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UN SENTIDO GLOBAL DEL LUGAR *


Doreen Massey

Se dice a menudo que vivimos una época en la que todo se acelera y se expande. El
capital está experimentando una nueva fase de internacionalización, especialmente en
sus aspectos financieros. Hay más gente que viaja con mayor frecuencia y a mayor
distancia. Su ropa probablemente se ha fabricado en muy diversos países, desde
América Latina hasta el Sudeste Asiático. Su cena se compone de alimentos traídos de
todo el mundo. Y si usted tiene una ordenador en su oficina, en lugar de abrir una carta
que ha tardado varios días viajando a través del país (a cargo del correo de Su Majestad)
ahora estará siendo interrumpido por un correo electrónico.
Esta visión de la época actual hoy en día se encuentra fácilmente en una gran
diversidad de libros y revistas. Mucho de lo que se ha escrito sobre el espacio, el lugar y
los tiempos postmodernos pone el acento en una nueva fase de lo que Marx llamó en
una ocasión “la aniquilación del espacio por el tiempo”. Se argumenta o, aún más, se
afirma que el proceso ha tomado un nuevo impulso, que ha alcanzado una nueva fase.
Se trata de un fenómeno que ha sido denominado “compresión espacio-temporal”. Y la
aceptación generalizada de que algo así está pasando está marcada por un uso casi
obligatorio en los textos de términos o frases como aceleración, ciudad global,
superación de barreras espaciales, alteración de horizontes, etcétera.
Como resultado, tenemos una creciente incertidumbre sobre lo que entendemos por
“lugares” y sobre cómo nos relacionamos con ellos. ¿Cómo retener, frente a todo este
movimiento y mezcla, algún sentido local del lugar y de su peculiaridad? A la
fragmentación y el desorden actual se contrapone una noción (idealizada) de una época
en la que los lugares eran (supuestamente) habitados por comunidades cohesionadas y
homogéneas. La contraposición es, desde luego, discutible; sólo excepcionalmente
“lugar” y “comunidad” han tenido fronteras coincidentes. Pero la ocasional búsqueda de
esta coherencia es, sin embargo, un signo de la fragmentación geográfica, de la
alteración espacial, de nuestro tiempo. También de modo ocasional, ha sido parte de lo
que ha dado lugar a respuestas defensivas y reaccionarias: ciertas formas de
nacionalismo, la recuperación sentimentalizada de “patrimonios” asépticos, y un
antagonismo pronunciado con los recién llegados y los “outsiders”. Uno de los efectos
de estas respuestas ha sido que el lugar mismo, la búsqueda de un sentido del lugar, ha
llegado a ser visto por algunos como algo necesariamente reaccionario.
Pero ¿tiene que ser necesariamente así? ¿No podemos repensar nuestro sentido del
lugar? ¿No es posible que un sentido del lugar sea progresista, que no esté encerrado en
sí mismo y a la defensiva, sino abierto al exterior? ¿Un sentido del lugar adecuado a
esta época de compresión espacio-temporal? Para empezar, hay algunas preguntas que
formularse a propósito de la misma compresión espacio-temporal. ¿Quién la

*
Traducido por Abel Albet y Núria Benach del original inglés “A Global Sense of Place”, Marxism
Today, junio 1991; pp. 24-29 y reproducido en Abel Albet & Núria Benach (2012). Doreen Massey. Un
sentido global del lugar. Barcelona: Icaria; pp. 112-129.
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experimenta, y de qué manera? ¿Nos beneficiamos o la sufrimos todos del mismo


