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La labranza

l acondicionamiento de los suelos es una tarea básica cuando deseamos mantenerlos


como terrenos de cultivo productivos. La labranza es la primera operación en cualquier proceso de
acondicionamiento, sin ella la siembra y germinación de las semillas se hace inviable.

La labranza es la acción de preparar la tierra de cultivo, volteándola mediante un apero denominado


arado. Este instrumento apenas ha sufrido variaciones desde el primitivo arado romano, salvo en
que la tracción animal ha sido sustituida por la tracción mecánica.

El arado consiste en una reja que abre un surco, y una lámina metálica con una curvatura
determinada que le da la vuelta a la tierra levantada. Los arados más modernos incorporan varios
cuerpos con los que se pueden trazar más de un surco, o discos cortantes situados oblicuamente
que sustituyen a la reja.

El arado apenas ha sufrido variaciones desde el primitivo arado romano, salvo en que la tracción
animal ha sido sustituida por la tracción mecánica

En determinados tipos de cultivos, como los dispuestos en hileras, después del labrado se utilizan
habitualmente los escarificadores; se trata de instrumentos que arañan la superficie del suelo
pulverizándola en vez de penetrar en él profundamente.
Los escarificadores se utilizan en determinados tipos de cultivos, como los dispuestos en hilera, para
arañar la superficie del suelo sin penetrar en él profundamente

En la operación de labrado la tierra es removida y aflojada en las capas superficiales, a la vez que
las hierbas quedan volteadas y dispuestas para la descomposición, que añadirá materia orgánica al
suelo. El lecho que permanece tras el labrado mantiene la humedad adecuada para que las semillas
puedan germinar. La labranza aporta también otros beneficios secundarios pero no menos
importantes, como son la oxigenación del suelo y drenaje del agua gracias a la pulverización de la
tierra. Esto redunda en un hábitat más adecuado para los microorganismos descomponedores, como
los fijadores del nitrógeno atmosférico, y a una mayor actividad biológica edáfica. Además, la
labranza contribuye a que las plantas se desarrollen saludablemente, y con mayores garantías de
resistencia a las enfermedades o insectos dañinos.

La labranza continua y profunda (tradicional) es a la larga perjudicial para las tierras de cultivo.
Cuando la capa fértil no es muy gruesa, ésta queda sepultada a 15 o 20 cm. después del labrado,
mientras que en la superficie queda expuesta la tierra más pobre; esto obliga a fertilizar para disponer
de cosechas productivas. Para salvar este problema es conveniente realizar labranzas
de conservación o mínimas, consistentes en introducir ligeramente el arado de forma que los restos
de la cosecha queden enterrados a poca profundidad, o también dejándolos que se descompongan
sobre la superficie. Estas actividades contribuyen a mantener la fertilidad y humedad de la tierra, a
la vez que la protege de la erosión. La labranza en profundidad se hace necesario cuando los suelos
poseen una compacticidad excesiva que impide un drenaje adecuado, o las raíces no pueden
penetrar con facilidad, aunque como ya se dijo presenta sus inconvenientes si se realiza
intensivamente, especialmente si se trata de suelos de textura fina en comparación con los arcillosos
o arenosos.

La labranza tradicional es a la larga


perjudicial para las tierras de cultivo. Al labrar profundamente la tierra fértil queda enterrada a 15 o
20 cm., mientras que en la superficie queda expuesta la tierra más pobre.

Como se sabe, las superficies labradas quedan expuestas más fácilmente a la erosión o lixiviación
por el agua. Por ello, en aquellas regiones cuyo clima mantiene una humedad elevada, se debe
evitar en lo posible labrar previo a las estaciones lluviosas. Por el contrario, en las zonas áridas o de
escasa humedad y dado el corto periodo lluvioso debe hacerse lo contrario, con objeto de que una
vez labrada la tierra ésta absorba la máxima cantidad de agua. Asimismo, el tipo de labranza que se
realice es importante para evitar la erosión, dependiendo de las características del terreno. Por
ejemplo, si en un terreno desnivelado se trazan los surcos de arriba abajo, las aguas discurrirán por
los surcos y arrastrarán elementos de la superficie; sin embargo si se realizan los surcos
perpendiculares a la pendiente, conservarán el agua y será absorbida por el suelo.

a conservación de la fertilidad del suelo en las tierras de cultivo es una tarea necesaria
para que los suelos mantengan sus características de productividad tras cada cosecha, eso implica
restituir de alguna forma las sustancias que pierden a causa de su absorción por las plantas al
desarrollarse. Los métodos más importantes son la rotación de cultivos y el abonado.

La rotación de cultivos

La rotación de cultivos consiste en alternar el tipo de siembra en un mismo terreno, es decir, no


dedicar la misma tierra al monocultivo o cultivos incoherentes o aleatorios.

