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LAS DIFICULTADES SEXUALES EN LA MUJER

Por Mario Cingolani

I. La frigidez

Comenzaré haciendo algunas consideraciones sobre la sexualidad femenina, pero solo en


relación con lo que sería esperable a un desarrollo normal.
En el complejo de Edipo normal encontramos al niño ligado sexualmente al progenitor de sexo
opuesto, mientras que en la relación que tiene con el de igual sexo, se manifiesta una clara
hostilidad, como corresponde a todo rival en la preferencia del objeto de amor. Si esto lo
relacionamos con el niño varón, en éste se juega claramente lo antes expuesto. En la niña, la tan
conocida historia de Edipo no se da en un principio como es esperable desde el pensamiento
popular, pues ella está tiernamente prendada del progenitor de su mismo sexo, la madre; y
manifiesta hostilidad hacia el progenitor del sexo opuesto, el padre.

Esto que observamos en la niña se suele dar hasta aproximadamente los cinco años, momento
en el cual se produce en ella un cambio de objeto, pasando de la madre al padre y comenzando
a rivalizar con ella por el amor del padre. Claro que este viraje nos obliga a hacernos las
siguientes preguntas: ¿cómo halla el camino hacia el padre? ¿Cómo, cuándo y por qué se
desliga de la madre? Como mi intención es evitar en la medida de lo posible lo estrictamente
teórico, sólo afirmaré que hay dos elementos esenciales que producen la separación de la
madre, uno es la percepción que se produce en la niña con relación a las diferencias sexuales
anatómicas, diferencias que traerán consecuencias psíquicas de suma trascendencia; y el otro
elemento es la observación del deseo de la madre por su marido. La niña ve que la madre desea
al padre y cómo en función de este deseo, en muchas ocasiones, la deja a ella para estar con él.
En estos momentos del desarrollo, la niña se da cuenta de que no posee un pene que sí tiene su
hermanito, su amiguito y/o su papá. También descubre, y esto en el mejor de los casos, que la
madre está enamorada del padre y muy interesada por el pene que éste tiene. Estas
experiencias que se expresan en un sinnúmero de detalles de la vida familiar, inician el viraje, el
pasaje de la madre al padre. Pero es preciso admitir la posibilidad de que muchas niñas
permanezcan atascadas en la ligazón originaria con la madre y nunca produzcan una vuelta
cabal hacia el padre y por ende al hombre en general.
Con esta última aseveración, vemos cómo la ligazón-madre, puede alcanzar una significación
inesperada que deje espacio para todas las fijaciones y represiones sexuales que harán a la
génesis de las neurosis o en los casos más graves, a las perversiones. Es una etapa, que al
extenderse hasta los cinco años abarca la mayor parte del florecimiento sexual temprano.
Este atascamiento hace que muchas mujeres que aparentemente han escogido a su pareja
según el modelo del padre, o lo han puesto en el lugar de éste, en realidad repitan con él su
mala relación con la madre. Su pareja debería heredar el vínculo con el padre y en cambio
hereda el vínculo con la madre. Se da así, el caso de que muchas mujeres en su lucha con el
marido ponen en juego la lucha que en su niñez y juventud tuvieron con la madre. Ese hombre

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que debió recibir lo del padre de ella, recibe lo de la madre, y lo que aparentaría en lo
fenomenológico ser una relación heterosexual, en el inconsciente de esta mujer es sólo una
relación homosexual no resuelta con su propia madre. En el varón, como se desprende de lo
antedicho no se presenta esta dificultad, pues él, de un primer objeto femenino, debe pasar a
otro objeto también femenino.
El cambio de objeto no es la única problemática que deberá superar la mujer para su cabal
acceso a la feminidad, pues a ésta se le agrega otra mudanza necesaria. En efecto, en el caso
del varón, éste tiene sólo una zona genital rectora, el pene, mientras que la mujer posee dos; la
vagina propiamente femenina y el clítoris, órgano análogo al miembro viril. Embriológicamente el
clítoris es un pene rudimentario.
La vida sexual de la mujer se descompone en dos fases, de las cuales la primera, la de los
primeros cinco años, tiene un carácter masculino y le damos este carácter porque las
excitaciones sexuales son provistas por el clítoris. A este órgano recurre frecuentemente la niña
de esta etapa para sus conductas masturbatorias. Sólo la segunda fase, que se hace presente
en la pubertad, es la específicamente femenina. En esta segunda fase su sexualidad tiene como
zona rectora a la vagina, zona que, al hacerse presente como dadora de las máximas
excitaciones, subordina al clítoris y a los placeres provenientes de éste.
En los casos donde se ha producido el atascamiento antes mencionado, la vagina no aparece
como zona genital y la mujer sólo obtiene el orgasmo mediante la manipulación de su clítoris;
pudiendo en estos casos sentir aversión por la penetración o no sentir ante ésta placer alguno.
Encontramos en las mujeres donde se ha establecido este transporte de excitaciones, orgasmos
de dos tipos, uno que involucra solo al clítoris; y otro que incluye a la vagina. Siendo este último
favorecedor del coito, por darle un papel preponderante al pene del hombre. También se
describe un orgasmo llamado útero anexial, para el cual la penetración es esencial, pero no me
detendré en esto.
Ahora se comprenderá la razón de esta introducción teórica, pues en función de lo expresado
hasta aquí, puedo afirmar que las dificultades sexuales en la mujer se deben a un fracaso total o
parcial de esta doble tarea necesaria para el acceso a la feminidad. Si no hay cambio de objeto,
uno de los destinos sexuales es la homosexualidad, y si no hay cambio de zona, pueden
padecer frigidez total o parcial.