modo?
Por ejemplo, ¿hasta qué punto la actual caracterización de la compresión espacio-
temporal no es sino una visión occidental, de colonizador? El sentido de deslocalización
que algunos sufren al ver la transformación de una calle local que una vez fue algo
familiar, en una interminable sucesión de importaciones culturales (la pizzería, el
establecimiento de kebabs, la sucursal del banco de Oriente Medio) debe ser el mismo
que han tenido durante siglos, y desde un punto de vista bien diferente, los pueblos
colonizados de todo el mundo al ver la importación de, tal vez incluso utilizar, los
productos de, primero, la colonización europea, tal vez británica (desde las nuevas
formas de transporte a las sales minerales o las natillas instantáneas), después
norteamericana, al tiempo que aprendían a comer trigo en vez de arroz o maíz y a beber
Coca-Cola, exactamente igual como hoy probamos las enchiladas.
Más aún, además de preguntarnos sobre la etnocentricidad de la idea de compresión
espacio-temporal y su aceleración actual, debemos también interrogarnos acerca de sus
causas: ¿qué es lo que determina nuestro grado de movilidad y qué influencia nuestro
sentido del espacio y del lugar? La compresión espacio-temporal se refiere al
movimiento y la comunicación a través del espacio, a la extensión geográfica de las
relaciones sociales, y a nuestra experiencia de todo ello. La interpretación corriente es
que es el resultado, casi por completo, de las acciones del capital y de su creciente
internacionalización actual. Según esta interpretación, pues, son el tiempo, el espacio y
el dinero los que hacen girar el mundo, y nosotros giramos (o no) alrededor de él. Se
entiende que son el capitalismo y su desarrollo los que determinan nuestra comprensión
y nuestra experiencia del espacio.
Pero acaso esto sea insuficiente. De entre las muchas cuestiones que claramente
influyen en esta experiencia están, por ejemplo, la etnia y el género. Hasta qué punto
nos podemos mover entre países, o pasear por las calles de noche, o atrevernos a ir a
hoteles en ciudades extranjeras, es algo que no está solamente influenciado por el
“capital”. Encuesta tras encuesta se demuestra que la movilidad de las mujeres, por
ejemplo, está coartada (de mil maneras diferentes, desde la violencia física a las miradas
descaradas o a sentirse simplemente “fuera de lugar”) no por el “capital” sino por los
hombres. O, para tomar un ejemplo más complicado, Birkett, al reseñar libros sobre
mujeres aventureras y viajeras en los siglos XIX y XX, sugiere que “para una mujer es
mucho más difícil viajar en la actualidad que en cualquier época anterior”.1 Las razones
que utiliza para sostener esta afirmación son una mezcla de colonialismo, ex-
colonialismo, racismo, relaciones cambiantes de género, y riqueza relativa. Un recurso
explicativo simple sólo en términos de “dinero” y “capital” no podría siquiera acercarse
al tema. La aceleración actual puede estar fuertemente determinada por fuerzas
económicas, pero la economía sola no determina nuestra experiencia del espacio y el
lugar. En otras palabras, y para decirlo de modo simple, nuestra experiencia del espacio
está determinada por mucho más que lo que pueda hacer el “capital”.

1
Dea Birkett. New Statesmen & Society, 13 de junio de 1990, pp. 41-42.
3

Aún más, desde luego, este último ejemplo mostraba que la “compresión espacio-
temporal” no se ha producido para todo el mundo en todas las esferas de actividad.
Citando de nuevo a Birkett, esta vez a propósito del Océano Pacífico:

“Los jumbos han permitido que los asesores informáticos coreanos vuelen a Silicon
Valley como si se asomaran a la puerta de al lado y que los empresarios
singapurenses se planten en Seattle en un día. Los bordes del mayor de los océanos
del mundo se han unido como nunca. Y ha sido Boeing la que ha juntado a esa gente.
Pero ¿qué pasa con aquellos a los que sobrevuelan, en sus islas, ocho mil metros más
abajo? ¿Y de qué modo ese impresionante 747 ha creado una mayor unión para
aquellos cuyas costas están bañadas por la misma agua? De ninguno, naturalmente.
Los viajes aéreos pueden permitir que los hombres de negocios crucen el océano
pero el subsiguiente declive de la navegación ha aumentado el aislamiento de
muchas comunidades isleñas… Pitcairn, como muchas otras islas del Pacífico, nunca
se ha sentido tan lejana de sus vecinos.” 2

