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LA CONTINENCIA PERIODICA EN LAS SAGRADAS

ESCRITURAS

Ni siquiera en el excelente Dizionario di Teologia Morale de Roberti- Palazzini (Ed. Studium,


Roma 1954), el autor de la voz Continencia periódica, el P. Ludovico Bender, O.P., del
Angelicum, menciona el principio establecido por el Apóstol Pablo en I Cor. 7, 3-5.

En la segunda parte de la carta (Capítulos 7-14), escrita desde Éfeso en la primavera del año
57, San Pablo responde a las cuestiones propuestas por los fieles de aquella numerosa
comunidad, evangelizada por él durante dos años enteros (50-52): "acerca de las cosas que
escribísteis..." (I Cor. 7, 1). Y en primer lugar, el matrimonio y la virginidad: "bien le está al
hombre no tocar mujer" (ivi). Es el comentario a las palabras de Nuestro Señor Jesucristo en
Mt. 19, 10-12. Escuchando al Señor afirmar la indisolubilidad el matrimonio, los discípulos
exclaman: "si tal es la situación del hombre respecto de la mujer, no vale la pena casarse". Y
díceles Jesús: "no todos son capaces de comprender esta palabra, sino aquéllos a quienes ha
sido dado. Porque hay eunucos que así nacieron desde el seno de su madre, y hay eunucos
que lo son por obra de los hombres, y hay eunucos que a sí mismos se hicieron tales por razón
del reino de los cielos. Quien sea capaz de comprender, comprenda"

San Pablo ilustra claramente las enseñanzas de Jesús: "bien le está al hombre no tocar mujer;
con todo, por razón de las fornicaciones, cada uno conserve su propia mujer (...) mi voluntad
sería que todos los hombres fueran como yo soy [la perfecta castidad], mas cada cual tiene de
Dios su propio don" (I Cor. 7, 1-7). Estamos ante una doble vía: la primera (común, más
general, más adaptada a la debilidad humana) es la vía del matrimonio, y también ella es "don
de Dios"; la segunda, más elevada, no es para todos: es la vocación a la castidad perfecta. San
Pablo (versículos 25-38) expone el motivo de la excelencia de este estado sobre el del
matrimonio: la castidad perfecta se abraza "por razón del reino de los cielos".

Por tanto, "bien le está al hombre no tocar mujer; con todo, por razón de la fornicaciones, cada
uno conserve su propia mujer y cada una conserve su propio marido. El marido a la mujer
páguele lo que le es debido, e igualmente también la mujer al marido. La mujer no es dueña de
su propio cuerpo, sino el marido; e igualmente tampoco el marido es dueño de su propio
cuerpo, sino la mujer. No os defraudéis el uno al otro, a no ser de común acuerdo por un
tiempo, con el fin de vacar a la oración, y luego tornar a juntaros, no sea que os tiente Satanás
a causa de vuestra incontinencia" (I Cor. 7, 1-5).

Veamos el comentario del P. Giuseppe Huby, S.I. a este texto sagrado (Colección Verbum
salutis, Prima Epistola ai Corinti, Ed. Studium, Roma 1963, págs. 130 y ss.): "puesto que tanto
aquí como en el versículo 9 se considera el matrimonio bajo el prisma particular de remedio de
la concupiscencia, San Pablo recuerda a los cónyuges sus deberes recíprocos, para que
ambos encuentren en el matrimonio la satisfacción del deseo que atrae a los dos sexos. Los
dos esposos tienen el mismo derecho a exigir el acto conyugal, y están obligados a la misma
fidelidad mutua. Contrariamente a lo que sucedía entre los paganos, sobre este punto San
Pablo no hace diferencias entre el hombre y la mujer: la fidelidad conyugal es estrictamente
obligatoria tanto para el marido como para la mujer (versículos 3-4). Puesto que el marido y la
mujer tienen poder uno sobre otro, la no utilización de ese poder (la abstención de las
relaciones conyugales) deberá suceder de común acuerdo, por justos motivos ('con el fin de
vacar a la oración'), en un recogimiento sin preocupaciones de ningún género; pero sólo
temporalmente, para que la tentación no vaya a poner en peligro la fidelidad de los dos
cónyuges o de uno de ellos (versículo 5)".