Enumeraré a continuación los síntomas sexuales más frecuentes y luego pasaré a la explicación
de los mismos:

1. La mujer que sólo en ocasiones llega al orgasmo con la penetración.


2. La que nunca ha experimentado un orgasmo y no tiene casi excitaciones sexuales.
3. la que tiene grandes excitaciones sexuales durante el juego amoroso previo, pero las pierde
en el momento en que es penetrada por el pene y puede llegar a sentir en ese momento
indiferencia, aversión, desagrado y/o temor.
4. La que puede seguir excitándose durante la penetración pero le resulta imposible llegar al
orgasmo.
5. La que llega al orgasmo sólo con la estimulación del clítoris, ya sea por auto estimulación o
con la estimulación que pueda producir el hombre con la mano, con la boca, la lengua, o con el
frotamiento del clítoris producido con el pene. En este caso, la penetración cumple solo un papel
secundario, si es que cumple algún papel.
6. En esta última dificultad que describiré, consideraré el caso especial de aquellas mujeres que
creen tener un orgasmo cuando en realidad no lo tienen en absoluto. Suelen en estos casos,
confundir como sensación orgásmica, a ciertas manifestaciones que tienen más que ver con
ansiedad o con angustia. Se tratará de un orgasmo ilusorio.

Como se verá el espectro de posibilidades es aún más amplio, no están todas las dificultades,
con sus infinitas variantes personales. Debido a esto sólo circunscribiré el campo a algunas
explicaciones que permitan comenzar a pensar la problemática femenina.
Hay mujeres que sólo en ocasiones llegan al orgasmo, la máxima expresión de la sexualidad; Si

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llegan están contentas y relajadas, pero si no es así, se encuentran angustiadas y descontentas.
En ellas no suele haber un apronte sexual, es más, para evitar la angustia post-coito se suelen
rehusar a las relaciones sexuales. Son reticentes a las invitaciones masculinas y lo expresan
generalmente con excusas como ser: "estoy cansada", "me duele la cabeza" y otras que ya son
clásicas.
Las mujeres que pueden gozar de su sexualidad sin mayores impedimentos, suelen ser las que
seducen y buscan al hombre activamente. Pueden “usarlo” en el buen sentido, para desahogar
sus necesidades sexuales. Con relación a "usar" para la satisfacción, existe la queja de las
mujeres que afirman "me usa, para su necesidad" o la más dura "sólo le interesa usarme", pero
como veremos prontamente, esta queja sólo es enunciada por la mujer frígida, pues la que no lo
es se puede acercar sin inconvenientes al hombre y obtener su placer. Puede hacer esto
porque considera, sin prejuicio alguno, a la sexualidad como algo importante para la relación de
pareja, tan importante como lo espiritual.

Volviendo ahora a las dificultades, las cuestiones antes consideradas pueden ser aun más
patológicas; es el caso de aquellas mujeres para quienes no existe ninguna posibilidad de placer
sexual, ni les queda expectativa alguna por un orgasmo. Son mujeres absolutamente frígidas.
¿Cuál suele ser la reacción de la mujer frente a estas dificultades? Están las que añoran
placeres sexuales y que suelen preguntarse ante cada nueva frustración:”¿qué me pasa?” y
están también aquellas otras que ni añoran, ni se preguntan y que en casos extremos viven esto,
no como una dificultad, sino como un valor propio de mujeres decentes; equiparando el orgasmo
y los placeres sexuales a la prostitución o a experiencias propias de prostitutas.
En las mujeres en las que la falta de orgasmo representa un valor, no existe el deseo, ni la
necesidad por el hombre. Se trata en muchos de estos casos, de un intento de la mujer, por
pretender abolir las diferencias sexuales; pues aquello que caracteriza al sexo del hombre, el
pene, no cumple ninguna función para ellas. Esto es lo que los psicoanalistas hemos dado en
llamar la envidia del pene.
Asimismo, lo expuesto remite al complejo de castración en la mujer, conceptos que consideraré
en la segunda parte de este trabajo.
Cuando no se ha producido el pasaje del clítoris a la vagina, sólo se puede obtener el orgasmo
mediante la manipulación del clítoris. Las que presentan esta dificultad suelen llegar al clímax
durante actos masturbatorios que realizan en soledad o con el hombre, tocándose antes, durante
o después de la penetración. Cuando se masturban en presencia del hombre, pueden hacerlo
excitadas por la situación que están vivenciando o acompañando fantasías que la llevan a otros
hombres y/o situaciones.
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En una sesión de análisis, una mujer afirmaba: "cuando me penetra no siento nada, bueno, en
realidad siento algo, pero no es suficiente para que pueda llegar al orgasmo; entonces me
empiezo a tocar yo, pero no me gusta lo que me ocurre en esos momentos, porque me sumerjo
en fantasías, en las que me veo con otros hombres, es igual que cuando me masturbo.
Finalmente, acabo tocándome. Esto me angustia mucho, quisiera poder sentir ese placer con el
pene de él, y pensando en esos momentos, sólo en él".