En otras palabras, y de modo más general, la compresión espacio-temporal debe ser


socialmente diferenciada. No se trata sólo de una cuestión moral o política sobre la
desigualdad, aunque ello ya sería razón suficiente para mencionarlo; es también una
cuestión conceptual.
Imaginemos por un momento que estamos en un satélite, más allá de todos los
satélites existentes; podemos ver el “planeta Tierra” desde la distancia y, de modo
inusual para alguien con intenciones exclusivamente pacíficas, estamos equipados con
el tipo de tecnología que nos permite ver el color de los ojos de las personas y los
números de las matrículas de los coches. Podemos ver todos los movimientos y
sintonizar con todas las comunicaciones que se están produciendo. Más abajo están los
satélites, luego los aeroplanos, el largo trayecto entre Londres y Tokyo y el pequeño
trecho entre San Salvador y la Ciudad de Guatemala. Se trata de gente moviéndose, de
comercio físico, de emisiones de los medios de comunicación. Hay faxes, correos
electrónicos, redes y distribución de películas, flujos y transacciones financieras.
Mirando más de cerca, se ven barcos y ferrocarriles, trenes de vapor transitando
trabajosamente cuesta arriba en algún lugar de Asia. Aún más cerca se ven camiones y
coches y autobuses y, más allá, en algún lugar del África subsahariana hay una mujer
caminando, que aún dedica varias horas cada día a recoger agua.
Ahora quisiera plantear aquí una idea simple, sobre lo que podríamos llamar la
geometría del poder de todo esto; la geometría del poder de la compresión espacio-
temporal. Porque los diferentes grupos sociales y los diferentes individuos están
situados de maneras muy distintas en esos flujos e interconexiones. Esto tiene que ver
no sólo con quien se mueve y quien no, aunque eso ya es un elemento importante del
asunto; tiene que ver también con el poder en relación a los flujos y al movimiento.
Diferentes grupos sociales tienen distintas relaciones con esa movilidad siempre
diferenciada: algunas personas tienen más capacidad de movimiento que otras; algunas
2
Dea Birkett. New Statesmen & Society, 15 de marzo de 1991, p. 38.
4

generan flujos y movimiento, otras no; algunas están más en el punto de recepción que
otras; algunas están literalmente encarceladas por ella.
De algún modo, al final de todo el espectro se hallan aquellos que están generando
tanto el movimiento como las comunicaciones, y quienes están en cierto sentido en una
posición de control sobre todo ello: los que viajan en jets privados, envían y reciben
faxes y correos electrónicos, mantienen teleconferencias internacionales, distribuyen las
películas, controlan las noticias, organizan las inversiones y las transacciones
internacionales de dinero. Estos son los grupos que realmente están a cargo de la
compresión espacio-temporal, que pueden utilizarla y ponerla a su servicio, cuyo poder
e influencia definitivamente va en aumento. En sus márgenes más prosaicos, este grupo
probablemente incluye un considerable número de académicos y periodistas: aquellos
que, en otras palabras, escriben sobre todo de ello.
Pero hay otros grupos que también realizan una gran cantidad de movimiento físico
sin estar en absoluto “a cargo” del proceso de la misma manera. Los refugiados de El
Salvador o de Guatemala y los trabajadores migrantes indocumentados de Michoacán
en México, que se amontonan en Tijuana y se lanzan quizá fatalmente hacia la frontera
de Estados Unidos agarrándose a la posibilidad de una nueva vida. Aquí la experiencia
del movimiento, y de una pluralidad de culturas realmente confusa, es muy diferente. Y
están los de India, Pakistán, Bangla Desh, el Caribe, que dan la vuelta a medio mundo
para quedar retenidos en una sala de interrogatorios de Heathrow.
O (de nuevo un caso diferente) aquellos que simplemente se hallan en el extremo
receptor de la compresión espacio-temporal. El pensionista en una habitación de
cualquier centro urbano en este país, comiendo fish and chips al estilo de la clase obrera
británica de un establecimiento chino de comidas para llevar, mirando una película
norteamericana en una televisión japonesa; y sin atreverse a salir después de oscurecer.
Aunque, de todos modos, han suprimido el transporte público.
O (un último ejemplo para ilustrar otro tipo de complejidad) hay personas que viven
en las favelas de Río de Janeiro, que conocen el fútbol global como la palma de su
mano y que han producido algunos de sus mejores jugadores; que han contribuido
masivamente a la música global, que nos han dado la samba y han producido la lambada
que todo el mundo bailaba el año pasado en los clubs de París y de Londres; y que
nunca, o casi nunca, han estado en el centro urbano de Río. Por un lado, han contribuido
tremendamente a lo que llamamos compresión espacio-temporal; y por otro, han
quedado encerrados en ella.
Se trata, en otras palabras, de una diferenciación social altamente compleja. Hay
diferencias en el grado de movimiento y de comunicación, pero también en el grado de
control y de habituación. Los modos en los que las personas quedan situadas en la
compresión espacio-temporal son muy complicados y extremadamente variados.
Pero a su vez ello conlleva inmediatamente a cuestiones políticas. Si la compresión
espacio-temporal puede pensarse de manera más diferenciada, con mayor contenido
social y crítico, entonces puede haber la posibilidad de desarrollar una política de
movilidad y acceso. Porque realmente parece que la movilidad y el control sobre la
movilidad reflejan y refuerzan el poder. No se trata de una mera cuestión de distribución
desigual y de que algunas personas se muevan más que otras. Se trata de que la
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movilidad y el control de algunos grupos pueden debilitar activamente la de otra gente.


