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"NI CON ELOCUENCIA, NI CON DIALÉCTICA"

P. Leonardo Castellani, s.j.

"Discutir sobre religión es una cosa que ya no me gusta. Hace como 30 años que no
discuto -ni siquiera con los "censores" de mis obras. Cuando era joven era un gran
discutidor.
Es cosa inútil. Al que pone objeciones religiosas, ordinariamente hay que
recomendarle leer un buen "Catecismo de Perseverancia". Ordinariamente habla de
lo que no sabe. Si tiene interés en saber, se tomará esa pequeña molestia; si no tiene
interés, habla por hablar y entonces la discusión es inútil y aún peligrosa.
A los que vienen a uno en un barco o en un tren con el "Vea, Reverendo, ¿cómo me
responde Ud. a esto?, no hay que darles la solución, sino acrecentarles la objeción,
urgirla mucho más todavía que vea que uno la sabe y aun la "siente" tanto como él, o
más. Es decir, hay que agudizarle (o crearle si acaso) el hambre de saber; porque si
esa hambre no existe, darle la solución es perder tiempo.
Puesto esto, hay que responder que Dios en su naturaleza divina no sufre ni con la
desgracia eterna de los precios ni con los pecados que precedieron y causaron esa
desgracia eterna, porque su natura eterna es inmutable y no sujeta a las pasiones
propias de los hombres. Querer que sufra, es querer que cambie de naturaleza y se
vuelva creatura, lo cual es imposible. Es un vicio mental muy grave y muy difundido
que se llama "antropomorfismo": o sea, concebir a Dios parecido o idéntico al
hombre, muy difundido hoy día entre los ignorantes como Jorge Luis Borges, por
ejemplo.
Hoy día hay muchos que preguntan "cómo es Dios" con la intención de aceptarlo o
no aceptarlo según les guste o no les guste; quiero decir, aceptar "su existencia".
Pero la existencia es lo primero; y si es un hecho la existencia, conque yo no la
acepte, no la destruyo como hecho. (Me destruyo a mí mismo).
Si Dios es, hay que tragarlo como es. Muy sensatamente Jacques Rivière escribía a
Paul Claudel: "Si es consolador o no, no me interesa; lo que me interesa primero de
todo es saber si realmente existe o no".
Esa posición de decir: "Si Dios me gusta o me satisface, bien, entonces puede ser
que lo acepte", es un disparate monumental. Con ése no hay que discutir. Si Dios
existe y NO SUFRE, no tengo más remedio que decir: "No me gusta, no lo
comprendo; pero si es un hecho, no tengo más remedio que arreglármelas con ese
hecho como pueda." Es lo que hacemos enfrente de todos los hechos de la
Naturaleza o del Mundo Humano. Que traten, por ejemplo, de no aceptar una
poliomielitis o un ciclón; a ver si va.
Pero los predicadores dicen continuamente que "ofendemos" a Dios con nuestros
pecados; y "ofender" es "herir". Y los místicos dicen que Dios sufre por y con los
condenados del Infierno. Y Kierkegaard escribe que cuando Dios "abandonó" a su
Hijo ("Dios mío, ¿por qué me has abandonado?"), Dios Padre sufrió horriblemente
por tener que abandonar a su Hijo. Y Kierkegaard es todo lo que de más alejado del
"antropomorfismo". ¿Cómo se entiende esto? En cierto modo, Dios sufre por los
pecados de los hombres y todas sus consecuencias. ¿De qué modo? De dos modos:
en su Hijo hecho Hombre; y en el Orden Universal, que es Él mismo.
I.
Dios tomó la Natura Humana, la cual estaba caída y simplemente "condenada", con
todas sus consecuencias; y "pagó" por los pecados de ella: sufrió por esos pecados
una suma de humillaciones y dolores que es casi infinita; y en un sentido, sin CASI.
A eso llamamos "la Redención".
Un gran limpio francés (Stendhal) escribió: "es una suerte que Dios no exista;
porque si existiese habría que fusilarlo" a causa de la existencia del dolor.
Y bien, Dios existe, se hizo hombre, y "lo fusilaron". ¿Qué más quiere?
Los Santos Padres Romanos, comenzando por San Ambrosio, explicaron la
redención con una metáfora jurídica: Dios tomó todas las "deudas" de los hombres y
las traspasó a su Hijo hecho Hombre; y después lo castigó, es decir, "se cobró".