A continuación daré otro ejemplo transcribiendo un fragmento de una sesión de psicoanálisis;

Paciente: —Cuando estoy en la cama con mi novio, solemos tener un largo juego amoroso
previo, finalmente él empieza a besar mi c... hasta que acabo, luego recién dejo que me penetre,
pero no me gusta, en realidad me molesta, me irrita, pero finjo tener otro orgasmo para que él se
quede contento y acabe. Así me deja tranquila; ¡suena feo lo que dije ¿no?! (y se queda callada).

Analista: —¿Cómo le suena?

Paciente: —Como si se... como si lo estuviera engañando.

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En este pasaje comete un fallido que es como todo fallido, un éxito para la expresión de lo
reprimido inconsciente: iba a decir "como si se estuviera engañando", pero se corrige y dice
"como si lo estuviera engañando". Se trata de que hay algo que percibe, pero que a su vez está
negado como pensamiento consciente.
Entonces se lo señalo de la siguiente forma:
Analista: —Como si se estuviera engañando.

Paciente: —¡Yo!

Analista: —No, ¡él!

La paciente se queda callada varios minutos, se muestra muy conmocionada con el


señalamiento que le acabo de hacer. Comienza a llorar y entre lágrimas afirma:

Paciente: —Creo que esto que dije, sin darme cuenta que lo estaba diciendo, es una gran
verdad que no me atrevía a pensar. El se engaña más allá de que yo también le mienta. ¡Él se
engaña, porque quiere creer mi mentira!, la debe necesitar porque de otro modo podría darse
cuenta fácilmente de que finjo, que mi cara no es de placer y que mis gemidos son muy distintos
a los que hago cuando me besa la c... Pero ¿qué pasaría si él no se engañara?.

Analista: —¿Qué cree que ocurriría?

Paciente: —Podríamos empezar a hablar de nuestra sexualidad, algo que evitamos


continuamente, y creo que esto ayudaría a desenmascarar las cosas y a resolver mis problemas
sexuales. Aunque habría que ver cuál es el problema de él...

Este fragmento de sesión abre la posibilidad de pensar lo que he tratado en artículos anteriores
respecto a la afirmación de que los síntomas sexuales hacen pareja... y también hacen parejas...
Ha llegado el momento de concluir esta primera parte, pero aún queda mucho por desarrollar.

II. “La envidia del Pene”

La envidia del pene surge del descubrimiento de la diferencia anatómica entre los sexos; la niña
se ve disminuida en la comparación que establece con el varón y entonces desea poseer, como
éste, un pene. Vivencia esta ausencia como un perjuicio que ha sufrido, cree que la han hecho
diferente a como debería ser y culpa de esto a su madre. Respecto a esto el niño piensa que a la
niña este pene le ha sido cercenado y que se debe a que en ella se han concretado aquellas
amenazas que alguna vez recibió por hacer, a criterio de los padres, uso indebido de su órgano
sexual. Las amenazas clásicas son: "te lo voy a cortar", "ya vas a ver lo que te va a pasar
cuando se entere tu padre" o "Le voy a decir al doctor y veras lo que te va a hacer". Pero
también se expresan de otros modos, por ejemplo una madre frente a su hijo que apareció
desnudo y tocándose él miembro cuando ella estaba planchando, le espetó: "te lo voy a quemar
con la plancha".En otro caso un paciente recordaba que su padre jugaba con él a que le sacaba
la nariz y se la mostraba enseñándole la punta de un dedo que aparecía escondido entre los
otros en una mano cerrada, e inmediatamente luego de evocar este recuerdo, que
indudablemente simbolizaba la castración teniendo como agente al padre, le surge otro que lo
llena de angustia y que tenía completamente olvidado; el padre hacía lo mismo con su pene, le
decía que se lo sacaba y luego se lo mostraba efectuando los mismos malabares con su mano y
dedos.
Así, se presenta en los niños lo que se denomina la angustia de castración, la cual pretende
aportar una respuesta, claro que absolutamente errónea, al enigma que representa la presencia
o ausencia del pene. Desde lo imaginario del niño varón, esta diferencia se atribuye, no a que
existan dos sexos, sino a que a algunos "niños" se les ha cortado el pene. Esto se produce entre