La compresión espacio-temporal de unos grupos socava el poder de otros.
Esto es algo que está bien establecido y reseñado a menudo en la relación entre
capital y trabajo. La capacidad del capital de moverse por el mundo queda todavía más
reforzada ante la relativa inmovilidad de los trabajadores, lo que le permite enfrentar la
planta de Genk contra la planta de Dagenham. También refuerza su posición frente a las
economías locales que luchan a nivel mundial compitiendo por recibir alguna inversión.
El 747 que traslada a científicos informáticos a través del Pacífico es parte de la
explicación del mayor aislamiento actual de la isla de Pitcairn. Del mismo modo, cada
vez que alguien utiliza el coche, y por tanto aumenta su movilidad personal, se reduce
tanto la justificación social como la viabilidad financiera del sistema de transporte
público y, por tanto, también se reduce potencialmente la movilidad de aquellos que
dependen de este sistema. Cada vez que conducimos hasta el centro comercial
suburbano, estamos contribuyendo al aumento de precios, incluso adelantando la
desaparición, de la tienda de la esquina. Y la “compresión espacio-temporal” que está
involucrada en la producción y en la reproducción de la vida cotidiana en nuestras
acomodadas sociedades del Primer Mundo (no sólo en cuanto a desplazamientos sino en
relación con los recursos de los que hace uso para abastecer dicha cotidianeidad,
procedentes de todos los rincones del mundo) puede conllevar consecuencias
ambientales o imponer constreñimientos, que limiten las vidas de otros antes que las
nuestras propias. Debemos preguntarnos, en otras palabras, si nuestra relativa movilidad
y nuestro poder sobre la movilidad y la comunicación, endurece la prisión espacial de
otros grupos.
Pero este modo de pensar acerca de la compresión espacio-temporal nos lleva
también a la cuestión del lugar y del sentido del lugar. ¿Cómo pensar sobre los
“lugares” en el contexto de todos estos cambios espacio-temporales socialmente tan
variados? En una época en la que se dice que las “comunidades locales” parecen
romperse de modo creciente, cuando vas al extranjero y encuentras las mismas tiendas y
la misma música que en casa, o comes tu plato extranjero favorito en un restaurante
cercano (y cuando todo el mundo tiene una experiencia diferente de todo ello) ¿cómo
podemos, entonces, pensar sobre la “localidad”?
Muchos de los que escriben acerca de la compresión espacio-temporal ponen el
acento en la inseguridad y en el alarmante impacto de sus efectos, en los sentimientos de
vulnerabilidad que puede producir. Algunos van más allá para argumentar que, en
medio de todo este flujo, la gente necesita desesperadamente un poco de paz y
tranquilidad, y que un sentido del lugar fuerte, de localidad, puede ser una especie de
refugio en medio de tanto barullo. De modo que la búsqueda de los significados “reales”
de los lugares, el descubrimiento de patrimonios, etcétera, se interpreta en parte como
respuesta al deseo de fijación y de seguridad de la identidad en medio de todos estos
movimientos y cambios. Un “sentido del lugar”, de enraizamiento, puede proporcionar
(de esta forma y con esta interpretación) estabilidad y una fuente de identidad no
problemática. Sin embargo, vistos de esta manera, el lugar y la espacialidad local son
rechazados por mucha gente progresista al verlos como algo necesariamente
