ofrecer una mirada romántica que, aunque eficaz para instalar
un mito de origen, no atendió, desde una perspectiva histórica a las determinaciones concretas
de esta articulación; bastaba referirse de modo general a cierto espíritu “denuncialista”, a
“pasiones de sujetos” o a una “voluntad” crítica inspirada en un contexto de politización
generalizada. Así, la revista madrileña Telos, en su número 19 de 1989, proponía una suerte
de balance/homenaje del itinerario de la investigación latinoamericana en comunicación
donde Luis Gonzaga Motta, por ejemplo, se refería a la “investigación militante” y la “teoría
de la praxis” para caracterizar las tendencias predominantes en el momento de emergencia del
campo en los años sesenta concluyendo que “la historia de los estudios de la comunicación,
en la región sería, así, parte de la historia de las luchas políticas y sociales (incluso porque
muchas veces sus personajes son los mismos)” (Motta Gonzaga, 1989: 147-151). Esta mirada
romántica puede no coincidir con la perspectiva preocupada por la delimitación de los campos
y la especificidad de las prácticas (ciencia–política), pero es complementaria en sus efectos
pues, es sabido que —lo digo de modo breve y por ende de manera algo esquemática—toda
mirada romántica tiende a un movimiento que recupera un elemento del pasado pero, en tanto
lo recupera como pasado, sin su concreta conexión con la experiencia histórica, lo hace de
modo despolitizado, pues al negarle espesor, le recorta su relación conflictiva con el
presente.19 En ese sentido acuerdo con la interpretación de Héctor Schmucler, quien señalaba
que el número de Telos al que me refiero era indicativo de una serie de desplazamientos que
se habían efectuado en el campo.20 El balance que allí se hacía, que reconocía el vínculo

19
Me remito a la relación entre elementos residuales, arcaicos y emergentes que plantea Raymond Williams para
comprender la dinámica de la producción cultural y de la hegemonía (Williams, 2009 [1977]; 1994 [1981]).
Sobre el contenido de la mirada romántica en torno a la cultura popular, ver Renato Ortiz (1996).
20
Schmucler refería en especial a un artículo de Robert White (1989), quien señalaba que las principales
características de la investigación en materia de comunicación en América Latina provenían de “su preocupación
por el cambio político y social. Es decir, su tendencia a encuadrar los temas de comunicación y medios no sólo

49
ineludible de la producción intelectual con la práctica política, era de algún modo observado
sintomáticamente por Schmucler, quien señalaba: “[ha]cer balances indica que algo ha
concluido: un período, un proyecto, una esperanza. (...) [el número de Telos] fue, aunque
entonces era difícil preverlo, una mirada hacia lo que había sido; si bien se narraba en
presente, ya era una manera de ver la historia (...) [marcada] más por la nostalgia que por
estímulos renovados” (Schmucler, 1997: 156 y 158). Este tipo de balance de lo que “había
sido” el itinerario de los estudios en comunicación, era para el autor indicio de un
desplazamiento en el campo hacia una visión acrítica y celebratoria de los procesos culturales
contemporáneos; ahora se depositaba en la democracia audiovisual —libre mercado
mediante— y la soberanía del público receptor las posibilidades de entrada en la modernidad
y de construcción de ciudadanías democráticas para América Latina.21

Armand Mattelart: entre pioneros, best-sellers y olvidos

Ya más en relación con la pre-constitución de mi propio objeto, hacia fines de lo años


ochenta, desde México, el investigador argentino Máximo Simpson trazaba su “ajuste de
cuentas” con las posiciones que había tenido Armand Mattelart en torno a la comunicación
alternativa en su experiencia chilena. Si bien se situaba puntualmente en la historia de los
debates sobre la llamada comunicación alternativa, Simpson, en un artículo publicado en el
libro que él mismo compilaba, Comunicación alternativa y cambio social, no dejaba de trazar
un balance y construir una memoria de los estudios en comunicación, en la que ubicaba a
Mattelart dentro de una tradición de “izquierda autoritaria” y, en el plano estrictamente
disciplinar, en un “funcionalismo y neconductismo en su versión leninista”. Afirmaba
Simpson:

Tal fue, por citar un caso histórico, la posición de Armand Mattelart y de la Primera
Asamblea Nacional de Periodistas de Izquierda durante el gobierno de la Unidad Popular
chilena. Por lo que se desprende de los documentos accesibles, aunque se habla de
“devolverle la palabra al pueblo”, se promueven esquemas unidireccionales basados en la
concentración del poder comunicacional en manos del Estado; y, por otra parte, la lucha
para lograr el control de los medios por sus trabajadores tendría en el contexto de ese
discurso un carácter meramente transitorio y coyuntural. (...) [E]s conveniente señalar que
algunos autores, por partir de un funcionalismo y neoconductismo en su versión leninista,

en términos de problemas de ámbito restringido (...) sino en términos del papel que les cabe a los medios en el
proceso social” (White (1989), citado en Schmucler, 1997: 154).
21
Schmucler se refería críticamente a Culturas híbridas y Consumidores y Ciudadanos, de Néstor García
Canclini, a De los medios a las mediaciones, de Jesús Martín Barbero y con especial énfasis a los artículos de
José Brunner, “Medios, modernidad, cultura”, en Telos 19, y “Televisión, mercado y orden moral de la
sociedad”, en Telos 43.

50
no pueden extraer de los hechos las conclusiones pertinentes. Es, sobre todo, el caso de
Armand Mattelart, en su ilustrativo trabajo —realmente pionero— sobre la prensa
alternativa de los cordones industriales de Santiago de Chile” (Simpson Grinberg, 1989:
27 y 51).

El párrafo no da lugar a ambigüedades. Confrontando esta afirmación con un análisis global


de la producción de Armand Mattelart en el período chileno situada en sus condiciones de
producción, voy a argumentar en los próximos capítulos que la lectura de Simpson expresa
bien las operaciones de lectura que estoy describiendo: por un lado, una descontextualización
respecto del conjunto de los escritos de Armand Mattelart, tanto de sus trabajos de la época
como de sus elaboraciones y desplazamientos posteriores al momento en que se escribía la
crítica (1989); por otro, la ausencia de una contextualización de las posiciones y debates
político culturales concretos que sitúe las intervenciones de Armand Mattelart en diálogo con
sus interlocutores del momento. Simpson desconocía (entiendo que a pesar de su buena
voluntad, pues la continuidad de la dictadura chilena hacía casi imposible por entonces el
acceso a las fuentes documentales) que en buena medida las intervenciones de Armand
Mattelart en el debate cultural tenían como interlocutor polémico al Partido Comunista
Chileno, partido que integraba el Gobierno de la Unidad Popular. Como voy a argumentar,
Simpson se equivocaba cuando asimilaba las posiciones de Mattelart a posturas estatistas y
oficialistas.
Es que en términos generales, la figura de Armand Mattelart fue leída a partir de
operaciones de lectura similares a las que he señalado de manera general para el campo de los
estudios en comunicación latinoamericanos. O bien abstrayendo su obra de sus condiciones de
producción, o bien promoviendo una suerte de mito romántico de origen por su papel
“fundacional” en la disciplina a partir de su inspiración política, o bien a partir de una lectura
crítica de la pretendida articulación entre la intervención política y la producción de
conocimientos, o bien a partir de una combinación de cualquiera de estas variantes.
Voy a tomar como ejemplo los casos más relevantes, en el sentido que más efectos
ejercieron en términos de producir una tradición y una memoria del campo. Cuando Fuentes
Navarro trazaba el cuadro de los “pioneros” y “padres fundadores” de los estudios en
comunicación en el continente, todos ellos investigadores que habían comenzado sus estudios
en los años sesenta, citaba una investigación que ubicaba al equipo de Armand Mattelart en el
CEREN en el primer puesto del listado de “proyectos más importantes de investigación
desarrollados en América Latina”, donde le seguían Antonio Pasquali en Venezuela, Luis
Ramiro Beltrán en Colombia y Eliseo Verón en Argentina. El autor reafirmaba la idea,

51
“bastante generalizada” decía, de que eran precisamente los “principales pioneros y los líderes
más importantes de la investigación de la comunicación en América Latina” y llamaba
entonces a explorar la relación entre los temas y enfoques más investigados con los “aportes
teóricos de la obra de estos nuestros padres fundadores” (Fuentes Navarro, 1992: 14). Esta
apelación al mito de “los padres fundadores” (con todo el lenguaje de la historia tradicional de
las ideas: los “aportes teóricos”, que se le atribuyen a un “autor” y su “obra”) abstrae —más
allá de algunas referencias al contexto histórico general— estas intervenciones de sus
condiciones de producción, al mismo tiempo que, al darlo por supuesto, soslaya la propia
producción de la figura de autor a través de procesos de legitimación y consagración. Esta
perspectiva es coherente entonces con una visión lineal de la historia de las ideas, hecha de
rupturas con ese pasado mítico.22 Podemos confirmarlo cuando Fuentes Navarro refiera a
Armand Mattelart como uno de los “pioneros” que efectuaron “reformulaciones autocríticas
sobre el estudio de la comunicación” (Ibid.: 31 y 33) sin hacer referencia a sus trabajos que en
ese momento eran contemporáneos y mucho menos a las continuidades que éstos tenían —
como me propongo argumentar en esta tesis— con ciertas perspectivas forjadas en la
experiencia chilena.23
Por su parte, en Argentina, Alicia Entel publicaba en 1994 una introducción a las teorías
de la comunicación y la cultura donde reseñaba sus corrientes principales: la Escuela de
Frankfurt, los Estudios Culturales del Instituto de Birmingham y el funcionalismo
norteamericano. En el capítulo dedicado a los estudios en comunicación en los años sesenta y
setenta en América Latina describía sus ejes principales a partir de “la tarea de denuncia en
torno a la ideología y a la propiedad” de los medios de comunicación. Como ejemplo de estas
dos vertientes, Entel señalaba que el trabajo publicado en 1970 por Armand y Michèle
Mattelart y Mabel Piccini, Los medios de comunicación de masas, había sido uno de los
estudios “pioneros” en el continente, en especial por su capítulo “El marco del análisis
ideológico”, que caracterizaba como un “texto inaugural” y “casi un manifiesto” (Entel, 1994:

22
Pues si bien lamentaba que muchos de estos autores y sus contribuciones teórico metodológicas no inspiraran
ya los proyectos de investigación ni los estudios universitarios por aquel entonces, Fuentes Navarro trazaba un
itinerario de la comunicología donde, puesto que estaba hecho de rupturas y “evoluciones”, se enmarcaba “el
campo cargado de futuro” en una clave culturalista que tomaba como referencia los aportes de Néstor García
Canclini y Jesús Martín Barbero.
23
Se refiere sobre todo al balance que Armand y Michèle Mattelart realizan en Pensar sobre los medios, en
1987. En ese trabajo los autores afirmaban que “al repensar la historia de la investigación de la comunicación, es
también la historia de un itinerario personal lo que se esboza” (Mattelart, Mattelart, 1987 [1986]: 22). De esta
afirmación Fuentes Navarro desprendía sin embargo que el libro “ubica claramente su discurso en Francia”, “por
lo que el esbozo de la ‘historia de un itinerario personal’ no se refiere demasiado enfáticamente a América
Latina” (Fuentes Navarro, 1992: 43). Fuentes Navarro enfatizaba más en los desplazamientos que en las
continuidades que enlazan la perspectiva que Armand Mattelart con la experiencia chilena.

52
233-237). Refiriéndose ya al destacado papel de Armand Mattelart, Entel se refería a otros de
sus trabajos y finalmente afirmaba que en 1989 —es muy significativo que lo hiciera en el
capítulo dedicado a la investigación latinoamericana de los años sesenta y setenta— se
publicaba uno de los “últimos trabajos exhaustivos” de Armand Mattelart: La internacional
publicitaria. Más allá de alguna posible omisión por coincidencia temporal de las
publicaciones, es llamativa la generalización respecto de la producción posterior de Mattelart
y la omisión de los trabajos publicados entre 1989 y 1994 —al momento de la publicación del
libro de Entel— como La comunicación mundo (1992) o La invención de la comunicación
(1994), de los cuales no hubo traducción española hasta 1996 y 1995, respectivamente. De
haber tenido lugar el comentario sobre estos tres trabajos de Mattelart en el libro, con el de
Pensar sobre los medios (escrito junto a Michèle Mattelart en 1986) hubiera sido más
pertinente que se ubicara en el capítulo dedicado a los desplazamientos de los años ochenta,
junto a la lectura de los trabajos de García Canclini y Martín Barbero. Esto hubiera implicado,
en primera instancia, señalar la heterogeneidad de sus posiciones.
Pero el equívoco no se planteaba sólo como un error vinculado a la ubicación
cronológica y a la tardía llegada de las traducciones; se trataba más bien de un síntoma que da
cuenta de las condiciones y posibilidades de la interpretación. Si por entonces Fuentes
Navarro, enfatizando la supuesta “ruptura”, señalaba que Mattelart había hecho una
“autocrítica” y revisado sus perspectivas, para Entel, en cambio, en una línea de pura
continuidad, el itinerario del autor y sus publicaciones posteriores quedaban asociados a sus
primeros trabajos de los años setenta en y con los que no se reconocían matices, diferencias y
desplazamientos. Así, comentando Los medios de comunicación de masas, de 1970, Entel
concluía que para el autor belga (por defecto y omisión, en su obra en general), el sujeto se
encontraba reducido a la sociedad o la ideología y que, dada la “omnipotencia” de ésta, en su
perspectiva no cabría espacio para el conflicto. Sin embargo, como voy a argumentar en esta
tesis, la inscripción en perspectiva del llamado análisis ideológico implicó, en el caso de
Armand Mattelart, no sólo una apropiación crítica de la semiología y el estructuralismo, sino
una breve duración en su itinerario intelectual: tempranamente, a partir del triunfo de la
Unidad Popular, en noviembre de 1970, iba a ser desplazado o al menos resignificado en
función de otras prioridades e intereses de investigación. Por otra parte, al momento de la
escritura del libro de Entel, ya Armand y Michèle Mattelart habían dado cuenta en extenso de
su evaluación positiva de lo que llamaban “los nuevos paradigmas” (ver capítulo 5 de esta
tesis).

53
En suma, entiendo que las lecturas predominantes en los balances latinoamericanos
respecto a la figura de Armand Mattelart, al menos hasta mediados de los años noventa,
oscilaron entre hacer una abstracción de las condiciones de producción de los saberes, la
constitución de fantasmas polémicos o de un mito de origen en relación a la “voluntad”
política de los “setentistas”, sin reconocer en sus determinaciones concretas la productividad
cognitiva del vínculo entre producción de saber y práctica política y, aún menos, el doble hilo,
hecho de continuidades pero también de desplazamientos, que une la experiencia chilena con
el posterior itinerario intelectual de Armand Mattelart y con sus posiciones teóricas.
Sin embargo, no casualmente también aquí a partir de mediados de la década del
noventa, algunos trabajos, proyectos editoriales o líneas de investigación emprendieron una
revisión que promovió otro modo de entender los procesos históricos y los balances
disciplinares. No se trataba, como veremos, de movimientos que no estuvieran implicados en
la lógica del juego y las apuestas en el campo. Quizás haya sido en las páginas de la revista
Causas y Azares (1994–1998) donde más acabadamente se emprendió desde una perspectiva
histórica la tarea de reconstruir las condiciones específicas que dieron lugar a la emergencia
del campo de los estudios en comunicación y cultura, su consolidación e institucionalización.
De modo explícito (pues son abundantes los artículos, traducciones y dossier temáticos que se
le dedicaron a los autores a lo largo de los números), desde una perspectiva inspirada en el
“materialismo cultural” de Raymond Williams pero también en la sociología de la cultura de
Pierre Bourdieu, Causas y Azares trató reconstruir la historia de las revistas, las formaciones e
instituciones culturales y sus vínculos concretos con los procesos políticos.24 No es casual que
este aporte coincida con su posicionamiento en el campo. Un simple recorrido por las páginas
de la revista nos informa sobre su perspectiva crítica en relación con las tendencias y giros
predominantes hacia los años ’90.
Por su parte, Héctor Schmucler celebraba en Memoria de la Comunicación (1997)
algunas excepciones a lo que entendía era el declive de la tradición crítica y la fascinación que
predominaba en el campo por las novedades tecnológicas, los usos creativos de las audiencias
o las virtudes democratizadoras del mercado audiovisual: ponía como ejemplo los trabajos de
María Cristina Mata, por un lado, y por otro los de Armand Mattelart, como La comunicación
mundo (1992) y La invención de la comunicación (1994). Así, cuando buena parte de los
balances del campo sólo reconocían —críticamente o no— la producción de Mattelart de los
años setenta, Schmucler inscribía sus trabajos de la década del noventa en el debate

24
Me refiero sobre todo a la serie de entrevistas a referentes del campo de la comunicología latinoamericana:
Schmucler, 1994; García Canclini, 1995; Verón, 1995; Mattelart, 1996; Sarlo, 1997; Ford, 1997.

54
latinoamericano contemporáneo (Schmucler, 1997: 13).25 En el mismo sentido, el brasileño
Renato Ortiz, en Mundialización y cultura retomaba (como veremos en el capítulo 7), algunos
aportes planteados por Armand Mattelart para pensar los procesos de mundialización cultural,
en especial de La internacional publicitaria y La comunicación-mundo (Ortiz, 1997 [1994]).
Finalmente, el estudio de Víctor Lenarduzzi sobre la revista Comunicación y Cultura
(1973-1985), —uno de los antecedentes y de las referencias ineludibles para mi trabajo—
intentó leer en diacronía las problemáticas, aportes conceptuales y tradiciones teóricas que se
desarrollaron en la revista. En ese sentido se inscribía de modo renovado en los estudios sobre
la historia del campo. Lenarduzzi se proponía desmontar algunas lecturas “dicotómicas” y
simplificadoras, como aquellas que separaban taxativamente los años ‘70 y los ’80, pues
encontraba complejidad allí donde sólo se habían visto reduccionismos y limitaciones; así,
llamaba a no cancelar —por simplificación— la relación con el pasado, pues “la ilusión de
que lo que se piensa hoy es sumamente superior se ha construido soslayando las trayectorias
previas” (Lenarduzzi, 1998: 19). No obstante, más allá de menciones generales, el autor no
reconstruía en su trabajo las configuraciones concretas que podrían relacionar los textos de la
revista con sus condiciones de emergencia, sobre todo en relación con el proceso político
chileno (en el que se inscriben en buena medida los dos primeros números de la revista), ni
tampoco relacionaba en su estudio los tópicos temáticos y teóricos de la revista con los
movimientos del campo intelectual y las formaciones culturales, que inscribirían su
genealogía en una perspectiva materialista de la cultura. Aunque apelaba al materialismo
cultural de Raymond Williams, el predominio de una lectura que recortaba su corpus en el
material textual para reconstruir cierto “campo de fuerzas” —en la tradición adorniana— no
habilita la posibilidad de trazar esas relaciones. 26
Retomando el análisis respecto a los desplazamientos en la lectura de la figura de
Mattelart, es interesante mencionar la salida de la revista brasileña EPTIC (Revista de

25
Refiriéndose a la exaltación iluminista del hombre máquina, citaba extensamente La invención de la
comunicación (1994) Schmucler afirmaba que “Mattelart ofrece una notable historia de los hechos y teorías que
fueron constituyendo el espacio actual de la comunicación” (Schmucler, 1997: 13).
26
Lenarduzzi menciona de manera general la serie de procesos económicos y políticos que enmarcan la salida de
la revista y demanda “la necesidad de una lectura en la que no sólo puedan comprenderse las transformaciones
de unos objetos y métodos, sino también la relación intelectual/sociedad”. Y agrega: “fue el vínculo con el
proceso político’, especialmente de la vida latinoamericana, lo que le otorgó a Comunicación masiva [se refiere
al subtítulo de la revista] una significación diferente a la habitual, es decir, quedó atravesada por un conjunto de
dimensiones (económica y política, además de cultural) que no siempre habían sido tenidas en cuenta (...) Fue
precisamente la advertencia de tales problemáticas —en la vinculación entre la práctica teórica y el proceso
político— lo que dotó de fuerza a la construcción de un espacio crítico” (Lenarduzzi, 1998: 19 y 26). Sin
embargo, Lenarduzzi lee la revista desde una perspectiva que, en sus palabras se propone elaborar cierto “campo
de fuerzas” (noción adorniana) para “historizar algunas ideas y nociones, reconocer sus tradiciones teóricas,
trazar sus trayectorias y los distintos énfasis que se pusieron en ellas”, que le impide dar cuenta en sus
manifestaciones concretas de los vínculos que el mismo advierte.

55
Economía Política de las Tecnologías de la Información y Comunicación) que incluía en su
primer número de 2003 una sección “especial Mattelart” con distintas entrevistas y un trabajo
sobre la obra del autor.27 Con esa sección se proponían “entre otras cosas, recuperar
contribuciones históricas del campo de la Economía Política de la Comunicación, republicar
viejos textos y retomar debates antiguos”. Así, se inscribía la “recuperación” de la
“contribución” de Armand Mattelart en el campo de los estudios en comunicación en la
tradición de la economía política. En el marco de una hegemonía “culturalista” en el campo,
la publicación definía su espacio a partir de la búsqueda de cierta especificidad vinculada al
estudio de los procesos de valorización económica en las industrias culturales. En ese sentido,
al presentar la entrevista a Armand Mattelart que le hiciera la revista Causas y Azares en 1995
y que se reproducía en el número de EPTIC, se afirmaba que la revista argentina había
representado “un marco en la historia de las revistas latinoamericanas de comunicación” a
partir del énfasis que había dado al campo de la Economía Política.28 En simultáneo con este
típico gesto de consagración horizontal (es decir, de consagración de los pares; gesto común
entre aquellos que ocupan posiciones subalternas en un campo) la “recuperación” de Mattelart
en clave de “precursor” de la economía política de la comunicación coincidía con el
posicionamiento en el campo de esta formación cultural que se presentaba desde un lugar
subordinado y apelando a una tradición de crítica y rebeldía. Más allá de que sea discutible
que el autor belga se pueda considerar exclusivamente un economista político de la
comunicación (voy a interpretar en sentido contrario en el capítulo 6 de esta tesis su noción de
crítica de la economía política de la comunicación), lo cierto es que la “recuperación” de
Mattelart por EPTIC lo afianzaba como interlocutor en los debates latinoamericanos sobre los
procesos culturales contemporáneos —y ya no como un protagonista de los debates
pasados— al mismo tiempo que ofrecía una lectura más abarcativa de su trayectoria.
Ahora bien, del recorrido aquí propuesto no se debería inferir una evolución lineal y
homogénea en relación con las lecturas de la figura y la obra de Armand Mattelart en la
comunicología latinoamericana. Por el contrario, como he demostrado en el caso de los
balances más generales sobre la figura de los intelectuales latinoamericanos en los años

27
Los artículos que forman el “especial Mattelart” del número de EPTIC son: “Intelectuales, comunicación y
cultura: entre la gerencia global y la recuperación de la crítica. Entrevista histórica de Armand Mattelart a
Causas y Azares, 1995”, (EPTIC publica una entrevista realizada por la revista argentina Causas y Azares); una
entrevista hecha por César Bolaño en diciembre de 2002, “Complemento: entrevista inédita de Armand Mattelart
a Eptic On Line”; un artículo de Efendy Maldonado Gómez de la Torre: “Do Pato Donald e das fotonovelas até a
epistemologia histórica da comunicação”. Ver EPTIC, Revista de Economía Política de las Tecnologías de la
Información y Comunicación, Vol 1, nº1, enero de 2003. www.eptic.com.br.
28
“Presentación”, en EPTIC, Revista de Economía Política de las Tecnologías de la Información y
Comunicación, www.eptic.com.br Vol.V, N.1, Ene./Abr. 2003.

56
sesenta y setenta, también en los estudios en comunicación contemporáneos conviven líneas
de fuerza heterogéneas. En un reciente trabajo colectivo en dos volúmenes sobre la historia de
los intelectuales latinoamericanos coordinado por Carlos Altamirano (2010), la investigadora
argentina Mirta Varela tomó a su cargo un capítulo dedicado a la historia de los intelectuales
del campo de los estudios en comunicación y su relación con los medios. Dado que continúa
algunos de los tópicos dominantes de los balances analizados y, sobre todo, por el peso
específico del libro en el que se inscribe (por su carácter colectivo, su extensión, su
transdiciplinariedad, de algún modo su ambición canonizante en el campo de la historia
intelectual y de los intelectuales latinoamericanos), voy a dedicarle algunos párrafos al
artículo.
Según sus propias palabras, Mirta Varela se propone dar cuenta tanto de las ideas fuerza
que orientaron el campo de los estudios en comunicación como de las tomas de posición de
los intelectuales en relación con los medios masivos (Varela, 2010). En continuidad con
algunos de los tópicos aquí planteados, la autora sostiene que Armand Mattelart fue una de las
referencias principales en el momento de emergencia de los estudios en comunicación en los
años sesenta y setenta, y que su trayectoria fue clave “para la consolidación de una línea de
investigación cuyo objetivo inmediato fue la denuncia del modo en que las empresas, la
tecnología y los mensajes norteamericanos invadían América Latina” (Varela, 2010: 764).
Esta lectura de la posición de Armand Mattelart en clave “denuncista” (en los mismo términos
en que la caracterizaba Fuentes Navarro)29 es sintetizada por la autora en su revisión del
tópico de la llamada crítica ideológica. Para la autora su punto más polémico (por el que más
tarde, afirma, sería criticada duramente) era la asociación entre propiedad de los medios e
ideología, “que quedaba fácilmente reducida a una relación causal”; aun así Varela reconoce
que se trataba de una relación que, por entonces, “no resultaba evidente —ni teórica, ni
políticamente—” y que por ende “fue un aporte indispensable para el estudio de los medios
durante ese período” (Ibid.: 763). A pesar del matiz, entiendo que la lectura de Varela
respecto a esta cuestión reproduce, por simplificación, los tópicos dominantes de los balances
del campo que se trazaron desde la intervención de Eliseo Verón en Lenguajes. A contrapelo
de esta línea de interpretación, voy a argumentar en el capítulo dos de esta tesis que la
perspectiva de la crítica ideológica desarrollada por Armand Mattelart en Chile puso en juego
muchos más matices y complejidades que las que se le reconocen cuando se le atribuye
establecer una “relación causal” entre propiedad de medios e ideología y, sobre todo, que fue

29
Ver Fuentes Navarro, “La teoría crítica y el análisis ideológico” y “El estructuralismo y el denuncismo”
(Fuentes Navarro, 1992).

57
revisada tempranamente por el autor a partir de su experiencia práctica en el transcurso del
proceso político chileno.30
Por otra parte, en una dimensión más sociológica del análisis, Mirta Varela entiende que
el libro de Ariel Dorfman y Armand Mattelart, Para leer al Pato Donald (1972 [1971]) puede
leerse, tomo sus palabras, “como un síntoma” tanto del estado del debate sobre medios de
comunicación en la región como de los modos que caracterizaron la intervención y las formas
de circulación de la palabra intelectual en el período (Ibid: 762). Varela remite así al deseo
explícito que mostraban en el prólogo de su libro Dorfman y Mattelart de redefinir los modos
de relación con el destinatario (lograr mayor comunicabilidad con el lector) en un continente
con problemas de alfabetización. En este sentido, la autora destaca la existencia en el período
de una multiplicidad de estrategias intelectuales que se manifiestan en la aparición de una
revista político-cultural como Comunicación y Cultura, o también en los títulos que utilizaba
Armand Mattelart en sus trabajos del período (que, en palabras de Varela, “se sucedían
rápidamente”). “Superbombardeos y superhéroes” o “cultura de masas y economía de guerra”,
pone como ejemplo algunos de ellos, son algunas de las formas en que Armand Mattelart
sintetizaba sus ideas, afirma Varela, “con un lenguaje que se acerca al slogan”. De allí,
concluye que “[e]l empleo de estas fórmulas y la proliferación de textos a un ritmo acelerado
hablan del interés político de estos trabajos, que estaban dirigidos a un público amplio” (Ibid:
764).
Si bien Varela acierta al poner énfasis en la reconstrucción de ciertos modos de
intervención y circulación de la palabras intelectual, no deja de expresar cierta continuidad
con la línea de interpretación dominante en la historia intelectual reciente en relación con el
vínculo entre intelectuales y política en los años sesenta y setenta (el artículo retoma las tesis
de Claudia Gilman, a la que Varela cita en varias oportunidades) y en los balances del campo
que he trazado hasta aquí. Lo que la autora evita —más allá de la referencia a la voluntad de
los actores y a cierto “espíritu de época”— es dar cuenta de las condiciones de producción
concretas que explican las tomas de posición de Armand Mattelart. En este sentido, es
sugerente que luego de hacer un recorrido por los tópicos principales de la investigación en
comunicación hasta los años ochenta, Mirta Varela concluya que “[e]l antiintelectualismo
atraviesa, sin embargo, ambos períodos y uno de los objetivos de este trabajo ha sido subrayar
aquellos aspectos que en la primera etapa ponían en crisis el lugar del intelectual y los
instrumentos que habían caracterizado su función hasta entonces” (Ibid.: 780, subrayado

30
Además de mi trabajo de Maestría (Zarowsky, 2009) me permito también referir a un trabajo preliminar donde
se sostiene la misma hipótesis (Zarowsky, 2007a).

58
mío). Lo sugerente es la ambigüedad de la conclusión, pues al mismo tiempo que se afirma
que en los años setenta se puso en crisis un determinado modelo de intervención intelectual —
esto es, un modelo entre otros posible— se concluya que este cuestionamiento suponía
entonces posiciones antiintelectualistas. La figura de Armand Mattelart, entonces, queda
asociada, por el lugar y el protagonismo que le da Varela en su artículo, a lo que la autora
describe como posiciones anti-intelectuales. La cuestión formaba parte de uno de los debates
que protagonizó Armand Mattelart en el período chileno, y, como voy a argumentar en el
capítulo 2 de esta tesis, difícilmente se pueda reducir su posición a la que le atribuye Varela.
Evidentemente, como pone en evidencia sobre todo el artículo de Mirta Varela, la propia
trayectoria del libro Para leer al Pato Donald en tanto best-seller, con sus decenas de re-
ediciones (que se continúan al día de hoy), miles de ejemplares vendidos y decenas de
traducciones, forma parte de las condiciones que contribuyeron a la configuración de una
imagen de autor alrededor de Armand Mattelart que lo ubica más en el campo de la
divulgación que en el de la producción teórica y la investigación científica, y, de alguna
manera colabora —en conjunción con el balance crítico más general sobre los modos de
articulación entre los intelectuales y la política en los años sesenta y setenta que lo tuvo como
protagonista— a deslegitimar su figura en tanto pensador y cientista social, al menos en un
sector de las ciencias sociales y la comunicología del continente (sobre las condiciones de
emergencia del libro y los efectos en el campo de los estudios en comunicación de su
circulación me voy a ocupar en el capítulo 2).
En suma, como queda planteado entonces a partir del recorrido que he presentado en
torno a los balances sobre la figura de Armand Mattelart en las memorias del campo en
América Latina, la perspectiva original que presento en esta tesis se propone, por una parte,
dar cuenta de las condiciones concretas de producción e intervención intelectual de Armand
Mattelart en el marco del “laboratorio chileno”, desde una perspectiva que de cuenta de los
vínculos productivos entre la práctica política y la producción de conocimiento, en especial en
el desarrollo de las ciencias sociales y, más puntualmente, la emergencia de los estudios en
comunicación en el continente. Por otra, me propongo dar cuenta de las continuidades y
rupturas que atraviesan el itinerario intelectual de Armand Mattelart, sobre todo dando cuenta
de su particular inserción, en tanto “intelectual latinoamericanizado”, en el mundo de la
cultura de izquierda y el campo intelectual europeo, más puntualmente en los estudios en
comunicación en Francia, a partir de su exilio en 1973. Por último, voy a dar cuenta en los
últimos capítulos de esta tesis por qué entiendo que la posición teórica de Armand Mattelart,
leída a partir de la noción de mapa cognitivo (en contraposición a las lecturas parciales y

59
fragmentarias de su itinerario por parte de los estudios latinoamericanos) señala una manera
productiva y singular de comprender la organización social contemporánea a través de la
crítica de la cultura y la comunicación.

60
CAPITULO 2

EL LABORATORIO CHILENO: CONFIGURACION DE UNA DISPOSICION


INTELECTUAL

Cada vez que la cuestión de la lengua aflora de


una u otra forma, significa que se están planteando
otras preguntas: la formación y el crecimiento de
una clase dirigente, la reorganización de una
hegemonía cultural, la necesidad de establecer una
relación más estrecha entre los intelectuales y las
masas.
(Antonio Gramsci, Literatura y vida nacional)

De la demografía a los estudios en comunicación

En septiembre de 1962 Armand Mattelart, un joven profesor belga de 26 años, Doctor en


Derecho por la Universidad Católica de Lovaina y Demógrafo diplomado por la Universidad
de París, llegaba a Santiago de Chile invitado como profesor de Demografía de la Escuela de
Sociología de la Universidad Católica. Formado en el Instituto de Estudios Demográficos de
París, fundado por Alfred Sauvy en 1947, Mattelart era invitado para inaugurar en la Escuela
de Sociología un curso sobre Teorías de la Población y Políticas demográficas y para trabajar
en un programa de investigación sobre la materia. La llegada del experto extranjero formado
en la tradicional universidad católica belga y luego en el renombrado instituto parisino debe
enmarcarse en una serie de procesos de carácter local e internacional donde la apuesta por la
modernización —aunque coexistieran una variedad de vías posibles— funcionaba como
horizonte se sentido para las ciencias sociales y más puntualmente para la demografía y el
desarrollo de políticas de población.31

31
Con apoyo de organismos privados como las fundaciones Ford y Rockefeller, en 1952 había sido creado el
Population Council, que tenía como uno de sus objetivos la intervención en la formulación de programas
científicos en los países latinoamericanos en función de una orientación al desarrollo. También en el campo de
los estudios de población, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), dependiente de la
ONU, había sido dotada de una sección de Demografía y, bajo la dependencia directa del Servicio de Población

61
En efecto, la consolidación e institucionalización de la sociología en Chile, como en
otros países del continente, puede fecharse a mediados de la década del cincuenta a partir de
dos procesos convergentes. Por un lado, en el marco de un movimiento de transformación
social iniciado en las décadas previas a partir de un proceso de sustitución de importaciones
que había implicado una diversificación económica y sociopolítica en el país, se planteaba,
señala Manuel Garretón, la necesidad de contar con un “conocimiento experto” capaz de
proponer alternativas al proceso en curso (Garretón, 2005). De allí que, señale, se hubieran
generado en Chile ciertas condiciones y legitimidades para la institucionalización y la
creación de un espacio organizacional autónomo para las ciencias sociales que, en ese
contexto, se iban a visualizar como una suerte de “conciencia de los proyectos
sociohistóricos”. En sus primeros años, la problemática central de las ciencias sociales
chilenas sería la creación de sus bases institucionales y el fuerte énfasis en los temas del
subdesarrollo y las reformas estructurales.
Como decía, el movimiento estaba hecho de líneas de fuerza heterogéneas aunque
convergentes. Como ha puesto de relieve Fernanda Beigel en relación con el papel que jugó la
Iglesia Católica —más específicamente a la Compañía de Jesús— en el desarrollo de las
ciencias sociales chilenas, en este proceso ocupó un lugar destacado la formación de una serie
de redes internacionales y centros de investigación como parte de una política que, desde el
mundo católico, se insertaba en las disputas geopolíticas y el reordenamiento de la hegemonía
en el mundo de posguerra.32 La llegada a Chile en 1957 bajo la orden de la Compañía de Jesús
del sacerdote jesuita Roger Vekemans, fundador de la Carrera de Sociología en la Pontificia
Universidad Católica de Santiago de Chile, se enmarca en este proceso y “representa el
momento más alto de esta estrategia internacional” (Beigel, en prensa).33
Con ayuda financiera de la Fundación Rockfeller, Mattelart llegó a Chile invitado a la
Universidad Católica como “Visiting Profesor” (Mattelart, 1964). El convite, hecho por
intermedio de François Houtart (sacerdote católico y sociólogo marxista) y a pedido de Roger

de las Naciones Unidas, se había creado en Santiago de Chile en 1958 el Centro Latinoamericano de
Demografía, CELADE (Mattelart, Mattelart, 1982).
32
Fernanda Beigel demuestra en su investigación que la Universidad Católica de Lovaina —donde Mattelart
estudió derecho— fue una de las llaves que explica algunas de las migraciones académicas e intelectuales que
ocurrieron al interior de las redes jesuitas (Beigel, en prensa).
33
La Escuela de Sociología de la Universidad Católica de Santiago de Chile se creó en el año 1959, en un clima
caracterizado por la rápida creación, institucionalización y profesionalización de la disciplina. Según Manuel
Garretón, esta Escuela no iba a prosperar hasta pasados los primeros años ‘60 debido a la disputa entre
“sociólogos de cátedra” y “sociólogos profesionales”. Si bien su director, Roger Vekemans, enfatizó en sus
inicios el desarrollo de la filosofía social y la doctrina social de la Iglesia Católica, sin embargo pronto el proceso
tendió a consolidarse en torno al paradigma del “científico profesional”, en parte, señala Garretón, a partir de la
influencia de profesores extranjeros visitantes (visitas que el propio Vekemans se encargaba de promover) y
aquellos locales formados en el extranjero.

62
Vekemans, quien promovía la incorporación de un docente de Demografía, se enmarcaba así
en un proceso de internacionalización de ciertas redes dependientes de las instituciones
pontificias, interesadas desde su propia perspectiva en los problemas de la población y la
planificación familiar. Enseguida, a fines de 1962, Vekemans sumó a Mattelart a participar en
el Centro para el Desarrollo y Social de América Latina (DESAL) que había inaugurado poco
tiempo atrás (Beigel, en prensa).34
Dedicado a la docencia, Armand Mattelart se abocó también a la elaboración de una
actualización de los métodos de investigación y recolección de datos demográficos. Como
resultado publicó, en 1964, el Manual de análisis demográfico, un trabajo didáctico y de
divulgación dirigido principalmente a investigadores chilenos y latinoamericanos que
proponía una metodología general y un modelo para los estudios de población.
Consustanciado en un primer momento con las expectativas que lo habían traído al
continente, Mattelart —presentado en el prólogo del libro por Vekemans como un “experto
asesor”— esperaba que el manual ayudara “a la integración de algunos aspectos demográficos
en la formulación de los planes de desarrollo económico y sobre todo social” (Mattelart, 1964:
XI). En líneas generales la empresa compartía algunos tópicos del paradigma modernizador
dominante que acompañó la emergencia y consolidación de las ciencias sociales
latinoamericanas, aunque en rigor, sería reduccionista hablar de un único paradigma de
desarrollo o de una homogeneidad en los distintos proyectos institucionales que lo
promovieron35, pues el mundo de la sociología en la Universidad Católica expresó un
desarrollo singular donde se mezclaron la tradición filosófica humanista y el interés por la
modernización de las ciencias sociales, en un clima de relativo pluralismo que se daba en el
marco de la apertura general de la Iglesia latinoamericana y que se profundizaba desde el
Concilio Vaticano II. De alguna manera, los primeros trabajos “demográficos” de Armand

34
Este Centro se proponía hacer un diagnóstico del desarrollo económico y social de América Latina e integraba
la red católica que articulaba a sacerdotes y académicos (Beigel, en prensa).
35
La versión más difundida de este proceso, que tiende a construir una visión homogénea, sostiene que desde los
años cincuenta en América Latina se extendió bajo la influencia del “pensamiento de la CEPAL” una
reorientación de las ciencias sociales hacia la explicación y la superación de las condiciones del llamado
“subdesarrollo” (Fuentes Navarro, 1992: 72-74). Dicho de manera breve, y por ende algo esquemática, se
consideraba la “modernización” de la ciencia —entendida con los parámetros del empirismo norteamericano, es
decir, guiada por los principios de objetivismo, la confrontación con la empiria, la neutralidad valorativa y el
énfasis metodológico— como una de las condiciones necesarias para el desarrollo y la superación del “atraso” de
las “sociedades tradicionales”, que eran definidas de este modo por las teorías económicas desarrollistas (Blanco,
2006: 2010). En este sentido el paradigma modernizador suponía una definición de la ciencia y un tipo de
científico. Garretón caracteriza este período como de predominio de un proyecto “científico profesional” basado
en la modernización de la disciplina, la especialización, el afianzamiento del rol profesional del sociólogo y la
preponderancia del enfoque estructural funcionalista.

63
Mattelart en Chile dan cuenta de la heterogeneidad de matices que compusieron ese
paradigma modernizador.
Ahora bien, a partir del cambio de escenario social y político que significó en Chile el
triunfo de la Democracia Cristiana —que ganó las elecciones de 1964 con un programa
reformista sintetizado en el lema “la Revolución en Libertad”—, el pluralismo daría lugar, al
interior del mundo católico y más allá de él, al desarrollo de tendencias políticas
contrapuestas. Si este triunfo implicó cierto desplazamiento del poder de los sectores de la
derecha oligárquica tradicional que representaba entonces Jorge Allesandri, las propias
contradicciones y tensiones del programa reformista, llevaron, señala Tomás Moulián, a que
en 1964 se iniciara el “proceso de radicalización política” que encontraría su punto más alto
en el período 1970-1973 (Moulián, 1985: 71).
Me interesa subrayar que este cambio de escenario también significó un desplazamiento
en la orientación de las ciencias sociales (o bien la profundización de ciertas tendencias ya
existentes). Sintetiza Manuel Garretón los cambios cuando afirma que, a partir de 1964, “las
ciencias sociales encontraron un espacio de inserción profesional a través de la formulación
de diagnósticos y políticas de reforma socioeconómica, promoción popular y reforma
educacional” (Garretón, 2005). Los cientistas sociales se involucraron de manera decisiva en
los debates sobre las estrategias de modernización y desarrollo, tanto a partir de su inserción
profesional en organismos o programas, como a partir de su producción científica.
En este contexto, entre 1964 y 1967 Armand Mattelart trabajó en espacios
institucionales heterogéneos, que puedo definir —tomando el concepto de Neiburg y
Plotkin—, como una serie de espacios de entrecruzamientos múltiples. Además de trabajar en
la enseñanza universitaria en la Universidad Católica, Mattelart participó en proyectos de
investigación para fundaciones internacionales, en diversos organismos estatales como el
Departamento de Planificación de la Consejería Nacional de Promoción Popular (Mattelart,
Garretón, 1965) o el plan de desarrollo agrícola en la cuenca del Maule (Mattelart, 1965) y,
finalmente, en el Instituto de Capacitación e Investigación en Reforma Agraria (ICIRA)
donde, invitado por Jacques Chonchol, dirigió el Departamento de Desarrollo Social. En este
Centro, dependiente del gobierno y de la Organización de las Naciones Unidas para la
Agricultura y la Alimentación (FAO), Mattelart establecerá vínculos con intelectuales de
diversas nacionalidades y tradiciones disciplinares y políticas; vínculos que sin duda serán
esenciales en la configuración de su mirada política y su enfoque interdisciplinario.36

36
En el ICIRA Mattelart conocerá a Andrés Pascal Allende (quien será uno de sus contactos en la relación que
mantuvo con el Movimiento de Izquierda Revolucionario, MIR), al economista norteamericano Solon

64
Esta red de intercambios y de cruces institucionales conformaba un marco de
posibilidades para problematizar las políticas y concepciones del desarrollo desde el campo de
los estudios demográficos y los problemas de la planificación familiar. Los trabajos de
Armand Mattelart publicados entre 1964 y 1967 abordaron estas cuestiones y revelan, como
he demostrado acabadamente en Cultura y política en el laboratorio chileno (Zarowsky,
2009), la existencia de una elaboración original en torno a los problemas del desarrollo y la
modernización, permeada en un primer momento por cierta visión humanista que circulaba en
los ámbitos católicos —crítica de las tendencias economicistas y tecnocráticas que orientaban
el proceso (Mattelart, Mattelart, 1982 [1964]; Mattelart, Garretón, 1965; Mattelart, 1965;
Mattelart, 1967)— y luego por su participación en los debates que se daban en los diversos
organismos estatales abocados a desarrollar las reformas que proponía el gobierno de Frei. El
resultado fue una elaboración singular, que por un lado compartía algunos de los supuestos
generales vigentes en la teoría social, pero que al mismo tiempo, desde su impronta
humanista, cuestionaba las opciones tecnocráticas en función de los aspectos espirituales y
culturales que según Armand Mattelart debían orientar el proceso. Y si bien no se formulaba
en términos de lo que después se conoció como “dependentismo”, esta mirada, entre la crítica
humanista y la crítica del paradigma sociológico dominante, facilitaría el camino para el
cuestionamiento de las condiciones estructurales como condición necesaria de cualquier
programa de desarrollo.37 En rigor, habría que decir que los primeros trabajos demográficos y
sociológicos de Armand Mattelart (poco leídos en el campo de los estudios en comunicación)
formaban parte de una de las tantas elaboraciones que, más allá de las simplificaciones
generalizantes, compusieron ese entramado complejo de las concepciones en torno a la
modernización.
Como uno de los elementos centrales de esta elaboración, en cada ocasión Armand
Mattelart tematizaba y problematizaba el propio lugar del cientista social en tanto experto y se
hacía eco, desde una visión normativa, de la interpelación en tanto intelectual que pujaba por
entonces en las ciencias sociales.38 Si en el Manual de análisis demográfico (1964) Mattelart

Barraclough (director del centro), a exiliados brasileros, como Pablo de Tarso y Almino Affonso (ex ministros
de educación y de trabajo del gobierno de Goulart, en Brasil), a Paulo Freire (quien trabajaba en el Centro en
asuntos de la reforma agraria), entre otros (Beigel, en prensa).
37
Por ejemplo, en Integración nacional y marginalidad. Un ensayo de regionalización social de Chile, Mattelart
y Garretón reelaboraban críticamente algunas categorías del estructural funcionalismo y la sociología en boga —
como integración, marginalidad, participación, sociedad industrial— y demostraban a partir de una
investigación empírica, lo que entendían era la existencia de una serie de barreras estructurales a la integración,
como la estructura de clases y la separación entre el mundo rural y el mundo urbano (Mattelart, Garretón, 1965).
38
Silvia Sigal señala que entre 1950 y 1955 el surgimiento de la sociología en Europa otorgó un nuevo papel a
los intelectuales, a quienes se les comenzó adjudicar una función de guías sociales, pues se esperaba que

65
expresaba cierto malestar respecto al tipo de científico profesionalizante y la mirada
tecnocrática parcial que predominaba por entonces en las instituciones académicas y clamaba,
desde una visión humanista, por una síntesis de los aspectos gnoseológicos y ontológicos y
por una “concepción integrada del mundo, la sociedad y la vida” (Mattelart, 1964: 180), en
trabajos posteriores señalaría, junto a Manuel Garretón, la “relación estrecha” que debía guiar
el uso de los conceptos y la realidad social en que éstos eran aplicados (Mattelart, Garretón,
1965: 13). La búsqueda de cientificidad debía responder, para los autores, a una “vibración
existencial” y combinarse con un programa de reforma social; en este sentido, apelaban al
“pueblo” como origen y destinatario de los desarrollos de la ciencia. Esta tarea no podía darse,
postulaban los autores, sino poniendo en cuestión las propias condiciones de producción de
las ciencias sociales en los países latinoamericanos, esto es, el sistema que las relacionaba con
la ciencia desarrollada en los centros internacionales.
En esta línea, en un trabajo de 1967 dedicado a analizar las políticas de control de la
natalidad, Armand Mattelart, en lo que se podría leer hoy como una temprana crítica a las
llamadas comunicaciones para el desarrollo, criticaba por estériles las estrategias publicitarias
recomendadas por algunos sociólogos norteamericanos como modo de “difusión de actitudes
modernas” respecto al control de la natalidad, y también a las encuestas realizadas con los
modelos de los estudios de mercado para sensibilizar la opinión pública y determinar la
actitud de los habitantes frente a la posible introducción de políticas de anticoncepción
(Mattelart, 1967: 152, 187-189).
La dedicación de Armand Mattelart al debate sobre el control de la natalidad y luego
a cuestiones de desarrollo rural e integración regional lo llevaron a plantearse problemas
vinculados a la dimensión cultural del desarrollo y, de allí, a estudiar el papel de los medios
masivos de comunicación. El trayecto no fue lineal, por el contrario, supuso una suerte de
ruptura epistemológica que, aun con elementos de continuidad, planteó nuevos problemas y
desplazamientos respecto a los modos de abordarlos. Este momento de transición estaría de
algún modo planteado hacia 1968 y expresado en dos trabajos que Armand Mattelart escribió
ese año junto a Michèle Mattelart: La mujer chilena en una nueva sociedad (Mattelart,
Mattelart, 1968) y Juventud chilena: rebeldía y conformismo (Mattelart, Mattelart 1970). Se
trataba de un campo problemático emergente pues las cuestiones referidas a la comunicación
de masas y el funcionamiento ideológico no estaban claramente demarcadas en estos trabajos
de manera autónoma, ni en su objeto ni en su modo de tratarlas, y los autores no se

proveyeran alternativas e iluminaran acerca de sus alternativas, no con ilusiones, observa Sigal, sino con utopías
concretas y proyectos simples derivados de las necesidades cotidianas de la sociedad (Sigal, 1991).

66
diferenciaban totalmente con los enfoques modernizadores y empiristas predominantes por
entonces en la ciencia social. De allí que pueda pensarlo como un momento de transición
hacia los estudios en comunicación y los problemas de la dependencia cultural.39 En estos
trabajos se puede observar la aparición de un nuevo lenguaje con conceptos o términos aun no
elaborados (ideología, mito, alienación), las primeras referencias a las concepciones marxistas
(aunque se trate de bibliografía de divulgación) y la sustitución de la apelación al compromiso
del cientista social con la “reforma social” por el del compromiso con la “revolución”.
Ahora bien, me interesa destacar es que si bien los autores daban por supuestos el
contenido “alienante” de los mensajes de los medios, reconocían la limitación de una
perspectiva —la combinación de encuestas cualitativas y cuantitativas— que dejaba sin
indagar los textos. Se estaba entonces ante “una pregunta fundamental y monstruosa” (la
metáfora da cuenta de la inquietud que produce la presencia de lo desconocido y la percepción
de su relevancia) frente a la cual aun no tenían respuesta:

¿Cuál es el contenido cultural de estos dos medios de comunicación? [imagen y libro]


¿Cuáles son los valores transmitidos por las producciones literarias y cinematográficas
que los jóvenes dicen frecuentar? El marco de un capítulo resulta infinitamente estrecho
para responder a esta pregunta fundamental y monstruosa. Nos contentaremos, pues, con
señalar este terreno virgen de investigaciones y abordarlo, por nuestra parte, desde un
ángulo de percepción del fenómeno de la alienación cultural, que permanecerá
morfológico (Mattelart, Mattelart, 1970: 201. El subrayado es mío).

Tal como se plantea la formulación del problema, se puede leer aquí un momento de
transición hacia el estudio específico de los fenómenos de la comunicación y la llamada
“lectura ideológica” de los mensajes. Como voy a argumentar a continuación, la participación
de Armand Mattelart en la movilización universitaria y la reforma que tuvo lugar en la
Universidad chilena en 1967, por un lado, y, por otro, su disposición privilegiada para recibir
los ecos políticos y culturales del mayo francés, producirán efectos definitivos en lo que será
un giro disciplinar, epistemológico, teórico pero también político.

39
Víctor Lenarduzzi propone la noción en su estudio sobre la revista Comunicación y Cultura. Allí entiende que
un momento de transición es un momento en el que se plantea una redefinición parcial de cierto marco teórico o
campo problemático, a partir de un cuestionamiento que abre el camino a una elaboración posterior (Lenarduzzi,
1998: 53).

67
Apropiaciones y cruces entre marxismo y semiología: o los puentes entre la reforma
universitaria y el mayo francés

A principios de 1967 se desarrolló en las universidades de Chile —donde la estructura


universitaria no había sido alterada sustancialmente por los principios reformistas extendidos
por América Latina a partir de 1918— un movimiento estudiantil que, con tomas y
ocupaciones de las unidades académicas, levantó un programa claramente identificado con las
tradicionales banderas de la reforma universitaria.40 La movilización y el proceso de reformas
que la sucedieron representaron un punto de inflexión en el campo intelectual y académico
chileno, en la Universidad Católica en particular y en la trayectoria intelectual y política de
Armand Mattelart. En el mundo católico acentuaría el quiebre entre los sectores
conservadores y los que se inclinarán al marxismo o a las distintas corrientes políticas que
tiempo después apoyarán la Unidad Popular. Por eso Fernanda Beigel ha señalado que la
reforma universitaria fue un “puente entre la socialización católica y el ‘engagement’
socialista” (Beigel, en prensa). En el plano académico, dio lugar a modificaciones en el
sistema de gobierno de las universidades y, en la Universidad Católica de Santiago de Chile, a
la creación de nuevos departamentos y centros de estudios, entre ellos el Centro de Estudios
de la Realidad Nacional (CEREN), en sintonía con el ideario reformista de tomar en cuenta
las exigencias del contexto nacional y de revisar, como manifestaba uno de sus “ideólogos”,
José Joaquín Brunner, los fundamentos epistemológicos del saber producido y su utilidad en
relación con el proceso de cambio (Brunner, 1970). La creación del CEREN en 1968
expresaba un proceso de debate y de reformulación de las perspectivas para las ciencias
sociales: pronto comenzarán allí a expresarse voces que manifestarán que no alcanzaba con
promover el trabajo científico, si este no partía de problematizar, además de la definición del
rol de la ciencia en relación con la sociedad y los procesos políticos de cambio, los supuestos
epistemológicos de la tradición científica dominante.
Sin duda la participación de Armand Mattelart en este espacio institucional fue clave
para la configuración, en su itinerario intelectual, de su perfil como investigador y especialista
en cuestiones de comunicación y cultura. Mattelart fue, junto a Jacques Chonchol, Franz
Hinkelammert y Andrés Pascal Allende uno de los fundadores del CEREN. Pronto se
desempeñó como miembro de su Consejo Deliberativo, como Director, investigador y docente

40
Sobre la movilización estudiantil y la reforma universitaria chilena ver, Beigel (en prensa), Scherz Garcia
(1980), San Francisco (2007).

68
del Área de Ideología y Cultura y como miembro del comité de redacción de su revista, los
Cuadernos de la Realidad Nacional.
De manera apretada, se puede decir que en su primera etapa el CEREN se caracterizó
por otorgarle una suerte de estatuto epistemológico a un área de estudios emergente (ideología
y cultura), por la convergencia en su espacio de especialistas provenientes de distintos países
y disciplinas, por la relación estrecha entre docencia e investigación que fomentó y, por
último, por la promoción del trabajo interdisciplinario y la búsqueda de articulaciones
productivas entre los cientistas sociales y los actores del mundo social. Todos estos elementos
—de los que fue, por cierto, parte activa en su formulación— permearán la posición y la
perspectiva intelectual de Armand Mattelart y serán claves en su propia elaboración de un
campo de saberes en torno a la comunicación. Porque de manera general, quisiera subrayar, el
proceso de movilización universitaria y de reformas dejó huellas profundas sobre las que se
asentó la emergencia de los estudios en comunicación. Por un lado, la oposición sistemática a
los estudiantes reformistas de parte del tradicional diario chileno, El Mercurio, y la respuesta
que éstos propiciaron, marcó en Chile un hito en la sensibilidad sobre los medios de
comunicación, sobre todo para buena parte de los actores de la vida universitaria.41 Por otro
lado, porque la reforma universitaria fue un impulso decisivo para la institucionalización del
campo de los estudios en comunicación en Chile, impulso que catalizó las demandas sociales
preexistentes vinculadas al proceso de modernización cultural y social desplegado a partir de
los cambios en la estructura productiva del país que tuvieron lugar en las décadas anteriores.
Dado que el ideal reformista puso en el primer plano de sus preocupaciones la interrogación
sobre las relaciones entre “la universidad y el quehacer nacional”, la reforma llevó a que,
desde un diagnóstico que entendía que no bastaban los canales tradicionales, se crearan
nuevos medios para alimentar la relación universidad–sociedad. En este contexto, en
reemplazo de los departamentos de extensión, se crearon las “Vicerrectorías de
comunicaciones” (éstas tendrán a su cargo la gestión de los canales de televisión, en su

41
Durante los días que duró la toma de la Universidad Católica el diario tradicional de la derecha chilena se
comprometió en una intensa campaña contra el movimiento reformista y se convirtió en su principal detractor.
Fue en reacción a esta situación que el 11 de agosto de 1967 estudiantes y docentes tomaron la sede central de la
Universidad y desplegaron un elocuente cartel: “Chilenos: El Mercurio miente”. La denuncia atacaba una
institución tradicional de la sociedad chilena y, sobre todo, el horizonte de expectativas en el que se basaba la
relación entre el medio y su público. El nivel de repercusión alcanzado en la confrontación se evidencia en un
hecho algo curioso y muy significativo: el debate que, el sábado 19 de agosto de 1967 tuvo lugar en el Canal 13,
no entre los representantes del movimiento estudiantil y las autoridades universitarias o entre los estudiantes y
representantes del gobierno, sino entre Miguel Ángel Solar, líder del movimiento reformista de la Católica y
René Silva Espejo, director de El Mercurio (San Franscisco, 2007). Se puede consultar el detallado análisis de la
cobertura de El Mercurio en relación con el movimiento reformista en Los medios de comunicación de masas.
La ideología de la prensa liberal en Chile (Mattelart, Mattelart, Piccini, 1970).

69
mayoría en manos de las universidades) y, además del equipo de investigación que dirigía
Armand Mattelart en el CEREN, otros espacios de docencia e investigación disciplinares
como —también en la Pontificia Universidad Católica de Chile— el Departamento de
Comunicaciones de la Escuela de Artes de la Comunicación (EAC) (en 1969) o el Área de
Comunicación e Ideología del Instituto de Ciencias Sociales y desarrollo de la Universidad
Católica de Valparaíso (en 1971).
De todos modos, insisto, si bien la repercusión de la confrontación entre los
universitarios y El Mercurio inspiró en buena medida al equipo de Armand Mattelart para
hacer un seguimiento de la prensa y desarrollar herramientas metodológicas para el estudio de
los mensajes de los medios masivos, su preocupación por la problemática de los medios y la
ideología supuso, como he señalado, tanto un corte como una continuidad con sus trabajos
previos, en un recorrido que fue desde la demografía, los estudios de población y la sociología
del desarrollo a los problemas de la comunicación.
Sin duda, un elemento que favoreció el papel protagónico de Armand Mattelart en la
institucionalización de los saberes sobre la comunicación fue su disposición —en el sentido
de habitus— para recibir y apropiarse de los novedosos desarrollos de una semiología
estructural que, por un lado, dada su propia tendencia a la formalización, aportaba un primer
marco de precisiones en la definición de objetos y métodos para un campo de estudios
emergente y, por otro lado, permitía elaborar principios epistemológicos y metodológicos
alternativos al empirismo de la sociología de los medios norteamericana. A fines de 1968,
durante un viaje de un mes a Francia, Mattelart encontró una suerte de pista para responder a
la pregunta que se había planteado en su trabajo sobre la juventud chilena (¿cómo abordar el
contenido cultural de los medios de comunicación?) cuando, a partir de un pedido de Jacques
Chonchol, director del CEREN, quien le había encargado para su viaje la compra de libros
para el Centro, volvía a Chile cargado con libros y artículos comprados en la —hoy
legendaria— librería de François Maspero, La Joie de Lire (Mattelart, 2010: 98). A su retorno
a Chile, llevaba en su valija libros de las principales referencias de la lingüística y la
semiología (entre ellos, Saussure, Barthes, Greimas y Kristeva), algunos trabajos sobre
ideología y marxismo (Adam Schaf, Althusser y Gramsci, ente otros) y las principales
revistas francesas que recopilaban los debates entre el estructuralismo y el marxismo que
abundaban en el contexto de un campo intelectual conmocionado por los acontecimientos de
mayo (Beigel, en prensa; Mattelart, entrevista concedida al autor, 2008).42 Más allá del papel

42
En Cultura y política en el laboratorio chileno he presentado algunas coordenadas para estimar la importancia
y los efectos de esta “importación” bibliográfica en el campo intelectual y de las ciencias sociales en Chile y

70
directo de Armand Mattelart en esta “importación bibliográfica”, esta recepción sólo era
posible y significativa, si se piensa en relación con las preocupaciones anteriores del autor
(enmarcadas en lo que hasta ese entonces había sido el desarrollo de las ciencias sociales en
Chile), con la demanda social por dar cuenta del papel de los medios de comunicación en el
convulsionado proceso político chileno y con la demanda más específica que surgía de este
nuevo espacio institucional, el CEREN, donde se destacaban la promoción de la
interdisciplinariedad y los debates en torno al papel de la cultura en los fenómenos de
subdesarrollo y dependencia. Tal vez Mattelart reuniera las disposiciones más adecuadas para
efectuar esta operación de pasaje, en un escenario político cultural conmocionado y donde se
modificaba el espacio de las posiciones posibles en el campo académico, dando lugar a
estrategias de reconversión disciplinar que redefinían, como observa Fernanda Beigel, el peso
específico de los capitales en juego, a favor de un “capital militante” (Beigel, en prensa). Para
un investigador joven, francófono, que podía establecer un acceso directo a las nuevas
corrientes semiológicas y los debates de las principales revistas francesas y que, formado en
una disciplina como la demografía, joven y abierta a integrar diversas disciplinas de las
ciencias sociales (pero que tal vez fuera menos susceptible de convertirse en el “saber-total”
adecuado a la intervención intelectual que “reclamaba” la situación), la introducción de la
semiología permitía reunir capitales provenientes de distintos juegos, en especial —y más allá
del capital asociado a la “francesidad”—, el del compromiso político y el de la
“modernización teórica”.
Ahora bien, quiero subrayar que difícilmente este desplazamiento que es tanto
disciplinar como teórico–epistemológico pueda pensarse si no es en relación con un giro
simultáneo de Armand Mattelart hacia el marxismo y la radicalización política. Ambos
desplazamientos se explican mutuamente o, mejor dicho, forman parte de un mismo
fenómeno.
La apropiación teórica de Armand Mattelart de la semiología y el estructuralismo estuvo
mediada por la lectura —aunque no mantenían un vínculo formal—del trabajo que realizaba
en Buenos Aires Elíseo Verón y su equipo en el Centro de Investigaciones Sociales del
Instituto Di Tella. Verón, en “Ideología y comunicación de masas: la semantización de la
violencia política” postulaba por primera vez en el continente un tipo de “análisis ideológico
de los mensajes” y sentaba algunos de sus principios metodológicos que se inspiraban en

América Latina en relación con la circulación —por entonces fragmentaria, divulgativa o de segunda mano— de
algunos autores clave del estructuralismo y la semiología (Barthes, Greimas), y con el trabajo de otros
“mediadores”, como Elíseo Verón en Argentina y Luis Ribeiro en Chile (Zarowsky, 2009). Aun así considero
que la historia de esta recepción está por hacerse.

71
buena medida en la semiología estructural (Verón, 1968). Como he demostrado acabadamente
en Cultura y política en el laboratorio chileno, tanto en Los medios de comunicación de
masas (Mattelart, Mattelart, Piccini, 1970), como en La ideología de la dominación en una
sociedad dependiente (Mattelart, Castillo, Castillo, 1970) Armand Mattelart retomaba los
trabajos de Verón y construía una suerte de filiación con el semiólogo argentino.43 Sin
embargo, las diferencias teóricas y metodológicas entre ambos grupos ya se expresaban desde
un primer momento y eran profundas (de ahí que sea llamativa la filiación construida por
Mattelart: tal vez se trataba de una estrategia retórica en pos de posicionarse en un campo
emergente), pues, a diferencia de la interpretación retrospectiva propuesta por Eliseo Verón
(1974; y entiendo que detrás de él la de una serie de balances de la comunicología
latinoamericana que no vieron más que una aplicación de parte de Mattelart de nociones y
métodos tomados de las teorías francesas), entiendo que ya hacia 1970, en los libros citados,
Armand Mattelart proponía un trabajo de apropiación singular de la semiología, sobre todo a
partir de un intento de articulación con la tradición marxista, que lo diferenciaba del marco
propuesto por Eliseo Verón. Esta apropiación crítica —dicho aquí resumidamente— suponía
una concepción social de la significación que señalaba los límites del análisis inmanente de
los mensajes, esto es, la necesidad, en sus palabras de “identificar socialmente al emisor” y de
entender los textos (a diferencia de aquellos que hacían énfasis en la noción de lengua
saussureana) como “convergencias de prácticas sociales”. En ese sentido, Mattelart entendía
la noción de intertextualidad (que leía de Julia Kristeva) como un índice de cómo un texto lee
la historia y se inserta en el espacio social; por ende, postulaba la necesidad de practicar un
análisis diacrónico (no sólo identificar la estructuras significativas que vertebran y organizan

43
Dado que en la historiografía del campo esta filiación no ha sido abordada, pues se ha atendido a la
confrontación entre Mattelart y Verón (expresada en la polémica posterior entre las revistas Lenguajes y
Comunicación y Cultura) me permito documentar aquí mis afirmaciones. En Los medios de comunicación de
masas Mattelart afirmaba que “los métodos del análisis del contenido latente propios a la semántica estructural
introducen al investigador en el terreno nuevo de la estructura (...) del discurso y escapan a la yuxtaposición
descriptiva”. Se trataba de un terreno que no podía satisfacerse con modelos matemáticos, cuyas propiedades,
afirmaba Mattelart citando un artículo de Verón (“Ideología y comunicación de masas...”) “hacen imposible
formalizar la organización estructural de las significaciones contenidas en los mensajes’” (Mattelart, Mattelart,
Piccini, 1970: 17). Poco tiempo después, en La ideología de la dominación en una sociedad dependiente,
Mattelart proponía una suerte de filiación con los trabajos del investigador argentino: “El presente estudio no
puede ser aprehendido en tanto fenómeno aislado”, informaba, “se inscribe en una línea heurística que desde
hace algún tiempo sirve de eje a nuestras observaciones”. Mattelart señalaba que su investigación formaba parte
de “una corriente de trabajos inaugurados en América Latina por Eliseo Verón y sus colaboradores”; una
corriente crítica, afirmaba, “y por desgracia aún minoritaria, que desahucia los postulados del empirismo”. A
través de la lectura ideológica de los discursos de la clase dominante, señalaba Mattelart utilizando la
denominación que había propuesto Verón, esta corriente “se niega a considerar el habla o el mensaje de dicho
emisor como un mensaje cuyo sentido sería posible agotar de inmediato en una lectura primaria”. De allí que
suscribiera “la necesidad de despejar la ilusión objetiva” “para que emerjan las estructuras ocultas o los
significados segundos que hacen inteligibles los mensajes funcionales de la dominación social” (Mattelart,
Castillo, Castillo, 1970: 5 y 11).

72
los mensajes, sino dar cuenta de sus variaciones). Finalmente, y sobre todo, la concepción de
ideología en Mattelart (siguiendo a Adam Schaff, la definía como un conjunto de opiniones
acerca de los problemas y objetivos del desarrollo social que se forman sobre la base de
intereses) hacía énfasis en su determinación de clase y su efecto político, a diferencia de la
noción que manejaba Verón que, siguiendo a Roland Barthes y tal vez desde una
preocupación más epistemológica, hacía más hincapié en su funcionamiento formal.44
La publicación de Los medios de comunicación de masas en el primer número especial de
los Cuadernos de la Realidad Nacional, en marzo de 1970, amplió la circulación de su
palabra y produjo un efecto consagrador a partir del cual Armand Mattelart comenzó a
consolidarse como una referencia disciplinar en un campo de estudios emergente; al mismo
tiempo, con la circulación de dicha publicación, encontró una plataforma que proyectaría su
figura también en tanto intelectual —en la línea que había definido el CEREN— más allá de
las fronteras de la institución universitaria.45 La “resonancia social” que tuvo Los medios de
comunicación de masas se debía —además de a los elementos analizados—, a que en plena
campaña electoral el libro había puesto en el blanco de la crítica a El Mercurio, el tradicional
bastión de llamada “prensa seria” y vocero de la clase dominante chilena. Como muestra de
esta circulación extendida de la palabra de Mattelart puedo citar un número del semanario de
izquierda Punto Final (que por entonces anunciaba una tirada de diez mil ejemplares) que
dedicaba su tapa a “Los amos de la prensa en Chile” (Nº100, 17 de marzo de 1970) y ofrecía

44
Con una impronta barthesiana, Eliseo Verón sostenía que la ideología no era una clase de discurso social o un
tipo particular de mensajes, sino el sistema de reglas semánticas que los generaba. El mecanismo básico de la
comunicación ideológica consistía en borrar las huellas de este proceso de selección y combinación (la
semantización) por el cual “el discurso se vuelve invisible como tal, y el receptor cree estar ante el objeto". La
“lectura ideológica” de la comunicación social, proponía entonces, consistía en descubrir la organización
implícita de los mensajes, cuestionar la pretendida transparencia del discurso para dar cuenta de su proceso de
producción (Verón, 1968: 186). Por otra parte por entonces Verón no sólo reclamaba un absoluto principio de
inmanencia textual para el análisis, sino que partía de concepciones epistemológicas objetivistas, que se
expresaban en sus consideraciones sobre el estatuto del investigador y del método. Para un análisis en
profundidad de las posiciones de Verón, ver Leona (2007), y Zarowsky y Cuesta (2009).
45
Cito testimonios en todos los sentidos que señalo: Jacques Chonchol, director del CEREN presentaba Los
medios de comunicación de masas y lo enmarcaba en el proceso de transformación de la Universidad, señalando
la profundidad de los cambios que expresaba. El intento de los autores, afirmaba Chonchol, “plantea el problema
general de la necesidad de redefinir las condiciones de la ‘cientificidad’ en el proceso de transformación de la
universidad” (Chonchol, 1970: 3-4). Pocos meses después de la salida del trabajo, Franz Hinkelammert, docente
e investigador del CEREN, reseñaba Los medios de comunicación de masas y señalaba que éste era un “libro
científico de alto nivel”, que se centraba “en un tema muy poco discutido” en el campo académico chileno, pero
que al mismo tiempo estaba al alcance del lector no especializado (Hinkelammert, 1970: 172). Eliseo Verón,
habiendo visitado Chile en 1971, afirmaba haber recogido en varias oportunidades el relato “según el cual
Salvador Allende, durante la campaña presidencial, había hecho referencia explícita a este número de la revista
del CEREN durante un programa televisivo, y había incluso exhibido un ejemplar ante las cámaras”. Para el
autor, la anécdota expresaba “claramente el impacto cultural de estos estudios dentro de la situación chilena”
(Verón, 1974: 16). Poco tiempo después, el escritor Hernán Valdés reconocía en este trabajo el punto de partida
de la polémica cultural en relación con el proceso de cambio (Valdés, 1975: 14).

73
un suplemento especial de ocho páginas que tomaba como fuente principal el trabajo de
Armand Mattelart aparecido pocos días antes sobre la estructura monopolista de la
comunicación y la prensa chilena. El editorial de Punto Final “traducía” la investigación a
una formulación de carácter político, haciendo hincapié en la consigna del control popular de
los medios de comunicación. Se puede observar entonces cómo en los cruces que se
producían entre la investigación académica, la militancia política y el periodismo cultural la
figura de Armand Mattelart se iba construyendo como una referencia en los estudios en
comunicación que al mismo tiempo lo habilitaba como interlocutor intelectual de los debates
político culturales. El propio Armand Mattelart recuerda haber recibido el llamado de mismo
Salvador Allende: el libro se había metido de lleno en la campaña electoral (Beigel, en
prensa).
A pesar de sus efectos fundantes para los estudios en comunicación y cultura (y de lo
que relatan los balances de la comunicología latinoamericana) la inscripción de Armand
Mattelart en lo que fue llamada la tradición del “análisis ideológico de los mensajes” fue
bastante breve. Pocos meses después de la publicación de Los medios de comunicación de
masas, en el prólogo a La Ideología de la dominación en una sociedad dependiente, Armand
Mattelart señalaba que los desarrollos en torno al concepto de ideología y al modo de
abordarla representaban una profundización del trabajo previo pero que no marcaban de
“ningún modo” “un hito definitivo”, y consideraba lo hecho hasta entonces en materia de
“análisis ideológico” como una apertura, anunciando su intención de “afinarlo y utilizarlo en
futuras investigaciones” (Mattelart, Castillo, Castillo, 1070: 6).
Sin embargo, este proyecto se verá modificado en parte por el cambio en las
circunstancias políticas e institucionales. La fecha de escritura del prólogo coincidía con un
acontecimiento clave: el triunfo electoral de la Unidad Popular en septiembre de 1970. La
asunción de Salvador Allende como presidente produciría una conmoción en el campo
intelectual y marcaría tanto una reorientación en la concepción de la actividad de
investigación en el CEREN como de las inserciones institucionales de Armand Mattelart y su
equipo. Este desplazamiento no iba a significar el abandono total de cierto modo de
aproximación al análisis de los discursos, pero sí su resignificación en el marco de nuevas
problemáticas: las conclusiones a las que habían llegado sobre el funcionamiento ideológico
de la prensa y la industria cultural se integrarán a los debates sobre las políticas culturales y
las alternativas de comunicación popular.

74
Triunfo de Salvador Allende: del análisis ideológico de los mensajes a las políticas
culturales

El 4 de septiembre de 1970 Salvador Allende triunfó en las elecciones presidenciales chilenas.


Aunque los niveles de movilización habían sido altos durante la campaña, fue sobre todo a
partir del triunfo electoral que buena parte de la intelectualidad chilena profundizó la
discusión sobre su responsabilidad específica en el proceso de cambio. Si bien la pregunta por
su función social y la interpelación hacia mayores niveles de compromiso con el proceso
político no era algo nuevo para los académicos e intelectuales chilenos, lo cierto es que el
triunfo de la Unidad Popular profundizó los interrogantes y significó la configuración de un
nuevo escenario. Más específicamente, se produjeron en el CEREN una serie de
redefiniciones institucionales y políticas que fueron claves para interpretar el itinerario de
Armand Mattelart, más puntualmente, la elaboración de su perfil y perspectiva intelectual, su
inserción en el proceso político cultural y, sobre todo, ciertas condiciones que promovieron la
circulación de su palabra y su figura como referencia en los estudios en comunicación.
Se pueden leer una serie de reformulaciones institucionales y programáticas en el CEREN
que ponen de relieve un desplazamiento de su programa reformista inicial.46 La reflexión
sobre el proceso de cambio suponía para la dirección del CEREN (Manuel Garretón
reemplazó en la dirección a Jacques Chonchol, quien asumió como Ministro de Agricultura)
la voluntad de “servir de reencuentro de la actividad científica con la praxis social” (CESO-
CEREN, 1972: 8). Garretón se imaginaba que este desplazamiento redefiniría las ciencias
sociales en su conjunto, tanto en sus aspectos epistemológicos como en relación con su
vínculo con la sociedad. En este sentido, ya no se postulaba la autonomía relativa de la
Universidad como condición para desarrollar su función “como conciencia crítica de los
proceso históricos” a partir de elaborar un saber sobre la sociedad —como postulaba el
programa reformista— sino, por el contrario, la intención de promover nuevas relaciones con
los actores del mundo social, esto es, nuevas condiciones de producción del conocimiento que
debían implicar, necesariamente, reformulaciones de orden teórico-epistemológico (Garretón,
1971: 7). Aun así —pues si bien había líneas dominantes éstas coexistían con posiciones
heterogéneas—, estas formulaciones convivían con la de aquellos teóricos e investigadores

46
Ver al respecto, Chonchol (1969); Brunner (1970); Scherz García (1988); Munizaga, Rivera (1983); Diez
(mimeo).

75
que enunciaban sus intenciones de convertirse, a través de su actividad científica, en una
suerte de guías del proceso de cambio.47
Lo cierto es que la intención de vincular la producción científica con los actores del
mundo social se plasmó en la realización de una serie de convenios institucionales con
organismos estatales como, por ejemplo, la Corporación de Fomento de la Producción
(CORFO), o, por ejemplo, en la realización en Santiago de Chile en octubre de 1971 del
Simposium Internacional “Transición al socialismo y experiencia chilena”, organizado por el
Centro de Estudios socioeconómicos de la Universidad de Chile (CESO) y el CEREN, que da
cuenta de la constitución de un espacio de intercambio entre actores políticos de primer nivel
(Ministros, funcionarios) e investigadores sociales, al mismo tiempo que la existencia de un
espacio internacional de intercambio que convocó a figuras de la intelectualidad de izquierda
de primera línea a nivel mundial, que debatieron sobre la teoría y la estrategia de la transición
al socialismo. Armand Mattelart estaría a cargo de una de las pocas exposiciones del
Simposium ocupadas del problema cultural en la transición socialista. Sería publicada luego
en los Cuadernos de la Realidad Nacional (Mattelart, 1971d).48
Si al momento de la publicación de La ideología de la dominación en una sociedad
dependiente Armand Mattelart enmarcaba sus investigaciones en lo que se puede denominar

47
Al presentar una investigación sobre el desarrollo desigual, un grupo de investigadores expresaba sus
intenciones de “fundamentar una estrategia para el socialismo latinoamericano” (Hinkelammert, Vergara, Perret,
1970: 12). En otro lado se hablaba de formular una “teoría de la construcción del socialismo en Chile” para
“contribuir así a dar una base racional a la praxis social”, esto es, “dar herramientas operacionales a la política
socialista y a la ejecución de sus planes” (Cuadernos de la Realidad Nacional, nº11 1972: 274-275). Si bien no
puedo extenderme aquí sobre esta cuestión, me permito preguntarme si este tipo de formulaciones no suponían
acaso cierta supervivencia de algunos elementos de la universidad “profesionalista” preexistente que convergía
con cierta interpretación —tal vez de matriz althusseriana— en torno al papel de la teoría en relación con los
procesos políticos e históricos. Tal vez en lo que puede leerse como cierto desplazamiento respecto a la
concepción leninista, la teoría —como guía para la acción—parece desarrollarse en estas afirmaciones más que
en el partido político, en la Universidad. Para una lectura retrospectiva —en clave autobiográfica— de la
influencia de las ideas de Althusser en América Latina en esta clave puede leerse el libro de Emilio de Ipola —
quien trabajaba por entonces como director de FLACSO Chile— (De Ipola, 2007: 45, 50-52).
48
El Simposium “Transición al socialismo y experiencia chilena” se realizó entre el 17 y el 23 de octubre de
1971 en Santiago y fue organizado por el Centro de Estudios socioeconómicos de la Universidad de Chile
(CESO) y el CEREN. Su objetivo era doble, por un lado, hacer un balance sistemático de los aportes teóricos
que a nivel internacional se realizaban sobre la cuestión de la transición al socialismo y sobre el significado y los
alcances de la experiencia vivida en Chile en un año de Gobierno de la Unidad Popular. Al mismo tiempo, el
encuentro se proponía “abrir el debate más allá de un restringido circulo académico y de realizar una
confrontación con sectores más vastos del país”, dando especial interés a la participación de representantes de
sindicatos, organizaciones populares, partidos políticos y representantes del gobierno (Pizarro, Garretón, 1972:
8). Ver también Arroyo (1972). Participaron, entre otros, Pedro Vuskovic, Ministro de Economía,; Jacques
Chonchol, Ministro de Agricultura; Alberto Martínez, jefe de la DIRINCO; José Antonio Viera, Subsecretario de
Justicia; Lelio Basso, ex presidente del Partido Socialista de Unidad Proletaria de Italia; Paul Sweezy, Kalki
Glauser, Marco Aurelio García de Almeida, Vania Bambirra, Rossana Rossanda, Ruy Mauro Marini, Marta
Harnecker, André G. Frank, Michel Gutelman, Franz Hinkelammert, Antonio Sánchez, Theotonio dos Santos,
Armand Mattelart, Antonio Sánchez, Manuel Antonio Garretón. Según Theotonio Dos Santos, también
estuvieron invitados Louis Althuser, Ernest Mandel y Samir Amin, quienes no pudieron viajar por “razones de
última hora” (Dos Santos, 1972: 181).

76
“un cruce” entre el análisis ideológico de los mensajes y la descripción de la estructura de
propiedad de los medios, a partir de noviembre de 1970 enunciará un desplazamiento en sus
ejes de indagación en el horizonte de creación de un medio de comunicación identificado con
el contexto revolucionario.49 Los seminarios y proyectos de investigación que dirigió desde
1971 en el CEREN se enmarcaban en la nueva “Área de cultura e ideología” que Armand
Mattelart dirigió en el marco de las redefiniciones generales del Centro señaladas. Según se
informaba en su presentación, esta Área se proponía discutir el concepto de “nueva cultura” y
reflexionar sobre los aspectos valorativos e ideológicos implicados en el proceso de cambio,
dándole un lugar destacado a la pregunta por el rol de los medios de comunicación de masas.
Se aspiraba a que los resultados de sus investigaciones llevaran a “discutir el fundamento de
políticas de comunicación masiva, educacionales, etc.”, por lo que se pretendía que el
desarrollo del trabajo se hiciera en “contacto directo” entre los investigadores y los
encargados de la implementación de políticas en este campo (Cuadernos de la Realidad
Nacional, Nº9, 1971: 260). Los cursos dictados entre el primer semestre de 1971 y el segundo
semestre de 1972 en el área estaban dirigidos a estudiantes universitarios, muchos de ellos
vinculados a experiencias de comunicación.50 Puedo decir que se había conformado, en este
nivel, un circuito, tal vez incipiente, donde se vinculaban la docencia y la investigación con
las prácticas profesionales y la militancia política que, al mismo tiempo, dejaba sus huellas en
la producción teórica de Mattelart, que en buena medida era publicada entonces en diversos
artículos de los Cuadernos de la Realidad Nacional. Pero, si este espacio de discusión que

49
En un articulo firmado en abril de 1971 indicaba el cambio de objetivos señalando que descifrar “la ideología
de los medios de comunicación de masas en poder de la burguesía” (en referencia a sus propios trabajos previos)
habían constituido una primera etapa que debía “ser superada o por lo menos aprehendida sólo como un peldaño
en la tarea de creación de un medio de comunicación identificado con el contexto revolucionario” (Mattelart,
1971: 173).
50
Armand Mattelart presentaba en 1971 el proyecto de investigación “Comunicación masiva, cultura y
revolución socialista” que indagaba en torno a la teoría marxista de la “base y superestructura”, los escritos
clásicos sobre cultura y revolución cultural (Lenin, Trotsky, Proletkul, Mao, etc.) y las coordenadas específicas
de la situación chilena (Cuadernos de la Realidad Nacional, Nº9, 1971: 261). Dentro de la misma área, el
proyecto “Problemática de la televisión en el proceso chileno”, a cargo de Mabel Piccini y Michèle Mattelart se
proponía hacer una síntesis sobre la cuestión —con “alcance práctico y teórico”, anunciaban— que aspiraba a
inscribirse “en una tarea concreta de reformulación de los medios de comunicación de masas”. Por el lado de la
docencia el profesor belga participaría junto a otros docentes en los seminarios dedicados al análisis de la
“realidad nacional” (Ibid.: 267) y en el dictado de los cursos: a) “Cultura tecnocrática y cultura socialista” —
sobre diversas concepciones teóricas y casos históricos de revolución cultural (Cuadernos de la Realidad
Nacional, Nº7, 1971: 208)—; b) “La cultura masiva y la revolución socialista” —que giraba en torno a la teoría
de la base y la superestructura y las coordenadas específicas del proceso chileno (Cuadernos de la Realidad
Nacional Nº12, 1972: 285); c) —junto a Mabel Piccini y Michèle Mattelart— “Ideología y medios de
comunicación de masas en Chile” (Cuadernos de la Realidad Nacional Nº9, 1971: 266). Mabel Piccini y
Michèle Mattelart además ofrecerían el seminario “Comunicación Masiva e ideología”, que se proponía realizar
un análisis crítico de las principales corrientes teóricas en materia de comunicación y diseñar un aparato
metodológico para el relevamiento de la ideología y las estructuras de poder de los medios. Como resultado,
anunciaban se pretendía arribar a una “[e]valuación global de la cultura de masas y un replanteo del medio de
comunicación en un proceso revolucionario” (Cuadernos de la Realidad Nacional Nº12, 1972: 281).

77
reunía a estudiantes, investigadores y trabajadores de la cultura y la comunicación se dio en
una primera instancia alrededor del CEREN, ya a partir de 1972 Armand Mattelart iba a
recoger de manera directa para su elaboración intelectual las discusiones sobre política
cultural que le aportaría su experiencia como asesor de la editorial estatal Quimantú.51

La Editora Nacional Quimantú como laboratorio: hacia un análisis materialista de la


cultura

Ya desde la campaña electoral que consagraría a Salvador Allende como presidente, la


cuestión del rol de los medios de comunicación en el proceso de cambio se instaló con vigor
en la agenda de los debates políticos y académicos en Chile. El programa electoral de la
Unidad Popular consideraba la transformación de los medios masivos de comunicación como
un factor fundamental para la formación de una “nueva cultura”. En ese sentido proponía
tomar medidas tanto para liberar la comunicación de su carácter comercial y eliminar la
presencia de los monopolios como para que las organizaciones sociales dispusieran de ellos y
les imprimieran “una orientación educativa” (Programa Unidad Popular, 1969). Pero al poco
tiempo de conocido el resultado electoral de septiembre de 1970 comenzaron a manifestarse
los límites y contradicciones del proyecto. En los protocolos de acuerdo entre la Unidad
Popular y la Democracia Cristina se firmaron una serie de convenios: la DC aseguraba los
votos parlamentarios a Allende y la Unidad Popular se comprometía, entre otras cuestiones, a
respetar “la libertad de expresión”; esto significaba, en rigor, dar un régimen de excepción a
los medios de comunicación de masas en relación con el programa de la UP que proyectaba
pasar una parte de la actividad económica al “área de propiedad social”. Los medios sólo
podrían ser expropiados mediante una ley especial, quedando la alternativa de su adquisición
comercial. Este escenario no se modificaría sustancialmente en los años siguientes, por lo que
Allende gobernaría prácticamente con una estructura de medios hegemonizada por el criterio
comercial y una línea editorial opositora: los sectores dominantes convirtieron a los medios de

51
En varios de sus textos de la época Armand Mattelart dejaba constancia de cómo entendía estos espacios en la
formulación de su trabajo. Por ejemplo, presentaba uno de sus artículos publicados en los Cuadernos de la
Realidad Nacional afirmando que no se trataba de un texto “centralmente teorético, sino de la presentación
ordenada de un conjunto de ideas concebidas al calor de la problemática actual del proceso en Chile, en
discusiones de equipo y con compañeros trabajadores de los propios medios de comunicación” (Mattelart, 1971:
173). En un artículo escrito junto a Michèle Mattelart presentaban el trabajo como un intento de recoger “los
frutos de la práctica de los trabajadores de la cultura” señalando que los conceptos e ideas expresadas en ese
artículo surgían —refiriéndose a su trabajo en Quimantú— de “discusiones de grupo a partir de una practica
común y de su confrontación diaria con un proceso”, sobre todo con “los miembros del comité o sección de
investigación y evaluación en comunicaciones de masas” de la editorial (Mattelart, Mattelart, 1972: 100).

78
comunicación en una herramienta eficaz para preparar su ofensiva ideológica y organizar la
movilización de masas que finalmente le daría legitimidad a la conspiración y el golpe de
Estado. El gobierno, fiel a su compromiso con los acuerdos parlamentarios y la “vía
democrática” al socialismo, mantuvo en líneas generales los principios de “libertad de
expresión” y se rehusó a modificar sustancialmente el mapa de propiedad de medios. Ahora,
si bien muchos protagonistas en el campo de la izquierda advirtieron por lo que entendían era
una subestimación del frente cultural o comunicacional por parte del Gobierno y las fuerzas
populares, lo cierto es que no faltaron experiencias que se encontraron con el desafío de
emprender una transformación de la comunicación en el horizonte de la creación de una
nueva cultura. En un contexto marcado por el predominio de la lógica comercial de los
medios y una industria cultural bastante extendida y que llevaba años moldeando las
expectativas del público, el desafío era inmenso y también novedoso en relación con las
anteriores experiencias socialistas del siglo XX, que edificaron sus políticas culturales en un
marco que no conocía o estaba menos permeado por la industria cultural.
En este escenario, reconstruir la participación de Armand Mattelart en los debates sobre
el papel de la comunicación en el proceso de transición al socialismo como así también su
participación en algunas experiencias culturales (como su trabajo en la Editorial Quimantú),
me permite dar cuenta de las condiciones de emergencia de una perspectiva materialista de
análisis de la comunicación y la cultura que se elaboraba en una serie de espacios de
entrecruzamientos múltiples (universidad, mundo cultural, militancia), y donde la intención
de intervenir políticamente funcionaba como elemento de articulación. Asimismo, dar cuenta
de estos espacios de intersecciones me es útil para explicar los procesos de circulación y
legitimación de la figura autor Armand Mattelart como referencia en los estudios en
comunicación en los años setenta.
Uno de los nexos más importante entre la actividad académica y las prácticas vinculadas a
la elaboración de alternativas en materia de cultura y comunicación se daría a partir de la
inserción de una cantidad importante de cientistas sociales o docentes universitarios en el
asesoramiento de la Editorial Nacional Quimantú. La editorial Zig-Zag, por entonces una de
las más grandes e importantes de Latinoamérica, había sido comprada por el Estado en
febrero de 1971 a partir de un conflicto entre los trabajadores y la empresa (Albornoz, 2005,
Bergot, 2005). La experiencia de la editorial quizás fuera una de las más singulares en materia
cultural del proceso de la UP, pues en ella se expresaron algunas de las tensiones y dilemas
que atravesó el campo cultural y, de alguna manera y visto desde esta óptica, el proyecto
global de la vía chilena.

79
Pues cuando Quimantú fue adquirida por el Estado en febrero de 1971 a partir de un
conflicto entre los trabajadores y los propietarios de la antigua Zig-Zag (por entonces una de
las editoriales más grandes e importantes de Latinoamérica), sin perder tiempo sus directivos
emprendieron un ambicioso proyecto editorial que de algún modo intentó modificar ciertas
lógicas y procesos de producción de sus materiales culturales; aquellos dedicados al ocio,
sobre todo las historietas, devinieron objeto de una intensa experimentación para la búsqueda
de alternativas, en el marco del debate más amplio sobre el carácter que debían adoptar las
políticas culturales en el período. Quimantú se enfrentó al desafío de contribuir a la creación
de una “nueva cultura” en el marco —y con los materiales— de una industria cultural
medianamente desarrollada, que desde hacía años conformaba los gustos y las expectativas de
sus consumidores desde una lógica comercial y una particular visión de mundo.52 A diferencia
de lo que ocurría con otros medios de comunicación —la prensa o la radio, donde cada
partido o corriente política tenía su propio órgano de expresión—, en el seno de Quimantú,
debido a que las distintas fuerzas que componían la Unidad Popular se habían dividido según
la lógica del “cuoteo” los puestos de dirección, se expresaron diferentes opciones en relación
con la política cultural. Así, los perfiles de las secciones y las publicaciones expresaron los
diferentes énfasis que hacían los partidos pertenecientes a la UP.53 Aun a riesgo de simplificar
se puede hablar, por un lado, de una línea representada en buena medida por el Partido
Comunista, tendiente a la “democratización cultural”, que se planteaba la extensión de las
posibilidades de acceso del “pueblo” a determinados bienes culturales y, por otro, de una línea
representada por el Partido Socialista, que pretendía promover la educación política con fines
de concientización y movilización popular. No es exagerado decir que las diferencias en
materia de política editorial y cultural eran una suerte de traducción de las divergencias en

52
Si bien señala la dificultad de acceder a estadísticas y documentación, Solène Bergot estima que Quimantú
llegó a editar 11 millones de libros y a vender unos 10. Señala que Chile por entonces contaba con 8,8 millones
de habitantes (Bergot, 2005).
53
El departamento editorial a cargo del escritor Joaquín Gutierrez, del Partido Comunista, estaba dividido en dos
secciones, una para las publicaciones de ficción y otra para las “Publicaciones Especiales”, ésta última a cargo de
Alejandro Chelén Rojas, del Partido Socialista (Albornoz, 2005). También tenían su lugar en la estructura de la
editorial las secciones destinadas a las revistas infantiles y educativas y las correspondientes a las publicaciones
informativas y periodísticas. En la publicación de libros se destacaba la colección “Quimantú para todos”, que se
proponía ampliar el acceso a ciertos bienes culturales acercando, a bajo costo, las obras clásicas de la literatura,
sobre todo latinoamericana, a un amplio público de lectores. En la sección de libros políticos se destacaron la
colección dirigida por Alejandro Chelén Rojas, “Clásicos del pensamiento social,” que se proponía formar a los
jóvenes cuadros políticos en los clásicos del pensamiento marxista (Punto Final, 1972), y los “Cuadernos de
educación popular”, dirigidos por Marta Harnecker y Gabriela Uribe que, con el objetivo de “educar y elevar la
conciencia de los trabajadores”, trataban aspectos centrales de la coyuntura política desde la óptica y la
divulgación de los clásicos del marxismo-leninismo (Harnecker y Uribe, 1971).

80
torno a la estrategia política general donde se confrontaban los partidarios de la vía
democrática y los de la vía insurreccional o de la constitución de un poder popular. 54
Pero, probablemente haya sido en el campo de las publicaciones masivas —revistas
periodísticas, infantiles, historietas—, donde se plantearon de modo más explícito las
divergencias de criterios para afrontar la tensión entre la “vieja” y la “nueva” cultura o, dicho
en otros términos, el contraste entre las formas heredadas de la vieja editorial y los nuevos
contenidos que se pretendía expresar. Como veremos a continuación, Armand Mattelart fue
uno de los primeros en dar cuenta del problema.
¿Qué es “recuperable” en los diversos medios que manejamos y qué definitivamente no
lo es?, se preguntaba en abril de 1971, pocos meses antes de su incorporación a Quimantú, en
los Cuadernos de la Realidad Nacional (Mattelart, 1971c). En este artículo el autor belga
formulaba una serie de interrogantes en relación con las condiciones para crear un medio de
comunicación que acompañara el proceso de cambio y se preguntaba —en relación con las
fotonovelas o los comics que tomaba como ejemplos— en torno a la posibilidad y eficacia de
establecer modificaciones en los contenidos de los mensajes manteniendo inalteradas las
formas; en otras palabras, se preguntaba por la conveniencia de sustituir por “nuevos valores”
la visión “mistificada” de la realidad que suponía transmitían este tipo de publicaciones.
¿Acaso el “período de transición” tuviera alguna especificidad y fuera posible y conveniente
—en el camino hacia la creación de una “nueva cultura”— utilizar las formas heredadas pero
invirtiendo la orientación de sus contenidos? “Con la forma que manipulaba el medio
burgués”, sintetizaba Mattelart el interrogante, se trataría paulatinamente “de hacer pasar un
nuevo contenido”. El problema no era sencillo y no aceptaba soluciones fáciles; Mattelart
advertía que esta posibilidad no podía ser aceptada sin indagar sus implicancias y
presuposiciones pues, señalaba, recurrir a “formas expresivas creadas por la antigua sociedad”
y “connotadas por su uso mercantil” para transmitir contenidos que nieguen los valores de
dicho sistema, no dejaba de constituir una “contradicción cuyas diversas facetas y
ramificaciones” llamaba a investigar.
El segundo eje que, a grandes rasgos, organizaba las propuestas de Armand Mattelart en
materia de las publicaciones masivas se vinculaba a la idea de promover “talleres populares”,
54
En relación a su estrategia política general y a riesgo de ser algo esquemáticos, se puede decir aquí,
brevemente, que los partidos que hegemonizaban la Unidad Popular eran el Partido Socialista y el Partido
Comunista. Aun con diferencias, tanto Allende como el PC y otros partidos menores coincidían en un programa
cuya estrategia se mantenía en el marco del sistema democrático, proyectando, según lo fuera permitiendo la
acumulación de fuerzas, un profundo proceso de reformas. Por otra parte, sectores del Partido Socialista (que
habían modificado su posición hacia una “vía insurreccional” a partir de la revolución cubana) junto al MIR —
fuera del frente— proponían una estrategia insurreccional de enfrentamiento “clase contra clase” y la
conformación de un “poder popular” (Moulián, 1993).

81
una serie de encuentros de evaluación que aspiraba a conocer no sólo el tipo de recepción por
parte de los lectores sino, fundamentalmente, a integrarlos paulatinamente al proceso de
producción de los mensajes. Partiendo del criterio que sintetizaba en el lema “la devolución
del habla al pueblo”, Mattelart señalaba que los talleres populares permitirían quebrar la
unidireccionalidad y el carácter cerrado, “envasado” de los mensajes, de modo que, “lanzado
por su emisor a las ‘masas’ [retornaría] a su emisor, desalienado y enriquecido (...)”. De este
modo se pretendía romper la estratificación al interior del proceso de producción de los
mensajes, para que el grupo que estuviera encargado de la realización de una historieta, por
ejemplo, discutiera “en conjunto la realización de su trabajo con un objetivo cultural
explícito”. En su propuesta, Armand Mattelart imaginaba “talleres situados en poblaciones,
barrios obreros, nuevas unidades agrícolas”, con la idea de crear “nuevas estructuras
comunitarias” donde insertar la práctica comunicativa.
De algún modo, las indicaciones señaladas aquí orientaron los primeros pasos en la
modificación de algunas publicaciones de Quimantú. En efecto, al poco tiempo de la
formulación de estas propuestas fue creada la “Sección de Investigación y Evaluación en
Comunicaciones de Masas” y Armand Mattelart se incorporó a la editorial para dirigir el
equipo que integró junto a René Brussain, Abraham Nazal y Mario Salazar. La sección,
creada formalmente en agosto de 1971 tenía como tarea estudiar las publicaciones periódicas
en Quimantú. Paralelamente se conformó en la editorial el Equipo de Coordinación y
Evaluación de Historietas, un grupo integrado por jóvenes sociólogos y especialistas en
literatura (algunos de los cuales habían sido alumnos de los seminarios de Mattelart o de los
cursos de Ariel Dorfman) que se propuso interactuar con guionistas, dibujantes y letristas para
formular modificaciones en las historietas y adaptarlas a los objetivos del proceso cultural
(Jofré, 1974). Los cambios propuestos iban desde la modificación de las formas y contenidos
de las revistas heredadas de la editorial Zig-Zag —que por razones comerciales se seguían
publicando— a la creación de historietas nuevas, con nuevos personajes, estructuras y
conflictos que expresaban nuevas visiones de mundo y juicios de valor. Sin embargo, pronto
comenzaron a manifestarse tensiones y dificultades. Algunas revistas vieron disminuir
número a número su nivel de ventas, una situación que indicaba en parte el rechazo de los
lectores al cuestionamiento de sus expectativas de lectura. También, dado que se emprendió
su reorganización, emergieron conflictos al interior del propio proceso de producción de las
publicaciones. El equipo de Coordinación y Evaluación de Historietas promovió ciertas
modificaciones en la organización del trabajo con el fin de articular las distintas etapas de la
elaboración, haciendo participar a los distintos profesionales —dibujantes, letristas,

82
guionistas— en la discusión y concepción de las revistas. Los “asesores” (como decía, en
general jóvenes sociólogos o graduados en literatura), daban cuenta de la dificultad para
lograr que “los realizadores” aceptaran sus propuestas y modificaran tanto los contenidos y las
formas como, y sobre todo, los modos de trabajo; en la representación de aquellos, los
guionistas y dibujantes, en su mayoría heredados de la antigua editorial, no comprendían los
objetivos de las nuevas propuestas: reivindicaban la “libertad de creación artística” y
rechazaban las nuevas reuniones de equipo, pues les resultaba un trabajo extra no remunerado.
Es que los asesores se imaginaban a sí mismos como una suerte de vanguardia
concientizadora (Nomez, 1974). Por oposición, los “realizadores” entendían que “los
sociólogos” “ideologizaban” y “politizaban” al extremo una historietas que en su opinión no
debían dejar de cumplir con una función de entretenimiento (Villafaña Muñoz, Díaz Navarro,
2008). Como si no fuera suficiente, los obreros tipográficos, —de quien de algún modo se
pretendía que fueran los primeros lectores y evaluadores del material— llegaron a señalar en
alguna oportunidad a los “sociólogos” como los responsables de alterar sus expectativas de
recepción, por ejemplo, al “vestir” a Tarzán y desplazarlo a un espacio urbano; esta
modificación, en la perspectiva de los asesores, se había propuesto para contrarrestar el
“efecto ideológico” que se le atribuía a esta —supuesta— moderna encarnación del mito del
buen salvaje (Navarro, 2003). El problema se acentuaba cuando los directivos o los mismos
tipógrafos evaluaban que la alteración de los materiales causaba la caída de las ventas y con
ello el peligro para la continuidad de la empresa.
La marcha del proceso fue poniendo de manifiesto las divergencias en materia de política
cultura al interior de la izquierda y las propias contradicciones y límites en las que se
desenvolvía la práctica comunicativa en el marco de una organización cultural heredada.
Armand Mattelart escribió junto a Michèle Mattelart, en abril de 1972, un artículo donde
revisaban lo actuado hasta entonces, sobre todo a partir de la experiencia de Quimantú.
Señalaban la necesidad de delimitar el sentido de las intervenciones culturales, pues,
caracterizaban que hasta ese momento habían coexistido dos proyectos: uno, que trataba de
vencer al enemigo en el mercado cultural y “permear” al público “no contagiado”¸ es decir,
los sectores medios que la UP trataba de incorporar al espectro de sus alianzas de clase; el
otro, que se planteaba “la necesidad de lograr cierta eficacia en la lucha de clases, vertida en
el campo ideológico y cultural, y más generalmente en la lucha por el poder y el avance del
socialismo” (Mattelart, Mattelart, 1972). Para los Mattelart la política de ganar a los sectores
medios tenía sus costos, pues iba en desmedro de promover una comunicación que, dirigida
específicamente a los partidarios del proceso de cambio, contribuyera a promover su

83
organización y movilización. En relación con Quimantú, los autores planteaban que la
editorial se había limitado a trabajar con los géneros y formatos heredados que —siendo
modos de organizar las problemáticas y los públicos en esferas separadas y aparentemente
autónomas— mantenían la apelación a un público medio (“mujeres”, “jóvenes”, “amantes del
deporte”) abstraído de su inscripción social. En este sentido, señalaban la necesidad de
cuestionar la organización del público según criterios mercantiles, es decir, el concepto
“genérico y socialmente amorfo de comunicación de ‘masas’”. Para revertir la situación
proponían una serie de modificaciones que iban más allá de las formas y contenidos de las
publicaciones. Así llamaban a definir y delimitar según otros criterios las franjas de público
que se pretendía alcanzar, a modificar o sustituir algunos géneros, a revisar y modificar el
lugar de los productores especializados de contenidos y a la modificación del sistema de
distribución, pues éste tenía como destinatario final al consumidor individual proveniente de
sectores medios. Siguiendo las indicaciones de Antonio Gramsci respecto al carácter de una
revista cultural, Armand y Michèle Mattelart concluían, al justificar la existencia de los
talleres populares, que la creación de una nueva cultura requería no sólo la elaboración de una
nueva visión de mundo sino de un nuevo modo de organizarla a partir de la participación de
los diversos actores sociales.
En suma, puedo decir que la experiencia de Quimantú, en el marco del proceso cultural
más general y sus debates, contribuyó para que Armand Mattelart elaborara una crítica a la
noción abstracta de “comunicación de masas” y —al concluir que la comunicación no era sólo
un asunto de mensajes y medios—, interrogarse sobre la organización material de la cultura
en la que ésta se inscribía. No será hasta fines de los años setenta, como veremos en el
capítulo 6, cuando elaborará de manera más explícita y conceptualmente esta conclusión en el
marco de su propuesta para desarrollar un análisis de clase de la comunicación, o —también
en sus palabras— una crítica de su economía política.