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el tercer y quinto año de vida. El conocimiento de la diferencia, desde la idea de la existencia de
lo masculino y lo femenino se presenta recién en los albores de la pubertad.
La estructura y los efectos de la Castración son distintos en el niño y en la niña. El niño teme la
castración por la acción paterna en respuesta a sus actividades sexuales, que no contienen otra
cosa que deseos incestuosos con relación a la madre y parricidas con relación al padre. Se
desea la desaparición del padre como rival en la posesión de la madre. Todo esto provoca una
intensa angustia de castración. En la niña, en cambio, la ausencia del pene es sentida al
principio como una castración ya consumada (complejo de castración), en la línea de haber sido
contrahecha.
La problemática entre los tres y los cinco años de vida es fálico o castrado; poseedor de un pene
como lugar de la máxima valoración o desposeído del pene como lugar de la mínima valoración.
Claro que es esperable que estas apreciaciones infantiles puedan ser superadas; pero para que
así ocurra, la idea de la diferencia sexual debe operar correctamente en los padres. Dicho de
otro modo, si el padre se siente más porque es varón y la madre desvalorizada en su ser mujer,
esto repercutirá desfavorablemente en los niños, impidiendo en el caso de la niña el normal
acceso a la feminidad.
¿Cómo opera en la mujer adulta la envidia del pene y el complejo de sentirse castrada? Es la
causa de severas dificultades sexuales y de continuos intentos por denostar al hombre y a la
virilidad de éste.

La idea de este trabajo es, después de esta breve introducción teórica, observar cómo se
manifiesta todo esto en la clínica psicoanalítica.

Presentaré a continuación la trascripción textual de un fragmento de sesión:

Paciente: —Hacemos una pareja muy especial, lo odio y al mismo tiempo lo quiero. Quiero que
se vaya de mi vida, pero me he sentido muy mal las veces que se fue. Sé que tengo que buscar
otro hombre, pues con él me siento muy mal, no me puedo conectar no nos podemos conectar
(se queda en silencio y luego continúa.) Pero si lo miro objetivamente hacemos una buena
pareja... (silencio).

Analista: —¿A qué llama una buena pareja?.

Paciente: —Somos parejos, él es delgado, alto y se parece a mí, en ocasiones pienso que
somos iguales; que no hay diferencia. (se queda callada, le cuesta mucho seguir asociando).

Analista: -¿Cuál es la diferencia que no hay?.

Paciente: —Tiene cuerpo de mina, la cola parada, la cintura angosta, las piernas bien formadas
¡parece una mujer! Si se lo mira desnudo, lo único que le faltaría sería un par de tetas y listo!
¡sería una mujer!...

Analista: —¡Creo que le faltaría algo más!.

Al lector seguramente le llamará la atención lo dicho por la paciente y quizá también mi


intervención como analista, pero seguiré con la trascripción de esta sesión para considerar luego
estas cuestiones:

Paciente: (se ríe a carcajadas y su risa me contagia y hace que también ría.) Será por esto...
esto nunca se lo dije a nadie... nunca hablé así con alguien... es decir, tan claramente... nunca lo
pensé como ahora... será por esto que me cuesta tener relaciones... con él, que cuando las
tengo no siento nada... que estoy como anestesiada, en realidad lo que ocurre es que nunca le
miro los genitales ¡no se los miro nunca!... ni nada...

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Se queda callada uno o dos minutos, la afirmación ni nada es una forma de expresión de la
resistencia a seguir poniéndole palabras a lo que está pensando y sintiendo. Para vencer esta
resistencia, intervengo para que pueda seguir verbalizando. Ceder en las palabras es el primer
movimiento para poder ceder luego en los hechos.

Analista: —¡Ni nada!


Paciente: —¡Sí! no la siento, ni se la toco, ni se la beso, ni la chupo, me da impresión no sé... no
me gusta su pija. Pero yo tampoco me puedo tocar, ni me puedo ver... cuando estoy desnuda y
me miro en el espejo, esa parte la salteo...

Analista: —¡Ahora también la está salteando...!.

Paciente: —¡Sí! mis genitales, mi concha..., no la puedo ver, ni la puedo nombrar, ¡y claro cómo
nos vamos a conectar! ¿pero qué me pasa? ¿Quiero ser un hombre? ¡No! no quiero ser un
hombre, en realidad quiero que él y yo seamos iguales. Por eso salteo esas partes.

Se queda callada y pensativa y en ese instante doy por concluida la sesión.