reaccionario. Son interpretados como una evasión; como una huida (de hecho,
inevitable) de la dinámica y del cambio de la “vida real”, que es a lo que nos debemos
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agarrar si es que vamos a transformar las cosas para mejor. En esta perspectiva, el lugar
y la localidad son focos para una forma de romantizado escapismo del funcionamiento
real del mundo. Mientras que el “tiempo” se equipara con movimiento y progreso, el
“espacio/lugar” se equipara con lo estático y la reacción.
Pero este argumento contiene algunas deficiencias. Está la cuestión de por qué se
asume que la compresión espacio-temporal producirá inseguridad. Hay que afrontar
(más que simplemente rechazar) el hecho de que las personas necesitan de algún tipo de
apego por el lugar o por cualquier otra cosa. Aunque, ciertamente, se da el caso de que
en la actualidad hay un auténtico recrudecimiento de algunos sentidos del lugar muy
problemáticos, sean nacionalismos reaccionarios, localismos competitivos o obsesiones
retrógradas con el “patrimonio”. Necesitamos pensar, por tanto, a través de lo que puede
ser un sentido del lugar adecuadamente progresista, que pueda encajar con el momento
actual global-local y con los sentimientos y relaciones a los que da pie y que serían
útiles en tanto que son, después de todo, luchas políticas a menudo inevitablemente
basadas en el lugar. La pregunta es cómo mantener una noción de diferencia geográfica,
de unicidad, incluso de enraizamiento (si así lo quiere la gente), sin ser reaccionario.
Hay diversas maneras en las que la noción “reaccionaria” de lugar descrita más
arriba es problemática. Una es la idea de que los lugares tienen identidades únicas,
esenciales. Otra, que la identidad del lugar –el sentido del lugar– está construida a partir
de una historia introvertida y encerrada en sí misma, basada en la búsqueda en un
pasado acotado para hacer remontar el orígen del propio apellido hasta el Libro de
Domesday.* Así, Wright narra la construcción y apropiación de Stoke Newington y su
pasado por parte de la recién llegada clase media (el Libro de Domesday registra el
lugar como “Newtowne”... “Hay tierra para dos arados y medio… Hay cuatro villanes y
treinta y siete campesinos con diez acres”). Y contrasta esta versión con la de otros
grupos: la clase obrera blanca y el gran número de importantes comunidades
minoritarias.3 Un problema particular con el concepto de lugar es que parece requerir el
trazado de fronteras. Los geógrafos se han dedicado durante largo tiempo al problema
de definir regiones y esta cuestión de la “definición” casi siempre se ha reducido al
interés por trazar fronteras alrededor de un lugar. Recuerdo algunos de los momentos
más penosos que pasé como geógrafa luchando de mala gana pensando cómo se podía
dibujar una frontera alrededor de algo como los “East Midlands”.** Pero este tipo de
límites alrededor de un área separa precisamente un interior de un exterior. También
puede ser otra manera fácil de construir una contraposición entre “nosotros” y “ellos”.
Y, sin embargo, considerando prácticamente cualquier lugar real, y con seguridad
uno que no esté definido fundamentalmente por fronteras políticas, esas supuestas
características tienen poco crédito.
Hagamos un paseo, por ejemplo, por Kilburn High Road, mi zona comercial
habitual. Es un lugar bastante ordinario, en el noroeste de Londres. Bajo el puente del