La izquierda en la encrucijada: comunicación y poder popular

Lo cierto es que a partir del triunfo de Allende, las expectativas de colocar la comunicación en
favor del proceso de cambio, sumada a la preocupación por los ataques de los medios de
oposición, llevó a sectores del periodismo de izquierda a profundizar sus discusiones y, sobre
todo, a plantearse nuevos retos en materia de comunicación. A cuatro meses de la asunción de
la Unidad Popular se advertía sobre la ausencia de una política de comunicación colectiva y se

84
señalaba que, mientras el periodismo de derecha lanzaba una ofensiva ideológica, el
periodismo de izquierda se mantenía en una posición defensiva. 55 Así, como respuesta a la
campaña que la prensa de derecha desató antes y después de la asunción de Allende, se
organizó la Primera Asamblea de Periodistas de Izquierda, que reunió en abril de 1971 a
representantes de 640 periodistas, partidos políticos y diversas organizaciones populares que,
luego de las palabras inaugurales de Salvador Allende (Allende, 1971), debatieron sobre la
ofensiva de la prensa opositora y pusieron a consideración diversas alternativas: desde la
constitución de cooperativas de medios de comunicación, la sanción de una legislación que
democratizara el acceso y la participación de los periodistas en sus lugares de trabajo y sus
organizaciones profesionales hasta las diversas variantes de control de los trabajadores de sus
medios (sobre todo a partir de que en algunos casos los periodistas habían conseguido
expresar en columnas firmadas opiniones contrapuestas a las de la línea editorial de las
empresas donde trabajaban) llegando a las propuestas de estatización lisa y llana como
transición hacia la socialización de los medios de comunicación.56

Armand Mattelart fue invitado a exponer en esta Asamblea por intermedio de Augusto
Olivares, quien fuera periodista, colaborador de Punto Final, director General de la Televisión
Nacional y asesor del presidente Allende. Su intervención, que sería luego reproducida en
forma completa y publicada en un suplemento especial de Punto Final, ya planteaba los ejes
principales de lo que serían sus interrogantes en torno a los problemas que el proceso de
transición planteaba en materia de periodismo y comunicación. Mattelart señalaba una
dificultad inicial: la comunicación de masas era el dominio donde menos habían ahondado los
estudiosos marxistas y, si bien existían estudios sobre su contenido ideológico (por empezar
sus propios trabajos), se podía comprobar “el vacío más absoluto” cuando se trataba de
indagar “y configurar los requisitos de la transformación revolucionaria de los medios de
comunicación de masas”.57 Para abordar este interrogante, el investigador belga proponía en

55
“Existe una política económica. Hay una acción de reforma agraria. Hay planes de obras públicas, de vivienda,
de salubridad. ¿Y en materia de comunicación de masas?”, se preguntaba un columnista de Punto Final
señalando la necesidad de que también las empresas periodísticas pasaran al área de propiedad social (“La sorda
voz de la izquierda”, Punto Final, Santiago de Chile, Nº 127, martes 30 de marzo de 1971. p. 12). En otro
artículo de Punto Final en el que se anunciaba la realización de la Primera Asamblea Nacional de Periodistas de
Izquierda y se instaba a que la prensa de izquierda pasara “a la ofensiva ideológica”, el cronista citaba
extensamente, para apoyar la convocatoria, un estudio sobre la “ofensiva ideológica” de El Mercurio que
Armand Mattelart había concluido poco tiempo atrás (“La izquierda debe pasar a la ofensiva ideológica”, Punto
Final, Santiago de Chile, Nº 127, martes 30 de marzo de 1971, pp. 26–27).
56
Ver la “Declaración de la Primera Asamblea Nacional de Periodistas de Izquierda”, en Punto Final, Santiago
de Chile, Nº 129, 27 de abril de 1972 pp. 9–11.
57
Es interesante observar que casi simultáneamente y sin conocimiento mutuo, en Alemania Hans Magnus
Enzensberger en Elementos para una teoría de los medios de comunicaicón (1971) también se lamentaba por la
carencia de una teoría marxista de los medios.

85
primer lugar un diagnóstico de la “ofensiva ideológica” de la prensa contra Allende y
describía luego algunos de los elementos que, a su juicio, caracterizaban la “naturaleza” de la
“actividad comunicativa de la burguesía” (Mattelart, 1971a). En esta perspectiva subyacía un
planteo radical que Armand Mattelart irá consolidando y desarrollando durante el proceso: si
se pretendía transformar y colocar la comunicación en el horizonte de la construcción de la
sociedad socialista, la interrogación sobre el carácter de la práctica comunicativa requería en
primera instancia “desnaturalizarla”, es decir, entenderla como una forma configurada
históricamente en el marco de determinadas relaciones sociales. En este sentido, en su
intervención apuntaba a las reglas de construcción de “lo noticioso” (gobernado por un
principio sensacionalista que respondía a la lógica mercantil) y, sobre todo, a la forma de
organización de la práctica periodística que, aun en las expresiones de izquierda, suponía una
escisión entre el periodista, puesto en el lugar de representante, y las masas, el sujeto de la
noticia. Desde este punto de partida pensaba las transformaciones que poco tiempo después
sintetizará con la expresión “la devolución del habla al pueblo”. Así, situado en las
coordenadas y la particularidad de la experiencia chilena, la intención de revisar desde el
marxismo las cuestiones de la cultura y la comunicación (un terreno poco explorado por esta
tradición) daría como resultado, como veremos, la elaboración de una suerte de perspectiva
heterodoxa tanto en términos políticos como en términos de análisis cultural. Pues, si bien
Mattelart se insertaba en las zonas de debate que se abrían desde la izquierda, de alguna
manera ampliaba el eje de una discusión que, en líneas generales, giraba en torno al problema
de la propiedad, el control de los medios y la apelación a mayores niveles de compromiso por
parte de los periodistas.58 Así, si bien acordaba con que uno de los objetivos de la etapa debía
ser el control de los medios por los trabajadores, sostenía que ésta no podía “constituir la meta
exclusiva de la revolución en el medio de la comunicación de masas”: no se podía resolver su
transformación imitando la lógica con que se pasaban las empresas al área de propiedad
social, pues lo que caracterizaba al medio de comunicación de masas era la posibilidad de

58
Esa línea se mantendría durante todo el proceso. Por ejemplo, en la Asamblea de Trabajadores de la
Comunicación (realizada entre el 9 y el 13 de octubre de 1972) reunida para alternativizar la reunión de la SIP
(Sociedad Interamericana de Prensa), que —no casualmente— había elegido celebrar su asamblea anual en
Santiago de Chile. En sus deliberaciones se reconocía la dificultad que implicaba para el desarrollo de la lucha
ideológica el régimen de propiedad de medios y el respeto del “estatuto de garantías” acordado entre el gobierno
y la DC, que había significado que los sectores dominantes siguieran manejando buena parte del sistema de
medios. La declaración final de la asamblea expresaba una condena a la actividad abierta de la SIP contra el
gobierno popular y, aunque se pronunciaba en favor de un cambio de régimen de propiedad, indicaba para el
“momento actual” el desarrollo de la política del “control”, a través de la formación de comités de periodistas en
cada lugar de trabajo, a la vez que llamaba a constituir una Federación de Trabajadores de la comunicación. Por
último, se indicaba la necesidad de hacer una “autocrítica”, pues los periodistas de izquierda debían estar
abiertos a “traducir” el anhelo del pueblo (Punto Final, nº 169, 24 de octubre de 1972: 30–32).

86
producir mercancías que eran, al mismo tiempo, “poder de formación de las conciencias”.
Esta especificidad hacía que el problema de los medios requiriera una interrogación
diferenciada que podría formularse de este modo: ¿cómo se expresa la estrategia de poder
popular en materia de comunicación? Al igual que en material de política cultural, en el plano
del periodismo y la comunicación, la propuesta de Mattelart se estructuraba en el principio de
que el pueblo se convirtiera paulatinamente en elaborador de sus noticias. Las “células de
información” y los “corresponsales obreros” organizados en los ámbitos laborales y militantes
—ideas tomadas de las concepciones leninistas—, serían la base para la formación de
espacios que, a partir de analizar críticamente la prensa y elaborar la propia información,
podrían contribuir a la formación de una infraestructura cultural y una forma alternativa de
organizar la comunicación. En esta línea, si bien señalaba el papel de las vanguardias político
culturales en el proceso de concientización y movilización política, Mattelart hacía un énfasis
menos instrumental que algunos de sus colegas y planteaba como problemas a abordar desde
una perspectiva de izquierda cuestiones como la vida cotidiana, el ocio, el desarrollo de una
“nueva sensibilidad” y la construcción de una infraestructura cultural alternativa.59

A medida que la Unidad Popular se fue consolidando en términos electorales e


institucionales las clases dominantes modificaron su estrategia de oposición, que pasó de la
confrontación en el marco del sistema institucional a la construcción de una estrategia
insurreccional que culminó, finalmente, en el golpe de Estado en septiembre de 1973. Esta
política exigía un intenso trabajo de preparación ideológica: la prensa se convertirá, en el
análisis de Mattelart, en un “organizador colectivo” puesto a fabricar la “línea de masas” de
las clases dominantes (Mattelart, 1974d). A pesar de algunas voces que protestaban por la
ausencia de debate sobre el tema (o su lugar marginal en relación con “otras prioridades”), lo
cierto es que para el campo de las fuerzas de izquierda el problema no pasó desapercibido;
una y otra vez se irían reconociendo las falencias en las políticas de comunicación y el
deficiente papel de la prensa en la batalla ideológica. Pero la reiteración del diagnóstico no se

59
Muy poco tiempo poco tiempo después de su intervención en la Asamblea Nacional de Periodistas de
Izquierda, Armand Mattelart profundizará y sistematizará sus planteos en un artículo publicado en los Cuadernos
de la Realidad Nacional (Mattelart, 1971c) que luego —en una versión un poco más extensa— sería reunido
junto a otros artículos de Patricio Biedma y Santiago Funes y publicado en una editorial vinculada al Partido
Socialista (Mattelart, Biedma, Funes, 1971). En Cultura y política en el laboratorio chileno he comparado la
perspectiva de Armand Mattelart y la de Patricio Biedma (sociólogo argentino y militante del MIR), que
expresaba un énfasis más instrumental en relación con el papel de la comunicación para la toma del poder del
Estado. Mattelart, si bien destacaba el papel de las vanguardias político-culturales en materia de comunicación,
hacía también énfasis en la necesidad de que, en la transición socialista, las políticas de comunicación abordaran
la cuestión del ocio, la vida cotidiana y en general la “nueva sensibilidad” que en su visión también demandaba
el proceso.

87
expresaría necesariamente en acuerdos para elaborar una política global. En cada ocasión que
la confrontación política se agudizaba y tornaba crítica para las fuerzas populares el
periodismo y las fuerzas de izquierda se volvían a encontrar con sus propias limitaciones.60
Los argumentos para explicar la situación iban desde la “debilidad ideológica” de los
periodistas, la subestimación del frente cultural que se le atribuía a alguna ortodoxia marxista
o el predominio de la derecha en el control de los medios como consecuencia de la política
gubernamental de respeto de la “libertad de expresión” y el régimen de propiedad existente.
Sin negar necesariamente estas cuestiones, todo el análisis de Armand Mattelart se
direccionaba a dar cuenta de la profundidad del problema y a indicar aspectos no abordados
desde el campo popular.61 Pues el investigador belga apuntaba a dilucidar una “racionalidad
comunicativa” —un modo de organización del conjunto de las prácticas de comunicación
surgido en el marco de determinadas relaciones sociales— cuya naturalización, aun por la
izquierda, obstaculizaba las posibilidades de transformación. Al advertir sobre cómo las
prácticas en teoría comprometidas con el proceso de cambio podían reproducir una norma
cultural que tendía obstaculizar su propia intencionalidad transformadora, Armand Mattelart
comenzaba a esbozar un modo de entender la comunicación que ponía en cuestión la noción
abstracta de “comunicación de masas”, esto es, concebía la comunicación como algo más que
un asunto de mensajes y medios: se trataba de inscribirla en un modo de organización material
de la cultura en el marco de determinadas relaciones sociales de producción.
Ahora bien, es importante señalar que los planteos de Armand Mattelart se desarrollaron
paralelamente a algunas experiencias alternativas que se desarrollaron sobre todo a partir de
1972 (en el marco de una polarización de las alternativas, profundizada por el paro patronal
de octubre de ese año) como la toma de algunos diarios opositores como La Mañana de Talca
por parte de sus trabajadores, la emergencia de la “Prensa de los cordones industriales”, o la

60
Las dificultades se observaban al más alto nivel político. Con ocasión del balance trazado a partir de la derrota
electoral de la UP en las elecciones municipales en el Sur de Chile en enero de 1972, Volodia Teitelboim,
senador por el PC y miembro de su comisión política, se refería al déficit de una estrategia global en materia de
comunicación por parte del gobierno y a los periodistas de izquierda como “francotiradores” (Punto Final, Nº
150, 1 febrero 1972: 22, 26). Según el cronista de Punto Final, la falta de una política global también se veía
reflejada en la Comisión Relacionadora de Periodistas de Izquierda que, si bien —se reconocía— había
conseguido vincular a periodistas de distintas tendencias, había descuidado la elaboración de una “estrategia que
comprometa a toda la izquierda en la batalla ideológica en forma orgánica y efectiva”. Siendo presidente de la
Confederación Unitaria de Trabajadores (CUT), Luis Figueroa, también del PC, había expresado sus críticas a la
prensa de izquierda señalando que en sus páginas sólo encontraba sensacionalismo, advirtiendo que la situación
no podía continuar de ese modo (Punto Final, nº 175, 16 de enero de 1973: 6,7).
61
En buena medida estos debates y autocríticas se reflejaron, para un público ampliado, en las páginas de Punto
Final y Chile Hoy. En esta última se publicaron dos dossier sobre el tema titulados “La prensa de izquierda.
Examen sin concesiones” (Chile Hoy, nº4, 7 al 13 de junio de 1972, y nº5, 14 al 20 de junio de 1972). El artículo
más destacado de la segunda entrega del dossier era la entrevista a Armand Mattelart y su equipo de Quimantú:
“El periodismo revolucionario está por desarrollarse”. Hablan Mattelart y su equipo” (nº5).

88
toma y puesta en funcionamiento entre octubre de 1972 y agosto de 1973 del Canal 9 de
televisión de la Universidad de Chile por parte de sus trabajadores y de organizaciones
populares, y que contribuyeron a esclarecer la cuestión y a crear condiciones para su
formulación teórica. Como no podía ser de otro modo, su alcance y desarrollo fue limitado,
dado el breve tiempo que tuvieron las iniciativas para desplegarse.62 Tiempo después Armand
Mattelart, que se había relacionado como investigador con algunas de estas experiencias,
como la prensa de los cordones industriales (Mattelart, 1974e), trazaba un balance y dejaba
constancia acerca de cómo habían dejado una huella en su perspectiva; sostenía que éstas no
debían sobrestimarse sino, en todo caso, plantearse como un “índice” que señalaba de alguna
manera las conclusiones que el proceso chileno había enseñando: “no hay posibilidades de un
nuevo aparato de comunicación más que a partir del momento en que se crean nuevas
organizaciones de masa que busquen o que encuentren nuevas formas de comunicación entre
ellas o con los otros sectores en un proceso de movilización” (Mattelart, Mattelart, 1977: 32).
Más allá de lo que puede parecer como una expresión de voluntad política, la formulación
suponía una crítica del concepto abstracto de “comunicación de masas” y, sobre todo, el
proceso de formación un análisis materialista de la cultura y la comunicación.

La polémica cultural en el debate sobre la vía chilena

El debate sobre el papel del periodismo y los medios de comunicación debe comprenderse en
relación con el debate más amplio sobre el papel de la cultura, los intelectuales y las políticas
culturales en el período de transición. Pues la elección de Salvador Allende como presidente
representó un giro en la autopercepción de escritores, cineastas y periodistas, que se vieron
interpelados o “llamados” a repensar su relación con el proceso político y su rol en tanto
intelectuales.63 Si bien se puede decir, con Manuel Garretón, que el proceso de “emergencia
de una nueva conciencia crítica entre intelectuales y artistas” (Garretón, 2005) se había
iniciado en Chile en la década del sesenta, y que allí el vínculo entre intelectuales y política
había sido tradicionalmente más estrecho que en otros países latinoamericanos, también es
indudable que el triunfo de la UP promovió ciertas redefiniciones en la representación de los

62
Lamentablemente no puedo extenderme aquí en la reconstrucción de estas experiencias. Para una primera
aproximación me permito remitir a Cultura y política en el laboratorio chileno (Zarowsky, 2009). Aun así, esta
historia está por escribirse.
63
Para consultar sobre la vivencia y la representación de los actores del proceso se pueden confrontar varios
testimonios que muestran la vivencia común de varios intelectuales de sentirse “llamados” por alguna misión
(Valdés, 1975; Guzmán, 1981; Dorfman, 1984).

89
actores respecto a su práctica y función social, que se posicionaron una serie de
agrupamientos intelectuales diversos. Los planteos reflejaban posiciones de algún modo más
corporativas (como las asociaciones profesionales de escritores y artistas que, ante la nueva
situación, esperaban mejorar las condiciones y posibilidades para los trabajadores culturales)
o más comprometidas con el proceso político general, que se debatían en la tensión (que se
daba inclusive al interior de un mismo espacio, como el taller de Escritores de la Unidad
Popular) entre la definición sartreana del intelectual comprometido —el escritor expresa en su
obra una conciencia crítica de la sociedad, pero se mantiene a distancia de los compromisos
políticos prácticos directos— y la búsqueda de una nueva orientación de carácter más
“orgánico”, como la que promovía la Asamblea Nacional de Trabajadores de la Cultura del
PC.64

En relación con las políticas culturales, si bien el “Programa Básico” con que Allende se
presentó en 1970 a las elecciones en Chile proyectaba la creación de una “Nueva Cultura”
como uno de los tres pilares hacia la transición al socialismo (junto a la creación del “Área de
Propiedad Social” en lo referente a la economía y las reformas jurídicas que darían lugar al
“Estado Popular”), lo cierto es que a pronto de iniciado el proceso, los protagonistas del
debate cultual —de diversas tendencias políticas— coincidían en señalar que se carecía de
una política impulsada desde el gobierno y las fuerzas populares que pudiera, en algunas
perspectivas, canalizar la participación de las masas y promover la creación de la “nueva
cultura” y, en otras, la creación de consensos en los sectores medios renuentes al proyecto de
cambio. La aparición en Quimantú de una revista cultural llamada La Quinta Rueda (en
referencia irónica a cómo se percibía el lugar secundario de la cultura en el proceso de
cambio) da cuenta de esta apreciación común a intelectuales de distintas tendencias. Sin
embargo, esto no significa que la discusión respecto a los contenidos y los modos en que
debían promoverse las políticas culturales haya estado ausente entre escritores, académicos y
dirigentes políticos, aun cuando desde la visión de los protagonistas se evaluaba que era
marginal en relación con otros debates. Por otra parte, si bien no puedo hacerlo aquí, sería
necesario comparar esta percepción un tanto negativa de los protagonistas —que habría que
interpretar en relación con su propia expectativa de constituirse en referencias o guías del
proceso político— con el desarrollo y alcance efectivo de las políticas culturales realmente

64
Además de los testimonios y la bibliografía historiográfica ya citada, para la reconstrucción documental sobre
los posicionamientos intelectuales ver también: Valdés, 1971; Manifiesto del Taller de Escritores de la
Universidad Católica, en Cormorán, Nº 8, Santiago de Chile, diciembre de 1970; también los documentos de la
Asamblea Nacional de trabajadores de la cultura del PC (AA.VV., 1971).

90
existentes durante el período.65 Lo cierto es que en los debates en relación con los contenidos
y las formas de las políticas culturales quedaron plasmadas —dicho de manera general y por
ende algo esquemática— en algunos casos perspectivas más afines a un paradigma
difusionista o de democratización cultural (se trataba de promover el acceso de los bienes
culturales a amplias capas de la población) aquellas más inclinadas a una perspectiva de
revolución cultural (que promovía la organización de la cultura sobre nuevos contenidos y
formas) y en otros casos aquellas que, de alguna manera, diluían la especificidad de la
práctica cultural en las tareas políticas generales, como rezaba la fórmula del PC, cuando
afirmaba que la nueva cultura debía surgir “de la tarea práctica de construir una nueva
sociedad, tarea de todos los días, para todo el pueblo” (Asamblea Nacional de Trabajadores de
la Cultura del Partido Comunista chileno, 1971).66

Desde su trabajo en diversos espacios institucionales, sobre todo en la investigación,


docencia y el asesoramiento a Quimantú, Armand Mattelart se involucró activamente en estos
debates. Sus planteos se plasmaron sobre todo en su intervención en el Simposium
Internacional “Transición al socialismo y la experiencia chilena”, publicada luego
íntegramente en Los Cuadernos de la Realidad Nacional, y también en diversos artículos en
la revista. Uno de los planteos más cuestionados por un sector del campo intelectual se
vinculaba a la concepción de Mattelart respecto al papel que los escritores debían tener en la
promoción de una nueva cultura. Mattelart señalaba el problema del equilibrio entre la
promoción de la libertad de creación individual (que en su opinión no debía soslayarse) y la
educación de las masas, la “línea de masas” que, como veremos, en consonancia con el giro
que experimentaba entonces la política cultural cubana, debía ser la fuente de medida de toda
política cultural. En este sentido Mattelart llamaba la atención sobre la necesidad de desplazar
el debate en torno a la libertad de creación del escritor y ampliar su significación, ya que en su
concepción, y redefiniendo la noción de cultura heredada, se trataba de no cercenar la política
cultural a lo “meramente” cultural, tal como se entendía en su sentido tradicional, restringido
a las producciones artísticas. Mattelart revisaba conceptualmente la separación entre cultura y
política y apuntaba, antes que a una intensificación de las prácticas especializadas, a una
‘culturalización’ total de la llamada práctica política. Así, leía la noción de “intelectual

65
Para ver esta percepción desde los protagonistas de la polémica cultural sobre la ausencia de políticas
culturales, ver Garretón, 1975; Valdéz, 1975. El balance de las políticas realmente existentes es una zona de
investigación que recientemente empieza a ser abordada por la historiografía. Al contrario que la percepción
situada de los protagonistas, César Albornoz encuentra que la cultura fue una de las prioridades del gobierno de
la Unidad Popular (Albornoz, 2005). En esta línea, ver también Bowen Silva, (2008) y el trabajo de Bergot
(2005), sobre Quimantú.
66
Sobre los paradigmas políticos de la acción cultural ver Canclini, 1987.

91
colectivo” de Gramsci (Mattelart, 1971d: 84) y, en esta línea apuntaba contra la idea del papel
del escritor “como conciencia crítica epifenómica de la nación”, señalando la necesidad de
confrontar su expresión particular “con los otros depositarios de la conciencia crítica: las
masas”. Como veremos, esta era una de las definiciones que seguía parte del campo
intelectual latinoamericano a partir del giro de la política cultural cubana y las conclusiones
de su Primer Congreso de Educación y Cultura de 1971. En este aspecto, a pesar de otras
diferencias profundas, las posiciones de Armand Mattelart coincidían con las de Carlos
Maldonado (referente cultural del Partido Comunista y director de la sección cultural de El
Siglo, su periódico masivo) cuando criticaba al Manifiesto del Taller de Escritores porque
postulaba al intelectual “como la única conciencia crítica de la sociedad; lo cual significa un
rol de vanguardia para este sector en el proceso cultural” (Maldonado, 1972). Maldonado
estaba reivindicando, implícitamente, el rol de vanguardia del proceso para el partido.
En el mismo sentido, para Mattelart el problema cultural no debía plantearse en relación
con la regimentación de tal o cual contenido o la limitación de la libertad de creación del
escritor sino en relación con la pregunta por la dirección de clase de la política cultural que,
señalaba, debía corresponder (aunque le criticaba a un sector de la izquierda la “verticalidad
que suele guiar la actividad partidista con las masas”) al partido político. A partir de allí se
trataba de definir la ubicación que les cabía a los que hasta ese momento habían sido “los
privilegiados de la técnica y de la cultura en el proceso de revolución cultural” (Mattelart,
1971d). La propuesta de Mattelart se apoyaba en el análisis histórico de la ubicación de los
sectores sociales en procesos revolucionarios. Había que evitar, señalaba —retomando el
debate de Trotsky con las vanguardias estéticas y el formalismo— que los sectores de la
pequeña burguesía partidarios de la revolución promovieran su norma artística, su interés
particular (“libertad de expresión”, “creación y experimentación”) como interés general,
amparados en la idea de ser la “conciencia crítica de la nación”; se trataba, por el contrario, de
“poner en tela de juicio su status de intelectual, de artista, de intérprete exclusivo del
significado del mundo”. Este planteo no significaba en absoluto para el autor una idea
antiintelectualista.67 Al contrario, Mattelart era crítico de la idea de proletarización de los
intelectuales, si se entendía como proletarización a secas, en sus palabras, como “la práctica
de la pala” (Mattelart refería a las actividades en las que solían participar muchos
universitarios e intelectuales) e insistía, siguiendo las tesis leninistas, en el papel fundamental
de la teoría en el desarrollo del movimiento revolucionario. Lo que estaba en juego, antes que

67
Ver en este sentido las observaciones al respecto en el capítulo 1, en especial en relación con Gilman (2003) y
Varela (2010).

92
la desaparición de los intelectuales, era más bien la redefinición de su relación con las masas,
donde, “de detentores exclusivos del sentido”, debían transformarse, para Mattelart, “en
monitores del sentido”, a partir de un doble movimiento: proletarización de los monopolistas
del saber, e intelectualización del proletariado” (Mattelart, 1971d: 90-91).
Este planteo iba a ser bastante discutido por muchos de quienes habían firmado el
Manifiesto del Taller de Escritores de la UP. Enrique Lihn, por ejemplo, dedicó una extensa
parte de su ensayo “Política y cultura en una etapa de transición al socialismo” (Lihn, 1996
[1971]) a polemizar con la posición de Armand Mattelart expresada en Comunicación masiva
y revolución socialista (Mattelart, Biedma, Funes, 1971). En su polémica, el escritor chileno
hacía observaciones sobre el estilo y el tipo de lenguaje utilizado por Mattelart, al que
adjudicaba un exceso de racionalismo —que explicaba por su condición de europeo— y lo
acusaba de desconocer “la concreción referida al país del que se habla”, lo que, leído en el
contexto de su argumentación —donde se le contraponía un estilo de pensamiento
latinoamericano, más proclive a las “imágenes”— suponía observarle su condición de
extranjero. Por supuesto esta polémica implicaba los contenidos de la propuesta de Mattelart,
ya que éste se refería al papel de la pequeña burguesía en el proceso cultural. Para Lihn los
escritores debían proceder “bajo las órdenes de Mattelart a morir como tales” o, más
categóricamente, afirmaba que el “frente cultural” que proponía el belga era “una suerte de
vanguardia de suicidas”. En contraposición, Lihn recuperaba los términos del Manifiesto del
Taller de Escritores que preveía la coexistencia de un trabajo político ideológico con la obra
de creación individual, sin descartar la popularización de la literatura clásica universal.
Lo que se disputaba, como decíamos, era la línea y la “dirección” de ese proceso
cultural. Meses después Armand Mattelart retomaría la polémica aclarando que lo que en su
perspectiva debía “suicidarse” no eran los escritores como tales, sino la posición de clase
pequeño burguesa. Esto no suponía otra cosa que una crítica al gradualismo: el primer
momento de la revolución debía ser inspirado por el último, pues la meta “desprejuiciada de
las posibilidades inventivas y creadoras del proletariado debía inspirar el momento inicial”
(Mattelart, Mattelart, 1972). En otras palabras, una vez más se sostenía que el principio rector
de la política cultural debía ser la “línea de masas”.
La polémica cultural, más allá de sus contenidos específicos, ponía de manifiesto, por un
lado, ciertas disputas en torno a las posiciones legítimas en el campo intelectual entre
“escritores” y “cientistas sociales” (la consolidación de las ciencias sociales y su apuesta a
intervenir en la dirección de los asuntos públicos desde un saber especializado implicaba la
existencia de un espacio emergente que disputaba a los escritores su lugar tradicional de

93
legitimidad en tanto intelectuales), divergencias en torno a la estrategia de la vía chilena
(entre los partidarios de la vía democrática y los del poder popular) y, por último, ciertas
tensiones generadas entre las vanguardias culturales y las vanguardias políticas por la
dirección del proceso en curso.68
Debe notarse que la polémica cultural en Chile amplificaba y extendía la conmoción
producida en el mundo intelectual latinoamericano a partir del giro que experimentó la
política cultural cubana hacia fines de la década del sesenta que, como señala Carlos
Mangone, “espectacularizó” una problemática tradicional en los debates culturales de la
izquierda: “la relación entre vanguardias políticas y vanguardias artísticas” (Mangone, 1997:
187-205).69 Las discusiones políticas de la Isla se extendieron y tornaron una problemática
general para el continente, generando recortes y solidaridades específicas, convirtiendo a
Cuba, señala Claudia Gilman, en una “nueva paideia para los intelectuales latinoamericanos”
(2003). Si, sobre todo a partir del “caso Padilla” y las palabras de Fidel Castro en el Primer
Congreso Nacional de Educación y Cultura (Castro, 1971), en buena parte del continente los
debates políticos culturales tuvieron como referencia lo que ocurría en la Isla, en una suerte de
latinoamericanización del nuevo contexto cubano (Gilman, 2003: 243), en Chile —donde se
discutía la posibilidad de una vía democrática de transición al socialismo— el debate y la
tensión en torno al vínculo entre cultura y política que espectacularizaba el caso cubano
cobraba una dimensión especial y se anclaba en unas coordenadas específicas.70

68
Casi con las mismas palabras que Lihn, Hernán Valdés le reprochaba a Mattelart algunos años después del
golpe pensar que los escritores “pequeño burgueses” “debíamos suicidarnos para que fuera posible ‘devolverle el
habla al pueblo’” ya que no entendía “o no quería entender que muchas veces se la habían dado”. Según el
escritor, Mattelart no había llegado a instrumentar su exigencia ya que “como buen teórico, habla de un pueblo
abstracto” y caía “en el idealismo de suponer que en Chile alguna vez el pueblo tuvo ‘un habla’”. “Su
formulación pasaba por alto la realidad chilena” (Valdés, 1975: 17-20). Entiendo que la repetición de este tipo de
cuestionamientos a Mattelart en tanto teórico — da cuenta de cierta tensión entre los escritores y los cientistas
sociales por los estilos de la práctica intelectual y en ese sentido por la definición de las posiciones legítimas.
69
Si bien no puedo extenderme aquí en esta cuestión, conviene decir que hasta 1968 en el debate cultural cubano
se mantuvo un equilibrio entre las posiciones que planteaban cierta autonomía del trabajo intelectual y la práctica
artística y quienes promovían la subordinación de todo trabajo intelectual a las necesidades de la revolución y,
por ende, a la vanguardia política como dirección. Pero en el contexto de los acontecimientos políticos locales e
internacionales, a partir de 1968 la balanza y la relación de fuerzas comenzó a inclinarse hacia las posiciones de
éstos últimos. Hacia 1971 se terminaba de saldar la tensión, luego del caso Padilla y la realización a fines de
abril del Primer Congreso Nacional de Educación y Cultura, que cerró Fidel Castro con un discurso pronunciado
el 1 de mayo donde explicitaba el nuevo rumbo en la política cultural cubana. Dado que Cuba se había
convertido en la referencia de la discusión política y cultural de la intelectualidad de izquierda, estos dos sucesos
obligaron a intelectuales y escritores de todo el continente a posicionarse (Mangone, 1997; Gilman, 2003).
70
Menciono sólo algunos ecos del debate. Lisandro Otero, consejero cultural de la embajada cubana en Chile
exponía en junio de 1971 en la revista chilena Mensaje la nueva orientación cultural de la revolución, criticando
—casi en los mismos términos que Fidel Castro— la existencia de “castas autoelegidas” que, “a la vera del
camino” se adjudicaban el monopolio de la interpretación de los hechos colectivos, por oposición a los que
“sudan y trabajan” (en Lihn, 1996 [1971]: 452). En el mismo sentido, un grupo de escritores (entre otros
Federico Schopf, Carlos Maldonado, Antonio Skarmeta, Bernardo Subercaseaux) firmaban la “Declaración
Chilena” que apoyaba el giro de la política cultural cubana y se expresaba contra los críticos de lo actuado en el

94
No es arriesgado suponer que Armand Mattelart, quien hacía muy poco tiempo se había
volcado a la pregunta sobre el papel de la cultura en un proceso revolucionario, estuviera
fuertemente impactado por las conclusiones del Congreso de Cultura y Educación en Cuba, y
sobre todo, por las palabras de cierre de Fidel Castro pronunciadas el primero de mayo de
1971. Es así que en su intervención en el “Simposium en torno a la transición al socialismo”
organizado por el CEREN en octubre de 1971, evaluaba que el giro cubano a partir del
Congreso expresaba “un proceso de maduración” que se había ido gestando en Cuba en los
años previos (Mattelart, 1971d: 95). Frente a la coexistencia de dos proyectos en el proceso
revolucionario, el giro expresaba, según Mattelart, la política de “masificación de la creación
cultural” y “la urgencia de movilizar a las masas” alrededor de esta tarea, en ruptura con la
concepción implícita del intelectual como “hechicero del saber moderno”. En este sentido, el
investigador belga evaluaba que la línea de acción surgida del congreso “podría constituirse”
en el punto de partida para “un proceso de revolución cultural auténtico”, en el único camino
que le cabía a una genuina democracia cultural: generar una nueva institucionalidad que le
entregara al pueblo “el poder de decisión y generación de su cultura”. Poco tiempo después, a
inicios de 1972, Armand y Michèle Mattelart evaluaban que el Congreso había internalizado
muy bien la “imperiosa necesidad de redefinir la ciencia y la cultura, a partir de la práctica de
las masas y de un nuevo concepto de hombre que maneja el saber, de profundizar la línea de
masas” (Mattelart, Mattelart, 1972: 127).

Varios de los protagonistas de la discusión cultural en Chile entendían que, en el fondo,


era difícil separar las posiciones sobre Cuba de las perspectivas en torno a la transición en
Chile. Armand Mattelart, cercano al MIR aunque no militara orgánicamente en él, expresaba
sin ambigüedad su adscripción a la estrategia del poder popular. En este sentido, afirmaba en
enero de 1972 que la crítica al proceso revolucionario cubano en nombre de la libertad
individual y el antiestalinismo era paralela a la “falsa interpretación de la vía chilena, que
encierra la posibilidad de captar y de conquistar a la pequeña burguesía a la causa
revolucionaria”, y asociaba las críticas a las definiciones del Congreso de Educación y
Cultura cubano como parte de las defensas de la pequeña burguesía a ceder su “estatuto de

caso Padilla, manifestando que no eran tiempo de “posiciones intermedias” (Ahora, Nº8, Santiago de Chile,
junio de 1971). Desde la vereda opuesta, otros escritores chilenos hacían lo propio firmando la Carta de los 61,
donde se juzgaba como un proceso de “estalinización” el giro de la política cubana.

95
intérprete o representante” de los fenómenos y la práctica cultural (Mattelart, Mattelart, 1972:
122).71

Para leer al Pato Donald: de su contexto de emergencia a la historia del mito

Un apartado aparte merece que le dedique a la reconstrucción de las condiciones de


emergencia del —a esta altura mítico— Para leer al Pato Donald. Pues, si por un lado, me
permitirá profundizar la reconstrucción del debate sobre la cuestión de la comunicación y la
cultura en la transición socialista y la participación de Armand Mattelart en éste, por otro, me
permitirá poner de relieve uno de los núcleos polémicos de esta tesis en relación a los
balances de la comunicología latinoamericana respecto al itinerario intelectual de Armand
Mattelart (ver capítulo 1). Pues si bien el libro de Armand Mattelart y Ariel Dorfman marcó
con su impronta el proceso de emergencia de los estudios en comunicación en América Latina
y, tal vez, también el de la historia cultural del continente, asimismo, con el correr de los años,
también se transformó en una extraordinaria fuente de malentendidos para la memoria de los
estudios en comunicación. Es que, más allá de algunas referencias generales a su inscripción
en el contexto del proceso político cultural abierto con la elección de Salvador Allende, el
libro fue leído sin atender las condiciones particulares de producción que le dieron origen y
explican su significación. De allí que Para leer al Pato Donald ocupara el lugar de ícono de
una época y de un momento del campo que, o bien se recordó con la nostalgia con la que se
evoca con simpatía las buenas —pero ingenuas— intenciones juveniles, o bien se ofreció
como el ejemplo emblemático del “ideologismo” o el “antiintelectualismo” que —en
desmedro de la cientificidad, la autonomía de la investigación o la reflexivilidad característica
de la disciplina semiológica— habría caracterizado los estudios en comunicación en los años

71
Enrique Lihn, quien polemizaba fuertemente con Mattelart, también explicitaba que, más allá de los debates
teóricos y programáticos, la discusión de fondo en el debate local giraba en torno a la cuestión de la mentada vía
chilena al socialismo. Lihn caracterizaba en 1971 que el cambio en Cuba suponía una política de ruptura del
“Frente único” en materia cultural, frente que hasta ese momento había permitido ciertos niveles de autonomía y
pluralidad ideológica en el marco de una política de alianzas con sectores intelectuales tradicionalmente
provenientes de la pequeña burguesía. Si bien la posición de Lihn respecto a la isla no tenía matices: se declaraba
a favor de la revolución cubana, sostenía que, mientras que en la situación de Cuba era explicable y
comprensible que el ejército se convirtiera en la vanguardia ideológica del pueblo, subordinando la práctica
intelectual y su autonomía, era necesario “encontrar un camino de Chile para Chile” (Lihn, 1996 [1971]: 452).
Políticamente, advertía el escritor, la vía chilena implicaba precisamente la unidad del “Frente Único” y, en
materia cultural, la necesidad de que la pequeña burguesía intelectual participara en un programa socialista
democrático que permitiera ganar el consenso de los sectores medios. En este sentido, al contrario que Mattelart,
sostenía que nada justificaba en Chile el quiebre del Frente Único.

96
setenta.72 Lo paradójico es que, un libro que se proponía desmitificar la historieta más
popular de Disney devino, a partir de ciertas interpretaciones textualistas y ahistóricas, en un
nuevo mito. En el éxito y la difusión de este libro deben buscarse algunas de las razones para
explicar ciertos “malentendidos”, como he señalado en el primer capítulo de esta tesis, que
atraviesan las lecturas del itinerario y la obra de Armand Mattelart en los estudios en
comunicación en el continente. Creo pertinente, entonces, situar la emergencia de Para leer al
Pato Donald en relación con el debate cultural en Chile y, en especial, en relación con la
existencia en Santiago de una serie de espacios sociales de entrecruzamientos múltiples —
entre la enseñanza universitaria, la investigación científica y la militancia política y cultural—
donde, como vengo señalando, se ensayaron formas novedosas de producción de
conocimiento científico e intervención intelectual. El trabajo desarrollado por Armand
Mattelart en estos espacios, en el Centro de Estudios de la Realidad Nacional de la
Universidad Católica, y en particular en la Editora Nacional Quimantú, objeto y escenario de
buena parte del debate sobre la política cultural, explica en buena medida las condiciones que
dieron nacimiento al libro.
Pues cuando en diciembre de 1971 Para leer al Pato Donald fue publicado por
Ediciones Universitarias de la Universidad Católica de Valparaíso, se enmarcaba —de allí su
excepcionalidad— en la trama de relaciones que se tejían entre la Universidad, la intervención
cultural y la aspiración de los autores de dirigirse a públicos más amplios que los
estrictamente académicos. Dorfman y Mattelart expresaban su intención de incluir a la ciencia
como uno de los términos a analizar en su trabajo, no para negar su racionalidad o su ser
especifico sino para reformular sus condiciones (como también ocurría al interior del
CEREN), planteándose la intención de “hacer la comunicación más eficaz” con el lector, pues
entendían que la labor crítica suponía también una “autocrítica del modo en que se piensa
comunicar sus resultados”. De allí que afirmaban que el lenguaje que utilizaban intentaba
“quebrar la falsa solemnidad con que la ciencia por lo general encierra su propio quehacer”.
Esta intención —en la que resuenan las orientaciones que había sugerido a principios de 1971

72
La bibliografía crítica sobre Para leer al Pato Donald en Argentina es extensa. Desde la semiótica, se puede
consultar Wajsman (1974), Verón (1974) y los más recientes trabajos de Berone (2007, 2009). Desde la historia
cultural, ver Vazquez (2010). Como he señalado en el capítulo 1 de esta tesis, una revisión reciente del papel de
Armand Mattelart en la historia intelectual del continente, más específicamente en torno a la relación entre los
intelectuales y los medios masivos, encuentra en Para leer al Pato Donald y la figura de Armand Mattelart una
clara expresión de posiciones “antiintelectualistas” (Varela, 2010: 780).

97
Fidel Castro en ocasión del Primer Congreso de Educación y Cultura cubano— convergía con
la propuesta de los talleres que se desarrollaban al interior de Quimantú.73
Pero por otra parte el libro se enmarcaba en una disputa político cultural muy precisa. La
estatización de la editorial Zig Zag a principios de 1971 había encendido la alarma en los
órganos de opinión de los sectores dominantes que, preocupados por los posibles efectos que
las publicaciones de Quimantú podrían ejercer en niños y jóvenes, se dedicaron a cuestionar
primero la estatización gubernamental y luego su política editorial. Teniendo en cuenta este
escenario, llama la atención lo poco que han sido considerados por los críticos y
comentadores del libro los procedimientos intertextuales —más en la línea de la novela
moderna que en la de los tratados científicos— con los que Para leer al Pato Donald
integraba el discurso periodístico de sus adversarios y definía a sus interlocutores. No sólo
porque en el parágrafo “Instrucciones para ser expulsados del Club de Disneylandia” los
autores anticipaban las posibles críticas al libro por parte de la prensa opositora, sino sobre
todo porque a lo largo de todo el cuerpo del trabajo incorporaban para polemizar fragmentos
de los artículos periodísticos con los que la prensa liberal intentaba deslegitimar la política
editorial de Quimantú.74 Como es evidente, estos artículos (en varios de ellos se atacaba
explícitamente a muchos de los intelectuales y cientistas sociales que trabajaban en la
editorial), habían sido publicados antes de la aparición del libro. La prensa de derecha era
entonces uno de sus primeros interlocutores en la búsqueda de una legitimidad para los
emprendimientos de Quimantú.

73
Con la cautela que es necesario mantener frente a toda visión retrospectiva por parte de los actores
involucrados, es significativo anotar el relato que hace Armand Mattelart sobre la génesis de Para leer al Pato
Donald en una entrevista: “Entonces, los obreros vinieron a buscarnos diciendo: es muy curioso, seguimos
imprimiendo revistas que nos dan cachetazos; nos interesaría saber qué hay detrás de todo esto’. Y nos pusimos a
trabajar con ellos. Habíamos comenzado a hacer talleres —y no solamente sobre Walt Disney— que intentaban
propiciar una reflexión sobre estos productos que estaban, en definitiva, contra ellos [...] Nuestra primera
preocupación no fue sacar un libro sino discutir con ellos en talleres en torno a las muchas preguntas que se
hacían sobre este tipo de productos culturales” (Mattelart, 1996).
74
Así, citaban fragmentos del diario La segunda (20 de julio de 1971) que a raíz de la aparición de la primera
revista infantil de Quimantú anticipaba irónicamente que “Walt Dismey sería proscripto en Chile” y que “los
expertos en concientización habían llegado a la conclusión de que los niños chilenos no podían pensar, ni sentir,
ni amar, ni sufrir a través de los animales” (Dorfman y Mattelart, 1972: 12; subrayado MZ). En la misma línea,
citaban un extenso fragmento de una nota de opinión de El Mercurio (13 agosto de 1971) que, bajo el título de
“Voz de alerta a los padres”, llamaba la atención sobre los peligrosos objetivos que perseguía el Gobierno de la
Unidad Popular que pretendía “crear una nueva mentalidad en las generaciones juveniles”. El artículo emprendía
directamente contra los proyectos de Quimantú y los “seudo sociólogos” que, con su “lenguaje enrevesado”
colaboraban como “personal extranjero” al servicio de una empresa del Estado que buscaba, mediante
“procedimientos marxistas” el “adoctrinamiento ideológico” de los niños y jóvenes a través de las revistas
infantiles (p. 80). Por último, los autores remitían en el cuerpo del texto fragmentos de otro artículo de El
Mercurio que, en septiembre de 1971 denunciaba la aparición en Quimantú de una revista juvenil, señalando
que “[p]or desgracia, el cultivo de la inmoralidad se realiza en medios de información que pertenecen al
Gobierno” (p. 159).

98
Pero a su salida, también Para leer al Pato Donald desataría la polémica en el propio
seno de la izquierda, poniendo de manifiesto las tensiones que atravesaban el frente popular.
Las objeciones al libro desde algunos de los sectores progresistas formaban parte del debate
sobre el papel de la cultura y la vida cotidiana en el proceso de cambio y, más
específicamente, sobre la política editorial de Quimantú. En abril de 1972 Carlos Maldonado,
referente cultural del Partido Comunista chileno, publicaba un artículo en los Cuadernos de la
Realidad Nacional donde objetaba, como reverso de cierta tendencia a la subestimación del
factor cultural (que también criticaba) un elemento “altamente paralizante” que era la
“desesperación en que caen sectores de la izquierda nada despreciables” que “gimotean por la
falta de una política cultural”. Estos sectores intelectuales, según Maldonado, “atentan contra
el proceso cultural”, aunque “aparecen como sus mejores espadachines” pues visualizan “la
revolución cultural como un acto voluntarista, entendiendo el mundo de la conciencia sólo en
cuanto a su autonomía”; de allí, continúa, que traten de “dotar de un poder que no tienen (y
nunca alcanzarán) a los factores semánticos, los slogans publicitarios, los personajes de
historietas o telenovelas (...)”. Maldonado subrayaba la “estrecha” relación entre “base” y
“superestructura” para hacer hincapié en la heteronomía de lo cultural, concluyendo que no
podía “entenderse la aparición de rasgos que anuncien una nueva cultura, sin estar asentados
en la aparición de un nuevo tipo de relaciones sociales.” (Maldonado, 1972). La referencia de
Maldonado a algunas de las experiencias de Quimantú y sobre todo al libro de Dorfman y
Mattelart, Para leer al Pato Donald, era directa. En la misma línea, el escritor comunista
Bernardo Subercaseaux escribía en el suplemento cultural de El Siglo (periódico de masas del
PC) un extenso artículo polemizando con los autores. Si bien reconocía aspectos positivos,
pues “indudablemente convencían” de que el mundo de Disney “no es un mundo inocente”,
observaba que Dorfman y Mattelart caían en el error de suponer que el Pato Donald era
responsable del triunfo o el fracaso de la revolución en Chile; los acusaba de “idealismo”, de
concebir la lucha de clases exclusivamente como lucha ideológica y de ser ajenos tanto a la
clase obrera como a la realidad chilena (Subercaseaux, 1972). Subercaseaux planteaba sus
diferencias en relación con la estrategia de combate ideológico y cultural que adjudicaba a los
autores y, en parte, a la editorial Quimantú. Así cuestionaba algunas de las publicaciones de la
editora estatal como las revistas Onda, Cabrochico, y Mayoría. En lugar de hacer una lectura
ideológica de las revistas o proponer a los padres que no lean las historietas a sus niños, se
preguntaba por qué no promover los trabajos voluntarios o la participación de los padres en
los problemas educacionales. Subercaseaux proponía una estrategia cultural donde el combate

99
ideológico debía enmarcarse “en una situación histórico concreta junto al combate político y
económico”.75
Como era de prever, Armand Mattelart se hará eco del debate. Sus respuestas ponen de
relieve la singularidad de su perspectiva en relación con el estado de la discusión al interior de
la tradición marxista, al llamar la atención sobre la necesidad de asumir como problema para
una perspectiva socialista la cuestión de la vida cotidiana (indudablemente un problema ya
planteado por León Trotsky en sus escritos sobre la vida cotidiana76) y, en ese sentido, su
relación con la cultura de masas. En un artículo escrito junto a Michèle Mattelart en 1972,
rescatarían de la experiencia de Quimantú lo que entendían era la posibilidad de plantear en
términos novedosos ciertos tópicos no muy habituales en la cultura de izquierda. En respuesta
a las críticas, sostenían que la interrogación que se había emprendido en Quimantú sobre los
géneros, representaba uno de los intentos más interesantes “y uno de los únicos en regímenes
que emprenden un proceso de transición al socialismo”, de hacerse cargo de la complejidad de
los mecanismos de la cultura de masas. Este sería, afirmaban, el único camino para asegurar
que, en un momento de transición, “el ocio no esté puesto entre paréntesis durante largo
lapso”, pues, si se pretendían suprimir por decreto los deseos de entretenimiento surgiría
luego con más fuerza la presión por satisfacerlos. La izquierda debía tomar como problema
propio la cultura cotidiana, indicaban, y esto no se resolvía “con temas dictados en los
manuales”, pues debía implicarse también una nueva sensibilidad. Si el problema no se
abordaba, éste se dejaba en manos de una industria cultural que, señalaban los Mattelart, a esa
altura del proceso, había politizado y movilizado sus “frentes populares” contra el gobierno de
Allende apoyándose en una cultura cotidiana que ella misma había consolidado desde largo
tiempo atrás (Mattelart, Mattelart, 1972: 109, 115).
Para buena parte de los participantes del debate cultural la esencia del problema podía
remitirse al modo en que debía comprenderse la relación entre las tan mentadas instancias de
la “base” y la “superestructura”. Así lo expresa Héctor Schmucler, quien interviene en el
debate en 1972, como editor y prologuista de la edición argentina de Siglo XXI de Para leer
al Pato Donald. Es interesante confrontar su análisis con el de Maldonado y Subercaseaux. Si
bien coincidían en el planteo de pensar la relación “estructura–superestructura” como una
totalidad, el argentino extraía conclusiones opuestas a las de Maldonado en relación con la

75
Probablemente fueran estas divergencias con la política cultural del PC las razones que explican que Para leer
al Pato Donald no hubiera encontrado consenso para ser publicado en la editorial estatal, donde naturalmente en
primera instancia, relata Mattelart, él y Dorfman habían ofrecido el manuscrito (Beigel, en prensa).
76
Es interesante observar la relevancia que retrospectivamente Armand Mattelart le da a su contacto con la
edición de los Cuadernos Pasado y Presente del libro de León Trotsky, El nuevo curso. Problemas de la vida
cotidiana, (1971) (Beigel, en prensa, Mattelart, entrevista concedida al autor, 2007).

100
necesidad de emprender la crítica ideológica de los mensajes de la cultura de masas. En el
proceso chileno, escribía,

se volvía a comprobar que la relación estructura/superestructura mantiene un vínculo


bastante más estrecho que el vulgarizado por un pensamiento que, aunque se quiere
revolucionario, repite los gestos de un positivismo rigurosamente mecanicista. En la
llamada estructura se subsume, en realidad, la totalidad de las relaciones sociales. Es uno
solo, por lo tanto, el momento de cambio (...). La ideología, pues, no se ofrece como un
terreno epifenómico donde ‘también’ (pero más tarde) debe librarse una batalla, según lo
afirma una izquierda mostrenca y desanimada. La revolución debe concebirse como un
proyecto total aunque la propiedad de una empresa pueda cambiar de manos bruscamente
[entiendo que hace referencia al área de propiedad social impulsada por el gobierno de
la UP, MZ] y lo imaginario colectivo requiera un largo proceso de transformación. Si
desde el primer acto el poder no se postula como cambio ideológico, las buenas
intenciones de hacer la revolución concluirán inevitablemente en una farsa (Schmucler,
1972: 3-5).77

En la interpretación “correcta” del vínculo “base” “superestructura” parecía esconderse las


claves que resolverían el dilema cultural. Y si en apariencia todos los contendientes acordaban
en criticar el llamado “mecanicismo”, las diferencias sin embargo aparecían en relación con el
énfasis que se pusiera en alguno de los dos polos de la relación y, sobre todo, con la
interpretación de las tareas políticas que de esta comprensión se derivaban. Así lo entendía
Armand Mattelart cuando evaluaba que si bien todos podían sonreír frente al mecanicismo y
reconocer la complejidad de los mecanismos que articulaban la relación entre “base” y
“superestructura”, los problemas surgían cuando se quería precisar el sentido y las
orientaciones prácticas que surgían de la caracterización de dicha interrelación (Mattelart,
1971d). El autor belga advertía allí las posiciones mecanicistas que le adjudicaba a la línea
cultural del Partido Comunista, que entre otros expresaba Carlos Maldonado. En relación con
este debate, siguiendo las premisas de los teóricos estructuralistas y de algunos escritos
marxianos, Armand Mattelart era uno de los pocos autores que, más allá de la tan mentada
“interrelación dialéctica” entre las instancias, planteaba que la “superestructura” podía tener
cierta autonomía respecto a la “base” y, en ese sentido, o bien preparar las condiciones para
los cambios o bien frenar su desarrollo. Esta idea, que ya estaba planteada en La ideología de
la dominación en una sociedad dependiente, tenía consecuencias prácticas de importancia,
puesto que habilitaba la posibilidad de que la práctica comunicativa o cultural anticipara el
proceso de cambio y preparara los cambios “en la base”. De cualquier manera, no habría que
entender que el movimiento iba de la posición teórica a la toma de posición política. Mattelart

77
En Cultura y política en el laboratorio chileno me he referido a la posición de Héctor Schmucler en los
debates políticos y más puntualmente a su posición en el campo intelectual argentino hacia inicios de los años
setenta (Zarowsky, 2009).

101
explicitaba que los acentos puestos en el debate teórico en torno a la relación “base”-
“superestructura” mucho le debían a la discusión sobre la estrategia política y el carácter de la
vía chilena. Afirmaba que estas discusiones encontraban ineludiblemente su punto de
aterrizaje concreto en el hecho de la movilización de las masas y en el ritmo que había que
darle a este proceso de participación directa. Así, tiempo después, en el prólogo escrito en
1973 a La comunicación masiva en el proceso de liberación, ubicaba esta discusión en el
debate sobre el poder popular y la vía chilena, cuando afirmaba que “tronchar y postergar la
cuestión de la lucha ideológica, en nombre de la prioridad de la construcción del poder
material, significa en la realidad relegar a un segundo plano el papel de las masas organizadas
en la consolidación del poder desde su práctica diaria de la lucha de clases” (Mattelart, 1973:
13).
Como se puede observar, el desarrollo del proceso político general y los debates y
balances que tuvieron lugar en Quimantú en particular, implicaron ciertos desplazamientos en
las posiciones de Mattelart. Si en un primer momento había formulado la pregunta por la
posibilidad de manejarse transitoriamente entre los polos que representaban la lógica
mercantil y el proyecto de construcción de una nueva cultura, pronto observará junto a
Michèle Mattelart que en su visión éstos se tornaban dos proyectos diferentes e
irreconciliables.
Retomo entonces las consideraciones sobre las interpretaciones de Para leer al Pato
Donald. Entiendo que sólo si se lo analiza en sus condiciones de emergencia y circulación —
análisis al que pretende contribuir en esta tesis— puede aprehenderse en su justa medida su
implicancia y significación, pues, como el propio libro advierte en varios pasajes, la
preocupación de Dorfman y Mattelart se vinculaba más al proceso de elaboración de políticas
culturales y la discusión sobre su legitimidad que a la reflexión metodológica para el análisis
de los discursos de la industria cultural o del efecto de los medios en las audiencias. La
disputa se enmarcaba en la lucha por el control y perfil de una industria editorial de
entretenimiento altamente extendida en Chile y, más en general, en el debate al interior de la
izquierda en torno a las políticas culturales en el proceso de la vía chilena.
Como no podía ser de otro modo, la difusión internacional de Para leer al Pato Donald
iba a implicar que, como sostiene Pierre Bourdieu respecto a la circulación internacional de
las ideas, el texto circulara “sin su contexto”, es decir, sin importar con él el campo de
producción del cual era producto (Bourdieu, 1999 [1990]). El hecho de que los receptores,
estando ellos mismo insertos en un campo de producción diferente, lo reinterpretaran en cada
oportunidad en función de la estructura del campo de recepción, no puede ser sino, como

102
afirma Bourdieu, “generador de formidables malentendidos”. Y esta afirmación es pertinente
tanto para sus lecturas de entonces como para las lecturas posteriores donde la distancia
temporal cumplió el mismo efecto descontextualizador que el de su circulación internacional.
En este sentido, entiendo que si ha sido un error buscar en Para leer al Pato Donald la
pretensión de establecer conclusiones teóricas o metodológicas generalizables y trasladables a
otras situaciones o prácticas, ese “malentendido” puede ser un núcleo productivo para leer la
historia del campo de los estudios en comunicación latinoamericanos, esto es, de sus
desplazamientos y de la constitución de una tradición selectiva que marca sus balances.

Partidos, formaciones culturales y redes intelectuales de carácter internacional

Si Armand Mattelart se formó desde su llegada a Chile en un ambiente académico marcado en


buena medida por el internacionalismo, resta finalmente reconstruir cómo su participación en
el proceso político chileno le permitió establecer una red de vínculos locales e internacionales
que contribuirá a forjar de manera definitiva su horizonte de producción y su perfil intelectual
marcado por el cosmopolitismo. Dar cuenta de estas relaciones me permitirá además
demostrar cómo las dinámicas político-culturales explican parte de su legitimación y su
proyección como referente en los estudios en comunicación a escala latinoamericana.
Pues la “conexión Santiago”, por usar una fórmula propuesta por Fernanda Beigel
(Beigel, en prensa)78 para dar cuenta de los vínculos y redes académicas que se tejieron en
Santiago de Chile durante la década del sesenta y los primeros años de la década del setenta,
le permitió a Armand Mattelart establecer, entre otras, relaciones con partidos políticos como
el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), con formaciones culturales como la que
expresaba un grupo de intelectuales argentinos “gramscianos” (con uno de cuyos referentes,
Héctor Schmucler, Mattelart cofundaría Comunicación y Cultura), con instituciones culturales

78
En efecto, se ha estudiado y ya me he referido al exitoso proceso de institucionalización de las ciencias
sociales que se desarrolló en el país andino desde los años cincuenta. La estabilidad política que ofrecía Chile
para muchos académicos exiliados latinoamericanos, la proyección internacional de sus universidades y
departamentos en ciencias sociales (que buscaban a través del intercambio internacional caminos hacia su
institucionalización y “modernización”) y la atracción geopolítica que representaba Chile para el establecimiento
de fundaciones y centros de investigación promovidos desde el exterior, hicieron de su campo académico un
espacio de referencia —por cierto heterogéneo— a nivel internacional (Garretón, 2005, Beigel, 2006). La
conformación de redes de circulación intelectual y académica en Santiago de Chile configuró un espacio
privilegiado que habilitó intercambios entre tradiciones intelectuales diversas y que permitió desarrollos teóricos
y disciplinares originales. Pero con el triunfo de la Unidad Popular se profundizaron —con el interés que
despertó en muchos intelectuales y militantes del mundo lo que se entendía era una original vía de pasaje al
socialismo—los viajes, las peregrinaciones y los intercambios intelectuales. Su bien no podemos hacer aquí el
relevamiento de esta presencia de escritores, cineastas, periodistas, sociólogos, etc. que pasaron por Chile para
conocer y solidarizarse con la experiencia chilena, quisiera subrayar, por razones que veremos en el próximo
capítulo, que Chile representará un atractivo particular para el mundo intelectual y político francés.

103
cubanas como el ICAIC o con redes académicas internacionales donde trabajaban entre otros,
los “pioneros” norteamericanos de la llamada economía política de la comunicación.
En primer lugar, entonces, me parece conveniente enmarcar las indagaciones de Armand
Mattelart en relación con el problema cultural en la transición al socialismo alrededor de la
pregunta de cómo podían expresarse las tesis del poder popular en el plano de las prácticas
comunicativas y culturales. En este sentido debo añadir a la genealogía de su inserción en
espacios de entrecruzamientos múltiples hasta aquí elaborada al menos una breve mención a
su relación político intelectual con el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR),79 pues
Armand Mattelart sostuvo un diálogo y una colaboración estrecha con este partido —forjada a
partir de lazos personales que—, además de dejar ciertas marcas en sus posiciones políticas
generales y respecto al debate sobre las políticas culturales y de comunicación, de algún
modo, también contribuyó a delinear y potenciar su proyecto intelectual y de investigación en
comunicación y cultura.80
Los testimonios coinciden en describir la existencia en el MIR de una Unidad de
Análisis de Contenidos, o de “fuentes abiertas”, que dependía del Área de Inteligencia y que
trabajaba en el seguimiento de la radio, la prensa y la televisión para elevar sus informes
regularmente a la comisión política de la organización. Coinciden también en indicar que

79
Para una mirada historiográfica introductoria a la historia del MIR y su inserción en el debate político de la
izquierda chilena y latinoamericana, ver Pinto (2005). Para una mirada desde el punto de vista partidario, Pascal
Allende (2003). Se pueden consultar también los documentos citados en Löwy (2007).
80
Armand Mattelart conoció a Andrés Pascal Allende, fundador y futuro Secretario General del MIR en la
Escuela de Sociología de la Universidad Católica, siendo éste su alumno. Ambos se reencontrarían algunos años
después a través de Carmen Castillo (por entonces esposa de Pascal Allende), con quien hacia 1970 Mattelart
escribía La ideología de la dominación en una sociedad dependiente. Participarán en el proceso de creación del
CEREN donde Pascal Allende tenía “llegada” directa con el Rector de la Universidad Católica, Fernando
Velasco Castillo, por entonces su suegro (Garretón, entrevista concedida al autor, 2008; Pascal Allende,
entrevista concedida al autor, 2008). A través de la amistad con Pascal Allende Mattelart entabló un diálogo con
los otros referentes de la organización como Miguel Enríquez, Bautista Van Schowen, Edgardo Enríquez
(Beigel, en prensa; Mattelart, entrevista concedida al autor, 2011). Según Pascal Allende, compartían reuniones
informales de discusión política sobre la “realidad nacional”; Mattelart, afirma, era un “interlocutor intelectual”
y un “ayudista práctico” del MIR (Pascal Allende, entrevista concedida al autor, 2008). Por su parte, en un
balance retrospectivo, Mattelart subraya el diálogo intelectual que mantenía con los referentes del MIR: “Por las
relaciones de amistad que he cultivado con los responsables del MIR y sin ser parte efectivamente de este
movimiento, he sido inducido a discutir mucho con ellos acerca de los problemas sobre los cuales yo trabajaba y
que a ellos los interpelaba (Mattelart: 2010: 111. La traducción es mía). En relación con los problemas concretos
de la comunicación, afirma: “Me acuerdo de haber hablado con Miguel [Enríquez] que finalmente no estaba al
tanto de estas problemáticas, y sobre todo con Andrés Pascal, de las contradicciones de las políticas de la
izquierda, sobre todo a partir del artículo que sacamos con Michèle, sobre la ruptura y la continuidad [se refiere
a “Cultura y continuidad en la comunicación”], él lo había leído mucho y yo me acuerdo de haber hablado
mucho con él. Había una apertura, y yo creo que era el único lugar donde se podían discutir estas cosas y ver
dónde estaban los problemas.” (Mattelart, entrevista concedida al autor, enero de 2011). Soy conciente de la
dificultad para acceder a fuentes documentales escritas y del carácter fragmentario e incompleto —y a veces
inexacto—, de los testimonios recogidos. De todos modos, no pretendo aquí describir acabadamente los detalles
de esta relación sino delinear a grandes rasgos los contornos de un vínculo que, si bien no fue el único vínculo de
Armand Mattelart con las organizaciones de izquierda, dejó profundas huellas en su posición y perfil intelectual.

104
Mattelart no estaba vinculado orgánicamente al área, pero que sí mantuvo una relación de
intercambio y cooperación con ella. Pascal Allende señala que Mattelart tuvo una influencia
decisiva en la conformación y orientación del grupo que hacía el seguimiento de medios
(donde, entre otros, participaban Patricio Biedma, Manuela Gumucio y Carmen Castillo), tal
vez en la metodología, tal vez porque algunos de ellos habían sido “formados” por él.81 Otros
testimonios indican (María Luz Lagarrigue, ex mirista y esposa de Patricio Biedma) que la
relación se sostenía en ambos sentidos: el equipo hacía una bitácora cotidiana que muchas
veces llegaba a manos de Armand Mattelart, a la vez que los análisis de éste servían como
material para el trabajo de la Unidad de Análisis (Lagarrigue Castillo, entrevista concedida al
autor, 2008). En un seminario dictado en 1981 en Lima, Armand Mattelart refiere a la
existencia del grupo —aunque sin mayores precisiones sobre su procedencia— señalando que
de lo que se trataba, en última instancia, era de identificar, a través de la lectura de la prensa,
el juego cambiante de las alianzas de clase y las relaciones de fuerza.82
Lo que me interesa poner de relieve es la existencia de esta zona de préstamos entre la
investigación y la militancia política, pues el seguimiento de los medios era clave en el
desarrollo de una de las líneas de trabajo de Mattelart, vinculada a indagar, en el marco de las
correlaciones de fuerza más generales, el papel de los medios y las modalidades de la
“ofensiva ideológica” de las clases dominantes contra el proceso abierto con la elección de
Allende. La cuestión es clave porque desde este trabajo Mattelart modificaría su concepción
sobre el funcionamiento ideológico y el análisis del contenido de los mensajes a partir del
seguimiento de las estrategias de los medios opositores que, en el transcurso del gobierno de
la UP, modificaron su propia práctica y concepción de la comunicación. De dirigirse a un
público indiferenciado —“el hombre medio", la “opinión pública”— y a un receptor pasivo al
que se le ofrece satisfacer sus necesidades de información o entretenimiento, los medios
opositores pasaron a interpelar políticamente a sus destinatarios, a identificarlos
sectorialmente —“profesionales”, “mujeres”, “empresarios”— con el objetivo de producir una
movilización activa contra el gobierno de la UP. La noción socialmente amorfa de “opinión
pública” se transformaba en “opinión popular” en una disputa por el sentido de la palabra
pueblo. Tiempo después, ya en el exilio, Mattelart concluía que la burguesía “había pasado

81
Esta orientación coincide con la lectura que hacía Mattelart entonces de la indicación de Lenin quien,
recordaba, decía que descifrando la prensa podían conocerse las diversas estrategias y divisiones de las clases
dominantes, pues los periódicos burgueses eran los que mejor denunciaban a sus “adversarios” (Mattelart,
1971c: 186).
82
“Existía, en esa época, un grupo que trataba de analizar sistemáticamente las noticias y sobre todo los titulares
y editoriales de los diarios burgueses (…) teníamos dificultades para identificar sus alianzas de clase” (Mattelart,
1981:87).

105
por la escuela de Lenin”: fabricó su “líneas de masas” y la prensa se convirtió en su
“organizador colectivo” (Mattelart, 1973: 213-221; Mattelart, 1974). Así, frente a la noción
abstracta e ideológica de “comunicación de masas”, Armand Mattelart constataba un
elemento central para la formación de su perspectiva materialista de la comunicación: la
historicidad de los modos de organizar la comunicación, los géneros que estructuran los
mensajes y los modos de relacionarse con los destinatarios.83 Junto a las conclusiones de la
experiencia en Quimantú (como vimos: sobre la necesidad de revisar y desnaturalizar todo el
modo de funcionamiento del circuito de producción, circulación y consumo de los mensajes),
este seguimiento será clave, como voy a argumentar, en su elaboración del concepto de
“modo de producción de la comunicación” y su propuesta para construir lo que llamara un
“análisis de clase de la comunicación”. En este sentido, también Mattelart y su equipo
confirmaban las tesis —en la línea ya esbozada en La ideología de la dominación en una
sociedad dependiente— de la elasticidad del signo —parafraseo a Voloshinov aunque
entonces Mattelart no hubiera tenido contacto con sus escritos— como “arena de la lucha de
clases”, y se desplazaba de una lectura estructural de los mensajes hacia un análisis dinámico
de la disputa por el sentido. Se ponía de relieve el dinamismo del funcionamiento ideológico
que ya no se definía entonces como una propiedad inmanente de las estructuras textuales sino
por sus efectos concretos en la lucha por la imposición de ciertos sentidos sobre otros.84
Otro aspecto central en el itinerario intelectual de Armand Mattelart es sin duda su papel
como miembro fundador y director de la revista Comunicación y Cultura, pues constituye un
hito en términos de la maduración de su perspectiva intelectual y sobre todo en relación con la
proyección internacional de su figura.85 El carácter manifiesto de la presentación en sociedad

83
Haciendo una genealogía de su propio itinerario intelectual Mattelart señalaba en 1981 que “El primer hecho
‘descompaginante’ que puso en evidencia el proceso chileno, fue que el modo de la producción de la
comunicación en tiempos de paz social, es un modo de comunicación eminentemente reversible” (Mattelart,
1981: 85. Subrayado MZ). Se refiere a la construcción de una “línea de masas de la burguesía”. Esto es, el pasaje
de medio de comunicación de masas a medio de clase, de organización colectiva. Y subraya luego: “Esto es lo
que me enseñó Chile en lo que respecta al comportamiento de la burguesía. Aprendí muchas otras cosas; pero
eso es lo fundamental, y si el proceso chileno aporta algo a una teoría crítica de la comunicación, a partir de una
reflexión sobre las clases dominantes, creo que eso es lo verdaderamente nuevo” (Mattelart, 1981: 91).
84
Respecto a este desplazamiento en una entrevista de 1974 Armand Mattelart trazaba un balance acerca de
cómo a partir de la dinámica de la confrontación entre clases, sobre todo a partir de 1970, se fueron “planteando
problemas muy concretos” en torno al análisis de las ideologías. La semiología había constituido un avance
respecto al funcionalismo, señalaba, pero conllevaba el peligro de la racionalización del funcionamiento interno
de los textos. Y lo que el proceso había enseñado era que “una ideología no es ideología más que en la medida
que produce efectos políticos”. El funcionamiento ideológico no tenía nada de estático, de allí que el análisis
tuviera que dar cuenta del “efecto producido por la ideología dominante sobre la dominada y de las respuestas
que éstas en su lucha formulaban” (Mattelart, 1974).
85
A fines de 1971, a instancias de Mario Kaplún, se organizó en Montevideo una reunión en la que participaron
el propio Kaplún, el uruguayo Roque Faraone, Hugo Assman, Héctor Schmucler, Michèle y Armand Mattelart.
De esa reunión, convocada según Mattelart con el objetivo de pensar un “proyecto crítico de la investigación” en
comunicación, surgía el plan para editar Comunicación y Cultura, cuyo primer número saldrá en 1973. Con

106
de la revista en los primeros meses de 1973 revela la existencia de una formación cultural que,
a la búsqueda de una posición, enunciaba un nosotros, un lugar de referencia en términos de
identidad y proyecto intelectual. Si bien tenía una composición internacional, hasta sus dos
primeros números Comunicación y Cultura estuvo fuertemente anclada en la experiencia
chilena.
En su editorial inaugural los editores inscribían el proyecto de la revista en una
tradición: aquella que se referenciaba en Antonio Gramsci y su “denominación amplia de
revista cultural” (Comunicación y Cultura, 1973: 3-4). Entiendo que esta impronta
gramsciana86 se expresaba en al menos en dos cuestiones centrales: por un lado, por la
voluntad de constituir un espacio específico desde el cual intervenir políticamente desde la
práctica cultural; por otro, por la existencia de una concepción que pretendía trastocar tanto el
modo de entender la producción de conocimiento como la actividad cultural en su conjunto.
No casualmente la primera referencia teórica de la revista en su editorial inaugural fuera al
autor de los Cuadernos de la cárcel. “Gramsci advertía — señalaba el editorial inaugural—
que una revista de este tipo si no se vincula con un ‘movimiento disciplinado de base’, tiende
inevitablemente a convertirse en expresión de un conventillo de ‘profetas desarmados’”
(Comunicación y Cultura, 1973: 3-4). La revista no pretendía crear ese movimiento sino, en
sus palabras, “acompañarlo”, puesto que la función que se proponía cumplir era “la de
establecerse como órgano de vinculación y de expresión de las diversas experiencias” que se
estaban gestando en el campo de la comunicación masiva, aquellas que favorecieran los
procesos de “liberación de las sociedades dependientes” latinoamericanas. Desde “esta norma
de prioridad política”, en sus palabras, la revista anunciaba que recogería sus temáticas,
centros de interés, lectores y colaboradores. Se trataba —continuaba el editorial— de un
proyecto para vincular diferentes experiencias (aquellas surgidas desde los trabajadores de la
cultura, la comunicación y la educación, pero también desde los investigadores “impulsados
por la inquietud de fundir la teoría con la acción”) para que emergieran “los gérmenes de una
nueva teoría y una nueva práctica de la comunicación” (Comunicación y Cultura, 1973: 3-4).
Estas nuevas prácticas y teorías no apuntaban a una suerte de promoción o consolidación
disciplinar, pues se pretendía que éstas se confundieran en y con “un nuevo modo total de

fondos aportados por Hugo Assman, el primer número se editó en Santiago de Chile en julio de 1973 con la
dirección de Armand Mattelart, Assman y Schmucler y un colectivo de redacción de carácter latinoamericano.
Contamos con el antecedente, ya mencionado, del exhaustivo estudio de Víctor Lenarduzzi (1998), quien
describe las problemáticas, conceptualizaciones y tradiciones teóricas que atraviesan el itinerario de la revista en
sus doce años de existencia. He planteado sin embargo ciertas diferencias sobre la perspectiva y la metodología
utilizada por el autor.
86
Tomo la expresión y la idea de los testimonios de Héctor Schmucler, quien hace un balance retrospectivo de
su relación de entonces con Gramsci: Schmucler (1998: 154); (1994: 6) y Burgos (2004: 24).

107
producir la vida hasta en los aspectos más íntimos de la cotidianeidad del hombre”
(Comunicación y Cultura, 1973: 3-4). En esta línea, en el editorial del segundo número se
apelaba al fortalecimiento de los lazos ya existentes entre los grupos y a enfatizar las
experiencias de participación popular en los medios de comunicación, “como punto de partida
para la elaboración de nuevas formas de cultura en las que se consolidarán las relaciones
sociales transformadas por el pueblo” (Comunicación y Cultura, 1974: 3).
Que en sus dos primeros números antes del golpe de Estado la redacción tuviera su sede
en Santiago de Chile de algún modo señala que el centro de gravedad giraba alrededor del
grupo de Armand Mattelart y la dinámica del proceso chileno.87 De allí se explica que buena
parte de los artículos estuvieran dedicados a discutir aspectos culturales y comunicacionales
del proceso de transición al socialismo. Si bien, en la nueva coyuntura, el número dos se
presentaba como “testimonio” y “homenaje” al camino recorrido por el movimiento popular
del país andino, lo cierto es que la mayoría de sus artículos se habían escrito antes del golpe,
siendo su intención original sacar balances de las experiencias e intervenir en los debates de la
coyuntura.88 Se producían, además, como vimos, a partir de inserciones concretas de sus
autores tanto en instituciones de enseñanza e investigación como en espacios de militancia
política y cultural.
Ahora bien, ¿cómo se explica la conformación de este espacio de carácter internacional
que tenía su epicentro en Chile? ¿Y cómo llega la revista a constituir alrededor de cierta
impronta gramsciana —un autor que todavía no había alcanzado lo niveles de difusión que
alcanzó desde los años ochenta— un elemento de afinidad y reunión? Sin duda la circulación
latinoamericana de la revista Pasado y Presente y sobre todo de los homónimos cuadernos
jugó un papel importante para la constitución de cierto espacio de afinidad intelectual.89

87
La primer impresión del número 1 en julio de 1973 se hace en Santiago de Chile. Armand Mattelart, además
de ditector/editor, aparece como “representante responsable”. Pero es sobre todo por la presencia de los
colaboradores chilenos y las temáticas de los dos primeros números que se pueden afirmar que el centro de
gravedad de la revista giraba alrededor de Armand Mattelart y su grupo en Santiago de Chile. Algunos años
después, exiliado en Francia, en una entrevista Armand Mattelart trazaba un balance de su experiencia:
“Nosotros en el último período en Chile, realmente a partir de marzo de 1973, abandonamos completamente los
medios de comunicación superestructurales, excepto la vinculación con el Canal 9”. Mattelart hacía alusión a su
trabajo en medios de comunicación alternativos, como la prensa de los cordones industriales de Santiago.
(Mattelart, 1981. Subrayado MZ). Entiendo que el nosotros de la enunciación de la entrevista y su proyecto
coinciden con el que se expresa en el manifiesto editorial de la revista
88
En el segundo número Naim Nomez (“La historieta en el proceso de cambio social”) analizaba los desafíos
que se habían planteado en el campo de la producción de historietas en Quimantú. Armand Mattelart (“Prensa y
lucha ideológica en los cordones industriales de Santiago: testimonios”) y Michèle Mattelart y Mabel Piccini
(“La televisión y los sectores populares”), discutían en sus investigaciones distintos aspectos del problema de la
comunicación popular en el proceso chileno (Comunicación y Cultura, 1974).
89
Para una reconstrucción histórica del papel de los “gramscianos argentinos” a través de su revista y su
actividad editorial en la difusión, debate y actualización de la cultura y pensamiento de izquierda a escala
latinoamericana, ver el trabajo de Raúl Burgos (2004). Para un balance desde la perspectiva de los protagonistas,

108
Armand Mattelart relata su conocimiento de la revista a partir de su relación con algunos
académicos argentinos que se habían exiliado o ido a vivir a Chile, sobre todo cordobeses
“amigos” o cercanos al grupo de “grascianos argentinos” liderados por José Aricó, como
Mabel Piccini y Carlos Sempat Assadurian. En su relato, los cordobeses jugaban “el papel de
pasadores” de textos —Antonio Gramsci, Rosa Luxemburgo, León Trotsky, Alejandra
Kollontai— que eran vividos como “una fuente esencial de critica al marxismo ortodoxo en
todos esos años” (Mattelart, entrevista concedida al autor, 2007). De este primer vínculo
probablemente surgiera la conexión de Mattelart con otros integrantes de ese “grupo en la
dispersión” de “gramscianos argentinos”, por ejemplo, con Santiago Funes (quien en 1971
publicaría junto a Patricio Biedma y Armand Mattelart Comunicación masiva y revolución
socialista) quien había viajado a Chile al poco tiempo de iniciado el gobierno de Salvador
Allende para proponerle como secretario de redacción de la revista Los Libros (revista que
según sostiene Raúl Burgos debe tomarse “como parte de la experiencia editorial más amplia”
del “grupo Pasado y Presente”; Burgos, 2004: 158) a Héctor Schmucler, por entonces su
director, preparar un número especial sobre el proceso chileno (Schmucler, entrevista
concedida al autor, 2007). Así, en el editorial del número 15–16 de Los Libros de febrero de
1971 se señalaba que Chile ocupaba desde noviembre de 1970 “un lugar privilegiado en el
interés de la historia contemporánea”, justificando así “la importancia del tema” (Los Libros,
15/16, 1971). En el mismo editorial se señalaba que la colaboración de Armand Mattelart, —
quien además publicaba allí un artículo, “Los medios de comunicación de masas” (1971b)—
había sido esencial para reunir, junto a Santiago Funes, las colaboraciones de sus colegas
chilenos (Los Libros, nº 15/16, 1971: 3). Según el recuerdo de Héctor Schmucler su primer
contacto directo con Armand Mattelart fue a través de la preparación de este número especial
(Lenarduzzi, 1998: 146). Mattelart, por su parte, señala que encontró por primera vez a
Schmucler a fines de 1971, en Montevideo, en el encuentro organizado por Mario Kaplún y
que daría vida a Comunicación y Cultura (Mattelart, entrevista concedida al autor, septiembre
de 2007).90
Claramente estos contactos formaban parte de un movimiento de mayor escala, una red
formal e informal de intercambio editorial, intelectual y académica, que funcionaba a la vera

José Aricó (2005 [1988]). Para una reconstrucción histórica de la circulación de Gramsci en Chile, Jaime
Massardo (2007).
90
El historiador Diego García señala, sin embargo, un antecedente previo. En octubre de 1970 se publicó en
Buenos Aires en las ediciones Signos el trabajo de Armand Mattelart, Carmen y Leonardo Castillo, La ideología
de la dominación en una sociedad dependiente. Signos, fundada por Aricó, Funes y Schmucler, fue un
antecedente de Siglo XXI de Argentina. Según Diego García —que trabaja con testimonios personales de varios
de sus protagonistas— Carlos Sempat Assadourian, quien vivía en Chile, ofició como mediador con los editores
(García, 2011).

109
de ambas cordilleras. Se trataba en esencia de un proceso donde convergían la atracción por el
pujante proceso de modernización e institucionalización de las ciencias sociales en Chile —
cuyas universidades y centros de investigación se habían vuelto receptoras de muchos
exiliados latinoamericanos— y la fascinación por las condiciones políticas que presentaba el
país andino. La existencia del número especial de Los Libros nos invita a considerar no sólo
las redes de intercambio entre formaciones culturales para atender las influencias —sin duda
fundamentales— de orden intelectual (como las que podían promover los Cuadernos Pasado
y Presente): pues Los Libros expresaba también la aparición de nuevas redes de circulación de
autores y obras y, por ende, de instancias de legitimación del campo intelectual
latinoamericano. Pero este espacio de circulación y legitimación se producía también en
relación con una militancia política que, como entiende José Aricó en su balance específico
sobre la experiencia Pasado y Presente, encontraba en la actividad editorial un lugar
adecuado para intervenir políticamente desde la práctica cultural (Aricó, 2005 [1988]: 39).91
Recomponer esta trama de relaciones es vital para comprender tanto la consolidación de
Armand Mattelart como figura y autor como su perfil y perspectiva intelectual. El vínculo de
Armand Mattelart con esta formación cultural, sobre todo alrededor de la figura de Héctor
Schmucler, indica su participación en los procesos de renovación del pensamiento de
izquierda latinoamericano, a la vez que permite explicar ciertas condiciones de circulación y
legitimación de su obra a escala continental, sobre todo a partir del interés de Héctor
Schmucler por editar Para leer al Pato Donald en la editorial Siglo XXI de Argentina —
donde por entonces trabajaban él y varios “gramscianos argentinos”— pues finalmente este
proyecto inauguraría la relación de Mattelart con Siglo XXI editores.92 La red de circulación y
sociabilidad intelectual a la que hago referencia permitió que entre Mattelart y Schmucler se
expresara, como señala Jorge Rivera, una zona común alrededor de sus posiciones políticas y
las perspectivas en torno al estudio de los procesos de comunicación (Rivera, 1987: 76) y,

91
Los Libros, con corresponsales en buena parte de los países latinoamericanos y auspiciada por una serie de
editoriales académicas y comerciales del continente (Fondo de Cultura Económica, Editorial Losada, Monte
Avila editores, Siglo XXI, Editorial Universitaria de Chile, Ediciones de la Universidad Central de Venezuela),
expresaba un espacio de articulación entre el mundo académico, la crítica cultural de tradición periodística y,
también, la militancia política. Se trataba de un proyecto de modernización cultural y “actualización teórica”
que, a diferencia de otras revistas culturales como Contorno y Pasado y Presente –cuya tradición en algún
sentido retomaba– intervenía en un nuevo mercado de revistas y públicos a escala latinoamericana. La
bibliografía sobre Los Libros es extensa. Se puede consultar, entre otros, Burgos (2004: 157-158); de Diego
(2007 [2003]: 87-106); Cousido (2008).
92
En 1972 se publicaría en Siglo XXI a instancias de Héctor Schmucler (su gerente editorial; Aricó era gerente
de producción) Para leer al Pato Donald. El mismo año Siglo XXI publicaría Agresión desde el espacio.
Cultura y Napalm en la era de los satélites, de Mattelart. Sobre la actividad de los “gramscianos argentinos” en
Signos y sobre su papel en la fundación de Siglo XXI Argentina, ver el trabajo de Raúl Burgos y de Diego
García (2011). García discute la interpretación de Burgos y propone la idea de que la editorial fue producto de
una convergencia de grupos e intereses.

110
sobre todo, la común experiencia, en palabras de Schmucler, de vivir “lo político casi como
un articulador del trabajo intelectual” (Schmucler, 1998: 146). Sin embargo, habría que
preguntarse también si la afinidad intelectual entre ambos no debería explicarse teniendo en
cuenta ciertas homologías de posición en sus respectivos campos académicos e intelectuales.
Pues en el caso de Armand Mattelart, la aparición de Comunicación y Cultura tal vez exprese
un énfasis diferente que marcaba su posición respecto al espacio del CEREN (en los últimos
números de los Cuadernos de la Realidad Nacional ya no forma parte de su consejo de
redacción) en torno al modo en que se concebía el trabajo intelectual y, en este sentido, su
participación en el proceso político. Mientras Comunicación y Cultura pretendía articularse “a
un movimiento disciplinado de base”, en el CEREN se manifestaba la voluntad de elaborar la
“teoría de la transición al socialismo”, de producir la teoría que fuera una “guía para la
planificación”. Su vinculación con los actores del proceso de cambio se concretaba, como
vimos, en relaciones institucionales, sobre todo con organismos del Estado.93
Por último, quisiera señalar que la “impronta gramsciana” de los primeros números de
Comunicación y Cultura estaba presente, antes que como un trabajo conceptual y sistemático
sobre el pensamiento de Antonio Gramsci, como una orientación alrededor de la idea de
revista cultural y de la quizás algo imprecisa —aunque no por eso menos productiva— noción
de “intelectual orgánico”. La puesta en cuestión del lugar del científico y del investigador
tradicional se inscribía en una concepción que planteaba que las nuevas formas de
comunicación debían desarrollarse en el marco de nuevas relaciones entre medios,
productores culturales y organizaciones populares; pero, en el mismo movimiento, esta
voluntad se imaginaba así misma, sobre todo en las posiciones de Armand Mattelart,
redefiniendo el propio campo de producción de conocimiento. Esta “línea de masas” que
Armand Mattelart reclamaba en sus intervenciones en el debate sobre política cultural surgía
de alguna manera de sus diversas experiencias de trabajo con “las bases”. Los protagonistas se
lo representaban como un acercamiento que, antes que “populista”, implicaba la creación de
nuevas relaciones donde se articulaban “el antiguo saber —que puede transmitirse pero es
necesario transformar— con una nueva práctica y una nueva clase” (Mattelart, 1975: 37-38).
Como podemos comprender ahora más cabalmente, la respuesta de Héctor Schmucler en
Comunicación y Cultura a Eliseo Verón y a la revista Lenguajes, lejos de ser una mera
declaración de principios o un programa a desarrollar a futuro, era un modo de asumir la
experiencia que alrededor de Armand Mattelart había planteado la redefinición de los modos

93
En Cultura y política en el laboratorio chileno me he referido a la posición de Héctor Schmucler en el campo
intelectual argentino (Zarowsky, 2009). Aun así esta historia está por hacerse.

111
de producción del conocimiento, la comunicación y la cultura en el marco del proceso político
chileno. Así se puede entender la afirmación que hacía Schmucler cuando sostenía que dentro
de los estímulos para su reflexión debía mencionar:
una práctica social directa o indirecta (es decir, realizada por otros y asumida por mí) que
fue modificando concepciones que teníamos hace algunos años sobre el papel de los
medios masivos de comunicación. (…) [es decir] el proceso político que durante estos
años ha sacudido a América Latina y que ha generado nuevas condiciones de
pensamiento, a la vez que ha verificado o desechado la verdad de algunas de las hipótesis
esgrimidas hasta ahora (Schmucler, 1975: 4. Subrayado mío).

No es casual entonces que en ese artículo Schmucler adelantara muchos de los tópicos que
conformarían la agenda de los estudios en comunicación en los años ochenta.94 Lo que me
interesa aquí subrayar en contraste con la posición que entendió que estas formas de trabajo
suponían una suerte de “obstáculo epistemológico” a la producción de conocimiento (posición
que, como vimos en el capítulo anterior, fue inaugurada en los estudios en comunicación por
Eliseo Verón y la revista Lenguajes), es que de estos cruces surgieron aportes fundamentales
en términos cognitivos para los estudios en comunicación, como la cuestión de la recepción.95
Me voy a referir, por último, al vínculo que estableció Armand Mattelart en la
“conexión Santiago” con dos investigadores “pioneros” de lo que entonces era una incipiente
economía política de la comunicación: el norteamericano Herbert Schiller (University of
California) y el canadiense Dallas Smythe (Simon Fraser University), habían viajado a
Santiago de Chile en noviembre de 1971, a un año de la asunción de Allende, a conocer la
experiencia en materia de comunicación y expresar su solidaridad con el proceso político
(Beigel, en prensa; Mattelart, entrevista concedida al autor, 2008, Mattelart, 2010: 113).96 A
través de ellos Mattelart conoció uno de los primeros y más clásicos libros sobre medios de
comunicación e imperialismo, Mass Communications and American Empire (1969) de

94
Basta mencionar la continuidad entre el artículo sobre la recepción y los sectores populares de Michèle
Mattelart y Mabel Piccini publicado en el número 2 de Comunicación y Cultura, en 1973, y el programa
“pionero” de investigación que sugiere Schmucler en relación con este tema en su artículo. Para un balance de
los aportes de estos artículos en términos cognitivos en relación con desarrollos posteriores del campo, Grimson,
Varela, 1999, Saintout, 1998; para una genealogía de la inscripción del texto de Mattelart y Piccini en el debate
político cultural chileno, Zarowsky, 2007.
95
Habría que leer también, aunque no me puedo extender en ello aquí, la polémica en torno a los modos de
circulación en argentina de dos tradiciones intelectuales distintas: Verón, cercano a la tradición epistemológica
francesa y —aunque ya no adscribiera a ella explícitamente—, a una “impronta” althusseriana en torno al
programa de una “práctica teórica” como producto de un modo de producción específico a la vez que un modo
de intervención en la política (Verón, 1968, 1975). Schmucler por su parte se acercaba a las concepciones
gramscianas sobre el rol del intelectual y, sobre todo, de la ciencia: el filósofo italiano la entendía como una
actividad, es decir, como la creación vital de una cultura, antes que como descubrimiento de una realidad
“externa”. Para las posiciones de Althusser (Althusser, 2006 [1969]: 14, 66) y de Gramsci (Gramsci, 1993: 150).
Sobre la circulación de Althusser entre los gramscianos argentinos ver Starcenbaum, 2011.
96
A la vuelta de su viaje Schiller y Smythe publicaron un artículo: “Chile: an end of cultural colonization”,
Society, marzo de 1972.

112
Herbert Schiller, y sobre todo consolidó una serie de vínculos que lo relacionaron con ciertos
grupos y espacios de investigación norteamericanos dedicados a estudiar los procesos de
internacionalización y los vínculos entre comunicación, tecnologías, poder económico y poder
militar, en especial los trabajos de Schiller y Smythe. A estos encuentros se remonta la
constitución de un núcleo informal e internacional de investigadores que durante los años
setenta abordó de manera crítica el debate sobre las políticas de comunicación y el nuevo
orden de la información y la comunicación. Más institucionalmente, Herbert Schiller y Dallas
Smythe, entre otros, le propusieron a Mattelart integrar la sección del AIERI (Asociación
Internacional de Estudios e Investigaciones sobre la Información) dedicada a los estudios
sobre economía política de la comunicación y la internacionalización de las industrias
culturales. Un viaje a los Estados Unidos surgido de estos vínculos le abrirá además a
Mattelart posibilidades de acceso a fuentes indispensables para sus investigaciones.97 Por otra
parte, como veremos en los próximos capítulos, la importancia de la relación de Armand
Mattelart con Herbert Schiller y sus colegas, sobre todo norteamericanos, cobrará
significación cuando, exiliado, Mattelart presente en Francia una serie de referencias
intelectuales desconocidas en el hexágono y sobre todo la pregunta sobre el carácter
económico y transnacional que estaba asumiendo la producción cultural a un campo
académico e intelectual poco habituado a este tipo de interrogantes.
En el plano cognitivo, estas conexiones internacionales van a enmarcar una línea de
investigación que Armand Mattelart comenzará a desarrollar a partir de 1971 y que de alguna
manera ya no abandonará en toda su trayectoria, vinculada a los procesos de mercantilización

97
A través de George Gerbner, profesor en la Annenberg School of Communications de la Universidad de
Pensilvania y editor de la revista Journal of Communication (Gerbner le ofrecería participar en ella como
consultor y editor), le llegaría a Mattelart una invitación para viajar al Simposio Internacional sobre
Comunicaciones. Tecnología, Impacto y Política, que se realizó en marzo de 1972 en la Annenberg School Of
Communication de la Universidad de Pensilvania, en Filadelfia. En este encuentro (su primer viaje a Estados
Unidos) el investigador belga presentó su análisis de las experiencias de comunicación en Chile (en Gerbner,
Gross, Melody, 1973). Allí compartió los debates con Elihu Katz, el británico James Halloran, el finlandés
Kaarle Nordestreng, Schiller y Smythe. Al encuentro no sólo asistieron investigadores de universidades
americanas: investigadores de grandes corporaciones económicas, como la ITT, o de agencias estatales, como la
NASA, presentaron trabajos sobre temas que iban desde la revolución cultural china, las nuevas tecnologías
televisivas, el desequilibrio mundial en las telecomunicaciones o el rol de la seguridad en el planeamiento de las
políticas públicas. Sobre el simposio y algunas de las presentaciones que allí se desarrollaron puede consultarse
la propia bibliografía citada por Mattelart en Agresión desde el espacio. Cultura y NAPALM en la era de los
satélites (Mattelart, 1973: 17). Otro vínculo de vital importancia, fue el que entabló Mattelart en Nueva York con
los investigadores de la NACLA (North American Congress on Latin América) una agencia de noticias
organizada por un grupo de estudiantes de periodismo vinculados a la “nueva izquierda” de los campus
norteamericanos. Esta relación sería relevante sobre todo para su acceso a algunas fuentes de “primera mano” en
torno a las estrategias del poder militar de Estados Unidos, las redes transnacionales y el papel de sus agencias
de gobierno en Chile y América Latina. En relación con el trabajo de fuentes, después de la reunión en
Filadelfia, Mattelart se quedó unos días en Nueva York, donde logró entrevistarse con los responsables de
agencias publicitarias de la Madison Avenue y de la célula de prospectiva de la General Electric sobre la
probable evolución del mercado de las tecnologías de la información.

113
e internacionalización de la producción de la comunicación y la cultura. Sin duda la influencia
de los trabajos de Schiller, sobre todo de Mass Communications and American Empire
(1969), es notable en los escritos de Mattelart del período, donde el investigador
norteamericano es ampliamente citado. Se destacan los modos de utilización de las fuentes
(empresariales y oficiales) que hace Schiller y, sobre todo, sus consideraciones sobre el
reordenamiento geopolítico mundial de la posguerra y los modos en que se desarrollaba la
supremacía de los Estados Unidos a través de las relaciones inéditas que emergían en su
sociedad entre lo comunicativo, lo militar y lo industrial (ver capítulo 6 de esta tesis). Por
supuesto, la pregunta de Armand Mattelart por el carácter de este proceso, se daba, por un
lado, en el marco del vínculo que su equipo de investigación en el CEREN mantenía con
algunos “dependentistas” residentes en Chile —Franz Hinkelammert, André Gunder Frank,
Theotonio Dos Santos, Ruy Mauro Marini, entre otros— que enmarcaba y posibilitaba su
propia pregunta por el carácter transnacional y dependiente de los fenómenos culturales e
ideológicos desde una perspectiva transdisciplinaria (Beigel, en prensa; Mattelart, 2010). Por
otra parte, más coyunturalmente, emergía en buena medida como un intento de dar respuesta a
los interrogantes que disparaba el rol —inédito en relación a otras experiencias de
desestabilización extranjeras, manu militare— que las firmas transnacionales, como la ITT
(International Telephone and Telegraph), las agencias de prensa y de relaciones públicas y las
asociaciones de empresarios de medios como la SIP (Sociedad Interamericana de Prensa)
estaban teniendo en los intentos de derrocamiento del gobierno de Allende. Se trataba de
preguntarse por la significación política que adquiría la existencia de nuevos modos de
ejercicio del poder transnacional. Una vez más, el análisis del papel de la comunicación y la
cultura se inscribía en los problemas que planteaba la vía chilena y tenía como interlocutor
polémico la posición —o tal vez la ausencia de debate— de ciertos sectores de la izquierda
respecto a estas cuestiones. En la presentación de Agresión desde el espacio. Cultura y
Napalm en la era de los satélites (1972),98 Mattelart enmarcaba su trabajo en relación con sus
anteriores preocupaciones, definiendo claramente sus objetivos y sus interlocutores en el
debate político chileno:

98
Según relataba Mattelart durante el dictado de un seminario, la investigación que presentaba en ese libro había
sido “a pedido expreso del presidente Allende” (Mattelart, 1981: 18). El contexto era conocido: el 21 de marzo
de 1972 el Wasghington Post y la cadena de diarios norteamericanos suscritos a las colaboraciones de Jack
Anderson comenzaron a publicar documentos secretos de la ITT que probaban que este consorcio multinacional
había instigado a fines de 1970 un levantamiento militar y gestado el caos económico para impedir el acceso de
Allende al poder. La revelación causó conmoción en el mundo. Poco tiempo después el gobierno de la Unidad
Popular publicó los documentos en un libro de tirada masiva. La ITT reconocería públicamente la autenticidad
de los “documentos Anderson”. ver, Selser, 1975.