Es sabido que los cultivos intensivos eliminan paulatinamente y por lixiviación las reservas de materia
orgánica del suelo, resultado de su remoción o labranza constante con objeto de acondicionarlos
para las subsiguientes cosechas. Por ello, una práctica común es la de establecer algún tipo de
cultivo de superficie que no requiera nueva labranza para la siguiente siembra, y de esta forma
conservar la materia orgánica profunda.

A causa de la labranza constante, Los cultivos intensivos eliminan paulatinamente y por lixiviación
las reservas de materia orgánica del suelo

Por su parte, los cultivos que emiten raíces profundas, como las leguminosas, son especialmente
importantes en la rotación de cultivos; además de fijar el nitrógeno en el suelo gracias a determinadas
bacterias que poseen en las raíces, la descomposición de éstas permiten mejorar el drenaje de los
suelos.

El cultivo de leguminosas también se utiliza en los llamados cultivos de cobertura, utilizados para
conservar el nitrógeno del suelo durante el invierno.
Otro método en la rotación de cultivos es el denominado de estiércol verde, éste consiste en sembrar
sin ninguna intención de cosechar; en su lugar se entierra la cosecha conforme se va labrando
aportando así nueva materia orgánica al suelo, la cual incrementará el rendimiento de las sucesivas
cosechas.

El abonado

Mediante el abonado aumentamos la fertilidad de los suelos, restituyendo las sustancias


pérdidas durante el desarrollo de los cultivos. Los abonos pueden ser orgánicos e inorgánicos. Los
orgánicos pueden proceder del humus que generan las plantas en descomposición (compost), o de
las cuadras de los animales (estiércoles). Los inorgánicos suelen ser productos químicos
sintetizados, éstos son menos apreciados cuando se desea practicar una agricultura biológica.

Abonos orgánicos

Desde una perspectiva ecológica los abonos orgánicos, aunque de absorción más lenta que los
sintéticos, aportan a los suelos muchas bacterias descomponedoras y a largo plazo son la mejor
alternativa. Además de mantener los suelos en buenas condiciones físicas, y aportarles reservas de
nitrógeno y otros nutrientes importantes para el desarrollo de las plantas, un adecuado equilibrio de
materias orgánicas tiene gran influencia en la productividad.

Los abonos orgánicos pueden proceder de restos vegetales en descomposición, sea conseguidos
artificialmente como los resultantes del compostaje (compost), fermentación de excrementos sólidos
y líquidos de los animales mezclados con los restos de vegetales que les sirven de cama
(estiércoles); o resultado de la actividad biológica natural, como el humus que forman las bacterias
y otros organismos descomponedores de los vegetales muertos que se van acumulando en la
superficie de los suelos.
Los abonos orgánicos pueden proceder del humus que forman las bacterias y otros organismos
descomponedores de los vegetales muertos que se van acumulando en la superficie de los suelos,
tales como hojas, hierbas, ramas...

Los abonos orgánicos también pueden ser restos sin descomponer, como las plantas de
leguminosas ya desarrolladas (judía, trébol, guisante, ETC), que se entierran para que se
descompongan en el suelo y aporten nitrógeno y otros elementos nutritivos, como el fósforo o el
potasio.

Abonos inorgánicos

Como se ha dicho, los abonos inorgánicos o sintéticos, aunque se asimilan más rápidamente que
los orgánicos, para la práctica de la agricultura biológica no gozan de la misma aceptación. Los
efectos de los abonos sintéticos pueden llegar a ser poco deseables, pues la rápida asimilación de
los suelos obliga en muchas ocasiones a depender de estas sustancias mediante aportes continuos.
Además, las bacterias encargadas de que las plantas puedan asimilar los nutrientes del suelo,
pueden desaparecer por la aplicación desmedida de estos abonos.

En base a los elementos que contienen, los abonos químicos pueden ser simples o compuestos. Se
dividen en: fosfatados, nitrogenados y potásicos.
La aportación de nutrientes

a falta de nutrientes es un grave problema de los suelos que afecta directamente a su


productividad. Todas las plantas necesitan para su crecimiento una serie de elementos químicos en
mayor o menor cantidad, aunque existen una serie de ellos imprescindibles, tales como el nitrógeno,
fósforo, potasio, calcio, azufre y magnesio; en realidad cualquier fertilizante debería contener como
mínimo los tres primeros, en un porcentaje que puede ser por ejemplo 5% de nitrógeno, 8% de
fósforo y 7% de potasio.