*
N.T.: Principal registro censal de Inglaterra, completado en 1086 bajo las órdenes del rey Guillermo
I.
3
Patrick Wright (1985). On Living in an Old Country. Londres: Verso; pp. 227, 231.
**
N.T.: East Midlands (o Midlands Orientales) es una de las nueve regiones administrativas de
Inglaterra.
7

ferrocarril, el quiosco vende periódicos de cualquier condado de lo que muchos de mis


vecinos, muchos de los cuales proceden de allí, todavía llaman el Estado Libre Irlandés.
Los buzones que hay más abajo en High Road y una gran parte del espacio vacío en una
pared, están adornados con las letras IRA. Otros espacios disponibles están recubiertos
esta semana con carteles de un mitin especial en recuerdo de los Diez Años de la Huelga
de Hambre.*** En el teatro local, Eamon Morrissey tiene en cartel un monólogo; en el
National Club están los Wolfe Tones y en el Black Lion suena “Finegan’s Wake”.**** En
dos tiendas he visto los ganadores de los boletos de lotería de esta semana: en uno el
nombre es Teresa Gleeson y, en el otro, Chouman Hassan.
Si desde el quiosco cruzamos diagonalmente la calle a través del tráfico casi siempre
parado, hay una tienda que hasta donde puedo recordar siempre ha tenido saris en el
escaparate. Cuatro maniquís de mujeres indias de tamaño natural y montones de ropa.
En la puerta un cartel anuncia el próximo concierto en el estadio de Wembley: Anand
Miland presenta a Rekha en directo, con Aamir Khan, Salman Khan, Jahi Chawla y
Raveena Tandon.***** En otro anuncio para fin de mes, pone “Todos los hindúes están
cordialmente invitados”. En otro quiosco, charlo con el quiosquero, un musulmán
profundamente deprimido por los sucesos en el Golfo, silenciosamente irritado por tener
que vender The Sun. Por encima de nuestras cabezas pasa casi siempre por lo menos un
avión: parece que estamos en una ruta de vuelo a Heathrow y cuando pasan sobre
Kilburn se ven con suficiente claridad para adivinar la compañía aérea y preguntarte,
mientras te peleas con tu compra, de dónde deben venir. Abajo, el tráfico está atascado
(¡otro efecto curioso de la compresión espacio-temporal!) principalmente porque ésta es
una de las principales entradas y salidas de Londres, la calle hasta Staples Corner****** y
el inicio de la M1 hacia el Norte.
Esto es solamente un inicio de esbozo a partir de impresiones inmediatas pero podría
hacerse el análisis correspondiente de las relaciones entre Kilburn y el mundo. Y lo
mismo para casi cualquier otro lugar.
Kilburn es un lugar por el cual tengo un gran afecto; he vivido aquí durante mucho
tiempo. Tiene, desde luego, “una gran personalidad”. Pero es posible sentir todo esto sin
suscribir ningún sentido del lugar estático y defensivo (y, en este sentido, reaccionario)
a los que me he referido más arriba. Primero, aunque Kilburn pueda tener un carácter
distintivo propio, no tiene para nada una identidad exclusiva u homogénea, un único
sentido del lugar que todo el mundo comparta. Difícilmente podría ser menos. Las rutas
de la gente por el lugar, sus sitios favoritos, las conexiones que mantienen (físicamente,
por teléfono, por correo, o en la memoria y la imaginación) con el resto del mundo
varían enormemente. Si hoy se admite que la gente tiene múltiples identidades, lo