Se hace presente en esta mujer la envidia del pene y el complejo de castración; no puede ver el
pene ni sus propios genitales. Desde estas negaciones es imposible el acceso a los placeres
sexuales genitales, ya que la existencia de estos placeres haría justamente presentes estas
zonas que se intentan negar.
Ahora puedo abrir un espacio para retomar aquella afirmación de que "lo único que le faltaría..."
y mi intervención "¡Creo que le faltaría algo más!" Alguien podría pensar, desde la problemática
falica no superada, que en realidad el señalamiento debió haber sido "le sobraría algo", como ya
me lo ha dicho algún colega cuando en otra ocasión presenté este caso. Pero estoy persuadido
de que, haber afirmado algo así hubiera sido lisa y llanamente decir que una mujer es un hombre
sin pene, la cual y más si se trata de un analista sería una apreciación atroz. Se expresaría de
este modo la visión que sobre la cuestión, según vimos, son propias de los niños en la etapa
fálica. Pero el daño que originaría sería aún mayor; le confirmaría a esta mujer sus fantasías
inconscientes de que está castrada y que por esto tiene que envidiar al hombre por lo que éste
tiene. Al decirle le faltaría algo más afirmamos que, son los genitales femeninos los que le
faltarían a este hombre para ser mujer; obviamente que queda tácito que algo estaría de más.
Esto lo percibió perfectamente esta mujer que llena de alivio produce aquella sonora carcajada
ya que del otro modo no hubiera tenido de qué reírse.
Agregaré algo más con relación a este caso: el marido habitualmente se paseaba
completamente desnudo por la casa y ella esto lo entendía, como si le dijera “esto que te
muestro es lo que vos no tenés ” ¡parecería paradojal!, porque lo hacía con alguien que
justamente no lo podía ni ver, pero no hay tal paradoja. Para él, ser un hombre era tenerlo y
mostrarlo, al estilo del perverso exhibicionista que exhibe su miembro para que su víctima con un
grito le confirme que la castración está en otro lado. La mujer de este caso no gritaba, pero al no
poder mirar, asumía que era ella la que se sentía castrada, envidiando, y que la potencia fálica
estaba del lado de él.
Las dificultades sexuales femeninas expresan la mala relación que la mujer tiene con su cuerpo
y con el pene del hombre. Generalmente la frigidez pone en juego intentos envidiosos que
pretenden socavar toda ostentación viril que pueda hacer el hombre, en todo lo que al entender
de ella puedan ser los campos de la masculinidad. Su anestesia sexual, en muchos casos, más
que un síntoma que genere angustia, será un blasón, un estandarte de valoración en el cual la
vagina será vista como un pene hueco, pero inervado, a la que no habría más que dar vuelta
como un guante para encontrarse con la virilidad añorada. Estas fantasías que obviamente son
inconscientes, hacen que no se necesite del hombre, ni del genital de este; es más, la eficacia de
estas fantasías sostienen la frigidez.
Funciona aquí la ecuación vagina igual a falo hueco. En otros casos nos encontramos con que la
ecuación es otra: clítoris igual a pequeño pene. En este último caso solemos ver que el deseo

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por un hombre existe, pero expresado en relaciones de conflicto y enfrentamiento. Aquí sí, la
insatisfacción sexual genera angustia; y esta angustia hace que muchas mujeres que la padecen
recurran al tratamiento psicoanalítico para solucionar sus problemas sexuales.
Recurriré a más ejemplos tomados de mi experiencia clínica: una mujer en una sesión hablaba
de su sexualidad y la comparaba con la sexualidad del hombre, y pensaba que aunque lograra
superar sus síntomas "nunca voy a sentir como un hombre... porque los hombres tien... sienten
más". En una sola frase comete dos fallidos y plantea con éstos el núcleo de su problemática; —
el primero, que jamás va a sentir como un hombre porque es una mujer, y el otro al casi afirmar
que los hombres tienen más. Mostrando cómo a sus veinticinco años mantenía plena eficacia su
visión infantil sobre la sexualidad: Cuando era pequeña creía que si su pequeño clítoris era
capaz de dispensar tanto placer, cuánto más sería el placer que daría ese pene que le veía a su
hermanito de siete años (dos años mayor que ella) que comparativamente era mucho más
grande.
Esta mujer no podía mantener una relación de pareja que fuera duradera, ocurría que los
hombres que conocía la dejaban rápidamente. Por medio del análisis ella pudo descubrir una de
las causas principales de estos abandonos: relata en una sesión que después de haber tenido
relaciones sexuales tomó el pene de su compañero y le dijo "me lo regalas, me lo prestas para
que me lo lleve a mi casa", ante esto se produce en él una estrepitosa carcajada y luego de este
día no lo ve más. Se trataba, según afirmaba sólo de una broma, pero empieza a tomar
conciencia de que esta era la expresión de un deseo de castrar al hombre y de tener ella
realmente el pene. Respecto de la risa que se produjo en el hombre, podemos suponer que fue
la descarga de la angustia despertada por esta figurada escena de castración. Estos chistes, no
se hacen, por lo menos sin que haya un costo que pagar; en este caso, el rápido abandono.
En otra ocasión se encontraba en un tierno coloquio amoroso con un joven que había conocido
recientemente, y él en un momento dado la apoya con fuerza, haciéndole sentir su miembro
erecto, y ella sólo atina a decirle "¿de qué te la das, que te crees que tenés?" Lo toma como una
ostentación de virilidad ante lo que reacciona sintiéndose humillada, inmediatamente se dio
cuenta que no fue apropiado lo que expresó "pero no lo pude evitar".
Podemos suponer, en cuanto a este hombre, que aunque se pudiera haber puesto en acción una
cuestión de ostentación, lo más probable es que hubiera querido mostrarle su excitación,
buscando así la excitación de ella; pero la envidia del pene envió todo a otro lugar y él se
encontró entonces con otra cosa.
Para finalizar transcribiré un sueño que esta mujer tuvo luego de analizar estas últimas
cuestiones: "Soñé que tenía un pito grande y erecto y que iba al baño a orinar y... estaba muy
contenta..., pero cuando me desperté me empecé a angustiar mucho porque me daba cuenta de
cuánto me costaba aceptarme como mujer."