El inciso "por justos motivos" nos deja, sin embargo, perplejos. San Pablo dice: "para vacar a la
oración". Veamos la síntesis, más ceñida al texto, del P. Spicq, O.P. en La Sainte Bible (Pirot-
Clamer, XI, 2, París 1949, págs. 162 y ss.): "el ejercicio de este derecho y de este deber [el
acto conyugal] puede ser suspendido con tres condiciones: a) que sea de mutuo acuerdo; b)
que sea para tener [es el único fin que contempla San Pablo] el espíritu más libre y más atento
a las cosas de Dios (cfr. versículo 34); c) en fin, que la prueba no sea demasiado larga" .
Esta separación momentánea de los esposos con intención de dedicarse a actos religiosos
particularmente solemnes era conocida ya entre los judíos (cfr. Éx. 19, 15 y ss.): la oración
exige preparación y recogimiento (cfr. Mt. 6, 6), y puede muy bien traducirse el inciso ad
tempus como "por el tiempo que haga falta". En resumen: el texto sagrado contempla sólo la
abstinencia temporal, y por un motivo sobrenatural.

El reciente descubrimiento de los llamados "métodos naturales", es decir, de los periodos


infecundos de la mujer y de la posibilidad de calcularlos, ha coincidido con una atmósfera de
decadencia moral viciada por el maltusianismo y el neomaltusianismo. Esta atmósfera la
describe bien el autor de la voz Control de los nacimientos en el Dizionario di Teologia Morale
citado: "en el campo de la moral, las teorías de Malthus fueron deplorablemente aplicadas por
uno de sus secuaces, F. Places, quien aceptó los principios del maestro, pero sustituyendo el
remedio de la continencia que aquéllas sugerían por la limitación de las concepciones, dejando
libertad absoluta para las relaciones sexuales. De ahí proviene la plaga social que ha invadido
la civilización occidental causando incalculables daños demográficos y morales, mientras que la
abstinencia prolongada, al exigir una abnegación y una fuerza de voluntad poco comunes, está
destinada a permanecer circunscrita a poquísimos casos. El método propuesto por Places ha
dado curso libre al más egoísta hedonismo". Por esta vía, muchos cristianos se han convertido
en "obstinados violadores de las leyes de Dios y faltos de confianza en la Providencia, cuyo
incierto juicio sustituyen con el control de los nacimientos" (ivi).

Los llamados "métodos naturales" no han corregido esta mentalidad desviada; simplemente le
han ofrecido una cobertura. De ahí que para adoptar dichos métodos se recurra con frecuencia
a las dificultades económicas, y hoy al poco claro principio de la "paternidad responsable",
formulado por los moralistas con tanta imprudencia.

En realidad no se trata tanto de reflexionar sobre el carácter natural de dichos métodos, como
de sanar la mentalidad en virtud de la cual se recurre a ellos: "es necesaria ante todo la
formación de conciencias cristianas que sientan el deber de obedecer los mandamientos del
Señor" (ivi), conciencias persuadidas ante todo de que el matrimonio es un sacramento y
confiere la gracia.