114
este libro que el lector tiene en sus manos no es sino un eslabón dentro de esta
problemática política que debe desembocar sobre la movilización de las masas. Y que no
se nos haga el reproche de elegir el punto de vista particular de la comunicación para
desbrozar una estructura de poder. Toda estructura de poder es total y es precisamente
esta totalidad la que demuestra la intimidad entre la infraestructura económica y los
factores superestructurales. Una prueba más que la comunicación no es sino un problema
político (Mattelart, 1973: 10. Subrayado MZ).

En esta línea, en La cultura como empresa multinacional (terminado en Santiago de Chile


pocos meses antes del golpe, en abril de 1973, y publicado en 1974 en Buenos Aires por
editorial Galerna) Mattelart se proponía redefinir el debate sobre la cultura de masas por fuera
de la “esfera culturalista”, volviendo “a las bases materiales de la cultura” (Mattelart, 1974:
11). Se trataba, según su propósito, de “reconectar los productos llamados culturales con el
sistema que provee de ‘inspiración’ a sus fabricantes y hace posible su manufactura”
(Ibid.:11). Mattelart comenzaba a preguntarse por las razones y los efectos de la convergencia
entre el poder militar, económico, cultural que representaba un indicio de lo que llamaría más
adelante las nuevas formas de los “aparatos ideológicos de estado” en su etapa multinacional.
Lo que comenzaba a señalar, aun de modo descriptivo, era la dificultad de separar las esferas
de análisis, pues se advertía una creciente interpenetración entre los fenómenos
comunicacionales, los procesos de valorización del capital y los modos de producción de
consensos. Si bien voy a retomar esta cuestión en los próximos capítulos, quisiera subrayar
ahora que, en sus primeras formulaciones, la emergencia de esta suerte de materialismo
cultural se daba en el contexto de la discusión sobre las estrategias de las fuerzas de cambio y
el análisis de las estrategias de la burguesía chilena. El desplazamiento que proponía Armand
Mattelart en la definición del objeto a abordar se vinculaba a una voluntad política que, a
partir de su experiencia en el debate cultural, pretendía desplazar la lucha de unos frentes
definidos —en las propias fuerzas de izquierda— a partir de supuestos naturalizados y
universalizados: el problema de la “batalla ideológica” no podía agotarse en la visión de
Armand Mattelart en la transformación de los géneros o contenidos de los medios masivos de
comunicación; pero tampoco ni el problema del poder en una cuestión meramente militar o de
aparatos de Estado, como si se tratara de instancias autónomas, sin relación con el poder
cultural.
Por último, entiendo que es relevante aquí mencionar otra relación surgida en ese
espacio de circulación e intercambio internacional que Fernanda Beigel denomina la
“conexión Santiago” (Beigel, en prensa), y es la que forjó Armand Mattelart con algunas

115
instituciones y sobre todo personalidades de la cultura cubanas a partir del triunfo de la
Unidad Popular. El origen de la relación se remonta al momento de la asunción de Salvador
Allende en noviembre de 1970. Alfredo Guevara como presidente del Instituto Cubano de
Arte e Industria Cinematográfica (ICAIC), encabezó la delegación cubana de cineastas que
habían viajado a Santiago de Chile para filmar la ceremonia. Interesado por el estudio que
Michèle y Armand Mattelart junto a Mabel Piccini habían realizado sobre la ideología de la
prensa liberal en Chile, Guevara les propuso reunirse para intercambiar opiniones. Allí le
transmitió a Armand y Michèle Mattelart su interés para que viajaran a Cuba, donde los
Mattelart establecerán relaciones fluidas. En junio de 1971 Mattelart publicó un artículo en
Pensamiento Crítico (Mattelart, 1971e) justo en el último número antes de su polémico
cierre99 y al año siguiente, por intermedio de Alfredo Guevara100, en enero de 1972, Michèle y
Armand Mattelart fueran invitados a formar parte de la delegación oficial de cineastas
chilenos en La Habana, donde recorrieron la Isla y tomaron contacto con las experiencias en
materia audiovisual que realizaba el ICAIC. Ese mismo año Armand Mattelart dio un
seminario de dos semanas en la Universidad de La Habana.
Probablemente la colaboración más significativa en el proceso cultural cubano haya sido
su participación en la elaboración del número que la por entonces prestigiosa Casa de las
Américas101 le dedicó al “imperialismo y los medios masivos de comunicación”. Armand
Mattelart publicó allí un extenso artículo (Mattelart, 1973); y, como testimonian los
agradecimientos que le hacían los editores, colaboró, junto a Michèle Mattelart y Héctor
Schmucler (desde Argentina), en el envío de la mayor parte de los textos publicados en dicho
número especial (Casa de las Américas, Nº77, marzo de 1973: 174). Allí el autor belga era
ampliamente citado como voz de autoridad, por ejemplo, en el trabajo de presentación del
cubano Leonardo Acosta, quien tomaba como fuente versiones de algunos de los artículos de
Mattelart reproducidos y editados por instituciones cubanas, como Ediciones ICAIC o la
revista Referencias, de la Universidad de la Habana (Acosta, 1973: 9, 13).
Estas referencias bastan para mostrar cierto nivel de circulación de la figura de Armand
Mattelart a escala latinoamericana que, al mismo tiempo, sería amplificada por su relación

99
Según Michael Löwy la revista Pensamiento Crítico fue la más notable expresión de la existencia en Cuba
durante la década del sesenta de un marxismo creativo y abierto, que conoció el florecimiento de la investigación
sociológica, histórica y filosófica. Por presión soviética, la revista fue cerrada en 1971 (Löwy, 2007:52).
100
Una curiosidad que tal vez indique el papel de Alfredo Guevara en el vínculo de Armand Mattelart en Cuba y
la influencia de la política cultural cubana en su posición: la edición chilena de Para leer al Pato Donald
(diciembre de 1971) está dedicada a los hijos de los autores y a Alfredo Guevara.
101
Casa de las Américas es una revista que supo ser una de las referencias intelectuales y una de las instancias
consagratorias en el campo intelectual latinoamericano. Para una recorrido específico de la revista ver Fornet,
1999.

116
con las instituciones culturales de la Isla que, todavía entonces, constituían un lugar de
referencia y de promoción de legitimidad en el campo intelectual latinoamericano. Lo que me
interesa señalar entonces es que estas redes intelectuales explican influencias de orden
político e intelectual (he analizado las referencias a Cuba en las posiciones de Armand
Mattelart en el debate cultural), pero también permiten reconstruir la trama de los procesos de
circulación y legitimación intelectual de su figura. La apelación a un lector y a un nosotros
continental y popular que expresa la revista Comunicación y Cultura da cuenta de la
maduración de estas redes de intercambio político, editorial e institucional que sostenían la
publicación y circulación de sus trabajos, configurando cierta legitimidad y perfil como figura
de autor.102
Como voy a argumentar a partir del próximo capítulo, subrayar la participación de
Armand Mattelart en estas formaciones intelectuales de carácter internacional es clave para
comprender tanto su inserción político-profesional a partir de su exilio en Francia en 1973,
como la formación —que condensa toda su experiencia en el laboratorio chileno— de una de
disposición intelectual singular que marcará su perfil cosmopolita, su vivencia de lo político
como articulador del trabajo intelectual y su energía inagotable para buscar una y otra vez las
claves teóricas para comprender la sociedad desde una crítica materialista de la comunicación
y la cultura.
Pocos días después del golpe de Estado que encabezó Augusto Pinochet Armand
Mattelart fue expulsado de Chile junto a su familia. A partir de entonces su vivencia del
laboratorio chileno será reelaborada en función de otras coordenadas políticas, culturales e
intelectuales, de nuevas apropiaciones teóricas y desde renovadas posiciones —marcadas por
la experiencia del exilio— en el campo intelectual y el mundo cultural de la izquierda
francesa.

102
En este sentido habría que leer las palabras de presentación de La cultura como empresa multinacional
(publicado en Santiago de Chile en abril de 1973) donde Mattelart afirmaba que sus nuevas líneas de
investigación “habían madurado” “al compás de los procesos de liberación” de América Latina. De allí que,
afirmaba, se proponía indagar “el papel de la cultura en la dominación de nuestros pueblos” (Mattelart, 1973:
11).

117
118
SEGUNDA PARTE

119
120
CAPÍTULO 3

LOS AÑOS DE EXILIO, DE LA UNIDAD POPULAR A LA UNITÉ DE LA GAUCHE

El bombardeo de la Casa de la Moneda por parte de las tropas al mando del general Augusto
Pinochet, el 11 de septiembre de 1973, anticipaba en un solo acto la brutalidad por venir del
golpe de Estado que puso fin a la breve e inédita experiencia chilena de transición al
socialismo. La historia es conocida: la muerte de Salvador Allende, la tortura, el asesinato y el
exilio de cientos de miles de chilenos fueron la condición de posibilidad para los 17 años de
dictadura que transformaron radical y regresivamente la economía, la sociedad, la cultura y la
vida política chilena.
Armand Mattelart, como tantos otros, fue expulsado del país andino pocos días después
del golpe de Estado. Los objetos comprometedores que guardaba en su casa, el temor por su
propia vida y la de sus hijos, la salida abrupta en ausencia de su esposa y sin prácticamente
más que algunas pertenencias, los amigos y compañeros desaparecidos, asesinados o
resistiendo en la clandestinidad; todos estos recuerdos dejarán una huella imborrable en su
memoria y su personalidad.103 Según su propio relato, las pesadillas que desde entonces lo
acompañaron con tenaz persistencia cada noche se disiparon el día en que, en diciembre de
1991, cuando se levantó la prohibición que le impedía la entrada, pudo pisar suelo chileno por
primera vez desde su exilio, en 1973.104 Pero también la experiencia chilena, en lo que tuvo de
pasiones y felicidades colectivas, acompañará desde entonces a Mattelart como un estímulo
para el trabajo y la intervención intelectual.105 En este sentido entiendo que la condición de

103
No puedo aquí detenerme en la crónica de los hechos que hacen a su destierro. Mattelart ha relatado sus
peripecias el día del golpe, su traumática salida de Chile y las pesadillas que lo acompañaron hasta 1991 (Beigel,
en prensa; Mattelart, 2010: 122-123). He recogido también los siguientes testimonios personales: Armand
Mattelart, entrevista concedida al autor, enero de 2011; Michèle Mattelart, entrevista concedida al autor, enero
de 2011; Tristán Mattelart, entrevista concedida al autor, enero de 2011.
104
Según su propio relato: “Durante los años de plomo, las pesadillas no han cesado de frecuentar mis noches: lo
recuerdos de lo que he vivido, visto, entendido en las calles, en la tele, durante el golpe de Estado. Ellas se han
disipado el día en que he pisado el aeropuerto de Santiago. El fantasma de la dictadura desapareció como por
encantamiento, al menos de mis pesadillas (Mattelart, 2010: 126. La traducción es mía).].
105
Se puede leer en uno de sus escritos de los años ochenta: “La memoria tenaz de mi vivencia en Chile y la
imperiosa necesidad de volver sobre este período para llevar más allá mis reflexiones sobre los envites de las

121
exiliado y la ruptura subjetiva que ésta supone es un eje ineludible para pensar en su riqueza y
singularidad la trayectoria de este joven de origen belga quien, llegado a Chile a los 26 años,
había elegido, según sus palabras, “expatriarse para siempre”, vivir definitivamente en
América Latina (Mattelart, entrevista concedida al autor, enero de 2011; y Mattelart, 2011
[1983]: 9) y que a los 37 años, junto a su esposa y sus dos niños pequeños nacidos en Chile,
tuvo que abandonar su país de adopción por la fuerza.

Acerca del exilio como disposición intelectual

¿Pero no retornaba a su medio natural, al continente donde había nacido y crecido y al país
donde lo había hecho su esposa? Subrayar su condición de exiliado para pensar el itinerario
de Armand Mattelart podría parecer extraña para quienes, desde América Latina, hemos
pensado con naturalidad que su retorno a Europa no significaba más que la vuelta a su medio
natal después de una larga estancia laboral en Chile.106 Sin embargo, esta condición marcaba
en su vivencia su identidad a tal punto que al final del prólogo a la edición inglesa de Para
leer al Pato Donald (junio de 1975) los autores agregaban a sus nombres la frase “en el
exilio” como si se tratara de una segunda seña de identidad (Dorfman, Mattelart, 1991[1975]:
10). En el mismo sentido, algunos años después, Mattelart relataba retrospectivamente que su
expulsión por la dictadura “truncó este proyecto e hizo de mí un exiliado en el continente que
me había visto nacer, vivir y seguir todos los ciclos de la enseñanza” (Mattelart, 2011 [1983]:
9).
Además de sobreponerse a las angustias del destierro forzado, los Mattelart debieron
sortear, sobre todo durante los primeros años de su llegada a Francia, ciertas dificultades de
adaptación —pues durante su estadía en Chile prácticamente no se habían procurado una red
de relaciones profesionales en el viejo continente— que incluyeron carencias económicas,
problemas de vivienda y de inserción laboral (como veremos en el capítulo 5, Mattelart no
conseguirá empleo estable en la universidad francesa hasta diez años después, en 1983).107 Se

luchas comunicacionales cruzaba las interrogaciones suscitadas por mi reinserción en Francia (…)” (Mattelart,
2011 [1983]: 9).
106
La condición de exiliado no parece haber sido una pista para pensar este itinerario en los balances del campo,
que al hablar de Mattelart refieren con naturalidad a su origen belga o —erróneamente, pues nunca se
nacionalizó— francés. Este malentendido, parece extenderse a Europa y los Estados Unidos. El propio Mattelart
relata que sus colegas franceses a veces desconocen que es belga, mientras que en Bélgica pocos saben que él no
es francés. Los lectores norteamericanos, por su parte, piensan que es un intelectual chileno (Mattelart, 2010: 56;
Mattelart, entrevista concedida al autor, 2011).
107
Los detalles de esta peripecia están tomados de los testimonios directos. Michèle Mattelart, entrevista
concedida al autor, 2011; Tristán Mattelart, entrevista concedida al autor, 2011; Armand Mattelart, entrevista
concedida al autor, 2011.

122
trata, es evidente, de una común experiencia para muchos exiliados. Pero lo que aquí me
interesa preguntarme es qué supone en este caso singular el exilio como vivencia de lo
intelectual.
Edward Said propone al exilio como una de las metáforas posibles para pensar las
representaciones del intelectual (Said, 1996). En su formulaciones el crítico palestino se
apoya y reivindica explícitamente el modelo que propone Julien Benda en su clásico trabajo
La trahison des clercs (1928) (Said, 1996: 14, 26) puesto que, según su visión normativa108,
el intelectual es por definición alguien marginal, alguien que nunca se siente en casa ni
plenamente adaptado a la sociedad en la que nace o la que lo adopta, que se mantiene como
una figura privada de las ventajas que dan el privilegio y el poder; el intelectual “nunca se
siente en casa”; es como el exiliado: “existe, pues, en un estado intermedio, ni completamente
integrado en el nuevo ambiente, ni plenamente desembarazado del antiguo, acosado con
implicaciones a medias y con desprendimientos a medias, nostálgico y sentimental en cierto
plano, mímico efectivo y paria secreto en otro” (Said, 1996: 60). Esta figura intermedia, de
pasaje, habita varios mundos simultáneamente; por ello, propone Said, su condición sería
privilegiada para ver las cosas de una manera diferente, en una doble perspectiva. Desde esta
posición, sostiene el crítico palestino, el intelectual ejerce la tarea que define a esta figura
inquieta e inquietante: desestabilización de las verdades establecidas por el sentido común y
crítica del orden existente. Se trata, insiste Said, más allá de la experiencia real del exilio, de
una figura metafórica: Theodor Adorno, propone, quien “estaba ya claramente predispuesto
para ser un exiliado metafísico antes de instalarse en los Estados Unidos” (Said, 1996: 66),
sea tal vez uno de sus paradigmas. 109
Ahora, si bien la metáfora normativa que propone Said no puede dejar de pensarse
como una representación inscripta en el propio habitus intelectual (es decir, como una
autorrepresentación ideológica que, si bien pretende fundamentar la posición del intelectual
en el mundo social, sin embargo es en parte producto de la trayectoria y la colocación del

108
Carlos Altamirano inscribe el planteo de Said en lo que define ha sido la tradición normativa para pensar la
figura del intelectual. Se caracteriza por preguntarse no qué es un intelectual, cuál es su función social, sino, de
manera prescriptiva, qué debe ser. La formulación clásica de esta perspectiva se encuentra en Julien Benda: el
intelectual verdadero, figura social privilegiada, a distancia de las presiones sociales, tiene una misión: perseguir
la justicia y la verdad. Tal vez esta tradición haya tenido a su principal exponente en Jean-Paul Sartre
(Altamirano, 2003: 31-47).
109
“En este sentido metafísico, el exilo para el intelectual es inquietud, movimiento, estado de inestabilidad
permanente y que desestabiliza a otros” (Said, 1996: 64). En Adorno, observa Said, quien refiere a la
imposibilidad de morar, de sentirse en casa como condición moral (según una fórmula de Minima Moralia) se
expresa esta posición sobre todo como un estilo de escritura (Said, 1996: 67).

123
intelectual en él)110 sin embargo, en tanto metáfora, propone sentidos y significados que me
han sido útiles para reconstruir e interpretar desde la perspectiva de la historia intelectual y la
sociología cultural el itinerario de Armand Mattelart. En otras palabras, la condición de
Mattelart en tanto exiliado, antes que a una posición intelectual producto de una opción
volitiva o a una condición metafísica, debe interpretarse, como voy a argumentar, en el marco
de una serie de complejos procesos sociales que sitúan su figura en una zona de frontera, de
encuentro y distancia entre la situación político-cultural del Chile popular y la Francia de
entonces. De allí que, teniendo en cuenta la memoria de la experiencia chilena, pueda
proponer que Mattelart, por la disposición que ésta promueve, se caracterice por ser una
figura híbrida, un personaje mixto, un mediador y traductor de dicha experiencia a la vez que,
en términos sociológicos, una suerte de extranjero111 que, ocupando una posición de
proximidad y distancia respecto al universo intelectual francés y sobre todo en el campo de
los estudios en comunicación, ejerza una mirada dual e histórica, aquella que para Said
caracteriza el punto de vista del intelectual exílico.112
Ahora bien, si Armand Mattelart es un personaje híbrido, mixto, que habita varios
mundos y se puede ubicar en la encrucijada entre la sociedad que ha dejado y la que lo acoge,
es también porque su actividad es múltiple, en el sentido que conecta mundos sociales
heterogéneos, esferas diversas de la práctica social. De allí la relevancia, en un campo
intelectual como el francés caracterizado por su aislacionismo y sus fuertes jerarquías y
divisiones disciplinares (Cusset, 2005 [2003]) de definir su perfil intelectual como el de un
hombre doble, o más bien múltiple, (Coopet-Richet, 2008 [ver introducción de estas tesis]).

110
Para sostener esta afirmación remito a los trabajos de Pierre Bourdieu (Bourdieu, 1998 [1992]). Anna
Boschetti ha reconstruido magistralmente este habitus intelectual para el caso de uno de los mayores exponente
de la tradición normativa, Jean-Paul Sartre y su teoría del compromiso (Boschetti, 1990).
111
Como observa Carlos Altamirano, existe cierta similitud entre la figura intelectual que propone Said con el
tipo social del extranjero según lo define Georg Simmel en su Sociología, para quien, la posición de proximidad
y distancia que lo caracteriza respecto a la sociedad que lo recibe, se convierte en una fuente de lucidez y
objetividad, esto es, de ruptura con la experiencia ordinaria y las verdades del sentido común (Altamirano: 2006:
39-43).
112
Sostiene Said: “Debido a que el exiliado ve las cosas en función de lo que ha dejado detrás y, en función de lo
que le rodea aquí y ahora, hay una doble perspectiva que nunca muestra las cosas aisladas. Cada escena o
situación en el país de acogida evoca necesariamente su contrapartida en el país de procedencia. Intelectualmente
esto significa que una idea o experiencia se ve siempre contrapuesta a otra, haciéndolas aparecer por lo mismo a
ambas en ocasiones bajo una luz nueva e impredecible: de esta yuxtaposición obtiene uno una mejor y tal vez
universal idea de cómo pensar (…). Una segunda ventaja para lo que es de hecho el punto de vista del exilio para
un intelectual es que tiendes a ver las cosas no simplemente como ellas son sino como han venido a ser.
Contemplas las situaciones como contingentes, no como inevitables; las ves como el resultado de una serie de
opciones históricas llevadas a cabo por hombres y mujeres, como hechos de sociedad realizados por seres
humanos, y no como realidades naturales o sobrenaturales, y por lo tanto inmutables, permanentes e
irreversibles” (Said: 1996: 70-71).

124
Pasajes 1: las “lecciones” de Chile

Sin contar con una red de relaciones académicas y profesionales en Francia, puesto que su
deseo había sido permanecer en América Latina, los Mattelart debieron emprender a su
llegada al hexágono un duro camino de reinserción política y sobre todo profesional. Algunos
contactos forjados en Chile con algunos intelectuales franceses que habían pasado por el país
andino, atraídos por la experiencia socialista democrática, les permitieron establecer una
primera red de inserción. El clima cultural y político era más que propicio en el marco de la
solidaridad con Chile y del interés que suscitaba en Francia la experiencia socialista chilena.
Pues si en sus primeros años la revolución cubana había alimentado la expectativa de muchos
intelectuales de izquierda franceses y sostenidos sus tomas de posición (los casos
paradigmáticos fueron los de Jean-“Paul Sartre y Regis Debray) hacia los años setenta ciertas
definiciones de su política (entre otros el apoyo a la invasión soviética a Checoslovaquia o el
“caso” Padilla) marcaron fuertes límites a las ilusiones que había despertado el modelo
cubano. El giro, en rigor, también estaba vinculado a procesos de índole local, puesto que un
sector importante de la izquierda se reacomodaba frente a los intentos por darle una salida
político-institucional a la movilización social promovida a partir de mayo de 1968.
En este escenario Chile se había vuelto una referencia. En 1971, recién elegido
Secretario General del Partido Socialista Francés, François Mitterand había viajado a Santiago
de Chile y se declaraba seducido por la maestría moral de Salvador Allende y la originalidad
del modelo que impulsaba; los chilenos —tituló el Le Monde (14-15 noviembre 1971)— han
llamado al señor Mitterrand “el Allende francés” (Leenhardt, Kalfon, 1992: 18). En esta
perspectiva un sector de la izquierda francesa, el PS y el PC, confluyó en junio de 1972 en un
programa común. El interés que había despertado la vía chilena al socialismo para ciertos
sectores intelectuales y políticos franceses se multiplicó con fervor a partir del golpe de
Estado de Pinochet. Cientos de manifestaciones de solidaridad se expresaron para con el
pueblo chileno. Pero los motivos, una vez más, también eran internos. El debate político de
cara a las elecciones presidenciales de 1974, de alguna manera, traducía a las coordenadas
francesas los dilemas de la vía chilena y su camino democrático: la izquierda revolucionaria
veía pocas chances de una transición al socialismo en el marco de la democracia liberal,
mientras que la derecha francesa, temerosa de la unidad de la izquierda, hacía del caso chileno
un emblema. En suma, en Francia Chile devenía argumento electoral (Leenhardt, Kalfon,
1992: 18).

125
En este marco de movilización, uno de los primeros vínculos que establecieron al llegar
a Francia los Mattelart fue con un grupo de periodistas que habían pasado por Chile y que
editaban entonces dos revistas, un semanario, Politique Hebdo (1970-1981), y un mensual,
Politique aujourdi’hui. Las revistas, fundadas por Paul Noirot, tenían entonces estrechos
vínculos con el PSU (Partido Socialista Unificado), y albergaban a corrientes políticas
heterogéneas, entre sectores de la izquierda radical y lo que se llamaría poco más tarde la
“segunda izquierda”.113
A través de estos primeros contactos Armand Mattelart fue invitado a publicar en el
número de enero de 1974 de Politique aujourdi’hui —revista de la que formará parte de su
comité de redacción— dedicado a “l’enjeu latino-américain après Santiago” (“el desafío
latinoamericano después de Santiago”). El editorial (por Paul Blanquart, Anne Valier, Daniel
Vasthy) da cuenta del interés que despertaba en una parte del mundo político e intelectual
francés la situación latinoamericana y los puntos de contacto que tenía con el debate político
francés. ¿Acaso el número especial estaba lejos de lo que ocurría en Francia? se preguntaban
como punto de partida los editorialistas. El enorme eco que había levantado en el país el golpe
del 11 de septiembre y la angustia profunda que atraviesan tantos sectores sociales, “¿no son
acaso indicio de una toma de conciencia, visceral, instintiva, de que Santiago podría ser
mañana París?” (Politique aujourd’hui, enero 1974: 2. La traducción y las siguientes son
mías). El Chile que habitaba Francia no era el de la victoria de Allende, sino el de su muerte,
se afirmaba. El análisis del caso latinoamericano podía dar la medida del adversario (el
sistema mundial del imperialismo) y su capacidad de jugar a su favor en una diversidad de
situaciones. Si Vietnam daba la muestra de lo que podía ocurrir en un país que elegía una vía
insurreccional, para los autores la experiencia chilena mostraba los riesgos a los que se
exponían los partidarios de un pasaje pacífico al socialismo: de fondo, sostenían los
periodistas, los consejeros de Nixon en el caso chileno tenían en mente lo que podría ocurrir
en Francia y en Italia. Si el caso brasileño mostraba la alternativa militar en un país sin
tradiciones democráticas fuertes y con partidos marxistas fuera de la ley, el caso chileno ponía
de relieve la capacidad y los modos de reacción de la burguesía en un país de tradiciones

113
Se le atribuye la expresión “segunda izquierda” a Michel Rocard, quien la acuñó en un Congreso del Partido
Socialista en 1977. En la visión de Michel Sellenart, se trataba de un movimiento de izquierda que se distanciaba
de las tradiciones del marxismo más ortodoxas y se abría a nuevas cuestiones como la vida cotidiana, la situación
de las mujeres, la autogestión, etc. Dicho esquemáticamente, la idea opone dos culturas: una jacobina, estatal,
que acepta la alianza con los comunistas, y otra descentralizadora, a favor de la sociedad civil y el tercer sector
que rechaza la alianza, denominada segunda izquierda (Sellenart, 2009 [2004]: 420). En la visión más crítica de
François Cusset, el movimiento de la nueva izquierda, socialdemócrata y modernista, “nació de la conversión al
‘realismo’ de la izquierda libertaria y autogestionaria” (Cusset, 2008 [2006]: 29) Cusset ubica en esta corriente a
intelectuales como Pierre Rosanvallon, Alain Touraine, al PSU o al periódico Nouvel Observateur.

126
democráticas afianzadas y que contaba con una clase obrera organizada. En un momento
donde se agudizaba la luchas de clases en Francia —¿quien va a pagar las concesiones a la
pequeña burguesía y la reconversión que entraña la crisis del petróleo sino la clase obrera ?, se
preguntaban los editorialistas— la lección chilena debía ser atendida: “Hace falta meditar
sobre las lecciones que los camaradas chilenos ponen sobre la mesa a partir de su experiencia
en los tres últimos años, a propósito de las relaciones con la clases medias, a propósito de la
utilización del aparato de Estado burgués, de la vanguardia y de su relación con las masas, a
propósito —también— del ejército” (Politique aujourdi’hui, enero 1974: 4). Es evidente que
los editorialistas dirigían sus advertencias a la unidad de la izquierda, señalando que, en su
visión, el camino no podía ser desmovilizar a las masas bajo el pretexto de una unión amplia,
sino constituir una nueva vanguardia que active la lucha de clases y el nacimiento de un poder
popular ofensivo. En esta línea, siguiendo uno de los objetivos fundantes que se había
propuesto la revista —hacer conocer las prácticas y la investigación socialista en el mundo,
afirmaban— los editorialistas proponían darle la palabra a los colegas latinoamericanos,
señalando que en pocos años “el continente había devenido uno de los lugares más avanzados
en el campo de la investigación marxista” (Politique aujourdi’hui, enero 1974: 5).
Entre los convocados encontramos entonces a Armand Mattelart, quien a partir de la
invitación publicaba allí su primer texto en medios franceses a partir de su exilio; un artículo
firmado en noviembre de 1973 titulado “La bourgeoisie à l’école de lénine: le ‘gremialisme’
et la ligne de masse de la bourgeoisie chilienne” (“La burguesía en la escuela de Lenin: el
gremialismo y la línea de masas de la burguesía chilena, Mattelart, 1974d: 23-46). En este
artículo Mattelart desplegaba y profundizaba una de las líneas de análisis que había
desarrollado en Chile114: cómo a partir de la progresiva consolidación de la Unidad Popular la
burguesía había abandonando su táctica “democrática”, esto es, aquella que consiste en apelar
al control de los aparatos del Estado liberal (parlamento, justicia, etc.) para asumir una “línea
de masas” que suponía organizar y movilizarlas a partir de intereses sectoriales pero con fines
políticos. Para ello se había apoyado en una “ideología gremialista” que ya había sido forjada
por las organizaciones patronales como respuesta a las iniciativas de reforma agraria
impulsadas durante el gobierno de Frei; pero ahora agitaba el fin de la división de clases y la
promoción de la solidaridad por rama y profesión: la burguesía se apropiaba y resignificaba la
noción de pueblo que había puesto en juego la Unidad Popular. Mattelart analizaba entonces

114
Ver Mattelart, Mattelart, (1998 [1973]), especialmente el parágrafo “Los reaccionarios aprendieron más
rápidamente que las masas”. Para profundizar estos análisis ver también para la genealogía de la ideología
gremialista, Mattelart, Mattelart, Piccini, (1970); y Mattelart, Castillo, Castillo, (1970).

127
cómo esta movilización había requerido un cambio en la concepción dominante de los medios
masivos. Como hemos visto en el capítulo anterior, daba cuenta cómo la burguesía había
abandonado su modelo tradicional de comunicación, donde los medios son concebidos como
medios de información y entretenimiento, y había pasado a politizar los géneros cotidianos y a
movilizar de manera diferencial a destinatarios concretos, en función de intereses corporativos
pero con vistas a preparar el terreno para la insurrección contra el gobierno popular. En suma:
la burguesía “se había hecho leninista”, esto es, había “fabricado su línea de masas”,
convirtiendo a la prensa en un “organizador colectivo” de la reacción.
El interés que la situación chilena despertó en el periodista Claude Julien115, por
entonces jefe de redacción de Le Monde Diplomatique, ofició como otro de los canales de
inserción de Armand Mattelart en el medio cultural francés. En términos concretos, el
contacto se materializaba a través —en palabras de Fernanda Beigel— de la propia “conexión
Santiago”. Según relata Armand Mattelart, Alfredo Guevara, por entonces presidente del
ICAIC, le había recomendado a Julien —que había coincidido con Michèle Mattelart en un
coloquio sobre el caso chileno y las dictaduras latinoamericanas que se realizó en
Washington— contactarse con Armand Mattelart (Mattelart, entrevista concedida al autor,
2011). Julien le propondría entonces a Mattelart escribir en el dossier que preparaba para el
Monde Diplomatique sobre la situación chilena, que se titularía «Rêves et cauchemars de la
junte» (“Sueños y pesadillas de la junta”, Le Monde Diplomatique, julio de 1974). Aunque
entonces no lo sabía, lo cierto es que este primer artículo de Armand Mattelart en Le Monde
Diplomatique, «Un fascisme crèole en quête d’idéologies» (“Un fascismo criollo a la
búsqueda de ideologías”), que inaugura dicho dossier, iniciaría una colaboración
ininterrumpida que durará por décadas y que lleva en su haber decenas de artículos
publicados. En este artículo Mattelart proponía un análisis de las perspectivas abiertas a diez
meses del golpe de Estado en Chile, haciendo un detalle pormenorizado de la “Declaración de
principios de la junta” de marzo de 1974 y de la génesis de los grupos de extrema derecha y
de sus “intelectuales orgánicos” (en especial el Opus Dei) que formulaban un programa
político que caracterizaba como integrista (de corte franquista) y tecnocrático (Mattelart,
1974a).
Pasados los primeros momentos de la conmoción por el golpe de Estado, lo que
llamaría la atención del medio cultural y político francés sería la singularidad de la
experiencia política de la Unidad Popular chilena. Ese mismo año, en 1974, Armand Mattelart

115
El periodista Claude Julien fue entre 1973 y 1990 responsable principal (primero jefe de redacción y después
director) de Le Monde Diplomatique. Es especialista en América Latina y Estados Unidos.

128
le propuso a la editorial Anthropos, el manuscrito de lo que sería Mass media, ideologies et
mouvement revolutionaire. Chili 1970-1973 (Mattelart, 1974). El grupo que llevaba adelante
la editorial fundada en 1960 publicaba también la revista L’Homme y la Societé. Revue
internationale de recherches et de synthèses sociologiques (fundada en 1966), en la que
participaban o colaboraban por entonces, Henri Lefebvre y un conjunto de marxistas
heterodoxos, como Nikos Poulantzas, Samir Amin, Joseph Gabel, Pierre Naville, Manuel
Castells, entre otros, y por América Latina, intelectuales como Michael Löwy, Theotonio Dos
Santos, Henrique Cardoso, Emilio de Ipola o André Gunder Frank. El vínculo de Armand
Mattelart con la revista se había iniciado en Chile, en 1969, puesto que había enviado al
comité editorial de la revista su artículo sobre la lectura ideológica de Malthus, publicado en
los Cuadernos de la Realidad Nacional (Mattelart, 1969), que fue aceptado y publicado en el
n°15 de L’Homme y la Societé (enero-marzo 1970, pp. 183-219) bajo el titulo “Une lecture
idéologique de l’Essai sur le principe de population” (Mattelart, 1970). Anthropos aceptó
enseguida el manuscrito y publicó Mass media, ideologies et mouvement revolutionaire. Chili
1970-1973, un libro donde se traducían los textos publicados por Armand Mattelart en La
comunicación masiva en el proceso de liberación (1973) (como vimos: una compilación de
las ediciones Siglo XXI de sus artículos escritos —sobre todo en los Cuadernos de la
Realidad Nacional— al calor del debate político cultural) a los que se agregaban las
entrevistas que había hecho Mattelart a los obreros de los cordones industriales de Santiago,
publicadas en Comunicación y Cultura (1974) y el artículo publicado en Politique
aujourdi’hui sobre la línea de masas de la burguesía que acabo de comentar párrafos atrás.
Atraídos por la publicación del libro, Serge Daney y Serge Toubiana, por entonces
redactores en jefe de la prestigiosa revista Cahiers du Cinéma, le propusieron a Armand
Mattelart una larga conversación que se publicó en diciembre de 1974 y que se tituló
“Appareils ideologiques d’etat et luttes de classes-Chili 1970-73. Entretien avec Armand
Mattelart”. En su introducción, Daney y Toubiana señalaban la imposibilidad de evitar, en el
contexto de la situación política francesa, hacer un rodeo por las lecciones de la experiencia
chilena, aun a riesgo de que —subrayo— se los “acusara de exotismo”. El párrafo merece
toda nuestra atención:

Se podrá decir que Chile no es Francia y acusarnos de exotismo. El peligro existe. Pero
para nosotros, ¿cómo pensar por un segundo que es evitable un rodeo por Chile? (…) A
partir del momento en que una experiencia como la de Chile ha tenido lugar, es también
un desafío al pensamiento del movimiento obrero internacional y su fracaso nos
concierne. Hasta cierto punto, trozos enteros de la experiencia chilena son transportables a
Francia o Italia. Aun hace falta darse medios de pensar estas lecciones, de darse un cuerpo

129
teórico que particularice el contexto y el lugar de enunciación de las preguntas (…) [y]
que permita balizar un terreno teórico y práctico considerable, cuyo esclarecimiento debe
producir sin falta un retorno en provecho de nuestro campo específico que es el cine
(Daney, Toubiana, 1974-1975: 6-7. La traducción es mía).

Como se desprende de la cita (y del perfil de la revista y de sus editores), el interés político
por la experiencia chilena se conjugaba con el interés por pensar las lecciones y los
interrogantes que ese proceso insinuaba para la teoría y la práctica específicas del cine en
relación con la cuestión de la disputa ideológica y cultural en un proceso revolucionario. Pues
había sido a partir del ‘68 y de las disputas políticas en el plano del sistema universitario y del
aparato cultural francés, que se había puesto de relieve en Francia en algunos círculos el
problema de la lucha ideológica, creando las condiciones para la emergencia y difusión de
perspectivas y conceptos, como el concepto althusseriano de “Aparato Ideológico de Estado”
(Althusser, 1983 [1970])116, cuya aparición en el título del artículo a propuesta de los
entrevistadores —a pesar de estar ausente en el libro de referencia, Mass media, ideologies et
mouvement revolutionaire— indicaba su presencia en la cultura de izquierda francesa de la
época.117 En este sentido la experiencia chilena llamaba la atención por una característica que
ya he apuntado y que tenía puntos de contacto con la situación francesa a partir de la
expectativa que generaba el programa de unidad de la izquierda: Armand Mattelart resumía y
traducía en los Cahiers du Cinéma en diálogo con Daney y Toubiana los interrogantes que el
laboratorio chileno (un proceso inédito en relación a otros procesos de transición socialista) le
podía plantear al mundo intelectual y la izquierda francesa. A saber: ¿cómo emprender una
transformación cultural con los materiales de una industria cultural desarrollada? ¿qué
respuesta elaborarán las clases dominantes y cómo utilizarán —siempre que se respetara la
libertad de expresión— sus medios masivos de comunicación? ¿Qué fuerzas internacionales,
se ponen en juego cuando un país de tradiciones democráticas emprende un proceso político
de esas características? (Daney, Toubiana, 1974-1975).

116
Tal vez sea en el artículo de Hans Magnus Enzensberger que he citado donde se exhiban más claramente los
vínculos entre los problemas políticos planteados luego de la derrota del movimiento estudiantil en el mayo
francés en torno al fenómeno ideológico y cultural (“la industria de la conciencia” en los términos del autor) y la
emergencia de un campo problemático y conceptual. Enzensberger llamaba la atención en dicho artículo acerca
del vacío respecto a una teoría marxista de los medios de comunicación y la falta de una estrategia sobre la
materia por parte del movimiento estudiantil que, en su visión, había contribuido a su fracaso (Enzensberger,
1971 [1970].
117
Según el relato de Armand Mattelart, él no tomó conocimiento del artículo de Althusser, “Ideología y
aparatos ideológicos de Estado” publicado en 1970 hasta su exilio en Francia (sí tenía lectura, como aparece
citado en La comunicación masiva en el proceso de liberación, entre otros, del libro colectivo Lire Le Capital,
de 1967) y es por ello que, en rigor, el concepto no aparece en sus obras escritas en español durante los años de
la Unidad Popular (Mattelart, 2010: 141).

130
Estos mismos interrogantes organizaban el guión que por entonces Armand Mattelart
escribía para La Spirale, un documental que, me animo a decir, fue para él un verdadero
salvoconducto en el exilio.

Una aventura cinematográfica: La Spirale y las políticas de la crítica

Pues si el trabajo de Armand Mattelart como director de La Spirale (1975)118 resulta tan
significativo para su itinerario intelectual es porque representó no sólo uno de los primeros
medios de inserción laboral a partir de su exilio, sino porque el análisis de las condiciones de
producción del film me permite recomponer una trama de relaciones que abonan mi punto de
vista sobre su trayectoria y sobre lo que proyecta para la historia intelectual de los estudios en
comunicación y la sociología de las formaciones culturales: por un lado, la existencia de un
espacio de sociabilidad, de una red de asociación político-intelectual de carácter internacional
donde —teniendo como plafón los puntos de contacto entre las coordenadas político
culturales de Francia y Chile— el investigador belga oficiará como una suerte de mediador y
pasador cultural; por otro, porque La Spirale constituye una mediación esencial, un eslabón
fundamental en la elaboración intelectual de una experiencia, el laboratorio chileno, que
acompañará toda la trayectoria política y de investigación de Armand Mattelart,
contribuyendo a la configuración de su posición teórica.
Comencemos por las redes de sociabilidad y la existencia de formaciones culturales de
carácter internacional. Si Chris Marker, escritor, fotógrafo y realizador militante le propuso a
Armand Mattelart, apenas éste desembarcaba en Francia en octubre de 1973 realizar un
documental sobre la situación chilena, es porque entre ellos existía una relación forjada al
calor del proceso de la Unidad Popular. Chris Marker había visitado Chile en 1972 mientras
acompañaba al cineasta griego Costa-Gavras, quien había viajado a Santiago para filmar un
film sobre la guerrilla uruguaya Tupamaros, Estado de sitio (1973). En rigor, puedo decir con
Mattelart que el interés de Marker en Chile era observar cómo las fuerzas de izquierda
encaraban las políticas culturales desde la cinematografía, más puntualmente, si el proceso de
transición democrática al socialismo estaba produciendo formas de cine alternativo a partir de
colectivos populares (Mattelart, 2008: 157; Mattelart, 2009: 2).119 Marker, quien no sólo había

118
La Spirale (Francia, 1975 : 134’) Armand Mattelart, Jacqueline Meppiel y Valérie Mayoux. Colaboración de
Chris Marker. Producida por Jacques Perrin (Reggane Films). Participación: Jean-Claude Eloy, Jean-Michel
Folon, François Périer, Med Hondo. Se estrenó en Francia en 1976.
119
El interés de Marker estaba bien fundado. Si bien no puedo detenerme a mencionar la larga lista de
realizadores y sus producciones de la época, puedo decir, de manera general, que coinciden los historiadores del

131
impulsado el cine militante y experimental en Francia sino comprendido la necesidad de crear
canales de producción y distribución alternativos120, se reunió entonces en Santiago con
Armand y Michèle Mattelart, puesto que estaba interesado en sus trabajos sobre la
comunicación, la ideología y las políticas culturales. Según relata retrospectivamente Armand
Mattelart, en este encuentro se puso en común “la creencia de que la cuestión de los medios
constituía una zona ciega en la historia del pensamiento del movimiento revolucionario”
(Mattelart, 2008: 157). El encuentro dispararía varios proyectos comunes. Marker se había
deslumbrado con Para leer al Pato Donald, a tal punto que tuvo la idea de hacer una
traducción al francés y de proponerle inmediatamente a su retorno a Francia a su amigo y
editor de izquierda François Maspero que lo publicara a través de su casa editorial (Mattelart,
2010: 147). Maspero dudó un tiempo, pero finalmente rechazó la idea y Marker tuvo que
abandonar su proyecto de traducción (Mattelart, Michèle, entrevista concedida al autor, 2011).
Por su parte, Armand Mattelart gestionó ante su amigo Héctor Schmucler, por entonces uno
de los editores de Siglo XXI argentina —quien se entusiasmó por igual con el proyecto— la
publicación en español del diario de Alexandre Medvedkine sobre sus experiencias con el
“cinetren” (Mattelart, 2008: 158) que Marker había rescatado y editado en francés con su
colectivo SLON el año anterior.121
Las amistades, a veces, encarnan procesos colectivos. Si bien excede los límites de este
trabajo dar cuenta desde el punto de vista de una sociología de las formaciones culturales de
la red de vínculos que relaciona al mundo intelectuales francés con el proceso chileno (sólo
por mencionar algunos puedo referir a los viajes a Chile y los trabajos de Alain Touraine, de
Christine Buci-Glucksmann, de Regis Debray, entre otros) se puede decir que esta red cobró

cine chileno y latinoamericano en que el triunfo de la Unidad Popular, a partir del impulso que se le dio al
organismo estatal de promoción de la cinematografía, Chile Films, potenció la producción cinematográfica en un
país que casi no había desarrollado su industria cinematográfica en el período previo. Tal vez esta “virginidad”
explique la emergencia de un cine experimental y de vanguardia, en el contexto de un proceso de agitación
político y cultural. Buena parte de la producción de esos años se relacionó estrechamente con ese contexto, sobre
todo a partir de la producción de documentales y noticieros. Peter Schumann destaca que en los tres años de la
UP el cine tuvo más actividad y productividad que en las siete décadas de cinematografía chilena previas y
afirma que el auge del cine chileno de esos años no tiene comparación con lo ocurrido en ningún otro país
latinoamericano. No se trataba de la renovación cinematográfica que ya había tenido lugar con la ola del nuevo
cine latinoamericano, sino de la politización y la popularidad del cine “utilizado como un medio al servicio del
proceso de transformaciones sociales” (Schumann, 1987: 191-192).
120
Marker fundó la cooperativa SLON (Société de Lancement des Oeuvres Nouvelles) y luego ISKRA. Con
Jean-Luc Godard, fascinados con el “cinetren”, había creado a fines de 1967 el “grupo Medvedkine”, retomando
el nombre y la idea del cineasta soviético.
121
Se trata del diario El cine como propaganda política. 294 días sobre ruedas (Medvedkine, 1973) donde el
cineasta ruso relata sus experiencias con el “cinetren” en la Unión Soviética en los años treinta. Medvedkine
filmaba, desarrollaba, y proyectaba en el lugar de producción y con la menor dilación posible las películas
realizadas con obreros y campesinos.

132
especial relieve en el caso de los cineastas.122 Chris Marker tomó contacto con Patricio
Guzmán e interesado en sus trabajos organizó la distribución en Europa de su film El primer
año, y tuvo un papel fundamental en la concepción y filmación del material de La Batalla de
Chile, pues además de ideas aportó buena parte del film virgen (que escaseaba por entonces
en el medio chileno debido al bloqueo de las empresas norteamericanas) y después del golpe
participó activamente como colaborador en su montaje (Ruffinelli, 2001).123
Con esta experiencia Chris Marker le propuso a Armand Mattelart ni bien éste llegó a
Francia ver al productor Jacques Perrin (quien había acompañado a Costa-Gavras a Chile y se
había reunido con Salvador Allende y Augusto Olivares) para proponerle que financie un
documental sobre el proceso chileno.124 Marker formó el grupo que integraron Armand
Mattelart y las montajistas Jacqueline Meppiel y Valérie Mayoux. El proceso de realización
duró más de dos años, entre 1974 y 1975. La Spirale se estrenó en las salas en Francia en abril
de 1976 y en mayo se proyectó en la sección “Perspectivas” del Festival de Cannes. Tuvo
luego un recorrido dispar en televisoras y universidades.125
En función del recorrido que estoy trazando me interesa subrayar algunos aspectos
alrededor de La Spirale que considero claves para configurar el itinerario intelectual de
Armand Mattelart. En primer lugar porque, como estamos viendo, el proceso de producción
de La Spirale se apoya en —y en este sentido ayuda a organizar— una red de intercambio
político intelectual internacional. En este sentido, además de la relación con Marker, quisiera
poner de relieve la colaboración del ICAIC, el Instituto Cubano de Arte e Industrias
Cinematográficas —con el que vimos que Armand Mattelart había forjado en Chile una
relación estrecha—, que fue activa y fundamental para la realización de La Spirale.
En efecto, a cambio de la exclusividad de los derechos para una versión en español (que
finalmente no se concretó por entonces), el ICAIC le abrió sus archivos a Mattelart, quien

122
Entre otros, Regis Debray entrevistó a Salvador Allende a un año de su gobierno para el film de Miguel
Littin, Compañero Presidente. En relación a los cruces entre intelectuales chilenos y franceses se puede
consultar el trabajo de Jacques Leenhardt y Pierre Kalfon (con la colaboración de Armand y Michèle Mattelart)
sobre las Américas Latinas en Francia (1992).
123
Esta red de intercambio se potenciaría con la ayuda que los realizadores exiliados chilenos tendrían, sobre
todo en Francia, con posterioridad al golpe de Estado, dando forma a un fenómeno tal vez único en la historia del
cine: la existencia de un cine nacional forjado en el exilio (Ruffineli, 2001).
124
Según relata retrospectivamente Mattelart, a su llegada a Francia Marker le confió que Jacques Perrin le había
prometido a Augusto Olivares (asesor personal de Allende y director de prensa de la Televisión Nacional,
asesinado el día del bombardeo de la Moneda) hacer un film sobre Chile, sobre todo si ocurría un golpe de
Estado (Mattelart, 2008: 157; Mattelart, Bigo, 2009: 2).
125
Obviaré algunos detalles del proceso de producción y los avatares de la circulación posterior de la película,
pues, sobre todo en años recientes a partir de su reedición, Armand Mattelart ha dado testimonio de ello en
distintas instancias. Thirard (1976); Mattelart (2008); Mattelart, Bigo (2009); Mattelart (2010: 127-135). Por otra
parte, me permito hacer referencia a un trabajo propio donde abordo el film en términos del análisis
cinematográfico y la historia intelectual (Zarowsky, 2008).

133
hizo allí el relevamiento de imágenes en Cuba junto a Jacqueline Meppiel. Además de los
noticieros de Santiago Álvarez y los reportajes de la televisión cubana, incluso aquellos que le
daban la palabra a los opositores chilenos, los realizadores pudieron contar con los materiales
de los noticiarios de Chile Films que habían sido enviados al ICAIC para su conservación a
La Habana. Según estima Armand Mattelart, casi un tercio de las imágenes de La Spirale
provienen de la cinemateca de La Habana (Mattelart, Bigo, 2009: 5).126
En segundo lugar, entiendo que La Spirale es un momento significativo en la
configuración de esta trayectoria intelectual porque su proceso de realización durante más de
dos años funcionó como una de las mediaciones que le permitieron a Armand Mattelart
elaborar intelectualmente ciertas lecciones de la experiencia chilena. Veamos.
Armand Mattelart escribió a fines de 1973 un texto de base sobre la “líneas de masas de
la burguesía chilena” (que luego se convirtió en el artículo que se publicó en Politique
aujourd’hui a principios de 1974, que ya comenté), que sirvió para estructurar el proyecto del
documental y a partir del cual se buscaron y seleccionaron las imágenes. A partir del diálogo
con Jacqueline Meppiel y Valérie Mayoux, (quienes no habían estado en Chile y para quienes
el aprendizaje de la realidad política del país se hacía sobre la mesa de montaje), y sobre todo
en la confrontación con las 52 de horas de filmación que, relata (Mattelart, 1981: 82), había
que reducir y organizar, Armand Mattelart irá elaborando una serie de hipótesis sobre la
experiencia chilena. Será entonces el montaje donde se resolverá el hiato entre la escritura del
texto de base sobre la línea de masas de la burguesía que Mattelart escribía para iniciar el
trabajo y el film terminado, dos años después, para el cual no tenía un guión previo. Sobre
este material terminado, Armand Mattelart elaboró junto a Michèle Mattelart el extenso guión
de la voz over, que finalmente fue revisado por Chris Marker, quien, haciendo gala de su
estilo, le dio una forma definitiva (Mattelart, Bigo, 2009: 10). Insisto entonces en subrayar la
elaboración dialógica del film, pero sobre todo (dada la necesidad de encontrar un principio
de organización y jerarquización para la extensa cantidad de imágenes disponibles) el papel

126
Dado que no contaban con imágenes propias, los autores debieron seleccionaron documentos de alrededor de
unas 20 fuentes distintas: de cinematecas, de archivos de la televisión francesa, belga, estadounidenses y
especialmente cubana; de films de cineasta chilenos como Patricio Guzmán, Miguel Littín y Pedro Chaskel, pero
también de documentalistas que se habían interesado en el Chile popular, como el norteamericano Saul Landau,
el sueco Jan Linqvist y el cubano Santiago Álvarez, entre otros. La Spirale comparte esa factura internacional
que caracterizó a otros films chilenos del período. No es casual que Patricio Guzmán, para terminar La Batalla
de Chile, quizás el más emblemático de ellos, haya contado con la colaboración fundamental del ICAIC
(Ruffinelli, 2001).

134
que jugó para Armand Mattelart como mediación en la elaboración de una perspectiva sobre
la experiencia chilena.127
Es evidente que desde una perspectiva sociológica y política La Spirale presenta un
análisis que intenta explicar la elaboración de la estrategia de la burguesía chilena y el
imperialismo americano, la construcción de una “línea de masas” sobre la que se apoyaría el
derrocamiento de Salvador Allende.128 Ahora bien, desde el punto de vista del análisis
cinematográfico se revela la cualidad de la mirada que pone en juego Armand Mattelart. Pues
la perspectiva y singularidad que propone el documental se expresa cabalmente en su elección
narrativa: el hilo conductor que organiza la estructura del relato, que se inserta entre las
imágenes documentales y a partir de una cual una voz over interpreta fuera de la diégesis los
acontecimientos, es la representación hecha en estudio (con maquetas diseñadas por el artista
plástico Jean Michel Folon), del juego de fuerzas entre los actores sociales que propone
“Política”, un juego de simulación encargado en 1965 por el Pentágono a la Universidad de
Cambridge, Massachussets. La Spirale presenta la existencia de “Política” como modo de
organizar un hilo conductor narrativo —una clara estrategia de reflexivilidad— al mismo
tiempo que presentaba su existencia real, esto es como marco para comprender las estrategias
de poder que el film se propone analizar. La voz over señala que, con “Política”, “el
Pentágono descubre que la sociedad está dividida en clases y por primera vez trata de
analizarla”. 129

127
Pocos años después del estreno del film Mattelart refiere al proceso de producción de La Spirale como una
experiencia formativa: “Ver a diario películas, noticieros, documentales filmados durante el gobierno de la UP
(…) era un desafío político porque me obligó, durante todo ese tiempo a reflexionar sobre el proceso detenido
por el golpe de Estado. (…) durante dos años y medio pude ver los diferentes actores del proceso chileno, tal
como los había enfocado la burguesía chilena a través de sus reporteros y cómo lo habían hecho las fuerzas de
izquierda. Eso fue muy doloroso porque a través de esos noticieros —tuvimos en nuestras manos 52 horas de
película— se puede ver cuál es el perfil de estructura social, el diagnóstico sobre la correlación de fuerzas que
tenían los distintos actores del proceso” (Mattelart, 1981: 81-82). Dejo lado aquí el comentario sobre el supuesto
rol terapéutico que tuvo la realización del film al que Mattelart alude en varias oportunidades (1981, 2008,
2010), Mattelart, Bigo (2009).
128
La idea del espiral surge del análisis del juego de la relación de fuerzas pero también del principio que
organiza el montaje, pues el film propone una mirada histórica que a través del recurso al flashback superpone al
análisis de los acontecimientos una mirada histórica de larga duración que ayuda a comprender la genealogía,
ubicación y el rol de los actores sociopolíticos. No puedo remitirme aquí a un análisis exhaustivo del argumento,
la estructura y los procedimientos de significación de La Spirale. Me permito remitir a otro texto donde analizo
La Spirale en el marco de las tradiciones cinematográficas de la época (Zarowsky, 2008).
129
Armand Mattelart tomó conocimiento de la existencia de “Política” a poco de comenzado a concebir el film, a
través de sus vinculaciones con los periodistas del NACLA (North American Congress on Latin America), en
Estados Unidos, y un grupo de estudiantes de la Universidad de California, Berkeley (Mattelart, Bigo, 2009: 7).
El juego define para un país imaginario doce fuerzas sociales y propone variantes de conflicto —por ejemplo la
nacionalización de una empresa minera— y predice los posibles movimientos de cada una de ellas. El objetivo:
predecir, identificar y controlar un “conflicto revolucionario interno”. La existencia de este juego de simulación
era un indicador de que las Fuerzas Armadas no utilizaban como insumo para la planificación sólo un juego de
guerra sino una simulación situada en la sociedad civil, es decir, una simulación que enfatizaba en los aspectos

135
La Spirale propone entonces una inversión de la perspectiva que se puede leer no sólo
en la elección del eje argumental alrededor de la estrategia desestabilizadora de la derecha
chilena, sino en su forma, sobre todo en la representación y elección de “Política” como hilo
narrativo, como lugar de enunciación que simula la mirada del otro. Pues ¿quién propone en
última instancia un análisis del juego de las correlaciones de fuerza y de su evolución, esto es,
el análisis de clase que en determinado pasaje el film le atribuye a los nuevos estrategas del
Pentágono? Como observa Mattelart retrospectivamente, La Spirale propone un “sistema de
referencias invertido” (Mattelart, 2008: 162), un análisis del proceso a través de la estrategia
de las clases dominantes que invita dialécticamente a la reflexión sobre la estrategia y las
tácticas de la Unidad Popular —aunque el film no deja de tomar partido y de llamar la
atención sobre sus aciertos y limitaciones—, y desde este ángulo permite aclarar la unidad
profunda del proceso. La elección de “Política” como hilo narrativo y la ambigüedad
enunciativa que pone en escena da cuenta entonces de una perspectiva intelectual que
entiendo se configuraba entonces y que va a caracterizar la posición de Armand Mattelart,
quien va a proponer, a través de la crítica de la cultura y la comunicación, una mirada sobre la
ambigüedad y complejidad del funcionamiento del poder y la hegemonía (volveré sobre esto
en el capítulo 6).
Desde otro punto de vista no menor en función de su itinerario intelectual, la salida de La
Spirale en 1976 contribuyó a proyectar la figura de Armand Mattelart en el medio cultural
francés, medio en el que, prácticamente recién llegado, no tenía una fuerte inserción. Pero si
el film tuvo una repercusión notable en la crítica político-cultural y cinematográfica francesa,
es porque abordaba y reunía dos cuestiones que ocupaban en buena medida el centro de la
escena en el debate político-cultural post-’68: por un lado, como vimos, el interés por la
experiencia política chilena como modo de plantear e interpretar las apuestas y los desafíos
que enfrentaba la izquierda francesa, sobre todo a partir del programa de unidad entre el PS y
el PC. Por otro lado porque se asistía en Francia —en un contexto de politización de los
intelectuales post mayo francés e irrupción de nuevas tecnologías de realización, como el
Súper-8— a un auge de la práctica y la teoría del cine entendidas como modos de
intervención política. A la idea de “la revolución como horizonte posible”, observa el crítico
Francesco Casetti, se superponía la confianza en que el cine podía ser uno de los medios más
eficaces para contribuir a su desarrollo. De allí la idea de que tanto la tarea del realizador

políticos de los conflictos. El caso chileno era el laboratorio de una nueva estrategia de intervención por parte de
la potencia hegemónica mundial que se había comenzado a desarrollar en la década anterior.

136
como la del crítico fueran imprescindibles: en los años setenta el teórico de cine, señala
Casetti, también “se hace militante” (Casetti, 1994).130
En este marco la salida de La Spirale promovió la atención de la prensa y las revistas
especializadas y formó parte de las trincheras del campo de la crítica, una apuesta más en sus
tomas de posición. Se pueden leer dos grandes ejes que, en buena medida superpuestos,
organizan el análisis y las posiciones de los críticos que comentaron La Spirale. Por un lado,
su lectura de lo específicamente cinematográfico en el film como modo de interpretar los
modos de existencia de la política en el lenguaje; por otro, su lectura del modo en que La
Spirale se posicionaba frente a la experiencia chilena y el modo en que esto interpelaba a las
perspectivas del propio proceso de unidad de la izquierda francesa. Veamos.
Al estrenarse La Spirale casi simultáneamente con la primera y segunda parte de La
Batalla de Chile de Patricio Guzmán (La insurrección de la burguesía, 1975, y El golpe de
Estado, 1976), casi fue ineludible que los críticos compararan ambos films. Louis
Marcorelles, señalaba en mayo de 1976 en un artículo en Le Monde, “La mise en images des
contradictions de l’Unité populaire” (“La puesta en imágenes de las contradicciones de la
Unidad Popular”), que La insurrección de la burguesía “había sido subestimada por una parte
de la crítica francesa de izquierda”. Para el crítico, sin embargo, el film de Patricio Guzmán
definía un acercamiento del análisis político en cine “que rompía con la tradición, situándose
a igual distancia del estricto film militante, destinado a obtener efectos bien precisos, y de la
película ‘artística’ en la tradición de los grandes soviéticos del cine mudo (…): [proponiendo]
simultáneamente una herramienta de trabajo, un testimonio, un análisis” (Marcorelles, 1976).
Al comparar El golpe de Estado también de Patricio Guzmán con La Spirale, Marcorelles
afirmaba en Le Monde, en un artículo titulado “La lutte des classes filmée comme un
paysage” (“La lucha de clases filmada como un paisaje”) que su cualidad única estaba en
“hacer un todo, un bloque indisoluble entre filmación y montaje: quienes se responsabilizan
por la imágenes y los sonidos lo hacen hasta el fin (contrariamente a La Spirale, que parte de
otro principio [y] descansa sobre el comentario magistral de documentos a menudo
extraordinarios pero filmados por terceros” (Marcorelles, 1976). En oposición a La Spirale,
comenta Marcorelles, La insurrección de la burguesía dejaba a la “realidad hablar en directo”

130
Ver sobre todo el capítulo “Un intermedio, el sentimiento de lo nuevo”. Allí Cassetti afirma que en tanto se
concebía el lenguaje y las formas de representación como fenómenos ideológicos antes que inocentes, el teórico
debía asumir un juicio sobre los materiales, sobre lo que se hacía y lo que podía hacerse, con indicaciones
explícitas de las opciones que consideraba más adecuadas. “La teoría —concluye Cassetti— asumía también su
carga política, en el que, si se quiere, toma partido” (Casetti, 1994).

137
convirtiéndose en un film “que quedará tal vez como la primer obra maestra de una nueva
manera de analizar la política” (Marcorelles, 1976).131
Mientras Marcorelles valoraba a Guzmán por el carácter “abierto” de su tratamiento
cinematográfico, en el polo opuesto otros críticos valoraban La Spirale por su capacidad de
disponer el montaje de los materiales en función de la exposición y el análisis político. En
febrero de 1976 Robert Grelier en la Revue du Cinéma destacaba, en contraposición a las
tendencias cinematográficas de corte más esteticista o experimental, la capacidad del
documental dirigido por Armand Mattelart de subordinar el uso del lenguaje a los fines
expositivos, manteniendo su apertura, su capacidad de permitir la interrogación del
espectador: “No se encuentra en este film ningún plano que no quiera decir nada, que exista
sólo por su valor intrínseco. Ningún plano tomado aisladamente tiene valor propio, sólo existe
en función de su inscripción entre otros dos de valores más o menos iguales”. 132 De allí que,
concluía dando cuenta de los puentes que tendía, La Spirale “[n]o se contenta con cribar,
radiografiar situaciones y acontecimientos, sino que nos ayuda a resituarlos en nuestra
memoria socio-política” (Robert Grelier, 1976: 91-97). En la misma línea, Dominique
Lecourt, titulaba en Le Monde, en mayo de 1976 su nota sobre La Spirale: “La politique sans
aucun artifice d’intrigue” (“La política sin ningún artificio de intriga”, Lecourt, 1976). El
discípulo de Althusser señalaba que a diferencia de los films sobre la tragedia chilena que
hacían un uso emocional de las imágenes, adormeciendo la conciencia crítica del espectador,
en La Spirale la emoción era utilizada para darle intensidad dramática a la pregunta política
“qui commande le film tout entier”: por qué medios la burguesía chilena había logrado
detener el proceso de movilización de las masas. La gran originalidad de este film, según el
crítico, era que instalaba esta pregunta desde la primera a la última imagen. De allí que
Lecourt afirmara que el equipo de realización: “poniendo la política en el puesto de comando
de su trabajo colectivo y subordinando a ella las cuestiones técnicas y de escritura, se
compromete con otro modo de hacer, una práctica que, haciendo emerger la contradicción que
se alberga secretamente en cada imagen, abre a la inteligencia del espectador la aprehensión

131
Ambos artículos son citados por Rufinelli (2001: 172-173).
132
Y continuaba Grelier: “Esta comprobación no es totalmente fortuita, está allí para decir que el cine es
igualmente el arte de ensamblar imágenes. En seguida se va a lo esencial, sin embarazarse con imágenes inútiles
para iniciados. No se tiene miedo ni de chocar, ni de provocar, pero al mismo tiempo se confiesa por qué se lo
hace. Porque no se hace trampas con la realidad”. En este sentido, Grelier subrayaba el valor de La Spirale como
herramienta crítico-política: “Uno de los méritos de La Spirale, y no es el menor, es que trata, a través ‘una
experiencia’ fértil en enseñanzas de toda naturaleza, como aquella vivida por Chile, de provocar una reflexión
sobre un problema más general y de nuestro tiempo (…). No vaya a creer que este film es una suerte de vade-
mecum del militante político. Es sencillamente una herramienta de reflexión como otros son fuentes de
información. El discurso es unas veces subrayado, otras veces curvado para permitirnos a nuestro turno
interrogarnos”. Todas las citas de Grelier están tomadas de Mattelart (2008: 159 y 169-170).

138
crítica de las contradicciones para que éste pueda dar lugar a su propia percepción” (Lecourt,
1976. La traducción es mía).
Por su parte, en el cruce entre el debate cinematográfico —o, mejor, de la política en lo
cinematográfico— y el interés por el análisis de los acontecimientos políticos, Le Monde
Diplomatique dedicaba en diciembre de 1975 su dossier sobre cine político al análisis de los
films sobre Chile que habían aparecido recientemente, y donde La Spirale se llevaba la mayor
parte de la atención. Ignacio Ramonet no ahorraba elogios para el documental por la calidad
de su investigación y su capacidad expositiva “en torno a las circunstancias que permitieron el
evento político más revulsivo de los últimos años, el golpe chileno (Ramonet, 1975. La
traducción y las siguientes son mías). En este sentido Ramonet valoraba el documental por su
contenido referencial. Al comparar La Spirale con La batalla de Chile destacaba la capacidad
de análisis de la primera y, aunque reconocía en la segunda una extraordinaria voluntad de
testimonio póstumo, le reprochaba su carácter más abierto o, puedo decirlo en términos
bajtinianos, polifónicos; aquello que, por el contrario, destacaba Louis Marcorrelles. En
oposición, la valoración de Ramonet de La Batalla de Chile subrayaba que ésta se fundaba
“sobre una concepción un poco ingenua del cine militante que hace economía del análisis
político, limitándose a ‘mostrar las luchas’”. Subordinando el testimonio “abierto” al film de
tesis, Ramonet afirmaba que el film de Guzmán “ilustra con vivacidad las tesis de La Spirale”
(Ramonet, 1975).
Como señalaba, tal vez el debate propiamente cinematográfico no hubiera tenido tanta
repercusión sino hubiera atravesado al mismo tiempo los balances sobre la vía chilena y los
fantasmas que agitaba en la izquierda francesa.133 Es en estos términos estrictamente políticos

133
El debate en la crítica seguirá su deriva, y de alguna manera se irá despojando de sus valoraciones políticas en
función de las más estrictamente cinematográficas, lo que prueba también todo un desplazamiento “culturalista”
del campo. Algunos años después el propio Patricio Guzmán compararía de esta manera La Batalla de Chile con
La Hora de los Hornos y La Spirale: “Creo que esta película, además de reflejar el aspecto político, refleja y
enfatiza un estado de ánimo. Esta es algo que las otras películas no han logrado hacer, porque están preocupadas
por otros elementos. La Spirale es una película muy interesante, un mito entre los documentales —algo así como
La Hora de los Hornos— aunque usa un método opuesto al nuestro (edición del material disponible y análisis a
posteriori). Son dos concepciones del cine” (Pick, 1980: 32. La traducción y las siguientes son mías). A partir de
ese desplazamiento y con los años La Batalla de Chile fue ganado reconocimiento por sus procedimientos
cinematográficos —que la hacen un film más polifónico que sus contemporáneos— y tal vez por ello La Spirale
fue perdiendo terreno. A principios de los años ochenta, en un dossier especial sobre cine político chileno de la
revista canadiense Ciné-Tracts. A Journal of film and cultural studies, Zuzana Pick comparaba ambos films
destacando que Patricio Guzmán “usa el documental de una manera muchos más dialéctica y revolucionaria
(Pick, 1980: 24). En un sentido similar, en un trabajo más contemporáneo, Shoat y Stamp, desde una perspectiva
multiculturalista, rescatan de La Batalla de Chile su “reflexividad” —pone en escena el proceso de producción—
y que, antes que pretender alcanzar un “efecto retórico” a través del montaje, se interesa en registrar los hechos,
respetando “no sólo la integridad espacio-temporal de los materiales sino también la integridad de la gente que
habla, incluida la que discrepa con los cineastas” (Shoat y Stam: 269). Sobre los desplazamientos en la teoría y la
crítica del cine político y su conceptualización como “discurso de poder” es sugerente un artículo del propio
Ramonet (2000).

139
que Ignacio Ramonet valoraba el análisis de La Spirale, sobre todo de las estrategias
desestabilizadoras de los Estados Unidos, y que le reprochaba “por izquierda” al final del
artículo no dar lugar al análisis de algunos de los errores de la Unidad Popular ni a las
advertencias que al respecto hacía el MIR.134 De manera paradójica y en sentido contrario al
de Ramonet, el semanario del Partido Comunista Francés, Humanité-Dimanche, parecía
comprender mejor la posición crítica de La Spirale respecto a la política del PC chileno. De
allí que terminara así su crónica lapidaria sobre La Spirale: “Mejor sin duda vale pensar en el
Chile de hoy y en el de mañana que rumiar rencores acerca de acontecimientos irreversibles”
(Humanité-Dimanche, mayo 1976).135
Tal vez quien mejor haya advertido la apuesta de La Spirale y traducido y explicitado sus
implicancias para el debate político francés haya sido Regis Debray quien, también en mayo
de 1976 escribía en Le Nouvel Observateur sobre“La leçon de La Spirale” (“La lección de La
Spirale”). Conocedor de la situación chilena y latinoamericana, Debray advertía que dos
estereotipos habían impedido hasta entonces conocer la nouveauté chilienne: por un lado, el
que reza que jóvenes exaltados (el MIR y la izquierda socialista) habían terminado por forzar
al gobierno democrático a ir demasiado rápido y demasiado lejos (este es el tema donde se
reencuentran curiosamente la socialdemocracia europea y los PC, afirmaba); por otro, el que

134
Sostiene Ramonet: “El film por otra parte, no tiene los suficientemente en cuenta ciertos errores de la Unidad
Popular (…) ni las repetidas advertencias que hacía del MIR”. Reconociendo que analizo el film fuera del
horizonte del debate de la época, puedo decir, de todas maneras, que esta observación de Ramonet respecto al
film suponía un error de apreciación. El tema es complejo porque, si bien Mattelart afirma haber intentado evitar
un punto de vista “sectario” y a favor de una autocrítica unitaria de la izquierda (Thirard, 1976; Mattelart, 2008:
161), y si bien evita cualquier pronunciamiento explícito contra cualquiera de las tendencias, lo cierto es que La
Spirale no dejaba de sentar una posición respecto al desarrollo del proceso político chileno. Entre diversas
formas de acentuamiento se pueden mencionar los diversos momentos del conflicto que el film subraya donde la
UP se inclinó a la búsqueda del consenso (sobre todo con la Democracia Cristiana y el Ejército) y que hubieran
sido propicios para el fortalecimiento del poder popular. Cuando se hace referencia a las consignas “consolidar
para avanzar”, que puso el PC chileno luego de octubre de 1972 y a la que el PS contrapuso “avanzar para
consolidar”, el film contrapone desde la estructura narrativa el plan de la derecha, “la línea de masas”, que
preparaba su insurrección; esto es, le daba la razón a aquellos que sostenían la segunda tesis. Otro modo de
acentuamiento es que el film recoge el balance del proceso de parte de Miguel Enríquez, Secretario General del
MIR, poco antes de las elecciones de marzo de 1973, y el testimonio de Carlos Altamirano, Secretario General
del Partido Socialista, quien algunos meses antes del golpe hacía un balance donde observaba como límite de la
política de la izquierda la falta de profundización de la construcción de poder popular frente a la estrategia de
construcción más “superestructural”, afirmaba, de la UP y la estrategia insurreccional de la burguesía. No
aparecen en cambio en La Spirale testimonios de dirigentes del PC chileno haciendo un balance. Sin embargo, el
film dedica una larga secuencia a la asistencia en una población al funeral de un militante del MIR fusilado por
la policía. Allí Salvador Allende reconoce las contradicciones del proceso y afirma que habían tomado el
gobierno pero no el poder. Por supuesto, la posición política del film es más matizada que los planteos que
realizara Mattelart, como vimos, entre 1970 y 1973.
135
Citado en Mattelart (2008: 169). La Spirale generó empatía pero también polémicas entre los partidarios de
las distintas corrientes políticas, en especial, cierto malestar (entiendo que por los motivos reseñados en la nota al
pie anterior) en la dirigencia del PC chileno y el PC francés que tenían posiciones comunes. Tal vez este
malestar explique que finalmente no se haya editado la edición española que se había comprometido a hacer el
ICAIC en Cuba (Mattelart, 2008: 170; Mattelart, Bigo, 2009).

140
sostiene que un gobierno reformista y vacilante precipitó su caída desarmando a las masas
(este el tema preferido de los grupos de izquierda europeos, sostenía). Para Debray se trataba
de dos clichés en espejo; en ambos Chile representaría la ilustración, con alguna variaciones,
de unas tesis ya escrita de antemano en la tradición de la izquierda (al menos desde 1870). La
Spirale, por el contrario, proponía Debray, confrontaba por igual con estos dos mitos
hermanos, y “propone el primer análisis concreto de una situación concreta que a nuestro
entender el cine nunca antes había producido (…) restituyendo así a la historia inmediata su
verdadera naturaleza de estrategia, esto es, de una lucha a muerte donde cada campo debe
determinarse en función del otro (Debray, 1976. La traducción y las siguientes son mías). Si
La Spirale planteaba un problema caro a la teoría revolucionaria, sostenía Debray, esto es,
“qué libertades dejarles a los enemigos del socialismo”, la cuestión cobraba relevancia no sólo
por lo ocurrido en Chile, pues afirmaba, se trataba de un “vieja cuestión, que no tiene nada de
teórica y que la realidad le planteará mañana a la izquierda francesa”.136 Si al parecer, sostenía
Debray, en occidente Lenin parecía muerto y el socialismo ya nunca se construiría contra las
libertades, sin embargo, Chile mostraba que la libertad abandonada al enemigo era la libertad
de mentir, parar, sabotear y asesinar. Previendo un triunfo electoral de la izquierda Debray le
planteaba entonces, en sus palabras, “a los militantes prudentes del socialismo del mañana”,
lo que entiendo no era sino un llamado de atención: “Un día habrá que afrontar esta
contradicción, sin evasivas ni dulces fantasías.” La Spirale, para Debray, contribuiría a
afrontar este dilema.

Paréntesis sobre Michèle Mattelart: del Chile popular al debate feminista francés

La inserción de Michèle Mattelart en los medios políticos e intelectuales franceses


inmediatamente a su retorno forzado a Francia siguió un camino propio aunque similar al de
Armand Mattelart, donde la militancia de apoyo al pueblo chileno y el interés que la
experiencia de la Unidad Popular y el posterior golpe de Estado habían despertado en los
medios intelectuales y culturales jugaron un papel clave en la recepción e inserción de los dos
investigadores exiliados. Hacer visible estas redes me permite dar cuenta de un movimiento
más general del campo intelectual y cultural francés, al mismo tiempo que señalar los modos
de construcción de cierta legitimidad como figuras de autor, a partir de la cual los Mattelart

136
Conviene recordar aquí que en las elecciones 1974 Mitterrand había arañado la presidencia y se preparaba
para disputar el siguiente período, que finalmente iba a ganar. Sobre esto volveré más adelante.

141
reforzarán sus posibilidades de publicar en el medio francés (no hace falta explicar esto
porque, he señalado, los Mattelart escribieron varios libros en conjunto).
En efecto, al poco tiempo de su llegada a Francia Michèle Mattelart participaba en el
movimiento de solidaridad con Chile (por ejemplo, coordinó el reclutamiento de firmas por la
liberación de Carmen Castillo),137 dirigió el periódico Urgent Ameriquie latine (un periódico
militante hecho por periodistas exiliados chilenos que recogía las colaboraciones sobre
América Latina de Le Monde Diplomatique, la prensa de izquierda o Politique Hebdo),138
publicó en Le Monde Diplomatique sobre la situación chilena, y, junto a Armand Mattelart,
escribió el guión de La Spirale. Paralelamente intervino en el debate sobre la cuestión chilena
en algunas de las principales revistas culturales y de crítica literaria, como Tel Quel y Les
Temps Modernes, donde algunos de los temas del momento en el debate cultural francés (el
feminismo, sin duda) se sobreimprimían con el interés por la experiencia chilena. Veamos.
Al poco tiempo de llegada de Chile, la revista Le Temps Modernes, que entonces aun
dirigían Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir, dedicó un número especial a Chile, en el que
escribieron entre otros Ruy Mauro Marini, André Gunder Frank y el propio Armand Mattelart
(Les Temps Modernes, nº342, enero de 1975). Armand Mattelart publicó un artículo titulado
“Multinationales et syndicats jaunes dans la contre-insurrection” (“Multinacionales y
sindicatos amarillos en la contrainsurrección”) y Michèle Mattelart otro titulado “Le coup
d’etat au feminin” (“El golpe de Estado en femenino”, 1975) donde analizaba, en la línea de
“La bourgeoisie à l’école de Lénine” y La Spirale, el modo en que la derecha chilena había
construido su “frente de masas femenino” para desestabilizar al gobierno de Allende,
apropiándose de las significaciones y prácticas que había puesto en juego el imaginario de la
“modernización” femenina, pero remitiéndolo ahora a una esencia, a un rol natural atribuido a
las mujeres.139 Es significativo que el texto haya suscitado una respuesta bastante agresiva en
la misma revista (Les Temps Modernes nº345, abril 1975). En un artículo titulado
“L’internationale sexiste” (“La internacional sexista”) se sancionaba entre otros el tipo de
análisis que proponía Michèle Mattelart por romper una supuesta unidad de las mujeres, pues
se consideraba incorrecto introducir la variable de clase en el mundo femenino: la lucha de

137
Carmen Castillo, colega y compañera de Michèle y Armand Mattelart en Chile, fue herida y detenida en 1974
en el episodio donde la fuerzas represivas chilenas asesinaron a su compañero y Secretario General del MIR,
Miguel Enríquez. Finalmente y producto de la presión familiar e internacional fue liberada y pudo exiliarse en
Francia. Sobre el tema ver el documental Calle Santa Fe (2007), de Carmen Castillo.
138
En su mirada retrospectiva Michèle Mattelart recuerda: “Hubo un movimiento de solidaridad enorme. Hemos
pasado el tiempo en mitings”. (Mattelart, Michèle, entrevista concedida al autor, 2011).
139
El artículo se publicó en español en Frente culturales y movilización de masas (Mattelart, Mattelart, 1977).
Para un análisis en términos de su valor para los estudios sobre el funcionamiento ideológico y la teoría de las
significaciones, me remito al capítulo 2 de esta tesis. También me permito remitir a Zarowsky, 2007.

142
clases para la autora del artículo era la lucha de clases de los hombres (Labiot, 1975). Aun así,
lo más llamativo es que la polémica motivó la publicación de una reseña muy elogiosa del
artículo de Michèle Mattelart en la que entonces era la revista rival de la existencialista Les
Temps Modernes en el campo intelectual francés, Tel Quel —una revista de crítica literaria de
tendencia estructuralista que integraban entre otros Philippe Sollers y Julia Kristeva,140
titulada, “La féminité dans la lutte des classes” (“La feminidad en la lucha de clases”,
Houdebine, 1975). A raíz de estas repercusiones e interesada en su perspectiva de análisis,
Julia Kristeva le solicitó a Michèle Mattelart una nueva colaboración para un número
dedicado a las investigaciones femeninas (Tel Quel, Nº74, 1977). Es interesante destacar que
en este artículo “Les femmes et l’ordre de la crise” (“Las mujeres y el orden de la crisis”,
1977), Michèle Mattelart analizaba las manifestaciones de las nuevas ideologías y discursos
del orden en relación con el nuevo rol asignado a las mujeres a partir de la crisis, postulando
la existencia de un hilo de continuidad entre realidades políticas y sistemas culturales
diferentes, como era el caso de los países bajo régimenes autoritarios del Cono Sur y los de
Europa occidental. Entre las diferencias se destacaba un punto en común: los discursos que
apelaban al retorno a los “valores morales” y a los roles naturales que reforzaban la autoridad
y el llamado al orden.141
Ahora bien, si las redes descriptas contribuyeron a forjar un primer marco de apoyo e
inserción para Armand y Michèle Mattelart, veremos a continuación que algunas de las
temáticas que trabajaban los autores por entonces, más específicamente en relación con los
procesos de internacionalización y mercantilización de la producción cultural, no tuvieron una
circulación y una recepción directas en el mundo intelectual y en especial en el mundo de los
editores franceses.

Pasajes 2: El imperialismo cultural, ¿una cuestión latinoamericana?

Como vimos, en un primero momento la introducción de Armand Mattelart en el medio


francés se realizó a través de su inserción en el mundo político-cultural de la izquierda
francesa y sus redes y formaciones intelectuales. Mattelart se presentaba como una suerte de
traductor de la experiencia chilena a las coordenadas político-culturales en una Francia que, a

140
Para una síntesis del debate en términos filosóficos entre el existencialismo y la semiología y el
estructuralismo en Francia en esos años, ver Descombes (1988 [1979]).
141
El artículo fue traducido al español y publicado en formato libro junto a otro artículo de Armand Mattelart
(Mattelart, Mattelart, 1977). Luego formará parte de otro trabajo en coautoría con Armand Mattelart, L’usage
des médias en temps de crise (1979), traducido parcialmente al español (1981).

143
mediados de los años setenta, debatía algunas cuestiones que tenían puntos comunes con el
debate chileno. Más allá de la cuestión del programa de unidad de la izquierda democrática,
quisiera ahora simplemente anotar, pues lo voy a ampliar en el próximo capítulo, el creciente
interés que existía en la Francia de entonces por las cuestiones vinculadas a la comunicación.
Pero la tarea de traducción suponía tanto puntos de contacto como ciertas zonas de
desencuentro e ilegibilidad. ¿Cuáles eran los temas y perspectivas desarrollados por Armand
Mattelart, sobre todo en sus últimos años de trabajo en Chile, que despertaban el interés del
medio intelectual francés y cuáles eran aquellas que podían ser ilegibles, es más, que entraban
en tensión con buena parte de su tradición cultural e intelectual?
Pues, como vimos, prácticamente recién llegado de Chile Armand Mattelart le propuso a
la editorial Antrophos el manuscrito de Mass media, idéologies et mouvement révolutionnaire
(Chili 1970-1973). Si bien las situaciones entre Francia y Chile eran bien diferentes, conviene
señalar que en Francia post-mayo francés se profundizaba un debate sobre la cuestión de la
cultura y la comunicación, más puntualmente, sobre la apropiación democrática de la
comunicación y las nuevas tecnologías, en un momento donde comenzaba a resquebrajarse el
consenso en torno al sistema de monopolio público de radiodifusión. Como prueba de ello
basta señalar el interés que la publicación de este libro despertó —como ya he señalado— en
los redactores en jefe de Cahiers du Cinéma, Serge Daney y Serge Toubiana, que publicaron
en diciembre de 1974 una larga entrevista con Armand Mattelart en los Cahiers a raíz de la
salida del libro. En la línea del interés por los problemas de la lucha ideológica y la utilización
de los medios de comunicación como modos de construcción de hegemonía,142 también puede
observarse la preocupación de los entrevistadores por los modelos de producción de
conocimiento y el interés por la relación entre los portadores de saber y los actores sociales en
un proceso de democratización, temas caros a la investigación e intervención de Mattelart en
el debate chileno.
Sin embargo, poco a poco el interés de Armand Mattelart en el período se irá volcando en
buena medida sobre otro campo problemático. Se lo puede definir como aquel que tiene a la
pregunta por las nuevas formas de imperialismo cultural y de hegemonía mundial como
vértice articulador y que supone, de un parte, la indagación sobre las relaciones entre
comunicación y procesos de internacionalización y, de otra, la pregunta por los nuevos
vínculos entre economía, cultura y tecnología que emergían por entonces. En buena medida

142
Puede leerse en la entrevista la crítica de Daney y Toubiana a lo que denominaban la “tecnocracia de
izquierda” (se referían principalmente al PCF) que, según entendían, hacía hincapié en el control del Aparato de
Estado (incluso encuadrando las tesis de Louis Althusser en un “discurso tecnocrático y cientificista”, afirmaban,
y la desconfianza al modo en que el marxismo ha sido incorporado al aparato universitario.

144
este trabajo atravesará un sinuoso camino en el horizonte intelectual y la cultura de la
izquierda francesa de la época y (como veremos en el capítulo 5) en el incipiente desarrollo de
las ciencias de la información y la comunicación en Francia.
En este sentido, es muy significativo que los artículos más destacados de un dossier que
en diciembre de 1974 Le Monde Diplomatique le dedicó a la cuestión del “imperialismo
cultural” estuvieran escritos por dos investigadores extranjeros y trabajaran sobre procesos
que tenían su génesis fuera del hexágono. El editor presentaba el tema como una suerte de
novedad (que para el lector latinoamericano podría ser de perogrullo) cuando afirmaba que el
poderío del imperio no era sólo militar: no había imperialismo económico sin dominación
intelectual y científica, sostenía (Le Monde Diplomatique, diciembre de 1974). Lo cierto es
que en este dossier se puede observar otra faceta del rol de Armand Mattelart como pasador
cultural: además de escribir dos artículos presentaba a los editores —y por ende al medio
intelectual francés— a uno de los pioneros de la llamada economía política de la
comunicación, el norteamericano Herbert Schiller (un autor inédito en lengua francesa y que
al día de hoy nunca fue traducido) quien publicaba un artículo titulado “Les mécanismes de la
domination internationale” (“Los mecanismos de la dominación internacional”, Schiller,
1974).143
Como pone en evidencia el resto de los artículos del dossier, cierta novedad del
tratamiento del tema no implicaba sin embargo ajenidad a la realidad de una Francia que
comenzaba a interrogarse sobre las mutaciones de un universo cultural cada vez más expuesto
a las presiones de la economía y los modelos provenientes de los Estados Unidos. Es
significativo para la argumentación que estoy desarrollando que los artículos que trabajaban
estas cuestiones en el dossier citaran entre sus referencias trabajos de Armand Mattelart en
español o en francés, 144 quien, por su parte, publicaba un artículo titulado “Une stratégie
globale pour l’Amerique latine” (“Una estrategia global para América Latina”, 1974) donde
analizaba a través de ejemplos empíricos lo que entendía era un proceso de redefinición de las

143
En la línea de Mass Communications and american Empire (Schiller, 1970) Schiller sostenía que en la base
del fenómeno de la publicidad y los medios se encontraba la lógica de desarrollo de las grandes firmas
norteamericanas. La puesta en el mercado de productos fabricados por estas grandes sociedades necesitaba el
control más grande posible de los circuitos de información y, de allí, el recurso al marketing, las agencias de
publicidad, los sondeos de opinión, etc. (Schiller, 1974).
144
Completaban el dossier Jean-Claude Texier con un artículo titulado “Métamorphoses d’une industrie de la
pensée?” (“¿Metamorfosis de una industria del pensamiento?”) e Ignacio Ramonet con “Cinema français et
capitaux américains” (“Cine francés y capitales norteamericanos”). El primero citaba entre sus referencias y
directamente del español La cultura como empresa multinacional (Mattelart, 1974) y analizaba las mutaciones
de la industria de la edición francesa que, según su visión, se inclinaba cada vez más al poder de seducción del
modelo norteamericano. El segundo citaba “Hollywood en vente?” (“¿Hollywood en venta?”), un artículo de
Mattelart para la revista Ecran (1974) y analizaba la creciente relación entre el cine francés y las empresas
cinematográficas de los Estados Unidos.

145
modalidades de relación cultural en el llamado entonces Tercer Mundo. Esto suponía que
nuevos actores desarrollaran nuevas funciones y que viejos actores redefinieran su
participación en el proceso cultural, en un nuevo mapa de relaciones que incluía vínculos
entre las grandes empresas norteamericanas, el Estado, el aparato militar o de información, la
universidad y ciertas fundaciones privadas. Estas “nuevas alianzas”, que se expresaban por
ejemplo, en el caso de la televisión educativa (Mattelart daba cuenta en el caso de la
producción del programa infantil Sesame Street del vínculo entre grandes empresas,
fundaciones, universidad, agencias de publicidad, etc.) ponían de relieve la existencia de
nuevos modos de funcionamiento del imperialismo cultural: “La división del trabajo, que
hasta ahora había regido la empresa de penetración del imperialismo norteamericano, tiende a
desaparecer y la división entre los político, lo económico y lo cultural tiende a desaparecer. La
naturaleza del enemigo ha cambiado, como han cambiado las fuerzas encargadas de
combatirlo”, afirmaba (Mattelart, 1974b: 9. La traducción es mía).
Ahora bien, quiero subrayar que si bien en su artículo tomaba como material la realidad
latinoamericana, Mattelart intentaba sacar conclusiones generales, válidas para otras
realidades. No era casual entonces que el otro artículo que publicaba en el dossier (“Les
armes de la contre-révolution culturelle”) vinculara el balance de las estrategias de
desestabilización contra el gobierno de Salvador Allende con el análisis de las redefiniciones
globales que analizaba en el primer artículo: el enfrentamiento entre las clases en Chile y el
lugar que había ocupado la ofensiva ideológica, probaban en su visión que, cada vez más, “los
instrumentos tradicionales de la cultura imperialista pueden cumplir con otras funciones que
aquellas que le habían sido asignadas durante los últimos quince años” (Mattelart, 1974c:8.
La traducción es mía).145
Dado que, insisto, para el lector latinoamericano puede ser difícil situar el envite
conflictivo que suponían estas apreciaciones en su contexto de enunciación, quiero citar un
balance sobre el desarrollo de la llamada economía política de la comunicación en Francia en
donde Bernard Miège, varias décadas después, 146 va a reconocer en Armand Mattelart un rol
de passeur (pasador), destacando su relación con Schiller y su participación en este dossier de
Le Monde Diplomatique:
145
Por ejemplo, Mattelart demostraba citando fuentes confidenciales de las empresas cómo las agencias de
publicidad norteamericanas instaladas en Chile habían pasado de la difusión del “american way of life” a
participar en el diseño, cada vez más explícito, de modelos políticos para “formar la conciencia de masas” de la
población contra la UP, o daba cuenta del papel de deslegitimación del gobierno popular jugado por la Sociedad
Interamericana de Prensa (SIP) concebida en 1950 por el departamento de Estado norteamericano.
146
Bernard Miège, economista francés, se dedicó desde la Universidad de Grenoble al análisis de las industrias
de la comunicación en Francia, y está reconocido como uno de lo “fundadores” de esta disciplina y de las
ciencias de la comunicación y la información en el hexágono (ver capítulo 6).

146
Armand Mattelart juega una suerte de rol de passeur: bien munido de las percepciones
latinoamericanas, conoce bien los temas de las obras de Herbert Schiller, e insiste en
diversos libros (1976, 1979) sobre la importancia del nuevo tipo de aparato ideológico que
acompaña la reestructuración y la ofensiva del imperialismo norteamericano; (…) según él
la hegemonía toma entonces lugar en el campo del saber y de la comunicación
tecnológica. Estos análisis serán conocidos bajo el sintagma de “imperialismo cultural”:
Schiller y Mattelart participan en diciembre de 1974 en un dossier del Monde
Diplomatique sobre este tema (…)” (Miège, 2004: 48. La traducción es mía).

Se trataba entonces de plantear los términos de una problemática emergente. En sintonía con
Le Monde Diplomatique, la revista Politique aujourd’hui dedicaba su número de enero-
febrero de 1975 al “desafío de las transnacionales”. En el editorial se trazaba un mapa del
nivel de transnacionalización de la economía francesa, y se señalaba que el problema tenía un
aspecto económico, pero también un aspecto social y en este sentido, implicaba desafíos para
la lucha de clases: “Hay una urgencia, que partidos y sindicatos no pueden seguir negando
eternamente en sus prácticas ni en su reflexiones. De allí que este número no tenga otra
ambición que la de ayudar a la toma de conciencia del hecho de que existe, precisamente,
esta urgencia” (Politique aujourd’hui, 1975: 2. La traducción es mía). Es significativo que en
este número de la revista, Armand Mattelart publicara un artículo titulado “Vers la formation
des appareils idéologiques de l’état multinacional” (pp. 55-98) que se publicaría también ese
año en español en el Nº4 de Comunicación y Cultura (“Hacia la formación de los aparatos
ideológicos del Estado Multinacional”, Mattelart, 1975). Las tesis sostenidas en este artículo
tendrían una continuidad en Multinationales et systèmes de Communications (Mattelart,
1976), el primer libro de Armand Mattelart escrito directamente en francés desde su exilio.
Voy a señalar aquí, en función del hilo argumental que estoy desarrollando, algunos de
los planteos centrales del libro. El punto de partida Multinationales et systèmes de
Communications era la problematización del concepto de imperialismo, a partir de un punto
de vista que se esforzaba por presentar una perspectiva poco habitual para el público europeo:
se trataba de pensarlo sin su dramaticidad, sin el “exotismo” que lo reducía a la invasión
militar o al golpe de Estado, esto es, a un problema del entonces llamado Tercer Mundo.147 La
reciente experiencia chilena una vez más era leída como laboratorio de prueba: demostraba
cómo funcionaba la totalidad de un sistema en caso de enfrentamiento de clases pues, por un
lado, quedaba a la vista que no bastaba invertir las relaciones de fuerza a partir del control del
aparato de Estado y, por otro, el carácter transnacional del despliegue ideológico puesto en

147
Señalaba: “(…) el imperialismo no vive solamente del exotismo de sus estallidos, de sus golpe de Estado.
Tiene su propia normalidad, un horario cotidiano que se desarrolla al margen de las confesiones inéditas”
(Mattelart, 1977 [1976]: 9. Subrayado mío).

147
juego en el proceso invitaba a repensar sus mecanismos e implicancias a escala global. La
tesis que Armand Mattelart ensayaba era que la internacionalización y concentración de la
producción alcanzaba y reconfiguraba la producción de mercancías culturales a partir de la
extensión del modelo norteamericano, en cuya génesis había que subrayar la ligazón de la
tecnología de comunicación con la alta tecnología electrónica y la economía de guerra.
Mattelart señalaba que el fenómeno de la convergencia entre empresas multinacionales y
aparato de Estado era producto de un doble proceso: por un lado la necesidad de aplicación
en los mercados civiles de las nuevas tecnologías surgidas en el campo militar (la expansión
de la industria en tiempos de guerra era seguida por la retracción de la demanda en tiempos de
paz); por otro, la modernización de los nuevos métodos de administración de los servicios
públicos respondía a las necesidades de reformular los modos de producción de consensos: el
Estado transfería a las empresas las planificación en asuntos de servicios públicos a la vez que
se asistía a nuevas prácticas estatales cuando el Estado se convertía en actor relevante y
necesario para grandes transacciones (el caso, por ejemplo, de la industria aeroespacial y de
los satélites). En la visión de Armand Mattelart, en el marco de la consolidación del
“capitalismo monopolista de Estado” pero también de una crisis económica y política
estructural sin precedentes, se estaban, en suma, modificando los modos de producción de
hegemonía. El producto novedoso de estas convergencias en el plano de la producción de
mercancías era la tendencia a que la rentabilidad ideológica se fusionara con la económica, es
decir, a que se desdibujara la distinción entre producción de valor y reproducción social. Esto
suponía entonces, señalaba Mattelart, repensar ciertas nociones, entre otras, la de
imperialismo cultural, para habilitar una perspectiva que lo sacara precisamente de la estricta
esfera de lo cultural (Mattelart; 1977 [1976]: 265).
Voy a analizar en los capítulos 6 y 7 este planteo desde el punto de vista teórico. Me
interesa señalar ahora un dato significativo para el itinerario que propongo, y es que
Multinationales et systèmes de Communications sufrió más rodeos para ser publicado que
Mass media, idéologies et mouvement révolutionnaire (que, como vimos, recibió rápidamente
una acogida de parte de lectores militantes y vinculados a la lucha por la democratización de
la cultura y los medios de comunicación). Pues en un primer momento, casi con naturalidad
por tratarse de un editor de izquierda y de un libro en buena medida militante,148 Armand
Mattelart le propuso publicar el manuscrito a François Maspero, con quien había establecido

148
En su introducción explicitaba que el análisis de los procesos de reorganización de la hegemonía mundial se
vinculaba a una voluntad de dar cuenta de la complejidad de las estrategias del adversario para elaborar una
estrategia alternativa: “Emprender el análisis concreto de los engranajes del imperialismo (...) está íntimamente
ligado a la definición de la estrategia que se adopta para reducir al adversario”. (Mattelart, 1977 [1976]: 9).

148
un vínculo a partir del intento de Chris Marker de publicar en esa casa editorial la edición
francesa de Para leer al Pato Donald. Maspero lo evaluó y rápidamente se comunicó con el
autor para explicarle los motivos de su negativa. Según la propia visión retrospectiva de
Mattelart, Maspero le manifestó, en líneas generales, que el libro estaba por fuera de los
marcos de interpretación de la izquierda francesa, en ruptura con sus modos de pensar y sus
referencias culturales (Mattelart, entrevista concedida al autor, 2011), e incluso que podría
llegar a ser un libro “desmovilizante”, por su exhaustividad en la descripción de ciertas redes
y mecanismos del poder (Mattelart, 2010: 137). Por mi parte, entiendo que, al tratarse de una
investigación básicamente empírica, tal vez a Maspero le resultaran un poco ásperas y
desconcertantes el tipo y la variedad de fuentes de primera mano utilizadas por Mattelart
(revistas de la industria aeroespacial norteamericana, de la industria publicitaria, prensa
económica, informes y revistas militares, reportes del senado, documentos confidenciales,
etc.) y no sólo por su diversidad y exhaustividad: evidentemente Mattelart había desarrollado
en Chile (ver capítulo anterior) cierto modo de trabajo con la información y tejido ciertas
redes y modos de acceso a las fuentes que podían resultar sospechosas o polémicas para los
lectores francófonos. Con reparos similares Mattelart recibió respuestas negativas de parte de
otros editores para publicar Multinationales et systèmes de Communications (Mattelart,
entrevista concedida al autor, 2011). Entiendo que, de fondo, más allá de otras
consideraciones que puedan intervenir en la evaluación de los editores, el análisis de los
vínculos entre la comunicación y los procesos de internacionalización, esto es, entre la
economía, la cultura y tecnología, rompía con una tradición bastante arraigada en Francia,
donde la cultura aun se concebía en buena medida como un espacio ajeno a las presiones de la
economía y las determinaciones técnicas, y donde, como veremos, el campo de los estudios en
comunicación (no sólo de su rama crítica) era aun emergente. Finalmente Multinationales et
systèmes de Communications se publicó en las ediciones Anthropos y en pocos años —prueba
que la temática de la internacionalización de la producción cultural podía tratarse desde una
perspectiva que interpretara los procesos locales— se editó en Inglaterra, Estados Unidos,
Italia, Brasil, Portugal y México.
Entiendo entonces que las dificultades para encontrar editorial dan cuenta de cierta
ruptura con el horizonte de expectativas de los editores y lectores franceses. El desfasaje tal
vez se expresara alrededor de la noción de imperialismo, que organizaba conceptualmente el
problema de investigación planteado por Armand Mattelart y que era tan familiar para el
público y el medio intelectual latinoamericano. En este sentido se puede leer la observación
que, en un artículo publicado poco después en la revista L’Homme et la Societé, (“Idéologies,

149
information et Etat militaire”, Mattelart, 1978), hacía Mattelart cuando llamaba a abandonar la
imagen folklórica de los dictadores latinoamericanos (popularizada en Europa por la literatura
del “boom”), para analizar las modalidades del Estado de excepción permanente y de los
estados militares del cono Sur como matrices de nuevos dispositivos de dominación. De allí
que en la presentación española de dicho artículo, señalara que se trataba de “detectar las
líneas de continuidad con otras realidades que siguen administrándose en el marco de las
normas democráticas”, es decir, las de Europa occidental (Mattelart, Mattelart, 1978: 8).
Tal vez este desfasaje explique también por qué algunos años antes François Maspero
había rechazado la propuesta de Chris Marker de editar en Francia Para leer al Pato Donald
(más allá de su temor a las demandas judiciales que le podría acarrear su publicación).149 No
es casual entonces que el libro de Dorfman y Mattelart finalmente saliera (en 1976, el mismo
año que Multinationals…) en las ediciones Alain Moreau, una pequeña casa editorial
alternativa, en una colección dirigida por Bernard Cassin, por entonces redactor de Le Monde
Diplomatique y uno de sus especialistas en América Latina. Así y todo, la modificación del
título original es significativa en relación con los desencuentros que estoy señalando: el libro
pasó de titularse Para leer al Pato Donald. Comunicación de masas y colonialismo, en la
versión latinoamericana, a titularse Donald l’imposteur, ou l’impérialisme raconté aux
enfants (“Donald el impostor, o el imperialismo contado a los niños”). Si el guiño hacia el
texto de Althusser (Lire Le capital (1967), traducido al español en 1969: Para leer El capital)
en la edición española, podría leerse como un índice de cierta presencia o moda althusseriana
en América del sur a principios de los años setenta, su desplazamiento en la versión francesa
—más allá de las estrategias editoriales o de posibles dificultades con los derechos— debería
leerse en parte como una toma de distancia respecto a cierta concepción del funcionamiento
ideológico que el propio laboratorio chileno había puesto de manifiesto para Armand
Mattelart (ver capítulo 6 de esta tesis). Pero sobre todo, es significativa la desaparición del
término “colonialismo” en el título de la versión francesa: tal vez no fuera el más adecuado en
un país donde el pasado colonial y las divisiones sociales generadas por la guerra de Argelia
todavía estaban frescas; tal vez su asociación a la expresión “comunicación de masas”
presente en el título original, esto es, un desplazamiento respecto de un estrecho sentido
político militar, produjera cierta perplejidad o incomprensión para el editor y el lector francés.
En este sentido, no es menor señalar que, a diferencia de los miles de libros vendidos y las
decenas de ediciones que tuvo en América Latina —que al día de hoy se sigue editando en las

149
En el capítulo 4 me voy a referir a las peripecias de Para leer al Pato Donald para ser publicado en Estados
Unidos y los conflictos en torno a los derechos de autor de las imágenes de Disney.