III. La ilusión del orgasmo

Consideraré aquí la ilusión del orgasmo como manifestación de un engaño de lo sentido, que
hace creer a quien lo sufre en la existencia de un orgasmo que en realidad no tiene y que por el
contrario puede ser sólo angustia; y aquellos otros casos donde esta ilusión es la esperanza de
muchas mujeres de poder sentir algún día ese orgasmo que saben que nunca tuvieron.
Entre estas últimas mujeres se encuentran las que aceptan que tienen esa dificultad y que se
asumen totalmente responsables de lo que les pasa y también aquellas otras que hacen de esto
absolutamente responsable al hombre, sin tomar en cuenta la parte que les toca. Una mujer le
decía a su hija adolescente: “no sé lo que es la satisfacción sexual porque tu padre no me
enseñó”, cuando en realidad en estas cosas lo que suele enseñar son las propias fantasías que
acompañan a la excitación sexual, y a su vez la incrementan cuando esta excitación está
disponible.
Muchas mujeres con relación al hombre se presentan como acusadoras, éstos le parecen
demasiado agresivos, tiránicos, o timoratos e impotentes, casi sin términos medios. Son
extremadamente afectivos o poco afectuosos, demasiado rápidos o excesivamente lentos. De

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este modo afirman que no han hallado al hombre al que tienen derecho; su ideal masculino
resulta siempre ser otro del hombre que tienen, aunque éste alguna vez pudo haber sido su
ideal.

Estos hombres acusados, cuando se quedan en la relación con estas damas se transforman en
víctimas de la histeria femenina, pero nunca son víctimas inocentes, pues por alguna razón
inconsciente, han buscado a sus victimarias; quizá para ajusticiar vaya uno a saber qué culpa de
antigua data.
La mujer en estos casos piensa que su desgracia e insatisfacción provienen del hombre que
tiene, éste es egoísta, maligno o ignorante, nunca llega a corresponder con la imagen de aquél
que descubriría la gran mujer que existe en ella. En muchas ocasiones, cuando el hombre se
engancha en esta acusación, suele ser enviado por su mujer al analista, con la idea —que sólo
tiene ella— de que este analista le confirme a su marido lo que para ella es indudable; algunos
se resignan a ello con actitud fatigada, otros —quizá más jóvenes— vienen sintiéndose
culpables. Para colmo, si todavía son más ingenuos vienen sólo para que una especie de “juez
freudiano” elegido por su mujer mida no sólo su virilidad sino también sus “faltas”. ¿De qué se lo
acusa? de no otorgar el goce sexual, de ser el culpable de la frigidez de su mujer, algo que es
razón de constantes peleas y discusiones.
Muchas creen que el orgasmo es algo que viene de afuera y que debe ser otorgado por un
hombre. Claro que si algunas mujeres piensan esto, también se debe a que muchos hombres lo
ven de este modo; hay afirmaciones clásicas que pueden confirmar esto, como ser: “¿te hice
sentir?” “¿te produje un orgasmo?” Una mujer en relación con esto dijo: “muchos hombres no
logran que tenga un orgasmo” y la fantasía concomitante a esto era que el orgasmo era la
manifestación del poder que el hombre tenía sobre ella, cosa que no le facilitaba sentir todo lo
que podría, pues el placer entonces, era algo así como la concreción del sometimiento al sexo
masculino. Era indudable que en el imaginario de esta mujer su orgasmo era el logro del hombre
y entonces como tal, no podía ser otra cosa que algo resistido por ella. Pero sabemos que todas
estas apreciaciones son absolutamente erróneas.
El máximo placer es algo que la mujer puede llegar a sentir cuando está bien relacionada con su
cuerpo y entonces no existen inhibiciones que impiden la plena expresión de su sexualidad. Por
supuesto que, salvo en la masturbación en soledad, esto lo puede sentir sólo con un hombre.
Esto depende tanto de ella que aún puede llegar a experimentar el orgasmo con un hombre poco
viril, con un hombre con ciertos problemas sexuales hasta en la erección y la eyaculación:
aunque es obvio que seguramente su satisfacción no será toda lo intensa que podría llegar a ser.
El reproche clásico que escuchamos decir a muchas mujeres es: “él no me puede dar la
satisfacción sexual”, o “él no sabe cómo excitarme” y esto en ocasiones produce búsquedas que
están extrañadas del propio cuerpo, que es en donde hay que buscar realmente. Así puede estar
abocada a hallar al hombre que posea el “don” de brindar lo que le hace falta y de este modo
cada uno que encuentre se convertirá en otro más que no puede. Sobre estas cuestiones
podemos recordar a Picasso que decía “yo no busco, encuentro”.