Otras sustancias existentes en el suelo en pequeñas cantidades como el cobre, boro, cinc y
manganeso también son necesarias para un correcto crecimiento de la mayoría de plantas. La
mayoría de los suelos encierran algunos nutrientes en abundancia, como el azufre, hierro o calcio.
Por su parte, el hidrógeno, oxígeno y carbono son nutrientes necesarios para las plantas, pero que
reciben en cantidades prácticamente inagotables a través del agua y el aire.

Identificación de la carencia de nutrientes

El simple abono con cualquier fertilizante compuesto sin conocer las necesidades de las plantas en
cuanto a un nutriente específico, puede concluir con un desarrollo inadecuado, por eso es
conveniente analizar previamente cual es el nutriente que necesitan y así elegir el tipo de abono
correcto. Observando las plantas podemos intuir de que elementos carecen.

La falta de nitrógeno presenta hojas débiles y de colores verde-amarillentas, se corrige aplicando


abonos nitrosos; éste puede ser absorbido por las plantas también en cualquiera otra forma de
presentación, tal como compuestos de amonio, amoníaco puro o urea. Aunque el nitrógeno está
presente en la atmósfera en grandes cantidades, las plantas no pueden utilizarlo de esta forma sin
transformarlo previamente.

El control de la acidez

Es muy importante en el mantenimiento de los suelos controlar su acidez específica para adaptarlos
a los diferentes cultivos. Dependiendo del tipo de planta cultivada requerirá suelos más o menos
ácidos, por ejemplo, las leguminosas se desarrollan adecuadamente en terrenos neutros o con un
pH ligeramente alcalino o ligeramente ácido, es decir, ligeramente superior o inferior a 7. Sin
embargo, plantas ericáceas como los arándanos o mirtilos precisan suelos más bien ácidos.

El pH (del francés Pouvoir hidrogene o poder del hidrógeno) indica la concentración de iones
hidrógeno de una disolución; de 1 a 6 es ácido (1 muy ácido, 6 poco ácido), 7 es neutro, y de 8 a 14
es alcalino (8 poco alcalino, 14 muy alcalino). Cuantos más iones hidrógeno posea el suelo más
ácido es. Para corregir el exceso de acidez de los suelos se añade caliza dolomítica (cal muerta). El
calcio de la cal reacciona neutralizando el ácido del suelo (sustituyendo el hidrógeno que contiene).
La clorosis presenta hojas raquíticas y amarillentas

Si el suelo contiene exceso de cal entonces presentará clorosis, que se manifiesta en las plantas
mediante raquitismo y un color amarillento, resultado de la dificultad de las plantas para realizar la
función clorofílica. Se combate empleando abonos ácidos y regando con sulfato de hierro diluido en
agua. En casos muy extremos se puede emplear quelato, producto muy efectivo contra las
intoxicaciones metálicas.

Para medir el pH de un suelo y saber si es ácido o alcalino, podemos utilizar indicadores que se
fabrican expresamente para ello en las tiendas especializadas, como el papel de tornasol que varía
su color dependiendo del nivel de acidez; o mediante aparatos electrónicos que utilizan unos
electrodos para enterrar en el suelo que se desea analizar; no tiene complejidad y nosotros mismos
podemos llevar a cabo el análisis sin ningún tipo de ayuda, solamente siguiendo las instrucciones.

Si alguna vez hemos tenido en el hogar un acuario seguramente habremos utilizado un test de pH,
el ejemplo nos sirve para ilustrar en que consiste este sistema; los peces necesitan que el agua sea
neutra (ni ácida ni alcalina), esto lo podemos saber observando el color que presenta el agua
recogida en un pequeño tubo de ensayo, una vez ha reaccionado con unas cuantas gotas de un
líquido de análisis que le hemos añadido; si es verde es agua neutra (7), si es amarillento es ácida
(menor de 7), si es azulado es alcalina (mayor de 7).

El control del agua

l gran volumen de agua que las plantas necesitan para crecer es absorbida por los pelos
radiculares dispuestos en la raíces, y se satisface con el agua disponible en el suelo. Aunque algunas
requieren incluso estar anegadas para desarrollarse, en realidad en la gran mayoría de las plantas
es fundamental controlar el nivel de agua suministrado y el drenaje del terreno (véase más abajo el
apartado sobre drenajes). Como norma general, el agua encharcada es contraproducente, pues
reduce la aireación de los suelos y las raíces, e impide los procesos de intercambio gaseoso entre
el suelo y la atmósfera.