El Hijo aceptó pagar esa deuda universal y la pagó con su Pasión y Muerte, y todos
los demás actos de su vida; vida que comporta una especie de humillación infinita,
descender de Dios a hombre: "exinanivit semetipsum", dice S. Pablo: se aniquiló se
hizo nada.
Los romanos eran un pueblo de juristas, y entendieron fácilmente la comparación
jurídica; apoyada por lo demás en una metáfora de San Pablo: que Cristo "clavó en
la Cruz el chirógrafum decretum (como si dijéramos el recibo manuscrito)
que había sido dado contra nosotros"; un terminó jurídico: "documento escrito a
mano del decreto contra nosotros."
Ese "juridicismo" pasó a la teología occidental (no a la del Oriente) y la Redención se
explicó cada vez más en términos de "contrato", "deuda", "traspaso", "cobro",
"pago", "compensación", "juicio", "sentencia", etc. Esa fórmula en que tropezó
Borges: "A una ofensa en cierto modo infinita corresponde un castigo infinito"
pertenece a ese vocabulario.
Ese vocabulario se hizo fórmula, se acartonó, se petrificó; y en boca de teólogos y
predicadores poco sutiles se convirtió en una cosa inaceptable.
Dios apareció por un lado como "implacable" (el que no puede perdonar, el que
tiene que cobrar, el que no puede renunciar a la venganza) y por otro como
soberanamente injusto: pues que uno sufra castigo por los pecados de otros, y los
otros muy contentos queden limpiados y libres de esa manera es máximamente
injusto. Eso hacía el tirano Dionisio de Siracusa.
"Toda comparación renguéa". Esa comparación jurídica, si uno olvida que es sólo
una comparación, conduce a esta concepción: que Cristo ya sufrió por nuestros
pecados, que nosotros ya no tenemos que sufrir (Améndola), que ya estamos
perdonados, que basta que se nos "apliquen" los méritos de Cristo, que esos méritos
se nos aplican como un vestido que cubre nuestras llagas y se llama la
"justificación"; y que la aplicación de los méritos de Cristo se hace por medio de la
fe. Ésta es la doctrina (si puede llamarse doctrina) de Lutero; que de todos los
teólogos que han existido, es el más simplón, burdo y grosero.
¿Cómo, pues, sufrió Cristo por los pecados de todos? Cristo tuvo que sufrir y morir
así, literalmente Por Acción del Pecado. El pecado, la iniquidad, el mal es una cosas
cierto sentido solidaria, lo mismo que el bien: coalece, se amontona, se suma, se
propaga se empuja, se mueve... Y va a dar toda ella en un pobre cristo, que es
víctima de ella; y al aceptarla y aguantarla, la destruye en sus consecuencias. Eso fue
la Redención, materialmente hablando.
Explicar esto.
El mal no es estático sino dinámico; y así es también el Amor, que es la atracción del
bien. Tienen una "dinámica social", porque tienen una dinámica ontológica. Platón
en un arranque profético escribió que si viniese al mundo un Justo enteramente
justo (como el que él allí describe, extraordinario), entonces todos los hombres se
unirían para hacerlo morir entre tormentos; todas las inequidades de unos y de
otros se unirían para dar ese resultado. Platón pensaba, en el caso de su
maestro Sócrates, que efectivamente había pasado así: había muerto por los pecados
de los atenienses. Lo que describe en futuro, era pasado. Pero pensaba al mismo
tiempo en otro Justo mayor que Sócrates, que atrajese sobre su persona los pecados
de todo el universo. Habló de Cristo sin saberlo; y habló bien.
El mal, lo mismo que el bien, es "diffusivum sui", como decían los antigüos: se
comunica, se pega, se propaga, rebota hasta que va a dar en alguien que lo acepta y
devuelve bien por mal: allí muere. Toda la iniquidad del universo conectada (porque
toda la humanidad está como trenzado en relaciones de bien y mal) se concentró en
un lugar del mundo, Palestina; se hizo una punta afilada, los Fariseos; y esa punta
fue a agarrar a Cristo, y lo hizo trizas. Es como si imaginamos una bala que atraviesa
tres hombres y va a dar en un colchón de lana donde muere; así el mal, donde ya no
encuentra resistencia.