En Mt. 19, 3-12, Nuestro Señor Jesucristo devuelve al matrimonio la pureza de sus orígenes
(Gén. 2, 24): "por esto dejará el hombre al padre y a la madre y se unirá a la mujer, serán los
dos una sola carne"; y concluye consagrando su unidad e indisolubilidad absoluta: "lo que Dios
ha unido, que no lo separe el hombre". Además, Jesús, que con su presencia santificó las
bodas de Caná (Jn. 2, 1-11), elevó el matrimonio a sacramento. Es doctrina revelada: véase Ef.
5, 28-31, y I Cor. 7. En palabras de A. Mèdebielle, "la unión del hombre y la mujer, afirmada en
el Génesis y querida por Dios, es un misterio importante y sublime, porque además del
significado inmediato del don y de la aceptación mutua de los dos esposos, simboliza la unión
de Cristo y de la Iglesia. He aquí el profundo significado (misterio) que se reconoce en las
palabras del Génesis. Esta relación ya existe en el matrimonio o simple contrato natural, en
cuanto que ha sido instituido por Dios, pero sólo se hace plena y adecuada en el sacramento
del matrimonio en virtud de los efectos de la gracia que produce, del mismo modo que la
muerte redentora del Esposo celestial hace fecunda de todo bien sobrenatural su unión con la
Iglesia". Los cónyuges cristianos tienen en la oración, con la plena confianza en la divina
Providencia, el arma infalible para hacer suyos "los efectos de la gracia", superar todas las
dificultades, y cumplir sus específicos deberes conyugales sin hacer infecunda su unión ni
limitar su fecundidad. Como hemos señalado, sólo con esa finalidad sobrenatural (la oración)
concede San Pablo a los cónyuges la continencia, y sólo "por un tiempo", para evitar que "os
tiente Satanás a causa de vuestra incontinencia", y se transforme la continencia en un tormento
pecaminoso de continuas infracciones a los preceptos sexto y noveno del Decálogo.

Al cónyuge que en tal estado se dirija al confesor no debe dejar de señalársele la necesidad de
eliminar la causa primera de tanto mal, que es la falta de fe: la falta de aquella confianza plena
en el amor de Dios, Padre omnipotente y misericordioso para cada uno de nosotros.

Es la enseñanza de Jesús transmitida con fidelidad por el evangelista San Mateo: "no os
preocupéis por vuestra vida, qué comeréis o qué beberéis, ni por vuestro cuerpo, con qué os
vestiréis. ¿Por ventura la vida no vale más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido?
Poned los ojos en las aves del cielo, que ni siembran, ni siegan, ni recogen en graneros, y
vuestro Padre celestial las alimenta. ¿Acaso vosotros no valéis más que ellas? Y ¿quién de
vosotros a fuerza de afanes puede añadir un solo codo a la duración de su vida? Y por el
vestido, ¿a qué acongojaros? Considerad los lirios del campo [Anthemis] cómo crecen: no se
fatigan ni hilan; y yo os aseguro que ni Salomón, en toda su gloria, se vistió como uno de ellos.
Y si la hierba del campo, que hoy parece y mañana se echa al horno, Dios así la viste, ¿por
ventura no mucho más a vosotros, hombres de poca fe? No os acongojéis, pues, diciendo:
¿qué comeremos?, o ¿qué beberemos?, o ¿con qué nos vestiremos? Pues tras todas esas
cosas andan solícitos los gentiles. Que bien sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad
de todas ellas. Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y esas cosas todas se os darán
por añadidura. No os preocupéis, pues, por el día de mañana; que el día de mañana se
preocupará de sí mismo: bástale a cada día su propia malicia" (Mt. 6, 25-34). Y aún más:
"pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad, y se os abrirá: porque todo el que pide, recibe;
y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá. O ¿quién habrá entre vosotros a quien su hijo
pidiere pan... por ventura le dará una piedra?; o también le pidiere un pescado, ¿por ventura le
dará una serpiente? Si, pues, vosotros, con ser malos, sabéis dar dádivas buenas a vuestros
hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará bienes a los que se los pidieren?" (Mt. 7, 7-11).

Paulinus

¿POR QUÉ UN MONOGRÁFICO?, ANTICONCEPTIVOS DE APARIENCIA ASCETICA, LA


CONTINENCIA PERIODICA EN LAS SAGRADAS ESCRITURAS, UNA VIA HACIA EL
ABISMO, UNA VIA HACIA EL ABISMO, CONFUSION DE AMBITO, PROMEMORIA, EL
MÉTODO DE LA OVULACIÓN BILLINGS, INICIO

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