***
N.T.: Huelga de hambre llevada a cabo en 1981 por miembros del IRA encarcelados, de los que
fallecieron diez incluyendo a Bobby Sands, que llegó a ser elegido parlamentario durante la huelga.
****
N.T.: Eamon Morrisey es un actor irlandés conocido por sus monólogos. Los Wolfe Tones son un
grupo de música tradicional irlandesa, que toman el nombre de Theobald Wolfe Tonem, líder de la
rebelión irlandesa de 1798 (juego de palabras con “wolfe tone” que es un falso sonido). “Finegan’s
Wake” es un tema clásico de The Dubliners.
*****
N.T.: Se trata de un espectáculo al estilo Bollywood.
******
N.T.: Uno de los principales nudos viarios de Londres.
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mismo puede decirse a propósito de los lugares. Aún más, estas identidades múltiples
tanto pueden ser una fuente de riqueza como de conflicto, o ambas a la vez.
Uno de los problemas ha sido la persistente identificación entre lugar y “comunidad”.
Y es que se trata de una identificación equivocada. Por un lado, las comunidades pueden
existir sin estar en el mismo lugar: desde redes de amigos con intereses comunes a las
principales comunidades religiosas, étnicas o políticas. Por otro lado, los casos de
lugares habitados por “comunidades” únicas en el sentido de grupos sociales coherentes
son probablemente (y diría que desde hace bastante tiempo) muy raros. Además, incluso
cuando existen, ello no implica de ningún modo un sentido único del lugar. Porque las
personas siempre ocupan diferentes posiciones dentro de la comunidad. Podemos
contraponer la caótica mezcla de Kilburn con la comunidad relativamente estable y
homogénea (al menos en el imaginario popular) de un pequeño pueblo minero.
¿Homogéneo? Las “comunidades“ también tienen estructuras internas. Para tomar el
caso más obvio, estoy segura que el sentido del lugar de una mujer en un pueblo minero
(los espacios en los que normalmente se mueve, los lugares de encuentro, las
conexiones con el exterior) son diferentes a los de un hombre. Sus “sentidos del lugar”
serán diferentes.
Todavía más: no sólo se trata, pues, de que “Kilburn” tenga muchas identidades (o
que su identidad global sea una compleja mezcla de ellas); es que, visto de esta manera,
no está en absoluto introvertido. Es (o debería ser) imposible ni siquiera pensar en
Kilburn High Road sin poner en juego la mitad del mundo y una parte considerable de
la historia imperialista británica (y, ciertamente, eso vale también para los pueblos
mineros). Imaginarlo de esta manera provoca (al menos a mí) un sentido realmente
global del lugar.
Y, finalmente, en contraste con este manera de contemplar los lugares con esta
mirada defensiva reaccionaria, yo seguro que no empezaría, ni siquiera querría hacerlo,
a definir “Kilburn” trazando unos límites que lo encerrasen.
Así que, llegados a este punto, volvamos a nuestra mirada mental desde el satélite.
Salgamos de nuevo y miremos el globo. Esta vez, sin embargo, imaginemos no sólo el
movimiento físico, ni siquiera las a menudo invisibles comunicaciones, sino también y
especialmente todas las relaciones sociales, todos los vínculos entre las personas.
Llenémoslo de todas aquellas experiencias de la compresión espacio-temporal. Lo que
sucede es que la geografía de las relaciones sociales está cambiando. En muchos casos,
estas relaciones se han ampliado de manera efectiva a través del espacio. Las relaciones
sociales, culturales, políticas y económicas, cada una llena de poder y con estructuras
internas de dominación y subordinación, se expanden por el planeta a muy diferentes
niveles, desde el hogar a la esfera local y a la internacional.
Es desde esta perspectiva que es posible vislumbrar una interpretación del lugar
alternativa. Bajo esta interpretación, lo que confiere a un lugar su especificidad no es
ninguna larga historia internalizada sino el hecho que se ha construido a partir de una
constelación determinada de relaciones sociales, encontrándose y entretejiéndose en un
sitio particular. Si nos desplazamos desde el satélite hacia el globo, manteniendo en la
cabeza todas estas redes de relaciones sociales, movimientos y comunicaciones,
entonces cada “lugar” puede verse como un punto particular y único de su intersección.
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Es, verdaderamente, un punto de encuentro. Entonces, en vez de pensar los lugares