Si un hombre recibe un mal y devuelve un mal, el mal se aumenta en el mundo; si
no devuelve un mal, el mal queda en él y pasa a otros, inocentes incluso; pero si
devuelve bien por mal, allí muere el mal. Si un hombre le corta un brazo a su
enemigo y su enemigo a su vez le corta un brazo, dos mancos. Si no le puede cortar
el brazo, y él no puede ya trabajar, el dolor se propaga a su mujer y sus hijos, que
quedan en la miseria; y puede que de ellos se propague a los vecinos, p. ej., en forma
de irritación e injusticia o molestia: piden limosna.
Esto es fácil de comprender; es el movimiento de suyo infinito de la injusticia -
motus perpetuus- que no puede ser ya detenido; ni siquiera por la Justicia, sino
solamente por el Amor. No quiero decir que no haya que hacer justicia con los
malhechores. Pero no basta.
Cristo fue realmente la víctima de todos los pecados de su tiempo, y de todos los
pecados pasados que engendraron los de su tiempo, y fe todos los pecados futuros,
previéndolos, y les puso remedio sufriendo; bautizando su Predicación por medio de
su Pasión, y haciéndola así eficaz para todos los tiempos futuros.
DIOS, PUES, SUFRIÓ por todos los pecados de los hombres, y por su condenación
eterna, sufrió real y verdaderamente en el Huerto y en la Cruz una pena igual que la
del Infierno.
No hay ningún pecado por pequeño que sea que no tenga sobre él una gota de la
sangre de Cristo que es Dios. No hay ni un solo condenado del Infierno cuya
condena Cristo no haya sufrido real, verdadera y físicamente.
Los pecados futuros no fueron causa material de la muerte de Cristo sino sólo
moral, pero son causa material de los sufrimientos del Cuerpo Místico de Cristo, que
somos nosotros. La consecuencia de esos pecados -que es el dolor- vaga de hombre
en hombre hasta que encuentra un verdadero cristiano que lo ahoga en su corazón,
aceptándolo en unión con Cristo, "sufriendo en nuestros cuerpos lo que falta a la
Pasión de Cristo", dice San Pablo. Y así como la paciencia de Job, de Abraham, o de
Ana, realmente ayudaron a Cristo y lo consolaron y robustecieron en su Pasión, así
también Cristo sufrió con ella todas las consecuencias materiales de los pecados
futuros (el dolor) que habían de caer con el tiempo sobre sus miembros vivos.
Si el que hizo la pregunta objeta a todo esto: "Yo no acepto eso; es demasiado
metafísico", la única respuesta que queda es: "Esto es un hecho, si vas al Infierno
por tu culpa, de poco te servirá que lo hayas aceptado o no."
II.
Ahora otra cosa más metafísica: Dios sufre por los pecados de los hombres en el
Orden de las cosas, el cual no es diferente de Él mismo. Por eso el pecado es
"ofensa" a Dios.

El pecado destruye el Orden natural del Universo.


El orden natural del Universo no es una cosa externa, una especie de
reglamentación inventada que Dios hubiese dicho: "Yo quiero que esto se haga así; y
si no se hace, guay!", que son las órdenes de los tiranos.
El orden del mundo no es sino la acción de Dios como Regulador, su actividad de
Creación, Conservación y Providencia, que es una sola acción continuada, no
externa sino interna a la naturaleza.
El que peca atenta contra ese orden y (en cuanto es de su parte) lo destruye; de
modo que "si Dios pudiera sufrir, sufriría; si Dios pudiera ser destruido, sería
destruido" por el Pecado, como dicen los predicadores.
Dicho de otra forma, el Orden del Universo consiste en la naturaleza de las cosas, las
cuales están unidas entre sí por una cerrada red de causas y efectos, medios y fines,
condiciones, ocasiones y consecuencias, que las vuelven algo "unitario" y solidario;
que es lo que significa en latín esa palabra Universo: "versus-Unum". ¿Han
meditado Ustedes lo que significa "la comunidad de natura" entre los hombres? Es
una cosa sumamente importante. En ella radica la obligación de la Justicia y la
Misericordia.
De manera que quien lastima ese Orden en un punto cualquiera (y sólo el hombre
con su libertad puede hacerlo) atenta contra todo él; de tal modo que si fuera
posible, todo el Orden se destruiría; a la manera de esas "reacciones en cadena" de
que hablan los físicos de la "desintegración del átomo". Atenta contra la naturaleza
de las cosas, que está fundamentada y cimentada en la naturaleza de Dios. Atenta
contra el Amor, porque la naturaleza de Dios es Amor.
