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Un Viernes Santo para niños

Con las historias de Jesús es necesario tener cuidado de no quedarnos en el relato.


Es el caso de ver la muerte de Jesús como el todo, sabiendo que fue solo una parte de su
historia. Aquí lo importante no es fijarnos en el desenlace de su vida, ni cómo fue que
murió. Lo importante es fijarnos en cómo fue que vivió. Para entender la vida de Jesús es
importante saber que, haya pasado lo que haya pasado en su vida, él quería siempre hacer el
bien.

Es necesario explicarles a los niños que, “eso feo que le sucedió a Jesús”, no es
responsabilidad de ellos. Los niños tienden a sentirse responsables por lo que pasa a su
alrededor, no diferencian todavía el exterior de su interior, razón por la cual se echan la
culpa de las peleas entre sus padres, de las crisis en sus familias, de lo malo que le pasa a
los demás. En este caso, el sufrimiento de Jesús aparece como un problema del cual los
niños se sienten parte. Pero en realidad no es así. Los adultos tenemos la tarea de ayudarles
a entender que la muerte de Jesús no es consecuencia de las decisiones o comportamientos
de los niños. A veces mostrarles de manera tan directa lo doloroso y triste que fue su
muerte provoca este sentimiento de culpa en los niños, ellos se sienten como si fueran
responsables. Un sentimiento que los puede agobiar y asustar. De lo cual resultan en los
niños comportamientos de rechazo, inquietud o agobio frente a la persona de Jesús. En este
sentido, y con toda la razón, ese necesario que a los niños les quede claro que el sufrimiento
de Jesús, no tiene nada que ver con lo que ellos han hecho o dejado de hacer, de esta
manera evitamos que se sientan responsables por lo que le sucedió a Jesús; y, en últimas,
evitamos que la relación de los niños que han venido construyendo “con ese amigo que nos
ama”, se dañe.

En definitiva, lo realmente importante de la historia de Jesús no es su muerte, sino su vida,


lo que Él hizo por ayudar a los demás, y lo sigue haciendo, a través de nosotros. Es
probable que los niños entiendan mejor cuando les decimos que Jesús, aún en medio de las
cosas difíciles, sentía que en su interior estaba ocurriendo algo maravilloso. Jesús, se dio
cuenta que, aun cuando no era aceptado ni acogido por algunos, en su corazón, no se
alimentaban deseos de venganza, sino deseos de valorar mucho más a las personas, de
respetarlas, de tratarlas con amor, en últimas, de perdonar.

A la experiencia de la cruz, si quisiéramos encontrarle un significado acorde al pensamiento


de un niño, podríamos enfocarla hacia una vivencia mucho más profunda y auténtica, hacia
algo más allá del simple hecho de la muerte. Vivir la cruz es ser fiel a Dios aún en los
momentos más difíciles. De aquí que el Viernes Santo sea la celebración de la fidelidad de
Jesús. En este día lo que celebramos es el llamado a ser fiel a lo que Dios está haciendo con
nosotros, es decir, a las cosas maravillosas que Dios pone en nuestro corazón. La fidelidad
a Dios es “pararle bolas” a las cosas bonitas que Dios me está dando. La cruz es amar aun
cuando no me aman, ser honesto aun cuando vivamos en un medio deshonesto. Es apostar
por vivir el amor tanto como cuando la situación es buena como cuando la situación es
mala. En palabras más sencillas, “hacer las cosas bien, aunque no me gusten”, “hay cosas
en la vida que tenemos que hacer, aunque no nos gusten”, “cuando hago las cosas bien, las
disfruto, aunque en principio las encuentre desagradables”.
En este sentido, los dolores no deben ser ocasión para que dejemos de vivir lo más bonito
que poseemos dentro del corazón, aun cuando eso quisiéramos. Lo desagradable, difícil o
doloroso nunca alcanza lo más hondo de nosotros mismos y ante ello la bondad permanece
queriéndose vivir gracias a que es Dios quien nos da la posibilidad de hacerlo.

Así pues, podemos vivir la cruz, mirando cómo, aún en medio de este momento tan difícil
por el que estamos pasando, en nuestro corazón aparecen la solidaridad y el deseo de
ayudar a los demás.

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