como áreas contenidas dentro de unos límites, podemos imaginarlos como momentos
articulados en redes de relaciones e interpretaciones sociales en los que una gran
proporción de estas relaciones, experiencias e interpretaciones están construidas a una
escala mucho mayor que la que define en aquel momento el sitio mismo, sea una calle,
una región o incluso un continente. Y a su vez esto permite un sentido del lugar
extrovertido, que incluye una conciencia de sus vínculos con todo el mundo y que
integra de una manera positiva lo global y lo local.
No se trata de establecer conexiones rituales con el “sistema más amplio” (la gente
que en la reunión local saca a colación el capitalismo internacional cada vez que quieres
hablar sobre la recogida de basuras) sino de las relaciones reales con contenido real
(económico, político, cultural) entre un lugar local y el resto del mundo en el que está.
En geografía económica, hace tiempo que se acepta que no se puede entender la “ciudad
central”, por ejemplo en cuanto a pérdida de empleos o al declive del empleo industrial,
mirando sólo a la ciudad central. Cualquier explicación adecuada tiene que poner la
ciudad central en un contexto geográfico más amplio. Quizá sea apropiado pensar cómo
este tipo de aproximación puede extenderse a la noción de sentido del lugar.
Estos argumentos, pues, ilustran diversas maneras en las que se puede desarrollar un
concepto progresista de lugar. Primero, no es en absoluto estático. Si los lugares pueden
conceptualizarse en términos de las interacciones sociales a las que están unidas,
entonces también puede decirse que estas interacciones no son cosas inmóviles,
congeladas en el tiempo. Son procesos. Una de los mejores frases en las discusiones
marxistas ha sido durante mucho tiempo “Ah, pero el capital no es una cosa, es un
proceso”. Tal vez deba decirse eso mismo a propósito de los lugares; que los lugares
también son procesos.
Segundo: los lugares no tienen fronteras en el sentido de divisiones que enmarcan
simples espacios cerrados. Las “fronteras” pueden ser sin duda necesarias, por ejemplo
para los objetivos de ciertos tipos de estudio, pero no son necesarias para la
conceptualización del lugar en sí mismo. En este sentido, la definición no tiene que
realizarse a través de una simple contraposición con el exterior; puede proceder, en
parte, precisamente de las particularidades de los vínculos con ese “exterior”, que pasa a
ser, por tanto, una parte más de lo que constituye un lugar. Esto permite escapar de la
común asociación entre penetrabilidad y vulnerabilidad. Porque es este tipo de
asociación lo que hace que la invasión por parte de los recién llegados sea tan
amenazadora.
Tercero: los lugares no tienen en absoluto “identidades” únicas y específicas; están
llenos de conflictos internos. Pensemos, por ejemplo, en los Docklands de Londres, un
lugar que está ahora mismo definido con bastante claridad por el conflicto: un conflicto
sobre lo que ha sido su pasado (la naturaleza de su “patrimonio”), sobre lo que debería
ser su urbanización actual, sobre lo que debería ser su futuro.
Cuarto: finalmente, nada de esto niega el lugar ni la importancia de la unicidad del
lugar. La especificidad de un lugar continuamente se reproduce pero no es una unicidad
que resulte de ninguna larga historia internalizada. Hay una diversidad de fuentes de
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esta especificidad-unicidad del lugar.4 Las relaciones sociales extensas a partir de las
cuales se configuran los lugares, están diferenciadas geográficamente. La globalización
(en la economía, en la cultura o en lo que sea) no conlleva sólo homogeneización. Por el
contrario, la globalización de las relaciones sociales es otra fuente de (reproducción de)
desarrollo geográfico desigual, y por tanto de unicidad del lugar. Hay una especificidad
del lugar que deriva del hecho de que cada lugar es el foco de una mezcla distinta de
relaciones sociales más amplias y más locales. Y esta misma mezcla aglutinada en un
mismo lugar puede producir efectos que no tendrían lugar de otro modo. Y, finalmente,
todas estas relaciones interactúan con y toman nuevos elementos de especificidad de la
historia acumulada que todo lugar tiene, siendo dicha historia imaginada el producto de
una capa sobre otra de diferentes conjuntos de vínculos, tanto locales como con el
mundo más amplio.
En su retrato de Córcega, Granite Island, Dorothy Carrington viaja por la isla
buscando las raíces de su carácter.5 Explora todas las diferentes capas de gentes y
culturas: la larga y tumultuosa relación con Francia, con Génova y Aragón en los siglos
XIII, XIV y XV, hacia atrás a través de la muy temprana incorporación al Imperio
Bizantino, y la dominación por los vándalos, y antes de eso, parte del Imperio Romano,
y antes la colonización y asentamiento de los cartagineses y los griegos… hasta que
encontramos… que incluso los constructores de megalitos llegaron a Córcega desde
algún otro lugar.
Se trata de un sentido del lugar, una comprensión de “su carácter”, que sólo puede
construirse vinculando un lugar determinado a los lugares que están más allá. Un
sentido del lugar progresista reconocería esto, sin sentirse amenazado por él. Lo que
necesitamos, me parece a mí, es un sentido global de lo local, un sentido global del
lugar.

4
Doreen Massey (1984). Spatial Divisions of Labour. Social Structures and the Geography of
Production. Basingstoke: Macmillan.
5
Dorothy Carrington (1984). Granite Island. A Portrait of Corsica. Hardmondsworth: Penguin.

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