"Pero Dios no sufre, no es destruido". Dios sufre en todas sus criaturas, incluso en
los animales irracionales, sobre las cuales se abate la consecuencia material del
desorden (el dolor) como un desequilibrio dinámico que busca ferozmente el
restablecimiento del equilibrio. Y esta vez no son solamente los cristianos que
sufren "con Cristo", sino todos los hombres y toda la creación, sujeta desde el
primer pecado a los embates terribles del dolor en busca del restablecimiento del
equilibrio natural, cristianos y no cristianos, pecadores e inocentes, adultos y niños
y hasta los irracionales.
Los que usan este dolor para hacer en ellos el equilibrio de la justicia, se salvan, y en
consecuencia se libran del dolor para siempre.
Los que no lo usan para eso, no se eximen del dolor por eso; y "miseri miseria non
utentes" quedan en desequilibrio eternamente, es decir, sujetos por su voluntad a la
ley del dolor expiatorio no por un "Decreto" de Dios que quiera vengarse, sino por la
naturaleza misma de las cosas.
La naturaleza de lo moral es ésta: que el desorden engendra dolor; y el dolor salva
del desorden a los que quieren; y a los que no quieren, se instala en ellos en forma
de dolor permanente e irremediable.
Incluso en esta vida lo vemos, que un pecado no restañado, engendra otros, los otros
hacen el hábito, el hábito hace el vicio, el vicio hace la perversidad, que es hacer el
mal por el mal mismo; y la perversidad se hace obstinación, que no tiene
remedio: imagen espantosa del Infierno, que no está en el centro de la tierra como
dicen, sino que está en el centro del alma del hombre obstinado.
Realmente el Cristianismo no se ha inventado para consolar, sino que se ha
inventado para espantar. Consuela después de haber espantado. Dígaselo a su
amigo.
III.
El pecado es un deicidio; y yo admito que tal misterio es difícil de dominar; no
pidamos tanto. Pero, inescrutable en su esencia, este misterio se justifica bastante
restableciendo el orden en el universo moral, reconduciendo a la unidad a
elementos hasta entonces irreductibles, dando al problema del Dolor una solución
aceptable. Mientras el pecado no es sino una transgresión a una "Ley", su represión
tan severa era incomprensible; pero él es ante todo un crimen contra el Amor. El
sacrificio de la Cruz no es ya solamente una "compensación de una deuda", pues no
es sólo la Justicia la interesada, no siendo la sola ultrajada. Al crimen contra el
Amor, el Amor responde a su manera y de acuerdo con su esencia por un don total,
infinito.
¿Dónde se hará, pues, la reunión del Creador y la Creatura, del deudor y el
acreedor? En un dolor que les es común a los dos. En la Cruz.
Estamos en el centro de ese drama inmenso, estamos en el corazón de la Santísima
Trinidad. ¿Cómo? ¿En Dios mismo, esa especie de inconmensurable tormenta? Eso
nos parece increíble porque no imaginamos más que un buen Dios razonable, una
Inteligencia Ordenadora. Pero ésa no es la primera definición de Dios; Dios es ante
todo caridad. Es el Amor Absoluto. Con lo que pasa en nuestro miserable corazón,
tratemos de comprender ese movimiento inaudito. (Vivimos cómodos,
inconscientes, en medio de ese torbellino formidable, cuya más mínima desviación
de su inflexible esfera, si fuera posible, saldría descuajando los mundos).
Para el Amor nada es insignificante, todo es grande. La más pequeña parte de lo que
ama le es preciosa, urgente, necesaria.
La más mínima infidelidad lo enfurece. La razón retrocede de sólo pensar en ese
prodigioso llamado que ha fecundado el caos, que aventaría al más poderoso de los
ángeles como una pajita, viniendo a morir suplicante, insaciable, sediento, en los
oídos de un pobre hombrecillo.
Me dio por acabar medio a lo Bossuet, tanta elocuencia no es mía; arreglando un
poco en este último párrafo a un escritor contemporáneo. Pero la aquiescencia de
estas verdades, de suyo no abarcables por la Razón, y sabidas sólo por la Revelación,
no se obtienen ni con elocuencia ni con dialéctica. Ellas piden un corazón abierto; y
entonces son accesibles al sentido común de un niño. Da mihi amantem et quod
dico intelliget. Dame un enamorado y entenderá lo que digo."

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