150
ediciones Siglo XXI— y de sus varias traducciones a distintos idiomas, ¡el libro en Francia
tuvo una sola edición!
Entiendo entonces que, Michèle Mattelart, a cargo de la traducción y del estudio
preliminar de Donald l’imposteur, no tenía una tarea sencilla: presentar al público francés por
qué —a pesar del título— el imperialismo no era sólo un asunto de niños; o, de otro modo,
qué había en un libro escrito en América Latina —donde la presencia y denuncia del
imperialismo era un tópico tan familiar— que podía interpelar al incrédulo lector francés.150
Por un lado, Michéle Mattelart incluía en la presentación la propia historia de Donald
l’imposteur, ubicando su génesis en los debates sobre las políticas culturales y la batalla
ideológica en el proceso de transición socialista en democracia y en especial (un elemento no
abordado en el prólogo de Héctor Schmucler en la edición de Siglo XXI de Argentina) en el
marco de las políticas editoriales de la Editora Nacional Quimantú. Por otro, a partir del caso
de la industria de Disney, Michèle Mattelart aprovechaba para poner de relieve un proceso de
transformación cultural incipiente en Francia: mostraba que la “vocación imperialista de
Disney se estaba afirmando en el hexágono” (Mattelart, Michèle, 1976: 8. La traducción y las
siguientes son mías), no sólo en términos cuantitativos (por ejemplo daba cuenta del
crecimiento del número de espectadores de los films de la productora norteamericana en el
país) sino que proponía un análisis de un modo de funcionamiento de la industria cultural que,
en su visión, comenzaba a trastocar los parámetros establecidos en la cultura francesa: Disney
promocionaba la salida de sus films con el lanzamiento simultáneo de merchandising, discos
y comidas, saturando, en sus palabras, la totalidad de la vida cotidiana. El lanzamiento de
estas superproducciones, escribía, “pone en evidencia las características englobantes de la
ofensiva, y la eficacia de un sistema de promoción que saca del buzón recetas de un marketing
que ha pasado sus pruebas del otro lado del Atlántico en monedas constantes y sonantes”
(Mattelart Michèle, 1976: 9.). Esta vocación imperialista, entonces, suponía para Michèle
Mattelart que lo que se estaba generalizando era sobre todo un modo de hacer, una lógica de
funcionamiento marcada por el imperativo industrial (las estrategias de reconversión de la
prensa local frente a la crisis económica que describía daban testimonio de ello). En ese
sentido la presentadora prevenía “contra el riesgo centrarse sólo en lo que ocurría en

150
La utilización del adjetivo y la ironía no son arbitrarias. La salida del libro en Chile algunos años antes no
había pasado desapercibida para la prensa francesa. En el marco del interés por la elección de Allende, France
Soir, uno de los diarios de mayor tirada de Francia, había titulado en su tapa: “El Pato Donald contra Allende”.
Claude Vincent concluía su nota con ironía e incomprensión frente al problema cultural: “Si la oposición tiene
como jefe al bravo Pato Donald, el presidente Salvatore (sic) Allende puede emprender tranquilo sus
nacionalizaciones” (France Soir, 31 de diciembre de 1971).

151
Norteamérica, ver la paja en el ojo ajeno” (voir dans l’oeil américain les postres que l’on ne
voit pas chez soi. Mattelart, 1976: 14.). Ver la paja en el ojo ajeno, o de otro modo: se trataba
de evitar unas concepciones demasiado simplistas del imperialismo cultural que —sobre la
base de la inexistencia en Francia de los signos más brutales y evidentes del imperialismo—
podían dificultar la inteligibilidad de la —sutil, pero acelerada— transformación en curso.
Michèle Mattelart mostraba que en el caso de Disney la productora norteamericana no
exportaba sus comics de manera directa, sino que había descentralizado su producción,
estableciendo filiales a lo largo de todo el mundo con productores locales que buscaban los
mejores modos de adaptar las historietas a la situación nacional.151 Los comics que se
publicaban en Francia por entonces, afirmaba, tenían un aspecto menos importado que los que
se publicaban hacia 1955.152 Su trabajo de traductora le había permitido analizar un elemento
significativo: al comparar la traducción del mismo capítulo de una historieta de Disney
publicado en Italia, América Latina y Francia, Michèle Mattelart comprobaba que las
versiones italianas y españolas eran más fieles al original norteamericano. En la versión
francesa, en cambio, más adaptada que las otras, los traductores habían suprimido toda
referencia a conflictos que se pudieran identificar con la historia contemporánea (al contrario
de las referencias explícitas presentes en versiones latinoamericanas, como habían demostrado
Dorfman y Mattelart en su libro) y en ese sentido les borraban toda connotación social y
política.
En suma, concluía Michèle Mattelart: en la era de la multinacionalización la clave para
que un productor lograra la universalidad era buscar una verdad nacional. Como voy a
argumentar, se trataba de una las cuestiones que simultáneamente Armand Mattelart proponía
revisar en Multinationales et systèmes de Communications (1976), invitando, frente a los
enfoques demasiado lineales, a complejizar la noción de imperialismo cultural: se trataba de
dar cuenta de las complejas mediaciones que relacionaban el proceso de internacionalización
con las culturas nacionales; o de otro modo, a dar cuenta de la especificidad del factor
nacional en la dinámica de la dependencia, puesto que aquel se confrontaba con tradiciones
culturales locales que eran producto de una particular configuración de las relaciones de clase
locales y de la relación de las burguesías nacionales con las burguesías exteriores.
151
David Kunzle, traductor y editor de la edición en inglés del libro (How to read the Donald Duck, 1975) en su
estudio preliminar propone hacer un análisis de las condiciones de producción de las historietas de Disney,
incluyendo el modo en que la corporación organiza el trabajo y su política (anti) sindical. Allí da cuenta con
mayor detenimiento del modo en que Disney organizó sus filiales y estrategias locales.
152
En una entrevista retrospectiva, Michèle Mattelart señala que en rigor en Francia la porción de mercado que
ocupaban las historietas de Disney no era tan grande como en otros países, puesto que debía competir con una
abundante producción local, que contaba incluso con una revista infantil producida por el PC francés (Michèle
Mattelart, entrevista concedida al autor, 2011).

152
Sin profundizar aquí esta cuestión de orden teórico conceptual (pues como señalé la
abordaré con detenimiento en los próximos capítulos), me interesa retomar el problema desde
el punto de vista de la circulación internacional de las ideas y las condiciones de su
producción y recepción. La ambigüedad con la que Robert Escarpit —sociólogo de la
literatura y uno de los primeros académicos en plantear en Francia el problema de la
información y la comunicación como campo disciplinar autónomo— recibía la publicación de
Donald l’imposteur en una reseña para Le Monde Diplomatique es indicativa de la
complejidad de este proceso. Por un lado Escarpit presentaba con entusiasmo la obra de
Armand Mattelart sobre la comunicación de masas: abundante y original, señalaba, aunque
poco conocida en Francia debido a que había sido publicada en su mayor parte en español.153
Por otro, Escarpit planteaba que denunciar a Walt Disney como intérprete de la ideología
norteamericana en lo que ella tenía de más repugnante parecería fácil y hasta haría inútil
escribir un libro para demostrarlo. Pero Dorfman y Mattelart, señalaba, hacían algo bien
distinto que “machacar sobre verdades banales e inútiles de enunciar” (“ressasser des
truismes”): desmontaban con despiadado rigor los mecanismos de la propaganda y de la
persuasión subyacente (Escarpit, 1977). La observación, insisto, no deja de indicar cierta
ambigüedad de la valoración que hacía Escarpit, que se puede leer tanto en la clave del
desinterés, la subestimación o la apreciación del trabajo de Dorfman y Mattelart.
De cualquier manera las publicaciones no pasarán desapercibidas. Algunos años después
Patrice Flichy publicaba un artículo en la revista inglesa Media, Culture, Society, donde
trazaba un balance sobre las corrientes de investigación en comunicación de masas en Francia
(Flichy, 1980). Allí sostenía que los últimos años habían estado dominados por la semiología,
pero que en el último tiempo se habían desarrollado una serie de trabajos sociológicos y de
economía de la comunicación que se ocuparon de las industrias culturales “o más
precisamente del modo específico de producción que representan la mayoría de los sistemas
de comunicación” (Flichy, 1981: 181. La traducción y las siguientes son mías). Luego de
referir a las investigaciones del grupo que dirigía Bernard Miège en la Universidad de
Grenoble (Capitalisme et Industries Culturelles 1978), y a un trabajo propio, Les Industries
de l’Imaginaire (1980)154, señalaba que Armand Mattelart—en Mass media, Ideologies et
Mouvement Revolutionnaire y en Multinationales et systèmes de Communications— había

153
“La obra de Armand Mattelart en el dominio de las comunicaciones de masas es abundante y original, pero
todavía muy poco conocida en Francia, pues la mayor parte ha sido publicada en español en Chile, donde
Mattelart ha trabajado de 1962 a 1973” (Escarpit, 1977. La traducción es mía).
154
Me voy a extender en el capítulo 5 sobre el desarrollo de las ciencias de la información y la comunicación en
Francia y en el 6, más específicamente, sobre su economía política de las industrias culturales.

153
sido “el primero en Francia que había estudiado el problema de la internacionalización en la
esfera de las comunicaciones” (Flichy, 1980: 182). En la visión de Flichy, su contribución
más importante había sido “desarrollar una visión dialéctica del imperialismo cultural” que
tenía en cuenta las culturas nacionales, pues éstas no siempre eran ahogadas por el
imperialismo; sólo era posible dar cuenta de la particular articulación entre multinacionales,
dependencia y cultura nacional desde una perspectiva de clase que diera cuenta de las
particulares correlaciones de fuerza existentes en cada situación (Flichy, 1980: -183). Al final
de su texto, Flichy, señalaba que si bien las orientaciones de las nuevas investigaciones eran
diversas, todas tenían en común la crítica al funcionalismo norteamericano y a la semiología.
Sin embargo, para Flichy esta renovación se haría más marcada si se renunciaba al punto de
vista nacional y se miraba lo que se está haciendo en otros países, sobre todo en los
anglosajones, pues, aunque los investigadores franceses tenían poco contacto con sus colegas,
se podían establecer ciertas similitudes entre las nuevas perspectivas existentes en Francia y la
de aquellos. Como voy a argumentar en el capítulo 6, Mattelart mantendrá un diálogo
intelectual especial con la economía política de la comunicación británica.
Lo cierto es que, a pesar del reconocimiento de su colega, Armand Mattelart hacía
explícitas entonces en su introducción a Communication and Class Struggle (Vol.1) (un texto
escrito unos pocos años antes, no casualmente destinado al público anglosajón), las
dificultades teóricas que encontraba en Francia para reflexionar sobre estas cuestiones: “La
noción de un imperialismo monolítico, triunfante, pasando su cepillo de acero por la
diversidad y homogeneizando las culturas puede provocar un legítimo rechazo a reconocer la
clara existencia del imperialismo”. En este sentido invitaba a “destruir la idea de que el
imperialismo invade los diferentes sectores de una sociedad de manera uniforme para
sustituirla por un análisis que de cuenta de los contextos particulares que favorecen esta
penetración (Mattelart, 2010 [1979]: 106).155 Pero la dificultad no era sólo conceptual o,
convendría decir, ésta se podía explicar en la visión de Armand Mattelart a partir de las
particularidades de la tradición cultural y de la historia geopolítica francesa.

Que los signos de la colonización cultural sean menos visibles (…) conduce a que
muchos sectores del público incluso lleguen al extremo de reír por lo bajo cuando se
habla de imperialismo, especialmente del imperialismo cultural. Quienes hablan de
estas cosas son acusados de “tercermundizar” el viejo mundo por quienes lo encuentran
aún con gran capacidad de resistencia. Más allá de que sea difícil para una nación

155
Voy a retomar más adelante la genealogía de Communication and Class Struggle, editado por Mattelart y
Seth Siegelaub (1979). Cito aquí la versión española de su introducción editada recientemente en Buenos Aires
(Mattelart, 2010 [1979]).

154
olvidar su rol hegemónico imperialista pasado, el escepticismo de quienes se ríen por lo
bajo se explica no sólo porque ellos no han pasado personalmente por la experiencia de
la dominación imperialista, sino también por el recuerdo de lo que significan los
“Estados Unidos” para muchos europeos: son los Estados Unidos de la Liberación y del
Plan Marshall. Por otra parte, la política de alianzas y la ideología socialdemócrata no
son precisamente favorables a una mirada crítica de los Estados Unidos. En cierta
medida, es comprensible el escepticismo de muchos europeos (Mattelart, 2010 [1979]:
106. Subrayado mío).

Leyendo atentamente este párrafo, se puede notar que, tratando de explicar la génesis de un
obstáculo epistemológico para el trabajo teórico —si bien no definía concretamente a sus
interlocutores—, Mattelart estaba dando pistas sobre cómo vivía su colocación en relación
con el mundo de la cultura de izquierda, el campo intelectual francés y su relación con
algunos de sus colegas. Nótese que daba cuenta de cierta sensación de extranjeridad y apelaba
a una vivencia personal de la dominación imperialista —donde su propio exilio sería su más
clara manifestación— como argumento de legitimidad.
¿Qué significaba entonces —retomo la expresión de Armand Mattelart citada páginas
atrás— sacar a la noción de imperialismo cultural de la estrecha esfera de lo cultural? Las
mutaciones en el proceso de acumulación pero también en los modos de construcción de
consensos como respuesta a la crisis capitalista mundial tenían como uno de sus vectores
profundas transformaciones en el mundo de la cultura, la tecnología y la comunicación (y
como veremos, los discursos sobre ellas serán uno de los pilares de una nueva configuración
ideológica). Estas eran las hipótesis que Armand Mattelart proponía en Multinationales et
systèmes de Communications (1976) y sobre todo en su siguiente libro, De l’usage des media
en temps de crise, el segundo que publicaba en francés desde su exilio (Mattelart, Mattelart,
1979). El hilo de continuidad entre ambos estaba dado por un supuesto: si la crisis estructural
ponía al día la necesidad de reorganizar el modo de producción de bienes materiales, esa
misma crisis entrañaba la necesidad de una reestructuración del modo de producción de las
mercancías culturales y de la relación entre estas esferas, tradicionalmente gobernadas por
legalidades relativamente autónomas. Las nuevas formas de gobierno surgidas en contextos
autoritarios, donde emergían las “ideologías de la seguridad” y del “estado de excepción
permanente” podían indicar, lejos de excentricidades propias de los llamados países del
Tercer Mundo, tendencias profundas de cambio de las democracias occidentales como
respuesta a la crisis (Mattelart ponía como ejemplo a los intelectuales reunidos en la Comisión
Trilateral, en 1975, quienes diagnosticaban que la ampliación de las democracias liberales
había supuesto una fuente de inestabilidades estructurales). Sobre esta cuestión y los
problemas planteados en De l’usage des media en temps de crise volveré más adelante. Me

155
interesa, ahora, retomando el hilo de la argumentación propuesta, dar cuenta de algunos
avatares en torno a la publicación del libro y analizar algunas de sus características que
permiten entrever particularidades del itinerario y el proyecto intelectual de Armand Mattelart
en relación con el escenario intelectual francés.

“Lecciones” del mundo periférico (o la disputa por el perfil de una disciplina emergente)

Pues, al igual que con algunos de sus libros anteriores, Mattelart tuvo dificultades para
encontrar una casa de edición donde publicar De l’usage des media en temps de crise. Si bien
Nicos Poulantzas (politólogo marxista y discípulo de Althusser, con quien Mattelart había
tomado contacto en la Universidad de París-8) había dado su acuerdo para publicar el libro en
la colección “Politiques” que dirigía en Presses Universitaires de France (PUF), el editor
general de PUF, con el argumento de su larga extensión, les solicitó a los Mattelart que lo
redujeran en una quinta parte y, frente a su negativa, rechazó publicar De l’usage des media
en temps de crise (Mattelart, 2010: 143) que salió finalmente por ediciones Alain Moreau, la
misma que había publicado la traducción de Para leer al Pato Donald.
La dificultad, tal vez, más que en la extensión de sus casi 450 páginas estuviera en la
interpelación que el libro representaba para la institución universitaria francesa, no sólo por su
contenido sino por aquello que decía desde su paratexto. El libro estaba dividido en cuatro
partes: la sección I y II (“Le nouvel ordre culturel”, “Les idéologies de la sécurité”) donde se
exponía la línea argumental sintetizada algunas líneas arriba;156 la tercera sección, titulada
provocativamente “Leçons du monde périphérique à l’usage des pays européens” (“Lecciones
del mundo periférico para utilizar en los países europeos”) y, por último, a modo de epílogo,
un—tal vez más provocativamente— “Alegato en pro de una investigación crítica en Francia”
(según la traducción en la versión española).
Es significativo que la tercera sección estuviera ausente en la versión en español
aparecida en 1981,157 pues en dicha ausencia se pueden leer, sintomáticamente, las marcas de
enunciación, la intervención del libro en una dinámica cultural y en un campo disciplinar e
intelectual específico, esto es, aquel que interpelaba propiamente al lector francés. Veamos.
“Leçons du monde périphérique à l’usage des pays européens” se compone de tres
capítulos. El primero tomaba como tema el trabajo de investigación sobre la comunicación y

156
Algunas partes habían sido publicadas previamente en forma de artículo. Por ejemplo, “Les femmes et l’ordre
de la crise”, publicado por Michèle Mattelart en Tel Quel (Nº74, 1974) o, “Idéologies, infomation et Etat
militaire”, en L’Homme et la Societé (46-47, 19878).
157
Se trata de Los medios de comunicación en tiempos de crisis (Mattelart, Mattelart, 2003 [1981]).

156
la cultura que los Mattelart habían hecho en Chile y Armand Mattelart en Mozambique (sobre
la experiencia de Mattelart en Mozambique me extenderé en el próximo capítulo) y las
“lecciones” que estas experiencias enseñaban para el estudio de los medios y la
comunicación. Simplificando y por ende de manera algo esquemática: los autores planteaban
que a partir de los modos en que la burguesía chilena había modificado su concepción y su
práctica sobre la comunicación de masas en su práctica de la lucha de clases, pero también a
partir de las nuevas prácticas de la comunicación (y sus límites) surgidas en el marco de las
organizaciones populares y las emergentes relaciones sociales que asomaron en Chile y
Mozambique, era posible reflexionar sobre el carácter no natural de los modos y técnicas de
comunicación, esto es, poner en cuestión la noción universal de comunicación de masas y dar
cuenta de la historicidad de aquello que los Mattelart denominaban entonces teóricamente
como “modo de producción de la comunicación” (sobre esto volveré en el capítulo 6). Por
otra parte, los Mattelart ponían de relieve los procesos sociales y las dinámicas específicas en
el campo intelectual latinoamericano que habían promovido la emergencia de concepciones
novedosas, de la que ponían como ejemplo la investigación que Michèle Mattelart y Mabel
Piccini habían hecho sobre la recepción de la televisión de los sectores populares en los
barrios populares de Santiago de Chile (investigación de la que presentaban una síntesis en el
segundo capítulo de las “Leçons…”). Se trataba de un estudio que —como vimos, surgido en
el marco de redefiniciones profundas en la universidad chilena y en el marco de la inserción
militante de las autoras en la discusión sobre las alternativas en materia de comunicación y las
políticas culturales en el seno de la izquierda chilena— complejizaba el análisis del proceso
de la comunicación y el funcionamiento ideológico, dando cuenta pioneramente de la
polivalencia de los mensajes y la actividad de las audiencias a partir de condiciones de
recepción específicas. Por último, en el tercer capítulo de las “Leçons…”, titulado “Voyage à
Mozambique”, Armand Mattelart daba cuenta de las lecciones que, en materia de
comunicación popular, enseñaba su trabajo en el país africano, que por entonces se
interrogaba sobre el modo de utilización de las alternativas en comunicación en el contexto de
un proceso de descolonización política y cultural.
Finalmente, el epílogo a De l’usage des media en temps de crise, “Alegato por una
investigación crítica en Francia”, debería leerse en varios sentidos. Pues si bien por un lado
los Mattelart parecen allí reclamar credenciales de ingreso al campo universitario y de los
estudios en comunicación en Francia, por otro parecen disputar por la orientación de su perfil
disciplinar, señalando la necesidad de construir la práctica científica en Francia sobre nuevas
bases. En este capítulo los Mattelart trazaban una suerte de mapa del estado de la

157
investigación universitaria en comunicación en el hexágono, indicando el bajo desarrollo de
tradiciones críticas, esto es, el predominio de las tradiciones empiristas (la matriz de la
sociología funcionalista norteamericana de los medios masivos) o el determinismo
tecnológico (cierta moda alrededor de McLuhan). Por otra parte, hacían un relevamiento de
los espacios críticos —minoritarios, y sobre todo vinculados a jóvenes investigadores— y de
la existencia de escuelas y tradiciones o referencias teóricas francesas que podrían constituir
una matriz amplia para un pensamiento crítico sobre la comunicación y los medios (de
Bourdieu a Foucault, de Althusser, Balibar, Ranciere y Poulantzas a Escarpit o Goldman,
etc.), invitando a pensar su relación con las teorías sobre el Estado, el poder, la ideología, la
reproducción social, la cultura, etc. Finalmente, proponían un programa de investigación en
ruptura con el determinismo tecnológico, el predominio exclusivo del análisis de contenido y
la ausencia de enfoques históricos. (Los contraejemplos eran, claro, los análisis propuestos a
partir de los casos de Chile y Mozambique).
Ahora bien, más que desplegar aquí la perspectiva teórica y el programa de estudios que
proponían los Mattelart (sobre los que volveré en los capítulos 6 y 7) me interesa detenerme
en el proyecto intelectual y epistemológico que reclamaban:

La ausencia de un enfoque crítico global de los medios de comunicación de masas en


Francia no debe sin embargo hacernos olvidar que gracias al movimiento popular se están
desarrollando respuestas democráticas que constituyen otras tantas alternativas al sistema
dominante, otras tantas bases de referencia para una teoría de la nueva comunicación.
Tampoco hay que prejuzgar la inexistencia de una problematización de la comunicación
de masas a partir de la poca preocupación que se advierte al respecto en los centros
universitarios y los medios académicos, y aun en los partidos.
Más bien se necesita ver en ellos los indicios de la crisis del aparato universitario, cada
vez menos articulado con la realidad nacional definida en términos de clases, y también un
indicio de la crisis de las organizaciones de masas (…)
Hay una brecha entre el desarrollo de las formas de resistencia cultural y de creación
popular y su captura por la institución universitaria como objeto de una interrogación
científica.
Hay una brecha entre la práctica de los partidos y estos procedimientos populares,
minúsculos y cotidianos, estas formas de responder a la cultura hegemónica, que no llegan
a liberarse en una estrategia política de creación de poderes culturales de bases (…)
(Mattelart, Mattelart, 2003 [1979]: 254-255. Subrayado mío).

Como subrayo, los Mattelart señalaban la existencia de brechas entre la universidad y las
prácticas de resistencia, entre las prácticas de los partidos de izquierda y las prácticas de los
movimientos populares; brechas que, como veremos en los próximos capítulos, la práctica
política, editorial e intelectual de Armand Mattelart (como parte de un movimiento colectivo)
y el propio De l’usage des media en temps de crise —provocador, desmesurado,

158
heterodoxo— se proponían sino suturar completamente, sí, al menos, poner en diálogo y
tensión.
Las decisiones paratextuales (por empezar los nombres de los capítulos y partes del
libro: “viaje a Mozambique”, “lecciones del mundo periférico a los países europeos”, “alegato
por una investigación crítica en Francia”), construían un enunciatario, una imagen de autor,
heterodoxa y provocativa, que se ubicaba en las fronteras de un campo disciplinar emergente,
marcado por el bajo nivel de institucionalización y la ausencia de tradiciones críticas; pero
también una figura intelectual anfibia, que apelaba al desplazamiento y el cruce de fronteras
(de los espacios nacionales, pero también de los espacios y prácticas sociales donde se
produce el saber sobre lo social) como modo de producción de conocimiento. En la frontera
de los géneros, el “alegato” final, a modo de epílogo, proponía de modo polémico y
provocativo —un modo propio del manifiesto estético o político—una disputa por la
dirección y el perfil de un campo disciplinar emergente, pero al mismo tiempo, y sobre todo,
cuestionaba la propia definición de sus límites, ubicándose en una frontera, en una zona de
intersecciones (la travesía por las expeirncias de diversos espacios nacionales no es indicativa
sino de un intento por poner en diálogo las disciplinas, las tradiciones políticas de la izquierda
y los perfiles intelectuales que emergen en cada espacio nacional) que tenía como fundamento
antes que una apelación a la interdisiciplina, la apelación a un trabajo intelectual marcado por
la noción de praxis. Se trata, claro —me detendré en ello más adelante— antes que de una de
postura normativa, de una concepción epistemológica, que, por cierto, sí puedo decir ahora,
provocará reacciones encontradas.
Pues a pesar de la invitación al diálogo e intercambio entre los investigadores franceses
y anglosajones que, como vimos, Patrice Flichy hacía en el número dos de Media, Culture,
Society (1980), algunas reseñas sobre De l’usage des médias en temps de crise, como la que
Rita Cruise O’Brien publicaba en el número siguiente de la revista inglesa, ejemplifica la
dificultad de asimilación del planteo de los Mattelart (incluso al interior del campo de lo que
podría denominar las posiciones críticas en el que se inscribe la revista). El tipo de escritura y
los modos de enunciación del libro parecían descolocar a la autora, quien así definía a
Armand Mattelart: “por momentos un ideólogo, por momentos un teórico; el género de su
crítica varía considerablemente” (O’Brien, 1981, 3: 200-202. La traducción es mía). Con
cierta perplejidad y desconcierto frente al género y el tipo de escritura que ensayaban los
autores del libro, O’Brien se preguntaba a quién se dirigía, si a los especialistas, los
estudiantes radicales o los estudiantes no comprometidos; para los primeros, afirmaba, sería

159
una carta o una colección de reflexiones, pues carecería de una síntesis teórica; a los segundos
no les aportaría más que evidencias ya conocidas; para los últimos sería arduo y largo de leer.
Aun así, el libro tuvo buena recepción de parte de un sector de la crítica francesa, que
destacaba la novedad de ciertos planteos en relación con el pensamiento sobre las industrias
culturales.158
Respecto a De l’usage des médias en temps de crise quisiera hacer una última
observación en relación con las lecturas que se hicieron desde América Latina del itinerario
intelectual de Armand Mattelart en América Latina, similar a las que he señalado respecto a la
circulación internacional de Para leer al Pato Donald (ver capítulo 1). Que el editor de la
edición española de Los medios de comunicación en tiempos de crisis haya decidido suprimir
algunos textos (sobre Chiley Mozambique) que ya eran conocidos o que habían circulado por
otros canales de edición en América Latina, contribuye al “malentenido” que, según Pierre
Bourdieu, es inherente a la circulación internacional de las ideas, cuando sostiene que éstas
circulan sin importar con ellas su contexto, esto es, las marcas de sus condiciones de
producción. Esta diferencia, señala Bourdieu, se produce en la distancia con las condiciones
de recepción, por ejemplo, a partir del trabajo de los editores quienes “marcan” los textos
(prólogos, presentaciones, supresiones, etc.) acentuando sentidos que no necesariamente están
acentuados en el “original” (Bourdieu, 1999 [1990]. En este caso, el olvido de la diferencia
entre las condiciones de producción y recepción contribuyó en América Latina a obstaculizar
la lectura de la profunda unidad que, como voy a mostrar en el capítulo 6, caracteriza en la
perspectiva de Armand Mattelart el análisis de las estrategias del poder y la hegemonía, que
siempre se conciben como una mediación de las resistencias y los conflictos de clase.

158
En el artículo citado, Patrice Flichy observaba que De l’usage des médias en temps de crise al analizar las
transformaciones en los medios y la cultura como respuesta global a la crisis, por ejemplo las reorientación de la
intervención de los “estados de excepción” latinoamericanos, anticipaba el modo en que un nuevo balance entre
seguridad y libertad podría extenderse a las democracias occidentales (Flichy, 1980: 1839. Desde otro punto de
vista, en la reseña del libro de parte de la revista francesa Communication et langages, el autor señalaba que la
experiencia de los Mattelart en África y América del sur permitía pensar que existían “resistencias a la
hegemonía de las grandes industrias de la cultura”, y les demandaba a sus autores que desde estos indicios de
esperanza puedan “profundizar su análisis crítico con el objetivo de intervenir más concretamente en la
elaboración de políticas culturales” (Clémençot, 1980:126. La traducción es mía). Por su parte, en el segundo
número de la revista Amérique latine, Pierre Corset reseñaba De l’usage des médias en temps de crise, de
Armand y Michèle Mattelart. Si bien observaba la carencia de una profundización o síntesis teórica en la
propuesta del libro, destacaba las vías que abría la investigación sobre Chile o Mozambique para el lector
francés, al sugerir posibilidades de resistencia a la hegemonía de las grandes industrias culturales: “Así, un
estudio sobre las prácticas de los medios masivos de comunicación bajo el régimen de Allende en Chile, plantea
cierto número de interrogantes sobre la utilización de los medios. De la misma manera, una información sobre la
organización de los medios ligeros en Mozambique abre la perspectiva de una estrategia alternativa” (Corset,
1980 : 102). Ver también la reseña de Bertrand Poirot Delpech en Le monde (Poirot Delpech, 1979).

160
CAPÍTULO 4

LA CONEXIÓN-MUNDO, O LAS REDES CULTURALES DE LA


INTERNACIONAL POPULAR DE LA COMUNICACIÓN

Perfiles intelectuales emergentes en la crisis del marxismo occidental

El “marxismo occidental” tal como lo definía Perry Anderon en 1976 fue el producto de un
cambio fundamental en la discusión marxista. A diferencia del marxismo de la “tradición
clásica”, que tuvo su centro de gravedad en Europa central y del este, el marxismo occidental
—que Anderson sitúa entre el eclipse de la ola revolucionaria europea en los años veinte y el
posterior triunfo de las tesis del socialismo en un solo país hasta el nuevo ciclo de luchas
abierto en 1968— tuvo entre sus características principales el aislamiento de los productores
de teoría de la arena de la política práctica, su repliegue en el mundo universitario, el cierre
sobre problemas filosóficos, estéticos y epistemológicos y, por último, su falta de
internacionalismo (Anderson, 1998 [1976]:115-117). Perry Anderson no se refería a lo
internacional como tema o consigna estratégica sino a las propias condiciones de producción
de una teoría que, a diferencia de la tradición de sus fundadores, “se desarrolló cada vez más,
no sólo lejos de la militancia política, sino también de todo horizonte internacional. Se
contrajo gradualmente a compartimentos nacionales, aislados unos de otros por la indiferencia
o la ignorancia relativas” (Ibid.: 87). El resultado, señalaba el historiador inglés “de este
provincialismo y esta ignorancia generalizados con respecto a los sistemas extranacionales de
pensamiento, fue impedir toda conciencia coherente y lúcida del edificio del marxismo
occidental en su conjunto” (Ibid.: 88).
Si bien puede reprochársele que en su trabajo de 1976 Anderson no tuviera
consideraciones para las tradiciones intelectuales que habían emergido en otras latitudes —es
notable la desconsideración de América Latina— sí acertaba cuando señalaba que podía
esperarse que a partir del ciclo de luchas abierto en el ’68 emergieran nuevos centros
geográficos de producción intelectual, así como nuevos encuentros entre la teoría y la práctica
y, por ende, nuevas síntesis teóricas y perfiles intelectuales. La emergencia de la nueva

161
izquierda inglesa y la propia empresa de la New Left Review que Anderson animaba ——y de
la cual, en sus palabras, derivaba su ensayo— daban cuenta de ello.
La investigación de Armand Mattelart en Chile y su empresa de traducción de las
lecciones de la experiencia latinoamericana en materia de cultura y comunicación a los
debates intelectuales de la cultura de la izquierda francesa —y por extensión europea— dan
cuenta de la existencia, al menos para el período que va de mediados de los años setenta a
mediados de los años ochenta, de la existencia de alianzas novedosas entre formaciones
intelectuales, movimientos o gobiernos populares, que dieron lugar a la emergencia de nuevas
redes de producción y circulación intelectual de carácter internacional. Entiendo que la figura
de Armand Mattelart, en el marco de estas nuevas condiciones de producción, expresa la
emergencia de una figura intelectual heterodoxa y novedosa. Su perfil cosmopolita, forjado
sobre todo en sus años de trabajo en Chile y potenciado a partir de su exilio, no se vincula
sólo a una elección temática, sino que es producto de su participación en espacios de
sociabilidad o bien forjados en el laboratorio chileno o bien que remitirán una y otra vez a
esta experiencia: la dirección de la revista Comunicación y cultura (1973-1985), el trabajo de
formación y capacitación en procesos de transformación político-culturales en países
periféricos (Mozambique, Nicaragua), su trabajo como editor y compilador de antologías en
distintas lenguas, fruto muchas veces de esas experiencias, —Communication and Class
Struggle (1979-1983); Comunicación y transición al socialismo. El caso Mozambique (1981);
Communicating in Popular Nicaragua: An Anthology (1986)—, su papel protagónico en la
organización de la Conferencia Internacional sobre el Imperialismo Cultural que tuvo lugar en
Argelia en 1977, su trabajo como investigador o experto o asesor en relación con diversos
organismos internacionales, o su participación en los colectivos de edición de diversas
revistas francesas, dan testimonio de la existencia de estas redes y espacios de
entrecruzamientos de carácter internacional, donde Armand Mattelart ocupó un lugar
destacado en muchos de estos casos como mentor y organizador. Por supuesto, antes que de
una excepcionalidad individual —producto de algún misterioso don— se trata de un perfil
forjado en relación con proceso colectivos, a partir de redes que en muchos casos Mattelart
contribuyó a forjar y que dan cuenta de la existencia de una suerte de esfera pública
internacional popular, por definición abigarrada, temporal, difícil de cartografiar —pues
también está hecha de cruces y préstamos recíprocos con lo dominante–, que trabaja desde
posiciones subordinadas y en el cruce de los espacios intelectuales nacionales.159 Las tareas

159
Ver al respecto la referencia en la introducción de esta tesis. Volveré sobre el concepto más adelante.

162
que simultáneamente realizaba Armand Mattelart como editor y traductor (insisto en que no
me refiero a la traducción en un sentido literal), como experto asesor para diversos
organismos internacionales y, por último, como militante involucrado de distintos modos en
diversas experiencias revolucionarias, me permite dar cuenta de un perfil intelectual
cosmopolita y singular: Mattelart es por esos años una suerte de traductor o mediador
dedicado a la puesta en relación de esferas heterogéneas de la práctica social (entre la
investigación científica y la pedagogía, entre la intervención cultural a través de la actividad
editorial y la militancia política, entre el trabajo como experto asesor y la investigación
científica), y de tradiciones intelectuales y formaciones culturales de espacios nacionales
heterogéneos. Trazar una genealogía de estos espacios me permitirá, por último, reconstruir
las condiciones sociales generales y particulares de su producción y posición teórica.

Communication and Class Struggle: proyecto editorial e intervención intelectual

Tal vez el proyecto más significativo para pensar este itinerario y este perfil intelectual
múltiple y cosmopolita sea su papel como editor de una antología en dos volúmenes
Communication and Class Struggle (1979-1983). Se trata de una extensa y exuberante —por
su extensión y ambición— antología en inglés con 128 textos en total, compilada, editada y
prologada por Seth Siegelaub y Armand Mattelart. El primer volumen, subtitulado
Capitalism, Imperialism (1979), fue seguido por una segunda entrega con el subtítulo de
Liberation, Socialism (1983).
Aunque tenía un carácter excepcional, no se trataba de un proyecto aislado. La
problematización de la cultura y la comunicación como campos de exploración formaron
parte de la renovación del pensamiento marxista europeo, como dan cuenta la publicación de
Keywords (1976) y de Marxism and literature (1977) de Raymond Williams y sus esfuerzos
por pensar la cultura y la comunicación desde sus condiciones materiales e históricas, pero
también como un intento por renovar la reflexión marxista sobre las dinámicas de la
acumulación y del poder.160 Por otra parte, en líneas más generales, la difusión y la
preocupación por la historia del marxismo se manifestaba en todo el mundo, sobre todo en
Europa, con notable intensidad entre fines de la década de 1960 y principios de 1980. Horacio
Tarcus documenta la realización en esos años de varios estudios sobre la historia y la difusión
del socialismo y el marxismo, entre los que enumera tres grandes obras colectivas: Storia del

160
Sobre el programa intelectual de Williams ver Cevasco (2003). Me voy a referir a él en el próximo capítulo.

163
marxismo contemporaneo, que comienza a publicar en 1974 Feltrinelli, en Milán; Storia del
marxismo, que comienza a publicar Einaudi en 1978 y la Histoire générale du socialisme,
publicada por PUF en 1984, en París (Tarcus, 2007: 55). En la medida en que se había
constituido en la Europa de aquellos años un verdadero campo de estudios sobre la difusión
del marxismo, a través de debates, coloquios, revistas especializadas y obras colectivas,
señala Tarcus, “los trabajos de unos y otros autores se mancomunaban y se respaldaban
recíprocamente” (Tarcus, 2007: 56). La empresa de traducción y edición de la ya mencionada
New Left Review, fundada en 1960, y de Verso, la editora de la revista, cumplieron un papel
notable en la renovación del marxismo inglés y, como señala María Cevasco, en las
condiciones que posibilitaron la formulación del “materialismo cultural” (Cevasco: 2003:
131).161
Siegelaub, un artista norteamericano, escultor, editor y curador de arte vinculado a los
medios de la vanguardia plástica de Nueva York de los años sesenta (aunque gustaba definirse
por su trabajo de “plomero”) había abandonado el mundo del arte para dedicarse a la actividad
editorial. En 1972 se trasladó a Francia, donde organizó y publicó el primer volumen de
Marxism and the Mass Media. Towards a Basic Bibliography, una suerte de catálogo
bibliográfico multilingüe que pretendía reunir la totalidad del estado de la investigación sobre
comunicación y medios desde una óptica de izquierda y marxista, y que publicó por intervalos
irregulares a partir de 1973 hasta 1986, con el sello editorial independiente que dirigía,
International General, con sede en Nueva York, y del International Mass Media Research
Center (IMMRC) que Siegelaub fundó en 1973 en Bagnolet, Francia. El instituto pretendía
organizar una colección de materiales, libros y documentos que abordaran todos los aspectos
de los medios y la comunicación para, en palabras de sus referentes, “contribuir al desarrollo
de la teoría y la práctica marxista de la comunicación en la lucha ideológica y política” (ver el
apartado “What is IMMRC?” en Communication and Class Struggle).

Si se quiere reflejar la realidad de las comunicaciones a través del mundo, la naturaleza de


la investigación requiere el constante intercambio de materiales y de información de

161
Según Perry Anderson la New Left Review se había propuesto remediar la falta de diálogo entre el marxismo
del Reino Unido y las tradiciones marxistas de Italia, Francia y Alemania, aquellas que componían lo que el
historiador denominaba el “marxismo occidental”. La caracterización previa que subyacía al proyecto era la
ausencia en la cultura de la izquierda inglesa de redes de circulación, lectura y debate con estas variantes
continentales del marxismo (Anderon, 1976). Cevasco destaca esta voluntad de edición y traducción, puesto que
los objetivos de la NLR eran “la renovación del marxismo nacional a través de la traducción y discusión de las
obras pertenecientes a la tradición del marxismo occidental —Lukács, Gramsci, Brecht, la Escuela de Frankfurt
y el marxismo francés serán presencias destacadas en la revista—, la apertura de un espacio para la
argumentación a favor de un socialismo adecuado al momento histórico y una búsqueda constante de las
posibilidades para su transformación” (Cevasco: 2003: 131).

164
mucha gente de diferentes países y áreas de trabajo. Recibimos materiales para nuestra
investigación y nuestra biblioteca principalmente a través de intercambios, donaciones y
préstamos de numerosas organizaciones, periódicos, revistas, editores, instituciones e
investigadores de la comunicación, y continuamente buscamos ampliar estos contactos
(Mattelart, Siegelaub, 1979: 446. La traducción es mía).

Como vemos, el IMMRC expresaba su voluntad de contribuir al intercambio de materiales e


información entre diferentes países pero también al intercambio entre diversas áreas de la
práctica social y espacios de producción intelectual.
Por su parte, el origen de la relación entre Mattelart y Siegelaub, una vez más, remite a
la “conexión Santiago”, como la denomina Fernanda Beigel, y a Para leer al Pato Donald
Donald como pasaporte y contraseña. Según relata retrospectivamente Armand Mattelart,
luego de su visita a Santiago de Chile Herbert Schiller le había comentado la existencia del
libro a su amigo Seth Siegelaub, quién inmediatamente les escribió a Dorfman y Mattelart
interesado en editar el libro en inglés (Mattelart, entrevista concedida al autor, 2011). Como
Dorfman y Mattelart habían vendido en primera instancia los derechos mundiales del libro a
la editorial italiana Feltrinelli, quien a su vez negociaba con importantes casas editoriales de
lengua inglesa, como Random House en Estados Unidos y Pinguin en Londres, los autores no
pudieron aceptar en ese momento la propuesta. Pero, como las tratativas no prosperaron —
pues las grandes editoriales temían que Disney las demandara por el uso de sus imágenes—, a
su regreso a Francia Mattelart se volvió a comunicar con Siegelaub, por entonces una suerte
de outsider en el mundo de la edición, quien lo convenció para que rescindiera el contrato con
Feltrinelli y le cediera los derechos de la edición en inglés de Para leer al Pato Donald.
Siegelaub la editó en 1975 a través de la casa editorial International General, respetando el
título original: How to read the Donald Duck (Dorfman, Mattelart, 1975) y bajo el cuidado de
David Kunzle (había estado en Chile durante los años de la UP estudiando las formas
emergentes del arte político) quien tradujo el texto y escribió un estudio introductorio para la
edición inglesa. 162
A partir de la conformación de este vínculo Armand Mattelart comenzó a colaborar con
Seth Siegelaub en la confección del catálogo del IMMRC, aportando sobre todo su
conocimiento bibliográfico de la investigación crítica latinoamericana sobre comunicación,
que a partir de entonces ocupó una porción importante del catálogo de Marxism and the Mass
162
En el apéndice de How to read the Donald Duck John Shelton Lawrence relata los avatares judiciales de la
edición inglesa de Para leer al Pato Donald. Disney logró impedir por un tiempo la distribución del libro en los
Estados Unidos, alegando que violaba las leyes sobre propiedad intelectual al utilizar imágenes de las historietas.
Los editores contrataron por su parte a los abogados del Center for Constitutional Rights (CCR) quienes ganaron
la batalla judicial argumentando a favor de la libertad de expresión. Al día de hoy se considera como un caso de
jurisprudencia sobre el tema en los Estados Unidos (Shelton Lawrence, 1991 [1980]).

165
Media. Towards a Basic Bibliography, pero también sus contactos con investigadores de otras
partes del mundo, como la red de norteamericanos que Armand Mattelart había forjado en
Chile. Según la información que daba el propio IMMRC el instituto reunía, al momento de la
aparición del primer volumen de Communication and Class Struggle, en 1979, unos 10 mil
libros, panfletos, artículos y tesis escritos desde el siglo XIX en más de diez lenguas y que
involucraban a unos 50 países (Mattelart, Siegelaub, 1979: 446).
Aun así, en rigor el IMMRC no era una gran estructura. Al menos eso se desprende del
relato retrospectivo de Armand Mattelart, para quien el IMMRC básicamente giraba alrededor
de él y de Siegelaub, con colaboradores itinerantes, sobre todo norteamericanos, canadienses e
ingleses, y a través de relaciones militantes, por ejemplo con quienes estaban en la órbita de la
revista alemana Das Argument. De cualquier manera la red conectaba investigadores y
tradiciones en crítica de la comunicación de diferentes espacios nacionales al mismo tiempo
que establecía ciertos vínculos entre el mundo de la investigación y el mundo del activismo y
la militancia política o comunicacional. Y más importante aun: la estructura forjada entre el
IMMRC y las ediciones International General, con sede en Nueva York, fue bastante eficaz
en términos de producción editorial.163
Su proyecto más ambicioso, sin duda, fue la edición de Communication and Class
Struggle, un emprendimiento alternativo, casi artesanal, basado en buena medida en el trabajo
voluntario de los editores y traductores, que Seth Siegelaub y Armand Mattelart comenzaron a
imaginar hacia 1975 y que debido a estas características del proyecto y sobe todo a problemas
financieros, vio demorarse hasta 1979 y 1983 respectivamente la salida de los dos volúmenes
que componían la antología.164
Dos premisas organizaban su composición en dos partes. En primer lugar, la voluntad de
sentar las bases teóricas, conceptuales y epistemológicas de un pensamiento marxista sobre la
comunicación y la cultura, aquello que Armand Mattelart denominará, en su larga
introducción al primer volumen, un análisis de clase de la comunicación. Como veremos en
el capítulo 6 —pues aquí sólo analizaré la significación del proyecto editorial en función del
itinerario propuesto— la división en dos volúmenes pretendía expresar una unidad
conceptual. A grandes rasgos, el primero, Capitalism, Imperialism, estaba dedicado a

163
Se puede consultar el propio catálogo que se anexa a los dos volúmenes de Communication and Class
Struggle. También es interesante consultar la presencia de autores latinoamericanos en el catálogo propuesto por
Michèle Mattelart y el IMMRC en el anexo de Donald l’imposteur. De cualquier manera una historia del
IMMRC y sus actividades de edición está por hacerse, pues excede los límites de este trabajo.
164
Ni las antologías ni las respectivas introducciones fueron traducidas al español o al francés. Me permito hacer
referencia a la reciente edición en Buenos Aires de las introducciones de Armand Mattelart a cada volumen
(Mattelart, 2010 [1979], Mattelart, 2011 [1983]) que he traducido y prologado.

166
presentar a los autotes, las referencias conceptuales y los trabajos de investigación que, a
juicio de los editores, eran ineludibles para un análisis marxista del modo y la función de la
comunicación bajo el capitalismo, de Marx a Gramsci, de Bourdieu a Habermas pasando por
Herbert Schiller, Raymond Williams o Henri Lefebvre, entre otros. El segundo volumen,
Liberation, Socialism, reunía en su mayor parte una serie de trabajos que analizaban o daban
testimonio de una variedad de prácticas de resistencia y comunicación popular surgidas de
procesos de movilización y transformación social tanto en países del centro como de la
periferia, de la Unión Soviética a Cuba, del Chile de la Unidad Popular al mayo francés o las
radios libres en Italia. En este sentido, son significativas la amplitud y la heterogeneidad del
espectro de reflexiones teóricas, investigaciones y experiencias alternativas compiladas, tanto
en términos geográficos, como en términos de esferas del mundo social puestas en relación,
pues en las antologías convivían trabajos que tienen un origen o impronta netamente
académica con otros más políticamente programáticos o escritos por los propios protagonistas
de experiencias de resistencia cultural o de comunicación alternativa.
En este sentido y en segundo lugar, la compilación y edición de la antología intentaba
mejorar y promover las condiciones materiales de producción y circulación para una tradición
crítica que se consideraba marginal en el campo de los estudios en comunicación, en especial
en lengua inglesa. En su prefacio al primer volumen Seth Siegelaub precisaba con amplio
detalle y datos cuantitativos los condicionamientos y limitaciones que a través de la
concentración de la industria editorial y el sistema de distribución y venta se ejercían sobre la
producción y circulación de los trabajos de impronta marxista, sobre todo en los Estados
Unidos. También, de manera general, señalaba como obstáculo la concentración del
pensamiento de izquierda sobre la comunicación en los ámbitos universitarios, que en su
visión no tenía conexión con la producción vinculada a otro tipo de trabajadores intelectuales
o prácticas como las que surgían en sindicatos, partidos y organizaciones populares. Por
último, Siegelaub señalaba que los archivos documentales en general incluían pocos
materiales escritos por periodistas de izquierda o trabajadores agrupados en cualquiera de los
sindicatos de la industria de la comunicación. Y no es que éstos no elaboraran materiales; era
frecuente, observaba, que las organizaciones de trabajadores no tuvieran los medios
adecuados para documentar sólidamente su producción, pues al utilizar sólo los recursos a su
alcance, más accesibles y baratos, no pudieran evitar condenar sus producciones a un carácter
fragmentario y efímero.165 De allí que, refiriéndose a la política de citas y de presentación

165
En rigor, esta observación sería válida para todas las manifestaciones culturales de las clases subalternas. La
dificultad que apuntaba Siegelaub no era sólo económica, sino político-cultural. No es por azar que el primer

167
bibliográfica que proponía la antología, Siegelaub explicitara parte de los objetivos del
proyecto general, entendiendo el acto de documentación como una acción política:

a pesar de la pretensiones escolares que pueden subyacer en su uso, el listado de libros y


las referencias bibliográficas en las notas al pie no deberían tomarse erróneamente como
una forma de teatralidad académica. La documentación es una acción política, un
instrumento de comunicación y, también, un acto de solidaridad que puede ayudar al
lector de un libro a situar al autor en relación al trabajo intelectual pasado y presente que
influenció y precedió un trabajo particular (Siegelaub, 1979: 15-16. La traducción y las
siguientes son mías).

Si no se cuentan con estas referencias, continuaba Siegelaub, “un trabajo aparece más original
de lo que realmente es, pues se aísla y se recorta de su conciencia histórica y del contexto
social, con todo lo que esto implica políticamente”.
La antología se presentaba entonces simultáneamente como una empresa de elaboración
cognitiva y epistemológica (de la que da cuenta sobre todo el marco general elaborado en las
respectivas introducciones por Armand Mattelart), como una empresa de documentación y,
por último pero no por eso menos importante, como una empresa de traducción, si se la
entiende tanto como una tarea de puesta en relación de tradiciones teóricas forjadas en
distintos espacios nacionales y momentos históricos, como una tarea de articulación de
prácticas sociales heterogéneas; articulación que suponía una voluntad pedagógica y una
intención de suturar divisiones espaciales y sociales, y donde la memoria de las luchas y las
experiencias históricas se presentaba como condición para la elaboración de una tradición
crítica. Como muestra de esta voluntad de traducción basta citar la publicación, por primera
vez en lengua inglesa, —al menos según se afirmaba en la presentación del artículo por parte
de los editores— de las observaciones de Antonio Gramsci sobre la literatura nacional popular
y el folclore, traducidas directamente del volumen Marxismo e letteratura (edición de Guilano
Manacorda para Editori Ruinitti de Roma en 1975) (Mattelart, Siegelaub, 1983: 71-75).166

volumen de Communication and Class Struggle incorpore un texto fundante donde Antonio Gramsci proponía
una serie de criterios metodológicos para reconstruir la historia de las clases subalternas (“Apuntes para la
historia de las clases subalternas: criterios metodológicos”). Allí, dicho de manera breve y por ende algo
esquemática, el comunista italiano mostraba la dificultad para hacer una historia de las clases subalternas, debido
a la incapacidad que éstas tenían para articular una visión de mundo unitaria y constituirse como bloque de poder
(o de otro modo: Gramsci estaba diciendo que la historia propia sólo se puede hacer acabadamente desde una
posición hegemónica). En este sentido se podría decir que Gramsci relacionaba esta cuestión con las dificultades
para sentar las condiciones materiales para una infraestructura cultural alternativa.
166
En este sentido es interesante observar que las citas de Gramsci de la introducción de Armand Mattelart al
primer volumen están tomadas de la Antología de Siglo XXI de México, a cargo de Manuel Sacristán (Mattelart,
2010 [1979]: 137).

168
En relación con el trabajo de traducción, se puede leer una nota al pie de su introducción
al primer volumen, donde Armand Mattelart explicitaba marginalmente la voluntad
pedagógica del proyecto y ciertas dificultades en relación con su vocación internacional:

El criterio para seleccionar los textos de la sección A y la referencia a los textos clásicos
del marxismo plantea grandes dificultades, dado que pueden existir en los diferentes
grupos de lectores diversos niveles de conocimiento y familiaridad con esta teoría. Por
ejemplo, para algunos lectores latinoamericanos, quienes están más familiarizados con
los textos marxistas, esta sección será sólo un repaso; mientras que para otros, será una
iniciación a la teoría. Esto es especialmente cierto para muchos estudiantes de los
Estados Unidos (…) (Mattelart, 2010 [1979]: 137).

Pero también la tarea de traducción suponía poner de relieve las contribuciones teóricas
fundamentales de los pueblos periféricos, señalaba Mattelart, como la de José Carlos
Mariátegui, “un contemporáneo de Gramsci, quien continúa siendo relativamente desconocido
para los marxistas en los países centrales”. En este sentido, Mattelart señalaba la necesidad de
cuestionar “la ley del intercambio desigual, que opera incluso dentro del campo
revolucionario” (Ibid.: 137).
Sin duda el papel de Armand Mattelart en la tarea de selección de los textos que
componen el abanico heterogéneo y cosmopolita de Communication and Class Struggle fue
clave. Las referencias de la investigación crítica en comunicación latinoamericana en el
listado bibliográfico de consulta que se anexa al final de cada volumen y la inclusión en sus
propias introducciones de referencias de autores de procedencias geográficas, tradiciones
político intelectuales y disciplinares tan diversas, muchas de ellas desconocidas en los países
de recepción en lengua inglesa o en la tradición intelectual francesa dan cuenta de ello: de
teóricos de los llamados países del socialismo real a la economía política de la comunicación
anglosajona, de teóricos de la descolonización africanos a la sociología cultural francesa, de
Antonio Gramsci a los dependentistas latinoamericanos, entre otras. Sobre el final de su
introducción al segundo volumen de la antología Mattelart exponía su concepción del
proyecto de traducción y articulación proponiendo una mirada no eurocéntrica (frente a
aquellos que —como cité en el capítulo anterior— acusaban de “tercermundizar el viejo
mundo” a quienes planteaban el problema del imperialismo cultural en Europa) que llamaba a
trazar puentes entre las experiencias de lucha entre sí, y entre éstas y la producción de síntesis
teóricas:

Antes que plantear la eterna cuestión (…) acerca de si los modelos de la ciencia occidental
pueden servir en el Tercer Mundo, tal vez sea el momento de invertir el planteo y
preguntar: ¿qué lecciones se pueden sacar de las luchas que emprendieron los países

169
periféricos en el dominio de las redes de comunicación popular para aplicar en Europa y
Estados Unidos? Esto nos permitirá evitar la creciente corriente de marginación que, al
invocar el “desfase” que existe entre el centro y la periferia, acepta la validez del
materialismo histórico para estudiar los “sistemas atrasados” del Tercer Mundo, y
convalida su propia incapacidad para ocuparse de los sistema de comunicación de las
sociedades capitalistas avanzadas.
(…) Cuestiones que fueron planteadas en los procesos revolucionarios de los llamados
países atrasados fueron precursoras de cuestiones que las fuerzas progresistas en los países
avanzados sólo se plantearon tiempo más tarde. Las preguntas que disparó la reaparición
de las radios libres en Europa, en especial sobre la imposibilidad de disociar forma y
contenido, ya habían sido claramente planteadas bastante antes, en un movimiento de
reflexión como el que tuvo lugar en Chile entre 1970 y 1973. Sin embargo, para evitar
repetir los errores del pasado, cuando los experimentos desplegados en el Tercer Mundo
fueron tomados como recetas y leídos como un catequismo (…) es muy necesario que la
reflexión teórica nos permita siempre unir lo general y lo específico, y viceversa. Es
necesario este rodeo a través de la teoría para que podamos ver estas experiencias como
problemáticas, disparadoras de interrogantes, de diferencias y similitudes. Así podríamos
responder a la objeción habitual que reza: “lo que pasa tan lejos no es asunto nuestro”
(Mattelart, 2011 [1983]: 135. El subrayado es mío).

Como se puede leer, no se trata, entonces, de la traducción entendida de manera mecánica,


como transposición de textos a otras realidades temporales y nacionales, ni una tarea de
reposición lineal de la memoria histórica, sino —como subrayo de la cita precedente— de un
trabajo del pensamiento que intenta reunir lo general (la tendencia a la homogeneización
propia del proceso de internacionalización y subsunción de la comunicación y la cultura a la
esfera del valor) y lo específico (la particular forma que toma este proceso en cada formación
social nacional a partir de los conflictos que su mismo desarrollo genera con sus
sobredeterminaciones político-culturales), postulando la necesidad de un rodeo imprescindible
por el trabajo teórico, una tarea que según Mattelart permitiría disparar interrogantes y
discernir diferencias y similitudes entre procesos históricos. La genealogía de las tradiciones
de investigación en comunicación en las particulares condiciones de América Latina, Estados
Unidos y Europa que proponía Mattelart en sus introducciones a los volúmenes, pero también
la genealogía de las tradiciones alternativas vinculadas a procesos históricos heterogéneos,
invitaba a evitar transposiciones mecánicas de conceptos y teorías forjados en condiciones
particulares, o de modelos o conceptualizaciones sobre la comunicación popular forjados en
situaciones históricas precisas.

Mattelart en Argelia, o las redes internacionales de Comunicación y Cultura

El carácter cosmopolita de la perspectiva propuesta en Communication and Class Struggle se


sostenía y a la vez solicitaba redes de articulación y de intercambio, de producción y difusión

170
de carácter internacional; o, de otro modo, de un intelectual internacional colectivo. Un claro
ejemplo de la existencia de estas redes y del papel de Armand Mattelart como organizador y
mediador es su participación en la Conferencia Internacional sobre el Imperialismo Cultural
que junto al gobierno de Argelia convocó y organizó la Fundación Internacional Lelio Basso
para el Derecho y la Liberación de los Pueblos. Armand Mattelart había colaborado en las
sesiones del Tribunal Russell II, organizado por la Fundación167 y de allí mantenía un vínculo
con Lelio Basso, a partir del cual fue invitado como parte de la organización científica de la
Conferencia, que se convocaba en continuidad con las conclusiones formuladas en la
Conferencia de Argel (1973). La Conferencia sobre el Imperialismo Cultural sesionó en la
ciudad de Argel en octubre de 1977.168 Con un marcado perfil político, tercermundista e
internacionalista, contó —según se reseña en su Declaración Final—con la participación de
personalidades y grupos vinculados a los dominios de la información, la educación, el arte y
las ciencias sociales, llegados de África, Asia y América Latina, y con representaciones de
Europa y América del norte. En líneas generales se abordaron experiencias de dominación
cultural en el terreno de los medios masivos de comunicación, la ciencia, la educación y la
lengua, pero también el de las “experiencias de lucha contra el imperialismo” y las
alternativas que suscitaron (en Comunicación y Cultura nº6, 1978). Desde el supuesto de que
“el intercambio cultural está sometido a las relaciones de fuerza que rigen el intercambio
desigual en el concierto de las economías mundiales”, y con ello el de las propias condiciones
de investigación y producción de conocimiento, la Conferencia sugería, en sus conclusiones,
la implementación de una serie de iniciativas que tendían a la inversión de este flujo desigual,
que iban desde la creación de grupos de trabajo y análisis hasta la creación de un centro de
documentación y distribución de materiales vinculados con el estudio de los mecanismos de
dominación cultural.169

167
El Tribunal Russell II sesionó en Roma en 1975. Era la continuidad del Tribunal Russell I, que, convocado
por Bertrand Russell y Jean-Paul Sartre, había denunciado y juzgado los crímenes de guerra cometidos por los
Estados Unidos en el sudeste asiático. El Tribunal Russell II se ocupó de las dictaduras latinoamericanas.
168
La Conferencia debe enmarcarse como parte del desarrollo del movimiento tercermundista y más
particularmente como consecuencia directa de la Conferencia de Argel (1973) y de la Declaración Universal de
los Derechos de los pueblos realizada en Argel, en julio de 1976.
169
La Declaración Final de la Conferencia formulaba las siguientes recomendaciones: “En primer lugar, la
creación de grupos de trabajo cuyo objetivo será la promoción y la coordinación de análisis concretos sobre las
diferentes modalidades del imperialismo cultural, así como sobre las alternativas nacionales y populares surgidas
en los países dependientes y liberados que representan formas de afirmación de su identidad y anuncian un
nuevo modelo de sociedad. En segundo término, la creación de un centro de documentación y de distribución
que reúna y difunda los materiales relacionados con el estudio de los mecanismos de la dominación cultural,
destinado a librar acciones de resistencia y a la creación de realidades culturales alternativas. En tercer lugar,
intensificar y desarrollar la solidaridad entre los pueblos liberados recientemente y que emprenden una
revolución, mediante intercambios culturales. Reforzar, finalmente, el frente antiimperialista en el campo de la
cultura y, para ello, establecer una solidaridad más efectiva entre los trabajadores de la cultura de los países

171
Armand Mattelart tuvo un papel protagónico en la organización de la conferencia y de
las mesas de trabajo del evento;170 de allí que tuviera a su cargo la exposición de apertura en
la sesión inaugural. Su intervención (reproducida en Comunicación y Cultura Nº6, 1978, bajo
el título “Notas al margen del imperialismo cultural”) interrogaba la propia idea de
imperialismo cultural, revisando algunas ambigüedades del concepto y el modo en que había
sido abordado hasta entonces. Pretendía de este modo marcar el tono de los debates de la
conferencia. Esta intervención que tuvo luego varias versiones en forma de artículo o
fragmento de libro, está considerada una suerte de hito en la revisión y complejización del
concepto de imperialismo cultural. Para Colleen Roach (quien se propone trazar un panorama
global de los desplazamientos en las teorías de los medios y la literatura respecto a la noción
de imperialismo cultural en el mundo latinoamericano y anglosajón) el texto de Mattelart
produjo algunas de las “grietas” —según su expresión— que se pueden observar en las teorías
del imperialismo cultural a fines de los años setenta (Roach, 1997: 49).171 Víctor Lenarduzzi,
por su parte, señala que las observaciones de Mattelart respecto a la “contrafascinación del
poder” (Mattelart, 1978: 7-9) presente en muchos análisis del imperialismo cultural, y su
referencia a Antonio Gramsci para postular la necesidad de analizar el sistema de
correlaciones de fuerza internacional pero siempre en relación con la correlación de fuerzas
locales particulares, constituyen un “momento de transición” en el mapa de los estudios en
comunicación en América Latina, pues permitían tomar distancia del imaginario de un poder
sin fisuras, sin brechas, y ubicar históricamente la cultura masiva en relación con las “culturas
populares” (Lenarduzzi: 1998: 52-53). Si bien no puedo detenerme ahora en el análisis del
contenido del texto, quisiera adelantar también que en este artículo Mattelart refiere por
primera vez a la noción gramsciana de partido político internacional, uno de los pilares en su
concepción sobre los procesos de internacionalización y el papel de los intelectuales en la
conformación de lo que bastante tiempo después denominará, sin dejar de remitir al pensador
italiano, la comunicación-mundo (sobre el imperialismo cultural ver capítulo 6; sobre la
noción gramsciana de intelectual y la comunicación-mundo, el capítulo 7).

industrializados y de los países del Tercer Mundo. En particular, intensificando los intercambios y estimulando
programas de acción y de investigación, destinados a identificar todas las fortalezas del imperialismo, dentro de
su ámbito y fuera de él, en el mundo” (en Comunicación y Cultura, nº6, 1978).
170
Tomo también el testimonio de Adriana Puiggrós, quien participó en el evento como parte del contingente de
argentinos exiliados en México. Puigross me ha hecho referencia a la centralidad de la figura de Mattelart en la
organización y desarrollo de las mesas de trabajo. Por otra parte, según su recuerdo las invitaciones de los
argentinos exiliados en México se habían hecho a través de conexiones que tenía el FLN de Argelia con
Montoneros (Adriana Puiggrós, entrevista concedida al autor, 2010).
171
En rigor Colleen Roach se refiere como fuente a la introducción de Mattelart a Communication and Class
Struggle (1979), pero omite que el texto que cita es el de la conferencia inaugural de la Conferencia.

172
Me interesa ahora entonces destacar el papel de Armand Mattelart en la Conferencia en
tanto articulador de una red de sociabilidad e intercambio intelectual internacional, y de
difusor y traductor de sus debates y conclusiones, puesto que este papel se complementaba
con su trabajo como editor.172
En efecto, al año siguiente de la Conferencia Mattelart coordinó para L’Homme et la
Société un número temático: “Mass media et idéologie/ Impérialisme et front de lutte”
(Medios de comunicación e ideología/Imperialismo y frente de lucha; número doble, 47-50,
enero diciembre de 1978) que contenía once artículos y donde incorporaba tres intervenciones
de la Conferencia (la de Bernard Cassen, la de Luis Nieves Falcón y la de Michèle Mattelart)
y un artículo propio sobre “Ideología, información y Estado militar”. Por su parte, bajo su
dirección y la de Héctor Schmucler (que también había asistido a la Conferencia desde
México) Comunicación y Cultura dedicó su número 6 a la Conferencia de Argel y a la
cuestión del imperialismo cultural. Además de la intervención inaugural de Armand Mattelart,
la revista recogió y publicó varias de las intervenciones en Argel de autores de muy diversas
procedencias y, como cierre del dossier especial, su Declaración Final completa.173
Comunicación y Cultura traducía y difundía los debates para el lector latinoamericano y
así extendía el alcance de las redes de intercambio y documentación que la propia
Conferencia se proponía promover. En rigor, como veremos, Comunicación y Cultura repetirá
esta tarea de difusión y traducción en relación con otros trabajos e intervenciones de Armand
Mattelart producidos en otros contextos diferentes al latinoamericano (su experiencia en
Mozambique o en relación con el Informe que elaborará para el Ministerio de Industria e
Investigación de Francia, etc.). La revista desde su número seis (1978), se editaba en México,
y su centro de gravedad ya giraba más en torno a la figura de Héctor Schmucler y al grupo
que éste había armado a su alrededor en la Universidad Autónoma Metropolitana de México,
172
Por entonces Mattelart, además, coordinaba una colección en la editorial Anthropos llamada “Mass media et
idéologie”. Sus dos primeros titulos fueron: Jean-François Barbier-Bouvet, Paul Béaud y Patrice Flichy,
Communication et pouvoir, mass media et media communautaires au Québec (1979) y Ghislaine Azemard, La
video, l’enfant et les institutions: vers l’utilisation interactive des nouvelles technologies (1980).
173
Se pueden consultar los artículos del número 6 de Comunicación y Cultura (1978): “Notas al margen del
imperialismo cultural”, Mattelart, Armand (7-27); “La dependencia de las categorías conceptuales en la ciencia
sociales”, Vidal-Beneyto, José (29-37); “Reflexiones para una lectura de la dominación a partir de los objetos”,
Perrot, Dominique (39-51); “Imperialismo cultural y resistencia cultural en Puerto Rico”, Nieves Falcón, Luis
(53-67); “El papel de la educación en el imperialismo cultural y tecnológico”, Verhaegen, Benoit (69-74); “La
lengua inglesa como vehículo del imperialismo cultural”, Cassen, Bernard, (75-84); “Las lenguas africanas y el
neocolonialismo en África francófona: Errores y fantasmas”, Beti, Mongo (85-93); “Creación popular y
resistencia al sistema de los medios de comunicación: La experiencia de Chile Popular”, Mattelart, Michele (95-
103), “Guinea-Bissau: educación y proceso revolucionario”, Darcy De Oliveira, Miguel, Darcy De Oliveira,
Rosiska, (105-123); “La cultura como resistencia democrática en Chile hoy”, Dorfman, Ariel (125-135); “El
filme catástrofe" norteamericano: ficción de una crisis”, Ramonet, Ignacio (137-146), “Imperialismo cultural y
organización del espacio: dos casos en Bolivia y Guatemala”, Prado, F. (147-162), “Declaración final de la
conferencia internacional sobre el imperialismo cultural (Argelia)” (163-166).

173
que por entonces había recibido a numerosos intelectuales e investigadores latinoamericanos
exiliados. Por la composición de los que participaban y la proyección latinoamericana de la
revista, se podría hablar (parafraseo la expresión de Fernanda Beigel respecto a la existencia
de redes intelectuales y académicas internacionales forjadas en Santiago de Chile en los años
sesenta), de una verdadera “conexión Méxicana”.174 El papel de Armand Mattelart —aunque
más distante que durante la etapa chilena—, fue importante como mediador, en la conexión de
la revista con investigadores franceses y europeos que hicieron sus aportes y publicaron en
Comunicación y cultura —por supuesto en menor medida que los latinoamericanos—,
permitiendo que la revista fuera un vehículo de difusión de ciertas discusiones y
problemáticas europeas.175
En este sentido es interesante reponer el editorial del número que algunos años después
Comunicación y Cultura le dedicaba a analizar los límites de los debates por un Nuevo Orden
Mundial de la Información y la Comunicación (nº7, 1982). En su editorial, Armand Mattelart
y Héctor Schmucler afirmaban:

Si se intenta generar una verdadera teoría crítica de la comunicación que sirva a una
práctica igualmente crítica opuesta a los modelos dominantes, deberíamos cruzar
experiencias que se desarrollen en distintas partes del mundo (sur-sur, norte-sur) que
propicien formas de comunicación democrática, asumirlas como problemáticas comunes
—similares y diferentes— y a partir de ellas elaborar conceptualizaciones que nos
conduzcan a una formulación teórica. La calidad de la problemática es muchas veces más
importante que su localización geográfica. A la internacionalización propiciada por la
cultura transnacional, es preciso oponer un nuevo tipo de internacionalismo que borre las
viejas huellas de la transferencia unilateral de modelos teóricos, y que tantas veces nos
han encasillado en problemas y soluciones que en realidad eran otra expresión del flujo
desigual de la información.

174
Para sostener estas afirmaciones sigo el testimonio de Héctor Schmucler en el libro de Víctor Lenarduzzi: “En
realidad, cuando más se latinoamericanizó [Comunicación y Cultura] fue a partir de México, ahí tuvo una
presencia latinoamericana (…)” (148). “Mucho más apoyo que cualquier otro país de América Latina. Entonces,
gente de toda América Latina, más gobierno, más apoyo internacional, era un hervidero. Y la revista pasó a ser
algo así como el órgano de expresión de todo eso. Una manera un poco, no diría casual, pero tampoco demasiado
planificada. Era más bien vinculación de grupo. Toda la gente que estaba en esto, y tampoco hay que exagerar —
eran treinta o cuarenta personas— leían, venían, escribían en la revista, colaboraban y se fue instalando como la
revista del pensamiento crítico de la comunicación” (Schmucler, 1998: 148-149). “Un poco me sigue la revista o
yo sigo a la revista. Primero Chile, después acá [Argentina] y después México; ya en México pasa a ser una de
mis actividades en la Universidad Autónoma Metropolitana donde yo coordiné el área de Comunicación (…). En
realidad fueron muy generosos porque me pagaban para que haga la revista —además daba clases— y ahí tomó
todavía más vuelo porque teníamos una oficina para la revista, presupuesto…” (Schmucler, 1998: 153).
175
Si bien la referencia no pretende ser exhaustiva, se puede mencionar la publicación en la revista de artículos
de David Buxton, uno de los traductores —del francés al inglés— y colaboradores de Mattelart en
Communication and Class Struggle; del británico Michael Chanan, quien también participa con un artículo en la
antología y es uno de los traductores de la obra de Mattelart al inglés; de Enrique Bustamante o de Giuseppe
Richeri, quienes participaron en la comisión sobre el espacio audiovisual latino organizada por Armand Mattelart
en 1983. Bustamante es además, “presentador” de algunas de las ediciones de los libros de Mattelart en España,
etc.

174
Para ello, se vuelve imprescindible recuperar la historia reciente de las experiencias
latinoamericanas que trataron o tratan de alentar formas de comunicación popular.
Ninguna experiencia futura podría dejar de tener en cuenta los errores y los aciertos de
esta ya larga acumulación histórica que es patrimonio de la cultura popular. La amnesia es
mala consejera cuando se trata de construir una teoría científica (Mattelart, Schmucler,
1982: 10. Subrayado mío).

Este párrafo, aunque con un estilo menos programático que el que estaba presente en el
editorial del primer número de la revista de 1973 (ver capítulo 2), enunciaba un programa y
una autorepresentación del perfil intelectual que los directores de Comunicación y Cultura
imaginaban y que, como vemos, están en sintonía con otros proyectos intelectuales y
editoriales que promovía Armand Mattelart por entonces, como la edición de las antologías de
Communication and Class Struggle. Pero también enunciaba una posición epistemológica. Si,
como vimos, uno de los principios fundantes de la revista había sido la idea de que la práctica
política era una condición de verdad para las ciencias sociales, ahora, en la era de la
internacionalización de los intercambios culturales, se anunciaba la voluntad de “cruzar
experiencias que se desarrollen en distintas partes del mundo” y se postulaba esta condición
como premisa para la elaboración de una teoría científica.
Para dar cuenta más cabalmente de la lectura que propongo y de lo que entiendo los
editores tenían en mente, retomo la cuestión de la Conferencia de Argelia y del debate sobre
el concepto de imperialismo cultural. Es interesante contraponer el sentido que podían tener
estas reflexiones en los debates latinoamericanos con el que podía tener en Europa. En la
presentación del número 6 de Comunicación y Cultura Schmucler y Mattelart señalaban que,
“como todo concepto, el de imperialismo cultural está marcado por las condiciones concretas
(materiales) de su gestación”; por ello planteaban que era preciso recuperar una mirada
dialéctica que, aunque proclamada, por momentos olvidaba atender las contradicciones y las
diversas “situaciones de los países particulares” donde se confrontaban diversos proyectos
alternativos a la dominación cultural (Comunicación y Cultura, Nº6, 1978: 3-4). Este nivel de
problematización de la noción de imperialismo cultural contrasta con el estado del debate en
Francia, donde la problemática tenía menos desarrollo.176 Un buen indicador es la
presentación de Ignacio Ramonet del breve dossier que Le Monde Diplomatique le dedicaba a
la Conferencia de Argelia, donde se puede leer cómo Ramonet destacaba como un hecho
positivo en sí el propio abordaje del concepto de imperialismo cultural, en relación con
nociones más transitadas y circunscriptas, como las de imperialismo económico y político

176
La tesis de Colleen Roach en el artículo que señalo es, precisamente, señalar el aporte del pensamiento del
otro lado del atlántico en general, y de las figuras de Herbert Schiller y de Armand Mattelart en particular, en la
elaboración y emergencia del concepto (Roach, 1997).

175
(Ramonet, 1977).177 Prestando menos atención a las ambigüedades y límites de la noción que,
como vimos, había trabajado Armand Mattelart en su presentación, Ramonet destacaba
(insisto: dando cuenta de un estado del debate en Francia) cómo en su intervención en Argelia
Mattelart describía los nuevos procedimientos de las narraciones de los filmes de Hollywood
que recordaban (este le parecía el mérito de Mattelart) que los filmes de otros lugares no son
siempre inocentes, “recuerdo saludable —en palabras de Ramonet— puesto que el dominio de
lo ideológico es más difuso de lo que se cree generalmente” (Ramonet, 1977. La traducción
es mía).

Entre la actividad editorial y las políticas nacionales de comunicación (I): viaje a


Mozambique

En continuidad y a partir de la disposición planteada en los interrogantes abiertos en sus notas


sobre el imperialismo cultural para la Conferencia, entiendo que la experiencia de trabajo de
Armand Mattelart en Mozambique, entre 1978 y 1980, fue clave en la configuración de su
perfil y la redefinición de su perspectiva intelectual. Antes que detenerme en el relevamiento
del contenido concreto de su aporte en el desarrollo de las políticas de comunicación del
178
gobierno socialista conducido por el Frente de Liberación de Mozambique (FRELIMO) y
las conclusiones que elaboró Mattelart para pensar la comunicación popular, me interesa aquí
señalar algunos continuidades e incidencias que tuvo esta experiencia en el itinerario
intelectual de Arman Mattelart y la proyección que éste hizo de su trabajo en Mozambique.
La invitación a trabajar en el país africano no era azarosa y si bien tuvo distintas vías
concretas, hay que reconocer una vez más en la experiencia chilena un pasaporte de entrada y
circulación. Mattelart fue invitado a Mozambique a través de Jacques d’Arthuys, por entonces
agregado cultural de Francia en Maputo, quien había conocido al investigador belga durante
una visita a Santiago de Chile (Mattelart, 2010: 152) y quien también conocía su trabajo en La

177
En sus palabras: “Si el concepto de imperialismo, en política y en economía, ha sido ya bastante y
agudamente circunscripto, no ha ocurrido lo mismo con su simétrico ideológico, que se designa comúnmente
bajo la expresión: imperialismo cultural” (Ramonet, 1977. La traducción es mía).
178
En 1975 Mozambique obtuvo la independencia luego de varios años donde se desarrolló una guerra civil bajo
la forma de guerra de guerrillas conducida por el FRELIMO. La aceleración y definición del enfrentamiento se
dio en el contexto de la llamada “revolución de los claveles” en Portugal y de la caída de la dictadura de Salazar
en 1974. En 1977 el FRELIMO, ahora como partido de gobierno, se declaró marxista-leninista. Si bien en un
primer momento Mozambique desarrolló formas de organización social socialista, a los pocos años se fue
consolidando un proceso de institucionalización del proceso. Samora Machel, uno de los principales dirigentes
marxistas del Frente y presidente del país, murió en un accidente en 1986; a partir de entonces se consolidó un
proceso de reformas, y si bien ya se habían introducido algunas en función de la liberalización de la economía,
con la caída de la URSS se consolidó el cambio de orientación ideológica hacia el neoliberalismo del FRELIMO,
que gobierna el país hasta la actualidad. Sobre la historia de Mozambique ver Junio, Saute (1998).

176
Spirale. Probablemente ya se tuviera conocimiento en los medios culturales y de gobierno de
Mozambique —independizada poco tiempo antes de la tutela colonial de Portugal— de la
traducción al portugués de Mass media, idéologies et mouvement révolutionnaire, que se
había publicado en 1977 en Lisboa en el contexto de la lalamada “revolución de los claveles”
(1974).179 De allí el interés de algunos dirigentes del FRELIMO por conocer la experiencia
chilena que Mattelart describía y analizaba en el libro (Mattelart, entrevista concedida al
autor, 2011) y la invitación que le hicieron a través del Ministerio de Información de
Mozambique para dar clases de capacitación en el Centro de Estudos de Comunicaçao de la
Universidad Eduardo Mondlane en abril de 1978 (Mattelart, 1981: 57). En rigor el envite no
era exclusivamente un asunto personal, pues formaba parte de una corriente de relaciones
geopolíticas, institucionales y culturales entre Francia y la recién descolonizada Mozambique.
Concretamente, el servicio de cooperación del Ministerio de Asuntos Extranjeros de Francia
había firmando un convenio de cooperación con el recién creado Instituto de Cinematografía
de Mozambique con el objetivo de financiar y asesorar al país africano en materia de
instalación de una infraestructura técnica para la utilización del Super-8. Mozambique
prácticamente no conocía el desarrollo de la televisión y el desarrollo de sus redes de
comunicación era incipiente. No era casual entonces que entre las muestras de solidaridad y
las colaboraciones de intelectuales extranjeros en Mozambique se destacaran la de los
cineastas, entre ellos la de Jean-Luc Godard. Armand Mattelart fue invitado oficialmente para
asesorar en el proyecto de instalación del Súper-8, conducido por el Comité del film
Etnográfico de la Universidad de Nanterre de París que coordinaba el documentalista Jean
Rouch.180
En unos “apuntes” (así los describe) escritos inmediatamente a su retorno a Francia, en
agosto de 1978 (a los que le dará forma de artículo y luego de capítulo en De l’usage des
médias en temps de crise)181 Mattelart presentaba su “viaje a Mozambique” utilizando ciertos
giros de estilo etnográfico, usando la primera persona y poniendo en escena en el texto su
presencia en distinto espacios de trabajo, que le significaron, según sus palabras, la
posibilidad de mantener “numerosas conversaciones” “en muchos círculos”, “en las salas de

179
Se trata de Meios de Comunicação de Massa, Ideologias e Movimento Revolucionário , publicado en Lisboa
en dos volúmenes, por Iniciativas Editoriais en 1977.
180
El trabajo de formación en la universidad promovió algunos intentos de inserción del súper 8 en experiencias
de desarrollo popular que se emparentaban con los experimentos del cine móvil de Medvedkine en la URSS
(Mattelart, 1981: 61-62).
181
Los apuntes se transformaron en un artículo « Mozambique: communication et transition au socialisme »,
publicado en la revista Tiers-Monde, nº79, 1979. Luego conocerá diversas versiones, como capítulo en De
l’usage des médias en temps de crise y como introducción a la antología en español editada por Mattelart:
Comunicación y transición al socialismo. El caso Mozambique (1981).

177
redacción, en la universidad, en las nuevas unidades de producción campesina” (Mattelart,
1981: 27, 45). La experiencia de trabajo y el intercambio político le permitirían pensar con
nuevos prismas antiguas problemáticas, al mismo tiempo que plantear nuevos problemas
desde una perspectiva ya formada, contribuyendo a descentrar una vez más su mirada.182
¿Cómo pensar una política general de comunicación acorde a la situación y las posibilidades
de Mozambique? ¿Cómo apropiarse al mismo tiempo de las experiencias y tradiciones
teóricas heredadas? El desafío demandaba una mirada histórica (dirá Mattelart en un artículo
publicado en el mismo período: un análisis de clase) para comprender la particular existencia
de un modo de comunicación imperante en Mozambique distinto al de Francia pero también
al desarrollado en Chile, puesto que, entendía Mattelart, en el país africano la ausencia de una
red de medios de comunicación de masas debía explicarse no sólo por el bajo nivel de
desarrollo de medios técnicos (donde la estructura ferroviaria expresaba el desarrollo de
medios de comunicación adecuados a una estructura productiva y extractiva colonial), sino en
relación con un tipo de dominación colonial que —a diferencia de Chile— apenas había
requerido el desarrollo de una cultura de masas como modo de regulación del conflicto y de
incorporación cultural de las clases subalternas a una dinámica hegemónica.183
En una línea similar, en cuanto al problema de la comunicación en un proceso socialista,
algunos años después, en el segundo volumen de Communication and Class Struggle,
Mattelart destacaba de la experiencia de Mozambique la importancia que los temas de la
comunicación y la información habían tenido en las preocupaciones del FRELIMO. Diversos
encuentros y conferencias organizadas por el partido antes y después de la toma del poder
tuvieron, en sus palabras, “el mérito de exponer las tensiones que atraviesan los proyectos
para establecer redes de información popular. Las tensiones provienen del carácter de clase de
los modelos periodísticos aceptados, de la dificultad para realizar concretamente una alianza

182
En ciertos pasajes de su “viaje a Mozambique” Mattelart relataba la experiencia haciendo énfasis en cierto
extrañamiento antropológico. Escribía: “Siempre me acordaré de la reacción que tuvieron los estudiantes de la
universidad al desempacar el material audiovisual que acababan de recibir: ‘hay tanto material de embalaje como
aparatos’, exclamaron, acostumbrados a recuperar todo el poliestireno, todo el cartón, todo el plástico, toda la
madera, para transformarlo en material pedagógico destinado a las escuela primarias y secundarias”. Entiendo
que de este extrañamiento surgía en parte su llamada para resituar la mirada de los procesos culturales en sus
condiciones particulares: “En un país en que uno de los obstáculo técnicos para la extensión de la red de
comunicación masiva es la penuria [técnica] (…) sería traicionar el espíritu y la letra de esos intentos de creación
de otra posibilidad en materia de medios de comunicación si se los arrancara del contexto que motiva su
producción” (Mattelart, 1981: 60-61).
183
De este modo enunciaba lo que entonces era aun un proyecto de investigación genealógica (sobre el que
volveré más adelante): “Tomar en cuenta la génesis de las redes de comunicación, averiguar el modo como los
proyectos de dominación colonial y la realidad de esta dominación fueron recibidos, sopesar cómo estos
antecedentes condicionan actualmente el modo de recepción y de resistencia a los medios tecnológicos
modernos, nos parecen ser las exigencias fundamentales de un estudio cuyo fin sería restituir su originalidad a
los procesos de formación de los aparatos de comunicación en África” (Mattelart, 1981: 11).

178
entre los profesionales de la información y el pueblo, así como también de las contradicciones
que pueden surgir entre los requerimientos de la organización partidaria y las necesidades de
una prensa con cierto grado de autonomía y espontaneidad” (Mattelart, 2011 [1983]: 61).
La experiencia en Africa, que en este sentido tenía para Mattelart ciertas continuidades
con las tensiones desarrolladas en Chile, permitía también reflexionar sobre un elemento no
tan presente en el debate chileno, vinculado a las posibilidades que representaban por
entonces las innovaciones técnicas. Las experiencias en Mozambique con el Súper-8 y otras
tecnologías ligeras le permitían a Mattelart llamar la atención sobre el optimismo que
subyacía en un determinismo tecnológico que olvidaba, según sus palabras, situar “esos
intentos de creación de nuevos medios de comunicación en sus condiciones concretas de
producción” (Mattelart, 1981: 60). Refiriéndose al semifracaso de otras experiencias
audiovisuales como las que habían tenido lugar en Tanzania, que trataban de hacer participar
a la población en la elaboración de sus mensajes, pero donde sus impulsores, en su visión
demasiado ocupados en el propio experimento técnico, hacían de esas experiencias “un
enclave”, Mattelart llamaba a integrar el análisis de los usos de las nuevas tecnologías en “un
momento nacional (…) la única manera de evaluar su aportación y su originalidad, y de poder
trazar a partir de esas experiencias líneas de conducta para otras realidades” (Mattelart, 1981:
60. El subrayado es mío).
Sobre la significación de su propuesta de análisis del “momento nacional” voy a volver
cuando analice, en el capítulo 6, el programa teórico de Armand Mattelart alrededor de su
noción de análisis de clase de la comunicación. Por ahora quiero subrayar que Mattelart
llamaba la atención sobre la necesidad de integrar el análisis de los procesos de comunicación
en una zona de cruce entre los procesos internacionales y las particulares situaciones
nacionales y así, antes que llamar la atención sobre algún particularismo o localismo, pensar
posibles trasposiciones y conclusiones generales. Como se puede ver, se trata del programa
que definía junto a su “compañero de viaje” Héctor Schmucler en el editorial que cité de
Comunicación y Cultura nº7 (1982).
No se puede dejar de poner en relación las lecciones comunicacionales de la experiencia
de Mozambique con aquellas que podía aportar al debate marxista. Pues Mozambique servía
de ocasión para que Mattelart llamara la atención sobre cierto carácter etnocentrista de la
tradición marxista —que evitaba “integrar contribuciones tan esenciales como las de Amílcar
Cabral, en África, y las del peruano José Carlos Mariátegui en América Latina” (Mattelart,
1981: 26)— e invitara a atender el modo en que, de una manera heterodoxa, se combinaban,
por ejemplo en los documentos preparatorios del primer seminario nacional de información

179
celebrado en 1977 en Mozambique, tradiciones teóricas o ideológicas “que ya nunca se
encuentran lado a lado en contextos socialistas”(Ibid.: 27).184 Para Mattelart Mozambique
invitaba a revisar las cuestiones de la comunicación en relación con las problemáticas de lo
nacional en la transición socialista, el estatuto de los sujetos de cambio, su relación con el
Estado y las organizaciones políticas.
En la representación de Mattelart la experiencia mozambiqueña, al menos durante el
tiempo que duró su colaboración, ocupó un lugar análogo al laboratorio chileno en relación al
desarrollo de su perspectiva intelectual;185 de allí que situara a la par ambas experiencias al
presentar las “Leçons du monde périphérique à l’usage des pays européens” en De l’usage des
médias en temps de crise (1979). El título provocativo, como vimos, podía significar un
intento de construir cierta legitimidad de “intelectual periférico” en un campo intelectual y
disciplinar marcado por el “hexagonalismo”. Sin embargo, Mattelart integró la experiencia a
sus trabajos de investigación y a su proyecto intelectual, pues además de publicar varios
artículos sobre Mozambique en diversas revistas hizo de sus estadías en el país africano una
fuente de recopilación para sus proyectos editoriales y de “traducción”.
En efecto, ofreció el material a las ediciones Era, de México, que publicó en 1981
Comunicación y transición al socialismo. El caso Mozambique, una compilación que incluía
una larga introducción de su autoría (que he comentado en líneas generales) junto a diez
documentos de intelectuales y dirigentes políticos mozambiqueños que abordaron los
problemas de la cultura, la comunicación y la información en el contexto de una guerra
revolucionaria y de la construcción de una sociedad socialista, en las particulares condiciones
del país africano. En la compilación, sólo editada en español, se incluían documentos internos
de la Conferencia Nacional del Departamento de Información y Propaganda del FRELIMO,
que tuvo lugar en 1975, y de las intervenciones, documentos preparatorios y conclusiones del
Primer Seminario Nacional de la Información organizado por el gobierno independiente que
tuvo lugar en Maputo, en septiembre de 1977 (Mattelart, 1981). Tomaban la voz a través de la
compilación, los propios protagonistas y dirigentes políticos: Samora Machel (Presidente de
Mozambique), Jorge Robelo (Ministro de Información) y José Luis Cabaço, entre otros. En
esta línea, Mattelart también publicó documentos sobre Mozambique en el segundo volumen
de Communication and Class Struggle (1983), en la sección sobre “transición pos colonial”,

184
Pues, agregaba: “Esta misma diversidad de referencias la hallamos en el Chile de Allende (…)” (Mattelart,
1981: 27).
185
Algunos años después señalaba en un seminario dictado en República Dominicana: “Tal vez se pregunten por
qué junté las experiencias de Chile y Mozambique. No es una casualidad; para mí, Mozambique es la segunda
parte de mi historia personal que, como dijera antes, es una historia social” (Mattelart, 1981b: 80).

180
donde incluyó tres textos de la Conferencia de 1975 (dos eran resoluciones partidarias) y que,
según sostenían los editores, eran allí presentados por primera vez al público de lengua
inglesa (Siegelaub, Mattelart, 1983: 309-314).
Es interesente poner de relieve las condiciones de circulación de este trabajo en América
Latina. Con el impulso que le daba la firma de Armand Mattelart, Comunicación y transición
al socialismo amplificó las voces de los protagonistas, puso en circulación en el continente
problemáticas novedosas e interpelaba, sobre todo, a algunos referentes de los estudios en
comunicación latinoamericanos, quienes leyeron la antología desde sus particulares
condiciones de recepción, en el marco de fuertes redefiniciones vinculadas tanto a los
abordajes de las cuestiones de la comunicación y la cultura como a las redefiniciones teórico-
políticas más generales que protagonizaron algunos intelectuales argentinos exiliados en
México. Como huellas de esa recepción se destacan por un lado la reseña de Nicolás Casullo
en la revista mejicana Uno más uno, y por otro su artículo en el nº 7 de la revista
Comunicación y Cultura, donde analizaba las implicancias del libro de Mattelart y de la
experiencia mozambiqueña para la comunicología latinoamericana en una clave, se puede
decir posmarxista o posgramsciana.186 La lectura de Casullo, sin embargo, no coincidía

186
Aunque no puedo extenderme demasiado, me voy a referir esquemáticamente a la lectura de Comunicación y
transición al socialismo por parte de Nicolás Casullo —intelectual argentino exiliado en México y por entonces
integrante del comité de redacción de la revista Comunicación y Cultura—, puesto que pone de manifiesto la
existencia de una red de circulación internacional y el modo situado en que una parte de la comunicología
latinoamericana leyó el libro y lo “traducía” a su propio lenguaje, que no necesariamente coincidía punto por
punto con las posiciones de Armand Mattelart. En una reseña titulada “Mattelart en Mozambique” para la revista
mejicana Uno más uno (1981), Casullo leía el libro de Mattelart en relación con ciertos límites que en el propio
espacio de la revista Comunicación y Cultura (ver número 7, 1982) se observaban en relación con el debate
sobre el NOMIC, señalando lo que entendía era la relevancia del trabajo de Mattelart, puesto que, sostenía
Casullo, “nos introduce en un problema muy poco analizado y conocido con respecto al Tercer Mundo: las
realidades nacionales, complejas e intransferibles”. Discutiendo por elevación con nociones generalizantes como
podían ser la misma noción de Tercer Mundo o la de imperialismo cultural, Casullo señalaba el aporte de
Mattelart para plantear “la imposibilidad de seguir sintetizando —míticamente— problemáticas que, por
ejemplo, difieren profundamente: la de ciertas regiones africanas con algunas latinoamericanas” (Casullo, 1981:
21). Poco tiempo después, en un artículo en Comunicación y Cultura, “La comunicación entre el estado colonial
y el socialismo” (1982), Casullo continuaba su análisis del libro de Mattelart como modo de problematizar y
procesar ciertas redefiniciones tanto de la crítica de la comunicación como del pensamiento de izquierda
latinoamericano. Por un lado, porque el análisis de una situación nacional concreta que hacía Mattelart, según
Casullo, permitía revisar y complejizar los modos en que se había hecho hasta entonces en la comunicología
latinoamericana (economicista y “denuncista” adjetivaba), el análisis del vínculo entre comunicación, economía
y sociedad, revalorizando ahora “el momento de lo político” y de la cultura como “organizadora y articuladora
de lo social” (Subrayado original). Por otro, más en el terreno de las redefiniciones teórico-políticas, porque la
lectura de los documentos de los dirigentes mozambiqueños que Mattelart publicaba le permitían a Casullo
cuestionar lo que él entendía era el carácter autoritario subyacente en el modelo leninista de partido y de Estado
(que dejaba su impronta en la organización comunicacional). De fondo Casullo estaba replanteando los modos
de pensar los vínculos entre comunicación y poder, en sintonía con las reflexiones que un grupo de intelectuales
argentinos exiliados en México estaba proponiendo por entonces en relación con el problema de la democracia
en la tradición socialista y la crítica del leninismo (sobre esta cuestión ver Burgos, 2004: 231-300). Insisto: esta
lectura no necesariamente coincidía con la posición de entonces de Armand Mattelart. Otra huella de la
recepción en América Latina, aunque desde otra tradición teórico-política —y muy crítico con la perspectiva de

181
necesariamente con la propia revisión que Mattelart hacía por entonces (en Communication
and Class Struggle Vol.2, sobre todo) de los procesos políticos socialistas en general y sobre
todo de la tradición leninista con la que Casullo “ajustaba cuentas” en su artículo.187
En el mismo número de Comunicación y Cultura Mattelart publicaba un artículo donde
presentaba algunas de las conclusiones sobre el uso de las tecnologías ligeras que había
elaborado en su segunda estadía en Mozambique, en octubre de 1980 (Mattelart, 1982).188

Entre la actividad editorial y las políticas nacionales de comunicación (II): viaje a


Nicaragua

En noviembre de 1984 se celebraron en Nicaragua elecciones presidenciales. El Frente


Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), que había tomado el poder por las armas en 1979,
se impuso a sus oponentes por un amplio margen de más del sesenta por ciento de los votos.
La victoria electoral supuso un momento de inflexión en el proceso revolucionario, pues
ampliaba los interrogantes sobre el devenir de un proceso de transición socialista en
democracia que ensayaba desde un primer momento sus propias vías y horizontes. El nuevo
escenario coincidía con la invitación que el Ministerio de Cultura y Educación sandinista le
hizo a Armand Mattelart para visitar el país.
La estadía y colaboración de Mattelart en el país centroamericano en el marco de la
revolución sandinista fue uno de los últimos eslabones de la serie de grandes viajes militantes
que los inscriben en una suerte de espacio intelectual internacional popular y que remiten una
vez más a la experiencia chilena como hilo conductor. El viaje pudo concretarse gracias al

Mattelart— es la lectura de Máximo Simpson de Comunicación y transición al socialismo en la Revista de la


Universidad de Mexico (1982: 46-48). Ver también Simpson (1989: 28).
187
Basta decir, a modo de ejemplo y como contrapunto, que en la introducción al segundo volumen de
Communication and Class Struggle, Mattelart revisaba los desplazamientos —pocos atendidos— en el
pensamiento de Lenin respecto a las cuestiones de la prensa (de sus indicaciones para la prensa clandestina de
1905 a sus propuestas para la prensa del período posterior a la revolución; o las indicaciones que proponía en
otro momento, durante la NEP), y de esta forma subrayaba el carácter de un pensamiento históricamente situado,
difícil de reducir a conceptos o fórmulas abstractas y universales. También revisaba de los escritos conocidos
como el testamento político de Lenin sus planteos en torno a la cuestión nacional y las autonomías nacionales,
que consideraba un aporte poco atendido en la tradición de la tradición marxista.
188
En una segunda instancia, en octubre de 1980 Armand Mattelart fue invitado a Mozambique por el Ministerio
de la Salud del gobierno en coordinación con la UNICEF, junto a Michèle Mattelart, para pensar las
posibilidades y limitaciones en el uso de las pequeñas tecnologías de televisión en las tareas de desarrollo
comunitario (Mattelart, 2010: 151).] En un artículo publicado en Comunicación y cultura, en 1982, Mattelart
reforzaba las tesis planteadas más arriba. Frente a la mitología que acompañaba la expansión de las tecnologías
ligeras (las tecnologías serían en sí democratizadoras y descentralizadoras), el trabajo realizado en Mozambique
de inserción del súper 8 en estructuras comunitarias y proyectos de carácter institucional y pedagógico, le
permitía concluir que “[l]o que crea una comunicación descentralizada es la red de organizaciones sociales
descentralizadas en las cuales ella se inserta” (Mattelart: 1982: 110).