La ansiada satisfacción, es algo que no se puede controlar con la razón, se trata de poder
acceder al descontrol, no se siente porque se quiera, en realidad si uno quiere no viene. El
pensar dónde hay que sentir —por ejemplo durante una relación sexual— suele ser expresión de
los prejuicios y la represión; entonces cuando se quiere el orgasmo, en el momento que lo
piensa es cuando debería saber que la satisfacción sexual no llegará.
Hoy en día está muy en boga el buscar donde sea, incluso en algún lugar recóndito del cuerpo;
esto ha dado lugar al famoso punto G, a cuya búsqueda se hallan empeñadas numerosas
mujeres anorgásmicas, pero de que otra G se tratará que de la G de la genitalidad perdida o
insatisfecha. El punto G es la materialización de la ilusión del orgasmo, pero a la vez implica el
intento por prescindir de un hombre; pues si este punto existiera y se tratara de estimularlo
manualmente sólo sería un punto de masturbación. Otra exteriorización de esta búsqueda es la
de tratar de encontrar un súper hombre, alguna especie de dios del sexo y así puedan llegar a
acostarse con Dios... y María Santísima.

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Son numerosos los hombres que entran en estos juegos y se esfuerzan por poder responder a
las demandas de las mujeres, pero en estos casos fallaran siempre. Queriendo satisfacer a su
eterna insatisfecha, a alguna frígida razonadora podrá llegar a ocupar el lugar de la madre de
ella, y de este modo pasear a una agorafóbica (miedo a los espacios abiertos, a salir a la calle)
velar a una insomne, alimentar a una vomitadora o ser mucamo de una intelectual y cuanto más
intente satisfacer la demanda más rencor se le tendrá, más atraerá la agresividad de ella y más
frustrante y menos hombre se lo considerará. Por lo contrario, si este hombre no entra en estos
manejos; si herido en su amor propio y excesivamente amenazado por la castración en manos
de su mujer afirma agresivamente su virilidad, entonces caerá bajo el peso de otra condena, es
agresivo y tiránico y no ha sabido tratar a una gran mujer.
Estas consideraciones me llevan a la ya mencionada histeria en la mujer (hay hombres
histéricos) y aunque a este tema le dedicaré más adelante un capítulo en particular, me detendré
ahora en algunos conceptos muy puntuales; la pregunta de la histérica gira en torno a ¿qué es
desear a un hombre? una pregunta que intenta inquirir por el deseo de la madre hacia el padre.
La madre de una histérica suele ser una mujer poco interesada en su marido, quizás otra
histérica insatisfecha y disconforme con lo que siente su incompletud, que se queja del hombre
en forma velada, no revelada con claridad en torno a la sexualidad, aunque en forma preclara en
cuanto a la paternidad; dice que es un mal padre, que no se ocupa de sus hijos y tampoco de
ella. Se suele exaltar, en cambio, ella como madre y lo denigra a él como padre y como hombre;
haciendo a la vez la defensa más ferviente del amor, el sexo y el matrimonio, pero siempre
refiriendo —en ocasiones, no en forma manifiesta— a un ideal que nada tiene que ver con lo que
su pareja es.
En un caso analizado por mí, la madre le contaba a la hija sobre un novio que había tenido antes
de conocer a su padre, lamentándose de haberlo dejado, pues le decía que era un verdadero
hombre con el que ella hubiera sido realmente feliz.

Una de las exigencias que se presentan en la histeria es la de feminizar al hombre como un


intento por masculinizar la propia imagen. Ahora como conclusión imagino el siguiente diálogo:

—Mamá, ¿qué es ser femenina?


—No sé hija, pregúntaselo a una mujer.

Es probable que suene demasiado duro, pero recuerden que nos referimos a patologías de la
feminidad que son fácilmente observables en la vida cotidiana. Continuaré entonces; la histeria
remite a una mascarada de la feminidad, por esto siempre se encuentra entre la creación exitosa
y subyugante; y la caída estrepitosa en el ridículo.

En el caso que acabo de mencionar, la madre apoyó a la hija para que se casara rápidamente,
señalándole a su novio como un gran hombre, pero luego de algún tiempo ante las primeras
dificultades conyugales lo coloco a éste en el lugar de “son todos iguales”, “es igual a tu padre” y
favoreció una rápida separación matrimonial. En una sesión la paciente al darse cuenta de estas
cuestiones que hacían a la patología materna, dijo con extrema lucidez “me utilizó para que,
tomando su lugar, vengue en mi marido su posición frente a mi padre, me obligó a hacer aquello
que ella jamás se atrevió a hacer, !separarse!”.