La textura del suelo que utilicemos es importante en lo que respecta al control del agua de riego, y
afecta directamente a la productividad vegetal. Si la textura es muy porosa (suelos arenosos), se
producirá un alto drenaje del agua y se evaporará mucho más rápido, lo que significa tener que vigilar
más a menudo que exista una adecuada humedad. Por su parte, si la textura es de partículas muy
finas (suelos arcillosos), retienen el agua en gran cantidad y pueden llegar a encharcarla, con el
consiguiente problema ya descrito.
Los mejores suelos deben poder retener y absorber el agua, pero permitiendo que los
microorganismos intervengan en los procesos de oxigenación de las raíces; en el suelo tienen que
existir huecos por donde penetre o expire el aire y gases necesarios para realizar el intercambio vital
entre raíces y sustrato. La práctica de añadir a los suelos grandes cantidades de materia orgánica
redunda a la larga en un mejor control del agua; además de mejorar la retención de la humedad se
consigue una mayor calidad biológica del suelo, y de aquellos nutrientes minerales incorporados en
forma sintética.

Los drenajes

El drenaje es la eliminación o compensación del agua superficial o subterránea mediante sistemas


de canales, desagües u otros métodos, de forma que evite su acumulación y perjudique los cultivos.

Los drenajes permiten prevenir la erosión o lixiviación, así como la acumulación de sales solubles
perjudiciales para el normal desarrollo de las plantas. Por ejemplo, la pérdida de clorofila de las
plantas es un problema derivado del encharcamiento de las raíces.

Básicamente cualquier drenaje consta, o bien de un canal accesible para el agua por el cual pueda
discurrir tanto en superficie como por el subsuelo, o bien de una capa subterránea a base de gravas
y materiales triturados por donde el agua pueda filtrarse y desaguar sin dificultad.

Los sistemas de tubos de drenaje, también llamados drenes, más utilizados en tierras de labranza
son los subterráneos, como el denominado drenaje de tejas, consistente en enterrar entre uno y dos
metros de profundidad una cañería hecha con secciones de tejas huecas de barro o cemento, que
termine en algún colector de aguas. Cuando hay exceso de agua se filtra a través de los agujeros
de las tejas y es evacuada.

La contaminación y erosión de los suelos

Desde una perspectiva ecológica, la utilización desmedida o exclusiva de fertilizantes o


determinados compuestos químicos puede tener efectos adversos en los suelos. Aunque la adición
de elementos primarios como el nitrógeno, fósforo o potasio no culmina con la contaminación de los
suelos, sí puede hacerlo la aplicación de los llamados elementos traza. En otras épocas se han
dañado seriamente los suelos de cultivo, fumigando las cosechas mediante compuestos de arsénico
como el arseniato de plomo. Igualmente, la utilización exhaustiva de pesticidas han contaminado
muchos suelos en periodos muy cortos de tiempo, por ejemplo mediante el denominado DDT,
consistente en un insecticida organoclorado hoy en desuso pero muy utilizado a mediados del siglo
XX.

En otras épocas se han dañado seriamente los suelos de cultivo, mediante la


fumigación exhaustiva de pesticidas
Asimismo, determinados herbicidas pueden mantener mucho tiempo su capacidad de acción si
penetran en el suelo, como es el caso de un compuesto muy persistente denominado simiazina. Hoy
en día se reconoce la existencia de productos organofosforados y herbicidas muy avanzados que
actúan selectivamente y con menor incidencia contaminante. La mayoría de estos productos
desaparecen al poco tiempo de su aplicación, sea por lixiviación, evaporación, descomposición o
directamente absorbidos por los vegetales. De todas formas, en una agricultura biológica y
consecuente con el medio ambiente el empleo de estos productos es absolutamente inadmisible.

Los fertilizantes, tanto naturales como artificiales, también pueden contribuir a la contaminación del
agua. Así, todos los fertilizantes solubles en forma nitrogenada pueden alcanzar las aguas
subterráneas por filtración, y en superficie estiércoles y fertilizantes pueden ser arrastrados por las
escorrentías e incorporados a los lagos.

Por su parte la erosión de los suelos viene dado en gran parte por el tipo de suelo y el clima. Cuando
el suelo es "lavado" o sus elementos químico solubles son disueltos (lixiviados) y arrastrados, se
produce una movilización de materiales y una acumulación o depósito de sales en el nivel inferior
del suelo; los elementos acumulados suelen ser nitratos, carbonatos, sulfatos de hierro, calcio y
aluminio. Este proceso (la lixiviación) es causa del empobrecimiento de los suelos en muchas
regiones del mundo.

Un método utilizado habitualmente por los agricultores para combatir la pérdida del suelo fértil por
erosión o lixiviación es realizar labranzas mínimas antes de sembrar; también, cubriendo el suelo
con un mantillo a base de estiércol y paja, con objeto de evitar la acción del viento y el agua. Otra
técnica muy extendida desde hace mucho tiempo, es rotar los cultivos y realizar los llamados cultivos
de cobertura, que permiten fijar los minerales del suelo entre cosechas.

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