182
financiamiento que aportó la UNESCO, básicamente por la gestión del venezolano Antonio
Pasquali —quien trabajaba en el organismo—; pero la demanda y el contacto, en la visión
retrospectiva de Armand Mattelart, habían surgido de la “diáspora chilena” en Nicaragua, a
partir de algunos exiliados que trabajaban en la Universidad de Managua (Mattelart, entrevista
concedida al autor, 2011). Su visita se realizó durante febrero y marzo de 1985; el envite, una
vez más, formaba parte de experiencias colectivas: Nicaragua había despertado una ola de
solidaridad internacional que se expresó en el arribo al país centroamericano de decenas
contingentes extranjeros (quienes confluían desde su heterogeneidad: desde brigadistas
cubanos a intelectuales exiliados latinoamericanos o “modernos” jóvenes norteamericanos
enrolados en diversas formas de activismo cultural). El modelo nicaragüense, basado en la
economía mixta y el pluralismo político, tenía diferencias evidentes con el proceso chileno de
la Unidad Popular (en primer lugar los sandinistas habían tomado el poder político por las
armas) pero también puntos de continuidad: en primer lugar, el llamado a la contienda
electoral que había convocado el FSLN y el modelo de pluralidad de partidos tenía pocos
antecedentes en un proceso socialista, llevando la lucha al terreno de la disputa por el
consenso político; en segundo lugar, el desarrollo de una política de comunicación y de
construcción de poder popular en el ámbito de la cultura suponía —a pesar de la existencia en
el país de una red importante de radios populares y alternativas— la inmensa tarea de
resignificación de una cultura de masas desarrollada y de fuerte influencia norteamericana que
se había tornado, para buena parte de los nicaragüenses, en cultura cotidiana. Las elecciones
de 1984 fueron entonces el detonador de una serie de interrogantes que en rigor ya se había
iniciado tiempo antes. En relación a los problemas de la cultura y la comunicación en el
proceso revolucionario, anotaba Mattelart —subrayando el hilo que unía a los nicaragüenses
con la experiencia chilena:

Sin disponer siempre de los conceptos que les permitirían formalizar sus dudas, se dieron
cuenta que había muy pocas referencias de las cuales se podía sacar sugerencias. Los
clásicos de la propaganda revolucionaria acababan precisamente allí donde comenzaba el
gusto del público. Una sola situación histórica tenía alguna semejanza con la de
Nicaragua: la que había experimentado el Chile de la Unidad Popular entre 1970 y 1973
(Mattelart, 1986: 324).

La cita está tomada del testimonio que dejó Armand Mattelart de su experiencia en Nicaragua.
En parte diario de viaje o de trabajo de campo, en parte ensayo teórico-político, se trataba de
un texto que luego sirvió como introducción a una compilación que Mattelart publicó con el

183
International General y el IMMRC (Communicating in popular Nicaragua, 1986)189 donde
reunió como editor trabajos de procedencias diversas, de intelectuales sandinistas a dirigentes
del FSLN, como Tomás Borge, y de activistas de la comunicación a académicos argentinos,
nicaragüenses o norteamericanos, entre ellos Julianne Burton, Fernando Cardenal, José Luis
Coraggio o David Kunzle, entre otros. Al referirse a ciertas carencias en relación con el
contexto general en el que se discutía la política de comunicación en el proceso
revolucionario, Mattelart hacía una observación que de alguna manera, en contrapunto, puede
leerse en relación con los objetivos de su apuesta editorial:

[S]e han recopilado por escrito pocos testimonios acerca de las diversas experiencias
vividas desde el principio de la revolución. Pocos textos relatan los procesos
contradictorios que las han marcado. Están grabados en las mentes y en las conciencias.
Casi siempre, sólo se descubren hablando con sus protagonistas. No es cosa fácil porque
la movilidad del trabajo es muy fuerte en este sector. Esta ausencia de memoria escrita es
un problema real cuando se trata de efectuar una reinversión de las lecciones y las
experiencias, por ejemplo en los procesos de formación (Mattelart, 1986: 326).

La necesidad de promover la documentación escrita y la memoria de las experiencias como


recurso para la investigación crítica pero también para la formación y el trabajo militante,
debe leerse en continuidad con los objetivos enunciados a propósito de la edición de
Communication and Class Struggle. La referencia al “descubrimiento a través del diálogo con
los protagonistas” pone de manifiesto no sólo una experiencia y una modalidad de trabajo
(Mattelart presentaba su texto como “el resultado de entrevistas, discusiones y debates con los
periodistas, los realizadores, los investigadores y los responsables de varios medios de
comunicación de masas, y también con los lectores, los auditores y los espectadores”
(Mattelart, 1986: 308) sino un modo de enunciación que en esta introducción más que en
cualquier otro texto del autor utilizaba la primera persona y ponía en escena la continegencia
de manifiesto la presencia corporal y el propio trabajo del pensamiento en el devenir de la
investigación. En relación a un diálogo que mantuvo con los realizadores de una serie policial
que el Ministerio del Interior sandinista producía para la televisión nicaragüense, comentaba
Mattelart:

Les expliqué mi perplejidad y discutimos durante más de dos horas. Se planteaban las
mismas inquietudes que yo y, tengo que reconocerlo, trataban de resolverlas lo mejor
posible. Es sin duda la primera (y quizás la última) vez que platico tan seriamente sobre la

189
La introducción de Mattelart al volumen se tradujo al francés: “La communication au Nicaragua. Entre la
guerre et la démocratie”, y se publicó en la revista Communication et information, vol. 8, Nº1, printemps 1986.
Existe también una versión en español (versión que aquí cito) en una compilación de José Luis Coraggio y
Carmen Diana Deere (1986).

184
represión y la seguridad interior con dos funcionarios (oficiales) de un Ministerio del
Interior sin callar mis reservas acerca de su proyecto. Cuando salí de ahí me puse a pensar:
¿Por qué la industria de la televisión de los Estados Unidos ha logrado imponer en el
mercado mundial géneros policíacos y de espionaje que se han vuelto tan naturales que
nos hacen olvidar la pregunta que lanzaba a mis interlocutores: ¿qué es la represión? ¿qué
es la delación? ¿qué es la delincuencia? Otra vez, leí las entrevistas que Michèle Mattelart
y Mabel Piccini realizaron sobre la audiencia de la televisión, poco tiempo antes del golpe
de estado, en los barrios populares de Santiago de Chile. Copio otra vez —sin
comentarios— dos de las reflexiones hechas por estos pobladores del tiempo del gobierno
de Salvador Allende [A continuación Mattelart transcribía un fragmento del texto donde
se expresa la opinión de los pobladores](Mattelart, 1986: 331)

Entiendo entonces que lo dialógico remitía a un modo de construcción de conocimiento, pero


también a una tarea donde el trabajo del investigador intentaba promover la articulación de
espacios heterogéneos y de voces diversas, la puesta en diálogo de experiencias históricas y
de la propia memoria del pasado de la investigación en comunicación.190 Pero la utilización de
la primera persona y la escenificación en el texto de diálogos que mostraban en ocasiones
cierto nivel de desacuerdo con sus interlocutores, no sólo pueden leerse como una estrategia
de reflexivilidad (en el sentido en que el investigador explicita y pone en evidencia su
posición, contribuyendo a la idea del conocimiento como construcción situada): también eran
un modo de exhibir los reparos y precauciones que podría tener Armand Mattelart frente a las
alternativas que pudiera tomar la política de comunicación y en general el proceso socialista
en Nicaragua, donde existía, en su visión, un delicado equilibrio entre las lógicas de la guerra
y las lógicas de la democracia y la participación popular.191
Evidentemente la apuesta de Mattelart debe situarse en un particular contexto de
enunciación, como voy a argumentar en el próximo capítulo, caracterizado por
transformaciones profundas en el universo ideológico de la izquierda, sobre todo la izquierda
francesa, acosada entre la conversión liberal del Partido Socialista entonces en el gobierno y
la encrucijada irreversible de los llamados socialismos reales. Mientras un sector de la
izquierda y la intelectualidad —entre los que se encontraba Mattelart— se interrogaba por las
posibilidades de conjugar el socialismo con la democracia, desde otros sectores y con bastante

190
Varios pasajes del texto ponen en escena el uso de la primera persona y destacan la presencia del autor en
diálogo con los encargados de diseñar la política de comunicación. “Respuesta honesta de la joven teniente,
responsable de la Dirección de los Medios de Comunicación” (p. 318); “Tomás Borge, ministro del Interior, a
quien le hice la misma pregunta que a la responsable de la Dirección de los Medios de Comunicación, me
contestó… ” (p. 319). “Los nicaragüenses tienen el mérito de escuchar cuando se les explica este tipo de
reflexión inspirada por la historia de los socialismos llamados reales. Y esto no es poco” (p. 319). (El subrayado
es mío en todos los casos).
191
En este sentido, si bien no me puedo extender en ello aquí, es interesante poner de relieve que en este artículo
se pueden leer posiciones muy duras de Armand Mattelart en relación con las políticas de cultura y
comunicación cubanas, que sin duda señalan una nueva inflexión en su relación sinuosa pero siempre estrecha, al
día de hoy, con la Isla.

185
eficacia se promovía la asimilación de la palabra socialismo (cualquiera pueda ser su variante)
al totalitarismo. En marzo de 1985 (el momento no era casual: la consolidación sandinista en
un modelo pluripartidario desafiaba las clasificaciones y argumentaciones opositoras) un
grupo de intelectuales creaba en Francia “la internacional de la resistencia” y publicaba una
solicitada en Le Monde en la que le exigía al Congreso norteamericano “la ayuda a la
resistencia nicaragüense con un espíritu de solidaridad democrática” (21 de marzo).192 En la
opinión de Armand Mattelart era la primera vez que surgía tal nivel de reacción en la historia
de los intelectuales en Francia: la solicitada constituía un verdadero llamamiento al crimen en
nombre de la libertad y la democracia (Mattelart, 1986: 397). Frente a este consenso
intelectual la intervención de Armand Mattelart se reservaba un espacio para las objeciones
pero también para la posibilidad de pensar la posibilidad de un proyecto socialista de nuevo
tipo. De allí que se preguntaba, en relación con la solicitada de los intelectuales franceses, si
acaso “limitarse al frente Este-Oeste para comprender el mundo y captar sus conflictos, no
equivaldría a negar la aparición de nuevos sujetos históricos en el escenario internacional”
(Mattelart, 1986: 308). Para Mattelart, oponerse a esta polarización, significaba abrirse a la
posibilidad de reconocer la identidad del “otro”, esto es, “optar por alejarse de las viejas
certezas y aventurarse en la vía de las hipótesis” (Ibid: 308). Este carácter experimental de su
proyecto intelectual se puede leer en el modo de enunciación del artículo y en el trabajo de
Mattelart en el terreno; pero también en la compilación, donde asumía en tanto editor una
tarea de mediación, de articulación, traducción y difusión de experiencias que quebraban, en
su perspectiva, la polarización Este-Oeste para abrir nuevos interrogantes y hacer visibles la
emergencia de nuevos sujetos y prácticas.

Los informes internacionales: entre la expertise y la crítica

Quisiera referirme por último a los trabajos de investigación o informes que Armand Mattelart
realizó entre fines de la década del setenta y los primeros años de la del ochenta demandados
o auspiciados por organismos estatales o instituciones internacionales.193 Esta referencia me
permitirá introducir otra de las facetas del itinerario intelectual de Armand Mattelart, su

192
Firmaban la solicitada, entre otros: Eugène Ionesco, Robert Jaulin, Bernard Henri-Levy, Emmanuel LeRoy-
Ladurie. Citado en Mattelart (1986: 307).
193
Evidentemente esta faceta del itinerario intelectual de Armand Mattelart debería ponerse en relación con su
trabajo para organismos internacionales que realizó como demógrafo en sus primeros años en Chile, que dan
cuenta de una disposición intelectual vinculada a sus años de formación universitaria y a las redes académicas a
las que estaba vinculado por entonces (ver capítulo 2). Sin embargo, me refiero separadamente puesto que
entiendo se trata de un momento radicalmente diferenciado en su itinerario.

186
trabajo como investigador a título de consultor o experto asesor en diversos organismos o
instituciones que dan cuenta, por un lado, de su participación en una serie espacios de
sociabilidad intelectual internacional de un carácter diferente, evidentemente más
institucionales, respecto a las formaciones culturales que expresaban Comunicación y Cultura
o el IMMRC; por otra parte, me permite reconstruir otra arista en la genealogía de su
perspectiva teórica e intelectual, desde el punto de vista de la red de espacios de
entrecruzamientos múltiples en los que —tomo una vez más el concepto de Neiburg y
Plotkin— se puede leer a partir del itinerario de Armand Mattelart, se produce el
conocimiento sobre lo social.
En términos de su itinerario individual, los trabajos para organismos internacionales o el
gobierno de Bélgica deben pensarse en primera instancia en relación con su situación de
inestabilidad e intermitencia laboral en la universidad francesa, al mismo tiempo que, en un
sentido más general, deben situarse en un contexto geopolítico particular, previo a la gran
ofensiva y hegemonía mundial neoconservadora, que explica que en algunos organismos e
instituciones internacionales se abrieran ciertas brechas de disenso y con ello la posibilidad de
plantear cuestionamientos a las relaciones de poder internacionales y su manifestación en
materia de circulación desigual de los flujos de información.194 De cualquier manera, los
resultados que estas investigaciones o la elaboración de estos informes representaron para
Armand Mattelart en materia de conclusiones teórico-conceptuales y de producción de
publicaciones deben ser pensados también, como veremos, como resultados de interacciones y
negociaciones, entre las demandas y perspectivas institucionales y las del autor, donde, en el
marco de ciertos límites, Mattelart pudo utilizar la oportunidad y los recursos disponible con
un perfil y una elaboración propia.
En 1978 Armand Mattelart fue convocado por el Servicio Audiovisual del Ministerio de
la Comunidad Francesa de Bélgica junto a Jean-Marie Piemme, investigador del Instituto
Nacional superior de las Artes del Espectáculo de Bruselas, para realizar un estudio sobre las
condiciones de una política alternativa de comunicación, especialmente en el dominio
audiovisual. La demanda estatal surgía de la búsqueda de redefiniciones en el servicio público
de radiodifusión nacional, cuestionado, por un lado, por las presiones de las televisiones
comunitarias y las radios libres y, por otro, por las presiones para la apertura comercial de los
sistemas de televisión y la tendencia a la internacionalización (se esperaba que 1984 fuera el
año de la puesta en juego de televisión multinacional vía satélite). La demanda suponía pensar

194
La bibliografía donde se alude e introduce a los tópicos centrales sobre el debate internacional sobre el nuevo
orden informativo es abundante. Entre otros, ver Fuentes Navarro (1992); o Mattelart, Delcourt, Matelart (1983).

187
la particularidad de la situación de Bélgica, un país que había desarrollado como los países de
Europa occidental una variante propia de servicio público de radiodifusión, pero que por su
situación geopolítica y por tratarse de un país donde convivían varias comunidades
lingüísticas, tenía la particularidad de expresar de un modo preciso y particular la tensión
entre el desarrollo de una programación de producción local y la exposición al consumo de
materiales producidos fuera de sus fronteras (sobre todo en Francia). El estudio de Mattelart y
Piemme fue publicado como libro por la editorial de la Universidad de Grenoble bajo el
sugerente título Télévision: enjeux sans frontières. Industries culturelles et politique de la
communication (Mattelart, Piemme, 1980).195 Según observaban los autores en la
presentación, el caso belga mostraba de manera particular cómo la división del trabajo y la
mundialización de las economías locales hacían sentir sus efectos en el campo de la
producción cultural. Pero el caso belga, sostenían, debía servir para intentar una reflexión de
conjunto: era el modo de funcionamiento de los sistemas de comunicación de las grandes
sociedades liberales europeas lo que estaba siendo cuestionado (el monopolio público, el
pluralismo, la estandarización cultural) pero también ciertos modos de pensar y practicar la
comunicación en las fuerzas de la izquierda. Me interesa subrayar la importancia del trabajo
de elaboración de este informe en función de la configuración de la posición teórica de
Armand Mattelart. Pues aquí Mattelart y Piemme proponían un análisis genealógico
minucioso del caso belga, intentando oponer, en sus palabras, a una visión abstracta y
universal de los medios de comunicación y su acción sobre el hombre, una historia concreta
de un aparato político e industrial. Esta genealogía mostraba, en su visión, “cómo esta historia
es la mejor manera de aprehender el carácter a la vez general y específico de los aparatos de
comunicación, el mejor camino de lo local a lo global” (Mattelart, Piemme, 1980. La
traducción y las siguientes son mías). El concepto de modo de producción de la
comunicación, que se retomaba en este texto de la introducción que había escrito Armand
Mattelart al primer volumen de Communication and Class Struggle (“Para un análisis de clase
de la comunicación”, ver capítulo 6), funcionaba como guía en esta aproximación,
configurando lo que sería una perspectiva genealógica. A una historia de los medios entendida
como una historia cronológica de los inventos técnicos, como si éstos tuvieran una lógica
interna, se oponía una historia que intentaba dar cuenta, en palabras de los autores, de “la
articulación de un medio con el conjunto de las contradicciones y de estructuras dónde él se

195
Una parte del libro de Mattelart y Piemme se tradujo al español, en un libro titulado La televisión alternativa
(1981). El informe también sirvió como base para la escritura de un artículo titulado “Veintitres notas para un
debate político sobre la comunicación” (Mattelart, Piemme, 1985).

188
inscribe” (Mattelart, Piemme, 1980: 36). Volveré sobre estas cuestiones en los próximos
capítulos. Quiero subrayar ahora que sobre estos ejes los autores trazarán la historia de la
radiodifusión belga utilizando como una de sus referencias Television, technology and
cultural form (1974) el trabajo de Raymond Williams (un autor que al día de hoy es
prácticamente desconocido en Francia196) donde el crítico inglés se interrogaba por los
motivos que habían hecho que, a diferencia de los Estados Unidos, en Gran Bretaña hubiera
un sistema público de radiodifusión.197 Los elementos que Mattelart junto a Piemme sintetiza
del análisis de Raymond Williams respecto a la historia del sistema de medios en Gran
Bretaña son sugerentes para reconstruir la genealogía de su propio materialismo cultural
(sobre el que, me repito, volveré sobre todo en el capítulo 6).
Prácticamente en la misma época, en 1981, Armand Mattelart fue contratado para
elaborar un informe para el Centro de Estudios sobre las Sociedades Transnacionales de las
Naciones Unidas (bajo el título “The socio-cultural impact of transnacional firms on
developing countries”) una tarea que ofrece pistas acerca de cómo el trabajo realizado en un
marco ajeno a su perspectiva, poniendo en juego saberes previos y cierto distanciamiento
(posible a partir de la posesión de cierto capital intelectual) respecto a la demanda
institucional, podía sin embargo contribuir a la configuración de su mirada teórico-política y a
hacer un aporte en el desarrollo de sus investigaciones. ¿Acaso sus conclusiones ya estuvieran
cerradas antes de comenzar la elaboración del informe? O de otro modo, ¿se podía pensar a
contrapelo de una demanda institucional y a partir de allí —tomando como material la propia
demanda—elaborar categorías y perspectivas propias? Mattelart presentaba en este informe
cierto modo de plantear los problemas, incluso cierta terminología que, si bien se puede
rastrear desde sus primeros trabajos en Chile, serán nodales en el desarrollo de la perspectiva
genealógica que el autor maduraba ya por entonces. Era llamativo que el Centro hubiera
encargado dos informes complementarios, uno a cargo de Mattelart sobre el “impacto

196
A diferencia de su circulación en español, ninguno de los libros de Raymond Williams fueron traducidos al
francés. Un extracto de Television: Technology and Cultural Form fue traducido y publicado recién en 1990 en
Réseaux (nº44-45). Armand Mattelart, por su parte, introducía un fragmento del libro, “Institutions of
technology”, en el primer volumen de Commmunications and Class Struggle (1979: 265-267). Otro artículo de
Williams publicado en la New Left en 1960 (“Adversiting: The Magic System”) sería traducido en el nº 42 de
Réseaux, en 1990.
197
Por ahora me remito a las conclusiones que Piemme y Mattelart sacaban a partir del trabajo de Raymond
Williams sobre el desarrollo del sistema de radiodifusión inglés: 1) el desarrollo precoz de Gran Bretaña como
sociedad industrial y el tendido de una red de comunicación sobre un territorio exiguo, permitió en gran medida
la nacionalización de la cultura; 2) una clase dominante compacta permitió una visión dominante de la cultura
nacional, el servicio público podría ser administrado según estas definiciones (servicio paternalista y
responsabilidad); 3) la naturaleza del Estado británico, dado el carácter compacto de la clase dominante,
funciona por delegación antes que a través de una administración centralizada, lo que permite una corporación
pública administrada regulada y patrocinada por el estado, más no sometida a un estricto control (Mattelart,
Piemme, 1980: 41).

189
sociocultural negativo”, en los países en desarrollo, y otro sobre el “impacto positivo” de las
firmas transnacionales a cargo de otro investigador (Mattelart, 1982: 31).198 Mattelart
comenzaba entonces la redacción de su informe cuestionando los mismos supuestos sobre los
que éste se demandaba, como si fuera posible, afirmaba, hacer un inventario a dos columnas:
de un lado los “efectos negativos”, de otro los “efectos positivos” de las firmas
transnacionales. Proponía, por el contrario, (en este punto existía una continuidad con sus
elaboraciones críticas de las nociones y perspectivas en torno al desarrollo elaboradas ya
desde Chile en los años sesenta) poner en cuestión de raíz el proyecto de desarrollo que
suponían y naturalizaban las propias transnacionales y el aparato conceptual que
naturalizaban, aquello que Mattelart llamaba su “transnationalo-centrisme”. Me interesa
subrayar que Mattelart proponía entonces invertir la perspectiva tanto en términos
conceptuales como en términos geográficos, esto es, interrogar a las propias trasnacionales
como agente y al concepto de “cultura” y de “impacto” que subyacía en la demanda del
informe. ¿Acaso el poder de las trasnacionales comenzaba y terminaba en las propias firmas?
¿Acaso podía aislarse el “impacto” de las relaciones y apoyos que las firmas transnacionales
tenían en sus medios locales en relación otros elementos de poder? El acceso a fuentes
empresariales y el análisis de procesos que se desarrollaban en los Estados Unidos le permitió
a Mattelart analizar una serie de tendencias presentes en la sociedad norteamericana que por
entonces estaba a la vanguardia de una profunda reestructuración económica, política y
cultural a escala global. (Sobre la importancia de este informe para la configuración de su
perspectiva genealógica volveré en el capítulo 7).
Finalmente, quisiera mencionar para completar este aspecto del itinerario de Armand
Mattelart el viaje que hizo en 1981a varios países de América Latina para realizar, junto a
Héctor Schmucler, un estudio que tenía como objetivo describir y analizar los aspectos más
relevantes del proceso de introducción de nuevas tecnologías de información y comunicación
en el continente. El trabajo fue financiado por el Centro de Investigación por el Desarrollo
Internacional (CRDI, por las siglas en inglés), con sede en Ottawa, Canadá, que por entonces
dirigía Elizabeth Fox y su informe final fue publicado en español por la editorial Paidós de
Barcelona y Buenos Aires, bajo el título América Latina en la encrucijada telemática

198
Armand Mattelart presentó un extracto de la introducción y de la conclusión del informe en un dossier de la
revista francesa Amérique latine, en un artículo titulado “Aide-memoire pour l’analyse de l’impact culturel des
firmes multinationales” (Mattelart, 1982), versión que aquí cito. Dado que el Centro de Estudios sobre las
Sociedades Transnacionales de las Naciones Unidas no publicó el informe, Mattelart lo editará tiempo después
en inglés como Transnationals and Third World. The Struggle for Culture (1983). También algunos datos del
informe habían sido reproducidos parcialmente en la revista mejicana Uno más uno (“Transnacionales y
mercadería cultural”, 5-9 de julio de 1981)

190
(Schmucler, Mattelart, 1983), con el auspicio del Instituto Latinoamericano de Estudios
Transnacionales (ILET), con sede en la ciudad de México (Héctor Schmucler, junto a otros
exiliados latinoamericanos que formaban parte de la “conexión mexicana”, era investigador
del ILET). Al mismo tiempo Armand Mattelart le ofreció el libro a las ediciones François
Maspero. Azar del destino, el libro salió unos meses antes en París que en Buenos Aires, y fue
una de las últimas publicaciones de las ediciones Maspero antes que se vendieran y
transformaran en La Découverte. Lo cierto es que las actividades de formación, investigación
y promoción de la edición de libros que se realizaban en el ILET en México revela—más allá
de las derivas político institucionales del Instituto y de los debates internos— la existencia de
una red latinoamericana de articulación e intercambio intelectual compuesta en buena medida
por investigadores críticos y vinculada a actores y demandas populares.199 En este caso
particular, la “conexión Mattelart” extendía a través de la actividad editorial de un editor con
intereses en la producción latinoamericana, como Maspero, estas redes hasta Europa. Si bien
no me puedo extender aquí en el contenido del libro de Schmucler y Mattelart me interesa al
menos decir que se puede leer en América Latina en la encrucijada telemática una suerte de
punto de condensación o de maduración teórica en el itinerario de Armand Mattelart, en el
cruce entre, por un lado la emergencia de una mirada genealógica y, por otro, la

199
Queda pendiente una investigación histórica que, partiendo de consideraciones geopolíticas en torno a las
relaciones de fuerzas y las alianzas a nivel de clases y estados nacionales, tome como materia de investigación la
genealogía de estas instituciones o centros: su fundación, financiamiento, relaciones con los Estados y diversos
organismos internacionales, intelectuales y organizaciones populares, etc., y también los itinerarios en su seno de
muchos intelectuales exiliados. De manera resumida, apenas puedo decir aquí respecto al ILET que fue un
organismo no gubernamental sin fines de lucro, con sede en el D.F. de México y en Santiago de Chile, que tenía
investigadores y corresponsales en la mayoría de los países de la región. Se proponía, según su propia
declaración de objetivos “desarrollar estudios e investigaciones pragmáticas sobre los fenómenos
transnacionales, y en particular, sobre la estructura transnacional de poder que actúa en el interior de la mayoría
de los países del Tercer Mundo” (Fuentes Navarro, 1992: 166). El ILET había definido como prioridades
temáticas las “empresas transnacionales” y el vínculo entre “información y dependencia”. Según se expresaba en
los reconocimientos del trabajo de Schmucler y Mattelart, los programas del ILET se proponían “tanto la
generación de conocimiento, a través de diversas investigaciones y seminarios, como la inserción en la realidad
latinoamericana mediante proyectos vinculados a las organizaciones sociales y políticas en distintos países de
América Latina. Todo ello pretende impulsar un concepto de desarrollo latinoamericano orientado hacia la
satisfacción de las auténticas necesidades de la población, basado en la participación política real y en la
autonomía colectiva de la región” (Schmucler, Mattelart, 1983: 4). EL ILET se constituyó en un organismo que
promovió y artículo a decenas de investigadores latinoamericanos de diversas procedencias, muchos exiliados,
como el propio Schmucler o el chileno Fernando Reyes Mata, uno de los fundadores del Centro y quien estaba a
cargo del área de comunicación. La política de edición del ILET, revela una apuesta de difusión de autores
latinoamericanos que desarrollaban una perspectiva crítica, en muchos casos sobre comunicación (Roncagliolo,
Reyes Matta, Mattelart, Schmucler, Argumedo, entre otros). Por otro parte, el ILET jugó un papel destacado en
la promoción de los debates internacionales sobre las políticas nacionales de comunicación y el Nuevo Orden
Mundial de la Información y la Comunicación. Su director ejecutivo, el chileno Juan Somavía fue, junto a
Gabriel García Márquez, uno de los dos latinoamericanos que formaron parte de la Comisión Internacional sobre
Problemas de Comunicación constituida en 1976 por la UNESCO bajo la presidencia de Sean Mac Bride. Reyes
Matta participó en la redacción del informe Mac Bride.

191
complejización de la mirada sobre los procesos de internacionalización y subsunción
mercantil de la comunicación y la cultura.
Por último, quisiera mencionar la participación de Armand Mattelart en la revista
Amérique latine, una iniciativa lanzada a principios de 1980 por la asociación Amérique latine
Tiers Monde (del Centre de Recherche sur l’amérique latine et le Tiers Monde, CETRAL)
que presidía por entonces Claude Julien y que dirigiría el exiliado chileno Gonzalo Arroyo
(quien como Mattelart había trabajado en el CEREN) y que a lo largo de sus números contó
entre sus colaboradores a destacados cientistas sociales, franceses y latinoamericanos. La
revista pone de relieve la existencia de redes de cooperación intelectual entre franceses y
latinoamericanos (en este caso y en el del ILET de carácter más institucional que algunas de
las formaciones culturales que he analizado) y el carácter colectivo de los procesos que estoy
describiendo a partir del itinerario intelectual de Armand Mattelart.200 En el número 9 de la
revista, Armand Mattelart, quien formaba parte de su consejo de redacción, tuvo a su cargo la
preparación del dossier central de Amerique latine: médias-culture-societé, para el que
seleccionó un texto propio, (fragmentos de Transnationals and Third World) uno de Jesús
Martín Barbero (un texto publicado en Comunicación y cultura y que sería una bisagra en los
estudios en comunicación latinoamericanos: “Retos a la investigación sobre la comunicación
en América Latina”), un texto de Claudio Cárdenas sobre la información y las agencias de
prensa en América Latina y otro de Antonio Paranagua sobre la batalla del cine chileno
después de 1973. Mattelart presentaba el dossier con una breve introducción titulada
“Ouvertures”, destacando que el dossier intentaba ser una muestra, entre otras, del aporte de
los países latinoamericanos a la creación de una práctica y de una teoría crítica de la
comunicación y la cultura (Mattelart, 1982: 30).
En fin, la mirada sobre el papel de la tecnología y la comunicación en la reorganización
económica y política global no escapaba a esa altura del proceso a los observadores europeos.

200
En el Comité de Redacción de Amérique latine participaban, entre otros, Guy Petitdemange y el argentino
Ricardo Sidicaro. En su Consejo de Redacción se encontraban, entre otros, exiliados chilenos como Jacques
Chonchol, Michèle y Armand Mattelart, e intelectuales franceses como Ignacio Ramonet y Alain Touraine. En el
editorial del primer número, Guy Petitdemange presentaba la revista señalando que, lejos de un lugar exótico o
particular, América Latina era un terreno d’enjeux universales. En su consideración, los materiales sobre el
continente en general estaban dispersos o se perdían en la prensa militante. De allí que el objetivo primordial de
la revista fuera, anunciaba, suministrar información elaborada y de carácter científico y de concentrar y de hacer
circular masas de informaciones y documentos (Petitdemange, 1980: 3). Los temas abordados por la revista iban
desde la literatura latinoamericana, las intervenciones y las dictaduras militares, las burguesías nacionales y el
sindicalismo; entre ellos se destaca una polémica en torno a la teoría de la dependencia que duró varios números
y donde participaron con artículos propios algunos de sus máximos referentes: Fernando Enrique Cardoso, José
Serra, Ruy Mauro Marini y Gonzalo Arroyo. Es interesante destacar que se reseñaban en la revista libros recién
publicados en español, como los de Michael Löwy o de José Aricó sobre Marx y el marxismo en América
Latina.

192
El proceso de transformación tecnológica, de concentración y transnacionalización de las
empresas de comunicación bajo predominio norteamericano, en el marco de transformaciones
profundas surgidas como producto y como respuesta a la crisis económica y política de
mediados los años setenta, había implicado que, en muchos países de Europa occidental —
donde crecían las presiones contra el sistema de monopolio público de radiodifusión— se
dispararan interrogantes similares a los que, al menos desde los años setenta, se habían
planteado en América Latina en torno a las tensiones ente tecnología, comunicación y
desarrollo. En el caso francés, la elección de François Mitterrand como presidente en 1981,
como veremos en el próximo capítulo, promoverá, a partir de su voluntad de redefinir el
marco de relaciones geopolíticas internacionales, un nivel importante de institucionalización
de este tipo de redes e intercambios internacionales, que he relacionado con la emergencia de
una esfera pública internacional popular hacia los años setenta. Paradójicamente, al mismo
tiempo, indicará el momento del inicio de su ocaso.

193
194
CAPÍTULO 5

ENTRE LA (DES)ILUSION MITTERRAND Y LA INSTITUCIONALIZACIÓN DE


LAS CIENCIAS DE LA INFORMACION Y LA COMUNICACIÓN

Je suis de ceux qui vécurent les années soixante


comme un printemps qui promettait d’être
inteminable ; aussi ai-je quelque peine à
m’accoutumer à ce long hiver des années quatre-
vingt !
Felix Guattari, (1980-1985, Les années d’hiver)

Del empleo intermitente a Rennes-2, una universidad de provincia

Situar la trayectoria laboral de Armand Mattelart en la universidad francesa me permitirá


incorporar un elemento central para trazar el mapa de sus posicionamientos múltiples y de
alguna manera comprender más acabadamente el desarrollo de su perfil intelectual singular;
también enmarcar cierto desplazamiento en su itinerario intelectual que coincide con la
estabilidad institucional que obtuvo a partir de mediados de los años ochenta y desde la que
consolidará su perfil como profesor universitario e investigador. Estos cambios tendrán lugar
en un contexto de transformaciones profundas del mundo de la política y del campo
intelectual y cultural francés. En este marco, al que voy a prestar especial atención, las
ciencias de la comunicación y la información en Francia avanzaban en un proceso incipiente
de consolidación disciplinar e institucionalización universitaria. Vayamos por partes.
A su llegada a Francia Armand Mattelart no encontró fácil su camino de incorporación a
la universidad francesa. El período que va entre 1973 y diciembre de 1983, cuando,
finalmente, consiguió un puesto estable como profesor de la Universidad de Rennes, es un
período de cierta inestabilidad laboral en el que Mattelart alternó empleos intermitentes en dos
universidades con el desarrollo de actividades múltiples: fue cineasta, editor, docente
itinerante, investigador-experto en organismos o instituciones internacionales, publicó libros,
colaboró en varias revistas regularmente, como Le Monde Diplomatique, entre otras. En su
visión retrospectiva, Mattelart da cuenta de su vivencia de este período como un período de
nomadismo que, como veremos, asocia a su vivencia del exilio y a la necesidad de elaborar

195
estrategias de inserción económica y profesional (Mattelart, 2010: 149). Su condición de
extranjero, su perfil cosmopolita y sus vínculos con América Latina y el llamado Tercer
Mundo, sus relaciones con el mundo de la militancia de izquierda y con espacios
heterogéneos de la producción cultural, pero también su inscripción en una campo disciplinar
emergente y sin legitimidad en la jerarquía de los saberes y la división del trabajo científico y
académico, conformaban de conjunto un perfil general difícil de aceptar en la institución
universitaria francesa. Sin duda, su condición precaria (en términos laborales) e itinerante,
contribuyó en la configuración de su perfil intelectual y en el desarrollo de sus perspectivas
teóricas y tomas de posición políticas. Como vimos, se reiteraron en el período las
observaciones críticas de Armand Mattelart al sistema de investigación y de enseñanza
universitaria francés y al desarrollo de sus estudios en comunicación.
Después de la realización de la La Spirale —para la que fue contratado durante once
meses en 1974— Armand Mattelart conoció un período sin trabajo regular donde percibió
aproximadamente durante un año y medio —además de los ingresos por algunos de los
artículos que escribía o por los derechos de sus libros— un subsidio de desempleo como
intermitente del espectáculo, producto de su trabajo en La Spirale. En septiembre de 1976
(con varios artículos en revistas y libros publicados) Mattelart fue aceptado como maître de
conférences associé en Ciencias de la Información y de la Comunicación en la Universidad de
París-7 (Jussieu), una universidad creada en 1971 como consecuencia directa de los eventos
de 1968 y de la descentralización promovida como respuesta a la crisis en las instituciones de
enseñanza superior. Evidentemente, no se trataba de un puesto en lo más alto de la jerarquía
universitaria. La Universidad de París-7 no tenía un departamento en comunicación sino un
“servicio audiovisual” y recién acababa de lanzar un tercer ciclo en ciencias de la información
y la comunicación. Y como Mattelart era extranjero, no podía ser reclutado como profesor
titular del Estado; esto es, debía renovar anualmente su puesto como maître de conférences
associé, donde no podía permanecer contratado por más de tres años.201
Mattelart dictó en París-7 un seminario sobre la internacionalización de los sistemas de
comunicación. Al finalizar este contrato, en 1979, intentó que se reconsiderada su categoría
para ser incorporado en un puesto como profesor titular. Las preferencias de la Universidad
por un profesor proveniente del campo de la informática —recordaba Mattelart

201
En Francia, los docentes-investigadores asociados (por ejemplo, los que tienen el puesto de maître de
conférences associé) forman una categoría de profesores no titulares del Estado que pueden ejercer las funciones
de docencia e investigación. A diferencia del cargo de los professeurs (que son titulares del Estado), la función
de los docentes-investigadores asociados puede ser ejercida por extranjeros. Si bien pueden ejercer la función a
tiempo completo, no pueden ejercerla durante una cantidad de tiempo ilimitada; por entonces el ciclo era de tres
años.

196
retrospectivamente— dan la pauta de las tensiones por la orientación de los perfiles de una
disciplina en proceso de consolidación e institucionalización (Mattelart, 1999: 22).202
Con la publicación y las repercusiones de De l’usage des médias en temps de crise
(1979) de por medio, Mattelart se incorporó a París-8 (Vincennes) entre septiembre de 1979 y
septiembre de 1980, también como maître de conférences associé. En París-8 por entonces no
había departamento en ciencias de la información y la comunicación y Mattelart fue
nombrado, a título de sociólogo, como Director del Departamento de Administración
Económica y Social (AES), evidentemente un área ajena de su especialidad. Al momento de
la renovación, al año siguiente, debía refrendar su cargo ante la comisión nacional de
sociología que, a pesar de la recomendación favorable de la comisión de la Universidad, votó
en contra de su continuidad. 203 En su visión retrospectiva, esta vez se trató de un rechazo
relacionado con sus pociones políticas: Annie Kriegel, miembro del jurado, (ex miembro del
PCF; historiadora y especialista en el mundo del comunismo francés), sugirió irónicamente
entonces en relación con el perfil internacional y de izquierda de Mattelart que su lugar de
trabajo no era la Universidad sino la UNESCO (Mattelart, 2010: 149) por entonces en pleno
debate sobre el desequilibrio mundial informativo.
Entre septiembre de 1980 y diciembre de 1983 Mattelart no tuvo empleo regular en la
universidad en Francia y desarrolló, como vimos, una buena parte de sus actividades en el
exterior. En rigor, la llegada de los socialistas al poder, en mayo de 1981, cambiaría en parte
el escenario social y político y con ellos las posibilidades de intervención e inserción
institucional de intelectuales e investigadores. Durante el año 1982 Armand Mattelart fue
convocado, como veremos, junto a Yves Stourdzé por el Ministerio de la Investigación y la
Industria para elaborar un informe sobre el estado de la investigación en comunicación en
Francia. En este informe, titulado en su traducción española Tecnología, cultura y
comunicación, (Mattelart, Stourdzé, 1983 [1982]), Mattelart sintetizó una serie de propuestas
en un contexto muy particular donde se imaginaba la posibilidad —al poco tiempo frustrada
por cierto— de intervenir en el diseño de un modo alternativo de enseñanza e investigación en
ciencias de la comunicación y la información en Francia. Luego de una breve incorporación
en 1983 en el Centre National de la Recherche Scientifique (CNRS) —en parte producto del

202
Conviene decir que en Francia en la configuración del campo de las ciencias de la información y la
comunicación conviven todo el espectro de lo que en América Latina llamamos estudios en comunicación con
las disciplinas vinculadas al procesamiento y almacenamiento de información, como la informática o la
bibliotecología.
203
En el sistema universitario francés las comisiones de evaluación son en primaria instancia de las
universidades locales. Luego pasan a una instancia regulada por el Estado nacional.

197
impacto del informe— Mattelart se incorporaría, en diciembre de 1983, como profesor titular
en una universidad de provincia, Rennes-2, donde trabajará durante catorce años.
Ahora bien, la incorporación de Armand Mattelart a la Universidad de Rennes es
indicativa de los vaivenes que signaron su inserción en la universidad francesa. Por un parte,
la aplicación para agregarse a una universidad del interior de Francia señala su dificultad para
ubicarse profesionalmente en París, evidentemente, el centro académico e intelectual de
Francia.204 Como vimos por ejemplo en relación con las preferencias para incorporar un
profesor de informática en París-7 al momento de la finalización de su contrato como maître
de conférences en dicha universidad en 1979, de manera general desde su exilio Armand
Mattelart había visto bloqueadas una y otra vez sus posibilidades de recategorización y
promoción como profesor por parte de los servicios de la administración del Estado, que
rechazaban tomar en cuenta sus antecedentes (Mattelart, 2010: 169).
Tampoco el nombramiento como profesor en Rennes-2 fue la excepción, al menos
según su propio relato, respecto a los avatares que lo acompañaron en su itinerario por la
academia francesa. Luego de ser recomendado en el primer puesto en el orden de mérito del
concurso por la comisión de evaluación local de la Universidad, la comisión nacional relegó
su postulación al tercer puesto, alegando entre otras cuestiones que Armand Mattelart —a
pesar de las protestas de Robert Escarpit, integrante de la comisión de evaluación nacional—
estando tan inserto en medios internacionales faltaría a sus obligaciones como docente-
investigador (Mattelart, entrevista concedida al autor, 2011). Fue necesaria la intervención
directa del Ministerio de Educación para revertir la situación y que Mattelart fuera finalmente
incorporado (Mattelart, 2010: 169).
Agregado finalmente a la Universidad de Rennes-2, tampoco le esperaba de entrada a
Armand Mattelart una tarea sencilla ni un alto reconocimiento institucional. Mantuvo su
residencia en París durante sus catorce años de trabajo en esa universidad de provincia, lapso
en el que se trasladaba semanalmente a Rennes —evidentemente durante el período lectivo—,
a más de 300 kilómetros de la capital. Durante un tiempo considerable, fue el único profesor
de un Departamento de Información y Comunicación que recién se creaba y sobre el cual la

204
Agradezco a Jacques Guyot, de la Universidad París-8, quien me ha hecho notar que el proceso de
consolidación e institucionalización de las ciencias de la información y la comunicación en Francia se puede leer
desde una clave geográfica que expresa el sistema de jerarquías disciplinares. No es casual, sostiene, que en
París las SIC hayan visto bloqueadas sus posibilidades de desarrollo, y que éste se haya producido desde la
provincia hacia París. Por poner algunos ejemplos: Bernard Miège consolidó un grupo de investigación sobre las
industrias culturales y desarrolló el departamento de comunicación de la Universidad Stendhal, en Grenoble;
Robert Escarpit hizo lo suyo desde la sociología de la literatura en la Universidad de Bordeaux; Armand
Mattelart se estableció durante 14 años en una Universidad de la ciudad de Rennes, donde desarrolló sus
investigaciones y le dio forma al área de comunicación (Guyot, entrevista concedida al autor, 2011).

198
institución no depositaba muchas expectativas. Armand Mattelart se dedicó a organizarlo y
darle entidad disciplinar, incluyendo la creación de una formación de tercer ciclo (doctorado)
y la incorporación progresiva de nuevos profesores.205
Trazando un balance general y desde su propia visión retrospectiva, Mattelart asocia
estas peripecias y dificultades a su condición de exiliado: “pensaban que me habían exiliado
en Rennes”, confiesa. Y aunque en su relato retrospectivo Mattelart resignifique las
dificultades y les atribuya un valor como un motor para la creación y la investigación
(afirma: “[tuvo] un aspecto positivo: y durante mis catorce años escribía mis libros en el tren.
Escribo más en el tren que en el escritorio”; [Mattelart, entrevista concedida al autor, 2011]),
lo cierto es que entonces —antes de incorporarse a Rennes y a los 48 años— frente a las
dificultades de promoción institucional, había evaluado la posibilidad de dejar Francia y
buscar un horizonte laboral en otro país.206
Finalmente Mattelart trabajó durante catorce años en Rennes-2 hasta que, en 1997 y a
los sesenta y un años, aplicó y accedió a un cargo de profesor en la Universidad París-8
(Vincennes-Saint-Denis), una universidad periférica, tanto por su inserción geográfica en el
suburbio de París y la composición social de su alumnado como por su relación con la
jerarquía universitaria francesa.207 Mattelart se dedicó también en París-8 a organizar el
Departamento de Información y Comunicación de esta Universidad, apenas desarrollado a su
llegada (Mattelart ocupó el único cargo de profesor existente por entonces, el que había
dejado vacante Eliseo Verón) y, además de trabajar para ampliar el cuerpo de profesores y
promover la formación de tercer ciclo en comunicación, fundó y dirigió hasta enero de 2004
el Centre d’etudes sur le médias, les technologies et la internationalisation (CEMTI) hasta su
jubilación, cuando fue nombrado por la Universidad profesor emérito.
La estabilización laboral de Armand Mattelart en la Universidad de Rennes y su
consolidación como profesor-investigador me permiten referir a una suerte de nuevo giro en

205
Cito el testimonio de Jacques Guyot, uno de los primeros alumnos de doctorado de Armand Mattelart en
Rennes y quien fuera posteriormente uno de sus colaboradores y docentes del departamento: “Recuerdo una
conversación con él que decía ‘ah fue una cosa terrible cuando llegué a Rennes, porque no esperaban nada de mi
parte, sólo ayudar a otras carreras’. Él tuvo que explicar, era después del informe de 1982, que había un sector
que se desarrollaba, que había que tener más ambiciones que esas. Es por eso que rápidamente crearon un tercer
sector con un doctorado” (Jacques Guyot, entrevista concedida al autor, 2011).
206
Más precisamente: “Confieso que, si no se hubiera presentado la posibilidad de postular a un puesto de
profesor, no creo que hubiera permanecido en Francia” (Mattelart, 2010: 169).
207
La Universidad París-8 (Vincennes-Saint-Denis) funciona actualmente en Saint-Denis. Creada en 1969 como
respuesta a los acontecimientos de mayo de 1968 funcionó en una primera etapa en Vincennes y recibió por
entonces en su seno a importantes profesores e investigadores de la teoría crítica y la izquierda francesa.
Traslada luego a Saint Denis, un barrio de la periferia de composición obrera e inmigrante, se caracteriza por su
recepción de estudiantes extranjeros, especialmente latinos. Sobre la historia de la Universidad (Djian, 2009).
Sobre el sistema de jerarquías de las universidades francesas y su papel en la distribución de poder y prestigio,
en especial en el campo de las humanidades y las ciencias sociales, ver Bourdieu (2008 [1984]).

199
su itinerario vital e intelectual a partir de mediados de los años ochenta. Por un lado, el
establecimiento en la Universidad de Rennes en 1984 le demandará más horas de dedicación a
la docencia y a la gestión del Departamento de Información y Comunicación, y al mismo
tiempo le ofrecerá una estabilidad institucional que no conocía desde sus años de trabajo en la
Universidad Católica de Chile. A partir de entonces, generará condiciones para el desarrollo
de investigaciones de largo aliento. Ahora bien, esta estabilización institucional no puede
considerarse por fuera de las transformaciones y vaivenes del campo cultural e intelectual
francés. Me refiero a la conmoción que experimentó la sociedad francesa y el mundo de la
izquierda a partir de la llegada de los socialistas el gobierno en 1981.

Contrarrevolución intelectual e ilusión socialista

Hacia fines de los años setenta el contexto político y del campo intelectual había cambiado
sensiblemente en relación con el de los años de la llegada de Mattelart a Francia (1973-1974).
Este fue un período de efervescencia cultural y de movilización militante alrededor de las
expectativas que había originado un sector de la izquierda por el programa común del Partido
Socialista y el Partido Comunista francés concretado en 1972 y que en 1974 tuvo serias serias
chances de triunfar en las elecciones presidenciales.
Sin embargo, la victoria no tuvo lugar entonces. Los años 1976-1977 son considerados
los años del gran retorno al orden, un período al que el historiador François Cusset se remonta
para trazar una genealogía del pasaje de los años de revuelta a los de la reacción política y la
reconversión neoliberal. La agonía de los años setenta fueron, en la visión del historiador
francés, el “preámbulo” a la “pesadilla de los años ochenta” (Cusset, 2008 [2006]), a los que
Felix Guattari se refirió como los “largos años de invierno” (Guattari: 2009: 31). Es que,
pasada la primavera de los años insurreccionales, el ambiente de la segunda mitad de los años
setenta ya era completamente otro y se caracterizaba por el reflujo político y la represión. Si
bien todavía en los años 1976-1977 se dieron en Francia una ola de luchas obreras y de
movilizaciones políticas y culturales, entiende François Cusset que la organización de la
izquierda partidaria y las luchas obreras, espontáneas o sindicales, parecían representar
mundos cada vez menos ligados, incapaces de unir sus fuerzas. Chris Marker, en su ensayo
cinematográfico Le fond de l’air est rouge (El fondo del aire es rojo, 1977) con maestría

200
estilística y una gran agudeza política daba cuenta de estas tensiones y desencuentros y
sugería, al final de su film, que se asistía al final del ciclo abierto en 1967.208
En este contexto de repliegue político se produciría en Francia una profunda
transformación cultural que François Cusset caracteriza como una “contrarrevolución
intelectual” (2008 [2006]: 26) y que Regis Debray en Le pouvoir intellectuel en France
(1979) ya analizaba dando cuenta de las mutaciones estructurales del mundo intelectual y de
su papel específico en la transformación de la vida política y cultural en Francia.209 En el
marco de esta contrarrevolución intelectual, el trabajo teórico —que entre 1970-1975 era
sacralizado como una de las llaves de la transformación posible— sería señalado desde 1976-
1977 como la fuente de todos los desastres del siglo XX. En 1977 André Gluksmann
publicaba Les Maîtres-penseurs y Bernard Henri Lévy La Barbarie à visage humain,
proponiendo una línea de continuidad lógica entre el pensamiento crítico y los campos de
concentración soviéticos: era la carta de presentación en sociedad de los llamados “nuevos
filósofos”. Toda una serie de iniciativas instalaron en Francia el tema del Gulag soviético
(Solzhenitsyn había publicado en francés, en 1974, L’Archipel du Goulag, que vendió un
millón de ejemplares en un año), haciendo de los derechos del hombre un dogma en lugar de
una exigencia específica, y diabolizando, a la inversa, al “mortífero” pensamiento crítico:
“para ellos —observa François Cusset— la operación consiste en arrojar al bebé de toda
crítica social con el agua de baño totalitaria” (Cusset, 2008 [2006]: 27. La traducción y las
siguientes son mías). Según Cusset, se trataba antes que de la lucha antitotalitaria, de una

208
Le fond de l’air est rouge (Marker, 1977) es un formidable ejercicio cinematográfico de análisis político que
da cuenta de las tensiones y debates que se dieron sobre el fondo del “espíritu rojo de los tiempos”. El ensayo
está dividido en dos partes: La primera, “las manos frágiles”: de Vietnam a la muerte del Che y Mayo 1968; la
segunda, “las manos cortadas”: de la primavera de Praga al Programa Común de la izquierda francesa y la caída
del Chile popular a.… ¿qué?”, es la pregunta que cierra el film de Marker.
209
Estas mutaciones, según el análisis de Debray, tenían su paradójica génesis en mayo de 1968: los
acontecimientos vividos en directo a través de la radio y representados en la televisión marcaron, en su
perspectiva, un punto de inflexión para el ascenso de la “nouevelle médiocratie” (un juego de palabras entre
meritocracia y media), esto es, la fusión pura y simple de los intelectuales con los medios, que les aseguraba el
monopolio de la producción y circulación del sentido de los acontecimientos y de los valores y las normas
simbólicas al interior de dominios cada vez más vastos (Debray, 1979: 7). Según Debray esta supremacía social
se pagaría con una considerable degradación de la función intelectual (Debray: 1979: 8). Más allá del carácter
normativo que supone esta afirmación, lo cierto es que Debray daba cuenta en su trabajo de una profunda
mutación sociológica, puesto que el “ciclo media” expresaba por un lado una profundización de la tendencia a la
mercantilización del trabajo intelectual (que suponía una separación entre la actividad de la producción cultural y
la emisión) y por otro indicaba un relevo, una nueva relación entre los —denomina con Althusser— aparatos
ideológicos de estado y el poder, que suponía que el aparato de información sobrepasaba, desplazaba y
reorganizaba bajo sus leyes a los aparatos políticos, sindicales, religiosos y pedagógicos (Debray, 1979: 94). En
este sentido Debray proponía una periodización: al relevo de la Iglesia como aparato ideológico dominante que
puso en juego la secularización y expansión de la Universidad hasta las primeras décadas del siglo XX, le siguió
su desplazamiento por el magisterio editorial hasta los años sesenta y, desde 1968, el predominio del aparato de
información. En lo sustancial esta tesis (más allá de las diferencias en las metodologías y el carácter de las
explicaciones), tendrá semejanzas con las tesis sostenidas años más tarde en relación con las mutaciones del
mundo intelectual analizadas por Pierre Bourdieu (1984) o Rémy Rieffel (1993).

201
batalla contra el marxismo (Ibid: 28). Esta mutación del campo intelectual se expresará
también en un ataque al “demasiado marxista” “tercermundismo". Gérard Chaliand publicó en
1976 en éditions du Seuil Mythes révolutionnaires du Tiers Monde y a mediados del año 1978
Le Nouvel Observateur organizó un largo debate sobre el tercermundismo, donde se
expresaron ataques contra los “intelectuales tercermundistas”, ciegos o cómplices, se
manifestaba, frente al supuesto totalitarismo del socialismo africano (Cusset, 2008 [2006]: 32-
33). Se puede leer en las últimas páginas de De l’usage des media en temps de crise cuál era
la percepción de Armand y Michèle Mattelart del contexto político intelectual en Francia
hacia 1979: “todo parece conjurarse contra la necesidad de aprehender lo particular en lo
general. La desconfianza se aplica también a la teoría y hace rechazar y poner en el campo de
lo totalitario cualquier intento de sistematización (aunque sólo fuera de experiencias)”,
escribían (Mattelart, Mattelart (2003 [1979]: 258). El “antiintelectualismo” y la “antiteoría”
eran los nuevos tópicos de lo que los Mattelart caracterizaban era un “período de repliegue”
(Ibid: 258-259) que producía mutaciones en el campo intelectual. Bajo el chantaje del
terrorismo (Alemania occidental era el modelo) y los efectos del cambio de reglas que
gobernaban la producción audiovisual bajo la presión de lo comercial, se había llegado,
informaban los Mattelart, “hasta a criminalizar la reflexión crítica” (Ibid.).
En este marco de profundas transformaciones emergerá con fuerza la cuestión de la
comunicación como una apuesta para resolver la crisis. En diciembre de 1976 el Presidente
Valéry Giscard d’ Estaing le encargó a Simon Nora y Alain Minc un informe sobre el cambio
tecnológico;210 esperaba a partir de él la propuesta de líneas de acción que le permitieran a
Francia mantener la capacidad de decidir su destino en materia de informática. Giscard, en la
carta donde fundamentaba su demanda, la definía como un factor de transformación de la
organización económica, social y de la totalidad de la vida (Nora, Minc, 1978: 3). En esta
línea, en la visión de los autores del informe presentado dos años después, L’informatisation
de la société, la promoción de la informática podía y debía convertirse en una de las llaves
para la salida de la crisis: el desarrollo del binomio telecomunicaciones-computación debía
formar parte de una estrategia de ofensiva industrial inevitable si Francia quería conservar su
sitio en una economía mundial cada vez más competitiva, sobre todo en relación con el
predominio norteamericano. Al mismo tiempo, Nora y Minc postulaban el desarrollo de la

210
Conviene decir que los “informes” que el Presidente o un Ministro de Estado encargan a intelectuales,
investigadores o especialistas en determinada materia, son todo una institución en Francia y un verdadero género
—más allá de la orientación de los gobiernos y de su carácter muchas veces formal— del modo en que se
concibe las relaciones entre Estado, sistema de investigación y sociedad civil. En general se publican en la
editorial de documentación del Estado y se conciben como un insumo para la planificación de las líneas de
acción de la política estatal.

202
informática como promotor y garante de la reconstrucción del consenso social, pues entendían
a la información como nuevo principio estructurante de la sociedad. La posibilidad de
instaurar un ágora informativa a partir de las nuevas redes telemáticas se convertía —
interpretaba Mattelart tiempo después los supuestos del informe— en el foco del
replanteamiento de las relaciones entre el ciudadano y el Estado, entre la sociedad civil y el
Estado (Mattelart, 1996 [1992]: 205-207).
Si bien el informe Nora-Minc buscaba ser un contrapeso al predominio norteamericano
por parte de una gran nación industrial como Francia, debe situarse en relación con una serie
de respuestas orgánicas a la crisis que se expresaba por ejemplo en la publicación de La
Révolution technétronique (1971) de Zbigniew Brzezinski, director de la Comisión Trilateral,
que anunciaba que la era electrónica haría entrar a la humanidad en una “tercera revolución”
plena de abundancia y democracia. En la escena local, según François Cusset, el informe
representaba el intento de levantar las resistencias de la elite francesa letrada frente a la
tecnología; se pensaba entonces como algo neutro, pospolítico, simplemente eficaz. La
perspectiva tecnofílicas hacían su entrada en el seno de una parte de la elite en el poder
(Cusset, 2008 [2006]: 37).
El nacimiento de la “segunda izquierda” francesa (ver referencia en el capítulo 3)
complementaba el escenario de mutaciones. En la visión de Cusset debe atribuirse a la
conversión al realismo de la izquierda libertaria y autogestionaria, que dirigirá desde entonces
todos sus dardos al estatalismo antes que al poder, y complementará un cuadro de conjunto
bastante coherente: “moral antiautoritaria, antimarxismo político, invocación constante del
‘realismo político’, retorno de una derecha de ideas, crítica de toda crítica, nueva religión de
la democracia” (Cusset, 2008 [2006]: 30).
Ahora bien, este cuadro general de desplazamientos en el mundo de la política y el
campo intelectual y cultural francés debe interpretarse tratando de evitar el riesgo —tomo el
concepto de François Dosse— del anacronismo; esto es, tratando de prescindir de las
generalizaciones establecidas con la ventaja que otorga la distancia temporal, pues de adoptar
esta posición se correría el riesgo es obturar la visualización de las contradicciones y las
tensiones, marchas y contramarchas del proceso histórico.211 Me estoy refiriendo,
evidentemente, al triunfo electoral del socialismo francés en 1981. El programa de unidad del
PS y el PC para las elecciones de 1981 que consagrarían la elección de François Mitterrand a

211
Más explícitamente. Si bien las hipótesis de Cusset y su bien documentado trabajo de historia intelectual
sobre los años ochenta franceses me parecen una buena guía para pensar estos procesos, quisiera señalar cierta
cautela respecto a sus observaciones, advirtiendo el riesgo de cierto anacronismo. Sobre este concepto en el
debate epistemológico de la historia intelectual ver François Dosse (2007 [2003]: 78).

203
la presidencia (ganó en segunda vuelta el 10 de mayo y asumió el 21), representó, al menos
desde los meses previos a la elección hasta principios de 1983, cuando Mitterrand anunciaría
un giro en la política económica a favor del rigor monetario y la integración europea, un
momento de intensa movilización de amplios sectores sociales y del activismo de la izquierda
francesa, de apertura del debate político intelectual y en líneas generales de gran expectativa.
A pesar de su balance crítico, en referencia al año electoral el propio Cusset no deja de
observar: “La atmósfera, ese año, no es un elemento del contexto sino una dimensión
decisiva. El año ’81 es el año del aura, de la aureola de las promesas. Circula entre la
emanación de los posibles, en el éter de los devenires” (Cusset, 2008 [2006]: 60).
En fin, se puede hablar de la existencia, entre mayo de 1981 y marzo de 1983 (fecha de
la derrota del gobierno en las elecciones locales, que dispararán un nuevo plan de ajuste y la
salida posterior del gobierno del Primer Ministro Pierre Mauroy y su reemplazo por Laurent
Fabius) de un “período de gracia” del gobierno socialista.212 Entre la ilusión y el desencanto,
lo ocurrido en este lapso es clave para entender la participación de Armand Mattelart en los
debates en torno a las cuestiones de la comunicación, su posicionamiento en el campo de las
SIC pero también, de manera más general, las profundas mutaciones que se producirán a
partir de entonces en el mundo intelectual y de la cultura de izquierda. Veamos.
En agosto de 1981 el periódico Libération organizó una convocatoria bajo el lema “Les
intellectuels et l’etat de grâce” (“Los intelectuales y el estado de gracia”). En ocasión del
evento el filósofo Felix Guattari escribía en Le Nouvel Observateur un artículo titulado
“Mitterrand et le Tiers État” (“Mitterrand y el Tercer Estado”) sobre el que me voy a detener,
pues sintetiza bien el escenario local a internacional y las contradicciones, expectativas y
posibilidades que despertaba el proceso sobre todo para un sector del campo intelectual
francés. A partir del triunfo de Mitterrand, señalaba el compañero filosófico de Gilles
Deleuze, se abrían en Francia dos escenarios posibles: o bien el capitalismo mundial,
combinado con una inflexión socialdemócrata del régimen, iba a intentar congelar la
evolución de las relaciones sociales, o bien habría una intensificación de los movimientos
sociales en la que se apoyaría el gobierno socialista para transformar irreversiblemente la
sociedad francesa (Guattari, 2009 [1981]: 46). Guattari describía entonces dos fuerzas en

212
El gobierno del Primer Ministro Pierre Mauroy (1981-1984) emprendió algunas de las reformas prometidas
por Miterrand en la campaña electoral: nacionalizaciones en la banca y algunos grupos industriales concentrados,
una nueva legislación laboral que garantizaba nuevos derechos de los trabajadores, una ley de descentralización
política, la supresión de la pena de muerte, entre otras. Pero el impulso se topó rápidamente con los límites del
proyecto. Al poco tiempo, resume con ironía Eric Hobsbawm, “Francia tuvo que afrontar una crisis en la balanza
de pagos, se vio forzada a devaluar su moneda y a sustituir el estímulo keynesiano de la demanda por una
‘austeridad con rostro humano’” (Hobsbawm, 1998 [1994]: 411).

204
pugna frente a la crisis internacional: aquella que postulaba la defensa de la moneda a costa
del desempleo (era la línea que triunfaba en Estados Unidos y Gran Bretaña), frente a aquella
que postulaba la necesidad de administrar la inflación y la intervención estatal para acabar con
él. Mitterrand, según entendía Guattari, podía ser un reformista que garantizaría la
reestructuración capitalista, o un auténtico reformador; y esto sólo lo garantizaría una
movilización popular profunda. La experiencia socialista podría convertirse en una apuesta
internacional de primer orden (aunque primero debía sortear sus límites intrínsecos); por eso
advertía el filósofo que el capitalismo mundial no estaría dispuesto a tolerar el mal ejemplo
que representaría un nuevo new deal socialista francés (Guattari, 2009 [1981]: 47). Ahora
bien, si la experiencia fracasaba, anticipaba Guattari, podría sobrevenir una respuesta
reaccionaria a la crisis.213
Poco tiempos después Paul Noirot escribía el editorial del primer número del mensual
Politique aujourd’hui que salía a la calle luego del triunfo de Mitterrand . Noirot, más
optimista que Guattari, inscribía la victoria de Mitterrand en la línea de las “grandes
esperanzas nacionales” —tales como el frente popular de 1936 o la liberación, en 1945— que
marcaban en la historia el inicio de una aventura que podía “abrir una ruptura política no
solamente en Francia sino en Europa, y modificar positivamente las relaciones
internacionales” (Politique aujourd’hui, enero-febrero 1982: 2. La traducción y las siguientes
son mías). Noirot invitaba al conjunto de la izquierda a comprometerse con una experiencia
que en su visión recién comenzaba (marcaba una clara distancia con la izquierda radical y la
interpelaba en función de esta unidad) y llamaba a abandonar la posición “torre de marfil” de
los intelectuales para movilizar a la población y pesar sobre la opinión pública (Ibid.: 3).
Señalaba entonces la voluntad de la revista de tener más presencia, más capacidad de
proposición, sin perder la seriedad ni su objetivo de apertura científica: “‘Hacer de Politique
aujourd’hui un centro activo de reflexión y de debate sobre las prácticas socialistas en Francia

213
Cuando Jean Pierre Chevènement, Ministro socialista de Investigación, Industria y Tecnología, destacaba en
una entrevista en junio de 1982 que “el objetivo del período actual no es el socialismo”, en la misma declaración
estaba dejando entrever sin embargo que en torno al proyecto de gobierno se abría por entonces un campo de
opciones posibles. Decía a continuación: “El socialismo ilustra nuestra acción; es el ideal completo de la
democracia, es la autogestión; es la democracia extendida a todos los aspectos de la vida, de la política, de la
economía. Sin embargo no supone que esto se pueda realizar mañana y, con mayor razón, en un solo país aislado
del resto del mundo. Por consiguiente, esto plantea el problema de la evolución de algunos de los grandes países
y de las relaciones internacionales en el próximo decenio. Debemos probar que un gobierno de izquierda puede
ser una respuesta a la crisis y, por consiguiente, por un efecto de arrastre, permitir que las cosas cambien en otros
lados, en otros países”, entrevista a Jean Pierre Chèvenement en Témoignage chretien, citado en Mattelart,
Stourdzé (1984:15). Jean Pierre Chèvenement estaba ligado a los sectores de izquierda del Partido Socialista
francés. Si bien en marzo de 1983 renunció a su puesto como Ministro en desacuerdo con el “giro de rigor”, al
año siguiente se reincorporó al gabinete de ministros del gobierno de Mitterrand.

205
y en el mundo’, tal era nuestro objetivo al fundar esta revista en 1968. Tenemos la
oportunidad hoy de tener a nuestro país como terreno privilegiado”, escribía (Ibid).
Ocho años después, todavía resonaban en el mundo de la izquierda francesa los ecos de
la experiencia de la Unidad Popular chilena. En los desfiles desarrollados durante su asunción,
el 21 de mayo de 1981, François Mitterrand se había hecho acompañar simbólicamente por
las viudas de Salvador Allende y de Pablo Neruda. La victoria de la unidad PS-PC era vivida
por muchos “como una primera revancha por la derrota chilena” (Leenhardt, Kalfon, 1992:
18). Los hilos de continuidad se planteaban, no sólo en la existencia de debates alrededor de
la estrategia política (las tensiones entre reforma y revolución; entre socialismo y
democracia), 214 sino también en los interrogantes que se disparaban, por un lado, en torno al
vínculo entre la transformación de los modos de hacer ciencia y la democratización de la
sociedad, y por otra parte, en torno a las políticas de comunicación y el papel de los medios en
un proceso de tales características. Estas cuestiones ocuparán una parte del debate en revistas
y círculos intelectuales y de la cultura de izquierda, pero también en general en los medios
ligados a las instituciones y agencias de gobierno.
“Democratizar la informática”, en lugar de “informatizar la sociedad”, declaraba el
presidente Mitterrand en el Salón de la Informática (SICOB) en el otoño de 1981 (Mattelart,
Stourdzé, 1984: 9). La frase acuñada por consejo de Jacques Attali señalaba en la materia un
cambio de perspectiva respecto a la orientación del gobierno anterior, sintetizada en el
informe Nora-Minc (La informatización de la sociedad). En enero de 1982 se realizó el
Coloquio Nacional de Investigación y Tecnología, una amplia consulta a la comunidad
científica que precedió a la elaboración de la ley de orientación y programación de la
investigación y el desarrollo tecnológico de Francia. El coloquio procuraba, según sus
definiciones, “restaurar la alianza entre la ciencia y la democracia” (Ibid.: 9). Entre noviembre
de 1981 y fin de enero de 1982 se realizaron treinta y un reuniones en todo el país para la
preparación de este coloquio, donde participaron organismos de investigación, universidades,
empresas, sindicatos y organizaciones profesionales, creando, según Mattelart y Stourdzé, “un
movimiento de reflexión sin precedente en la historia de la investigación francesa” (Ibid.: 9).
El criterio convocante, en líneas generales, definido por el Ministerio de la Investigación y la
Tecnología, estaba trazado en torno a la idea de redefinir la relación entre democracia, ciencia

214
En el llamado de Paul Noirot a la unidad de la izquierda y sus críticas a la izquierda radical en el editorial de
Politique aujourd’hui que he comentado, resonaban las lecciones —y las heridas— de la experiencia y el debate
chileno. Luego de hacer un llamado a la unidad de la izquierda y de advertir sobre las terribles consecuencias
que acarrearía una derrota del proyecto popular para la propia izquierda radical, Noirot escribía: “No hay
necesidad de evocar a Chile para convencerse, tal es la fuerza de la evidencia” (Politique aujourd’hui, enero-
febrero, 1982: 3).

206
y tecnología, en términos de su apropiación por la sociedad; o de otro modo, de pensar un
nuevo tipo de relaciones entre los científicos y las demandas sociales, verdadero leit motiv
del período.215
En relación con el debate sobre el papel de la comunicación en el nuevo escenario
político, varios referentes del campo de los estudios en comunicación participaron en el
debate público, en medios masivos de prensa, revistas académicas o político-culturales
vinculadas al mundo de la izquierda.216 La revista Non! Repères pour le socialisme217 dedicó
varios de sus cuadernos principales de sus números de 1982 al debate sobre las políticas
comunicacionales en el nuevo contexto.218 Armand Mattelart, quien formaba parte del comité
de redacción de esa revista, publicó allí un artículo titulado: “La communication dans la
France du 10 mai” (“La comunicación en la Francia del 10 de mayo” [por la fecha del triunfo
de Mitterrand]; Mattelart, 1982).
En líneas generales, Mattelart se dedicaba en este artículo publicado en Non! a
problematizar lo que consideraba eran las tensiones, ambigüedades y límites internos del
debate comunicacional de la Francia socialista. En lo referente a la cuestión específica del
debate sobre la democratización de la comunicación y la reorganización del sistema de
medios, evaluaba que el pronunciamiento de parte de diversas instancias institucionales y
gubernamentales por la apropiación de la sociedad de sus herramientas tecnológicas no estaba
tan presente en otras instancias institucionales de discusión en relación con las cuestiones de
la comunicación. En el contexto general del debate sobre la reestructuración del sistema de
monopolio público de radiodifusión y del debate parlamentario sobre la nueva ley del

215
Según se afirmaba en el documento preparatorio del coloquio: “Las relaciones entre la ciencia, la tecnología y
los otros campos de la actividad social no pueden seguir siendo exclusivamente competencia de los especialistas
que asumen la responsabilidad de su desarrollo (…) De hecho, es la comunidad nacional en su conjunto la que, a
través de sus representantes competentes, debe poder ‘controlar’ las elecciones a partir de una información
completa de los ciudadanos respecto a todas sus implicaciones” (Citado en Mattelart, Stourdzé, 1984: 10).
216
Por mencionar algunos: Ives de la Haye y Bernard Miège publicaron un artículo titulado “Les socialiste
français aux prises avec la question des media”, en la revista Raison présente, primer trimestre de 1982. Patrice
Flichy, por su parte escribía “Pour une politique de l’innovation sociale en audiovisuel”, Le Monde
Diplomatique, en mayo de 1982. Sobre la reforma del sistema de medios en Francia en 1982 y el balance de los
debates generales que tuvieron lugar durante los primeros años del gobierno Mitterrand, se puede leer, además
de los trabajos de Armand Mattelart, el artículo de Marc Raboy en Culture, Media & Societe, (1983).
217
Non! Repères pour le socialisme (se puede traducir como: No!, Referencias para el socialismo) fue un
proyecto editorial que reunía contribuciones de intelectuales vinculados a sectores de la izquierda directamente
relacionados con el Partido Socialista (vinculados al Centre d'études, de recherches et d'éducation socialiste,
fundado entre otros por Pierre Chevènement) pero también de sectores de la izquierda que, según los casos,
mantendrán cierto apoyo crítico con más o menos distancia del gobierno, al menos durante sus primeros meses.
Participaba en el consejo de redacción de Non!, por ejemplo, Regis Debray, quien sería durante un tiempo
consejero de Mitterrand.
218
Por entonces Non! Repères pour le socialisme titulaba su dossier principal del número de enero-febrero de
1982: “Pour une autre télévision” (“Por otra televisión”). El número 16 (noviembre-diciembre de 1982) titulaba
su dossier central: “Les Médias Face a la gauche ou la gauche face aux médias?” (“¿Los medios masivos de
comunicación frente a la izquierda o la izquierda frente a los medios?”).

207
audiovisual que tuvo lugar en mayo y junio de 1982, Mattelart advertía (tomaba como una de
las referencias el Informe de la Comisión de Reflexión y de Orientación sobre el Audiovisual
—el llamado “Rapport Moinot”— que fue publicado a mediados de octubre de 1981) que, en
líneas generales, el debate se centraba sobre los aspectos jurídicos-institucionales, por lo que
se pensaba un derecho a la comunicación más centrado en el derecho de los profesionales a
comunicar (puesto que se hacía hincapié en la cuestión de su independencia) que en el de la
sociedad en su conjunto. Más allá de las intenciones, observaba Mattelart, el obstáculo era
profundo, pues la ideología profesional fijaba los límites dentro de los cuales era posible
discutir la democratización de la comunicación. Según Mattelart, en el informe Moinot el
derecho a estar informado predominaba sobre el derecho a producir la propia información. La
“ideología del periodismo” suponía el postulado de la transparencia del sentido y de la
neutralidad de la técnica periodística y con ella de todas las tecnologías de comunicación. Este
énfasis, continuaba Mattelart, desconocía la orientación que se estaba formulando en la
investigación y las experiencias de autogestión que en los quince años previos habían tenido
lugar en Francia —y en Europa en general— sobre todo en el campo del video y del cine. Se
ignoraba entonces, advertía Mattelart, que las prácticas profesionales, en tanto modo
codificado de producir la información, suponían un modo de relacionarse con la realidad y de
reproducir una relación con la totalidad del cuerpo social. Como se puede observar, se trataba
de un tema caro a la experiencia de Mattelart en Chile y a sus observaciones sobre el papel de
la pequeña burguesía en un proceso de democratización cultural. Es sugerente que Mattelart
se remitía para apoyar sus planteos a su libro Mass Media, ideologies et mouvement
revolutionaire (1974).
Pero por otra parte Mattelart inscribía en su artículo la cuestión comunicacional en una
dimensión más amplia, señalando que era en torno a las lógicas de reestructuración de la
economía internacional, inherente a un modelo de salida de la crisis por la tecnología, que
habría que interrogarse para situar la discusión sobre las relaciones entre democracia,
tecnología y comunicación. Se trataba de situar el debate en el campo de la tensión que se
abría entre los imperativos de la democracia y la demanda social y los imperativos de la nueva
estrategia industrial que buscaba, haciendo énfasis en la industria electrónica, reposicionar a
Francia en el concierto de la competencia económica y las disputas geopolíticas
internacionales. En el plano de la comunicación, la tecnología y la ciencia, el nuevo gobierno
mostraba desplazamientos pero también, señalaba Mattelart, continuidades con las líneas de
acción trazadas en el período anterior, por ejemplo, con la filosofía expresada en el informe

208
Nora/Minc.219 Sin caer en el economicismo, advertía Mattelart, se trataba sin embargo de
inscribir las cuestiones de la comunicación, la tecnología y la democracia en un horizonte
totalizador, puesto que los modos en que Francia o cualquier nación guardaban su patrimonio
material y simbólico, estaban atravesados tanto por las presiones en torno a la reorganización
económica internacional como por la necesidad de producir nuevos consensos como modo de
gestionar una salida a la crisis política. El creciente debate sobre la “cultura nacional” (que en
general, observaba, se planteaba en torno a los tópicos de la reapropiación tecnológica y
cultural) debía ser situado en relación con los procesos de transnacionalización (dominios
prácticamente inexplorados por la investigación, señalaba), al mismo tiempo que los
problemas de la cultura y la identidad debían situarse en el marco de las relaciones de fuerza
en el que se construía esta cultura nacional, esto es, de las luchas y los antagonismos sociales;
de lo contrario, la cultura nacional devendría una suerte de mito, una herramienta de
homogeneización y despolitización, donde se perdería la conflictividad de los grupos y las
clases.
Ahora bien, en este marco donde se debatía la herencia marxiana —como advertía el
título del dossier central de Non! en el que escribía—220 Mattelart planteaba, lejos de una
posición dogmática, que la tarea crítica del momento debía ser antes que juzgar la concepción
del socialismo subyacente en la filosofía del gobierno, juzgar las contradicciones que lo
atravesaban, y en ese sentido las posibilidades que podían abrirse para una política radical.
En relación con estas posibilidades en el campo de la política de comunicación, el juicio
de Mattelart, aunque cauto, lejos estaba entonces de ser pesimista. En su introducción al
segundo volumen de Communication and Class Struggle (publicado en 1983 pero escrito
varios meses antes), escribía:

La victoria de las fuerzas populares en mayo de 1981 en Francia —en claro contraste con
la actual crisis del movimiento obrero descripta por los líderes sindicales y la ola favorable
a la derecha en la mayoría de los países avanzados— crea las condiciones políticas para
generar una alternativa global a la actual lógica del modelo que diseminan las redes
informáticas capitalistas. Las consecuencias de esta lucha son cruciales para el conjunto

219
Mattelart tomaba como fuente el “Rapport Farnoux, Mission Filière Electronique”, remitido al Ministro de la
Investigación Industria y Tecnología en marzo de 1982. Farnoux, antiguo cuadro dirigente de la transnacional
Thomson, fue encargado de la elaboración de este informe sobre desarrollo industrial en materia de nuevas
tecnologías, lo que se definía como "filiére électronique". La estrategia industrial propuesta reenviaba en la
perspectiva Mattelart a una estrategia de liberalización de la investigación y de la industria. Bajo esta voluntad
de liberalización se estaba diseñando un nuevo esquema de relaciones entre la industria privada y la industria
nacional, entre las industrias de una misma rama, entre la industria local y las filiales de sociedades
transnacionales, entre la industria y universidad, pero también entre productores y usuarios.
220
El dossier central de ese número de Non! se titulaba “Un héritage disputé : Marx sans marxisme ou marxistes
sans Marx” (“Una herencia disputada: Marx sin marxismo o marxistas sin Marx”). Escribían entre otros, además
de Mattelart, Maximilien Rubel y Dominique Lecourt.

209
del movimiento revolucionario, que raras veces había tenido la oportunidad de
preguntarse en la práctica acerca de las posibilidades de una democracia socialista en un
221
país capitalista avanzado (Mattelart, 2011 [1983]: 132. Subrayado mío).

Entonces, ¿cómo captar la demanda social en el campo de la comunicación?, se preguntaba


Mattelart en su artículo en Non!. Puesto que se reclamaba y se esperaban nuevas relaciones
entre las instituciones científicas y las instituciones de la sociedad civil en función de poner en
el puesto de comando la demanda social —verdadero leitmotiv del momento—, Mattelart
señalaba algunas carencias de los estudios en comunicación en Francia que debían superarse
en función de dichos objetivos. Entre otras, indicaba la ausencia de estudios que dieran cuenta
de las relaciones entre las investigaciones en semiología y la demanda latente, entre el análisis
del discurso de los periodistas y las redefiniciones de sus prácticas; la ausencia de estudios
que pusieran de relieve los modos de reapropiación del discurso por parte del gran publico, de
balances críticos de las experiencias de comunicación alternativa y de investigaciones que
pudieran poner en relación dialéctica las experiencias alternativas de intervención social (en
cine, video y radio) con el funcionamiento de los aparatos estatales; por último, señalaba la
ausencia de estudios sobre las experiencias académicas en materia audiovisual y sus
repercusiones prácticas, la ausencia de intercambios entre las investigaciones universitarias y
la crítica, y de estudios sobre el rol de lo creadores en las industrias culturales y su relación
con la sociedad civil. Estas lagunas, señalaba Mattelart, se podían explicar por obstáculos
institucionales, pero también por las tradiciones intelectuales dominantes en Francia que
modulaban un modo de pensamiento y una serie de representaciones sobre la función de la
ciencia y los investigadores. En este sentido, observaba, era necesario reposicionar una
noción, la de experimentación social, que suponía alejarse de la reivindicación de la
“independencia del investigador” en relación con cualquier forma de poder (otro tema caro al
debate chileno), pues esta representación, emparentada con la del “intelectual comprometido”,

221
De cualquier manera en su artículo en Non! Mattelart señalaba la necesidad de mantener una posición que de
cuenta de las ambigüedades del gobierno. Sostenía que, si para la mayor parte de los espíritus la elección de
Mitterrand había supuesto un paréntesis en la ola neoconservadora (que se expandía en EE.UU. y el Reino Unido
por ejemplo) como modo de salir de la crisis a través del desmantelamiento del Estado Benefactor, es decir, un
intento por sustraerse de las presiones de la economía mundial, nada era más falso que creer que ciertas lógicas
habían desaparecido por el sólo hecho de una victoria en las urnas. En este sentido, Mattelart enumeraba algunas
tendencias que observaba en sentido contrario, como el hecho que, para hacer frente a su pérdida de legitimidad,
el Estado tomara como relevo procedimientos y lógicas de la empresa (por ejemplo, crecimiento de la publicidad
en los medios del Estado o la introducción de lógicas manageriales en la administración). De cualquier manera,
señalaba Mattelart, la legitimidad del Estado también estaba siendo puesta a prueba por otras fuerzas. En torno a
los debates sobre la descentralización política se ponía en juego cierta ambigüedad: ésta podía convertirse o bien
en un modo de relegitimación de los poderes centrales, o bien en una verdadera apuesta por profundizar la
democracia a través de la participación en el poder.

210
dejaba sin interrogar las condiciones de producción del conocimiento, esto es, a quién le
servía y quién lo utilizaba (Mattelart, 1982: 41). Mattelart proponía entonces producir un
nuevo esquema de participación y de captación de las innovaciones sociales y tecnológicas;
esto es, en su perspectiva, formaba parte en definitiva de un problema más general: la
redistribución del poder entre las clases y grupos sociales que componían la sociedad francesa
en un momento de salida política de la crisis en el que se negociaba la aspiración de las capas
profesionales y técnicas de gestionar la sociedad, esto es, se reorganizaba su relación con las
clases dominantes y los sectores de poder.

El rapport Mattelart-Stourdzé, un hito en los estudios en comunicación en Francia

En este contexto el contenido de la carta con la que en marzo de 1982 Jean-Pierre


Chevènement,222 Ministro de la Industria y la Investigación de Francia, fundamenta el pedido
de la Misión Tecnología, Comunicación y Difusión de la Cultura que eleva a Armand
Mattelart e Yves Stourdzé, es elocuente respecto a la orientación de los primeros meses del
gobierno socialista y de las tensiones, límites y contradicciones del proyecto. “Francia está
hoy confrontada al desafío de mutaciones tecnológicas nuevas y profundas. Con toda
evidencia, estas mutaciones afectan las actividades de producción y tratamiento de la
información y a todas aquellas que están ligadas al dominio de la comunicación (…) [e]llas
conciernen a todos y cada uno de los franceses (Chevènement, 1982: 3). La aceleración del
cambio tecnológico, la introducción de la microelectrónica, la internacionalización de las
redes de comunicación, afirmaba el Ministro, confrontan a Francia con una apuesta
“económica, industrial, pero también y sobre todo social y cultural”. Los diversos coloquios
realizados sobre el tema habían puesto sobre relieve, continuaba Chevènement, la necesidad
“de asociar en la puesta en obra de las nuevas tecnologías a los partenaires sociales que han
sido apartados hasta ahora” (Ibid.). En su carta el Ministro les encomendaba a Mattelart y
Stourdzé coordinar la Misión, que debía orientarse por los siguientes objetivos: proceder a la
evaluación del estado de las investigaciones o experimentaciones relativas a los problemas de
comunicación efectuadas en administraciones, empresas, sindicatos, colectividades sociales y
asociaciones; identificar las cuestiones fundamentales planteadas por la transformación
previsible de los sistemas de comunicación y por la expresión de las demandas sociales que
aparecían en este dominio; someter todas las sugerencias que se considerasen útiles sobre los

222
Ver los vínculos de Chèvenement con la revista Non! en la nota donde páginas atrás presento la revista.

211
ejes de investigación, de estudios y de experimentación a desarrollar, los medios que hubiera
que dedicarles y las reformas eventuales a introducir en las estructuras existentes. Para ello
Chevènement les aseguraba que podrán contar con todos los medios financieros y
administrativos necesarios (Chevènement , 1982: 4).
El resultado de la Misión, el llamado “Informe Mattelart-Stourdzé”, publicado en
septiembre de 1982 por la editora estatal La documentation française, se puede leer como un
contrapunto respecto al informe Nora/Minc, y está considerado por los referentes y los
historiadores del campo de los estudios de la comunicación y la información en Francia como
uno de los hitos en su proceso de institucionalización; esto es, como uno de los primeros
trabajos que intentó sistematizar el estado de la investigación en la materia en el hexágono,
definir sus objetos y los obstáculos epistemológicos existentes para lograrlo, al mismo tiempo
que identificar los avances y las tareas pendientes en materia de consolidación e
institucionalización de ese campo de saber.223 En las primeras palabras del prefacio del
informe dirigido al Ministro de la Industria y la Investigación (titulado “A la investigación de
la comunicación”) Mattelart y Stourdzé afirmaban:

Conquistar la identidad de su campo era el primer gran problema que había que
plantearse, cuando no resolver, la ‘Misión Tecnología, Comunicación y Difusión de la
cultura’. Tratar de delimitar conceptualmente este campo que, en las representaciones
colectivas, se encuentra sujeto al forcejeo de una dominante estética de la cultura, por una
parte, y una dominante tecnológica de la comunicación, por otra (Mattelart, Stourdzé,
1984: 53).

En esta línea, en los primeros capítulos del informe los autores revisaban las tradiciones de
investigación en materia de comunicación, cultura e información existentes hasta entonces en
Francia y señalaban ciertas deficiencias epistemológicas en la configuración de ese campo de

223
Es pertinente reseñar sintéticamente aquí algunos de los principales “hitos” de la institucionalziación de las
llamadas SIC francesas. En febrero de 1972 se hizo una reunión en la Maison des sciences de l’homme de París,
convocada por Roland Barthes, Jean Meyrat y Robert Escarpit, donde se concluyó acerca de la necesidad de de
elaborar una estrategia para darse un reconocimiento institucional. Se formulan como objetivos: obtener la
creación de una nueva sección para las SIC al interior del Comité Consultativo de las Universidades (CCU);
hacer reconocer a las SIC como una disciplina que pueda proponer la formación de doctorado; conseguir una
plaza en el CNRS. A partir de allí se constituyó el Comité de Ciencias de la Información y la Comunicación, que
cumple un papel decisivo: en 1975 se modificó la composición del CCU y se creó la “52 sección” denominada
“ciencias de la información y la comunicación” (luego será la 71 sección). El Comité se transformará en 1977 en
la Société Française des Sciences de l'Information et de la Communication (SFSIC) y al año siguiente organizará
su primer congreso. Mientras que los primeros objetivos se cumplieron más o menos rápido, la incorporación de
las SIC al CNRS se hará de manera parcial y gradual. En 2006 se creó el Instituto de ciencias de la información y
la comunicación en el CNRS. Sobre la historia de las SIC y en especial en relación con el reconocimiento del
informe Mattelart-Stourdzé en los balances del campo, ver el volumen colectivo de las revistas CinémAction
(1992, Nº 62-63) y Dossiers de l’audiovisuel, (1999, Nº85) dedicados a historia de la investigación en
comunicación en Francia, y Boure (1997), Miège (2000) y Meyrat y Miège (2002).

212
saber. Por ejemplo, el predominio de la tradición semiológica se explicaba por el peso de la
tradición literaria, que suponía una representación “estética de la cultura” y las dificultades
que esto conllevaba para considerar los fenómenos de la comunicación y la información en
sus dimensiones económicas, políticas, y tecnológicas. Según Mattelart y Stourdzé este
predominio explicaba el atraso comparativo de Francia —en relación con la tradición
anglosajona— en el estudio, dicho de manera general, de las llamadas industrias culturales,
los procesos de internacionalización cultural o la historia social de los medios y los
dispositivos tecnológicos. Mattelart y Stourdzé también analizaban el bajo nivel de
institucionalización y de reconocimiento de los estudios en comunicación tanto en el sistema
universitario como en el de investigación en Francia y llamaban la atención sobre su “falta de
legitimidad”: “muy raras veces las grandes instituciones científicas han reconocido la
especificidad, originalidad y utilidad social de este campo particular de la investigación y de
la enseñanza en ciencias sociales”, afirmaban (Mattelart, Stourdzé, 1984: 63).
Es interesante notar que si en los balances disciplinares el informe Mattelart-Stourdzé es
considerado como uno de los hitos fundantes en un proceso de institucionalización que se
desarrolló más o menos exitosamente —aunque en general hay coincidencia en considerarlo
incompleto—, llamativamente casi no se hacen referencias224 a las premisas y orientaciones
que sus autores proponían para desarrollar un modo de institucionalización alternativo,
coherente con lo que entonces se evaluaba como la posibilidad de establecer una
democratización del sistema científico y de enseñanza universitaria; esto es, su reorganización
en función de lo que se llamaba la demanda social. “Son las condiciones mismas de la
demanda en materia de investigación lo que conviene hacer evolucionar cuanto sea posible”,
señalaban Mattelart y Stourdzé, de tal suerte que esta demanda exprese “las exigencias
sociales de interés general: conviene crear, pues, las condiciones institucionales que
permitirán que esta nueva demanda emerja poco a poco, se desarrolle, se renueve” (Mattelart,
Stourdzé, 1984: 161). En función de crear estas condiciones institucionales los autores le
señalaban al Ministro las áreas vacantes en el plano de la investigación sobre las tecnologías y
los medios masivos de comunicación (donde se le daba prioritaria relevancia al área de la
sociología y la economía de la producción y el consumo cultural, las industrias culturales y
los mediadores culturales), y planteaban como tareas prioritarias la necesidad de revisar las
relaciones entre la enseñanza y la investigación, los modos en que se comunican a la sociedad

224
En todos los casos las referencias explícitas al informe Mattelart-Stourdzé que se encuentran en los trabajos
historiográficos sobre las SIC citados precedentemente señalan un reconocimiento sólo en el sentido al que hago
referencia.

213
los resultados de la investigación científica, y diseñar las mediaciones necesarias para invertir
la tradicional relación que iba de la concepción de un aparato técnico (o de un programa) a la
investigación sobre sus usos o su recepción, para ir en el sentido inverso: de la demanda social
a la concepción.225
El capítulo 6 de la segunda parte del informe, titulado “Por otra concepción de la
relación nacional/transnacional y del diálogo Norte/Sur” (pp. 219-232), merece que le dedique
un párrafo aparte. En un contexto donde Francia parecía revisar su política de alianzas
internacionales en función de su proyecto de reinserción geopolítica y con la intención de
conducir un bloque de poder que articulara a los países latinos y a algunos de los llamados
países del Tercer Mundo, el informe formulaba una serie de propuestas y de iniciativas que
buscaban institucionalizar al más alto nivel de la relación entre Estados una serie de procesos
y de redes de intercambio internacional tomando como interlocutor las redes de
investigadores formadas en los países del Sur que, en el marco de las apuestas por un nuevo
orden económico mundial, desde perspectivas críticas habían promovido a escala
internacional el debate sobre las políticas de comunicación y la desigualdad de los flujos
informativos internacionales.226 Los autores le daban un perfil muy nítido a esta propuesta de
institucionalización de ciertas redes de cooperación intelectual internacional. Escribían:

Este observatorio que proponemos debería ser el lugar privilegiado de discusión y debate,
hasta de investigación común, entre investigadores de diferentes países, movidos por un
mismo deseo de participar en el advenimiento de otro modelo de internacionalización, de
otro modelo de intercambio entre los pueblos que el que responde a las solas fuerzas del
mercado (…). La investigación, por la pluralidad de participantes que asocia aquí en
Francia, es un dominio privilegiado donde es posible empezar a construir con otros
interlocutores del tercer mundo una política de cooperación de nuevo tipo. Relaciones de
sociedad civil a sociedad civil (una sociedad civil moviente), es un nuevo esquema de
enfoque que se dibuja para el análisis del impacto social y cultural de las nuevas
tecnologías que Francia exporta o transfiere a los países del tercer mundo. Los proyectos
de investigación internacionales deben apoyarse en las organizaciones de carácter
universitario o científico, pero no gubernamentales, el movimiento sindical, el

225
Concretamente Mattelart y Stourdzé proponían: a) la creación de una misión interministerial permanente
sobre las investigaciones y los progresos en cultura y comunicación; b) la creación de un instituto de
investigaciones tecnológicas en comunicación y cultura; c) la creación de una fundación para las innovaciones en
cultura y comunicación; d) la reestructuración del dispositivo de investigación fundamental en la universidad,
creando una sección del CNRS de las ciencias de la información y la comunicación; e) una política de
reagrupamiento para una producción audiovisual alternativa en la universidad; f) promover un debate público y
un programa movilizador de los ciudadanos sobre los desafíos de las tecnologías de comunicación. Ver la tercera
parte del informe, “Unas propuestas de estructuras” (Mattelart, Stourdzé, 1984: 235-252).
226
Mattelart y Stourdzé proponían por ejemplo la constitución de un “observatorio permanente y un lugar de
análisis de las estrategias industriales transnacionales. Sus principales objetivos consistirían en analizar el
proceso de internacionalización de las firmas industriales (del contenido y del continente) francesas, las
estrategias de internacionalización de los competidores extranjeros sobre el mercado interior y los mercados
exteriores, el impacto de las políticas de ‘desregulación’ y los grandes debates internacionales sobre estos temas”
(Mattelart, Stourdzé, 1984: 221-222).

214
movimiento feminista, etc. (…) ponen a disposición de los países del tercer mundo toda la
información disponible sobre las experiencias de comunicación democrática en Francia,
todos los resultados de estas ‘experimentaciones sociales’ (…) en la determinación de su
modelo de comunicación (Mattelart, Stourdzé, 1984: 221-222, 226-227).

El perfil del observatorio que proponían Mattelart y Stourdzé, de sus objetivos y de las
alianzas y actores sociales en los que se apoyaría, es claro y no requiere mayores comentarios.
Evidentemente tomaba como base una serie de experiencias, espacios y relaciones que
Armand Mattelart conocía bien de cerca y en algunos casos había contribuido a promover. La
participación sostenida a nivel estatal de una potencia industrial y política de las
características de Francia, hubiera modificado cualitativamente la composición y las
potencialidades de estos espacios. Pero eso sería hacer historia contrafactual. Lo cierto es que,
quiero poner de relieve, tampoco en este aspecto los balances de las SIC en Francia, ocupadas
en dar cuenta del papel que tuvo el rapport en su proceso de institucionalización, dieron
cuenta de las implicancias de esta apuesta.
En fin, otro aspecto relevante del informe es que Armand Mattelart y Yves Stourdzé
convocaron a una vasta comunidad de personas, grupos de trabajo e instituciones de todo el
país que, a pedido de los organizadores, enviaron especialmente contribuciones. Según la
visión retrospectiva de Armand Mattelart, se movilizaron para ello a unas doscientas personas
(Mattelart, 2002: 80-81).227 El segundo volumen del rapport, donde se anexaron los informes
complementarios, se publicó en abril del año siguiente por la misma casa de edición. Allí
Mattelart y Stourdzé seleccionaron y presentaron una parte de los artículos y colaboraciones
en las que se habían basado para elaborar el informe final. Puedo destacar de esta selección la
diversidad de las fuentes elegidas: desde organizaciones de la sociedad civil (L’Association
pour le droit à l’information économique et sociale, por ejemplo) hasta académicos
nacionales y extranjeros (Nicholas Garnham, Jesús Martín Barbero, entre otros); y muchas de
las temáticas de los artículos vinculadas a experiencias o grupos de activismo comunicacional
o cultural (Mattelart, Stourdzé, 1983). Una vez más, Mattelart oficiaba como mediador y
pasador cultural.
Que el trabajo formaba parte de un intento por redefinir las políticas al más alto nivel de
Estado lo muestra la conferencia de prensa que se hizo el 7 de diciembre de 1982 sobre los
problemas de las industrias de comunicación donde se presentó el informe. Estaban presentes
varios ministros del gobierno socialista, entre otros, Jean Pierre Chevènement, Ministro de la

227
Se puede consultar en el Anexo I del informe una síntesis de las personas y grupos que enviaron
contribuciones, según cada temática. (Mattelart, Soturdzé, 1984: 255-259).

215
Investigación y de la Industria, Jack Lang, Ministro de Cultura, y Georges Fillioud, Ministro
de Comunicación. En la conferencia se anunció la puesta en marcha de un plan de
“investigación imagen” y se comentó largamente el rapport Mattelart-Stourdzé sobre el
estado de la comunicación en Francia. Sin embargo, la advertencia que lanzaba ya allí
Armand Mattelart señalaba las tensiones y límites del proyecto socialista y da cuenta de la
posición del informe: “El gran riesgo —afirmaba— es pasar de una sociedad que durante
largo tiempo ha rechazado la reflexión sobre su dispositivo de comunicación a una sociedad
donde la fascinación tecnológica deje en la sombra toda interrogación sobre el modelo de
sociedad subyacente a estas elecciones técnicas” (Le Monde, 9 de diciembre de 1982. La
traducción es mía).
Las advertencias no eran en vano, pues las iniciativas propuestas en el informe no
llegaron a plasmarse (por ejemplo, la restructuración de la investigación universitaria y la
constitución de una sección “ciencias de la información” en el CNRS). El ministro
Chevènement en desacuerdo con el “giro de rigor” de la política económica anunciado en
marzo de 1983 renunció a su cargo ese mismo mes (aunque volverá al gobierno como
ministro de educación al año siguiente). En la visión retrospectiva de Armand Mattelart “[e]l
viraje operado tres meses más tarde [de la conferencia de prensa] en las prioridades
gubernamentales dejará sin efecto este anuncio ampliamente mediatizado” (Mattelart, 2010:
165. La traducción es mía). La tendencia se pronunciará a partir del gobierno Fabius en 1984,
que marcaría el cierre de una etapa. En líneas generales, el giro hacia políticas neoliberales del
gobierno será acompañado por un discurso redentor en torno a la cultura y la comunicación.228
De cualquier manera, es evidente que el proceso no fue inmediato ni lineal. A raíz del
rapport Mattelart-Stourdzé el director del CNRS, el físico Pierre Papon, le sugirió
(probablemente por orientación de Chevènement) al antropólogo Maurice Godelier,
responsable del departamento de ciencias sociales, que convocara a Armand Mattelart al
organismo (es sabido que, como indica Pierre Bourdieu en su Homo Academicus, el CNRS es
uno de los lugares por excelencia donde se distribuyen los indicadores de poder y prestigio

228
Un indicio y buen ejemplo de este viraje —que reenvía a la advertencia citada de Armand Mattelart en la
conferencia de prensa— es la realización el 12 de febrero de 1983 en el gran anfiteatro de la Sorbona de un
encuentro con intelectuales, las jornadas “Creación y Desarrollo”, impulsadas con el aval de Mitterrand por el
Ministro de Cultura, Jack Lang. Según François Cusset, la idea que organizaba el evento giraba en torno a poner
la cultura al servicio de una economía “rejuvenecida” y la “creatividad de todos al servicio del desarrollo”. En su
alocución final, Mitterrand se refirió al “advenimiento de una sociedad de la creación y la comunicación” y Jack
Lang, quien tomó la palabra a continuación, disparó que “la cultura debe ser movilizante y rentable (payant) en
tiempos de crisis económica”, y que la “idea de cultura ha comenzado a imponerse como una posibilidad de
resolver globalmente los problemas de la humanidad entera” (citado en Cusset, 2008 [2006]: 80).

216
científico en el campo académico francés (Bourdieu: 2008 [1984]: 60 y 258).229 Le
propusieron un puesto como consejero, en el que Mattelart permaneció poco tiempo, hasta
diciembre de 1983, cuando se oficializó su incorporación a la Universidad de Rennes-2 como
professeur en el departamento de información y comunicación y decidió dejar su lugar en el
centro. En la visión retrospectiva de Mattelart, su alejamiento se debió a que en el CNRS se
imponía una visión de la comunicación hegemonizada por Dominique Wolton, quien se
inscribía abiertamente en la tradición de la sociología clásica y en oposición a la sociología
crítica.230 El conflicto se daba por sus desiguales cuotas de poder de decisión en el organismo.
Mientras que Wolton había obtenido un puesto permanente el CNRS, Mattelart sólo tenía un
puesto temporario como consejero. Según su relato, frente a estas dificultades optó por las
posibilidades —en sus palabras— “más plurales” que le abría la Universidad de Rennes
(Mattelart, carta personal, marzo de 2011).