Consideraré ahora la duda que suelen tener algunas damas sobre si tienen o no el orgasmo y
ante esto sólo plantearé una respuesta: si llega todo resulta muy evidente, pues las sensaciones
son lo suficientemente intensas como para responderlo con seguridad, descubriendo aquí
plenamente el deseo y el placer; en cambio, si se duda, sólo tenemos el primer movimiento como
para admitir su falta.

Vayamos ahora al tema central; la ilusión del orgasmo; aquí encontramos casos en las que se
cree que se tiene el placer que en realidad no existe. Esto presenta un problema que es

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sumamente peculiar, pues en ocasiones se confunde la sensación de orgasmo con otras
descargas órgano-afectivas como pueden ser la angustia o la ansiedad. Esto que podría parecer
increíble amerita para su explicación la referencia a un caso clínico: se tratará de una joven de
veintidós años que en la primera entrevista dijo lo siguiente:

—“Mi sexualidad es magnífica, mis orgasmos imposibles de describir... por lo maravillosos que
son, siento tanto placer en esos instantes que me veo obligada a reír y llorar. En esos momentos
en que llego al orgasmo río... lloro... río y lloro sin poder contenerme, en ocasiones durante
varios minutos, es todo... más no puedo sentir...”

Ante estas aseveraciones la primera pregunta que me surgió fue: ¿Si todo es tan placentero para
qué viene? pues sé que todos los pacientes recurren al análisis porque alguna dificultad tienen
con su sexualidad (esto merece una explicación que no podré dar ahora).
En este discurso inicial aparecen afirmaciones sumamente significativas: que se veía obligada
a reír y llorar, que sus orgasmos son imposibles de describir y finalmente que es todo... más
no puedo sentir. ¿En qué se ve?, ¿porqué son imposibles? ¿Por inexistentes? ¿Se puede tratar
de una dificultad, ya que más no puede sentir?
Parece tratarse de una denuncia de insatisfacción más que de placer y ¿si no sabe si reír o llorar
con lo que siente sexualmente? Aquí alguien podría preguntarse o preguntarme ¿cómo sabe
usted que esto que dice la paciente no es cierto?; si dice que sus orgasmos son indescriptibles
por lo maravillosos que son ¿por qué no aceptarlo así? Bien, en ese momento sólo sabía que si
recurría al análisis, era por algo, pero la respuesta fue retroactiva, pues el psicoanálisis no es
predictivo, sino post-dictivo. Lo sé cuando ella lo empieza a saber, cuando comienza a descubrir
placeres que antes no tenía. Si hay algún placer más donde parecía estar todo, entonces todo no
está donde parecería estar. Explicaré esto último: un día llega a sesión —varios meses después
de la entrevista inicial—. Y afirma que en la relación sexual de la noche anterior había sentido
placeres sexuales que antes nunca había tenido. Luego estas excitaciones continúan en
aumento y cada vez más se hace presente algo nuevo; hasta que finalmente empieza a
cuestionar el discurso sobre su sexualidad magnífica, empieza a preguntarse sobre su risa y su
llanto, de los que se da cuenta que una era muy estrepitosa y el otro muy convulsivo.

Y dice:

—“¿Ese reír y llorar habrían sido producto del orgasmo? pues ahora ya no me río, ni lloro, lo que
siento no me conmueve tanto (no la convulsiona), pero estoy más tranquila. Pero quiero sentir
más de lo que estoy sintiendo.”

¿Por qué lo reconoce ahora, si antes no lo hacía? Es simple, no necesita generar ya la farsa, por
lo menos en forma absoluta. Puede reconocer la excitación y quien puede percibirla no suele
anular esa experiencia placentera. Donde no hay placer puede haber farsa; donde hay placer no
hay espacio para la farsa.

Luego sucede algo más, para la absoluta sorpresa de ella, puede comenzar a masturbarse a
través de la manipulación de su clítoris, algo a lo que hasta ese momento jamás se había
atrevido y así llega a su primer orgasmo. Entonces se confirma para ella y también para mí todo
lo antes dicho:

—“Doctor, cuando me toco llego ahora al orgasmo con suma facilidad y lo que siento es más
placentero que cualquier otra experiencia sexual que haya tenido... me gustaría sentir esto con
mi hombre y con su pene dentro de mi vagina, sin tener que tocarme... es raro porque no puedo
tocarme delante de él, siento mucha vergüenza, si él me masturba con su mano o me besa me
excito mucho pero no llego... y... ¡me resulta tan fácil cuando estoy sola y me toco!”

Vemos cómo a partir de este momento se abre un nuevo capítulo en este análisis, se cuestiona,

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admite la falta del orgasmo que decía tener y quiere superar sus limitaciones sexuales. El trabajo
analítico llevará casi un año más a razón de tres sesiones semanales hasta que finalmente
logrará lo que desea. Esto ocurre casi inmediatamente después de poder llegar al orgasmo
masturbándose delante de él; lo logra cuando puede superar sus vergüenzas e inhibiciones.--

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