La comisión por un audiovisual latino (o el ocaso de la internacional popular de la


comunicación)

En el marco de las redefiniciones geopolíticas que implicaba la llegada de los socialistas


franceses al poder, se celebró en junio de 1982 en Venecia (con el antecedente que había dado
una reunión similar en Atenas, en 1978) una reunión de los Ministros de Cultura de los países
latinos, donde los representantes de España, Francia, Italia, México y Portugal se declararon
partidarios de promover mayores niveles de cooperación entre los países de lengua de origen
latino, encaminada, según el texto de la declaración final, “a establecer un equilibrio de los
potenciales de creación, difusión, intercambio y protección de los productos culturales” (en
Mattelart, Mattelart, Delcourt, 1984: 12). El gobierno de Francia llevaba la dirección y el peso

229
La sugerencia de Papon para incorporar a Mattelart al CNRS iba acompañada por una referencia al informe
Mattelart-Stourdzé en relación con la necesidad y la urgencia para definir un lugar para las ciencias de la
comunicación en el organismo. Papon le escribía una nota a Godelier fechada el 23 de junio de 1983: “He
tomado conocimiento del informe presentado al ministro sobre el tema tecnología, difusión de la cultura y
comunicación. El diagnóstico que lista de nuestras debilidades es impresionante (…). La tarea es entonces
importante y me parece urgente que una reflexión de gran amplitud se instaure sobre este tema a fin de
determinar, de una parte, las investigaciones que debemos llevar adelante, de otra parte, el marco institucional
que sería conveniente dotar para ello” (en Mattelart, 1999: 21. La traducción es mía).
230
Coinciden los testimonios de personas cercanas a Mattelart en señalar que las disputas entre Mattelart y
Wolton en el organismo fueron fuertes (Tristán Mattelart, entrevista concedida al autor, 2011; Jacques Guyot,
entrevista concedida al autor, 2011). También en señalar que el perfil intelectual de Armand Mattelart no se
llevaba bien con las disputas y dinámicas institucionales y burocráticas del CNRS. Su colega y amigo Michael
Palmer sintetiza la tensión con un viejo refrán inglés: “esa no era su taza de te” (Michael Palmer, entrevista
concedida al autor, 2011). La formación del Instituto de las ciencias de comunicación del CNRS que proponía
Mattelart en 1982 tardó más de veinte años. Fue creado en junio de 2006, bajo la dirección y orientación,
precisamente de Dominique Wolton.

217
de la iniciativa y por ello le fue encomendada la iniciativa de explorar estas alternativas. No
era casual que el nuevo gobierno socialista le diera un perfil propio al intento por reinsertar a
Francia en el concierto de las potencias internacionales donde, frente a la creciente hegemonía
norteamericana, el establecimiento de pautas propias para orientar el desarrollo tecnológico y
la producción cultural se visualizaba como una cuestión estratégica. En ese marco, como
observaba lúcidamente Nicholas Garnham, la política del gobierno socialista francés, que
buscaba dar una respuesta propia alternativa al norteamericanismo, lo llevaba a una política
de alianzas tercermundistas (Garnham, 1984: 2).231
En esta línea intervenía en la Conferencia Mundial sobre las políticas culturales que
tuvo lugar en México en julio de 1982 Jack Lang, Ministro de Cultura del gobierno socialista
francés, marcando explícitamente su política en torno a la redefinición de las alianzas y
solidaridades internacionales. Lang clamaba en pro de una “verdadera resistencia cultural” y
contra el “imperialismo financiero e intelectual”.232 La declaración, formulada de boca de un
representante oficial de una gran potencia industrial y de un país de tradición colonial,
suponía una novedad y marcaba una fuerte toma de posición. Lo cierto es que la Conferencia
sobre Políticas Culturales de México ponía en evidencia que sectores dirigentes de potencias
como Francia comenzaban a percibir, por un lado, los vínculos entre economía y cultura y,
por otro, las amenazas de la transnacionalización que muchos países del Tercer Mundo venían
planteando pública y colectivamente al menos desde la conferencia de Argel de 1973. La
creciente mercantilización de la producción cultural y la emergencia de toda una serie de
nuevas tecnologías de comunicación proyectaban la cultura al corazón mismo del dispositivo
industrial y político. Como observaba Armand Matteart por entonces, para la mayor parte de
los países europeos, esta situación era una “novedad radical” (Mattelart, Mattelart, Delcourt;
1984: 47).
En este marco y con el antecedente inmediato de su participación en la comisión
Mattelart-Stourdzé que elaboró un informe sobre el estado de la investigación en
comunicación en Francia para el Ministerio de Industria e Investigación, Jack Lang le encargó

231
En junio de 1982 François Mitterrand presentó un informe en la cumbre del G7 en Versalles (a las que
asistieron, entre otros, Ronald Reagan y Margaret Thatcher) titulado Tecnología, empleo y crecimiento. Su
intervención expresaba cómo la tecnología y la cultura se asumían como una apuesta industrial a la vez que
político-cultural (Mattelart, Mattelart, Delcourt, 1984: 26).
232
Afirmaba Jack Lang: “La creación cultural y artística (…) es víctima hoy día de un sistema de dominación
financiera multinacional contra el cual hay que organizarse ahora (…) ¿Acaso es nuestro destino el de
convertirnos en los vasallos del inmenso imperio del lucro? Nosotros deseamos que esta conferencia sea la
ocasión para que los pueblos, por mediación de sus gobiernos, hagan un llamamiento en pro de una verdadera
resistencia cultural. En pro de una verdadera cruzada contra esta dominación. Contra —llamemos a las cosas por
sus nombres— este imperialismo financiero e intelectual” (Mattelart, Mattelart, Delcourt, 1984: 27).

218
a Armand Mattelart la conformación de una comisión con el objetivo de elaborar un informe
de investigación que identificara las condiciones de viabilidad para la construcción de un
“espacio audiovisual latino”.233 Con este impulso Armand Mattelart presidió la llamada
Comisión por un Espacio Audiovisual latino que se desarrolló desde el 15 de noviembre de
1982 hasta el 30 de junio de 1983 y que reunió la colaboración de investigadores y de
hombres y mujeres vinculados a la producción cinematográfica y audiovisual de Francia,
España, Italia y Latinoamérica. El informe final, elaborado por Armand Mattelart, Michèle
Mattelart y Xavier Delcourt, fue remitido al Ministerio de Cultura francés en julio de 1983.
Como vimos, por entonces las orientaciones del gobierno socialista se habían modificado
drásticamente. Según la visión retrospectiva de Armand Mattelart, el informe fue archivado
sin mayores repercusiones o consideraciones (Mattelart, 2010: 166) por lo que su autor se
decidió a publicarlo como libro sin la autorización del Ministerio.
¿La cultura contra la democracia? Lo audiovisual en la época transnacional, fue
publicado entonces por La Découverte. El informe actualizaba el análisis de los desequilibrios
que ponían de manifiesto los flujos internacionales en materia de cultura, información y
comunicación, y situaba estas tendencias en relación con su vínculo con la industria y las
grandes tendencias inherentes a la restructuración de la economía internacional. Los autores
señalaban las tensiones existentes, sobre todo respecto al contexto político francés, entre el
proyecto de democratización de la sociedad (que requería una apropiación tecnológica) y el
imperativo industrial y sus presiones tendientes a la conquista de mercados exteriores;
también los contextos de emergencia y el papel de las experiencias que en el Tercer Mundo y
sobre todo en América Latina habían puesto de relieve la cuestión de los flujos desiguales de
la información y sus vínculos con la economía, y en el mismo plano las condiciones que
explicaban la ausencia de tal problematización en países como Francia donde, por ejemplo,
había tenido pocas repercusiones la difusión de las conclusiones del informe Mac Bride. En
este sentido los autores manifestaban su apuesta por el nacimiento de un espacio de
cooperación e intercambio intelectual internacional, que surja de la confrontación “no sólo de
experiencias, sino también de las diferentes herencias históricas, culturales y económicas”.
Solamente esta puesta en común de ideas, realidades y proyectos múltiples, afirmaban “podía
garantizar la preservación de las diversidades en esta búsqueda de nuevas solidaridades
internacionales” (Mattelart, Mattelart, Delcourt, 1984: 12).

233
Además del Ministerio de Cultura, apoyaban la iniciativa el Ministerio de Industria e Investigación, el
Ministerio de Comunicaciones, del Ministerio de Correos, Telecomunicaciones y Teledifusión, del Ministerio de
comercio exterior y del alto comité para la lengua francesa (Mattelart, Mattelart, Delcourt, 1984: 12)

219
Como he señalado, tal vez esta iniciativa sea expresión del momento más alto de
institucionalización de este espacio de intercambio y cooperación que denomino internacional
popular de la comunicación (o de esta esfera pública internacional popular a la que me he
referido en la introducción de esta tesis; noción sobre la que voy a volver) de las que Armand
Mattelart fuera mentor y organizador. Como es sabido, la iniciativa tendría poco éxito frente a
la ofensiva global de las políticas de des-reglamentación y privatización neoconservadora
promovidas a partir de los años ochenta. Aun así, quiero subrayar que fue la persistencia de
una serie de intervenciones intelectuales de este tipo lo que hizo posible que ciertas
problemáticas se extendieran al campo académico e intelectual y de allí al campo de la
formulación de iniciativas culturales y políticas desde los Estados. En este sentido, varios
referentes del campo de las ciencias de la comunicación europeos destacaban a raíz de la
traducción de ¿La cultura contra la democracia? el papel de Armand Mattelart. Enrique
Bustamante (profesor de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad
Complutense de Madrid y uno de los referentes de economía y sociología de la comunicación
europea), a cargo de la presentación de la versión española del libro, situaba de manera
precisa su aparición del libro en un contexto de cambios estructurales en materia
comunicacional y señalaba la necesidad de revisar cierto modo “eurocéntrico” desde el que se
visualizaba la producción de conocimiento de los países periféricos desde los países centrales.
Este era para él uno de los méritos del informe, que le adjudicaba a Armand Mattelart
(Bustamante, 1984).234 En un sentido similar, en su introducción a la edición inglesa del libro
(fue traducido como: International Image Markets: In search of an alternative perspective),
Nicholas Garnham señalaba su valor para el lector inglés, un lector que en primera instancia
podría considerar el trabajo elaborado por la comisión del audiovisual latino como algo ajeno.
Garnham subrayaba el aporte de Armand Mattelart al pensamiento comunicacional,
destacando su experiencia chilena como punto de partida para la formación de “una

234
Escribía Bustamante: “Cuando parece que está comenzando a derrumbarse la absurda arrogancia y la
increíble miopía que durante años llevó a muchos países europeos a considerar como ajena y tercermundista toda
la problemática del desequilibrio informativo y de las políticas nacionales de comunicación, resulta importante
también proclamar la necesidad y la urgencia de intercambiar y compartir en ese espacio latino las experiencias
comunicativas, los análisis y las teoría desarrolladas al Norte como al Sur. Y ello es particularmente en el caso
de América Latina, en donde los estudios críticos de la comunicación se han desarrollado de forma notable, al
impulso de su carácter de región piloto para lo bueno y para lo peor, para las alternativas en comunicación y para
la transnacionalización de la información” (Bustamante, 1984: V). Y agregaba más adelante: “No resulta extraño
que esta reflexión y la línea de investigación que deriva de ella haya sido avanzada por una serie de analistas de
la comunicación en el contexto de la Francia gobernada por los socialistas. Ni que el propio Armand Mattelart
haya estado a la cabeza de ese avance tanto en el presente informe ‘por un espacio audiovisual latino’ como en
los resultados de otra reciente comisión de estudio co-dirigida con Yves Stourdzé” (Bustamante, 1984: VI).
Bustamante lo estaba relacionando, evidentemente, con la experiencia chilena de Armand Mattelart.

220
perspectiva tercermundista rara entre los scholars occidentales” (Garnham, 1984: 4. La
traducción y las siguientes son mías). Pero, continuaba, “mucho más rara ha sido su habilidad
para evitar la trampa del tercermundismo de gueto, al poner en relación las lecciones
aprendidas del Tercer Mundo con los problemas de Europa y viceversa”. De allí que, concluía
Garnham, el trabajo de Armand Mattelart era “un modelo de internacionalismo en su mejor
sentido” (Ibid.).

La crisis de la izquierda y el cambio de episteme

Poco tiempo después Armand Mattelart emprenderá (en colaboración con Michèle Mattelart)
la redacción de Penser les médias (1986) un libro sin duda bisagra en su itinerario donde
trazará un balance exhaustivo de la investigación en comunicación y de lo que evaluaba era
un profundo cambio de paradigma que se estaba produciendo en el seno de las ciencias
sociales y el pensamiento de la izquierda en general. Esta revisión coincidía, en las palabras
de los propios autores, con la puesta en duda de las propias certidumbres que habían
gobernado hasta entonces sus posiciones teóricas: “Al repensar la historia de la investigación
de la comunicación, es también la historia de un itinerario personal la que se esboza”,
indicaban en su prólogo a la edición española de 1987 (Mattelart, Mattelart, 1987 [1986]: 22).
La evaluación de los “nuevos paradigmas” que informaban la teoría y el pensamiento social,
esto es, lo que Armand y Michèle Mattelart llamaban el pasaje de un pensamiento de lo
mecánico a un pensamiento de lo fluido, debe ser leída entonces en una clave autobiográfica
que interrogaba su propia trayectoria intelectual y, evidentemente, también cierto modo de
entender el marxismo. 235 “Creíamos haber tenido certidumbres”, afirmaban en una primera
persona del plural, refiriéndose por ejemplo a su relación con el estructuralismo y la creencia
que irradiaba de “estar en posesión de un método unitario, válido para toda las ciencias”
(Mattelart, Mattelart, 1987 [1986]: 70). Por contraste, las derivas de los planteos foucaultianos
en ruptura con las concepciones de un poder centralizado y localizado, el retorno del sujeto y
las subjetividades, el análisis de las micro-interacciones, los procedimientos de consumo o el

235
Las metáforas refieren, antes que a un corpus definido de teorías y conceptos, a un modo de pensamiento.
Escribían: “Con la ‘mecánica’ teníamos lo sólido, teníamos lo alto y lo bajo, el antes y el después, el infra y el
supra, con el séquito de metáforas mediante las cuales se intentaba expresar el sentido dado a la historia, al
progreso, a los desequilibrios de fuerzas, a la dinámica del movimiento social. La célebre metáfora de Marx, de
la sociedad como edificio, con la famosa estructura base/superestructura ¿no es acaso el mejor ejemplo de esta
forma de pensamiento?”. Y a continuación agregaban: “El montaje sincopado de lo social, plano contra plano, ha
sido sustituido por el montaje fundido-encadenado. El primero indicaba el antes y el después, las jerarquías, la
fuente y el destinatario, la causa y la consecuencia, las rupturas y las continuidades” (Mattelart, Mattelart (1987
[1986]: 75).

221
lugar del placer en los procesos de comunicación, por oposición a los enfoques lineales o
centrados en el texto mediático o los grandes dispositivos de poder, todas estas perspectivas,
entendían los Mattelart, renovaban los modos de comprender el funcionamiento de las
sociedades y su relación con la comunicación. En este sentido, escribían, “nunca podremos
subrayar bastante la importancia de esta ruptura”, pues representa, afirmaban, “un avance
considerable para la comprensión de lo real” (Ibid.: 83) cuyo mérito, agregaban, era “poner en
duda el carácter de certezas lisas y unívocas que tenían las categorías y los paradigmas que
durante mucho tiempo se han enseñoreado del pensamiento crítico” (Ibid.: 84).
Ahora bien, a renglón seguido señalaban que el nuevo paradigma de lo fluido sólo podía
leerse de forma ambivalente. Ahí estaba para probarlo la proliferación de teorías e
investigaciones donde se hacía patente una serie de “olvidos”: de la economía, de las grandes
macro-estructuras, del papel del Estado o del poder de los textos mediáticos, como
dimensiones ineludibles para comprender lo real. De allí la necesidad que observaban de leer
estos nuevos paradigmas en todo su ambigüedad y preguntarse una y otra vez a lo largo del
libro si acaso no formaran parte también de un nuevo régimen de verdad adecuado a los
nuevos modos de gestión de lo social y de producción de nuevas legitimidades.236
Retomo entonces la cuestión en torno a lo que entiendo es cierta inflexión en el
itinerario vital e intelectual de Armand Mattelart que se puede señalar hacia mediados de los
años ochenta. Pues su estabilización laboral en la universidad coincide también con una
inflexión definitiva en la política francesa que podría caracterizar, si se me permite tomar de
manera rápida la noción de Michel Foucault, como un verdadero cambio de episteme. 1984,
según François Cusset, representa el año del triunfo definitivo del liberalismo en Francia,
como orientación de las políticas económicas como —y sobre todo— en tanto horizonte
ideológico. En este sentido me interesa situar el desplazamiento de Armand Mattelart en
relación con la profunda desilusión que había producido la inclinación definitiva del gobierno
socialista hacia el neoliberalismo. Para ello son elocuentes las primeras palabras del prólogo a
la edición francesa de Penser les médias, donde se pueden leer las huellas de una intensa
decepción que era personal y colectiva: “En cinco años, escasamente, Francia se ha
reconciliado con los medios. ¿Quién reconocería en esta Francia de hoy a aquella a la que
236
Esta cuestión planteada en Pensar sobre los medios —la ambigüedad como un lugar desde donde de leer las
mutaciones del pensamiento—, no ha sido lo suficientemente atendida por quienes sólo pusieron el acento en la
evaluación positiva que hacían los Mattelart sobre los nuevos paradigmas. Por el contrario, una lectura atenta
revela que frente a cada reconocimiento de los cambios y complejizaciones que se experimentaban en el campo
de la teoría social —aspecto que se encargaban bien de subrayar— los Mattelart no dejaban de observar lo que
entendían eran ciertos claroscuros y ambigüedades. Es esta ambigüedad de su propia posición (tal vez un lúcido
desconcierto en torno a una época de grandes mutaciones en los modos de pensar), lo que hace compleja la
lectura del libro. Ver como ejemplo de esta lectura parcial, Efendy Maldonado Gómez de la Torre (2003).

222
tanto trabajo le costó entrar en la modernidad tecnológica”, se interrogaban, con algo de
perplejidad los autores, señalando el cambio definitivo en el panorama mediático y cultural
(Mattelart, Mattelart 1987 [1986]: 25). Al duplicar el número de sus cadenas de televisión
Francia había pasado, definitivamente, de la penuria a la abundancia de imágenes. Con su
política de liberalización de las redes, la izquierda había tenido éxito, escribían los Mattelart,
“allí donde no se la esperaba”: fue seducida por los medios y buscó seducir a través de la
lógica mediática. En definitiva, trazaban un temprano balance, la izquierda socialista en pocos
años habría conseguido lo que “el capital y las fuerzas del mercado no habían logrado hacer:
habrán contribuido a otorgarle plena legitimidad a esta lógica” (Ibid.: 26). En líneas generales,
al señalar su propia desazón y perplejidad, los Mattelart ponían en evidencia cómo la
desilusión con el gobierno Mitterrand —aun desde la mesura que había marcado su
expectativa original, por cierto— contribuía a una profunda reconfiguración de los horizontes
político-ideológicos.237
Algunos historiadores (que con más distancia analizan el período), coinciden con lo que
ya entonces sospechaban Armand y Michèle Mattelart cuando señalaban lo que entendían era
la emergencia hacia mediados de los años ochenta de un nuevo régimen de verdad; el relato
sobre el fin de la política y el fin de la historia, el repliegue sobre el individuo, la
rehabilitación de la empresa, el optimismo tecnologicista, configuraron, entre otros elementos,
sus tópicos centrales (Cusset, 2008 [2006]: 100). En este punto, el papel desempeñado por los
socialistas fue crucial, por no decir, fatal: imposible de ser criticada bajo la pena de hacerle el
juego a sus enemigos, pero también imposible de no criticar, bajo pena de deshonestidad
intelectual, la izquierda en el poder promovió en el campo intelectual la cuota justa de silencio
o perplejidad que acompañó una profunda mutación de los horizontes político-culturales. Al

237
En relación a las expectativas —como vimos no demasiado desmesuradas— que habían depositado en la
izquierda y lo que ésta había producido a cambio, escribían los Mattelart en Pensar sobre los medios:
“No se le pedía a la izquierda que resolviera lo imposible. Se le pedía, no obstante, que manifestara por qué
todos los posibles no eran tales.
No se le pedía a la izquierda que resolviera todas las desigualdades. Se le pedía, no obstante, que no produjera un
discurso que aparentaba como si ya no existiesen, que aparentaba que la liberación llegaría dejándose guiar por
los condicionamientos.
No se le pedía que escapara de milagro a las fuertes tendencias de la internacionalización de las culturas y de las
economías. Se le pedía, no obstante, que no presentara como ineluctable la elección de un empresario italiano [se
trata de Silvio Berlusconi cotitular en ese momento y desde 1985 de la quinta cadena de televisión francesa]
para lanzar una quinta cadena, invocando la profesionalidad y la técnica por encima de cualquier otra
consideración de orden cultural.
No se le pedía que le dijera ‘Go home’ a Disneylandia [refieren a la instalación del complejo de diversiones
Eurodisney en las afueras de París]; se le pedía, no obstante, que no nos lo presentaran, una vez más, como una
solución ineluctable en nombre de la lucha contra el desempleo” (Mattelart, Mattelart, 1987 [1986]: 26-27). La
elocuencia de las palabras me ahorra comentarios.

223
perder su oportunidad histórica, observaba Felix Guattari, la izquierda desencantó al conjunto
de la sociedad francesa, y tal vez en primer lugar, a los intelectuales (Guattari, 2009).
Por supuesto, las mutaciones en el mundo intelectual obedecían también a
transformaciones profundas sobre las que no me puedo extender aquí, pero entre las que se
pueden mencionar: los nuevos modos de subsunción del trabajo intelectual y la producción de
saber a la ley del valor, y con ello la necesidad de reorganizar el sistema de enseñanza
superior (Bolaño, 2005); la reorganización del peso específico de los campos de producción
simbólica bajo la dominancia de los medios audiovisuales y, con ellos, la introducción de las
lógicas de mercado en la producción cultural (Debray, 1979, Bourdieu, 1997, Dosse, 2006,
Champagne, 2007, entre otros). Evidentemente, y por último, pero no por eso menos
importante, es ineludible hacer una referencia a la estigmatización y la crisis del pensamiento
de izquierda que produjeron los debates sobre la situación de los países del llamado
“socialismo real” y las polémicas en torno a los vínculos entre socialismo y democracia que,
en Francia, como vimos, habían tenido ya hacia fines de los años setenta un particular e
intenso despliegue. Lo cierto es que, en este marco, se producirá una modificación profunda
de la vida intelectual en Francia. En líneas generales estará marcada por el declive de todas las
modalidades de la figura del intelectual comprometido, por el triunfo de la figura del
intelectual en tanto experto, y, por último, por la desarticulación de buena parte de las redes
de producción y sociabilidad vinculadas al mundo cultural de la izquierda y las formaciones
culturales alternativas.238
Aun así, en el caso de Armand Mattelart, es posible observar que todavía mantenía hacia
fines de la década una relación de pertenencia intelectual, aunque en tensión, con el espacio
del pensamiento de la izquierda marxista. En la primavera de 1988 fue convocado (junto a
Michèle Mattelart y Bernard Miège, entre otros) a un debate sobre “comunicación y política”
organizado por el Institut de recherches marxistes (un centro de investigación perteneciente al
PCF) que prolongará las intervenciones de los participantes en un dossier especial sobre
comunicación de su revista, Société Française. Allí, en una entrevista a los participantes
(titulada: “Debate: marxismo, medios y comunicación”) Armand y Michèle Mattelart
relataban, frente a la pregunta por el lugar del marxismo en las investigaciones sobre
comunicación en Francia, su acercamiento a esta tradición en América Latina, y reivindicaban

238
El cierre de la emblemática casa de ediciones François Maspero en 1982 se puede leer como un índice
simbólico pero también material de esta contracción de los espacios de producción, circulación y socialización
del pensamiento de la nueva izquierda francesa emergente desde la movilización contra la guerra de Argelia y,
en especial, del marxismo. Sobre la historia de las ediciones Maspero y su rol en el desarrollo de espacios de
socialización de la nueva izquierda francesa y del pensamiento marxista ver Hage, (2009).

224
lo que entendían todavía eran los aportes de la escuela de Frankfurt y de Antonio Gramsci en
relación con la comprensión del fenómeno cultural (Mattelart, Mattelart, Miège, Fourniau,
1988).
En este punto entiendo entonces que debe situarse la relación de Armand Mattelart con
el marxismo a partir de los años ochenta. Es elocuente que en Pensar sobre los medios junto a
Michèle Mattelart ampliaran sus observaciones críticas respecto al “teoricismo althusseriano”,
o respecto a lo que llamaban el “culto al didactismo” y a la “moral del esfuerzo” que, movidos
por un optimismo historicista que suponía era ineluctable la victoria del socialismo,
expresaban una “dimensión religiosa del marxismo” (Mattelart, Mattelart, 1987 [1986]: 129).
Ahora bien, aun así, entiendo que el giro que expresa Pensar sobre los medios en el
pensamiento de Armand Mattelart tendrá que ver menos con una ruptura o alejamiento
absoluto (a la moda por entonces) del marxismo como tradición teórica239 (una tradición que,
por otra parte y como veremos, continuará muy presente en los modos en que Mattelart
construirá sus problemas y objetos de pensamiento a partir de las referencias de Walter
Benjamin o de Antonio Gramsci, entre otros) sino, en todo caso, con cierto abandono de la
pretensión, que expresaba sin ambigüedades el proyecto editorial alrededor de
Communication and Class Struggle, de construir una teoría o pensamiento sobre la
comunicación y la cultura exclusiva y estrictamente —aunque su mapa de referencias fuera
amplio y flexible— desde los marcos de esa tradición. En este contexto de crisis del
pensamiento de izquierda, Armand Mattelart mantuvo una relación ambigua y en tensión con
el marxismo y sin duda profundizó la ampliación del horizonte de referencias teóricas que
habían caracterizado su itinerario intelectual.
En este sentido, es interesante observar que en la entrevista en Société Française
Armand Mattelart marcaba una diferencia entre lo que a su juicio había sido la influencia y la
239
Es interesante reponer el testimonio que en el mismo número de la revista Société Française que he citado el
historiador Serge Wolikow, a cargo del editorial, daba de lo que entonces entendía como una reducción de los
espacios de producción y debate marxista. Escribía: “Es necesario dimensionar bien el ataque generalizado del
que el marxismo es hoy objeto. No solamente de parte de sus adversarios tradicionales. ¿Cómo se podría no
tener en cuenta el rechazo ostensible del marxismo por aquellos mismos que lo aceptaron en tiempos mejores y
que hoy lo acusan en nombre de un retorno al cristianismo social (…) ¿No es hoy el PCF la única fuerza social
que sostiene efectivamente el desarrollo de las investigaciones marxistas en nuestro país?” (Wolikow, 1988. La
traducción es mía). Más allá de que fuera exacta o no la última afirmación (evidentemente es interesada y
desconoce la posible existencia de otros grupos de producción), es innegable que indica un cuadro de situación
pues, aun si fuera absolutamente verosímil que algún grupo, personaje o partido hubiera pretendido tiempo atrás
arrogarse representar la línea de interpretación “auténtica” o “correcta” del marxismo, es evidente que nadie
hubiera podido imaginarse diez o quience años antes como el único espacio de producción de una referencia
teórica marxista, como lo hace Serge Wolikow. Por otra parte, la posibilidad de que el PCF se presentara como
uno de los pocos espacios vinculados al desarrollo y debate de la teoría marxista, no suponía, es evidente,
necesariamente un signo de vitalidad de la producción teórica ni de la existencia de un espacio de referencia
intelectual, a esa altura de los acontecimientos, investido de una gran legitimidad.

225
operacionalización que se había hecho de la teoría althusseriana en América Latina, que había
permitido una “ruptura epistemológica” con las teorías funcionalistas, el análisis de contenido
manifiesto de los mensajes y de la comunicación y la sociedad en términos de relaciones
interpersonales, del uso que se le había dado en Francia, donde en su visión, había
predominado una apropiación “elitista” y “jerárquica” que “ninguneaba” el análisis de los
medios y la cultura de masas (Mattelart, Mattelart, Miège, Fourniau, 1988). Así formulada,
esta distinción permite interpretar mejor el pasaje de Pensar sobre los medios donde Armand
y Michèle Mattelart poco tiempo antes la habían emprendido contra el “teoricismo
althusseriano” que vinculaban a ciertas posiciones (paradójicamente anti-intelectualistas) del
Partido Comunista Francés, pues entiendo que al usar esta expresión algo ambigua evitaban
referir directamnente a la propia teoría de Althusser (en la cual, como voy a argumentar en el
capítulo 6, podía leerse también una teoría de la causalidad estructural o compleja presente
de manera sutil pero firme en la crítica de la economía política de la comunicación que
Armand Mattelart emprendería en los primeros años de la década del ‘80) diferenciándola de
ciertos usos y apropiaciones —sobre todo en Francia— de parte de grupos referenciados
alrededor de ella. 240

Un tardío y relativo reconocimiento académico

En fin, en el nuevo marco que he definido y situado en un contexto de estabilidad


institucional, a partir de Penser les médias Armand Mattelart emprenderá un ambicioso
proyecto de investigación histórica (al que me voy a dedicar en el capítulo 7) que le reportará

240
Escribían: “el teoricismo althusseriano, encerrado en la racionalidad de la reproducción social, consideraba la
‘estructura’ como una máquina autosuficiente y autoabastecida. Nueva versión del funcionalismo de izquierdas,
se administraba, esencialmente, al margen de las contradicciones sociales que atravesaban tanto el Estado como
la sociedad civil”. Y agregaban más adelante: “Añadamos que el teoricismo althusseriano se adaptaba muy bien
al papel atribuido a los intelectuales por el Partido [en referencia al PCF], que les permitía producir conceptos y
les dejaba que creyeran que así cambiaban el mundo” (Mattelart, Mattelart, 1987 [1986]: 37). En rigor, ya en su
introducción al primer volumen de Communication and Class Struggle (1979) Mattelart comparaba las derivas
de la teoría althusseriana en Francia y América Latina, e intentaba distinguir el planteo althusseriano de sus
apropiaciones. Escribía: “Una de las mayores dificultades de la teoría althusseriana de la ideología es que su
concepción monolítica y vertical del funcionamiento de los aparatos de dominación ideológica no concibe como
tema las contradicciones de clase. El efecto más palpable de esta perspectiva es que su campo de observación
casi que deja de lado las prácticas de resistencia contra la dominación ideológica de las clases dominadas, como
así también las incoherencias internas que caracterizan el funcionamiento de estos aparatos ideológicos. Esta
observación, sin embargo, no intenta invalidar el concepto de Aparato Ideológico de Estado (o, en palabras de
Gramsci, de los Aparatos de Hegemonía), sino solamente preguntarse por el modo en que este concepto es
definido en la teoría marxista francesa. En América Latina, la influencia de la teoría althusseriana, que en sus
inicios fue un paso decisivo en la crítica de los aparatos ideológicos, luego, con la profundización del proceso
político, fue relativizada o refutada por la dura realidad de la lucha de clases” (Mattelart, 2010 [1979]: 34. El
subrayado es mío).

226
de parte de sus colegas en la universidad y las revistas especializadas en comunicación en
Francia un reconocimiento que, tal vez, le llegaba tardíamente (en 1986 Mattelart cumplía 50
años) y que por cierto sería relativo.
Enumero algunos posibles indicadores de esta consagración relativa a partir de los años
noventa: Armand Mattelart fue invitado junto a Michèle a colaborar con una entrada en el
Dictionnaire critique de la communication que coordinó y publicó para PUF (Presse
Unniversitaires de France) Lucien Sfez en 1993 (Sfez, 1993), un diccionario enciclopédico
en dos tomos que sumaban más de mil páginas y en el que colaboraron de más de trescientos
especialistas de varios países. Se trataba, por cierto, de un reconocimiento parcial hacia las
figuras de Armand y Michèle Mattelart, pues los autores escribieron una sola entrada (no
casualmente dedicada a los vínculos entre “comunicación y crisis”) en un trabajo donde se
reiteraban otras colaboraciones (Mattelart, Mattelart, 1993: 1011-1015). Evidentemente, como
veremos en el capítulo 7, Armand y Michèle Mattelart tenían con Lucien Sfez posiciones
teóricas muy divergentes.
Por otra parte, los libros de Armand Mattelart publicados desde lo primeros años de la
década del noventa, como La comunicación-mundo, La invención de la comunicación,
Historia de la utopía planetaria, por nombrar sólo algunos de ellos, recibieron a su salida
elogiosas reseñas críticas en las principales revistas locales dedicadas a los estudios en
ciencias de la información y la comunicación, como la revista Réseaux, fundada por Patrice
Flichy desde 1983 o la revista Hermes, fundada y dirigida por Dominique Wolton en 1988
desde el CNRS (ver las reseñas respectivas: Palmer, 1992; Pailliart, 1994; Soulez, 1994, entre
otras).
Es importante también hacer notar que Armand Mattelart será citado como una de
figuras relevantes en la constitución del campo en toda una serie de estudios dedicados a
reconstruir la historia de las ciencias de la información y la comunicación en Francia,
balances que proliferaron por esos años y que indicaban entonces un grado de avance en su
proceso de institucionalización disciplinar (ver, entre otros, Flichy, 1980; Boure, 1997;
Miège, 2000; Meyrat y Miège, 2002).
En relación con ello y como último indicador, es importante notar que desde entonces
Armand Mattelart será entrevistado como voz de autoridad en diversas revistas
especializadas, de las que se pueden destacar en el número de mayo-junio de 1999 dedicado a
la historia de la investigación en información y comunicación en Francia de Dossiers de
l’audiovisuel, la revista del Institut National de l’audiovosuel (INA), por su papel en el
rapport Mattelart-Stourdzé (Pineau, Raynoud, 1999), y por el mismo tema en la revista MEI

227
Médiation & Information, en 2001 (Lancien, Thonon, 2001). Más contemporáneamente,
Michael Palmer le dedicará una entrevista en torno a su itinerario intelectual en la revista Le
Temps des médias, en 2008 (Palmer, 2008), y el canadiense Michel Sénécal publicará en 2010
un libro basado en una serie de largas entrevistas de carácter autobiográfico con Armand
Mattelart que publicará ediciones La Découverte (Mattelart, 2010). Este libro, Pour un
regarde-monde, recibirá sus respectivas reseñas críticas, como la de Loïc Ballarini, de la
Universidad París-8, quien definirá a Armand Mattelart como una de las figuras del campo de
la que no se podía desconocer sus producciones si se quería abordar seriamente este dominio
de actividad (Ballarini, 2010).
En suma, si bien entonces se puede hablar de un cierto reconocimiento tardío por parte
de sus colegas en el campo de las ciencias de la información y la comunicación en Francia,
también entiendo que se trata de una consagración parcial si se toma en cuenta el campo
académico y de las ciencias sociales francesas de conjunto. Pues, alejado de las grandes
instituciones que se ubican en la cima de la jerarquía universitaria (como he dicho, tanto la
Universidad de Rennes-2 como la Universidad de París-8 son universidades de la periferia
geográfica e institucional) y de las disciplinas consagradas (como he argumentado, las SIC en
Francia por varios motivos carecen aun hoy de la legitimidad de las grandes disciplinas de las
ciencias sociales y las humanidades) se puede decir que Armand Mattelart ocupará una
posición consagrada relativa en su campo disciplinar y a la vez periférica si se toma en cuenta
en su conjunto el sistema de posiciones del campo académico e intelectual francés. La
constancia de su enfoque crítico y de una relación con el marxismo que, aunque pendular y
cada vez menos declamada, nunca dejó de concebirse como una relación de identificación, en
un contexto de pérdida de legitimidad de esta tradición y de la disolución de una serie de
instituciones y formaciones culturales del mundo de la izquierda (como toda la serie de
revistas de las cuales, como vimos, Armand Mattelart fue —entre mediados de los años
setenta y mediados de los años ochenta— un infatigable animador) también contribuyen a
explicar el desarrollo tardío de este reconocimiento parcial y limitado a su campo disciplinar.
Pues también debe considerarse que en este marco y exceptuando sus colaboraciones —
esporádicas pero constantes— en Le Monde Diplomatique o la Encyclopaedia Universalis241
(medios no especializados pero tampoco de alcance masivo), Armand Mattelart se mantendría
alejado de las intervenciones públicas en grandes medios de comunicación, en contraste, por
citar algunos ejemplos, con Dominique Wolton (que tuvo más exposición pública, en parte

241
Algunos artículos publicado durante la década del noventa en esta enciclopedia fueron compilados en una
edición chilena, de la editorial LOM, titulada Geopolítica de la cultura (Mattelart, 2002).

228
desde su capital científico como miembro del CNRS), o Regis Debray (desde un capital
simbólico acumulado por sus conocidas intervenciones político-intelectuales).

Coda en torno a la colección Repères: una recepción latinoamericana sin su contexto de


producción

En esta caracterización de la posición de Armand Mattelart en el campo académico y en el


campo intelectual francés a partir de los años ochenta y sobre todo los noventa, quisiera
agregar un último aspecto poco conocido en América Latina y que es vital para caracterizar su
itinerario y su perfil. Pues paralelamente a los trabajos de largo aliento (La comunicación-
mundo, La invención de la comunicación, Historia de la Utopía planetaria, La globalisation
de la surveillance [Un mundo vigilado]) Mattelart escribió y publicó entre mediados de los
años noventa y mediados de la primera década del siglo XXI varios libros didácticos y de
divulgación científica en la colección Repères (en español repère significa “señalamiento”,
“referencia”) de la editorial La Découverte, y uno en Que sais-je? (¿qué se yo?) una colección
de divulgación tradicional de Presse Universitaires de France (PUF).
Como es sabido, La Découverte fue la continuidad de la casa editorial de François
Maspero a partir de su venta, en 1982 (el nuevo emprendimiento tomó su nombre de una de
las colecciones que había concebido el editor) y mantuvo en parte, pues evidentemente estará
más animada por un imperativo comercial que la llevará a integrarse finalmente a un
conglomerado empresarial algunos años más tarde, algo de su espíritu y perfil crítico. Su
colección Repères dedicada a las ciencias sociales fue creada en 1983 y dirige desde entonces
sus ediciones de pequeños libros a los estudiantes universitarios de ciclo inicial —en tanto
trabajos didácticos e introductorios a una materia— y en líneas generales a un público más
amplio, en tanto trabajos de divulgación científica.
Armand Mattelart escribió especialmente para la colección Repères cuatro libros (que
cito por los títulos de sus traducciones en español): La publicidad (1990), Historia de las
teorías de la comunicación (1995, con Michèle Mattelart), Historia de la sociedad de la
información (2001), Introducción a los estudios culturales (2003, con Erik Neveau) y uno
para Que sais-je?, de PUF: La mundialización de la comunicación (1996). La mayoría de los
trabajos tuvieron varias ediciones y alcanzaron un público bastante amplio. Solo en Francia,
por ejemplo, Historia de las teorías de la comunicación tuvo 4 ediciones y alcanzó cerca de
veinticinco mil ejemplares vendidos, e Historia de la sociedad de la información superó los
quince mil (Mattelart, Armand, entrevista concedida al autor, 2011); al día de hoy se reeditan.

229
Si bien este tipo de actividad ensayística debe leerse en primera instancia como una
estrategia de mercado (por parte de la editorial y de los autores), al mismo tiempo no se puede
dejar de señalar que se inscribe en una impronta que caracteriza todo el itinerario intelectual
de Armand Mattelart: su vocación pedagógica y su inclinación hacia una escritura que aspira
a llegar a públicos más amplios que los que estipula el reducido número de lectores
especializados;242 se trata de una estrategia de intervención intelectual que, evidentemente en
otras condiciones de producción, recupera algo de la preocupación que ya informaban los
autores de Para leer al Pato Donald cuando anunciaban su aspiración de dirigirse a públicos
masivos y de hacer más eficaz la comunicación con el lector; una impronta que Armand
Mattelart no abandonará tampoco durante los años ochenta, pues, como hemos visto en el
capítulo anterior, también se expresaba en su tarea como editor. Evidentemente ahora, en el
nuevo marco que he definido, se realizaba por otros medios.
Que se trate de trabajos de divulgación no significa, sin embargo, que el autor en estos
textos pierda sentido crítico, no manifieste una posición propia o no proponga un desarrollo
original respecto al tema tratado. Esto es evidente por ejemplo en el trabajo introductorio a los
Estudios Culturales británicos que Armand Mattelart escribió junto a Erik Neveau, donde los
autores no sólo sientan una posición respecto a lo que entienden fue la pérdida del potencial
crítico que caracterizó el momento de emergencia de los Estudios Culturales, sino que
proponen una serie de elementos novedosos para analizar estos desplazamientos desde las
propias premisas del “materialismo cultural” aplicada a la teoría, donde se destaca, en la línea
de la perspectiva de la comunicación-mundo (ver capítulo 7) el análisis de las lógicas que
organizan el intercambio universitario y la circulación internacional de las ideas que,
configurando una suerte de mercado universitario global, dejan sus huellas en las mismas
producciones de los estudios culturales contemporáneos y en su proceso de despolitización y
pérdida del potencial crítico (Mattelart, Neveu, 2004 [2003].
Otro aporte de la Introducción a los estudios culturales es su intervención en el plano de
la circulación de las ideas y la introducción en Francia de ciertas tradiciones forjadas al otro

242
Jacques Guyot hoy director del Centre d’étude sur les médias, les technologies et l’internationalisation
(CEMTI) de la Universidad París-8 quien fuera alumno y luego colaborador de Armand Mattelart en Rennes-2 y
París-8, recuerda una escena con Mattelart durante su estadía en Rennes donde éste le expresaba algo de su
inquietud: “Yo me acuerdo un día, estaba muy enojado [por Mattelart], estábamos comiendo a la noche y me
dice ‘es terrible, podemos escribir un libro de 400 páginas y la circulación es mínima, o puede ser mínima, al
final vas a escribir para menos de 1000 personas’. Y él me decía, ‘el problema es el de la función social del
investigador, hay que preguntarse sobre esta función, porque hay que alcanzar también otro público, a través de
colecciones más pequeñas para hacer un trabajo de divulgación’. Y en esta época él empezó a publicar en esta
colección [por Repères] (…). Yo pienso que es una preocupación constante de parte de Armand, no vale sólo
escribir e investigar, hay que intentar promover eso a un público más amplio (Guyot, Jacques, entrevista
concedida al autor, 2011).

230
lado del Canal de la Mancha. Explícitamente observaban los autores que la producción
británica sobre la teoría cultural era mayoritariamente desconocida en Francia (con algunas
excepciones, evidentemente, como las de Pierre Bourdieu o de Jean-Claude Passeron,
traductor y presentador de The uses of literacy, de Richard Hoggart, en 1970). Por eso
Mattelart y Neveu se proponían entre otros objetivos restituir en su libro ciertos trabajos y
debates anglosajones en Francia, pues le atribuían la ausencia y el desconocimiento de ciertos
aportes de la teoría cultural inglesa a cierto “provincialismo” característico del medio
académico francés (Mattelart, Neveu, 2004 [2003]: 14). Es a partir de esta indicación que,
como he comentado, Diana Cooper-Richet subraya de Introducción a los estudios culturales
su papel en la incorporación de algunas lecturas y referencias de la tradición teórica británica
en Francia (aunque no menciona la posición crítica de los autores respecto a las derivas de los
estudios culturales), y propone pensar la figura de Armand Mattelart como un passeur o
mediador cultural (Cooper-Richet, 2008).
Pero hay otro elemento que considero clave desde el punto de vista de la construcción
desde América Latina de este itinerario intelectual de Armand Mattelart que estoy
emprendiendo. Pues hacer visible este trabajo en la coleción Repères, con lo que supone este
formato de divulgación en tanto restricciones a la escritura y al desarrollo de la
argumentación, es clave desde la óptica del análisis de la circulación internacional de las ideas
y la lectura desde el continente de la figura de Armand Mattelart. Pues, al igual que como he
demostrado en relación con otros de sus trabajos, estas colecciones —parafraseando a Pierre
Bourdieu—, han circulado en español sin importar con ellas el contexto de sus condiciones de
producción. En este caso, los trabajos de Armand Mattelart a los que hago referencia han sido
publicados en español casi en su totalidad pero sin dar cuentra, en el tratamiento que se le dio
a las ediciones, que se trataba en su origen y concepción de trabajos de carácter didáctico y de
divulgación; referencias que sí aparecen en el aparato paratextual de las ediciones originales,
que por supuesto además tienen toda una identidad construida y un reconocimiento como tales
en su campo de circulación original. En este sentido, entiendo que esta omisión contribuye a
uno de los tantos “malentendidos” (en el sentido que le da Bourdieu al referirse a los
desfasajes de sentido que se producen inevitablemente en todo proceso de circulación
internacional de las ideas por las distancias entre los campos de producción y recepción) en
torno a la lectura de la obra y el itinerario intelectual de Armand Mattelart en América Latina
al que me he referido en el capítulo 1.
También entiendo que, de alguna manera, este elemento —junto a los que he señalado
en dicho capítulo— contribuyó a que no se desarrollara al día de hoy en los estudios en

231
comunicación en América Latina un balance global del itinerario intelectual de Armand
Mattelart, sobre todo una sistematización o interpretación de sus contribuciones más recientes
a la disciplina, y que sí se desarrollara una lectura parcial y fragmentada de su obra. A
sistematizar sus aportes me voy a dedicar en los próximos capítulos.

232
TERCERA PARTE

233
234
DEL ITINERARIO AL MAPA COGNITIVO

(…) la brújula introduce de inmediato a las cartas


náuticas una nueva dimensión, que transformará
totalmente la problemática del itinerario, y que nos
permitirá plantear el problema del trazado de un
verdadero mapa cognitivo de manera mucho más
compleja. (….).
Frederic Jameson, Ensayos sobre el
posmodernismo

Como he argumentado en la introducción y a lo largo de esta tesis, la necesidad de concebir el


pensamiento de Armand Mattelart desde las condiciones y los medios en que fue producido
—recorrido indisociable de la reconstrucción de sus diversas aristas en tanto intelectual en
una serie de espacios de entrecruzamientos múltiples— no supone que mi interés por su
itinerario sea sólo histórico o sociológico. Por el contrario, una de las premisas de la lectura
que aquí he intentado practicar supone precisamente la necesidad de poner en evidencia los
modos concretos en que se da esa conjunción entre su itinerario vital —donde la práctica
política juega un papel relevante— y la teoría; o, de otro modo, tejer la trama que une un
pensamiento de la vida y su vida de pensamiento.
Si en la perspectiva de la historia de los conceptos, tal como es leída para la historia
intelectual por François Dosse, restituir lo que el texto significa en el momento en que fue
expuesto permite “comprender los envites conflictivos del enunciado” (Dosse, 2003: 222), al
mismo tiempo construir un mapa cognitivo — según la fórmula que propone Frederic
Jameson— en torno al itinerario intelectual de Armand Mattelart, me permitirá situar aquello
que éste ofrece a la mirada hermenéutica para el presente, en tanto búsqueda de categorías y
perspectivas para pensar las mutaciones recientes del capitalismo. Un mapa cognitivo,
entonces, puesto que la posición de Armand Mattelart señala una manera productiva y
singular de comprender la organización social contemporánea a través de la crítica de la
cultura y la comunicación; y, porque entiendo, como he expuesto en el capítulo 1, esta
posición no ha sido interpretada desde una mirada totalizadora.
Conviene aclarar rápidamente: buscar ciertas claves de lectura del pensamiento de
Armand Mattelart y sistematizar sus aportes supone precisamente enfrentarse a la paradoja de
representar una totalidad que es sin embargo, como señala Jameson (y como pone de
manifiesto la metáfora del mapa), “imposible de representar” (Jameson, 1991: 83). Esta

235
paradoja de la representación de una totalidad que no se deja asir, poner en caja, no está dada
por la gran extensión del recorrido vital e intelectual de Armand Mattelart, la heterogeneidad
de sus inserciones profesionales y los diversos avatares que las caracterizan, o por sus
numerosos trabajos y libros publicados: es más bien y en primer lugar inmanente a su propia
idea sobre la producción de conocimientos, y se puede leer como una concepción de la tarea
del intelectual y del científico, del estatuto de la teoría y su relación con la verdad como
praxis. Como he demostrado, esta impronta presente a veces de manera subyacente y otras de
manera explícita en la perspectiva de Armand Mattelart, pero sobre todo inscriptas en su
propio quehacer vital, invitan a rechazar cualquier pretensión de construir una teoría cerrada y
acabada —que no sería más que producto de una mirada abstracta y acumulativa sobre la
producción de conocimiento.
Aun así, el itinerario de la vida de pensamiento que vengo proponiendo hasta aquí ha
seguido una brújula e invita a sistematizar ciertas coordenadas, a establecer algunas
puntualizaciones teóricas que permitan transformarlo en un mapa cognitivo243 y para ello voy
a proponer en los próximos capítulos algunas claves de lectura alrededor de dos núcleos
conceptuales articuladores: las nociones de análisis de clase de la comunicación (o la crítica
de su economía política), y de comunicación-mundo. Entiendo que estas nociones son
productivas para trazar este mapa cognitivo, en tanto representan dos momentos diferenciados
del itinerario intelectual de Armand Mattelart, cuya frontera (porosa y por ello también
arbitraria) se puede ubicar hacia mediados de los años ochenta, entre su incorporación a la
Universidad de Rennes-2 y la publicación de Penser les médias en 1986 (ver capítulo 5).
Hacia uno y otro lado de la línea de tiempo y alrededor de estos dos núcleos conceptuales se
condensan y precipitan núcleos teórico-epistemológicos y programas de investigación que
atraviesan sus trabajos y permiten organizar su lectura.
La noción de análisis de clase de la comunicación que voy a interpretar en el capítulo 6
toma forma entre fines de los años setenta y los primeros años ochenta, y si bien se puede leer
en varios trabajos del período, se tematiza sobre todo en un texto de Armand Mattelart
llamativamente marginal en su obra (por tratarse de una edición en inglés, siendo que eran el
francés y el español las dos lenguas centrales de publicación de sus trabajos) y a la vez
altamente significativo (por la ambición del proyecto intelectual en el que se insertaba): las

243
Frederic Jameson trabaja las metáforas del itinerario y la brújula cuando refiere al trabajo de Kevin Lynch
The Image of the City (Jameson, 1991: 83-84) y propone a partir de él su noción de mapa cognitivo. No se me
escapa que la misma fórmula orienta y le da título al trabajo de Fernanda Beigel sobre el “vanguardismo
estético-político de José Carlos Mariátegui”: El itinerario y la brújula (Beigel, 2003). Beigel refiere a la frase de
Mariátegui, quien decía que el dogma (se refería con esto al marxismo) no era un itinerario sino una brújula en el
viaje (Beigel, 2003: 15).

236
respectivas introducciones a los dos volúmenes de la antología Communication and Class
Struggle (1979, 1983). Si bien señalo la dificultad y tal vez el contrasentido de intentar
reconstruir un sistema teórico acabado en sus trabajos del período, lo cierto es que en las
introducciones de su autoría a los dos volúmenes de la antología, Armand Mattelart intentaba
delimitar una clave que organice y presente la lectura del abanico conceptual implícito en la
serie de textos seleccionados; allí se puede leer entonces un denodado esfuerzo por traducir en
términos conceptuales su posición teórica. Se puede decir entonces que Commmunication and
Class Struggle, en la antesala de un desplazamiento teórico-epistemológico a partir de los
años ‘83-‘84, expresa de alguna manera cierta madurez intelectual o, mejor dicho, condensa
en una formulación conceptual experiencias y elaboraciones previas, producto de un diálogo
teórico generalizado donde se hacía explícita la voluntad de Armand Mattelart de inscribirse
en el marxismo y de pensar la comunicación y la cultura desde esta tradición.
La segunda noción, si bien toma una forma más acabada en la llamada “trilogía de la
comunicación-mundo” (La comunicación-mundo, La invención de la comunicación, Historia
de la utopía planetaria), debe remontarse a ese momento de transición que representa la
publicación, junto a Michèle Mattelart, de Penser les médias, en 1986. En el capítulo 7 voy a
puntualizar ciertas tópicos en torno a la comunicación-mundo alrededor de las polémicas en
Francia hacia fines de los años ochenta y comienzo de los noventa en torno a la crítica de las
llamadas “ideologías de la comunicación” y su dimensión planetaria.
Para finalizar (o mejor dicho: para empezar), entiendo que este mapa cognitivo debe
cartografiarse —siguiendo el principio de intertextualidad que ha guiado la investigación y
escritura de esta tesis— en referencia al diálogo teórico de Armand Mattelart con sus colegas
y espacios de interlocución contemporáneos. Otra metáfora, entonces, esta vez adorniana, la
de campos de fuerza, es útil para guiar una lectura que permita ver más que un sistema
cerrado en relaciones de oposición (entre autores, textos o ideas). Por el contrario como la
interpreta Víctor Lenarduzzi, la noción de campos de fuerza nos permite situar “los conceptos
e ideas en relaciones dinámicas de proximidad y lejanía, de atracciones y repulsiones de modo
variable” (Lenarduzzi, 1998: 20). Aun así, me propongo argumentar, desde estas relaciones es
posible leer la singularidad del pensamiento de Armand Mattelart, que invita a reconocer en la
crítica de la comunicación y la cultura una entrada privilegiada para la comprensión de la
organización social contemporánea.

237
238
CAPÍTULO 6

EL ANÁLISIS DE CLASE DE LA COMUNICACIÓN, O LA CRÍTICA DE SU


ECONOMÍA POLÍTICA

Pero que la lucha de clases sea también el ‘eslabón


decisivo’ en la teoría científica de Marx, es tal vez
difícil de captar
(Louis Althusser)

En realidad, sólo se puede prever ‘científicamente’


la lucha
(Antonio Gramsci)

Hay coincidencia en los balances disciplinares en que fue tardía en relación con otras
perspectivas la emergencia en los estudios en comunicación de lo que luego, al constituirse
como una suerte de subcampo, se dio en llamar economía política de la cultura y la
comunicación. César Bolaño, Guillermo Mastrini y Francisco Sierra trazan un marco de
referencias regional, cuando señalan que los “dos principales grupos” que colaboraron en su
desarrollo fueron los que denominan la “escuela norteamericana” de Dallas Smythe y Herbert
Schiller y —aunque en rigor no se pueda en su opinión hablar de una escuela—, el grupo
europeo: por un lado los británicos Nicholas Garnham, Peter Golding y Graham Murdock, y
por otro los franceses Patrice Flichy, Bernard Miège y Dominique LeRoy, entre otros
(Bolaño, Mastrini, Sierra, 2005: 18). Los autores añaden la contribución latinoamericana,
aunque más heterogénea y difusa, pues la remontan a los análisis económicos de la CEPAL,
pasando por los cuestionamientos a las perspectivas desarrollistas desde las teorías de la
dependencia, o la contribución latinoamericana al debate sobre el Nuevo Orden Mundial de la
Información. Por su parte y en una línea similar, en un balance reciente el canadiense Vincent
Mosco propone “hacer un mapa de la Economía Política de la Comunicación desde los énfasis
regionales” (Mosco: 2006: 62). Según Mosco, “aunque existan importantes excepciones y
corrientes entremezcladas, los acercamientos norteamericano, europeo y del Tercer Mundo se
diferencian de modo suficiente como para recibir un tratamiento distintivo” (Mosco: 2006:
62).

239
Entonces, ¿cómo situar la posición de Armand Mattelart, hombre múltiple y
cosmopolita, en este mapa de referencias regionales?
Es sintomática la diversidad de respuestas que se han dado a esta pregunta (por cierto no
formulada): Bolaño, Mastrini y Sierra ubican la intervención de Armand Mattelart como parte
de la tradición latinoamericana. Vincent Mosco lo hace en la europea, y Bernard Miège hace
hincapié en el conocimiento de Armand Mattelart de los procesos económico-culturales
norteamericanos y su rol de passeur (pasador) en Francia, a partir de su contacto con
economistas estadounidenses como Herbert Schiller, pues en el medio de las ciencias de la
información y la comunicación francesas, observa Miège, quienes se reconocen en ellas poco
saben de la economía política de la comunicación: los procesos de difusión de las ideas en el
hexágono permanecen, en su opinión, centrados en el espacio francófono, donde las
“influencias exteriores son admitidas en función de filtros muy firmemente controlados”
(Miège, 2006: 46. La traducción es mía).244
El equívoco en torno a la ubicación de Mattelart en este mapa quizás se pueda explicar
en función del carácter cosmopolita del itinerario que vengo describiendo: tal vez Armand
Mattelart fuera uno de los pocos que pudiera, al momento de su emergencia disciplinar hacia
finales de los años setenta, poner en relación estas tradiciones emergentes en distintos puntos
del globo —que tenían poco contacto entre sí— en torno a la economía política de la

244
Bolaño, Mastrini y Sierra señalan: “Autores como, por ejemplo, Luis Ramiro Beltrán, Antonio Pasquali,
Armand Mattelart, Elizabeth Fox, Ariel Dorfman impulsan las llamadas teorías de la dependencia cultural o del
imperialismo cultural” (Bolaño, Mastrini, Sierra, 2005: 22). Ver también el primer número de la revista brasileña
EPTIC, Revista de Economía Política de las Tecnologías de la Información y Comunicación, Vol. 1, N.1, enero
de 2003 y el especial dedicado a Armand Mattelart. Por su parte, escribe Vincent Mosco: “La investigación
europea está menos claramente ligada a figuras fundacionales específicas (…) De las dos direcciones
fundamentales que esta investigación ha tomado, una mayormente prominente en el trabajo de Garnham (…) y
en el de Golding y Murdock (…) ha puesto el énfasis en el poder de clase (…) documenta la integración de las
instituciones de comunicación, principalmente empresas y autoridades legisladoras estatales, dentro de la
economía capitalista, y la resistencia de las clases y movimientos subalternos (…). Una segunda vertiente de
investigación pone en primer plano la lucha de clases y es mayormente prominente en el trabajo de Armand
Mattelart” (Mosco: 2006: 63). Así Mosco diferencia claramente a Mattelart de lo que llama la tradición del
“Tercer Mundo” a la que le da un tratamiento aparte (64-65). Aunque a continuación agrega: “Mattelart ha
recurrido a una variedad de tradiciones que incluyen la teoría de la dependencia, el marxismo occidental y la
experiencia de los movimientos de liberación nacional en todo el mundo, para entender la comunicación como
uno de los recursos principales de resistencia al poder. Su trabajo ha demostrado cómo los pueblos del Tercer
Mundo, particularmente en América Latina (…), utilizaron los medios masivos para oponerse al control
occidental y crear noticias y medios de entretenimiento autóctonos” (Ibid). Como veremos, si bien Mosco acierta
en su énfasis en el análisis de clase para situar la posición de Armand Mattelart, es parcial en su caracterización,
que la ubica exclusivamente en una perspectiva tercermundista dedicada al análisis de las resistencias culturales.
Por su parte, escribe Bernard Miège: “Armand Mattelart juega una suerte de rol de pasador (passeur): bien
munido de las percepciones latinoamericanas, conoce bien los temas de las obras de Herbert Schiller, e insiste en
diversos libros (1976, 1979) sobre la importancia del nuevo tipo de aparato ideológico que acompaña la
reestructuración y la ofensiva del imperialismo norteamericano; (…) según él la hegemonía toma entonces lugar
en el campo del saber y de la comunicación tecnológica. Estos análisis serán conocidos bajo el sintagma de
“imperialismo cultural”: Schiller y Mattelart participan en diciembre de 1974 en un dossier de Monde
Diplomatique sobre este tema (…)” (Miège, 2004: 48. La traducción es mía).

240
comunicación.245 Pero, ¿acaso por su perfil y su inserción internacional se pueda reducir la
figura de Mattelart al rol de passeur, esto es, al de quien pone en diálogo tradiciones
intelectuales? ¿O convendría también explorar cómo, al mismo tiempo que realiza
efectivamente esta operación de traducción, articulación y puesta en diálogo, Armand
Mattelart elabora categorías y perspectivas singulares y productivas para pensar la
comunicación y la cultura en el capitalismo contemporáneo?
Quisiera entonces, a partir de la reconstrucción de una suerte de marco de diálogo entre
las perspectivas (y Armand Mattelart ocupa un lugar destacado en la producción de este
diálogo), tratar de restituir lo que su posición significaba en el momento en que era enunciada
—y así comprender sus envites conflictivos—, al mismo tiempo que construir un mapa
cognitivo que me permita situar aquello que hay de singular en la perspectiva que éste ofrece
a la mirada hermenéutica para el presente, en tanto búsqueda de categorías y perspectivas. La
idea de campos de fuerza, como ya he señalado, es útil para guiar una lectura que, tomando
las posiciones y elaboraciones de Armand Mattelart como centro de referencia y en relación
de diálogo generalizado con sus pares, pueda situar los conceptos e ideas emergentes en
relaciones dinámicas de proximidad y lejanía, de atracciones y repulsiones variables, cruces y
préstamos recíprocos.
A los fines que aquí persigo, entonces, antes de dar una definición abstracta de la
economía política de la comunicación, me interesa ir describiendo los modos en que algunos
de sus representantes “regionales”, que de alguna manera establecieron cierto marco de
diálogo, fueron construyendo su objeto y los modos de abordarlo. Subrayo entonces que si se
pude decir que hacia mediados y finales de los años setenta emergió un abordaje disciplinar
alrededor del sintagma economía política de la comunicación, es porque no sólo se puede
trazar la genealogía de los intentos por delimitar su objeto y su perspectiva, sino, como
veremos paulatinamente, porque también se puede observar la emergencia de una red de
diálogos e intercambios intelectuales que estableció una comunidad de pares y en la que
Armand Mattelart jugó un papel protagónico.

245
En otro artículo, Miège señala como una de las características de la emergencia de la ECP: “se trata de una
‘producción’ a la vez colectiva e individual, y en este sentido las aportaciones individuales identificables se
añaden a los trabajos colectivos, y se observan, a veces en paralelo, en lugares alejados y poco relacionados
entre sí” (Miège, 2006: 157-158. El subrayado es mío).

241
Capital monopolista e imperialismo cultural en la escuela norteamericana

Como he mencionado en el capítulo 2, Armand Mattelart tomó contacto con Dallas Smythe y
Herbert Schiller en 1971 en Santiago de Chile. A partir de este encuentro Mattelart entró en
un fecundo contacto con estos investigadores, del que conviene destacar su conocimiento de
Communications and American Empire, un libro de Schiller publicado en 1969 y que no sería
traducido al español hasta 1976 (Comunicación de masas e imperialismo yanqui; que por
cierto nunca será traducido al francés). Las tesis de Schiller dejaron huellas profundas en las
primeras investigaciones de Armand Mattelart sobre la internacionalización de los sistemas de
comunicación y el llamado imperialismo cultural, en el marco general de las tesis —en la
línea de Baran y Sweezy que exploraba Schiller— de la mutación del capitalismo a partir del
desarrollo del monopolismo.246 El mérito de Schiller fue proponer tempranamente una
genealogía materialista de un sistema cultural, el norteamericano, que ya entonces estaba
teniendo influencias a escala planetaria. Me voy a referir a algunas de estas tesis que marcarán
el inicio de un diálogo intelectual.
Sostiene Schiller en Communications and American Empire que a partir de la segunda
guerra mundial se había consolidado un reordenamiento geopolítico mundial. Siguiendo a
Baran y Sweezy, sostenía que si el capitalismo había sido siempre un sistema internacional,
un sistema jerárquico con una o dos metrópolis a la cabeza, colonias dependientes y muchos
grados de mando y subordinación entre medio (Schiller, 1976 [1969]: 18), lo distintivo de la
etapa, afirmaba, era que se asistía a nuevas formas de imperialismo más sutiles que
reemplazaban el anterior modelo imperial británico y sus “procedimientos de hierro y sangre”
(Ibid.: 14). Esta mutación respondía a un hecho estructural. La tesis general de Schiller era
que el sistema de comunicación y la electrónica estaba formando una unidad con el sistema
económico industrial y con el complejo militar, y que esta unidad era la que le daba su forma
a esta nueva versión del imperialismo. Por un lado, existía una creciente influencia militar
sobre el sistema oficial de comunicaciones: el sector oficial se militarizaba (bajo la amenaza

246
No puedo detenerme aquí en el desarrollo y controversias en torno al concepto de capital monopolista.
Bastará decir que Baran y Sweezy retomaban desde un punto de vista económico las tesis de Lenin sobre el
pasaje del capitalismo de la libre competencia al monopolismo, y que esto los llevará a poner en cuestión la
teoría del valor-trabajo de Marx. Los autores señalaban a la corporación gigante como nueva unidad económica
y que la necesidad de absorber un excedente cada vez más grande (producto de la eliminación de algunas
tendencias a la caída de la tasa de beneficio) determinaba la necesidad del capital de encontrar nuevas salidas
para su reproducción. Una de ellas será a través del gasto en publicidad, que a su vez creará una infraestructura
para absorber la demanda. Otra será el incremento del gasto militar, que redefiniría las relaciones entre Estado y
empresas, a partir de estrechar el vínculo entre complejo militar y complejo industrial (Baran y Sweezy, 1968
[1966].

242
de un rutinario y prolongado estado de emergencia y como respuesta a la insurgencia); pero al
mismo tiempo existía una expansión continua de la participación civil dentro del bloque de las
comunicaciones militar-industriales, puesto que la inversión en satélites y equipos
electrónicos respondía a la necesidad de promoción de la circulación internacional de las
mercancías, y con ellas de todo el sistema de valores que las acompañaba y promovía. La
llamada invasión mundial de la electrónica norteamericana abarcaba distintas dimensiones,
desde la regulación del sistema de satélites internacionales, la difusión de aparatos, de
emisiones o directamente de emisoras. Así, además de los beneficios económicos, señalaba
Schiller, esta expansión cumplía un papel de vanguardia en la difusión de un orden económico
y del sistema de valores norteamericano. Lo cierto es que, en su posición, esta tendencia
indicaba una dirección que se extendería a escala planetaria: “La estructura, carácter, y
dirección del complejo interno de comunicaciones ya no son, si es que lo fueron alguna vez,
cuestiones enteramente nacionales”, anotaba el autor (Ibid.: 25); de allí que ya describiera en
su trabajo de 1969 las primeras presiones industriales y políticas para comercializar la
televisión en Europa occidental que se había desarrollado bajo patrocinio estatal.
El trabajo de Schiller se apoyaba sobre una serie copiosa de testimonios y fuentes, en su
mayoría de archivos públicos norteamericanos (memorias de reuniones parlamentarias,
informes de comisiones, etc.) a los que el economista norteamericano parecía darle prioridad
explicativa —en tanto evidencia empírica— sobre el análisis, en un nivel de abstracción, de
las lógicas de los procesos y las tendencias propiamente económicas o sobre la definición o
teorización del concepto de imperialismo, prácticamente ausente en su trabajo. Schiller
parecía estar más preocupado aquí por señalar y documentar el control político de las
corporaciones económicas y militares sobre el desarrollo de los sistemas de comunicación.
El contacto con Schiller y la lectura de sus trabajos, en el contexto de la intervención de
ciertas agencias de Estado y de empresas norteamericanas en el proceso de desestabilización
de la Unidad Popular chilena (ver capítulo 2), dejó huellas profundas en las investigaciones de
Armand Mattelart. Se puede observar cierta familiaridad incluso en el estilo de escritura y
sobre todo en el énfasis en la recopilación de documentación empírica a partir de fuentes
públicas gubernamentales, empresariales o militares.
Por ahora basta decir que la idea de que el modelo norteamericano suponía la creciente
integración de los sistemas de comunicación con el complejo militar-industrial y que este
sistema tendía a la internacionalización, constituirá una marca profunda en los primeros

243
trabajos de Armand Mattelart sobre la cuestión.247 Ahora bien, como hemos visto, los trabajos
de Schiller y Mattelart respondían a un interés, influencias y condiciones de emergencia
diferentes. Mattelart, como vimos, dedicó entre 1971 y 1973 algunas de sus investigaciones a
analizar y documentar las ramificaciones en Chile y América Latina de este modelo y los
modos específicos en los que se manifestaba. Sin embargo, y aquí encuentro las diferencias
con los trabajos de Schiller (que en rigor señalan su complementariedad), antes que en la
preocupación por dar cuenta de la génesis del modelo norteamericano y cómo se expandía
esta lógica desde el centro hacia la periferia, el énfasis inicial de Mattelart estaba puesto en
dar cuenta de las reacciones, alianzas y estrategias internacionales que se ponían en juego en
las propias coordenadas locales y en los propios medios manejados por las clases dominantes
de los países periféricos, en Chile en particular. Es desde este énfasis que Mattelart se
remontaba a la génesis de los procesos de internacionalización y desde allí también, poco
tiempo después, problematizará la noción de imperialismo cultural.
Pues en efecto, en Multinationales et systèmes de Communications, publicado en Francia
en 1976 (ver capítulo 3) se puede leer cómo en cierta medida Armand Mattelart estaba
retomando y dialogando con algunas de las tesis de Schiller, sobre todo cuando tomaba como
punto de partida la problematización del concepto de imperialismo. La pregunta que se hacía
Mattelart era cómo en la nueva etapa de acumulación internacional del capital se modificaba
la articulación del complejo de Aparatos Ideológicos del Estado.248 En esta línea Mattelart
sostenía que la internacionalización y concentración de la producción alcanzaba la producción
de mercancías culturales y tendía a reconfigurarla a partir de la extensión del modelo
norteamericano, que suponía la ligazón de la tecnología de comunicación con la alta
tecnología electrónica y la economía de guerra: buena parte del desarrollo surgido de ésta
estaba teniendo como destino la aplicación civil. Según Mattelart, el fenómeno de la
convergencia entre empresas multinacionales y aparato de Estado era producto de la
necesidad de aplicación en los mercados civiles de las nuevas tecnologías, a la vez que la
modernización de los nuevos métodos de administración de los servicios públicos respondía a
las necesidades de reformular los modos de producción de consensos: el Estado transfería a
las empresas las planificación en asuntos de servicios públicos a la vez que se asistía a nuevas
prácticas estatales toda vez que el Estado se convertía en el lugar de convergencia de las

247
En algunos de ellos, como vimos, por ejemplo en Agresión desde el espacio (Mattelart, 1972),
Communications and American Empire aparece citado en reiteradas ocasiones.
248
En sus palabras: “¿Qué tipo de aparato ideológico acompaña el fenómeno de la multinacionalización? A cada
fase del proceso de acumulación de capital le corresponde un ciudadano hecho a la medida que vivirá, en el
conjunto de sus prácticas sociales, el carácter legítimo y natural de esa acumulación” (Mattelart, 1977 [1976]:
10).

244
grandes transacciones.249 En este sentido Mattelart coincidía con Schiller en caracterizar que
en el nuevo escenario se estaban disolviendo las fronteras entre lo económico, lo político, lo
cultural y lo militar (Mattelart, 1977 [1976]: 11). El producto novedoso de esta convergencia,
subrayaba, era que la rentabilidad económica se duplicaba con la rentabilidad ideológica.
Ahora bien, Mattelart se diferenciaba del énfasis de Schiller respecto a los modos de
entender el proceso de internacionalización de la producción cultural y su supuesta
norteamericanización. O al menos establecía un matiz. En una línea similar a Nicos
Poulantzas,250 quien señalaba que la internacionalización de las formas capitalistas no
necesariamente conducía a la declinación del Estado nacional (en todo caso, ésta permitía el
nacimiento de nuevas prácticas de Estado sobre las que era necesario interrogarse), Mattelart
entendía que con el “capitalismo monopolista de Estado” se modificaban también los modos
de producción de hegemonía (de allí la necesidad de problematizar la aparición de “nuevas
formas de prácticas estatales” (Ibid.: 11) pero señalaba que el proceso de internacionalización
de la producción cultural no necesariamente suponía la desaparición de las culturas
nacionales. El imperialismo cultural, señalaba, sólo podía funcionar y ser analizado si se
situaba en su relación con aquellas; esto es, si se pensaba su formación a partir de las alianzas
de clase al interior de un espacio nacional, de los modos de construcción de hegemonía y la
relación de las “burguesías interiores” (tomaba la expresión de Poulantzas) con las burguesías
internacionales; en suma, si se situaba en el plano de las relaciones de fuerza y la condiciones
concretas de su realización.251 En este punto se hace evidente el acento diferente de Mattelart
respecto a las posiciones de Schiller, en quien se puede suponer un concepto “fatalista” de

249
Algunos ejemplos que señala Mattelart de esta interpenetración: el desarrollo de la COMSAT
(Commmunication Satellite Corp) encargada de planificar la política de satélites —y con ellos toda una política
de telecomunicaciones— era prácticamente delegada desde el Estado a las grandes corporaciones; en el sentido
inverso, como demostraba el famoso caso de la teleserie educativa Plaza Sésamo, las fundaciones ligadas a
grandes corporaciones tomaban en sus manos la concepción, planificación, producción y puesta en circulación
de servicios educativos. Como se señalaba en el análisis de la teleserie, ciertas lógicas del lenguaje publicitario y
la racionalidad mercantil desarrolladas en la cultura de masas impregnarán un producto concebido con fines
pedagógicos.
250
Mattelart citaba un artículo de Poulantzas de Les Temps Modernes, de 1973 : “L’internationalisation des
rapports capitalistas et l’Etat-nation”.
251
En sus palabras: “Para definir el concepto de imperialismo cultural previamente habría que intentar
circunscribir el de ‘cultura nacional’. Esta noción no puede ser precisada si no se considera la relación de las
burguesías nacionales (o, en su defecto, criollas) con el conjunto del imperio norteamericano. La cultura
nacional, en la era de las multinacionales, debe asegurar la reproducción de esas burguesías respecto de los
Estados Unidos al mismo tiempo que la de su hegemonía en tanto clase dominante en una nación determinada, es
decir, continuar consagrándolas como ‘burguesías interiores’. Una perspectiva tal tendría el mérito de hacer salir
las discusiones sobre el imperialismo de la esfera cultural. Le conferiría su carácter histórico, su carácter de
clase, relacionándola con las modificaciones de los papeles respectivos de esas burguesías. El imperialismo
cultural cambia de formas y de contenido según las fases de la expansión política, económica y militar del
imperio, por una parte, y por la otra, se adapta a las diversas realidades y contextos dominantes” (Mattelart, 1977
[1976]: 265-266).

245
imperialismo cultural donde el proceso de homogeneización e internacionalización de la
producción cultural se deduce inexorablemente de las lógicas de la valorización del capital y
del predominio tecnológico militar de los Estados Unidos.252 Precisamente en torno a esta
cuestión, poco tiempo después en su presentación en la Conferencia de Argel (1977) sobre el
imperialismo cultural Armand Mattelart planteaba:

(…) muchos estudios son partidarios, y de hecho reactualizan, el mito de la omnipotencia


y la omnisciencia del imperialismo. ¿Cuántos estudio críticos sobre el imperialismo son
víctimas de esta contrafascinación por el poder? (…) Si en ciertas denuncias e incluso en
ciertos análisis (que bordean lo apocalíptico) se hace evidente esta visión, es porque el
imperialismo es tratado frecuentemente como un deux ex machina (Mattelart, 2010
253
[1979]: 99).

Se trataba, precisamente, de plantear el problema de las clases y de su relación con la cultura


nacional. Desde esta posición se evitaría, señalaba Mattelart, asimilar realidades nacionales
tan diferentes como las de Francia y Brasil (Ibid.: 100). La perspectiva de clase que proponía,
entonces, tenía el mérito de reconciliar el estudio de los macrosistemas multinacionales con
las diversas realidades nacionales, donde se combinaban determinadas relaciones de clase, un
nivel dado del desarrollo de las fuerzas productivas y un patrimonio histórico cultural
particular, pero donde también se desarrollaban formas de lucha que condicionaban la forma
que tomaba el proceso general (Ibid.: 100).
Planteado el problema de este modo, conviene atender que Mattelart introducía una
referencia poco usual por entonces en el campo de los estudios en comunicación en Europa o
Estados Unidos: citaba extensamente el aporte de Antonio Gramsci para analizar la dinámica
y la combinación de las relaciones de fuerzas nacionales e internacionales y la complejidad de
los circuitos de transmisión ideológica. Por primera vez en su itinerario Mattelart hacía
referencia y subrayaba la noción de partido político internacional de Gramsci y su noción de
252
Las influencia en el planteo de Schiller de las tesis de Baran y Sweezy sobre el capital monopolista son más
explícitas en un artículo que, si bien fue publicado varios años después, sintetiza algunas de las premisas que
guían su posición, ya desde el elocuente título: “La comunicación sigue al capital” (Schiller, 1983). Allí sostenía
Schiller: “Para resumir la situación en Estados Unidos: los media fueron creados y acaparados por el mundo de
los negocios para difundir un mensaje permanente de consumo. El sistema de información se ha transformado en
un sistema de comercialización. Ningún elemento del mecanismo de información escapa a la misión de
transmitir mensajes de venta” (Ibid.: 54). Esta situación, que tenía su origen en Estados Unidos, se había
convertido, continuaba Schiller, en un fenómeno internacional, donde “[u]na infraestructura de gestión de la
demanda fue establecida para crear, transmitir y controlar el mensaje dirigido a los consumidores en los
mercados mundiales nuevamente organizados” (Ibid.: 54-55). La publicidad, aunque no era la única, ocupaba en
su visión el primer lugar en esta infraestructura de gestión de la demanda. La industria de la información, por
otra parte, señalaba, se había convertido ella misma en una de las fuerzas importantes de la economía de Estados
Unidos (Ibid.: 68).
253
Como vimos en el capítulo 4, la presentación en la Conferencia de Argel se publicó con el título “Notas al
margen del imperialismo cultural” en Comunicación y Cultura Nº6 (Mattelart, 1978). También formará parte de
su introducción al volumen 1 de Communication and Class Struggle (1979), versión que aquí cito.

246
intelectuales en tanto mediadores internacionales (sobre esta cuestión, central en su
perspectiva, voy a volver en el capítulo siguiente). En esta dinámica (y aquí la referencia era a
otra marxista heterodoxa, Rosa Luxemburgo) debía considerarse las respuestas que las
culturas populares o de liberación nacional ponían en juego en cada situación. En suma,
concluía Mattelart en torno a la noción de imperialismo cultural: “La existencia de formas
específicas de mediación dentro de cada sociedad, dentro de cada formación social, así como
el carácter de estos diferentes tipos de mediación, crea una amplia variedad de encuentros con
el imperialismo” (Ibid.: 102). No es casual que Mattelart incorporara esta matriz gramsciana a
un trabajo que formaba parte de su introducción a Communication and Class Struggle (su
título era “Para un análisis de clase de la comunicación”) y que, en sus palabras, podría
haberse titulado “una crítica de la economía política de la comunicación”. Pero, antes de
llegar a esta cuestión decisiva, me permito hacer un breve rodeo, pues la emergencia de esta
problemática económica, tendrá otro protagonista decisivo en la tradición norteamericana.
Pues si hasta aquí, como hemos visto, Herbert Schiller hacía énfasis las cuestiones del
poder y del Estado (aunque se ocupara de su rol económico), sería el economista canadiense
Dallas Smythe (que había desarrollado una amplia carrera profesional en los Estados Unidos y
en relación con Schiller),254 quien se ocuparía complementariamente de plantear ciertos
interrogantes en torno a la teoría y las lógicas económicas que, a su entender, estaban
gobernando la comunicación de masas. Se podría decir que por las repercusiones y réplicas
que generó, la posición de Dallas Smythe precipitará la conformación de un campo en torno a
la economía política de la comunicación, no sólo porque tal vez fuera uno de los primeros en
plantear el problema específicamente económico de las industrias de la comunicación y la
cultura en sus implicancias teórico-epistemológicas, sino porque, por el tono provocativo con
el que lanzaba su apuesta, dispararía una serie de réplicas, intercambios intelectuales y
lecturas cruzadas a uno y otro lado del atlántico que contribuirían a forjar un marco de
sociabilidad intelectual indispensable para la consolidación disciplinar.255

254
El diálogo entre los autores era estrecho. Ya Dallas Smythe había prologado Communicationds and
American Empire de Schiller con un texto firmado en 1968. Allí contraponía la perspectiva de Schiller a la
“investigación administrada” de Lazarsfeld y señalaba que, si la investigación crítica estaba poco desarrollada
por entonces en los EE.UU. en el trabajo de Schiller, “[p]or primera vez se ha examinado, en un estudio global,
la estructura y política de los medios de comunicación de masas en relación con sus dos funciones más
importantes: economía y política” (Schiller, 1976 [1970]: 10).
255
Son innumerables y sólo puedo referir a algunas que réplicas que o bien fueron directas (Murdock, 2006
[1978]), o bien aparecieron incorporadas en diversos trabajos teóricos (Flichy, 1982 [1980]; Schmucler y
Mattelart, 1983; Zallo, 1988; Garnham, 1994 [1979]. César Bolaño, por su parte y muchos años después,
revisará críticamente las categorías de Smythe pero le reconocerá el mérito de haber formulado las preguntas
teóricas adecuadas en función de la emergencia de una economía política de la comunicación (Bolaño, 2006).

247
En efecto, Dallas Smythe publicó en 1977 un ensayo en el Canadian Journal of Political
and Social Theory, titulado sugerente y provocativamente “Comunicaciones: agujero negro
del marxismo occidental”: (Smythe: 1983 [1977]). Allí Smythe presentaba explícitamente su
posición como un diálogo y en continuidad con las tesis del capital monopolista de Baran y
Sweezy. En esta línea el artículo se presentaba como el intento de comenzar un debate
respecto a la importancia económica y política de los sistemas de comunicación, cuestión que,
a juicio de Smythe, no había sido considerada por la tradición del “marxismo occidental”, que
en su interpretación localizaba la importancia de los sistemas de comunicación de masas en su
capacidad de producir “ideología” y a la que se consideraba exclusivamente por su función en
la reproducción de las relaciones sociales. En contraposición, sostenía Smythe
programáticamente: “[l]a primera pregunta que los materialistas históricos deberían formular
sobre los sistemas de comunicación de masas es a qué función económica del capital sirven,
intentando comprender su papel en la reproducción de las relaciones capitalistas de
producción” (Smythe, 1983 [1977]: 71-72). Por supuesto, Smythe ya tenía una respuesta para
la que había formulado adecuadamente su pregunta. La adelantaba en la primera nota al pie de
su artículo:

[N]inguno de ellos [los marxistas] enfoca a la industria de la conciencia desde el punto de


vista de su papel materialista histórico que hace funcionar el imperialismo capitalista
monopolista mediante el manejo de la demanda (concretamente, mediante los procesos
económicos de la publicidad y la comunicación de masas). Ese es precisamente el
‘agujero negro’ del marxismo occidental (Smythe, 1983 [1977]: 99. El subrayado es mío).

Si en este párrafo se puede leer que la función económica de la “industria de la conciencia”


para Smythe pareciera ser indirecta, pues al manejar la demanda contribuía a reducir la brecha
entre producción y consumo (el famoso “salto mortal” de la mercancía del que hablaba Marx),
esto es, a organizar y aceitar la realización de la plusvalía, pronto Smythe pasará —con algo
de ambigüedad— del papel de la comunicación en la reproducción de las relaciones
capitalistas de producción a señalar que esta función a la vez estaba subsumida en la
producción de una plusvalía particular. Y aquí la novedad: Smythe se interrogaba sobre la
propia naturaleza económica y productiva (en términos de creación directa de plusvalor) de
los procesos de administración de la demanda que Baran y Sweezy habían dejado en el punto
de la circulación (no productiva). El punto de partida entonces de una visión marxista suponía
para Smythe definir objetivamente la naturaleza de la mercancía constituida por las
comunicaciones de masas y, a partir de allí, dar cuenta de su forma específica de valorización
y su función en el proceso de acumulación general. Rápidamente, el economista definía a esta

248
mercancía como el público y el volumen de lectores que las emisoras le vendían a los
anunciantes (Ibid.: 74 y 76). Smythe consideraba que era el público el que producía ésta
mercancía realizando un trabajo, aunque inmediatamente —y evidenciando otra ambigüedad
de su planteo— añadía que la audiencia era una mercancía también “producida por los medios
masivos de comunicación” y por “la familia” (Ibid.: 74, 77, 79, 86, 88, 96). De cualquier
manera, Smythe indicaba que el requisito básico de ingreso al análisis de la forma mercancía
de la comunicación era la aceptación de la importancia del concepto de monopolio en el
capitalismo monopolista tal como lo proponían Baran y Sweezy. Dado que era el monopolio y
no la competencia la que gobernaba el capitalismo monopolista, los economistas marxistas
norteamericanos habían puesto de relieve, sostenía Smythe, el papel de administración de la
demanda por parte de las grandes empresas para aportar las salidas de consumo de un
excedente que era cada vez mayor pero que, por su propia naturaleza, al mismo tiempo
encontraba cada vez más dificultad para ser invertido, esto es, para continuar el ciclo de
valorización, por ende, reproducir su propia existencia como capital. El proceso de
administración de la demanda, afirmaba Smythe, comienza y termina en el mercado para
colocar esa mercancía (Ibid.:75). De allí la importancia que Baran y Sweezy le daban al
marketing y la publicidad, por un lado, y al incremento del gasto militar, por otro. El
problema de estos economistas, en la visión de Smythe, era que “omiten proseguir, de manera
materialista, los temas obvios que son suscitados bajo el capitalismo monopólico por la
administración de la demanda a través de la publicidad” (Ibid.: 75); por empezar, la pregunta
por su relación con el proceso de valorización. Según Smythe, Baran y Sweezy sólo advertían
derivaciones psicológicas de este proceso, pues o bien no consideraban a la publicidad
(principal administrador del consumo) como trabajo directamente productivo en los términos
de Marx (aunque fuera necesario para la valorización) o bien daban una respuesta ambigua
respecto a su naturaleza. Si bien era cierto, observaba Smythe, que las lecturas predominantes
de El capital de Marx tendían en general a negar la productividad de los gastos de la
circulación y de los intermediarios (Ibid.: 89), sin embargo, esta era la cuestión clave y
problemática: “¿Cómo se relaciona el manejo de la demanda, que el capitalismo monopólico
efectúa por medio de la publicidad, con la teoría del valor para el trabajo, con el ‘ocio’ y con
el ‘tiempo libre’?” (Ibid.: 79). El economista canadiense indicaba ciertas pistas de
interpretación a desarrollar a partir del capítulo 6 del tomo I (inédito) de El capital, de ciertos
pasajes de los Grundrisse, y sobre todo de algunos planteos de la Introducción general a la
crítica de la economía política. Sin poder extenderme en esta cuestión, me interesa señalar
que Smythe concluía que la “negativa de la productividad para la publicidad es innecesaria y

249
es desorientadora: un cul-de-sac derivado de la etapa de desarrollo previa a la del capitalismo
monopólico (…)” (Ibid.: 91).
Si me extiendo en el desarrollo de las hipótesis de Smythe es porque se puede leer en las
preguntas que inauguraba la emergencia de una problemática en la que se podrá reconocer,
como veremos, una buena parte de la tradición de la economía política de la comunicación.
Smythe abría un campo problemático cuando formulaba la necesidad de interrogarse sobre
una ausencia en la teoría marxista: la naturaleza y la especificidad de los procesos de
valorización de lo que llamaba la “industria de la conciencia” y su papel en los procesos
generales de valorización y reproducción del capital. Pero esta pregunta llevaba implícita
redefiniciones más amplias de la teoría marxista. Consciente de ello el economista canadiense
concluía su trabajo con la siguiente indicación:

Si es válido ese boceto analítico, surgen serios problemas para la teoría marxista. Entre
ellos está el hecho aparente de que mientras no se cree habitualmente que la
superestructura se ocupe de una actividad productiva de infraestructura, los medios
masivos de comunicación figuran simultáneamente en la superestructura y están
vinculados indispensablemente a la última etapa de la producción de infraestructura,
donde se produce la demanda y se la satisface por la compra de bienes de consumo (Ibid.:
75. El subrayado es mío).

Y agregaba:

Si reconocemos la realidad del capitalismo monopólico —comprando públicos para


completar la colocación en el mercado de bienes de consumo y servicios producidos
masivamente— hace falta un análisis ulterior de las inferencias que supone esta
integración “principal y decisiva” de superestructura y base que la realidad presenta
(Ibid.: 97. El subrayado es mío).

Como vamos a ver a continuación, la corriente británica de la economía política de la


comunicación y la cultura se instalará polémicamente en este campo abierto por Smythe, y en
los problemas que le planteaba a la teoría marxista y su conceptualización de las relaciones
entre base y superestructura. Una muestra de ello es la respuesta que desde el otro lado del
Atlántico Graham Murdock le dedicó al artículo inmediatamente luego de su aparición, que
256
generaría a su vez una réplica a la respuesta por parte de Smythe. Pero como voy a
argumentar a continuación, en rigor Murdock se instalaba y posicionaba a partir de la

256
Murdock observaba —indico aquí sintéticamente— tres omisiones de Smythe: a) que subestimaba el papel
del Estado, no sólo en la reproducción sino en su función económica, por su articulación con el monopolio
concentrado del capital; b) que subestimaba la función ideológica de los medios y el análisis de sus contenidos,
pues la venta de anunciantes no era la razón de ser principal de los medios, sino la venta de explicaciones
legitimadoras del orden social; c) que no daba cuenta de los medios como escenario de la lucha de clases
(Murdock, 2006 [1978]). Ver a su vez la réplica de Smythe (2006 [1978]).

250
referencia problemática que había inaugurado Raymond Williams con su intento para
formular las premisas de una crítica cultural materialista.

La economía política británica de la comunicación: legado y deriva de los Cultural


Studies

A pesar de las tan mentadas polémicas y dicotomías establecidas entre los Cultural Studies y
la Economía política de la comunicación y la cultura británica,257 no es arriesgado decir que
ambas posiciones recogían en parte y desde énfasis distintos el programa teórico y
epistemológico que por entonces estaba formulando Raymond Williams, quien, ya desde
inicios de los años setenta y desde las páginas de la New Left Review, se había propuesto
hacer una revisión teórica de algunas de las premisas teóricas del marxismo para pensar las
relaciones entre sociedad, economía y cultura. Ya en un artículo publicado en la revista en
1973, “Base and Superestructure in Marxist Cultural Theory” (que será citado por varios
referentes de la economía política británica de la comunicación y la cultura) Williams
formulaba buena parte de su programa, que se incorporaría como capítulo (precisamente,
“Base y superestructura”) de Marxismo y literatura (2009, [1977]). Allí, aunque se tratara de
una cuestión subsidiaria en relación con el problema planteado más explícitamente a lo largo
de esta obra en torno al entendimiento materialista de las formas literarias y culturales,
Williams ponía de relieve el impulso social que daba sustento a su empresa intelectual (esto
es, situaba las propias condiciones de emergencia de su innovación teórica), e invitaba a
analizar el problema de la comunicación de masas dentro de una sociología de la cultura que
articulara en sus análisis la economía, la cultura y el Estado. Escribía:

Los principales sistemas de comunicaciones modernos constituyen hoy con tanta evidencia
instituciones clave dentro de las sociedades capitalistas avanzadas que requieren el mismo
tipo de atención, al menos inicialmente, que la otorgada a las instituciones de la producción
y la distribución industrial. Los estudios sobre la propiedad y el control de la prensa
capitalista, del cine capitalista y de la radio y la televisión estatales y capitalistas se
entrelazan, histórica y teóricamente, con los análisis más amplios sobre la sociedad
capitalista, la economía capitalista y el Estado neocapitalista. Además, gran parte de las
instituciones requieren un análisis dentro del contexto del imperialismo y el neocolonialismo
moderno, en relación con las cuales resultan crucialmente relevantes (Schiller, 1969
[Williams refiere a Communications and American Empire]).258

257
Aunque las referencias a la polémica son conocidas, ver, entre otros: Garnham (1997); Grossberg, (1997).
258
La referencia a Schiller no era casual, pues el autor norteamericano parecía haber dejado una fuerte impresión
en Williams. Algunas páginas antes, Williams sostenía que “en las sociedades capitalistas avanzadas”, “está
totalmente fuera de lugar aislar la ‘producción’ y la ‘industria’ de la producción material de la ‘defensa’, la ‘ley y
el orden’, el ‘bienestar social’, el ‘entretenimiento’ y la ‘opinión pública’” (Williams, 2009 [1977]: 129). Por eso

251
Por encima y más allá de sus resultados empíricos, estos análisis fuerzan la revisión teórica
de la fórmula base y superestructura y de la definición de las fuerzas productivas, dentro de
un área social en que la actividad económica capitalista en gran escala y la producción
cultural son hoy inseparables. Hasta que se produzca esta revisión teórica, incluso el mejor
trabajo de los empiristas radicales anticapitalistas es en última instancia sobrepasado o
absorbido por las estructuras teóricas específicas de la sociología cultural burguesa
(Williams 2009 [1977]: 184-185. El subrayado es mío).

La crítica brasileña María Cevasco interpreta el programa de Williams en la comprensión de


las transformaciones estructurales que se podían visualizar desde los años sesenta, y señala
que en sus libros de esos años “resulta evidente lo que tal vez sea uno de los impulsos más
fuertes del trabajo teórico de Williams: el de imaginar un campo de estudios que aún no
existe, pero que es un imperativo de la nueva modalidad de organización social, donde la
escala de los medios de comunicación amplía la interpenetración de lo económico (…) y lo
cultural (…)” (Cevasco, 2003 [1991]: 61. El subrayado es mío). En breve: Williams
desarrolló su concepción de un materialismo cultural que, sintetizando —y por ende siendo
algo esquemático—se basaba en dos principios complementarios: primero, en entender la
cultura en su poder constitutivo, como fuerza material, como fuerza productiva; segundo, en
llamar la atención sobre la necesidad de dar cuenta de la materialidad propia de la esfera de la
política y sobre todo de lo cultural (de allí la esterilidad de mantener, en su posición, cualquier
derivación o complejización de lo que era en el pensamiento marxiano había sido sólo una
metáfora —base-superestructura— y su sistema de determinaciones implícito).
En este sentido y en relación con los párrafos de Williams citados, e insisto, a pesar de
las acusaciones de economicismo de algunos partidarios de los Cultural Studies a la economía
política de la comunicación británica, entiendo que ésta última, en su momento de
emergencia, se instalaba sobre las zonas problemáticas que señalaba el autor de Marxismo y
literatura, quien planteaba revisar la teoría marxista de la cultura, pero manteniendo lo que
entendía debía ser la prioridad analítica de los fenómenos económicos sobre los culturales y la
vigencia de la metáfora arquitectónica que Williams pretendía disolver. Pues en líneas
generales debe situarse la preocupación de los teóricos de la economía política de la
comunicación británica en torno a fijar criterios teóricos para analizar, en las coordenadas del
capitalismo monopolista, la relación entre la producción material y la producción simbólica
(Bolaño, Mastrini, Sierra, 2005).

la observación debe relacionarse con la posición de Williams respecto a que el “materialismo especializado”
había fracasado en su intento de comprender el “carácter material” de la producción de un orden político, social
y cultural. Williams concluía que “el concepto de ‘superestructura’ no era entonces una reducción, sino una
evasión” (Ibid).

252
Para sostener estas afirmaciones y a los fines de reponer el marco de problematización e
intercambio que aquí me interesa dar cuenta en torno a la figura y la posición teórica de
Armand Mattelart, me voy a referir a dos de los trabajos y de las figuras centrales de la por
entonces emergente perspectiva.
En 1974 Graham Murdock y Peter Golding publicaban en la revista The Socialist
Register (nº correspondiente a 1973) dirigida por Ralph Miliband y John Saville un artículo
inaugural y programático titulado: “For a political economy of mass-communication” (en el
artículo —que será leído por Armand Mattelart al otro lado del Canal de la Mancha—259 se
utilizaba, hasta donde he podido registrar, por primera vez el sintagma). Si bien se trataba de
una artículo exploratorio y que los propios autores definían como un análisis de caso sobre el
sistema de medios británico, ya anunciaban lo que eran las dos dimensiones centrales de su
análisis: por un lado, que “el punto de partida obvio para una economía política de los medios
de comunicación era el reconocimiento de que los medios de comunicación son en primer
lugar y sobre todo organizaciones industriales y comerciales que producen y distribuyen
mercancías” (Murdock y Golding, 1974: 205. La traducción y las siguientes son mías). Por
otro, que además de producir y distribuir mercancías, “los medios también diseminan ideas
sobre las estructuras económicas y políticas. Esta es la segunda e ideológica dimensión de la
producción de los medios de comunicación que le da su importancia y centralidad y que
requiere un acercamiento en términos no sólo económicos sino también políticos” (Ibid.: 207).
Poco tiempo después, en 1977, los mismos Murdock y Golding publicaban en Londres
un trabajo de carácter teórico donde profundizaban estos planteos que se convertiría en una de
las referencias fundantes de la emergente disciplina (Murdock y Golding, 1983 [1977].260 Allí
sostenían que el estudio de los medios no debía concebirse como una especialidad
autosuficiente, sino como parte del estudio general de la reproducción social y cultural y que,
en ese sentido, debía compartir las preocupaciones del análisis sociológico tradicional en
torno al problema de las estratificaciones de clase y de las modalidades de legitimación del
orden social. Partiendo de los supuestos de la Ideología Alemana y del “Prefacio” a la
Contribución a la Crítica de la Economía Política, los autores planteaban que debía tenerse
en cuenta, por un lado, el contexto económico general en el cual el control de los medios se
259
Mattelart citaba el artículo en Multinacionales y sistemas de comunicación (1977 [1976]: 236), aunque por el
momento sólo recogía algunos de sus datos empíricos en torno a la reestructuración de la industria del cine
británica.
260
El artículo se publicaba en una antología general, Sociedad y comunicación de masas, editada por la
Universidad Abierta de Londres, que reunía colaboraciones de miembros de diversas procedencias, entre ellos
del centro de Estudios de la Universidad de Birmingham o de los evidentemente entonces ya fallecidos Adorno y
Benjamin. Entiendo que esto da cuenta que la problemática de la economía política de la comunicación todavía
no se había delimitado de manera autónoma (Curran, Gurevitch, Woollacott 1983 [1977]).

253
ejercía, pero al mismo tiempo el análisis de la producción cultural en su forma específica. Si
bien los autores entendían que “[l]o distintivo y promisorio del marxismo como armazón para
la investigación sociológica de la cultura y la comunicación reside precisamente en el hecho
de que se centra en las complejas conexiones entre la economía y la producción intelectual,
entre la base y la superestructura” (Ibid.: 30), la mayor parte de los análisis de inspiración
marxista preocupados por el problema cultural, señalaban, o bien sólo examinaban el
producto de los medios masivos partiendo de relaciones simples entre las estructuras y las
relaciones económicas y la producción cultural (señalaban, por ejemplo, toda una línea
vinculada al concepto de Aparato Ideológico de Estado), o bien partían del producto para
luego “retroceder” a la explicación por su base económica, “sin avanzar nada hacia una
explicación de cómo funciona realmente ‘la industria de la cultura” (Murdock y Golding,
1983 [1977]: 27). En esta última posición, los autores situaban las tesis de Theodor Adorno
sobre la industria cultural. También le adjudicaban un desequilibrio parecido —entre el
análisis cultural y económico— a Raymond Williams y Stuart Hall “dos de los más
sólidamente lúcidos marxistas que trabajan en el terreno de los estudios culturales en Gran
Bretaña”, puesto que su “detallada y a veces deslumbrante disección de las formas culturales
se siente incómoda sobre un análisis sin desarrollo de las bases económicas de su producción”
(Ibid.: 29).261 Para los autores, por el contrario, la tarea entonces requería invertir la lógica de
la sucesión y centrarse en los problemas de la propiedad, el control y la producción, para
hacer “un análisis concreto de las formaciones y procesos económicos que apuntalan la
industria contemporánea de las comunicaciones” (Ibid.: 30). Murdock y Golding avanzaban
entonces en esta línea dando cuenta a partir de una descripción empírica de ciertas tendencias
a la concentración, diversificación y formación de conglomerados en la industria de la
comunicación (que, señalaban, tenía una tasa más alta de concentración que el promedio de la
economía) y luego postulaban —categoría de mediación sartreana mediante— la necesidad de
dar cuenta de los procesos específicos de producción cultural: esto es, de los imperativos
institucionales, de las rutinas organizativas, de las exigencias laborales que la organizaban
para llegar, finalmente, a dar cuenta de “la manera cómo las fuerzas económicas producen y
modelan realmente la imaginería” (Ibid.: 49).
En suma, inscribiendo la economía política de la comunicación en las tareas de la
sociología marxista preocupada por determinar las relaciones entre la producción material y la
producción simbólica, Murdock y Golding, redefinían sus problemáticas invitando a trabajar

261
Los autores tomaban como referencia el artículo de Williams que he comentado: “Base and Superestructure in
Marxist Cultural Theory”.

254
sobre las modalidades específicas a partir de las cuales la economía, mejor dicho, la ley del
valor, subsumía la producción cultural.
También el artículo de Nicholas Garnham, “Contribution to a Political Economy of
Mass Communication”, publicado en el primer número de Media, Culture and Society (1979),
se puede leer como un artículo programático, fundante, que se proponía sintetizar y formular
una posición y una perspectiva para esta corriente (Garnham, 1994 [1979]). Garnham partía
de revisar los debates marxistas contemporáneos en los estudios sobre la comunicación y la
cultura. En líneas generales, se manifestaba contra lo que llamaba el “althusserianismo-
lacaniano”, que en su visión dominaba por entonces las perspectivas de los estudios en
comunicación y cultura en Gran Bretaña (Ibid.: 21). Plenamente identificado con el sintagma
“economía política”, Garnham —al igual que Murdock y Golding— ponía en el centro
problemático de la disciplina al estudio de las relaciones entre los dos términos que
componían la tan mentada metáfora base-superestructura, o para ser más rigurosos con su
posición, a la relación entre la ley del valor y las formas ideológicas. Pero si la metáfora base-
superestructura era el punto de partida ineludible de una economía política de la cultura (en
este punto Garnham estaba polemizando fuertemente con Raymond Williams), lo era a
condición de que se evitaran dos trampas: el reduccionismo economicista y la idealista
autonomización del nivel ideológico (Ibid. 23).262 Si la pregunta que inauguraba la Ideología
Alemana por la relación entre la ideología dominante y las relaciones sociales de producción
seguía siendo válida, la economía política de los medios masivos de comunicación podía
definirse, en la posición de Garnham, como “el análisis de la etapa histórica específica de este
desarrollo general vinculado históricamente a las distintas modalidades de la producción
cultural” (Ibid.: 24. La traducción y las siguientes son mías). ¿Qué intenta entonces analizar la
economía política de la comunicación y la cultura? Primero, observaba Garnham, debía
262
Para fundar lo distintivo de la economía política de la cultura, Garnham revisaba y distinguía su propuesta de
la crítica cultural marxista contemporánea. Si bien destacaba los esfuerzos de Raymond Williams por fundar un
materialismo cultural no economicista, consideraba que el autor de Marxismo y Literatura era un buen
materialista pero no era lo suficientemente histórico; según Garnham, Williams confundía la materialidad (de
todo proceso cultural en general) con la economía, o de otro modo, no veía la especificidad propia de los
distintos modos materiales de producción cultural (Garnham, 1994 [1979]: 27). De Stuart Hall (sobre todo de su
artículo “Medios, cultura y el efecto ideológico”) Garnham observaba que prestaba exclusiva atención a los
medios de comunicación como aparatos ideológicos, de allí que retomara una crítica de Murdock y Golding,
quienes le planteaban a Hall que no se podía comprender su función ideológica sin atender su posición como
empresas comerciales en un sistema económico capitalista. Por último, Garnham comentaba el artículo de Dallas
Smythe sobre las comunicaciones como agujero negro del marxismo occidental. Si bien le reconocía al
canadiense que tenía el mérito de redirigir la atención desde la pregunta por los medios como aparatos
ideológicos hacia la pregunta por su función económica, lo acusaba de proponer una teoría “extremadamente
reduccionista”, puesto que, en su visión, Smythe no consideraba la función ideológica de los medios. Por otro
lado, entendía que la teoría económica de Smythe era errónea, puesto que confundía la mercancía audiencia con
la forma mercancía general (Ibid.: 29). Sin embargo, Garnham reconocía que la reflexión de Smythe podía llegar
a ajustarse más a la realidad norteamericana que a la europea.

255
desplazar su atención de los medios como Aparatos Ideológicos del Estado para analizar su
rol como entidades económicas. En este sentido, Garnham parecía retomar la pregunta
lanzada por Smythe (¿a qué función económica del capital sirven los medios de
comunicación?) pero respondía de manera más certera que el canadiense: los medios cumplen
una función económica al crear plusvalía de manera directa a través de ciertas mercancías
culturales —los productos culturales— y en tanto valorizan un tipo de capital particular; y de
manera indirecta en otros sectores de la producción, a través de la publicidad, en la medida en
que organizan el consumo y reducen el tiempo de circulación de las mercancías. ¿Pero
entonces, cómo evitaba Garnham el “extremado reduccionismo” del que acusaba a Smyhte
(Ibid.: 29), siendo que su problema tal como lo planteaba, buscaba analizar las relaciones
entre lo económico y las formas ideológicas?
Para Garnham la economía política desafiaba las teorías de Althusser y Poulantzas
respecto a la autonomía relativa de las dimensiones política, ideológica y económica, puesto
que señalaba que los propios medios de comunicación desplegaban en su interior esas
dimensiones; aunque, señalaba, existía una determinación económica en última instancia de
los modos en que se daba dicha articulación. Garnham señalaba como necesario para el
análisis materialista histórico de la producción intelectual distinguir dos momentos
diferenciados aunque relacionados. Por un lado, debía considerarse la cultura como un
fenómeno superestructural relacionado con elementos no culturales de la producción material.
Este era el planteo de la Ideología Alemana, donde Marx y Engels referían al pago a través
del excedente económico a los que entonces llamaban los ideólogos de las clases dominantes
(evidentemente Garnham reconocía que las lógicas contemporáneas del ejercicio del poder
cultural suponían el desarrollo de nuevas mediaciones que era necesario indagar; en este
sentido ponía como referencia a la sociología cultural de Pierre Bourdieu). Por otro lado, era
necesario considerar que en el capitalismo contemporáneo existía una zona de la producción
cultural subordinada directamente a la ley del valor. Este segundo momento del análisis era el
más actual, señalaba, puesto que ponía en evidencia el control directo de la comunicación y la
cultura por el capital. Para Garnham entonces, si era necesario mantener el modelo de la
distinción entre base-superestructura, al mismo tiempo se hacía necesario analizar los modos
contemporáneos y específicos en que el capitalismo monopólico industrializaba la
superestructura y los efectos que esto producía.
Más que en las mediaciones y en el despliegue de las contradicciones con los que el
autor inglés describía este proceso, me interesa enfatizar en los modos en que delimitaba un
campo para la economía política de la cultura y la manera de abordarlo. Puesto que, al definir

256
como problema la unidad de la relación y las formas históricas de la determinación entre lo
económico y entre las formas ideológicas, es claro que en su visión las lógicas propias de la
acumulación del capital —aun con las contradicciones que despliega su desarrollo— se
volvían el fundamento y el motor del proceso. Esto es evidente cuando Garnham se refería a
la tendencia del capitalismo contemporáneo monopolista a industrializar la superestructura y
señalaba algunas de sus características: caída del margen de beneficio y concentración sin
precedentes de la producción cultural y no cultural; tendencia a buscar nuevas áreas de
valorización, desarrollo en consecuencia del llamado sector terciario (que había tenido hasta
entonces menos desarrollo propiamente capitalista), presiones para la apertura de nuevos
mercados (esto es, hacia la internacionalización y la privatización de los sistemas de medios),
intentos de generar nuevos mercados a través de las nuevas tecnologías, etc. Que para
Garnham el motor de este proceso fuera la lógica que dirige la ley del valor se hace más
evidente en la postdata del artículo, titulada “la economía del tiempo”. Allí Garnham
enfatizaba en la idea marxiana de la unidad del circuito del capital (producción, circulación y
consumo) que suponía que la reducción del tiempo en el que se completa la totalidad del
circuito era una determinación central para el incremento de la tasa de ganancia. Una vez más,
planteaba que los medios de comunicación eran tanto un capital particular, una esfera de
valorización, al mismo tiempo que, a través de la publicidad, participaban en las necesidades
del capital en general, al acelerar los tiempos de la circulación y contribuir a la
“racionalización” y organización del consumo.
Evidentemente el desarrollo de la economía política de la comunicación en Gran
Bretaña estimulaba una polémica abierta con la corriente de los Cultural Studies y buscaba
signos de demarcación respecto a ella. La aparición de la revista Media, Culture and Society,
fundada en 1979 por el mismo Nicholas Garnham, fue uno de los espacios de promoción y
difusión de esta posición; según su propio balance se puede leer en su emergencia el intento
por poner en evidencia las carencias de la semiología de vertiente francesa y sobre todo de la
influencia de lo que Garnham llamaba el “althusserianismo lacaniano” (Garnham, 1994
[1979]: 21) —que por entonces había influido notablemente en una segunda generación de los
Cultural Studies británicos— y su énfasis en la autonomía relativa de lo ideológico y en los
procesos de constitución de la subjetividad.263 La revista, en la mejor tradición de la New Left

263
No puedo detenerme aquí a desarrollar este punto de la argumentación. Evidentemente la lectura de los
artículos de Stuart Hall daría un cuadro más acabado de la polémica en torno a la interpretación de la teoría
marxista desde la posición de los Cultural Studies. Ver sobre todo los artículos de Hall, “Codificar/Decodificar”
(1994 [1973]), “Estudios culturales, dos paradigmas”, publicado en la propia Media, Cultur and Society (1980),

257
Review, estará abierta a las contribuciones y al debate con la producción del continente. Las
traducciones inglesas de los libros de Armand Mattelart (quien publicará también en la
revista), serán leídas y reseñadas en sus primeros números, hecho que indica la existencia de
un espacio de intercambio e influencia recíproca donde Mattelart tendrá un protagonismo no
menor.264 Algo de ello se puede leer en el prólogo que Nicholas Garnham escribe para la
versión inglesa del libro de Armand y Michèle Mattelart y Xavier Delcourt, La cultura contra
la democracia (Garnham, 1984). Además de las observaciones que ya he comentado en el
capítulo 5 sobre el itinerario intelectual de Armand Mattelart (donde Garnham llamaba la
atención sobre el papel clave de su experiencia chilena en la configuración de su perfil
intelectual y de su posición teórica) en este prólogo se puede leer —mejor dicho, en lo que el
economista inglés lee como contribución de Armand Mattelart—, una ausencia en la
economía política británica de la comunicación y la cultura y la singularidad del aporte y el
pensamiento de Mattelart respecto a ella. A riesgo de adelantar y repetir algunas cuestiones
que voy a desarrollar en breve —e insisto, a los fines de poner de relieve la existencia de un
espacio de diálogo e interlocución—, quisiera mencionar los elementos que Garnham
destacaba de las posiciones teóricas y del itinerario de Armand Mattelart (hasta 1984): Según
Garnham, Mattelart: a) había puesto de relieve la importancia de las determinaciones
económicas y técnicas de la producción, distribución y consumo cultural, y la necesidad de
pensar en términos políticos la dinámica de un mercado mundial de la cultura dominado por
las corporaciones; b) a diferencia de Herbert Schiller, Mattelart —siempre según Garnham—,
rechazaba el determinismo económico-tecnológico, y el pesimismo político al que este
determinismo tiende, poniendo en el centro de su análisis la importancia y la complejidad de
la lucha de clases y de las resistencias políticas y culturales a nivel internacional y nacional; c)
Mattelart había puesto de relieve la importancia de las funciones ideológico-políticas de las
formas y prácticas de producción cultural al momento de una profunda crisis y transición del
sistema capitalista; pero al mismo tiempo, observaba Garnham, Mattelart rechazaba la
exagerada atención prestada al rol del Estado, señalando la importancia de los efectos
ideológicos que el mercado, sobre todo en la etapa de la multinacionalización, producía —en
alianza con el aparato estatal— en el dominio de la sociedad civil; d) también Mattelart ponía
en evidencia la importancia de lo simbólico y lo imaginario como tal, que no podía ser

y el artículo publicado en la antología compilada por Curran y otros ya citada (Hall, 1981). Para un balance
general por fuera de la contienda, ver Mattelart, Neveu (2004 [2003]) y Muñoz (2009).
264
Ver en la revista Culture, Media and Society, por ejemplo, una reseña sobre la versión inglesa de
Multinationales et systèmes de Communications (por Paldan, 1980); en la misma revista una reseña sobre la
versión inglesa de L’usage de médias en temps de crise (por Cruise O’Brien, 1981).

258
reducido a lo ideológico y lo económico; de ahí el llamado que encontraba Garnham en
Mattelart, de tomar el gusto y la cultura popular seriamente, como un espacio determinado por
las relaciones de fuerza económicas, pero no menos ajeno a las luchas, contradicciones y
resistencias; e) también Garnham leía en Mattelart una mirada no dicotómica sobre la
centralización y la descentralización; pues encontraba una revisión del pensamiento sobre las
relaciones entre el Estado y la sociedad civil, sobre todo en un momento donde el
desmantelamiento del Estado de bienestar y sus poderes centralizados suponía su relevo por
un régimen de atomismo social coordinado y controlado no a través de la política sino a través
de las estructuras económicas; f) por último, Garnham encontraba en Mattelart una
concepción de la relaciones norte-sur que no caía en el simple tercermundismo ni en las
divisiones maniqueas, ni en un antiamericanismo vulgar (pues se preguntaba por qué eran
eficaces las formas de su cultura y qué podía ser utilizado desde el campo popular) y que
ponía de relieve que la historia individual de cada país debía hacerse teniendo en cuenta sus
relaciones internas y externas y sus propias dinámicas de desarrollo, que eran diferentes en
América Latina, África o Asia, pues el imperialismo económico y cultural trabajaba a través
de estructuras específicas de poder local. En este sentido Garnham tomaba la advertencia de
Mattelart contra una noción de “identidad cultural auténtica” subyacente en muchas teorías
del imperialismo cultural (Garnham, 1984: 4-6).
En fin, antes de presentar la posición teórica de Armand Mattelart al interior de este
espacio de diálogo generalizado a nivel europeo,265 permítaseme la presentación de una última
zona de interlocución, vinculada a su medio intelectual más cercano por entonces.

Al otro lado del Canal de la Mancha

Se podría vincular la resistencia a asimilar los fenómenos culturales con los económicos en
Francia a toda una tradición cultural que, producto del modo en que se consolidó una
hegemonía entre las clases, fue forjada por esos productores privilegiados de visiones de

265
Ya por entonces se habían extendido los ámbitos de debate e intercambio a nivel europeo de los estudios de la
economía política de la comunicación. Una versión reducida del artículo de Garnham que acabo de comentar
(con el título “La cultura como merce”) fue publicada en Italia en Ikon, Rivista dell’ Istituto Agostino Gemelli, en
enero de 1979. Allí el debate sobre la economía de la comunicación se había precipitado, a partir de los
tempranos signos de liberalización y privatización de su sistema audiovisual. La revista Ikon reunía la reflexión
de investigadores como Giuseppe Richeri, Giovani Cesareo, Roberto Grandi. A inicios de los años ochenta,
Giuseppe Richeri, precisamente, reunía en una edición en español sobre la temática (Richeri, 1983), los artículos
(algunos de ellos los he comentado aquí) de Nicholas Garnham, Dallas Smythe, Herbert Schiller, Armand
Mattelart y Jean Marie Piemme, Giovani Cesareo, Graham Murdock, Bernard Miège, entre otros referentes de la
economía política de la comunicación.

259
mundo que son los intelectuales, fracción dominada de la clase dominante, como señala Pierre
Bourdieu, y que se concibieron en Francia en el marco de un habitus intelectual que hizo de la
cultura una religión secular y de sus intelectuales sus representantes terrenales, sus clercs
(Dosse, 2007 [2003]). En este marco, Armand y Michèle Mattelart recuerdan que cuando en
1961 salió el primer número de la célebre revista dirigida por Roland Barthes,
Communications, dedicada a los estudios de la significación y la cultura de masas, uno de los
pocos economistas del cine de aquella época, Henri Mercillon, señaló a la redacción la
estupefacción que lo había embargado ante el ‘olvido de la economía’ visible en la
declaración de principios que había orientado el lanzamiento de la publicación. Lo citan:

No faltan ejemplos de críticos que (...) construyen sus doctos artículos sin hacer jamás
referencia a los problemas planteados por la economía del séptimo arte; o de sociólogos
expertos en mass communications, pero desatentos a los cambios de estructura de los
difusores audiovisuales. Se produce aquí una sorprendente desconexión. Sin embargo, por
los capitales puestos en juego, por su complejo régimen económico y financiero, por la
encarnizada competencia a la que se entregan, por el lugar que ocupan en el concierto
económico, las industrias culturales no merecen el silencio al que se les reduce y del que,
hemos de añadir, se sienten muy satisfechas (Henri Mercillon, en Mattelart, Mattelart,
1987 (1986): 35).

La resistencia a asimilar economía y cultura se mantuvo intacta hasta fines de los años setenta
cuando, en los contextos que he reconstruido en los capítulos anteriores (me he referido al
auge de las disputas al interior del aparato cultural y de las demandas por su democratización
y descentralización; a la presión hacia la internacionalización de las formas de producción
cultural; a la crisis del sistema público de radiodifusión por presión del capital y por la
necesidad de construcción de nuevos consensos como salida de la crisis, etc.) emergieron los
primeros trabajos que se plantearon la pregunta económica en torno a la producción cultural.
Aun si, como he señalado a través de la observación de Bernard Miège al inicio de este
capítulo, los investigadores franceses vinculados al estudio de las industrias culturales parecen
en general más reticentes que sus colegas británicos a reconocerse en el sintagma “economía
política de la comunicación”, cuando se habla de la emergencia de una (no) “escuela
francesa” se hace sobre todo referencia al espacio articulado alrededor del Groupe de
Recherche sur les Enjeux de la Communication (GRESEC), de la Universidad Stendhal, de
Grenoble, fundado en 1978 por Yves de la Haye y Bernard Miège (Bolaño, Mastrini, Sierra,
2005).
En líneas generales en una primera etapa los trabajos de este grupo combinaron la
reflexión teórica sobre el estatuto de la comunicación y la cultura en el desarrollo del
capitalismo contemporáneo con un marcado énfasis en el análisis de casos; esto es, con el

260
estudio acerca de los procesos de trabajo particulares que los producían y los modos
específicos de valorización de los productos culturales.
En 1978 un equipo dirigido por Bernard Miège publicaba un trabajo colectivo, y
fundante, Capitalisme et industries culturelles, en la editorial universitaria de Grenoble. Los
autores coincidían en un diagnóstico común al que se realizaba al otro lado del Canal de la
Mancha: la existencia de un fenómeno que si bien no era nuevo (Marx ya había dado cuenta
de sus primeras manifestaciones) sí se había ahora ampliado a una escala sin precedentes: la
conversión de la esfera de la cultura y del arte en un espacio de valorización de capital. El
pasaje correspondía a su estadio monopolista (Miège, y otros, 1978: 169-170). Sin embargo, a
diferencia de la pregunta que orientaba a sus colegas británicos (la relación entre los procesos
de valorización de capital en la cultura y los mecanismos de reproducción ideológica), el
equipo de Miège hacía hincapié en el estudio de las modalidades de valorización del capital
en la cultura y la pregunta en torno a la especificidad de su estatuto económico.
Hasta entonces, planteaban, la mayor parte de los análisis marxistas se habían situado en
el análisis de las superestructuras, en las relaciones entre modos de producción e ideología
dominante, o en el análisis de la reestructuración del capitalismo y la formación de sus
correspondientes aparatos ideológicos. En general, señalaban los autores, estos estudios se
contentaban con recurrir a un principio teórico: la determinación económica en última
instancia. Por el contrario, para los economistas del equipo de Miège —en común con sus
colegas ingleses— se hacía necesario orientar la investigación sobre las modalidades
concretas de esta determinación. Si bien, indicaban, ésta no se jugaba de manera lineal, lo
cierto es que era ineludible entender la producción de valor en la cultura como parte de la
reproducción ampliada del capital: una de sus particularidades, es cierto, se jugaba en que la
cultura no se reducía a un medio de valorización de capital de la producción cultural sino que
era parte de la reproducción ideológica de las relaciones sociales; pero las preguntas que debía
orientar la investigación se dirigían a hacer inteligible la modalidad concreta de esa
determinación: ¿cómo y por qué el capital es conducido a valorizar capital en el terreno de la
cultura? Y entonces, ¿qué es lo que justifica, en el seno del capitalismo contemporáneo, un
análisis separado para este tipo de mercancías? O de otro modo, ¿qué problemas específicos
encuentra el capitalismo contemporáneo para producir valor a partir del arte y la cultura?
(Ibid.: 8).266 Todo el desarrollo del trabajo del equipo que dirigía Miège estaba orientado a

266
Así formulada, la problemática del equipo de Miège se diferenciaba explícitamente de la tradición que habían
inaugurado Adorno y Horkheimer en torno a la pregunta por el efecto que la “industrialización de la cultura”

261
responder, en términos teóricos, pero también a partir de análisis de casos, estos interrogantes:
la mercancía cultural era una mercancía específica de la que se debían determinar sus
características particulares (Ibid.:21), tanto con respecto a su proceso de producción, como a
los de circulación y realización del valor.267
Evidentemente, los autores no desconocían la función reproductiva de la cultura;
simplemente, advertían en la introducción, que en su estudio no se centraban en esa cuestión,
sino en su aspecto económico. Dado que, reconocían, la demanda de su investigación se daba
en el marco de la centralidad que habían adquirido en Francia las disputas al interior de los
aparatos de producción cultural, los autores tomaban como prioridad la necesidad de no
autonomizar el estudio del intercambio cultural de las lógicas que gobernaban su producción.
En esta línea, luego de consagrar varios capítulos a la discusión teórica sobre el aspecto
económico planteado y a los análisis de caso de ramas particulares (fotografía, industria
discográfica, audiovisual, etc.), dedicaban sus conclusiones a problematizar las relaciones
entre la producción cultural mercantil y la reproducción social. Allí sostenían que si la cultura
participaba del conjunto del mundo de la mercancía, no era sólo porque devenía campo de
producción de plusvalor, sino porque ella participaba de la reproducción ampliada del capital
e intervenía cada vez más en los procesos de realización de valor a escala general. La lógica
del capitalismo aseguraba, así, de un lado, la promoción de la cultura por su mercantilización,
y, del otro, la promoción de la mercancía por la cultura. De tal suerte que al analizar el rol
económico de la producción cultural no se podía ignorar que la cultura interfería también en el
proceso general de reproducción del capital por su rol ideológico, y que estos dos aspectos se
estaban interpenetrando cada vez más profundamente (Ibid.: 173). Entonces Miège y su
equipo, si por un lado señalaban que la cultura como mercancía era independiente de su
contenido (el objetivo del capital en el campo de la cultura, como en cualquier otro, era la
valorización, y esto era independiente del valor de uso de la mercancía en cuestión), por otro
lado observaban que se trataba de dar cuenta cómo los procesos de mercantilización y de
integración capitalista de las industrias culturales filtraban o condicionaban esta producción
cultural; de allí que, en definitiva, la producción cultural bajo la forma capitalista favoreciera
la imbricación profunda entre la ideología dominante y las industrias culturales.

producía en los mecanismos de reproducción ideológica y de constitución de la subjetividad. También de la


tradición en torno a la teoría althusseriana de los aparatos ideológicos del Estado.
267
En su trabajo los autores señalaban varias características de lo que entendían era la especificidad de la
mercancía cultural. No me puedo extender en ello aquí, sólo destaco el predominio de una impronta económica
en la formulación de su problemática inicial.

262
En esta línea de investigación trazada por el equipo que dirigía Miège, se puede
reconocer el trabajo de Patrice Flichy, quien publicaba en 1980, por la editorial universitaria
de Grenoble y el Institut National de l'Audiovisuel (INA) francés, Les Industries de
l’imaginaire. Pour une analyse économique des media (Flichy, 1982 [1980]), otro libro
considerado fundante en Francia de una perspectiva que reúne el abordaje económico y
sociohistórico de la comunicación. Sus trabajos se centrarán en el estudio del modo en que se
crearon los usos sociales para las tecnologías disponibles, puesto que, entendía Flichy, éstos
no se derivan de la mera existencia de los objetos técnicos. Esta orientación dirigirá también
buena parte de la línea editorial de la revista Réseaux que fundaría en 1983.
Llegados hasta aquí, resta delimitar la posición de Armand Mattelart (lector —como
pocos franceses— de la escuela norteamericana y de los debates de la economía política
británica, y leído por sus colegas al otro lado del Canal de la Mancha) quien intervendrá en la
discusión sobre la configuración de este campo. En este espacio de entrecruzamientos voy a
situar el carácter singular de su posición teórica. Más precisamente, en el vacío (parodiando a
Smythe podría hablar de su propio “agujero negro”) que algunos integrantes de la economía
política de la comunicación reconocían. Pues si en su “respuesta” a la “réplica” de Murdock,
Smythe le negaba que su posición omitiera la consideración sobre el papel del Estado y su
articulación con los procesos económicos y las funciones ideológicas que cumplían los
medios masivos de comunicación, sí le reconocía a su interlocutor lo acertado de su
observación cuando le señalaba que no daba ninguna indicación de cómo debía situarse la
lucha de clases dentro de su marco de trabajo. Simplemente no había sabido como hacerlo,
confesaba Smythe.268 En ese punto donde el análisis de Smythe se encontraba con sus límites,
tal vez se pueda encontrar la singularidad de la posición de Armand Mattelart.

En la encrucijada de las tradiciones regionales: Armand Mattelart y la crítica de la


economía política de la comunicación

Pues, en efecto, es pertinente situar la aparición de De l’usage des médias en temps de crise,
publicado por Armand y Michèle Mattelart en 1979, en la serie de debates hasta aquí
planteados y en los campos problemáticos que abría la emergente economía política de la
comunicación.

268
“Es cierto —admitía Smythe—, no lo hice. La razón es que no supe cómo hacerlo, no de que lo considerada
irrelevante. De este modo dejé la lucha de clases en el punto de la reproducción de la fuerza de trabajo (una
situación muy insatisfactoria en la que dejarla)” (Smythe, 2006 [1978]: 26).

263
Recapitulemos: en el marco del desarrollo del capitalismo monopolista, ¿qué función
económica cumplían —y como analizarla si es que tenía alguna especificidad en tanto
producción de valor— los medios de comunicación de masas o la llamada “industria de la
conciencia”? ¿Cuál era su naturaleza y su particularidad económica? Y entonces, ¿qué
redefiniciones en la teoría marxista suponía —en palabras de Smythe— “esta integración
‘principal y decisiva’ de superestructura y base que la realidad presenta”?
Si bien es cierto que en este libro Armand y Michèle Mattelart se dirigían explícitamente a
un público más amplio que el que se podía circunscribir al debate académico y los medios
especializados y que no tenían la pretensión de producir una sistematización teórica, aun así
se puede leer en De l’usage des médias en temps de crise una intervención singular en el
debate de una disciplina que buscaba definir su estatuto a partir de la delimitación de su
objeto y la revisión de ciertas tradiciones teóricas al interior del marxismo.
Esa era la cuestión. De entrada, en la primera línea de la introducción, advertían Armand y
Michèle Mattelart: “Digámoslo desde el principio: los conceptos que se suelen utilizar para
transmitir las reflexiones y los análisis sobre el fenómeno de los medios de comunicación y de
la producción cultural de masas adolecen de cierta ambigüedad (…)”. Y agregaban enseguida:
“No es una de las menores paradojas que deben encarar los que emprenden la crítica de la
economía política de los medios de comunicación el tener que someterse a una taxonomía
consagrada para poder superarla y, con ella, los modos de enfocar la realidad concreta que
subtiende”. (Mattelart, Mattelart, 2003 [1979]: 9. El subrayado es mío).
Conviene detenerse en esta frase subrayada. Es significativo que los Mattelart se ubicaran
en el campo de la economía política de la comunicación, un campo al que señalaban como
interlocutor, en oposición a la sociología dominante y su modo empirista de definir su objeto
a partir de los llamados “medios de comunicación de masas”, y la “cultura de masas” (Ibid.:
9-10). Lo que estos conceptos ocultan, señalaban los autores, “es la función política que
cumple ese modo particular de producción de mercancías” (Ibid: 10. Subrayado mío). Pero si
en esta frase se ponía en cuestión la existencia dada, natural, de los objetos de la sociología
empirista, al mismo tiempo se puede leer en ella una ambigüedad que proyectaba su manto de
sospecha sobre los supuestos de existencia de la propia economía política de la comunicación:
es significativo que en el mismo acto en que los Mattelart señalaban la naturaleza económica
de este “modo particular de producción de mercancías” en la cultura, hicieran énfasis en la
necesidad del estudio de su “función política”. Como veremos, la aparición del término crítica
—por cierto pleno de significación en la tradición marxista— que Armand y Michèle
Mattelart añadían cuando referían a “los que emprenden la crítica de la economía política de

264
la comunicación” (y que en relación con las expresiones de sus colegas británicos, quienes
utilizaban más bien la expresión “economía política de la comunicación y la cultura”, o
franceses, quienes preferían la expresión a secas de “economía de los medios o de las
industrias culturales”) indica una problematización de las condiciones y los límites de su
objeto y su perspectiva. Pero volveré sobre esta cuestión enseguida.
Ahora quisiera señalar algunos puntos de partida común en relación con el de sus
interlocutores. Armand y Michèle Mattelart retomaban en este libro algunas de las tesis
planteadas en Multinacionales y sistemas de comunicación: desde mediados de los años
setenta la crisis estructural del capitalismo había puesto al día la necesidad de reorganizar el
modo de producción de los bienes materiales. Esa misma crisis entrañaba también la
necesidad de una reestructuración del modo de producción de los bienes simbólicos o de las
mercancías culturales, y este hecho, en su visión, era entonces algo menos evidente y por ende
menos estudiado (Mattelart, Mattelart, 2003 [1979]: 13). Que la crisis estuviera en el centro
de las reconfiguraciones, siendo que para los autores no se reducía sólo a una crisis de
acumulación, suponía precisamente una modulación particular de su perspectiva. Por ahora
digamos que los Mattelart partían de un supuesto bastante extendido por entonces: si la fase
del capitalismo se caracterizaba por la aceleración del monopolismo, su especificidad no
había que buscarla exclusivamente en este hecho económico, sino en que se hacía “cada vez
más difícil delimitar la verdadera esfera de lo cultural” (Ibid.: 53). Y esto llevaba a revisar el
problema de la perspectiva de análisis y la construcción del objeto de la teoría:

(...) hay demasiada tendencia a aislar el análisis en la esfera de las relaciones económicas
cuando se examinan las estructuras creadas por esta aceleración. (...) El monopolismo
puede, ciertamente, caracterizarse como un proceso de concentración de las empresas
(como en la industria de la comunicación y la información, en el nivel nacional y el
internacional); pero más allá de la esfera económica, ¿no moviliza el proceso monopolista
la totalidad de las esferas de la actividad humana, la totalidad del modo de producción de
la vida en una sociedad? (Ibid.: 53).

Los Mattelart agregaban a continuación y sin temor a equívocos: “[s]i estamos presenciado un
enlace del conjunto del aparato de producción cultural, es fundamentalmente porque esos
sectores y esos agentes, aislados unos de otros, no obedecían antes a las mismas leyes de
eficacia y de rentabilidad” (Ibid.: 53). Este era, señalaban, el verdadero cambio cualitativo.269

269
En rigor los autores referían a la tendencia a un triple proceso de convergencia: a) del mundo industrial y la
racionalidad militar (las tecnologías contemporáneas de transmisión de cultura y de información deben su
existencia a la alianza de las grandes empresas industriales, transnacionales todas, y el aparato militar); b) del
sector privado y el sector público (las empresas transnacionales intervienen en la planificación de los servicios
públicos y el Estado se convierte en espacio de transacción económica; c) convergencia entre los productores de

265
Hasta aquí no parecería haber novedad respecto a lo que señalaban Schiller, Smythe,
Murdock, o Garnham: la nueva fase del monopolismo suponía que se estaban convirtiendo en
espacios de valorización del capital esferas de la actividad social que antes estaban ligadas a
la reproducción ideológica o a la simple reproducción del capital, pero no directamente a la
acumulación. Sin embargo, más allá de esta coincidencia, los Mattelart extraían conclusiones
en otra dirección, puesto que a partir de la constatación de este proceso no se preguntaban —o
no lo hacían exclusivamente— por la especificidad económica del proceso de valorización en
la esfera de lo cultural o por los modos en que esta racionalización —en términos
capitalistas— determinaban cualidades de los productos de la cultura y por ende de los
procesos de reproducción ideológica. Había algo más. Para los Mattelart las tendencias
descriptas se producían “en un momento en que los aparatos ideológicos del estado capitalista
han alcanzado otra madurez. Corresponden, pues, a una necesidad política y económica
diferente (…)”. Esa necesidad era la que, anunciaban, se proponían analizar en su trabajo. Y a
continuación agregaran: “[p]odríamos para esto retomar un término que Gramsci emplea por
lo demás en sus análisis sobre el fordismo y la racionalización del aparato de estado
norteamericano, y hablar de la ‘taylorización’ de la esfera de la hegemonía”. (Mattelart,
Mattelart, 2003: 58. El subrayado es mío).
Que se enunciara que lo económico y lo político configuraban una unidad de análisis
que había que explicar de conjunto merece toda la atención y mayores precisiones. La noción
de taylorización de la hegemonía en tanto concepto soldado, unitario, que los Mattelart
construían a partir de las reflexiones de Antonio Gramsci sobre el americanismo, nos da una
pista de interpretación. Puesto que, si por un lado la noción de taylorización remite en primera
instancia a la racionalización económica de la producción de los bienes simbólicos
(racionalización que se podría derivar de las lógicas que gobiernan el movimiento del capital),
al mismo tiempo, los Mattelart extendían junto a Gramsci su significación y alcance al
conjunto de las relaciones sociales. En este sentido Armand Mattelart señalaba en un artículo
contemporáneo al libro que estoy citando que “el momento actual del modo de producción de
la comunicación se caracteriza por un proceso global de ‘taylorización’ del control social”, y
nuevamente remitía a Gramsci, quien en su estudio sobre el fordismo, “usaba el término
‘taylorismo’ para referirse a la racionalización del Aparato de Estado (…)”. Mattelart ponía
de relieve entonces que ya Gramsci observaba para la situación de los Estados Unidos de los
años treinta que el proceso era “comandado por los nuevos requerimientos culturales,

hardware y el software (los fabricantes de equipos, los gigantes de la electrónica avanzan en la producción de
contenidos masivos) (Mattelart, Mattelart, 2003 [1979]: 53-58).

266
económicos y político necesarios para continuar la acumulación del capital” (Mattelart, 2010
[1979]: 150).
Ahora bien, como es sabido, el concepto de hegemonía, como “dirección moral e
intelectual”, dirección hecha de coerción y consenso, remite al conflicto, a las cambiantes e
inestables relaciones de fuerza entre las clases, y dentro de ella a las mediaciones intelectuales
que organizan la producción y regulan la relación de las clases entre sí, con el Estado y con el
poder. A partir de ello, en suma, entiendo que en el sintagma taylorización de la hegemonía,
se puede leer un primer acercamiento al modo en que Armand Mattelart pensaba, a partir del
análisis de una formación social concreta, el objeto de la crítica de la economía de la
comunicación y la cultura, puesto que ubicaba en el mismo plano de inmanencia las lógicas
que orientaban la producción de valor y la dinámica del conflicto y las relaciones de fuerza
entre las clases, en tanto fuerzas que redefinían la propia legalidad económica.
Voy a volver sobre esto. Ahora quisiera situar el razonamiento y su relación con el
análisis de la formación social concreta que emprendían los Mattelart: por entonces se asistía
en Europa a un proceso donde la información se estaba convirtiendo en materia de producción
económica a la vez que de control político en los procesos de producción: con las redes de
comunicación se asistía a nuevos modos de interacción en la empresa que, ejemplificaban los
Mattelart, inclusive podían basarse en una retórica de la participación (Mattelart, Mattelart,
2003 [1979]: 87). Asimismo, buena parte del desarrollo de nuevas tecnologías o medios de
comunicación, como los sistemas de video cable o las radios comunitarias, ponían en escena
la cuestión de la descentralización y la participación de los usuarios, que se daba a la vez en
un marco de fuerte concentración de los medios tradicionales. Las lógicas de los viejos
modelos de la comunicación de masas se estaban modificando e incorporaban modalidades
que promovían cierta participación de los consumidores: se asistía a un proceso, en palabras
de los Mattelart, de “descentralización (dentro de la concentración) y [de] diversificación
(dentro de la estandarización)” (Mattelart, Mattelart, 2003: 78).
Y entonces, ¿suponía este proceso una democratización de la palabra y de la
participación política? ¿Cómo analizar la situación? ¿Cómo una extensión de la lógica del
capital a partir de su búsqueda de nuevos mercados o espacios de valorización en lo local o lo
profundo de la vida cotidiana? ¿Cómo búsqueda de nuevos modos de producción de consenso
por parte del poder? ¿O, por el contrario como producto de la resistencia de las prácticas
alternativas frente al poder del Estado y los monopolios privados de la comunicación?

267
Se puede leer en la posición de los Mattelart un esfuerzo por buscar la clave de
interpretación en la articulación entre lo económico y lo político, y, simultáneamente, en el
plano del conflicto, en las siempre variables relaciones de fuerzas:

Para evaluar el alcance de esta tendencia al enlace de los medios masivos de comunicación,
que adopta formas diferentes en cada formación social, es necesario volver a la noción de
medios masivos y de cultura de masas como sistema, como red de redes a la vez autónomas
y conectadas. Se tiene demasiada costumbre de compartimentar el análisis de los vectores de
esta cultura de masas. (…) Las condiciones actuales del capitalismo monopolista imponen
que se consideren todos estos vectores como un sistema, dentro del cual cada vector, cada
medio masivo, se doblega, en grados diversos, a la racionalidad que los establece como un
todo. Porque cada medio específico, situando en una línea de continuidad, refleja un estado
diferente de las fuerzas productivas, un estado diferente del movimiento del capital y por lo
tanto de maduración del monopolismo, una correlación diferente de fuerzas sociales,
contradicciones variadas, una manera diferente de materializar la libertad de prensa,
diferentes grados de conciencia, tanto en los emisores como en los receptores (Ibid.:68-69).

A continuación, los Mattelart concluían en relación con la configuración de su objeto:

El análisis que sería de desear, diferenciado y unificado al mismo tiempo, debería por
ejemplo permitir determinar cuándo se convierte cada medio masivo en un objetivo
económico y/o político para el poder, es decir, cuándo comienza a funcionar realmente
como parte integrante del aparato de Estado (Ibid: 68-69).

Como se puede deducir de los párrafos citados, en la perspectiva de los Mattelart la función y
naturaleza de los medios y la cultura de masas están sobredeterminadas de manera particular
en cada formación social, que por ende debe analizarse en tanto totalidad articulada. Si se
mira atentamente, y más allá de las ausencia de referencias explícitas, se puede leer en esta
posición cierta asociación con la idea de causalidad estructural o compleja que Althusser
había formulado en Lire le capital en su combate contra la lectura economicista del marxismo
(por cierto, una posición que Armand Mattelart conocía bien desde sus primeras lecturas en
Chile antes de la difusión y el éxito que alcanzó la noción de aparatos ideológicos de Estado,
una noción que llevó, en la visión de algunos críticos de los estudios culturales como Nicholas
Garnham, a una serie de posiciones que autonomizaron el análisis de la dimensión
ideológica).270 Como es sabido, Althusser lee en El capital un modo de entender la
determinación que, en oposición a una idea de causalidad lineal implícita en la lógica de la
totalidad expresiva (que supone una relación de expresión al interior de un todo entre una
esencia interior y un fenómeno exterior: lo económico y las formas superestructurales,

270
Sería interesante, aunque no puedo hacerlo aquí, contraponer esta lectura que propongo con el uso que hace
Hall en “Codificar/Decodificar” en una clave totalmente distinta, de la noción de causalidad estructural
althusseriana (Hall, 1994 [1973]).

268
respectivamente) invita a pensar la totalidad en su inmanencia, esto es, “la determinación de
los elementos del todo por la estructura del todo” (Althusser, 2006 [1967]: 202). Esto supone,
sostenía,

que los efectos no sean exteriores a la estructura, no sean un objeto, un elemento, o un


espacio preexistente sobre los cuales vendría a imprimir su marca; por el contrario, esto
implica que la estructura sea inmanente a sus efectos, causa inmanente a sus efectos en el
sentido spinozista del término, de que toda la existencia de la estructura consista en sus
efectos, en una palabra, que la estructura que no sea sino una combinación específica de
sus propios elementos no sea nada más allá de sus efectos (Althusser, 2006 [1967]:
204).271

En esta clave entiendo que se puede leer en los Mattelart una producción singular del
concepto de su objeto implícito en su crítica de la economía política de la comunicación, que
se orientaba entonces en la dirección de un pensamiento de las ambigüedades, de la
multiplicidad de contradicciones y sobredeterminaciones, del conflicto como motor antes que
como resultado de los procesos. En sus palabras:

Nunca se insistirá bastante en la necesidad de saber en qué condiciones y en medio de qué


contradicciones se efectúa el despliegue del mercado de la producción cultural masiva y la
búsqueda de una alternativa, a partir de los aparatos y fuera de ellos. ¿Podría no ser
contradictoria esta situación? El proyecto de democratización que subyace en esta
multiplicación de mercancías y servicios culturales, ¿no es acaso el fruto de una mediación
de las oposiciones de clase? (Ibid.: 82. El subrayado es mío).

En esta formulación se puede leer entonces una revisión del concepto del objeto de la
economía política de la comunicación, una ruptura con el mediacentrismo subyacente en la
noción de comunicación de masas (heredado de la sociología empirista) pero también con las
fronteras entre las disciplinas y las compartimentalizaciones del saber, presentes aun en
ciertas tradiciones economicistas inspiradas en el marxismo. En sus introducciones a
Communication and Class Struggle, publicadas en 1979 y 1983, respectivamente, Armand
Mattelart va hacer más explícita su posición. Veamos.
De entrada en la introducción a la primera parte, titulada “Para un análisis de clase de la
comunicación”, Armand Mattelart enunciaba en una nota al pie la posibilidad que había
imaginado de sustituir ese título por el siguiente, al que consideraba equivalente:
“Parafraseando a Marx —señalaba— podríamos haber titulado este trabajo: ‘Una crítica de la
Economía Política de la Comunicación’” (Mattelart, 2010 [1979]: 124). Por si quedaran dudas

271
Sobre las nociones de causalidad lineal y causalidad estructural y compleja ver sobre todo el capítulo “La
inmensa revolución teórica de Marx”, en Althusser, 2003 [1967]: 197-209.

269
de la adición y significación del término crítica al sintagma “economía política” (insisto, esta
era la denominación presente en la tradición británica), resta decir que, en el mismo sentido,
en su introducción al segundo volumen, publicado cuatro años más tarde, Mattelart titulaba
uno de sus parágrafos internos utilizando el sintagma: “Para una crítica de la economía
política de los medios masivos de comunicación” (Mattelart, 2011 [1983]: 85).
¿Qué sentido darle entonces a ese término crítica, tan cargado de interpretaciones en la
historia de la filosofía y sobre todo en la historia de la tradición marxista? ¿Por qué optó por
el otro título, “Para un análisis de clase de la comunicación”? ¿Y qué se jugaba en la aparente
equivalencia de los enunciados?
En primer lugar se puede leer, si se me permite parafrasear a Althusser, un intento por
parte de Mattelart de “tomarse al pie de la letra el subtítulo de El capital: Crítica de la
economía política” (Althusser, 2006, [1967]: 171). O, de otro modo, en el sentido que vengo
argumentando, de problematizar el concepto del objeto de la economía política de la
comunicación. Esto es lo que se juega, en efecto, en la aparente equivalencia y en la distancia
que va de la “crítica de la economía política” al “análisis de clase de la comunicación” como
programa teórico: la crítica de sus supuestos empiristas, esto es, la existencia de un campo
económico separado y gobernado por leyes propias.272 Vayamos por partes.
Luego de trazar una genealogía sobre las disímiles condiciones de emergencia de las
teorías de la comunicación en América Latina, Estados Unidos y Europa occidental,
(momento reflexivo ineludible para el desarrollo de una teoría materialista), Mattelart
proponía su propio tratamiento conceptual, señalando, como punto de partida que el concepto
esencial que contribuía a estructurar la totalidad de su perspectiva era el de modo de
producción, tal como se podía leer a partir de La Contribución a la crítica de la economía
política de Marx (Mattelart, 2010 [1979]: 47). Mattelart entendía que —si bien nunca lo había
definido de manera acabada— el marco de los análisis de Marx invitaba a ver este concepto
teórico como una herramienta que podía ser aplicada a la totalidad social, de allí que fuera

272
La “lectura sintomática” que propone Althusser en Para leer al capital nos puede dar una de las claves de
interpretación para leer la operación teórica de Mattelart. Allí el filósofo comunista, tomando, en sus palabras,
“al pie de la letra” el subtítulo de El capital (“crítica de la economía política”), sostenía que este enunciado no
podía significar criticar o rectificar tal inexactitud o tal punto de detalle de una disciplina existente, ni incluso
rellenar sus lagunas o sus vacíos. “Criticar la economía política”, dice Althusser, “quiere decir oponerle una
nueva problemática y un objeto nuevo, por lo tanto, someter a discusión el objeto mismo de la economía
política” (Althusser, 2006, [1967]: 171). Y esto suponía, evidentemente, puesto que la economía política se
define como economía política por un objeto, la crítica de la economía política en su propia existencia, esto es, la
crítica de la economía política misma en tanto objeto. “Toda la crítica de Marx —concluye Althusser— se
refiere a este objeto, a su modalidad pretendida de objeto ‘dado’: la pretensión de economía política no es más
que el reflejo especular de la pretensión de su objeto de serle dado” (Althusser, 2006 [1967]: 172). Se trata en
Marx, para Althusser, de la formulación de un nuevo objeto para la economía política, esto es, del nacimiento de
una nueva problemática teórica; la revolución teórica de Marx contra el empirismo.

270
posible usarlo no sólo para la estructura económica de la sociedad sino también para las
superestructuras jurídicas y políticas (Ibid.: 48). A partir de allí, entonces, trazaba una
analogía y proponía el concepto de modo de producción de la comunicación. La fórmula, en
primera instancia, indica una correlación entre el modo en que funcionan los aparatos de
comunicación, que determina el modo en que se elaboran e intercambian los mensajes, y los
mecanismos generales de producción e intercambio que condicionan toda actividad humana
en la sociedad capitalista. Sin embargo, lejos de tratarse de una expresión “superestructural”
de estructuras económicas, el concepto de modo de producción de la comunicación también
invitaba a analizar su específica configuración como actividad material.273 Así, por un lado,
señalaba Mattelart, el modo de producción de la comunicación incluía todos los instrumentos
de producción (todas las máquinas usadas para transmitir información, que incluían no sólo la
radio y la televisión, sino también el papel, las máquinas de escribir, los instrumentos
musicales y cinematográficos, por ejemplo), los métodos de trabajo (por los que entendía la
división en diferentes géneros, la codificación de la información usada en la transmisión de
mensajes, los modos de reunión y selección de la información, etc.) y por último, escribía
Mattelart, “todas las relaciones de producción establecidas entre los individuos en el proceso
de comunicación (relaciones de propiedad, relaciones entre el emisor y el receptor, la división
técnica del trabajo, y todas las formas de organización y asociación)” (Mattelart, 2010
[1979]: 48. Subrayado mío). Esta última observación sobre las formas de organización y
asociación es clave para mi lectura, puesto que ya en primera instancia, “en la base”, el
concepto de modo de producción de la comunicación que proponía Mattelart suponía
relaciones marcadas por la desigualdad, el poder y la reproducción de estas relaciones, pero
también los equilibrios de fuerza que emergían como producto de la actividad y la
organización de los grupos en conflicto.
En el mismo sentido, se puede leer que el concepto de modo de producción de la
comunicación, lejos de ser una “infraestructura” que en segunda instancia y según su
configuración específica produciría efectos en la “superestructura ideológica”, esto es, en la
producción de mensajes y productos culturales de la industria cultural, incluía en la
perspectiva de Mattelart, de entrada, en su base, su propia superestructura específica.
273
José María Aricó, en un curso dictado en México prácticamente en la misma época en que Mattelart escribía
su artículo, proponía una interpretación similar a partir del mismo concepto del significado de la crítica de la
economía política en Marx. Lo cito pues contribuye al esclarecimiento del razonamiento. Decía Aricó: “Para
Marx (recuérdense las Tesis sobre Feuberbach), no existía un mundo cerrado de la economía en sí, sino el
concepto de “relaciones de producción” (…) la esfera económica era la esfera de la producción de cosas y a la
vez producción de ideas, era producción y comunicación intersubjetiva, es decir comunicación entre los
hombres; era producción material y producción de relaciones sociales, relación del hombre con la naturaleza
mediada por la relación con los otros hombres” (Aricó, 2011: 89-90).

271
Mattelart refería a la superestructura político-jurídica (el Estado y las leyes que regulan la
actividad de la comunicación y la información) y a la superestructura ideológica (el sistema
de ideas, imágenes y sensibilidades que organizan y naturalizan una forma de entender la
comunicación) como las ideas y las prácticas sociales relacionadas con la libertad de prensa y
expresión o con la ética profesional del comunicador. Mattelart refería entonces a una forma
ideológica específica que denominaba “Ideología Burguesa de la Comunicación” (a la que le
dedicaba por cierto una selección específica de textos en la antología que estaba presentando)
en las que incluía también las representaciones que englobaba en el mito de la revolución
comunicativa, al principio de la división social del trabajo en la comunicación (esto es, la
naturalización del predominio de los especialistas), pero también al propio concepto de
“ciencia de la comunicación” y las nociones que forjaba como opinión pública, objetividad,
cultura de masas, etc. Que esta superestructura no fuera un elemento derivado, lo indican las
precisiones que da en torno a su utilización del concepto de ideología, puesto que Mattelart
entendía lo ideológico no meramente como un sistema de ideas o de representaciones, sino
como un “conjunto de prácticas sociales” (Mattelart, 2010 [1979]: 49). Por ejemplo, la
ideología del periodismo suponía además de las ideas señaladas las múltiples prácticas que
establecían una suerte de único modo de entender y practicar el periodismo, de la que
formaban parte, desde los modos de recolección de información (la cacería de la primacía),
los modos de escribir y de editar, a las operaciones fotográficas y el montaje, o los modos de
observación científica del fenómeno periodístico. En fin, en este punto de la argumentación
concluía Mattelart:

Una parte esencial del análisis es la que intenta explicar cómo fueron organizados los
diferentes sistemas de televisión, radio, cine y prensa, y cómo a través de estos sistemas se
implantaron ciertos modelos de relaciones sociales. También es vital estudiar cómo
cambiaron estos sistemas, y continúan haciéndolo, como resultado del desarrollo de las
fuerzas productivas, en el marco del enfrentamiento de clases (Ibid.: 49. El subrayado es
mío).

En esta invitación programática se puede leer otro de los elementos que definen el significado
de la crítica de la economía política de la comunicación que proponía Armand Mattelart. En
primer lugar, además de considerar la existencia de un modo de producción de la
comunicación en relación con un modo general de producción de la vida social pero también
configurado bajo una modalidad particular según sus propias especificidades, Mattelart
entendía que la comunicación y sus medios formaban parte constitutiva de las propias fuerzas
productivas en un sentido general; esto es, antes que mero reflejo o derivado de una instancia

272
económica ajena, entendía que a través de ella se “implantaban” “modelos de relaciones
sociales”. En este sentido debe leerse la referencia y la cita que hacía Mattelart de Marx (más
precisamente del capítulo sobre “Maquinaria y Gran Industria” de El capital) y la
significación que éste le daba a la expresión medios de comunicación, que asimilaba a los
medios de transporte (sobre todo al ferrocarril). También Mattelart comentaba y citaba
extensamente las observaciones de Lenin sobre el desarrollo y la extensión del ferrocarril a
escala mundial en su análisis del imperialismo (Ibid.: 71-77). De allí concluía que los textos
de Marx y Lenin deberían servir como una invitación para investigar, “en primer lugar, la
génesis de estas otras fuerzas productivas que constituyen los medios masivos de
comunicación, como la prensa, la radio y la televisión, y luego como una invitación para
dilucidar la naturaleza de la fuerza social que explica su emergencia” (Ibid.: 75. Subrayado
mío).
¿Pero entonces, cuáles eran estas fuerzas sociales que explicaban el desarrollo de los
medios? ¿Podían reducirse al desarrollo y despliegue de las lógicas inmanentes del proceso de
acumulación? ¿Podían explicarse sólo como efecto del desarrollo tecnológico? Evidentemente
no. Por eso en la frase citada anteriormente (“es vital estudiar cómo cambiaron estos sistemas,
y continúan haciéndolo, como resultado del desarrollo de las fuerzas productivas, en el marco
del enfrentamiento de clases”) se puede leer un intento por establecer relaciones entre el
desarrollo de estas fuerzas productivas (de la comunicación) y el desarrollo de la lucha de
clases, dos nociones que se proyectaban en un plano de inmanencia.274 En este sentido es
sugerente que Mattelart recurriera a la noción de bloque histórico de Gramsci quien afirmaba,
lo citaba, que “la infraestructura y la superestructura forman un bloque histórico” (Mattelart,
2010 [1979] 57). Como es sabido, esta noción suponía en el pensador italiano la unidad no
sólo de lo económico y lo ideológico, sino, en sus términos, de la objetividad y la subjetivad:
la superestructura es también la instancia donde, como señalaba Marx, los hombres toman
conciencia de sus condiciones de su existencia y luchan por transformarlas.
Una vez más estamos lejos del dualismo de la metáfora arquitectónica (base-
superestructura), que supone por definición relaciones de determinación y derivación, de
causa-efecto. La posición de Mattelart puede leerse más en sintonía con una concepción
monista, inmanentista, de la causalidad (que, insisto, más allá de la ausencia de referencias
explícitas, se puede asociar y comprender mejor en relación con la noción de causalidad

274
Si se me permite decirlo en palabras de un estudioso contemporáneo del pensamiento marxista, Daniel
Bensaïd: “[d]esarrollo de las fuerzas productivas y lucha de clases no son externas entre sí” (Bensaïd, 2003
[1995]: 79). Esto supone que la relación entre las instancias no es de jerarquía (que supone una determinación)
sino de una inmanencia constitutiva.

273
estructural althusseriana) donde el conflicto y la lucha se vuelven elementos constitutivos del
desarrollo del “bloque histórico”. En este sentido se puede leer la genealogía que proponía
Mattelart del desarrollo de la cultura de masas como un “modo de intercambio entre el
mercado y las clases”, en tanto su emergencia, en su perspectiva, había ampliado el acceso a
los “bienes del espíritu” y asegurado la participación de las clases subalternas en los modos de
construcción del consenso, cuando se había hecho visible, primero a nivel local y luego a
nivel internacional, la realidad de la lucha de clases.275
Ahora bien, a continuación de definir el concepto de modo de producción de la
comunicación, que entendía refería a coordenadas generales y abstractas, Mattelart añadía que
este concepto estaba estrechamente ligado al concepto de formación social, que escribía,
“puede ser definido como el tipo de modo de producción existente en una situación histórica
particular”, puesto que, afirmaba siguiendo la Contribución de la crítica de la Economía
Política de Marx, “aunque las relaciones capitalistas de producción predominen en una
sociedad determinada, continúan existiendo otro tipos de relaciones de producción que
reflejan formas sociales precapitalistas” (Ibid.: 59). Según como se organicen las diferentes
relaciones de producción bajo la hegemonía de determinadas relaciones sociales —que le
imprimen sus características al conjunto de la sociedad— será la naturaleza de una formación
social específica. En rigor, había sido Lenin quien había elaborado el concepto de formación
económico-social a partir de su existencia en Marx. Lenin escribía —lo citaba Mattelart
páginas atrás—, que

Marx no se limitó sólo “a la teoría económica”, en el sentido habitual de la expresión (…),


siempre y en todas partes estudió las superestructuras correspondientes a estas relaciones
de producción, cubrió de carne el esqueleto y le inyectó sangre (…) [Marx] presentó ante
los ojos del lector toda la formación social capitalista como un organismo vivo, con los
diversos aspectos de la vida cotidiana, con las manifestaciones sociales reales del
antagonismo de clases propio de las relaciones de producción, con su superestructura
política (…) (Lenin,“Quiénes son los amigos del pueblo”, en Mattelart, 2010 [1979]:
276
52).

275
En sus palabras: “Así como la locomotora y el telégrafo acompañaron la necesidad del capitalismo de abrir
nuevos mercados y de buscar nuevas fuentes de materias primas para permitir el avance de su modo de
producción, por una razón similar, las redes de medios de comunicación y la cultura de masas acompañaron la
necesidad de la burguesía de abrirse hacia nuevas clases sociales. La emergencia de estas redes se corresponde
con un nuevo modo de circulación e intercambio entre las clases sociales. (…). La globalización de las redes de
invasión cultural más insidiosas tuvo lugar cuando la necesidad de una nueva división internacional del trabajo
hizo evidente la lucha de clases” (Ibid: 71-72. Subrayado mío).
276
Una vez más la lectura que hacía José Aricó del mismo párrafo de Lenin, prácticamente en los mismos años
que Mattelart, puede ayudarnos a interpretar su operación teórica. Aricó entendía que en Lenin los conceptos de
formación económico-social y de modo de producción estaban estrechamente vinculados. En este sentido, Lenin
había mostrado cabalmente su comprensión de la significación de la crítica de la economía política en Marx.
Afirmaba Aricó: “el concepto [de formación económico-social] tiene una importancia fundamental desde el
punto de vista teórico dado que su característica esencial consiste en concebir a todos los fenómenos relativos a

274
Definido de este modo, “como un organismo vivo”, el concepto permite dar cuenta de la
existencia particular que adoptaba una formación social en una situación histórica concreta,
donde podían combinarse distintos modos de producción y donde, producto también de las
mediaciones derivadas de la lucha de clases, podían emerger estructuras jurídico-políticas
particulares y por ende diversos modos de producción de la comunicación. En sus palabras:

Si aplicamos el concepto de modo de producción a los procesos de comunicación es


posible usar el concepto de formación social para referirnos a las características
específicas que asume el modo de producción capitalista de la comunicación en cada
sociedad determinada. Se pueden observar las características que adopta el proceso de
comunicación en cada formación social a través de la combinación particular de relaciones
de producción, instrumentos de trabajo, métodos de trabajo, relaciones de clase y de
poder, luchas, formas de dominación estatal, etc., que producen un sistema de medios que
es igual y diferente en cada espacio histórico (Ibid.: 59).

El concepto de formación social, entonces, era útil para proyectar al nivel del análisis de los
procesos de internacionalización de la producción cultural y de desarrollo de los sistemas de
medios; por eso debe leerse en relación con la revisión del concepto de imperialismo cultural
que proponía Armand Mattelart por entonces puesto que, como vimos, intentaba pensar este
concepto por fuera de cualquier economicismo o fatalismo homogeneizador.
En fin, todos estos elementos me permiten delinear los contornos del análisis de clase
de la comunicación, o de la crítica de su economía política, que, como he apuntado, Mattelart
profundiza en la introducción al segundo volumen de Communication and Class Struggle
(“Para un análisis de clase y de grupo de las prácticas de comunicación popular”, donde
dedica un parágrafo a la “crítica de la economía política de los medios de comunicación de
masas” (Mattelart, 2011 [1983]: 85-106). En este texto Mattelart explicaba la unidad
conceptual que, a pesar de la división en dos volúmenes, intentaba reflejar la antología, frente
a la existencia de una suerte de escisión entre las dos tradiciones críticas que, en su parecer, se
situaban en el desarrollo del pensamiento sobre la comunicación: la economía política de la
comunicación y las teorías o investigaciones que centraban sus preocupaciones en la llamada
cultura popular o comunicación alternativa. Mattelart daba cuenta de su conocimiento de los

la producción material como mediaciones de las relaciones sociales humanas. En este caso (…) Lenin utiliza el
término de esqueleto: la formación económico-social es el esqueleto en torno al cual se articula toda la sociedad.
A partir de esta visión el marxismo ya no es una teoría dedicada a analizar la vida económica sino la totalidad de
la vida social. Además, planteando esta categoría de formación económico-social como eje interpretativo de la
sociedad, Lenin se colocaba fuera de la concepción del materialismo histórico que había caracterizado las
posiciones anteriores y que planteaba la cuestión en término de relación infraestructura/superestructura” (Aricó,
2011: 146. Subrayado del autor).

275
principales referentes de la llamada economía política de la comunicación (citaba a Smythe,
Murdock, Garnham, Miège, entre otros) y sus debates de entonces. Sin duda, afirmaba, esta
corriente había contribuido a la construcción de una teoría materialista de la comunicación,
puesto que suponía una ruptura con la recepción de las ideas althusserianas en los estudios en
comunicación y cultura277, que “después de haber estimulado la reflexión crítica y revitalizado
el estudio de las ideologías, finalmente contribuyó al distanciamiento respecto al análisis de
las situaciones de grupo concretas y de las confrontaciones de clase” (Ibid.: 87), tanto como
una ruptura con los abordajes de “tipo culturalista” y “al formalismo y el encierro en el
discurso de la semiología estructural”, que mostraba por entonces que, a pesar de estar en
declive en París, donde había emergido, seguía ganando adeptos al otro lado del Canal de la
Mancha.
Sin embargo, si bien Mattelart reconocía que bajo el ímpetu de una economía política de
los medios masivos de comunicación estaban tomando forma teorías que permitían explicar el
funcionamiento de lo que algunos llamaban “industrias culturales” y otros, “aparatos” o
“dispositivos”, concluía que pocos investigadores de la llamada economía política de la
comunicación lograban, en sus palabras, integrar “en su formulación heurística la
preocupación por exponer el sistema económico y político de los medios masivos de
comunicación, y detectar los modos en que la lógica del desarrollo de estas nuevas fuerzas
productivas puede ser obstaculizada” (Ibid.: 87). El problema planteado entonces era la
escisión y el recelo mutuo entre las dos tradiciones críticas, la economía política y el estudio
de la comunicación popular.
Fiel a su estilo, la reflexión de Mattelart articulaba el debate sobre las posiciones
teóricas con el intento de comprensión de lo que entonces eran los procesos de transformación
social que tenían a la cultura y la comunicación como vectores. Allí una vez más, insistía en
analizar estas transformaciones como producto y salida de la crisis estructural de los años
setenta. Era precisamente ese vector el que conducía su propuesta de análisis del presente y su
apuesta de construir (evidente en la antología) una perspectiva histórica que, desde una
genealogía de la emergencia de los sistemas de medios en el pasado, lo iluminara. Eran
precisamente las oposiciones de clase, en tanto demandas y prácticas de los sectores
populares, pero también en tanto estrategias del poder por neutralizarlas o incorporarlas,
donde debían buscarse, sugiere Mattelart, señalando siempre toda la ambigüedad de los
procesos, las claves de lectura de la transformación de las estructuras de los sistemas de

277
Me he referido en el capítulo 5 a la relación ambigua de Mattelart con el pensamiento de Althusser y a la
distinción que hace de las lecturas que se hicieron en América Latina y en Francia.

276
medios, sus funciones y su genealogía, en Estados Unidos o en Gran Bretaña, por nombrar
algunos de los ejemplos que tomaba Mattelart (en el último caso, siguiendo el trabajo de
Raymond Williams).278 En esta clave de lectura, como ya he planteado, también debe situarse
en Mattelart un modo de lectura de las relaciones entre lo nacional y lo internacional y las
tendencias a la internacionalización de la producción cultural.
Sobre el final del parágrafo dedicado a la “crítica de la economía política de la
comunicación”, Mattelart planteaba una última observación que, él mismo advertía, podría ser
también una conclusión. Vale reponer la cita a pesar de su extensión:

Para desarrollar una economía política de los medios no basta con abordar las industrias
culturales (que generalmente son transnacionales) analizando el proceso de producción en sus
diversas etapas (creación, concepción, publicación, promoción, distribución, ventas),
analizando las estructuras de sus sectores industriales (formas de concentración, niveles de
concentración, etc.) o analizando las estrategias de estas corporaciones. Sólo se puede intentar
comprender el funcionamiento de estas industrias culturales como un sistema homogéneo y
diversificado al mismo tiempo si se hace referencia a una cuestión esencial que debe subyacer
en toda investigación crítica sobre el modo en que el capital está intentando actualmente
reconsiderar el campo cultual: ¿qué efecto tiene esto sobre el sistema político? (…) En este
tiempo de crisis, cuando la restructuración del modo de producción de bienes materiales tiene
que ser acompañada por una reestructuración de los bienes simbólicos y las mercancías
culturales, una economía política digna de ese nombre no puede marginar estas cuestiones de
sus preocupaciones. ¿Cuál es el papel que las industrias culturales y el nuevo sistema de
información juegan en la reestructuración del Estado? ¿Cuál es la función del aparato de
Estado como productor de una voluntad colectiva ante el cortocircuito que representa la
función ideológica de estas industrias? (Ibid.: 105. El subrayado es mío).

Este párrafo debiera cotejarse entonces con las definiciones de objeto planteadas por las otras
tradiciones de la economía política de la comunicación (aunque tal vez Mattelart estuviera
pensando más en la tradición francesa que en la británica como interlocutor polémico) que
definen el concepto de su objeto en el campo de la economía.279

278
Mattelart se refería al trabajo “Institutions of the Technology”, publicado por Williams en 1974 y reproducido
en el primer volumen de Communication and Class Struggle.
279
En este sentido son iluminadoras para mis propósitos las observaciones críticas que algunos años más tarde
Ramón Zallo (economista vasco quien es, según Mastrini, Bolaño y Sierra, uno de los mejores continuadores en
España de la tradición francesa inaugurada por Miège (2005: 20) le hará a Armand Mattelart en un extenso y
profundo trabajo teórico donde se proponía sentar las bases teóricas para la economía política de la
comunicación. Zallo tomaba el trabajo que Armand Mattelart escribió junto a Héctor Schmucler, América Latina
en la encrucijada telemática (1983), para ponerlo como ejemplo de lo que definía como “una perspectiva
fundamentalmente sociológica” que “globaliza la comunicación” (Zallo, 1988: 22). Para Zallo la perspectiva
sociológica de los autores no permitiría aislar distintas clases de información, puesto que ésta se encontraría en la
interpenetración de elementos económicos, políticos, y militares (como era el caso también de Schiller,
señalaba). Por oposición Zallo observaba que “desde el punto de vista económico —no sociológico— no parece
oportuna la globalización del conjunto de la comunicación que plantean Mattelart y Schmucler” (Zallo, 1988:
22) y proponía adoptar entonces una delimitación que diferencie su objeto por su naturaleza y su función
económica (Zallo, 1988: 23).

277
En suma, entiendo que la singularidad de Mattelart respecto a la economía política de la
comunicación se debe leer en los modos en que el autor belga redefinía su problemática (es
decir, el propio concepto de su objeto) al incorporar el conflicto como elemento constitutivo
para pensar la evolución y el desarrollo de los sistemas de comunicación y como parte de una
teoría general de las formaciones sociales capitalistas. Insisto, en la perspectiva de Mattelart
no se trataba de pensar el conflicto y la lucha como un elemento externo, en tanto momento
de resistencia, de desvío de las legalidad del poder o de la mercancía o de las prácticas
alternativas en tanto constitución de un espacio de autonomía frente a una lógica exterior
(posición cara a las derivas culturalistas de las teorías de la comunicación a partir de los años
ochenta), sino como elemento constitutivo de la dinámica de la acumulación económica y la
hegemonía, esto es, de las lógicas que gobiernan la producción y reproducción de poder y de
valor. En este punto entiendo que se jugaba una crítica de la economía política de la
comunicación que redefinía su campo teórico y, de fondo, una lectura epistemológica del
marxismo como crítica de unos saberes instituidos a partir de una definición empirista de
objetos compartimentalizados.

278
CAPÍTULO 7

LA COMUNICACIÓN-MUNDO: SABER Y PODER EN LA TRAMA DE LA


HEGEMONIA GLOBAL

Se puede delimitar alrededor de la noción de comunicación-mundo un programa de


investigación intelectual que Armand Mattelart forjará desde fines de los años ochenta y que
desarrollará desde entonces. Fiel a la metodología que vengo desarrollando para construir un
mapa cognitivo en torno a este itinerario, que supone la dimensión polifónica de los
enunciados y su carácter conflictivo en tanto respuesta a las encrucijadas de su presente, voy a
presentar brevemente algunas de las posiciones teóricas que configuraban en los estudios en
comunicación en Francia una suerte de espacio crítico y que se desarrollaron en condiciones
de emergencia bien precisas, frente a la expansión de un discurso que hizo de la comunicación
un valor explicativo central del funcionamiento social y una solución a todos sus males. Esta
genealogía me permitirá trazar las principales coordenadas de ese mapa cognitivo alrededor
de la comunicación-mundo, situar sus condiciones de emergencia y, en este sentido, poner de
relieve los aspectos donde se pone en juego lo que entiendo es la singularidad de la posición
de Armand Mattelart en relación con sus colegas.

La crítica de la comunicación: entre la epistemología y la crítica ideológica

La salida a la crisis que significó en Francia el ascenso del movimiento de mayo del ‘68 y el
agotamiento de una etapa en el modo de acumulación que había emergido en la posguerra
encontró en los discursos y representaciones de la innovación tecnológica y la promesa de la
transparencia comunicativa una retórica que, sobre la base de un imaginario de vieja data en
torno al progreso y la modernización, buscó reorientar y justificar una profunda
reestructuración económica, política y cultural, tanto como atenuar los traumas que ésta
producía. “El satélite, el cablevisión y la computadora instalan la aldea global, la democracia
electrónica, el retorno del foro griego” observaban tempranamente en L’usage des médias en

279
temps de crise Armand y Michèle Mattelart (Mattelart, Mattelart, 2003 [1979]: 18). En el filo
de los años setenta estaban llamando la atención sobre la emergencia de una nueva filosofía
que estaba haciendo de la comunicación su núcleo ideológico, asumiendo “el papel que
desempeñó en el siglo XIX la filosofía del progreso”; la extensión de los soportes
tecnológicos de la comunicación se estaba convirtiendo, en su visión, en “la vara con que se
miden el grado de evolución, de civilización y de armonía de una sociedad” (Ibid.).
En un sentido convergente Patrice Flichy en su introducción a Les Industries de
l’imaginaire (1980) citaba una serie de discursos de empresarios, políticos o intelectuales
hacia inicios de los años setenta y refería a una “ideología de la comunicación audiovisual”
que, entendía, se correspondía con un proyecto político que pretendía solucionar a través de
los medios audiovisuales las nuevas contradicciones que surgían en el seno de la sociedad
francesa. “¡Podrían haber sido el antimayo del ’68!”, citaba entonces Flichy la expectativa de
uno de sus epígonos (Flichy, 1982 [1980]: 12).
Tiempo después, el fracaso del gobierno socialista de François Mitterrand en su intento de
promover un contrapeso nacional a la reestructuración capitalista que se articulara con un
perspectiva de mayor distribución del poder político y económico en beneficio de las clases
populares produjo, como ya he argumentado, una profunda desilusión que precipitó en el
mundo de la cultura de izquierda y del campo intelectual francés una serie de
transformaciones ya en curso. En el plano de la comunicación, el quiebre de las ilusiones
respecto a la democratización de los sistemas de medios aceleró la crisis del sistema de
servicio público audiovisual. La demanda para lograr la privatización y liberalización de las
redes, la mercantilización de sectores que hasta ese momento se habían visto ajenos a la ley
del valor y la emergencia de esferas de valorización vinculadas a las nuevas tecnologías y
medios de comunicación redoblaron su presión de la mano de un discurso que hizo de la
novedad tecnológica y la “obligación de comunicar” una fuente de legitimación y de
construcción de consensos.
No resulta extraño entonces que hacia fines de la década Bernard Miège analizara la
situación hablando de una “sociedad conquistada por la comunicación” (expresión que le daba
título a su libro La société conquise par la communication: Miège, 1989) para referirse a las
relaciones entre comunicación y sociedad que se habían forjado en la Francia de los años
ochenta. Desde mediados de la década anterior la comunicación había conocido un irresistible
ascenso, al punto de ser reconocida, entendía Miège, como una apuesta social de peso que
había dado lugar cada vez más al desarrollo de políticas y estrategias bien identificables.
Nunca se había hablado tanto de la comunicación, sostenía por su parte Lucien Sfez, profesor

280
de ciencias políticas en la Sorbona, en Crítica de la comunicación (1988), como en una
sociedad que, en su visión, no sabía comunicarse con ella misma, cuya cohesión estaba
cuestionada, cuyos valores se descomponían, cuyos símbolos demasiado usados no lograban
producir unificación (Sfez, 1995 [1988]: 34). Desde una preocupación similar, Phillipe
Breton, de la Universidad de París-I (Sorbona) y Serge Proulx de la Universidad de Québec,
publicaban un trabajo titulado sugerentemente L’explosion de la communication (Breton,
Proulx, 1989). Computadoras, satélites, Minitel…: si siempre hubo técnicas de comunicación,
sin embargo no siempre hubo, afirmaban su autores, un discurso que hiciera de la
comunicación un valor central (Ibid.:12). ¿Por qué se habla tanto hoy de la comunicación y de
sus técnicas? se preguntaban entonces. Con la “explosión de la comunicación” se referían a lo
que entendían era el nacimiento de una nueva ideología que se proponían delimitar en su
contenido, fechar en su emergencia y explicar en su desarrollo. Precisamente en torno al
contenido de esta nueva ideología poco tiempo después el mismo Phillipe Breton escribía en
La utopía de la comunicación que su existencia implicaba la tentación de un esquema
explicativo totalizador (Breton, 2000 [1992]: 128).
La paradójico era que en este marco se observaba en Francia la resistencia de ciertos
medios profesionales para producir el conocimiento necesario para explicar el estatuto y el
funcionamiento de la comunicación en la sociedad. Así lo entendía Bernard Miège incluso
entrados los años noventa (Miège, 1995: 5). El tardío reconocimiento institucional de las
ciencias de la información y la comunicación y su falta de legitimidad en el dispositivo
académico francés en relación con la jerarquía de las humanidades y las ciencias sociales se
combinaban con el bajo desarrollo de sus fundamentos epistemológicos. La dificultad, sin
embargo, no se explicaba sólo por su breve trayectoria disciplinar e institucional, sino
precisamente por aquello que la propia disciplina debía comprender en tanto objeto: “el auge
de la comunicación” estaba redefiniendo los propios modos de producción y circulación del
saber, y no necesariamente en el sentido de un desarrollo crítico que pudiera hacer inteligible
el proceso.
No era casual entonces que en este contexto proliferaran en Francia en pocos años toda
una serie de libros y estudios que se podrían situar en el cruce entre la reflexión
epistemológica sobre el estatuto de las teorías y objetos de las ciencias de la comunicación y
la crítica ideológica de su función en las sociedades contemporáneas. ¿Cómo podría
constituirse un campo de saber sin este pre-requisito, en una tradición científica marcada en
buena medida en sus manifestaciones críticas por la noción de “ruptura epistemológica”? Ésta
supone, como enseñan Pierre Bourdieu y sus colaboradores, que el hecho científico en las

281
ciencias sociales se conquista contra las ilusiones del saber inmediato y contra las ilusiones
del empirismo, esto es, contra un realismo ingenuo que toma sus objetos de las definiciones
del sentido común antes que como construcciones del propio punto de vista del pensamiento
(Bourdieu, Chamboredon, Passeron, 2002 [1973]. Los trabajos de Phillipe Breton, Lucien
Sfez, Bernard Miège y el propio Armand Mattelart, desde diferentes posiciones y
perspectivas, se pueden leer en esta clave.
Aun así, es claro que ésta impronta epistemológica no era predominante en el
pensamiento sobre la comunicación y los medios en Francia, donde predominaban, más bien,
las posiciones marcadas por el empirismo y los enfoques instrumentales. En este marco,
Penser les médias, publicado en 1986 por Armand y Michèle Mattelart (1987, [1986]),
replanteó de alguna manera la cuestión epistemológica en torno a la constitución de un saber
sobre la comunicación y los medios en el hexágono. Allí sus autores señalaban que la
proliferación de discursos sobre las nuevas técnicas (“el arrebato tecnológico que se apoderó
de Francia hacia los años ochenta le ha otorgado al tema de la comunicación un extraordinario
valor consensual”, escribían) contrastaba con las “dispersiones, las incertidumbres, las
fluctuaciones que rodean, más que nunca, al estatuto teórico del campo de los conocimientos
y de las prácticas agrupados bajo la noción de comunicación” (Mattelart, Mattelart, 1987
[1986]: 31). Esta proliferación, en su visión, complicaba el trabajo de reflexión sobre los
nuevos objetos técnicos, haciendo “más ardua la tarea de establecer el estatuto de la teoría”
(Ibid). El problema no era menor para los autores, pues entendían que se estaba ante una
“ideología de la comunicación”, un “nuevo igualitarismo a través de la comunicación”, que
cumplía funciones de legitimación (Ibid.: 82).
Si, se sabía, el empirismo confundía la cosa con su concepto, escribían los Mattelart,
llamaba la atención que buena parte de los saberes sobre la comunicación en Francia
tendieran a definirla a partir de sus aplicaciones y sus usos, en vez de “efectuar la operación
teórica que permitiría tomar distancias respecto de los objetos técnicos” (Ibid.: 28). En este
marco los autores subrayaban la importancia de la reflexión epistemológica, es decir, de la
“necesidad de la distancia teórica para comprender en qué medida la remodelación de los
sistemas de comunicación afecta a nuestras sociedades, así como la forma de reflexionar
sobre ellos (de concebirlos)” (Ibid.: 22). Como primera medida, entonces, Armand y Michèle
Mattelart retomaban algunos señalamientos planteados en su trabajos anteriores, y ponían en
evidencia una serie de factores (una concepción de la cultura como cultura de elite, el olvido
de la economía y la historia, el “hexagonalismo” del pensamiento francés, la falta de

282
legitimidad de un dispositivo universitario, etc.) que operaban como obstáculos para la
producción de una teoría crítica en Francia sobre la comunicación (Ibid.: 31-65).
De alguna manera la advertencia sobre las ambigüedades de lo que los Mattelart
llamaban en Pensar sobre los medios la “tentación metafórica”, esto es, la adopción en las
ciencias sociales (pero también en el discurso corriente) de un arsenal teórico-conceptual
tomado de las ciencias de la vida y la cibernética y que hacía de la comunicación un esquema
explicativo general (Ibid.: 54-61 y 176-189), se puede leer retomada en los trabajos de
Phillipe Breton, quien fue uno de los primeros en Francia que, luego de la publicación de
Penser les médias, llamó la atención con títulos sugerentes y provocadores (L’explosion de la
communication [1989] o La utopía de la comunicación [1992]) acerca de lo que entendía era
la emergencia de una nueva matriz utópica, ideológica, que gobernaba la sociedad
contemporánea. Según Breton, si bien la relación entre sensibilidad comunicacional y utopías
técnicas podía remontarse a los orígenes de la modernidad, la “utopía de la comunicación”
tenía su génesis en la década del cuarenta, a la salida de la segunda guerra mundial, momento
en el que, en su visión, se podía fechar un salto cualitativo que se vinculaba, antes que al auge
de los medios técnicos, al ascenso de una corriente de pensamiento que convertía a la
comunicación en el eje central de la reorganización de las sociedades: la utopía de la sociedad
de la comunicación se había desarrollado, entiende Breton, “como reacción a la barbarie
moderna” (las dos guerras mundiales) y su inspirador era Norbert Wiener, padre de la
cibernética, ciencia general del control y las comunicaciones aplicada a dominios diversos
como la naturaleza, la ingeniería y la sociedad (Breton, 2000 [1992]). Con la cibernética se
elevaba la comunicación al rango de clave explicativa de los problemas de la sociedad, pero
también de su posibilidad de solución; su supuesto era la ilusión de transparencia. 280 Todos
los fermentos de una nueva ideología —explicaba entonces Phillipe Breton— con resonancias
fuertemente utópicas, comenzaban a reunirse a partir de este momento (Ibid.: 39). La
cibernética establecía la comunicación como valor, aunque se tratara de un valor sin otro
contenido, pues la comunicación misma se postulaba como finalidad. Phillipe Breton
intentaba dar cuenta entonces de lo que entendía habían sido algunos de los canales a partir de

280
Como es sabido, para la cibernética todos los fenómenos del mundo visible pueden comprenderse en términos
de relaciones de intercambio y de circulación de información. Para Wiener la sociedad está compuesta por los
mensajes que circulan en su interior y el comportamiento de los seres consiste en intercambiar información; ahí
radica su ser en el mundo. El hombre, antes que un ser con interioridad, es un ser comunicante, un Hommo
comunicans: la vida humana tiende a la entropía (movimiento de pérdida de información que conduce al
desorden) y la información, como reguladora del vínculo social, es su contrapartida.

283
los cuales la matriz cibernética se había expandido como influencia intelectual.281 Este punto
sin embargo era marginal en su trabajo y algo impreciso, pues afirmaba que no se trató de una
influencia directa sino de la expresión de una “sensibilidad de una época”.
De alguna manera el trabajo que realizaba por entonces Lucien Sfez en Crítica de la
comunicación (1988) se puede ubicar en una problemática común a la de Phillipe Breton: una
reflexión sobre el estatuto epistemológico de la comunicación que se postulaba al mismo
tiempo como un trabajo de crítica de su función ideológica. A los fines que aquí persigo y si
se me permite hacer una simplificación importante de un trabajo de más de quinientas
páginas, sólo voy a circunscribirme —haciendo abstracción de su argumentación y
desarrollo— a una presentación general de esta problemática.
Pues, según Sfez, una gran diversidad de saberes contemporáneos (biología, mass media
studies, instituciones, derecho, ciencia de las organizaciones, inteligencia artificial, filosofía
analítica) arraigaban en una serie de conceptos comunes o en una suerte de principio único: la
comunicación. Compartían un núcleo epistémico legible y descriptible por definición. Este
núcleo epistémico, señalaba Sfez de alguna manera en una línea similar a Breton, se había
transformado en lo que llamaba una forma simbólica, esto es, en una suerte de marco que
había excedido y desbordado el espacio de saber especializado y que había pasado a organizar
las percepciones del mundo. Mientras la episteme se puede describir de una forma clara y
convincente y por lo tanto, sostenía Sfez, podemos escapar de ella mediante una crítica, la
forma simbólica envuelve de tal modo nuestros pensamientos y nuestros actos que, en teoría,
no podemos describirla o es mucho más difícil hacerlo, pues “estamos en su interior y sujetos
en sus redes, sin saberlo” (Ibid: 18 y 24).282 Sfez postulaba que entre episteme y forma
simbólica había una relación de continuidad: los conceptos comunes a las ciencias de la
comunicación, la episteme, constituían el núcleo de una forma simbólica en gestación; ciertos
conceptos, sostenía, “trabajados por las elites de las ciencias comunicacionales se
convierten en realidades del mundo social y político, pasan a la vida corriente y forman la

281
En la ciencia, hacia otras disciplinas, en especial ligadas al paradigma estructuralista en la lingüística o las
ciencias sociales y también a la escuela de Palo Alto; en la literatura a partir de ciertos tópicos de la moderna
ciencia ficción, donde se pone en escena una sociedad en la que las técnicas de la comunicación ocupan un lugar
central (John W. Campbell, Isaac Asimov y Phillip K. Dick); por último, a partir de la divulgación científica y,
más contemporáneamente, de la prolífica actividad de ensayistas e ideólogos de la ‘sociedad de la comunicación’
(el canadiense McLuhan, los americanos Brzezinski y Alvin Tofler; el japonés Masuda, los franceses Simon y
Nora y Alain Minc, etc.).
282
Aunque al referir a la comunicación como forma epistémica Sfez utilizaba una expresión de resonancia
foucaultiana, en rigor, como observa Pablo Rodríguez, el punto de vista de Sfez se acerca a la filosofía de las
formas simbólicas de Ernst Cassirer (Rodríguez, 2008).

284
pantalla por medio de la cual construimos el mundo y que ni siquiera podemos percibir, tanto
la utilizamos, tanto nos envuelve” (Ibid.: 20).
Como se desprende de esta cita que subrayo, al igual que Breton Sfez postulaba una
genealogía que iba desde el núcleo epistémico hacia la forma simbólica, o en otra
terminología, de la elaboración científica al sentido común. Y más precisamente, la relación
para el autor era de determinación de una a la otra: el núcleo epistémico configuraba para Sfez
los supuestos de una forma simbólica que, escribía, “desbordando ampliamente los medios
científicos y técnicos de los que nació” había cambiado de naturaleza, introduciendo,
observaba, “transformaciones en las prácticas sociales” (Ibid.: 22). En otras palabras, en los
principios teóricos postulados por la inteligencia artificial, la cibernética y la psicología
cognitiva se podía observar, entendía Sfez, la proposición de la comunicación como
fundamento del vínculo social y del sujeto (se postula una esencia del hombre que estaría en
la relación con el prójimo) pero también el despliegue de una utopía: la fascinación por la
técnica adquiere un sesgo sacralizante que instala un culto a la comunicación —entendida en
buena medida como sinónimo de tecnología— que se convierte así, observaba Sfez, en el
nuevo Dios en la tierra. La cibernética y la ciencia cognitiva fundamentan la proposición de
una “moral universal de la comunicación” que en su pasaje a los discursos y prácticas sociales
se convierte, en palabras de Sfez, en una “nueva teología Frankenstein” (Ibid.: 33, 414).
Planteada la metáfora literaria, se puede leer por parte de Sfez un intento por asimilar la
crítica de la comunicación a una particular tradición de la crítica ideológica que el autor
remitía en varios pasajes del libro a los principios de la crítica de la religión elaborada por
Ludwig Feuerbach (Ibid.: 359, 401, 411).283 Más allá del anacronismo, sobre el que no me
puedo ocupar aquí y que indica, sintomáticamente, el desplazamiento de cualquier referencia
al marxismo como marco de interpretación, lo cierto es que se puede observar que lo que
283
Es sabido: el filósofo alemán entendía la religión como una fantasmagoría, como un resultado de la operación
de inversión y alienación de la potencia humana. La alienación se acabaría en Feuerbach haciendo visible para el
conocimiento los fundamentos terrenales o humanos de esa potencia. En el caso de Sfez, la comunicación y la
tecnología como nuevo Dios en la tierra debían remitirse —a través de la inversión que permitía la crítica— a la
actividad y potencia humanas. Pero también, se sabe, mucha agua corrió bajo el puente de la filosofía y la teoría
social desde entonces. La apelación feuerbachiana al “hombre” como inversión del fundamento teológico refería
a un “hombre abstracto” que no daba cuenta del “hombre real”, es decir, aquel que, como observaban Marx y
Engels desde la Ideología Alemana en adelante, es producto de determinadas relaciones sociales que sólo pueden
conocerse y modificarse desde una perspectiva materialista y desde una concepción situada de la práctica
política. Héctor Schmucler (de quien no se podría decir que tuviera un pensamiento economicista) si bien
celebraba el espíritu cuestionador del libro de Sfez en el contexto de su publicación, señalaba este aspecto que
señalo como una limitación. En una reseña con motivo de la edición española Schmucler afirmaba: “Tal vez la
esperanza de diferenciación que sugiere Lucien Sfez no considere suficientemente los procesos de
‘globalización’ que caracterizan la cultura contemporánea y, antes que nada, las características universales del
actual modelo económico capitalista. La apropiación tecnológica del mundo es la forma de la apropiación
material del mismo. Una y otra se reconocen en un mismo espíritu y, en ese sentido, la ‘norteamericanización’
del planeta es la manera histórica de su ser actual” (Schmucler, 1997: 135).

285
tenían en común los trabajos de Phillipe Breton y Lucien Sfez era el intento por desplegar una
posición crítica frente a los fundamentos epistémicos de los paradigmas científicos en auge
por entonces en Francia y frente a los supuestos éticos y políticos que subyacían en la llamada
ideología de la comunicación. Ambos intentaban explicar, aunque lo hacían tímidamente, su
configuración en relación con procesos socio-históricos: el vínculo entre la emergencia de la
comunicación como valor postraumático y el complejo militar-científico norteamericano, en
el caso de Breton; o, en una explicación más bien de tipo culturalista, a partir de la
constitución de la comunicación como valor central y principio explicativo frente a la
fragmentación y las lagunas inherentes a lo que llamaba la “cultura de mezcla
norteamericana”, esto es, a la cultura de la sociedad donde había emergido la comunicación
como episteme (explicación que, por cierto, apenas desarrollaba en su trabajo) en el caso de
Sfez. Sin embargo, en ambos se puede observar un coincidente y llamativo reduccionismo en
la construcción de una interpretación histórica y en el establecimiento de correlaciones
explicativas. En Breton al plantear que el “salto cualitativo” en relación con la emergencia de
la comunicación como valor postraumático estaba “fechado” en 1942, con el nacimiento de la
cibernética, en lugar de inscribirlo en un tiempo de larga duración y de ubicar sus
presupuestos en relación sincrónica o diacrónica con otros saberes o discursos; ambos, al no
dar cuenta de la relación entre esta forma ideológica y sus vínculos con las transformaciones
contemporáneas del modo de producción capitalista y de las formas de producción de
consenso. Pero también, y sobre todo, este reduccionismo se puede observar en el hecho de
que ambos le otorguen a la producción científica —en las palabras de Sfez, a las “elites de las
ciencias comunicacionales”, sobre todo norteamericana— un papel determinante y exclusivo
sobre la configuración de otros discursos y prácticas sociales, desconociendo, como afirma
Raymond Williams, que las ideas y conceptos “se producen y reproducen en todo el tejido
social y cultural: a veces directamente como ideas y conceptos, pero también, de manera más
amplia, en forma de instituciones que las configuran, de relaciones sociales significadas, de
acontecimientos sociales y religiosos, de modos de trabajo y de ejecución” (Williams, 1994
[1981]: 202-203) y simplificando, por otra parte, la complejidad de los procesos
internacionales de circulación de las ideas, al no dar cuenta de las mediaciones y los
mecanismos con los que se materializan estas trasposiciones.
Señalando este vacío se posicionaba Bernard Miège en La société conquise par la
communication (1989), observando lo que entendía había sido en Francia una incomprensión
de la función social que asumía la comunicación por parte de perspectivas, como las de Jean
Baudrillard o Lucien Sfez que, afirmaba, partían de proposiciones teóricas generalizantes y

286
que caracterizaba por su pretensión de dar cuenta de todo el fenómeno de la comunicación a
partir de una problemática particular (en el caso de Sfez la informática, entendía Miége), sin
dar cuenta de sus concretas manifestaciones.
Se puede leer entonces en La société conquise par la communication la pretensión de
avanzar en dirección al vacío que he señalado respecto a Breton y Sfez. Como una suerte de
imperativo categórico, “la obligación de comunicar”, escribía Miège, “emerge en un momento
donde comienzan las reestructuraciones de las economías occidentales, y toma su desarrollo a
mediados de los ochenta, en plena fase de reorganización económica, social y cultural”
(Miège: 1989: 16). En su perspectiva, entonces, la comunicación debía entenderse como una
tecnología informacional al mismo tiempo que como una tecnología de gestión social, puesto
que se podía observar su introducción en esferas clave del mundo social, tanto en la
reorganización de los procesos de trabajo al interior de la empresa como en el mundo de la
política en tanto mediación entre los ciudadanos y sus formas de representación (Ibid.: 17).
Miége se dedicaba entonces en su trabajo a analizar los ámbitos concretos donde se
manifestaban esta introducción de la comunicación: en los cambios que se observaban en las
lógicas y dispositivos que planificaban el consumo; en las empresas, puesto que la
comunicación se introducía como recurso tanto para la organización del trabajo y la
producción como para la producción de identidades corporativas; en la escuela, como
solución frente a su crisis material y simbólica; por último, en las reconfiguraciones del
espacio público y la política, a partir de su reformulación por los medios audiovisuales.
No sorprende entonces que desde esta posición Miège refiera a algunos investigadores que
habían percibido en Francia esta articulación entre tecnologías y técnicas de gestión social
como modo de comprender el valor de la comunicación en la sociedad contemporánea. Miège
citaba ampliamente un párrafo clave de Pensar sobre los medios donde Armand y Michèle
Mattelart afirmaban:

A pesar de lo que podría creerse por su fulgurante ascenso en las representaciones colectivas
desde el final de los años setenta, hablar de ello no responde a una moda, a una coyuntura,
sino, realmente, a un hecho de estructura. La comunicación ocupa, desde ahora, un lugar
central en las estrategias que tienen por objeto la reestructuración de nuestras sociedades.
Por medio de las tecnologías electrónicas, es una de las piezas maestras para la reconversión
de los grandes países industrializados. Acompaña al nuevo despliegue de los poderes (y de
los contra-poderes) en el espacio doméstico, en la escuela, en la fábrica, en la oficina, en el
hospital, en el barrio, la región, la nación… Y más allá, se ha convertido en un elemento
clave de la internacionalización de las economías y de las culturas. Y, por tanto, en un reto
para las relaciones entre los pueblos, entre las naciones y entre los bloques (Mattelart,
Mattelart, 1987 [1986]: 28)

287
Ahora bien, aun cuando señalaran como fundamento de su perspectiva que el ascenso de la
comunicación era “un hecho de estructura”, Miège observaba que los Mattelart no habían
sacado todas las consecuencias de este posicionamiento teórico, pues, en su visión, no se
habían dedicado en Pensar sobre los medios al análisis específico de las múltiples
modalidades de adaptación de la comunicación en diferentes campos sociales y profesionales
(Miège, 1989: 17). La proposición de los Mattelart, entendía Miège, era correcta en su
formulación teórica, pero no era retomada y desplegada en el resto del libro, ocupado en lo
esencial, en su visión, en la cuestión de los medios de comunicación (Ibid.: 18).
Sin embargo, más allá de acordar o no con Miége en este punto, lo cierto es que Penser
les médias (evidentemente Miège no podría saberlo entonces), anunciaba la base de un
programa de investigación de largo aliento que llevaría adelante Armand Mattelart desde
entonces y que, precisamente, confirmaría su rechazo de cualquier tipo de mediacentrismo, y
que, sobre todo y como he señalado, indicará una modulación de nuevo tipo en el desarrollo
de su pensamiento. Pues en Pensar sobre los medios se anunciaba un programa de
investigación de largo aliento que Armand Mattelart emprenderá en los años siguientes (y que
alcanzará un nivel de madurez en la llamada trilogía de la comunicación-mundo) donde
desarrollará una perspectiva que se puede describir —si se me permite decirlo ahora
rápidamente— en el cruce de la historia de las representaciones sobre la comunicación y la
crítica de su economía política. En este sentido entiendo que el momento de transición visible
en Pensar sobre los medios indica tanto la apertura de nuevas problemáticas y la búsqueda de
nuevos marcos conceptuales para abordarlas como la resignificación de viejos problemas y
teorías; o, de otro modo, rupturas y continuidades en relación con el itinerario intelectual de
Armand Mattelart. Esto es visible, por ejemplo, alrededor de la cuestión de cómo pensar los
desplazamientos de hegemonía en el marco de la configuración de un espacio-mundo (sin
duda un hilo de Ariadna en este itinerario).284

284
En relación con con esta problemástica Armand y Michèle Mattelart señalaban los límites de ciertas
posiciones críticas y las posibles vías para abordar la cuestión, pero no se dedicaban aquí a desarrollarlas.
Afirmaban: “El reto teórico de la cuestión de los desplazamientos de hegemonía (actores públicos contra actores
privados, actores nacionales contra actores transnacionales) es de envergadura. Se trata ni más ni menos que de
comprender el proceso de des-territorialización y de re-territorialización, de descomposición y de recomposición
de los territorios como unidades de sentido para unas identidades colectivas”. Dando cuenta de lo que implicaba
el reto teórico para el conjunto de las disciplinas de las ciencias sociales, los Mattelart citaban al geógrafo
francés Yves Lacoste, quien afirmaba: “El problema está planteado, pero no parece que se haya dado aún con la
solución teórica” (Mattelart, Mattelart, 1987 [1986]: 163). Armand y Michèle Mattelart reconocían en la teoría
geopolítica de esta escuela geográfica un paso interesante en el análisis estratégico de la articulación de los
diversos niveles de complejidad en el espacio-mundo. Otra contribución esencial sostenían, aunque no la
desarrollaban, era la de Fernand Braudel (Ibid.). Armand Mattelart lo haría en sus siguientes trabajos.

288
En este sentido, entiendo que la posición teórica desarrollada por Armand Mattelart a
partir de entonces, que voy a interpretar en torno al despliegue de la noción de comunicación-
mundo, si compartía con Lucien Sfez, Phillipe Breton o Bernard Miège, entre otros, una
posición crítica que reunía la reflexión epistemológica con la crítica de lo que todos entendían
era el despliegue de una “ideología de la comunicación”, se diferenciaba de aquellos en los
modos en que emprendía precisamente esa tarea crítica; y, si se situaba en una problemática
común, lo hacía en lo que entiendo eran los vacíos explicativos que, he señalado, dejaba el
desarrollo teórico de sus colegas.
Voy a argumentar, entonces, que la posición singular que despliega Armand Mattelart a
partir de su investigación en torno a la comunicación-mundo, en el cruce de la historia de las
representaciones y la crítica de la economía política de la comunicación, se puede leer en la
dimensión que le da al carácter internacional de los procesos en los que se despliega y se
comprende la función y valor de la comunicación (de sus técnicas y dispositivos, pero
también de la manufactura de sus conceptos) y, en relación con ello, por el papel que le otorga
a las mediaciones y los mediadores, es decir, a un tipo de intelectual internacional, en la
configuración de esa comunicación-mundo sobre la que se propone trazar una genealogía. En
otras palabras, voy a argumentar, se puede leer en la posición de Armand Mattelart un
denodado esfuerzo por trazar las bases de una epistemología de la comunicación, pero a
condición de que se entienda ésta no sólo como la interrogación sobre los supuestos o las
condiciones de posibilidad de producción de un conocimiento especializado, sino también por
las condiciones histórico sociales en las que la producción de saberes se entrelaza y
conforman una unidad —difícil de aislar de un “núcleo epistémico”— con la gestión de los
sistemas técnicos, la economía y la producción de consensos, y difícil de comprender por
fuera de su escala internacional; de allí que la perspectiva histórica que proponga Mattelart se
dedique una y otra vez al abordaje específico de la función de las formaciones intelectuales en
tanto instancias de mediación que promueven la configuración de un sistema-mundo.
Veamos.

Un proyecto genealógico: primera aproximación a la noción de comunicación-mundo

Como he argumentado, la perspectiva genealógica que Armand Mattelart sistematizará hacia


fines de los años ochenta y plasmará en sus investigaciones se fue forjando con el correr de
los años desde la confrontación con diversas posiciones teóricas y desde diversas experiencias
vitales. Como vimos en el capítulo 4, ya en el informe “The socio-cultural impact of

289
transnacional firms on developing countries” (“El impacto sociocultural de las firmas
transnacionales en los países en desarrollo”) que Armand Mattelart elaboró en 1981 para el
Centro de Estudios sobre las Sociedades Transnacionales de las Naciones Unidas, se
anunciaban algunos de los elementos que pronto irían tomando la forma de una investigación
histórica. Invirtiendo el punto de vista que subyacía en el pedido del informe destinado a
producir herramientas conceptuales para la elaboración de políticas culturales que o bien
atenuaran el impacto negativo de las firmas transnacionales o bien promovieran sus aspectos
positivos, Mattelart proponía modificar la problemática que daba origen y sustento a la
demanda del Centro afirmando que “no se puede comprender la acción de las empresas
transnacionales sin interrogarse sobre su propia genealogía (…) esto es, poner en el centro
de la problemática de las firmas transnacionales la cuestión de sus vínculos con el aparato de
Estado y el conjunto de instituciones, en su país de origen” (Mattelart, 1982: 31 [El
subrayado, la traducción y las siguientes son mías]). En esta inversión de la problemática se
puede leer también un cuestionamiento de los supuestos conceptuales (la noción de “cultura”
entendida como una instancia aislada de sus funciones políticas y económicas; o la de
“impacto”, que aislaba el efecto de las causas que lo explicaban) que sostenían la demanda de
investigación. En este sentido Mattelart proponía desplazarla “al campo mucho más vasto de
una interrogación sobre el modelo global de desarrollo, con su noción de progreso, de
modernidad, de cultura, de hombre y de realización de este hombre” (Mattelart, 1982: 31).285
Parado sobre el propio escenario donde se elaboraban las nociones y estrategias de
legitimación, Mattelart argumentaba entonces “que los conceptos representan un terreno de
lucha entre los grupos y las clases, entre proyectos de desarrollo de la sociedad” (Mattelart,
1982: 39).
Armand Mattelart irá perfilando entonces en los primeros años de la década del ochenta
esta posición, y precisando el carácter que en su visión debía adoptar una perspectiva
genealógica, esto es, cierto modo de entender la introducción de la historia en el estudio de la
comunicación y la cultura. En el informe Mattelart-Stourdzé, llamaba la atención sobre la
ausencia y la necesidad de enfoques históricos en los estudios sobre comunicación, en un
campo donde la historia social acostumbraba a ser un elemento poco atendido por posiciones
o bien obnubiladas por los efectos que producirían las novedades tecnológicas, o bien

285
En rigor, la relación de Armand Mattelart con los paradigmas desarrollistas en ciencias sociales se remontan a
sus trabajos como demógrafo, sobre todo en el campo de la planificación familiar. Como he demostrado en el
capítulo 2, allí también tomó contacto con las premisas y supuestos teóricos que subyacían en las demandas de
investigación del fenómeno demográfico, basadas en el supuesto de la modernización. Estas experiencias
tuvieron un papel fundamental para la configuración de su perfil intelectual y su inscripción en un paradigma
teórico-político alternativo.

290
centradas en desmontar el supuesto poder del texto mediático. Para fundamentar su posición,
los autores retomaban una extensa cita del informe que Mattelart había escrito junto a Jean-
Marie Piemme para el servicio audiovisual del ministerio de la comunidad francesa de
Bélgica (ve capítulo 4). Allí, a los fines de entender la particularidad del sistema de medios en
el país, los autores ponían en cuestión los supuestos de una historia de los medios existente
que se realizaba según un modelo de la “historia de los acontecimientos”, para la cual la
“vida” de un medio se pensaba evolutivamente, desde su nacimiento a su expansión, como si
estuviera gobernada por una especie de lógica interna. Lo no dicho, “lo impensado de este
tipo de historia”, subrayaban los autores, era por ello “la articulación del medio informativo al
conjunto de contradicciones y estructuras en que se inscribe”, que definían, pocos párrafos
después, como el “enlace orgánico que liga un medio a su era histórico-geográfica de
funcionamiento, la relación de los medios informativos entre ellos (a la vez en el interior del
país y sobre el plano internacional) y la determinación económico política que, en un
momento determinado, marca con su sello la función social (o también las funciones sociales)
de las tecnologías de comunicación” (Mattelart, Stourdzé, 1984: 103 y 104).
Dicho esto, conviene atender a otro aspecto conexo y constitutivo de esta mirada
genealógica en formación vinculado a su dimensión epistemológica. “Haría falta un día”,
escribía Armand Mattelart poco tiempo después en la línea del planteo que he comentado en
el informe sobre las transnacionales, —y dando cuenta que se trataba de una apuesta, de un
programa a realizar— “no sólo reflexionar más acerca de la génesis de los sistemas de
comunicación, sino también de la historia de la manufactura de los conceptos que los han
convertido en terreno de investigación privilegiado” (Mattelart, Delcourt, Mattelart, 1984:
43).
¿Cómo vincular entonces la historia de los sistemas de comunicación con la de sus
teorías y conceptos? Así planteado, no debería leerse el programa de Mattelart como un
llamado para hacer, de un lado, una historia social de los medios y sistemas de comunicación
y, de otro y en paralelo, una historia de los conceptos, las representaciones o las teorías sobre
la comunicación, que serían las encargadas de pensar y hacer inteligible aquello que ya habría
tenido lugar en el plano de lo real. Precisamente, el enfoque genealógico que, como se puede
leer, ya se anunciaba en estos trabajos como programa de investigación y como posición
epistemológica, suponía dar cuenta del carácter articulado de estos dos elementos. Solamente
“la inscripción en la historia de la manufactura de los conceptos”, escribía Mattelart a renglón
seguido en el texto que estoy citando, “permite comprender al mismo tiempo, no sólo las
continuidades, sino también las rupturas, que han dado vida a nuevas gestiones y a nuevos

291
instrumentos, que se articulan con los movimientos de lo real” (Mattelart, Delcourt, Mattelart,
1984: 43. El subrayado es mío). Esto es, si bien la noción de articulación supone un nexo
indisoluble entre los “movimientos de lo real” y la “manufactura de los conceptos (poco
después en Pensar sobre los medios los Mattelart escribían: “estos movimientos de lo real se
articulan con movimientos que operan en el campo científico, los cuales, a su vez, son parte
integrante de este real”, Mattelart, Mattelart 1987 [1986]: 92), sin embargo esto no implicaba
que se postularan relaciones de exterioridad, determinación o derivación lógica entre estos
elementos, sino precisamente, y como indica la propia metáfora de la “manufactura”, la
necesidad de entender el propio carácter constitutivo, productivo de los conceptos —de allí la
referencia a las “rupturas a las que dan vida”— en la producción de ese movimiento de lo real
con el cual configura una unidad.
Puedo decir entonces que después de Pensar sobre los medios este programa de
investigación se irá definiendo y desarrollando. Más allá de sus diferencias de enfoque y
objetos, El carnaval de las imágenes (1988 [1987], La internacional publicitaria (1989) y
sobre todo la trilogía de la comunicación-mundo: La comunicación-mundo (2003 [1992]); La
invención de la comunicación (1995 [1994]), Historia de la utopía planetaria (2000 [1999]),
tienen una impronta común. Allí, dicho por ahora de manera breve, Armand Mattelart recurre
a la historia para trazar una genealogía de larga duración de las representaciones sobre la
comunicación, del diseño de los sistemas comunicacionales y también de la manufactura de
sus conceptos, pensados en su emergencia y articulación con las estrategias de gestión de los
consensos políticos, tanto en tiempos de guerra como de paz, y los modos gestión de la
producción y el consumo. Como voy a argumentar a continuación, buena parte de los
supuestos que organizan esta mirada genealógica se pueden encontrar resumidos en la
declaración de objetivos de La comunicación-mundo cuando Mattelart presenta su
investigación acerca de “la historia de la comunicación internacional y de sus
representaciones” como “la historia de los lazos que se han fijado entre la guerra, el progreso
y la cultura, la trayectoria de sus sucesivos reajustes, de sus flujos y reflujos (Mattelart, 2003
[1992]: 18). También en su presentación de La invención de la comunicación (1994), cuando
afirma que se trata de “hacer arraigar la reflexión sobre la comunicación en la historia de los
modos de regulación social que acompañan a las mutaciones del poder” (Mattelart, 1995
[1994]: 16).
¿Qué sentido darle a estos pasajes? En primer lugar, a diferencia de un abordaje
inmanente de los supuestos epistémicos de las teorías y disciplinas de la comunicación, que
una vez delimitados y señalada su génesis bastaría proyectar hacia espacios discursivos más

292
amplios para dar cuenta, pues en el proceso se borran las huellas de su producción,
transposición y efecto ideológico (como vimos, este procedimiento caracteriza los posiciones
de Phillipe Breton o Lucien Sfez) voy a argumentar que en la posición de Armand Mattelart
se puede leer una premisa básica de la concepción epistemológica de Michel Foucault, para
quien, si se me permite decirlo por ahora de manera breve (y por ende algo esquemática), el
discurso científico no desarrolla de manera autónoma sino que se configura sobre una
formación discursiva que lo excede y contiene y sobre el que se recorta en un proceso de
autonomización. Foucault enseña que en este espacio de discursos, prácticas y relaciones de
poder que le son inherentes se producen los objetos de conocimiento y se activan regímenes
de verdad.
Aun así, en la perspectiva de Armand Mattelart se puede leer una articulación de esta
impronta foucaultiana con otras matrices teóricas y epistemológicas. Y en este cruce voy a
leer los elementos que hacen a la singularidad de su posición.
Adelanto entonces en primer lugar, la escala internacional que propone como unidad de
análisis. En este sentido, como voy a analizar en sus implicancias, es clara la referencia a la
noción de economía-mundo del historiador Fernand Braudel con la que Mattelart identifica su
noción de comunicación-mundo. En segundo lugar, y en relación con esta tradición
historiográfica que inauguraba Braudel atenta al estudio de las mentalidades, pero también
desde una tradición que Mattelart recuperará directamente a través de un marxista heterodoxo
como Walter Benjamin, la genealogía de la comunicación-mundo que propone hará hincapié
en el estudio del papel de lo imaginario como una de las dimensiones constitutivas de lo
social. De allí que Mattelart describa La Historia de la Utopía Planetaria, afirmando que se
encuentra “en la encrucijada de la historia de las representaciones y la economía política”
(Mattelart, 2000 [1999]: p. 14). En este sentido y por último, quisiera adelantar un tercer
elemento, que es la resuelta inspiración de Armand Mattelart en un “materialismo cultural”
atento al estudio tanto del carácter social de la producción de conocimiento como de sus
funciones políticas. El papel de los intelectuales, en su definición gramsciana, entonces, va a
ser concebido como un elemento central de mediación y articulación entre estas dimensiones
y es, en la perspectiva de Mattelart, un eje central para elaborar una genealogía de los saberes
de la comunicación en su dimensión internacional que atienda tanto a sus condiciones de
emergencia como a sus funciones y efectos políticos. Vayamos por partes.

293
La comunicación en la trama de la internacionalización: economía y sistema-mundo

Evidentemente, la noción de comunicación-mundo que propone Armand Mattelart en su libro


homónimo refiere y dialoga directamente con los conceptos de economía-mundo y sistema-
mundo elaborados paralelamente, en un principio sin conocimiento mutuo, por el sociólogo
norteamericano Immanuel Wallerstein y por el historiador francés Fernand Braudel.
Dando entonces un rodeo antes de caracterizar la noción de comunicación-mundo, si se
me permite hacerlo de manera sintética —y por ende algo esquemática—286 quisiera precisar
algunos alcances de las nociones de economía-mundo y sistema-mundo. Ambas hacen
referencia a la conformación —desde los orígenes del capitalismo y como condición de su
existencia— de un espacio jerarquizado de interdependencia mundial que supone la asimetría
como condición y garantía de su existencia. La economía-mundo para el historiador de la
escuela de los annales Fernand Braudel no se confunde con la economía mundial (esto es, el
conjunto de actividades económicas del planeta) puesto que supone la existencia de un
espacio del globo económicamente autónomo, capaz en lo esencial de bastarse a sí mismo, y
al cual sus vínculos e intercambios interiores le confieren cierta unidad orgánica. Este espacio
está atravesado en su visión por líneas de jerarquización, de modo que el espacio se divide en
un centro, en regiones segundas bastante desarrolladas pero en relación a las metrópolis, y los
márgenes exteriores subordinados (Braudel, 1984 [1979]). Como sintetiza y destaca el propio
Braudel su coincidencia con Immanuel Wallerstein, quien había demostrado también la
necesidad recíproca de los distintos espacios jerarquizados para su conformación: “el
capitalismo es una creación de la desigualdad del mundo; necesita para desarrollarse, la
complicidad de la economía internacional. Es hijo de la organización autoritaria de un espacio
evidentemente desmesurado” (Braudel, 1994 [1985]:100).
Si algo caracteriza los enfoques de Wallerstein y Braudel (y esto como veremos ha sido
explotado lúcidamente por Armand Mattelart), es la idea que, en tanto el capitalismo necesita
para desarrollarse la complicidad de la economía internacional, debe ser necesariamente
destacado el papel de las técnicas y las comunicaciones en la conformación y desarrollo de los
procesos de su internacionalización. Así lo interpreta el historiador Peter Burke, quien señala
que uno de los aportes novedosos de Fernand Braudel a la historiografía contemporánea fue

286
También solicito se me permita aquí pasar por alto las diferencias entre los autores; pues si para Braudel han
existido diversas economías-mundo a lo largo de la historia, para Wallerstein no hubo más economía-mundo que
la de Europa a partir del siglo XVI. En líneas generales, ver los trabajos de Braudel, 1984 [1979] y 1994 [1985];
en este último dialoga con las posiciones de Wallerstein. También lo hace el sociólogo estadounidense en sus
trabajos de carácter más epistemológico: Wallerstein, 2006 [1983], 1998 [1991], 2006 [2004].

294
poner de relieve y en el centro de su indagación la cuestión del espacio y el papel de la
comunicación y las técnicas en el desarrollo de la economía-mundo.287
Respecto a la perspectiva epistemológica, el propio Immanuel Wallerstein retomando su
diálogo con Braudel, sintetiza lo que entiende son algunos de los elementos comunes de lo
que llama “el análisis de los sistemas-mundo” que, en su visión, se caracteriza por la intención
de “combinar las preocupaciones respecto a la unidad de análisis, la preocupación por las
temporalidades sociales, y la preocupación por las barreras que se habían erigido entre las
diferentes ciencias sociales” (Wallerstein, 2006 [2004]: 32). Estos tres elementos que señala
Wallerstein se apoyan en un supuesto básico: la necesidad de inscribir cualquier análisis de la
sociedad contemporánea en la dinámica y las características de la economía-mundo capitalista
(Wallerstein, 1998 [1991]: 290). A partir de allí, entonces, remiten a la delimitación del
sistema-mundo como la unidad de análisis adecuada para la comprensión de los fenómenos
del capitalismo como sistema mundial, aun en sus manifestaciones locales; esto es, señala un
desplazamiento respecto a los enfoques centrados en el Estado-nación. En segundo lugar,
remiten a la preocupación por el análisis de la larga duración, o en los términos de Braudel,
por el “tiempo de larga duración” (por oposición a un enfoque de la historia en el tiempo corto
y los relatos de la novedad). Por último, Wallerstein estña refiriendo a la necesidad de revisar
las divisiones que organizaron las disciplinas científicas desde el siglo XIX, en especial, la
necesidad (cara a la renovación historiográfica que propuso Braudel) de articular las
perspectivas de las ciencias sociales y las de la historia, pero también de cuestionar las
divisiones que organizaron las disciplinas a partir de objetos definidos según una tripartición
—economía, política, cultura— que responden, sostiene Wallerstein, a los supuestos de una
ideología liberal. En relación con este último aspecto, el sociólogo norteamericano describía
su propia posición, afirmando que intenta presentar “una realidad global integrada, tratando
sucesivamente su expresión en los terrenos económico, político e ideológico-cultural
(Wallerstein, 2006 [1983]: VII-VIII)”.
Más allá de su intención manifiesta, lo cierto es que, se sabe, esta última cuestión ha
sido una de las tareas más difíciles de zanjar en la historia de la teoría social. Evidentemente,
la cuestión sigue siendo (al menos desde La ideología Alemana en adelante), antes que
reconocer la existencia de una “realidad global integrada” (tales las palabras de Wallerstein),

287
El mediterráneo (se refiere Burke al libro de Braudel), “hace que sus lectores cobren conciencia de la
importancia que tiene el espacio en la historia y lo hace como muy pocos libros lo habían hecho antes”. Logra
este efecto, agrega a continuación, “convirtiendo al propio mar en el héroe de su epopeya, en lugar de preferir
una unidad política como el imperio español (...) ese efecto también se logra al recordarse repetidas veces la
importancia que tienen las distancias y las comunicaciones (Burke, 1996 [1990]: 46).

295
más bien los modos en que se entiende la articulación de sus dimensiones.288 ¿Cómo entender
el papel de las comunicaciones en este proceso y su genealogía? ¿Acaso se reduce al de
simple instrumento? ¿Y el papel de los conceptos y representaciones en torno a ella? Y en
otro orden: ¿cómo se producen las interacciones entre lo singular y lo universal, entre lo local,
lo nacional y lo mundial? Sobre estos interrogantes en torno a la genealogía del espacio-
mundo y la fase contemporánea de integración del capitalismo se monta la noción de
comunicación-mundo que propone Armand Mattelart.
En rigor, el autor belga fue configurando progresivamente su noción de comunicación-
mundo, pasando desde un sentido más referencial acerca de los procesos de
internacionalización —donde no se diferenciaba de las nociones de economía o sistema-
mundo—, a una significación novedosa y específica aunque evidentemente en relación con
dichas nociones. La primera vez que, hasta donde he podido rastrear, Armand Mattelart
propuso la noción de comunicación-mundo, fue en el prólogo a la edición española de Pensar
sobre los medios (1987). Sin extenderse en su significación y alcance, la introducía como
sintagma complementario al de “economía-mundo”, de Fernand Braudel, para referirse al
contexto de producción de su trabajo. Escribía junto a Michèle Mattelart:

Las realidades de la ‘comunicación’ han evolucionado considerablemente, según lo


demuestran los procesos de privatización y desreglamentación de las instituciones
audiovisuales y de las redes de telecomunicaciones, la construcción de un sistema de
‘comunicación-mundo’ en el contexto de una ‘economía-mundo’, en el sentido
braudeliano del término, y la mercantilización de sectores (cultura, educación, sanidad,
religión, etc.) que habían permanecido, hasta entonces, al margen del circuito comercial y
que apenas se habían visto afectados por la ley del valor. Las nuevas tecnologías de
comunicación no sólo ocupan el lugar central de un reto industrial; están en el corazón
mismo de las estrategias de reorganización social de las relaciones entre el Estado y el
ciudadano, los poderes locales y centrales, los productores y los consumidores, los
patronos y los trabajadores, los enseñantes y los enseñados, los expertos y los ejecutantes
(Mattelart, Mattelart, 1987 [1986]: 21).

Poco tiempo después, en La Internacional publicitaria (1989) Armand Mattelart volvía a


proponer el término para referirse al alcance planetario que había tomado el proceso de

288
En este punto, conviene señalar otra diferencia entre las posiciones de Wallerstein y las de Braudel. En unas
conferencias que pronunció en la Universidad de Johns Hopkins de Estados Unidos en 1977, Fernand Braudel
proponía una versión algo más compleja respecto a la que da Wallerstein (en la cita que he tomado) de esta
integración. Afirmaba: “Toda sociedad densa se descompone en varios ‘conjuntos’: el económico, el político, el
cultural y el jerárquico social. El económico sólo podrá comprenderse en unión de los demás ‘conjuntos’,
disolviéndose en ellos, pero también abriéndose sus puertas a los próximos a él. Hay acción e interacción. Esta
forma particular y parcial de la economía que es el capitalismo no se explicará plenamente sino a la luz de estas
proximidades e invasiones; acabará adquiriendo gracias a ella su auténtico rostro” (Braudel, 1994 [1985]): 100).
La idea de Braudel acerca de las “proximidades” e invasiones mutuas entre ‘conjuntos’ (que señala entre
comillas, no casualmente) complejiza la cuestión respecto al modo en que se formula la cuestión en la cita que
he tomado de Immanuel Wallerstein. Volveré sobre esta cuestión.

296
institucionalización del sistema de la publicidad y del marketing. De allí que refiera a lo que
entendía era un proceso de “norteamericanización” que se había “metabolizado”, “fundido”
—tomaba la expresión del historiador francés Jean Chesneaux— con la “modernidad-mundo”
(Mattelart, 1989: 59). 289 Mattelart estaba planteando que en la nueva arquitectura mundial de
las redes telemáticas, los Estados Unidos, —y los procesos que allí tomaban cuerpo— seguían
siendo decisivos para el futuro de las restantes realidades nacionales y regionales, incluso en
el supuesto de que cada una de éstas emprendiera también, afirmaba, “su propia vía de acceso
a la comunicación-mundo con el peso histórico de sus respectivas instituciones” (Ibid.).
Es finalmente en La comunicación-mundo. Historia de las ideas y de las estrategias
(2003 [1992]), donde Mattelart le dará un desarrollo propio a una noción que, retomando la de
economía-mundo, intenta poner de relieve el vínculo que el desarrollo de las redes de
comunicación, las representaciones en torno a ellas y las nociones que contribuyen a darle
forma, tiene con la internacionalización de los intercambios y la división internacional del
trabajo en la conformación de un espacio mundial jerarquizado y la polarización cada vez
mayor entre centros y periferias. Tal vez lo distintivo de su propuesta y del sentido que le da
entonces a la noción de comunicación-mundo se pueda leer en el modo en que en esta
genealogía Mattelart despliega las múltiples conexiones existentes entre la emergencia de
ciertas representaciones sobre la comunicación desde el siglo XIX (como vehículo de
progreso y de un vínculo humano planetario), los diseños técnicos y de las redes
comunicacionales y “la manufactura de sus conceptos” y doctrinas, entendiendo esta
articulación múltiple como modo de construcción de una hegemonía planetaria. Así
comenzaba La comunicación-mundo:

Reconstruir la genealogía del espacio comunicación-mundo —concepto calcado de la


noción de economía-mundo de Fernand Braudel— éste es el cometido de la presente obra.
Se trata, mediante un método cruzado, de analizar las modalidades de la implantación de
las tecnologías y de las redes que, desde el siglo XIX, no han dejado de repudiar las
fronteras de los Estados-naciones y, a la vez, poner de manifiesto los conceptos, las
doctrinas, las teorías y las controversias que han acompasado la construcción de un campo
de observación científico cuyo objeto es la comunicación internacional (Mattelart, 2003
[1992]: 18).

Puedo afirmar entonces que la noción de comunicación-mundo retoma algunos tópicos


presentes en las perspectivas desarrollas por Braudel y Wallerstein: a) la escala mundial como
unidad ineludible de análisis; b) la relevancia (desarrollada aquí en toda su dimensión)
otorgada al papel de la comunicación (entendida de manera general como modo de
289
Refería al libro de Jean Chesneaux, publicado ese mismo año, Modernité-monde, París, La Decouverte, 1989.

297
intercambio de circulación de bienes, mensajes y personas) en la constitución de un espacio
planetario; c) el tiempo de larga duración como marco de análisis.
Se puede leer entonces en la noción de comunicación-mundo una herramienta
conceptual que utiliza Armand Mattelart para contraponer a las mitologías y utopías de la
comunicación que en Francia, como vimos, desde fines de los años setenta y sobre todo desde
mediados de los años ochenta, fascinadas por el desarrollo tecnológico y despojadas de
cualquier mirada histórica, presentaban y promovían la existencia de una “sociedad de la
información”, como fenómeno reciente, espontáneo y natural. A la inversa de lo que hacía
creer la representación igualitarista y globalizante del planeta, Mattelart proponía una
perspectiva que permitía analizar el proceso de mundialización desde la historia de los
intercambios mundiales y sus diferentes flujos asimétricos, y que tendía a inscribirla en la
trama de la construcción de una hegemonía global.
Es evidente entonces que la perspectiva de la comunicación-mundo se ubica en relación
de continuidad pero también en una línea de revisión respecto algunas de las premisas de las
teorías de la mundialización —y sobre todo de la noción de imperialismo cultural asociada a
ellas— que Mattelart había empezado a trabajar desde fines de los años setenta (ver capítulo
4). Sistematizando esta revisión y analizando los avatares del concepto de imperialismo
cultural y los aportes y límites de la teoría de la dependencia como contribución
latinoamericana a la teoría social, Armand y Michèle Mattelart observaban en Pensar sobre
los medios (1986) las críticas que se habían hecho a estas teorías tanto por su economicismo
como por su tendencia a minimizar al papel de las “sociedades anfitrionas”. Es interesante que
entonces los Mattelart señalaran que estas observaciones podían proyectarse también a la
teoría de la economía-mundo capitalista elaborada por Immanuel Wallerstein. Allí sostenían
que “al reducir al Estado a un estatuto instrumental, entendiendo por Estado a una institución
—citaban los Mattelart Capitalisme et économie-monde, de Wallerstein— ‘creada de la nada
que refleja las necesidades de las fuerzas sociales que operan en la economía-mundo
capitalista’, se pasa a una concepción de la dominación de lo económico, sin mediación, que
instrumentaliza lo político” (Mattelart, Mattelart, 1987 [1986]: 206). Tanto los enfoques
inspirados en la teoría de la dependencia como la teoría de la economía-mundo de Wallerstein
adolecían, en la visión de los Mattelart, de un “confinamiento en una economía política poco
atenta a la teoría política y que prescinde del análisis de las clases sociales, de los sistemas de
poder y del Estado” que, subrayaban, debían entenderse como “lugares de mediación y de

298
negociación entre actores sociales, nacionales y locales, con intereses y proyectos
divergentes” (Ibid.).290
Por el contrario, como veremos, se puede leer en la genealogía que propone Armand
Mattelart de la comunicación-mundo una modulación particular en el estudio de la
configuración del espacio-mundo que, desde una impronta gramsciana, va a poner en primer
plano el análisis de la función de los intelectuales en tanto instancias de mediación entre las
diversas formaciones nacionales pero también entre las clases, como productores de
representaciones y estrategias de gestión de lo social. En esta clave Mattelart va a leer la
producción de representaciones sobre la comunicación, pero también, ya entrado el siglo XX,
la manufactura de sus conceptos y teorías científicas.
Lo cierto es que algunos años después de marcar estas observaciones críticas respecto a
la teoría de Wallerstein, en La comunicación-mundo Mattelart matizaba sus críticas sobre las
diversas variantes de las teorías de la dependencia.291 Aunque no dejaba de observar la
minimización por parte de algunos economistas e historiadores de las “dimensiones
extraeconómicas e infrainternacionales” (Mattelart, 2003 [1992]: 252), enfatizaba ahora que
estas teorías “le devuelven al capitalismo su dimensión de sistema histórico, un sistema global
de producción e intercambio, cuyas redes mercantiles tejen cada vez más lazos, por una parte,
entre lo económico, lo político, lo cultural y lo científico, y, por otra, entre los niveles local,
nacional y transnacional” (Ibid.: 252). Citando un fragmento de Le capitalisme historique,
Mattelart le reconocía entonces a Wallerstein en la línea de la economía-mundo de Fernand
Braudel, haber dado pie “a sospechar lo que el concepto de sistema-mundo ha aportado a una
reflexión sobre las génesis de las redes de comunicación” (Ibid.).
Pero entonces “¿cómo se ventilan las negociaciones entre los singular y lo universal,
entre lo local, lo nacional y lo mundial? ¿Cómo se retranscriben signos planetarios en función
290
Algunos años después el sociólogo brasilero Renato Ortiz, en Mundialización y Cultura (1997 [1994],
partiendo precisamente de la misma problemática que proponía Mattelart en torno a los procesos de
mundialización cultural, señalaba que el mérito de las teorías del sistema-mundo de Wallerstein en la década del
setenta había sido el haber desplazado la unidad de análisis, del Estado-nación al sistema mundial. Sin embargo
(aunque desde una posición culturalista que era diferente entonces a la de Mattelart) Ortiz le objetaba a la teoría
del sistema-mundo tres cuestiones, que resumo: a) transferir al espacio mundial un enfoque economicista que
establece una correlación inmediata entre la dimensión económica y las político-culturales; b) pensar la sociedad
en tanto sistema suponía la presidencia del sujeto y del carácter activo de la “acción social”; c) la idea de sistema
supone una integración funcional de las partes al todo y una coherencia interna entre los elementos; de ahí la idea
de la cultura como “geocultura”, mero espacio de reproducción (Ortiz, 1997 [1994]: 38-41). Es interesante
señalar que Ortiz establecía diferencias entre la perspectiva de Wallerstein y de Braudel. Pues en éste último
encontraba que la correlación entre economía y cultura no se realizaba de manera inmediata, y esto significaba
que la historia cultural de las sociedades capitalistas no se confundía con las estructuras permanentes del
capitalismo (Ibid.: 38).
291
Evidentemente el interlocutor polémico ya no era entonces el campo de las teorías críticas sobre la
internacionalización del capital y lo que en ellas se jugaba en el plano de las diferencias estratégicas y tácticas
para el mundo de la izquierda (esto es, las alternativas en torno a la reforma o la revolución).

299
de contextos singulares? ¿Cómo emergen otras modernidades en los límites de las
tradiciones?” (Mattelart, 2002: 171). Con estas palabras Mattelart trazaba el balance, tiempo
después, de las preguntas que orientaron sus interrogantes sobre la genealogía del espacio-
mundo. El estudio del lugar de los agentes e instancias de mediación sería clave en la
modulación de su perspectiva. La noción de comunicación-mundo concluía en este sentido,
“incluye nuevamente el retorno al sujeto, a las subjetividades y a las culturas”. Por supuesto
no suponía una abstracción de los determinantes sociohistóricos”, por el contrario, agregaba a
renglón seguido, “el análisis de las interacciones y transacciones entre las culturas no puede
abstraerse de las lógicas geoeconómicas y geopolíticas que influyen en la nueva
estructuración de las jerarquías, de las polarizaciones y de las causas de exclusión” (Ibid.).
Mattelart inauguraba entonces en La comunicación-mundo una investigación de largo
aliento donde se proponía precisamente trazar la genealogía de las múltiples instancias de
mediación en la que se tejen estos lazos.

La impronta gramsciana: intelectuales cosmopolitas en la formación de un espacio


mundializado

Como ya he señalado (ver también capítulo 4), en su temprano balance crítico de la noción de
imperialismo cultural Mattelart había puesto de relieve la necesidad de dar cuenta del papel
de las mediaciones y los mediadores culturales (Mattelart, 1978). Allí planteaba la necesidad
de poner en discusión el supuesto economicista que implicaba la noción de imperialismo —
que lo explica sólo como resultado de procesos económicos— y la reducción del papel de los
procesos al interior de los espacios nacionales. Para ello recurría a Antonio Gramsci y su
concepción de hegemonía. El pensador italiano, entendía Mattelart, había llamado la atención
acerca de la necesidad de dar cuenta del juego de relaciones de fuerza y del papel entre
fuerzas locales e internacionales, poniendo de relieve la acción de actores internacionales y
prestando particular atención a los circuitos de transmisión culturales e ideológicos.
Se sabe: se le reconoce a Antonio Gramsci la complejización de las premisas marxianas
en torno a la relación entre los procesos económicos, políticos y culturales. El comunista
italiano desarrolló la categoría de hegemonía haciendo especial hincapié en el estudio de la
función de los intelectuales que, desde una concepción ampliada respecto a la categoría
tradicional, definía como un elemento de mediación imprescindible para la constitución de un
“bloque histórico” (unidad de base y superestructura): los intelectuales elaboran mediaciones
que permiten la proyección de los intereses particulares de clase como universales y su

300
objetivación en la organización material en una cultura, configurando así procesos de
dirección moral e intelectual de una sociedad (Gramsci, 1993, 2004; Buci-Gluksmann, 1978
[1975]; Portelli, 1997 [1972]).
Ahora bien, al explorar las nuevas configuraciones de la comunicación transnacional,
Armand Mattelart le daba un uso original a dos elementos presentes (aunque no ocupaban
especialmente el centro de la atención del comunista italiano) en las reflexiones gramscianas
sobre el papel de lo intelectuales: por un lado, Mattelart va a hacer hincapié en el llamado de
atención de Gramsci acerca del carácter internacional de ciertas formaciones intelectuales, de
su composición y función, describiendo las redes que, sobre todo desde el siglo XIX, no
habían dejado de tejer un espacio de mediación a escala planetaria; por otro, va a hacer
hincapié en la consideración dentro de esta categoría ya no sólo del “intelectual orgánico”
tradicional (si se me permite jugar con el término) al estilo europeo y tal como podía serlo
Benedetto Croce, sino en esa figura nueva del intelectual orgánico sobre la que se interesaba
Gramsci (fiel a su concepción histórica del estatuto y la función del intelectual) cuando
describía las transformaciones de la sociedad norteamericana a partir de los años treinta y que
abordaba particularmente en sus notas sobre el “americanismo y el fordismo” (Gramsci, 2006:
285-322). Veamos.
Como es sabido, Antonio Gramsci dedicó una parte de su reflexión a entender la
imposibilidad de las clases dominantes italianas para producir, bajo su hegemonía, una
unificación nacional. En este marco definió sus grandes líneas de investigación sobre la
cultura italiana (la literatura popular, la filosofía, la lengua) y sobre todo y en especial sobre la
situación y la función de los intelectuales italianos. Gramsci llamó entonces la atención sobre
la necesidad de investigar acerca de lo que llamaba la función cosmopolita de los intelectuales
italianos, pues entendía que este era un elemento central para explicar la dificultad para la
formación de una cultura nacional italiana (en comparación por ejemplo, con el carácter
nacional de los las formaciones intelectuales en Francia al momento de la revolución de
1789). Desde la existencia del Imperio Romano (que tenía su capital político-administrativa
en Italia) hasta el desarrollo de la Iglesia Católica con su sede vaticana en Roma, la formación
histórica de los intelectuales italianos, sugiere Gramsci, estuvo marcada por el
cosmopolitismo.292

292
“Hay, pues, una línea unitaria en el desarrollo de las clases intelectuales italianas (que actuaban en el territorio
italiano), pero esta línea de desarrollo de ninguna manera es nacional; el hecho lleva a un desequilibrio interno
en la composición de la población que vive en Italia, etc.”, escribía Gramsci en sus notas sobre la función
cosmopolita de los intelectuales italianos. Y concluía entonces que “el problema de qué son los intelectuales
puede ser mostrado en toda su complejidad mediante esta investigación” (Gramsci: 2004: 38).

301
Se podría decir que Armand Mattelart de alguna manera invierte el énfasis visible en las
preocupaciones gramscianas, al hacer ya no hincapié en el estudio de las condiciones de
posibilidad de la formación de una cultura nacional sino en los mecanismos por los cuales se
había formado efectivamente un espacio-mundo y consolidado en el siglo XX. Mattelart
subrayaba en La comunicación-mundo que las observaciones que hacía Antonio Grasmci en
su texto “Análisis de situaciones, relaciones de fuerza” abrían interrogantes en torno al papel
de los procesos de mediación cultural y de los mediadores en la conformación de ese marco
de interdependencia asimétrico que suponía la economía-mundo. Citaba dos fragmentos de
Antonio Gramsci (no era la primera vez, pues ya lo había hecho en sus textos sobre el
imperialismo cultural a fines de los años setenta, [ver capítulo 4]), donde el pensador
comunista observaba:

Es preciso tener en cuenta que las relaciones internas de un Estado se entrecruzan con las
relaciones internacionales, creando nuevas combinaciones originales e históricamente
válidas. Una ideología nace en un país muy desarrollado, se difunde en los países menos
desarrollados y tiene incidencia en el juego de combinaciones local. Esta correlación entre
las fuerzas internacionales y las fuerzas nacionales se complica aún más porque en el
interior de cada Estado existen divisiones territoriales, con diferentes estructuras y
distintas relaciones de fuerza en todos los niveles (tomo la cita de Mattelart, 2003 [1992]:
255-256).293

A continuación de este fragmento, informaba Mattelart, Gramsci pasaba a ilustrar la acción de


los actores internacionales, tomando el caso de los circuitos de transmisión culturales e
ideológicos. Pero en rigor, quiero subrayar, Mattelart estaba destacando y poniendo en primer
plano una observación que tal vez hubiera pasado desapercibida para los lectores de Gramsci,
pues citaba un fragmento de “Análisis de situaciones, relaciones de fuerza” que, —al menos
tal como fueron editados sus cuadernos— aparecía en una nota al pie. Y que dice:

La religión, por ejemplo, ha sido siempre una fuente de estas combinaciones ideológicas-
políticas nacionales e internacionales, y con la religión, también la Francmasonería, el
Rotary Club, los Judíos, la diplomacia de carrera, formaciones internacionales todas, que
sugieren soluciones políticas de diversos orígenes históricos y las aplican en determinados
países, funcionando como partido político internacional que actúa en cada nación y pone
en movimiento todas sus fuerzas internacionales concentradas. Una religión, la
Francmasonería, el Rotary, los Judíos, etcétera, pueden incluirse en la categoría
intelectuales cuya función, a escala internacional, es actuar como mediadores entre los
extremos; una función de socialización de los recursos técnicos que permite que las

293
Considero relevante apuntar que la referencia que cita el traductor al español de La communication-monde
corresponde a la edición de la Antología de textos de Gramsci de Siglo XXI traducida y editada por Manuel
Sacristán, pp. 415-416. La misma de la que lo leía Armand Mattelart cuando seleccionó el artículo de Gramsci
para Communication and Class Struggle, y cuando en su introducción a la antología citaba estos fragmentos (ver
capítulo 4).

302
actividades de dirección se ejerzan para lograr un equilibrio de los compromisos y
encontrar salidas intermedias entre soluciones extremas [tomo la cita de Mattelart, 2003
[1992]: 256. Subrayado de AM).

Como se puede observar, Gramsci estaba aquí haciendo énfasis en la existencia de


formaciones intelectuales internacionales, subrayando su función de mediación ideológica,
pero también su función en tanto agentes de gestión y organización de los recursos técnicos
disponibles en una sociedad. De allí la noción de partido político internacional que proponía
el comunista italiano, para quien, recordaba Mattelart “el término partido tiene un sentido
mucho más amplio que el que le atribuye la ciencia política o su común acepción: se confunde
con el de organizador o el de intelectual orgánico y es inseparable del concepto de
hegemonía” (Mattelart, 2003 [1992]: 256. Subrayado de AM). Mattelart trazaba entonces el
balance de su lectura y el uso de algunas categorías de Antonio Gramsci: “Los ejes del trabajo
gramsciano ya convidaban, pues, a un análisis de la producción del consenso y de los sistemas
de alianza en escala internacional” y de la necesidad de “tener en cuenta las mediaciones y los
mediadores en el encuentro entre culturas singulares y el espacio-mundo” (Ibid.: 257).
Esta cuestión se relaciona entonces con el segundo aspecto que quisiera poner de
manifiesto en torno a la lectura que hace Armand Mattelart de la propia noción de intelectual
en Gramsci y del carácter histórico de su concepción, sobre todo a partir del uso de las notas
sobre “americanismo y fordismo”. Este aspecto es clave para comprender la posición teórica
de Armand Mattelart y la genealogía de su reflexión en torno a un nuevo tipo de intelectuales
y su papel en la configuración de la comunicación-mundo.
Como vimos en varios capítulos, a fines de los años setenta Mattelart hacía sus primeras
observaciones en torno a los análisis de Gramsci de la racionalización del aparato de Estado
norteamericano, mostrando sus posibles implicancias para el análisis de las mutaciones del
modo de producción de la comunicación en la etapa del monopolismo y la consecuente
transformación de los aparatos de producción de hegemonía que se experimentaba por
entonces en Europa. Mattelart proponía la noción de taylorización de la esfera de la
hegemonía directamente a partir de los análisis sobre el fordismo y el americanismo de
Gramsci, poniendo de relieve lo que en su visión las reflexiones de Gramsci podían tener de
iluminadoras si se consideraba la extensión del americanismo a escala mundial (Mattelart,
Mattelart, 2003 [1979]: 58; Mattelart, 2010 [1979]: 150-151).294 Pues Gramsci escribía en sus

294
Es una constante en los trabajos de Armand Mattelart desde fines de los años ochenta su invitación a
considerar las observaciones que hizo Antonio Gramsci en sus análisis del americanismo y el fordismo como
transformaciones del modo de producir la totalidad de la vida, y en relación con esto, también de la función

303
notas sobre el fordismo en Estados Unidos: “[l]a hegemonía nace en la fábrica y para
ejercerse sólo tiene necesidad de una mínima cantidad de intermediarios profesionales de la
política y de la ideología” (Gramsci, 2006: 291). La racionalización capitalista de la
producción en la década del treinta tenía como objetivo la integración de la clase obrera en el
aparato económico de hegemonía y la creación de “un nuevo tipo humano”, conforme al
nuevo tipo de trabajo y de proceso productivo. Gramsci entendía entonces al americanismo
como un nuevo modo de producción de bienes pero también como un nuevo tipo de gestión
de la sociedad y de organización de la cultura; su intuición (apenas desarrollada en sus
cuadernos) señalaba que la función política estaba siendo asumida en Estados Unidos por
intelectuales de nuevo tipo. Si para Gramsci en la década del treinta este proceso estaba en
una fase inicial y no había dado aun, en sus palabras, “salvo esporádicamente quizás, ningún
florecimiento superestructural” (Gramsci, 2006: 292), décadas después Armand Mattelart —
entre otros pensadores— llamaba la atención acerca de que Europa reorganizaba sus modos
de producción de mercancías y de hegemonía en el sentido que había intuido el pensador
italiano.295
Tal vez sea en La internacional publicitaria (1989) donde se pueda leer más cabalmente
cómo Mattelart llevaba a la investigación empírica estos aspectos que lee en el pensamiento
gramsciano en relación con el papel de las formaciones intelectuales de carácter internacional
en la configuración de una hegemonía a escala planetaria, de un lado, y de otro, en relación
con el nuevo estatuto y perfil del intelectual orgánico en la etapa de la “taylorización de la
hegemonía”. Pues en este libro Mattelart trazaba la historia de las redes publicitarias y las
múltiples formas que revestía su creciente imbricación con los medios de comunicación en un
contexto donde la norma publicitaria se consolidaba como la regla de la producción cultural.

intelectual. Mattelart, Mattelart, (1987 [1986]: 88-91); Mattelart, Mattelart, (1987: 83); Mattelart, (2003 [1992]:
123-125); Mattelart (1995 [1994]: 337), entre otros.
295
Entre ellos es notable el trabajo de Christine Buci-Glucksmann. Pocos años antes de la publicación de Los
medios de comunicación en tiempos de crisis (donde los Mattelart proponían la noción de taylorización de la
hegemonía), Buci-Glucksmann, en su libro Gramsci y el Estado (1978 [1975]), había llamado la atención en
Francia sobre la comparación que había hecho el comunista italiano del modelo capitalista norteamericano
existente hacia la década del treinta con el desarrollo del capitalismo europeo. Buci-Glucksmann recordaba que
la observación de Gramsci respecto a que si en Europa se había dado un desarrollo complejo de las
superestructuras, en Estados Unidos, por el contrario, la infraestructura dominaba de una manera más inmediata
la superestructura, esto es, la racionalización de las superestructuras implicaba su simplificación sobre una base
industrial más directa, logrando una “sociedad racionalizada” que hacía girar toda la vida del país alrededor de la
producción (Buci-Glucksmann, 1978 [1975]: 111). Buci-Glucksmann interpretaba que en la concepción de
Gramsci del americanismo, la hegemonía, que nacía directamente en el proceso de trabajo, no separaba la fábrica
de la sociedad, esto es, concernía precisamente a la totalidad de los modos de vida. Por eso concluía: “[l]a
modernidad y la actualidad de Gramsci es clara ya que capta, en este tipo de desarrollo que el capitalismo
monopolista ha puesto a la orden del día, un funcionamiento de las ideologías (...)” (Buci-Glucksmann, 1978
[1975]: 111).

304
La tesis que demostraba Mattelart entonces era que “lo publicitario”, luego de una primera
etapa de internacionalización de sus redes a partir de la segunda posguerra y bajo predominio
norteamericano, había cambiado de estatuto desde fines de los años setenta, cuando las
compañías de publicidad ampliaron sus actividades y se convirtieron en empresas de
“servicios de comunicación” y gestión para compañías y Estados. Lo publicitario, que excedía
el ámbito del aviso y la campaña tradicional, se estaba convirtiendo entonces en un modo de
comunicación y gestión social; esto es, en la norma de la producción cultural pero también en
la norma tanto de los procesos de organización del trabajo al interior de las empresas como de
gestión de la esfera pública. Mattelart ponía de relieve entonces la genealogía de la formación
de las redes publicitarias, en sus palabras, “la historia de las primeras vías de acceso a la
llamada modernidad mediática” (Mattelart, 1989: 53). Desde principios del siglo XX las
agencias de publicidad nacidas en los Estados Unidos se habían ido convirtiendo en las
cabeceras de playa en el proceso de configuración de una cultura a escala internacional; sus
redes —que Mattelart describe metódicamente dando cuenta de las continuidades y
discontinuidades que marcaban su génesis, desarrollo y transformaciones, sobre todo a partir
de su salto a la internacionalización y de la difusión de lo publicitario en los mecanismos de
gestión de lo social— contribuyeron a tejer una malla cada vez más compacta entre cultura y
economía.296 Así, la función de los agentes e instituciones que constituían lo que llamaba la
“internacional publicitaria” asumía una dimensión que era a la vez económica y política: junto
al sector de las finanzas con el cual se había interpenetrado desde los años ochenta,
constituían auténticas “vanguardias del proceso de globalización de los mercados” (Ibid.:
116).
No casualmente Mattelart definía su historia de las redes que componen la internacional
publicitaria como “un libro que es también un libro sobre los intelectuales”. Por supuesto,
Mattelart aclaraba, a renglón seguido, que no se trataba de los intelectuales como “se definían,
no hace tanto tiempo, a través del ejercicio de la función crítica; sino de estos nuevos
mediadores de saberes y de saber-hacer que hacen funcionar esta institución y esta industria”
(Ibid.: 24). La internacional publicitaria era entonces la genealogía de la constitución de un
tipo de formación intelectual internacional, que ejercía una función destacada en un momento
donde, como caracterizaba Mattelart, se asistía a la consolidación a nivel global de un “nuevo

296
En sus palabras: “Ha sido, en esta cabecera de red donde se ha iniciado la conexión permanente, cotidiana y
masiva de las sociedades y de las culturas singulares —locales, regionales, nacionales— con los flujos y las
referencias de vocación transnacional. Primer enfrentamiento de las culturas públicas, formadas en los territorios
particulares del Estado-nación, con la cultura de lo privado y del mercado, con sus parámetros de universalidad.
Primeras tensiones entre la diseminación de las culturas populares y la centralidad de la cultura de masa
producida industrialmente” (Mattelart, 1989: 53).

305
régimen de verdad” que se desplazaba del Estado providencia y el servicio público como ejes
organizadores de los social a “la empresa, al interés privado y al libre juego de las fuerzas del
mercado” como “nuevos modos de gestión de las relaciones entre los hombres, nuevos modos
de ejercicio del poder” (Ibid.: 20).297
Llegados a este punto conviene aclarar dos cuestiones que sin duda Armand Mattelart
compartía con Antonio Gramsci (basta volver sobre los fragmentos que leía y que he citado
del comunista italiano) y que son claves para comprender su posición. En primer lugar, el
análisis de las tendencias a la configuración de un espacio-mundo no supone en la posición de
Mattelart la existencia de un proceso necesario y homogéneo de subsunción global a un solo
patrón económico o cultural, sino más bien un desarrollo hecho de contradicciones, un
proceso siempre abierto e inacabado. En La Internacional publicitaria Mattelart era
categórico cuando afirmaba que

dentro de la alquimia de las relaciones de fuerzas económicas y culturales, estos


transplantes de modernidad, por mediación de las nuevas técnicas de venta, con frecuencia
han dado origen a procesos contradictorios en los que se entremezclan adhesión,
connivencia, comportamientos de rechazo, actitudes miméticas y apropiaciones más o
menos críticas de las aportaciones externas. Queda por realizar una exhaustiva tarea que
examinaría en detalle esta difícil gestión, este permanente ir y venir de intercambios
desiguales (Mattelart, 1989: 60).

En el mismo sentido, poco después, en La comunicación-mundo, cuando afirmaba que los


ejes del trabajo gramsciano ya invitaban a un análisis de las redes de producción del consenso
y de los sistemas de alianza a escala internacional, Mattelart se lamentaba que esta necesidad
de tener en cuenta a las mediaciones y los mediadores ya presente en el programa gramsciano,
sin embargo, había sido “ahogada por polarizaciones que llevarán a ver bloques allí donde
había diversidad, lisura allí donde había asperezas, ecuación de primer grado allí donde había
complejidad cultural, sentido único allí donde había circularidad” (Mattelart 2003 [1992]:
257).
En segundo lugar, entiendo que Mattelart coincide con Antonio Gramsci en su
concepción acerca de que el papel de estas formaciones intelectuales no se reduce al rol de
ejecutoras de procesos y tendencias pre-existentes en una dimensión infraestructural (que a lo
297
En un pasaje de Mundialización y cultura (1997 [1994]) Renato Ortiz, al analizar la literatura del marketing y
los libros utilizados en los cursos de administración de empresas, destacaba esta proposición de La Internacional
publicitaria, coincidiendo con Mattelart: “Los ejecutivos y los publicitarios, al adaptarse a una realidad
globalizada, deben comprender el terreno el cual actúan. Sus agencias, con un brazo en cada ángulo del planeta,
exigen que se preparen para servirlas. En este sentido, Armand Mattelart tiene razón cuando insiste sobre este
aspecto, los administradores globales son intelectuales [Ortiz citaba a Mattelart en La Internacional
publicitaria]. Producen un saber empírico que les permite establecer una mediación entre el pensamiento y los
intereses políticos y económicos de sus empresas” (Ortiz, 1997 [1994]: 200).

306
sumo habría que ajustar y “poner sobre su cauce”), como si éstas tendencias ya se hubieran
desarrollado a partir de una lógica propia, inmanente. Por el contrario, es sabido, en la
concepción gramsciana el rol de los intelectuales en tanto mediadores es productivo, activo; o,
de otro modo, las formaciones intelectuales construyen precisamente a través de su mediación
éstas tendencias y movimientos de lo real. De allí la importancia de analizarlas para
comprender las complejidades de las relaciones entre economía, cultura y sociedad y hacer
inteligible las tendencias y movimientos que dirigen su desarrollo. Esta cuestión se relaciona
entonces con otro aspecto central en la perspectiva de Armand Mattelar, vinculada al papel de
los imaginarios en la constitución de la comunicación-mundo.

Los imaginarios de la comunicación-mundo (o los caminos de Walter Benjamin)

“El vínculo entre la racionalidad económica y la racionalidad política y cultural: esta


imposible cuestión ha obsesionado desde sus orígenes a la historia contemporánea de las
teorías críticas de la comunicación”, observaban Armand y Michèle Mattelart en El carnaval
de las imágenes al trazar un balance de los debates entre la economía política de la
comunicación y los enfoques vinculados a las teorías centradas en el estudio de su papel en la
reproducción ideológica (Mattelart, Mattelart, 1987: 75. El subrayado es mío). ¿A qué se
referían cuando hablaban de una articulación imposible entre estas dos racionalidades?
¿Acaso se puede leer en esta formulación un desplazamiento de los autores en relación con la
propia problemática planteada por Armand Mattelart alrededor de la crítica de la economía
política de la comunicación? Entiendo que algo de eso se jugaba en la consideración que
hacían los Mattelart respecto a una de las cuestiones fundamentales que había atravesado
desde su emergencia todas las variantes de la teoría crítica. “Los reproches de economicismo
o idealismo que mutuamente se dirigen la economía política y el análisis discursivo no logran
ocultar las cuestiones dejadas en suspenso por una u otra de las dos grandes tradiciones”,
afirmaban en este sentido (Ibid.). ¿Cuáles eran estas cuestiones? Tanto por un lado como por
otro, concluían entonces los Mattelart, “aparece la dificultad de plantear lo imaginario como
dimensión activa y esencial de toda práctica social, lo cual da la impresión de que los análisis
se detienen en el punto en que se plantean los nuevos interrogantes” (Ibid.: 76. El subrayado
es mío).
Entiendo que es precisamente en buena medida en torno a estos nuevos interrogantes, en
relación con este punto en suspenso, que Armand Mattelart proyectaba el edificio de su
genealogía, puesto que trazaría los grandes hitos de la producción de una imagen de la

307
modernidad donde las representaciones de la comunicación ocuparían un lugar destacado
como utopía de un vínculo humano universal, integrándolo al estudio de la conformación de
espacios de mediación intelectual internacional.298
Aun sabiendo que corro el riesgo de pretender presentar la parte por el todo, me voy a
extender en comentar uno de los ejemplos más interesantes y representativos de esta
articulación entre el análisis del imaginario (de la comunicación) y la función de los
intelectuales, a los que Mattelart le dedica varias páginas y capítulos en La comunicación-
mundo (2003 [1992]: 55-61) y La invención de la comunicación (1996 [1995]: 113-169). Se
trata, precisamente de la reconstrucción y el análisis, en la pista que trazó Walter Benjamin en
sus escritos sobre París como “capital del siglo XIX”, de esos grandes eventos que fueron las
Exposiciones Universales y que se desplegaron mundialmente desde la segunda mitad del
siglo XIX hasta la primera mitad del XX. Estos encuentros, con sus “templos de acero y
vidrio”, verdaderos espacios de mediación internacional, pusieron en circulación la exhibición
de adelantos técnicos —entre los cuales las tecnologías comunicacionales ocuparon un lugar
destacado— junto a las representaciones utópicas que los acompañaron en cada oportunidad y
que los ligaban al progreso de la humanidad. Pero también estos eventos fueron instancias que
contribuyeron a configurar un espacio internacional que produjo y potenció el proceso de
mundialización de los intercambios culturales y de las mercancías. En las exposiciones, como
se puede leer en la reconstrucción que propone Armand Mattelart a partir de un trabajo
preciso de documentación, tuvieron un papel destacado toda una serie de mediadores político-
culturales. Es el caso por ejemplo de las primeras exposiciones parisinas que contaron en sus
primeras versiones con la colaboración de personajes como Michel Chevalier, antiguo
miembro de la mítica escuela de Saint Simón, auténtica vanguardia intelectual al servicio del
diseño de las ideas y las estrategias de la comunicación-mundo.299 Como voy a argumentar,

298
Mattelart no explicita su concepción teórica en torno a lo imaginario (que apenas define como una
“dimensión activa y esencial” de la práctica social). Me remito para su conceptualización a las obras clásicas de
Castoriadis (1999 [1975] y Baczko (1984) en torno a lo imaginario como creación exnihilo, como dimensión
instituyente de lo social.
299
Mattelart dedica varias páginas de su investigación al pensamiento de Saint Simon y su escuela. Es sabido
que desde fines del siglo XVIII Saint Simon fue un personaje destacado en la configuración de los relatos
utópicos de la modernidad y la elaboración de una nueva filosofía de la sociedad. El supuesto básico de su
filosofía era que a través de la planificación racional de la industria y de su desarrollo podría garantizarse una
salida de los conflictos sociales y la armonía entre las clases. A su muerte sus discípulos lo convirtieron en el
fundador de una nueva religión secular y se dedicaron a promover sus enseñanzas. Fundaron varios periódicos
entre ellos Le Globe, Journal de la doctrine saint simonienne, que salió entre 1830 y 1832. El nombre de la
publicación, Le Globe, es evidentemente significativo. Promediando el siglo XVIII, “con la aparición del
ferrocarril, —señala Mattelart— la figura de la red se impuso como la primera formulación de una ideología
redentora de la comunicación. Las redes de comunicación fueron consideradas como creadoras del nuevo
vínculo universal” (Mattelart, 1996 [1995]: 113). En este sentido, son elocuentes las palabras que cita Mattelart
de Michel Chevalier, uno de los miembros de la escuela: “Si, conforme se afirma, la palabra religión viene de

308
la preocupación por el lugar de estas figuras de mediación, estos intelectuales cosmopolitas
que producen diversos agrupamientos y asociaciones de carácter nacional e internacional, esto
es, instancias de organización y conexión para un espacio mundial en construcción, se articula
entonces con otro elemento clave del proyecto genealógico de Armand Mattelart, que es
trazar un estudio histórico de la emergencia y las múltiples formas de circulación y
apropiación de estas representaciones e imaginarios de la comunicación como utopía
constitutiva de la modernidad.
Es interesante observar que a fines de los años ochenta se había publicado una edición
en francés (la edición alemana era de 1982) del Libro de las pasajes de Walter Benjamin:
Paris, capitale du XIXe siecle, con manuscritos del filósofo alemán que permanecían inéditos
por entonces. En el marco de su proyecto genealógico, Armand Mattelart leerá este trabajo y
seguirá la pista benjaminiana en torno a la emergencia de ciertos imaginarios de la
modernidad, en especial sus observaciones sobre las Exposiciones Universales como espacio
de configuración de una suerte de fantasmagoría del vínculo humano universal, y focalizará
su análisis en torno a la comunicación como contenido de esta “utopía planetaria”.
Pues, como es sabido, para Walter Benjamin las fantasmagorías que promovió la cultura
de masas entrado el siglo XX se podían rastrear en su emergencia en la configuración del
espacio urbano europeo del siglo XIX, en la arquitectura urbana con sus pasajes, en los
interiores burgueses, los salones, o en el mismo desarrollo y esplendor de las exposiciones
universales. Estos espacios se habían dispuesto a partir de una matriz utópica común, al decir
de Benjamin, “residuos de un mundo imaginario” (Benjamin, 1999: 190). En su trabajo sobre
París como capital del siglo XIX el filósofo alemán había llamado la atención sobre las
Exposiciones Universales, caracterizándolas como “lugares de peregrinación al fetiche que es
la mercancía” (Benjamin, 1999: 179). Benjamin mostraba cómo en esos modernos y seculares

religare, los ferrocarriles tienen más relaciones de los que se supone con el espíritu religioso. Jamás existió un
instrumento con tanto poder para reunir a los pueblos dispersos”. Y agregaba: “Los medios de transporte
perfeccionados traen consigo la reducción de las distancias, no sólo de un punto a otro, sino de una clase a otra”
(Ibid.: 135-137). Mattelart demuestra cómo el ideal utópico de una sociedad igualitaria, preconizada por Saint
Simon, se transformaba, entre sus discípulos, en principio de realidad de un modo de reorganización de la
sociedad —una filosofía de la empresa— en una Francia que atravesaba su pasaje a la sociedad industrial. Poca
sorpresa nos llevamos entonces cuando nos encontramos que, más de treinta años después del cierre de Le
Globe, uno de los principales artífices de la Exposición Universal celebrada en París en 1867 haya sido Michel
Chevalier que, como encargado de la publicación de los informes oficiales sobre la exposición, estuvo a cargo de
diseñar su filosofía. Mattelart cita uno de los informes oficiales de la exposición parisina escritos por Chevalier
que reza: “La necesidad de los intercambios hacen que todos los pueblos se aproximen. El sentimiento de la
unidad de la familia humana les acerca a ello, como un instinto natural que jamás descansa (...). Los nuevos
medios de locomoción estrechan cada vez más esas relaciones. Desde hoy puede considerarse que está a punto
de triunfar el principio, tan grato a la filosofía como a la religión, de la solidaridad de los pueblos y de las razas”
(Mattelart 1995 [1994]: 157).

309
“templos de la industria” se exhibían y diseñaron buena parte de las “fantasmagorías” que
configuraron la imaginación moderna en el nuevo panorama urbano.300 Allí se había
desplegado toda una retórica de la exhibición de las mercancías —que los trabajadores habían
producido y que sin embargo no poseían— donde se podía leer una promesa de posesión, una
ilusión en la cual el hombre se reconciliaba con su propio estado de enajenación. Asimismo,
las exhibiciones ponían en escena todo un imaginario de progreso que enlazaba el desarrollo
técnico e industrial de la humanidad con la imagen de una era de bienestar, paz y armonía
social gracias al acceso generalizado a los bienes (Benjamin leía allí una suerte de mito de la
sociedad sin clases sin revolución social, o de otro modo, de la técnica en reemplazo de la
política). En este sentido, Benjamin leía a las ferias internacionales como un lugar donde se
configuró un espacio de ensueño que remitía a la utopía de un vínculo humano universal a
escala planetaria.
En esta línea, puedo sostener que, siguiendo la pista benjaminiana, Armand Mattelart va
a hacer hincapié en la configuración de una fantasmagoría particular: su genealogía pone de
manifiesto cómo la utopía comunicacional como promesa de un vínculo universal gracias a la
mediación técnica tuvo en las ferias internacionales uno de sus hitos. Mattelart demuestra a lo
largo de la trilogía de la comunicación-mundo cómo a caballo del desarrollo de las técnicas y
las redes de comunicación que se exhibían e incluso se experimentaban en su seno, las
exposiciones se convirtieron en un espacio de multiplicación del simbolismo del progreso, el
acercamiento de los pueblos y la concordia general. Cada nuevo invento técnico-
comunicacional allí exhibido ofrecía la ocasión para actualizar una promesa de redención.301
“La Exposición Universal —observa Mattelart— comparte con la red de comunicación el
mismo imaginario, la misma búsqueda de un paraíso perdido de la comunidad y de la
comunión humanas. Una y otra se estimulan y confortan mutuamente en la construcción del
mito de este vínculo universal transparente” (Mattelart, 1995 [1994]: 155). Esta utopía
comunitaria que suponía la reconciliación de los antagonismos sociales estaba íntimamente
ligada a la mitología del “acercamiento de los pueblos” y ésta a la representación de una
suerte de unidad material de la especie humana. Algo de eso puede leerse en la promoción de
uno de sus muestras que hacía la publicación oficial de la exposición de 1867 y que Mattelart
citaba directamente del rescate que había hecho Benjamin en su colección sobre los pasajes de

300
Además de los textos de Benjamin, sigo la interpretación en torno a la obra de Benjamin (en especial sobre el
libro de los pasajes) que propone Susan Buck-Morss (1995 y 2005).
301
Algunos ejemplos que propone Mattelart. En la exposición de Londres de 1851 se inauguró el primer enlace
telegráfico Inglaterra-Francia; en 1876 en la exposición de Filadelfia se reveló el teléfono de Graham Bell; en
1893, en Chicago, se inauguró la primera línea telefónica Chicago-Nueva York. Mattelart 2003 [1992]: 56.

310
Benjamin: “[d]ar la vuelta a este palacio —decía el informe—, circular como el ecuador, es,
literalmente, girar alrededor del mundo; han venido de todos los pueblos: los enemigos viven
en paz, el uno junto al otro” (Mattelart, 1995 [1994]: 154). En el diseño espacial de la
exposición, con sus estructuras de vidrio y hierro, con sus stands internacionales, también se
representaba aquello que dada la multiplicación de las redes de comunicación y los
intercambios comerciales se suponía estaba materializándose en el espacio mundial: la
constitución de un espacio transparente y al alcance de la palma de una mano. En este sentido,
Mattelart hacía énfasis en demostrar la validez de la intuición benjaminiana en torno a que la
imagen de un vínculo humano universal implícita en la utopía del progreso estaba también
estrechamente vinculada a la imagen de una humanidad unificada por la interconexión
mundial: el nuevo escenario de los intercambios internacionales de los que daban fe los
escaparates de las exposiciones universales modificaba “profundamente las representaciones
del globo y, a la vez, las realidades vividas de la relación nacional/internacional” (Mattelart
2003 [1992]: 59).
Es importante entonces volver sobre la articulación que he planteado en torno a la
producción de imaginarios sobre la modernidad y la creación de instancias de mediación en la
configuración de una red internacional de intercambio político y cultural. Mattelart
reconstruye cómo desde mediados del siglo XIX, en el contexto de la expansión imperial y de
una doble hegemonía en el sistema-mundo (si Londres era el centro de la economía-mundo y
ocupaba la hegemonía mundial sobre las vías y redes técnicas de comunicación, París se
imaginaba a sí misma dictando la norma de la cultura legítima a nivel planetario) la fórmula
“Exposición Universal” se multiplicó por las ciudades del planeta, incluyendo a varios países
de la periferia de la economía-mundo (mientras, en las exposiciones parisinas, fue creciente la
presencia de stands de los países latinoamericanos, así como el interés que los organizadores
europeos les profesaban a éstos en el marco de sus disputas internas por la hegemonía cultural
y la ampliación de los mercados). Pero también las exposiciones fueron espacios en cuyo seno
se configuró una comunidad científica nacional e internacional que, entre otras cuestiones, por
ejemplo, fue concertando la adopción de normas legales y técnicas de validez internacional o,
a partir de los congresos asociados, creando las primeras instituciones encargadas de regular
el intercambio internacional en materia de flujos informativos, como la Unión Telegráfica
Universal (1865) o la Unión Postal Universal (1878).302 Las exposiciones fueron un espacio

302
Por tomar algunos ejemplos, Mattelart refiere al Primer Congreso Internacional de Estadística que,
prefigurado en la exposición de Londres de 1851, se realizó dos años más tarde, en Bruselas, para dar lugar, en
1875, a la inauguración de la Oficina Internacional de Pesas y Medidas. Este proceso culmina en 1885 con la

311
donde las sociedades culturales y científicas más diversas del mundo pusieron en común la
descripción del estado de situación de sus disciplinas, dando lugar al nacimiento de algunas
publicaciones especializadas nacionales e internacionales. Por último, se puede leer en la
genealogía que propone Mattelart cómo las ferias cumplieron un papel en tanto foro de
intercambio que posibilitó el nacimiento de diversas agrupaciones a nivel internacional. Sin
duda el caso más sonante, por su proyección simbólica, será el de la Asociación Internacional
de Trabajadores, creada en 1864, cuyo preludio tuvo lugar dos años antes a partir de los
intercambios de las delegaciones obreras en la exposición de Londres. No es extrañar, como
contrapartida, la conformación de redes en torno a cuestiones judiciales y de control social
que se consolidaron en la década de 1880, paralelamente al desarrollo de la antropología
criminal, que celebró su segundo congreso internacional en la Exposición Universal de París
de 1889 (Mattelart, 1995 [1994]: 161 y 295). En suma, la genealogía que propone Armand
Mattelart pone de manifiesto cómo además de configurar y amplificar un imaginario de
progreso y comunidad universal, lo que se promovió en el marco de las exposiciones fue una
red de intercambios que consolidó un espacio de mediación internacional que atravesaba los
campos del saber y las esferas de la actividad social. Con las exposiciones, escribe “(...) van
apareciendo, progresivamente, nuevas formas de circulación del saber, nuevas sinergias entre
sabios e industriales, nuevas modalidades de la interdisciplinariedad, nuevos tipos de relación
entre ciencia y arte, industria y arte” (Mattelart, 2003 [1992]: 80).

Si me he extendido en comentar el modo en que Armand Mattelart reconstruye la


historia y analiza el caso de las exposiciones universales (insisto, a riesgo de presentar la parte
por el todo), es porque entiendo que allí se puede leer de manera clara el modo en que articula
el estudio de la emergencia y el papel de lo imaginario social con las actividades de
mediación intelectual en el marco de formaciones culturales de carácter internacional. En este
sentido, esta articulación debería proyectarse como línea de interpretación de su genealogía de
la comunicación-mundo a lo largo de su trilogía.

Resta, por último, decir algunas palabras en torno al modo en que traza la historia de las
teorías, doctrinas y saberes especializados sobre la comunicación

creación del Instituto Internacional de Estadística, coronando la estrategia de estructuración de una comunidad
científica internacional. Las grandes unidades eléctricas, como el amperio, por ejemplo, se deciden en el marco
de las exposiciones y sus congresos asociados, y observa Mattelart, se “convierten en lenguaje universal”
(Mattelart, 1996 [1995]).

312
Una genealogía de los saberes y las disciplinas: la comunicación como efecto y apuesta
geopolítica

La celebración de la armonía y la concordia entre pueblos y clases que se manifiesta en las


exposiciones universales, cobra toda su significación si se contrasta, como propone Susan
Buck-Morss al analizar el libro de los pasajes de Walter Benjamin (Buck-Morss, 1995) con la
proximidad de cada uno de estos eventos con las grandes conmociones sociales que se
sucedieron en Europa y Estados Unidos desde 1848 a 1939. Subrayo esto pues, en la historia
de larga duración que propone Armand Mattelart, esta proximidad entre crisis sociales y
expansión de las utópías técnicas se revelará como una constante de la modernidad, que se
prolongará incluso hasta fines del siglo XX. En este sentido, quiero hacer énfasis en que la
configuración de la comunicación-mundo, en la perspectiva de Mattelart, lejos de ser un
proceso lineal impuesto desde alguna instancia abstracta del poder, no es sino una respuesta a
las crisis y sobre todo el resultado de las formas en que se entretejen las técnicas de gestión de
las multitudes con las luchas y resistencias que emanan de ella en un juego de apropiaciones
cruzadas.303
En el mismo sentido entiendo que debe leerse la historia las disciplinas de la
comunicación que propone Mattelart como parte de su genealogía de la comunicación-mundo,
puesto que es también una historia que se dirige no sólo a las representaciones e imaginarios
sociales en torno a ella, sino también a sus múltiples entrecruzamientos con la producción de
sus objetos, nociones y teorías científicas. A diferencia de cualquier historia de las teorías que
las ubicaría en una suceción de diálogos internos como si su desarrollo tuviera una lógica
intrínseca (por otra parte, centrada en los espacios nacionales), la genealogía que propone
Armand Mattelart, como he señalado, va a evidenciar los múltiples vínculos que se tejieron
entre el desarrollo y la puesta en circulación de los saberes, objetos y conceptos de la teoría
social y el pensamiento de la comunicación con las respuestas a las grandes conmociones del
siglo XX, desde la revolución rusa a la crisis del treinta, pasando por la insurgencia en el
Tercer Mundo luego de la posguerra o la crisis estructural de los años setenta. Bajo el prisma

303
Mattelart destacaba este aspecto por ejemplo en el caso de las representaciones sobre la comunicación en la
conformación de la “utopía global” contemporánea. En Historia de la utopía planetaria, sobre todo, se trazan las
continuidades y discontinuidades que van desde las concepciones de los pensadores de la ilustración sobre la
sociedad como organismo o el culto fisiocrático del transporte y la libre circulación, hasta la exaltación hacia
fines del siglo XX y principio del siglo XXI de las autopistas globales de la información al estilo Bill Gates o Al
Gore. Este trayecto, sin embargo, está cruzado por otro tipo de utopías. Van desde las que proponían los
saintsimonianos en torno al ferrocarril y su sueños de establecimiento de un vínculo humano universal, hasta los
proyectos comunitarios (mediados técnicamente) de socialistas utópicos o anarquistas como Fourier, Proudhon o
Kropotkin, por ejemplo.

313
que he presentado, se puede leer entonces como Armand Mattelart analiza las formaciones e
instituciones donde se desarrolla la producción científica sobre la comunicación, como
instancias donde se producen armas conceptuales y metodológicas que tienen efectos en las
apuestas geopolíticas.
Esta perspectiva genealógica supone que en este espacio de discursos, prácticas y
relaciones de poder que le son inherentes, se producen los objetos de conocimiento y se
activan regímenes de verdad. El modelo de la guerra, de la lucha como elemento constitutivo
aunque oculto de las relaciones saber-poder (contra cualquier pensamiento del contrato
político o de los paradigmas como expresión de consensos al interior de una comunidad
científica) es un elemento ineludible de la noción de genealogía focaultiana, que trata,
precisamente de hacer visible esa condición fundante pero invisibilizada.304 De alguna manera
a ello refiere de entrada Mattelart en la presentación de La comunicación-mundo cuando
afirma que la comunicación “para lo que sirve, en primer lugar, es para hacer la guerra”, pero
que esta cuestión precisamente se había constitutito en la “zona ciega del pensamiento acerca
de la comunicación” (Mattelart, 2003 [1992]: 18). Mattelart se dedicará a lo largo del libro,
entonces, a poner de relieve con una reconstrucción documental bien precisa (con ejemplos
que van desde la emergencia del telégrafo a la fotografía, la aparición de las nociones de
información y comunicación en el marco de las doctrinas de la guerra psicológica ya en la
primera guerra mundial, hasta las que se producen en el contexto de las doctrinas de la
seguridad nacional, durante la guerra fría), cómo “la guerra y su lógica son componentes
esenciales de la historia de la comunicación internacional, de sus doctrinas y de sus teorías,
así como de los usos que de ellas hayan podido hacerse” (Ibid.). Y la guerra, claro, es el
modelo para pensar los aparentes “momentos de paz”, esto es, la producción de régimenes de
verdad en función de la producción de gobernabilidad y la resolución del conflicto y la crisis.
Por eso, afirma Mattelart, la “historia de la comunicación internacional y de sus
representaciones es la histoia de los lazos que se han tejido entre la guerra, el progreso y la
cultura, la trayectoria de sus sucesivos reajustes, de sus flujos y sus reflujos” (Ibid.: 18) La
larga historia de la comunicación-mundo va entonces también desde la emergencia de las
teorías de la comunicación de masas en la norteamérica convulsionada por la crisis del treinta
304
Como es sabido, Foucault retomaba la inscripción de la genealogía en la tradición nietzscheana y recuperaba
el modelo de la guerra para pensar la historia, entendiendo la invasión como acontecimiento inaugural de las
sociedades. Contra las concepciones filosófico-jurídicas del contrato, la concepción histórico-política de
Foucault subvierte los términos de las relaciones entre la fuerza y la verdad. Por ello, comenta uno de sus
intérpretes, Tomás Abraham, la genealogía en general “expone el modo en que las relaciones de poder activan
reglas del derecho mediante la producción de discursos de verdad. Esto es lo que los sociólogos llaman
“legitimidad” y Foucault dispositivos de saber-poder y políticas de la verdad” (en Foucault, 1996 [1976]: 8). Ver
también Foucault, 1999 [1969], 1992, [1970], 1980.

314
y el nacimiento del fordismo, a las teorías sobre la “sociedad de la información” y su
emergencia en el marco de la crisis del Estado de bienestar y el modelo de acumulación al que
respondía, en los años setenta. Puesto que no tendría sentido que me refiera aquí a todos sus
avatares (que están allí para ser leídos en sus libros) aun así quisiera subrayar entonces para
finalizar este capítulo, que se puede leer en la genealogía de los saberes de la comunicación
que propone Armand Mattelart una particular concepción del trabajo epistemológico que, en
ese marco de referencias teóricas cruzadas que he trazado, se interroga sobre las condiciones
de emergencia y posibilidad de los saberes sobre la comunicación pero que, en el mismo acto
de su proyección histórica, los sitúa como efectos de fuerzas, apuestas y disputas por la
hegemonía a nivel global, y que son también, entonces, productores de efectos muy precisos
que, como pocos autores en las ciencias sociales, Armand Mattelart está en condiciones de
remitir a un espacio de dimensión internacional.

315
316
PALABRAS FINALES

Desde la perspectiva que orientó esta investigación me he confrontado a una dificultad de


relieve: aquella que se deriva de la aparente paradoja que se enuncia cuando se postula la
necesidad de estudiar el carácter colectivo de los procesos de producción de conocimiento
(pero también la colocación y función social de sus productores y difusores privilegiados), a
la vez que se afirma y propone argumentar el carácter singular del perfil intelectual de
Armand Mattelart y la productividad de su itinerario individual, tanto para hacer inteligibles
dichos procesos como para, a partir de explorar en torno a los alcances de su posición teórica,
comprender la sociedad contemporánea a partir de la crítica de la comunicación y la cultura.
Se trata, se sabe, de una de las tensiones constitutivas tanto de la historia intelectual como de
la sociología cultural. He intentado, entonces, evitar los riesgos del énfasis biográfico, que
reduce la densidad histórica a un asunto de “grandes hombres”, tanto como los que se derivan
de una mirada que, al eliminar la dimensión subjetiva, soslaya la posibilidad de comprender el
papel de los sujetos en los procesos sociales. Desde esta impronta, entonces, el recorrido de
investigación que he trazado me ha permitido poner de relieve algunas cuestiones que quiero
puntualizar.
En primer lugar, el trabajo que aquí he presentado se inscribe en el desarrollo de una
incipiente historia cultural de los estudios en comunicación en Argentina y América latina,
puesto que explora aspectos y perspectivas poco abordadas hasta ahora en el campo,
atendiendo de manera general a los contextos de emergencia histórico-sociales y, sobre todo,
a las dinámicas específicas donde, en el cruce de las instituciones académicas, las formaciones
culturales y las dinámicas del mundo de la política, se produjo la emergencia de los saberes
sobre la comunicación en los años sesenta y setenta. En este sentido espero haber demostrado
que la historia de los estudios en comunicación en el continente se revela como un campo
fructífero de investigación a desarrollar, en la medida que su momento de emergencia es
privilegiado para estudiar el modo en que la producción del saber sobre lo social se produce
en espacios de entrecruzamientos múltiples o, de otra manera, el modo en que un campo de
saber emerge desde una heterogeneidad de discursos y prácticas sociales desde las que luego

317
se delimita y autonomiza como disciplina, muchas veces soslayando estos procesos que le dan
origen. Pero también puesto que la figura de Armand Mattelart me ha permitido demostrar
que la historia de los estudios en comunicación en América latina es una zona privilegiada
para hacer inteligible y estudiar los modos en que, en ciertos momentos históricos
particulares, los movimientos en el campo intelectual —donde sus protagonistas producen
problemáticas específicas en torno a las cuales entran en relación polémica— expresan, como
escribía Antonio Gramsci en referencia al florecimiento de la “cuestión de la lengua”,
procesos más generales, en sus palabras, “la formación y el crecimiento de una clase
dirigente, la reorganización de una hegemonía cultural”. En este sentido, también he
pretendido demostrar en esta investigación a partir de contrastar el itinerario intelectual de
Armand Mattelart con el modo en que se leyó su figura, las formas que tomó la construcción
de una tradición selectiva en torno a la memoria del campo de los estudios en comunicación
en América Latina, y de manera más general, en torno al modo en que se interpretó la tensión
entre intelectuales, cultura y política en los años sesenta y setenta en el continente que, al
clausurarse una etapa, le dio una impronta a los balances del campo hasta el presente. En este
sentido, esta tradición contribuyó a la consolidación de una generación intelectual y a la
formación de una nueva hegemonía cultural a partir de los años ochenta.
En contraposición a esta tradición he argumentado que la figura de Armand Mattelart es
productiva para poner de relieve que, lejos de suponer un obstáculo para la producción de
conocimiento, el vínculo entre las prácticas políticas y la intervención intelectual forjó una
una trama cultural, un espacio crítico, que fue una de las condiciones de posibilidad que
posibilitó la formulación de una serie de interrogantes y perspectivas novedosas que
contribuyeron de manera decisiva a configurar un campo problemático alrededor de los
fenómenos de la comunicación y la cultura, ampliando el horizonte de los debates y
perspectivas existentes en el pensamiento marxista y las ciencias sociales y posibilitando la
emergencia, en fin, de los estudios en comunicación latinoamericanos con su impronta
distintiva. La práctica teórico-política de Armand Mattelart, promovió, al mismo tiempo,
contactos entre diversos sujetos sociales emergentes, impactando significativamente en el
desarrollo y los vaivenes del campo cultural latinoamericano.
He sostenido entonces que la experiencia en el laboratorio chileno contribuyó a forjar
en el caso de Armand Mattelart un perfil intelectual múltiple y cosmopolita y una posición
teórica que, como he argumentado, dejó sus huellas, a partir de su exilio, en el campo cultural,
el mundo de la política y los estudios en comunicación en Francia. En este sentido, otra de las
líneas argumentales de esta investigación me ha permitido poner de relieve el papel de los

318
mediadores y pasadores culturales en los procesos sociales de circulación internacional de las
ideas, poniendo de manifiesto a partir del itinerario de Armand Mattelart un movimiento de
pasaje e influencia intelectual que fue de la periferia hacia el centro, un movimiento que en
general ha sido poco explorado en la historia de la circulación internacional de las ideas. De
alguna manera, entonces, he intentado poner de manifiesto la contribución del pensamiento
latinoamericano al desarrollo de las ciencias sociales y también al pensamiento marxista.
En estrecha relación con esto, en cuanto a los aspectos cognitivos de esta investigación,
he argumentado que en la posición teórica de Armand Mattelart se puede leer una manera
productiva y singular de comprender la organización social contemporánea a través de la
crítica de la cultura y la comunicación. En un momento donde, el el contexto de los nuevos
escenarios comunicativos y socio-políticos, en el campo se pone de manifiesto un renovado
interés por la llamada economía política de la comunicación y la cultura que —luego de
muchos años de hegemonía “culturalista”— renueva los debates y las perspectivas teóricas
disciplinares, revisar la posición teórica de Armand Mattelart en torno a la crítica de la
economía política de la comunicación puede contribuir a la reconsideración y complejización
de sus objetos y modos de abordarlos. En el mismo aspecto, he intentado poner de relieve que
el pensamiento que ha desplegado el autor de La comunicación-mundo en torno al papel de la
comunicación y las formaciones intelectuales internacionales en los procesos de
mundialización, se caracteriza por situar la historia de los estudios en comunicación en la
encrucijada de la crítica epistemológica y el análisis de los modos de producción de
hegemonía. De allí su singularidad y novedad en tanto aporte epistemológico y teórico para
analizar las formaciones sociales contemporáneas.
Ahora bien, quisiera por último poner de relieve otras serie de tensiones que he
intentado sortear en esta investigación y que entiendo requieren precisiones conceptuales. La
efectiva existencia y la propia noción de esfera pública internacional popular que he
propuesto para situar y explicar lo que entiendo es el perfil múltiple y cosmopolita de la figura
intelectual de Armand Mattelart y su papel como traductor y pasador cultural, delimita por
definición un espacio difuso y ambivalente. ¿Cómo dar cuenta de la especificidad de un
espacio de redes materiales y producciones simbólicas que se entretejió con las instituciones y
los materiales culturales establecidos como dominantes? ¿Cómo objetivar este espacio
abigarrado, inestable y efímero que permitió el establecimiento de un vínculo productivo e
históricamente situado entre las formaciones culturales de las clases populares y una categoría
de intelectuales provenientes a veces de sus propias filas pero mayoritariamente de la pequeña
y mediana burguesía? ¿Como leer estas formaciones culturales internacionales subrayando su

319
posición subordinada pero indicando al mismo tiempo los lugares donde han prefigurado pero
también participado en la configuración de un espacio de poder? ¿Y cómo indicar, por último,
las asimetrías en los procesos de circulación internacional de las ideas y entre las formaciones
culturales emergentes de diversas formaciones sociales? Sin duda se trata de cuestiones que,
habiendo pretendido objetivarlas en la investigación histórica, apenas he podido dejar
planteadas en su formulación teórica. Entiendo que, en su dimensión internacional, se trata de
un campo problemático emergente y apenas delimitado.305
En torno a la existencia de esta esfera pública internacional popular, su carácter
ambivalente y su relación con las figuras y perfiles intelectuales que promueve y cobija, son
sugerentes las observaciones que ensaya Terry Eagleton en su estudio sobre la función de la
crítica en la conformación de una esfera pública burguesa en Inglaterra durante el siglo XVII
y XVIII. De manera extemporánea, en su epílogo, el autor analiza la figura y el itinerario de
Raymond Williams (si bien es una generación mayor que Armand Mattelart, ambos
compartieron —por cierto de manera muy general— contextos de producción y espacios de
diálogo intelectual en los años setenta). Allí Eagleton observa que ni el apelativo de crítico
literario, ni los de sociólogo, teórico político, filósofo social, dramaturgo, novelista,
comentarista cultural, cuadran con la obra de Williams de manera exhaustiva o precisa. Y esto
no es sólo porque —aunque también lo haya hecho— Williams hubiera transgredido los
límites entre las disciplinas o los campos culturales, sino porque aparte del poco informativo
título de “estudios culturales”, observa Eagleton agudamente, “no hay todavía un nombre
preciso para el terreno en el que se mueve Williams, una zona de la que él fue, ciertamente,
uno de los arquitectos” (Eagleton, 1999 [1984]: 123). Pues más que un campo disciplinar,
sostiene Eagleton, este terreno difuso que Raymond Williams contribuyó a edificar en la Gran
Bretaña de posguerra no es otro que el de lo que denomina —unas líneas más adelante y a
pesar de su cautela inicial— una contraesfera pública.306 En este sentido la obra de Williams
dramatizaría, a su estilo, “el principal problema al que se enfrenta hoy en día toda obra
intelectual socialista: que en cierto modo se dirige a una contraesfera pública ausente, basada

305
Evidentemente las reflexiones de Pierre Bourdieu, en referencia a la formación social francesa, respecto a que
los intelectuales son “una fracción dominada de la clase dominante” contribuye a explicar algunas de estas
ambivalencias (Bourdieu, 1999 [1971]: 32). Sin embargo, desde la posición de Bourdieu difícilmente se podría
pensar en una esfera pública popular en el sentido en que la estoy planteando. En otro aspecto, es muy relevante
que el sociólogo francés presente su análisis sobre las “condiciones sociales de la circulación de las ideas” como
un “programa para una ciencia de las relaciones internacionales en materia de cultura” (Bourdieu, 1999 [1990]:
159). Se trata, como el propio Bourdieu da a entender, de un programa a desarrollar.
306
Como señalé en la introducción de esta tesis, Eagleton propone en su trabajo la noción retomando el concepto
de Negt y Kluge de “esfera pública proletaria” y en contrapunto, esto es en diálogo, con el concepto de esfera
pública burguesa de Habermas.

320
en las mismas instituciones de cultura y educación popular que no lograron descollar en Gran
Bretaña durante la posguerra” (Ibid.: 126). Subrayo que Eagleton indique la ambivalente
presencia de esta contraesfera pública, puesto que es posible leer en el planteo del crítico
inglés una reflexión sobre la ambigua y paradójica existencia de este espacio difuso e
inacabado como condición de posibilidad para la emergencia de la figura del intelectual: es
sugerente en este sentido la comparación que hace Eagleton de su ausencia en la Gran Bretaña
del período con el desarrollo que tuvo lugar en la república de Weimar, en la Alemania de la
década del veinte. Allí, afirma, el movimiento obrero no fue sólo una fuerza política de
envergadura, sino que además dispuso de sus propios teatros y sociedades corales, clubes,
periódicos, centros recreativos y foros sociales, creando “las condiciones que contribuyeron a
hacer posible la aparición de un Brecht y un Benjamin y las que hicieron que el crítico pasase
de intelectual aislado a funcionario político”. Por el contrario, la situación inglesa en la
posguerra explica, según Eagleton, que Williams se viera “abocado a ocupar un espacio
indeterminado entre una academia real pero reaccionaria y una contraesfera pública deseable
pero ausente” (Ibid.: 126-127. Los subrayados son míos en ambas citas).
Como se desprende de la comparación, se puede leer en Eagleton una noción de
contraesfera pública que en su ambigüedad constitutiva, como tendencia, como impulso social
emergente pero inacabado, incapaz de institucionalizarse sin cambiar de forma, esto es, de
volverse Estado, explica la emergencia de la propia figura del intelectual; una figura que, he
citado, contrapone a la del “funcionario político”. En palabras de Eagleton:

La crítica socialista no puede hacer aparecer una contraesfera pública; al contrario, esa
misma crítica no puede existir plenamente hasta que tal esfera haya sido conformada.
Mientras llega ese momento, el crítico socialista permanecerá varado entre el sabio y el
hombre de letras, combinando la disociación crítica del primero con la actividad práctica,
comprometida y variada del segundo. El propio término “intelectual”, evocador de
distanciamiento crítico y de compromiso sinóptico, refleja en parte esta paradoja. Los
límites que la obra de Raymond Williams no ha conseguido al final traspasar no son los
que existen entre las disciplinas intelectuales, la política y la literatura, o entre la obra
crítica y la obra “creativa”; son las fronteras que se levantan entre las instituciones
académicas y la sociedad política, a las que la ausencia de una contraesfera pública da un
relieve gráfico (Ibid.: 129-130. Subrayado mío).

Entiendo que la reflexión de Eagleton en torno a esa actividad múltiple que desarrolla el
intelectual en este “espacio indeterminado” que se abre en una zona no menos difusa que
define como una contraesfera pública ausente, es sugerente para pensar, proyectando esta
zona a una dimensión internacional (espacio que he intentado delimitar en algunas de sus
manifestaciones), el itinerario y la colocación social de Armand Mattelart.

321
Estrechamente vinculada a esta cuestión, la figura del intelectual como traductor que he
utilizado en varios pasajes de esta tesis para caracterizar su perfil y función intelectual
también merece algunas reflexiones y precisiones adicionales.307
Pues no es casual que se haya hecho énfasis desde esta parte del mundo en la cuestión
de la traducción, pues es productiva para caracterizar los esfuerzos más logrados que
contribuyeron a la “búsqueda de un marxismo latinoamericano”, dado que la traducción,
escribe Martín Cortés, “una vez descartada toda pretensión de perfección y transparencia,
sirve para pensar una configuración nacional determinada a partir de múltiples herramientas,
que pueden ser de otros tiempos y realidades, a condición de no resbalar hacia la construcción
de modelos ahistóricos con pretensión universal” (Cortés, 2010). Si, es sabido, José Aricó
refería al trabajo de Antonio Gramsci como un traductor de la experiencia bolchevique a la
situación italiana, también se ha propuesto pensar, entre otros, los casos de José Carlos
Mariátegui308 y del propio Aricó como traductores, esto es, como ejemplos de una actividad
intelectual orientada por la búsqueda de un marxismo latinoamericano frente a la esterilidad
de las aplicaciones mecánicas del marxismo-leninismo que gobernaron los partidos
comunistas latinoamericanos de la región. Tanto en Mariátegui como en Aricó, sostiene
Cortés,

se destacan los tres elementos que caracterizan la traducción como ejercicio: (1) un
lenguaje (el marxismo), (2) este lenguaje necesita ser traducido a una realidad cultural y
social específica (latinoamericana), y (3) esta traducción se realiza mediante un esfuerzo
de interpretación que excluye toda posibilidad de aplicación o perfección. Así, la
traducción supone, contra esta ilusión de aplicación, la producción de algo nuevo (Cortés,
2010: 154).

Si la traducción así entendida podría parecer el esfuerzo y la obra de un sujeto del


pensamiento que toma como material un corpus teórico, al mismo tiempo Cortés propone leer
bajo el prisma de la traducción y como obra de Aricó toda su producción intelectual y vital,
no sólo sus textos propiamente dichos, sino especialmente su proyecto editorialista, es decir,
su trabajo como mentor y organizador de la revista y los Cuadernos Pasado y Presente que
(aunque Cortés pone énfasis en señalar ciertas problemáticas de orden teórico donde Aricó

307
Debo a Martín Cortés y su inteligente propuesta de análisis de la figura de José María Aricó como intelectual-
traductor y su llamado de atención sobre las notas de Antonio Gramsci sobre “la traducibilidad de los lenguajes
científicos y filosóficos” la inspiración para interpretar esta dimensión del itinerario de Armand Mattelart
(Cortés, 2010). Me voy a referir en breve a su propuesta.
308
Escribe Michael Löwy sobre Mariátegui: “Esa síntesis dialéctica entre lo universal y lo particular, entre lo
internacional y lo latinoamericano, inspira también la obra de José Carlos Mariátegui (1894-1930),
indudablemente el pensador marxista más vigoroso y original América Latina haya conocido” (Löwy, 2007: 17).

322
habría producido innovaciones), evidentemente nos remiten para su comprensión al análisis
de las redes y formaciones culturales en las que esta praxis se inscribe. En este sentido
Fernanda Beigel ha puesto de relieve de manera notable para el caso de Mariátegui la estrecha
vinculación entre su producción teórica y su praxis político-cultural, a partir de analizar su
“editorialismo programático”, esto es, las redes editoriales que el Amauta contribuyó a forjar a
partir de su actividad como periodista, ensayista y editor, una “praxis editorialista” que se
inscribía en el marco del vanguardismo estético-político peruano de las primeras décadas del
siglo XX (Beigel, 2003, 2006). Esta mirada, señala Beigel, “nos permite deslizarnos hacia un
principio articulador entre la reflexión teórica de Mariátegui, que sustenta el proyecto
estético-político de Amauta, y su praxis, que promueve contactos entre diversos sujetos
sociales emergentes e impacta significativamente en el desarrollo del campo cultural” (Beigel,
2006: 35).
Como he tratado de argumentar, entiendo que debe leerse la figura intelectual de
Armand Mattelart como traductor en esta doble dirección. En primer lugar, como he
argumentado, en las posiciones teóricas de Armand Mattelart se puede leer una voluntad por
producir una interface que evite la doble trampa del excepcionalismo y su reverso simétrico,
el eurocentrismo, dos tentaciones que, como sostiene Michael Löwy en su estudio sobre el
marxismo en América Latina (en rigor Löwy utiliza la noción de “excepcionalismo indo-
americano”) fueron predominantes en el desarrollo del marxismo en el continente (Löwy,
2007: 10). La primera, tiende a absolutizar la especificidad de su cultura, historia e estructura
social; la segunda, tiende a transplantar mecánicamente a América Latina los modelos de
desarrollo socioeconómico que explican la evolución histórica de Europa a lo largo del siglo
XIX.309 Como hemos visto, Armand Mattelart llamó la atención sobre la necesidad de analizar
la cuestión nacional (sobre todo a partir de los conceptos de formación social y de relaciones
de fuerza nacionales e internacionales, esto es, bajo el paraguas de la noción de hegemonía
gramsciana) para explicar el funcionamiento, las variantes y los límites de la noción de
imperialismo cultural y las complejas relaciones entre las producciones culturales y las clases
de los países del centro y de la periferia. También, he argumentado, la actividad crítico-
práctica de Armand Mattelart contribuyó a poner de relieve las “lecciones” que podían
extraerse de estos análisis que partían de la experiencia y la situación latinoamericana para
pensar el modo de funcionamiento de la hegemonía en Europa, que asistía hacia mediados de

309
Si bien tomo la orientación que sugiere Löwy, en el caso de Mattelart he demostrado que su posición excede
el ámbito del pensamiento marxista, pues Mattelart amplía la crítica de estas tendencias al pensamiento social,
con énfasis en la cultura y la comunicación. También he demostrado como estas tendencias estaban presentes (en
ambas direcciones) en el pensamiento europeo.

323
los años setenta al comienzo de una profunda reorganización económica, política y cultural,
así como las contribuciones que las experiencias populares de los países periféricos y los
desarrollos teóricos que en éstos se produjeron podían hacer al pensamiento marxista, en
particular al pensamiento sobre la cultura y los medios de comunicación. Desde esta posición
sin embargo y como he demostrado, Mattelart postuló siempre la necesidad de vincular el
análisis de estos procesos con cierto “fondo esencial” común, esto es, con el análisis del modo
en que la subsunción de la producción cultural a la esfera del valor a escala global se
articulaba con el desarrollo de estrategias geopolíticas, así como con la decisiva contribución
de la teoría desarrollada en la órbita del llamado “marxismo occidental” —y la teoría crítica
en general— para hacer inelegibles estos procesos. En este sentido, como he escrito, no se
trata, en el caso de Mattelart, de una actividad de traducción entendida de manera mecánica,
como transposición de textos a otras realidades temporales y nacionales sino de un trabajo del
pensamiento que intentaba —y así lo postulaba explícitamente, hemos visto, como programa
intelectual a inicios de los años ochenta— producir lo nuevo a partir de reunir el análisis de lo
general (la tendencia a la homogeneización propia del proceso de internacionalización y
subsunción de la comunicación y la cultura a la esfera del valor) con lo específico (la
particular forma que toma este proceso en cada formación social nacional a partir de los
conflictos que su mismo desarrollo genera), sosteniendo la necesidad de un rodeo
imprescindible por el trabajo teórico, una tarea que daría lugar a la producción de nuevas
síntesis y que permitiría disparar interrogantes y discernir diferencias y similitudes entre
procesos históricos.
En segundo lugar, también se puede pensar la figura de Armand Mattelart como
traductor a partir de su praxis político-cultural. Como he demostrado, en la empresa editorial
que animó, desde Comunicación y Cultura y desde las ediciones y compilaciones de libros
que promovió, orientadas a diferentes públicos y lenguas (aunque esta actividad no ocupara el
centro de su actividad ni tampoco respondiera a un proyecto continuo y sostenido en el
tiempo) se puede leer y sintetizar un programa de intervención que se extiende a toda su
práctica vital e intelectual.
Ahora bien, si la idea del intelectual-traductor tiene una doble significación o un doble
aspecto (aunque estrechamente vinculados): por un lado el de la producción de un
pensamiento que desarrolla para el análisis de una situación concreta elementos novedosos
con los materiales de las tradiciones intelectuales en las que se inscribe; por otro, el de la
puesta en relación de sujetos emergentes y la promoción de redes y formaciones culturales
que vinculan espacios sociales heterogéneos y tradiciones intelectuales de distintos espacios

324
nacionales310, la singularidad de la figura de Armand Mattelart en este aspecto es que su
operación de traducción no se remite con exclusividad a una realidad nacional (como lo sería
claramente la “realidad peruana” en el caso de Mariátegui), sino que se desarrolla en la
encrucijada de múltiples espacios nacionales. En este sentido, en relación con los “lenguajes”
a relacionar en la empresa de traducción, entiendo que Armand Mattelart ha dirigido su
inagotable disposición de energía vital hacia ambas direcciones, situándose alternadamente o
en simultáneo en ambos polos de la relación. Y si esto es así es porque sus problemáticas
teóricas pero también su propio itinerario y las redes intelectuales y vínculos que contribuyó a
forjar se inscriben —en fin, he intentado argumentar— en un espacio-mundo.

310
No casualmente en sus notas sobre la traducibilidad de los lenguajes filosóficos y científicos Antonio Gramsci
planteaba en éstos términos el problema a resolver: “si la traducibilidad recíproca de los diferentes lenguajes
filosóficos y científicos es un elemento ‘crítico’ propio de cada concepción del mundo, o si solamente es propio
de la filosofía de la praxis (de manera orgánica) y sólo parcialmente apropiable por las demás filosofías”
(Gramsci, 2008: 72). Se trata, proponía Gramsci, de reflexionar acerca de la posibilidad de establecer una
traducción entre “expresiones de distintas fases de civilización”. El problema, en rigor, era el del carácter de la
revolución en Occidente. Luego de indicar el carácter políticamente situado del interrogante (en referencia a la
discusión de Lenin con el izquierdismo y la estrategia política para la Tercera Internacional, escribe Gramsci:
“en 1921, tratando de problemas de organización, Ilich escribió o dijo (poco más o menos) lo siguiente: no
hemos sabido ‘traducir a las lenguas europeas nuestra lengua’)”, el comunista italiano ensayaba líneas más abajo
una respuesta: “A lo que parece, se puede decir que solamente en la filosofía de la praxis la ‘traducción’ es
orgánica y profunda, mientras que en otros puntos de vista es a menudo un simple juego de ‘esquematismos’
genéricos” (Ibid.). La referencia al carácter orgánico de la traducción no es menor. Se sabe, y no puedo
extenderme aquí en ello (este texto amerita una profunda revisión), que en Gramsci el problema gnoseológico se
inscribía y resolvía orgánicamente en el problema de la hegemonía, esto es, en el de la producción de una
dirección moral e intelectual de una clase que supone, como uno de sus elementos fundamentales, una
infraestructura cultural con sus organizadores y mediadores privilegiados, los intelectuales.

325
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BIBLIOGRAFÍA

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Social, UNLP, La Plata, otoño 2009.

ENTREVISTAS

BUXTON, David, entrevista concedida al autor, París, enero de 2011.


CARMONA, Ernesto, carta al autor, noviembre de 2008.
FREIRE, Antonio, carta al autor, diciembre de 2008.
GUYOT, Jacques, entrevista concedida al autor, París, enero de 2001.
FUENZALIDA, Valerio, entrevista concedida al autor, Santiago de Chile, noviembre de 2008.
GARRETON, Manuel Antonio, entrevista concedida al autor, Santiago de Chile, junio de 2008.
JOFRÉ, Manuel, entrevista concedida al autor, Santiago de Chile, junio de 2008.

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LAGARRIGUE CASTILLO, María Luz, entrevista concedida al autor, Santiago de Chile, noviembre
de 2008.
LÓWY, Michael, entrevista concedida al autor, París, enero de 2011.
NAVARRO, Arturo, entrevista concedida al autor, Santiago de Chile, junio de 2008.
MATTELART, Armand, carta al autor, septiembre de 2007.
MATELART, Armand, carta al autor, septiembre de 2008.
MATTELART, Armand, carta al autor, marzo 2011.
MATTELART, Armand, entrevista concedida al autor, Paris, diciembre-enero 2010/2011.
MATTELART, Tristán, entrevista concedida al autor, París, enero 2011.
MATTELART, Michèle, entrevista concedida al autor, París, enero 2011.
PALMER, Michael, entrevista concedida al autor, París, enero de 2011.
PASCAL ALLENDE, Andrés, entrevista concedida al autor, Santiago de Chile, noviembre de 2007.
PUIGROSS, Adriana, entrevista concedida al autor, Buenos Aires, mayo de 2010.
SCHMUCLER, Héctor, entrevista concedida al autor, Buenos Aires, diciembre de 2008.

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