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Se dice a menudo que vivimos una época en la que todo se acelera y se expande. El
capital está experimentando una nueva fase de internacionalización, especialmente en
sus aspectos financieros. Hay más gente que viaja con mayor frecuencia y a mayor
distancia. Su ropa probablemente se ha fabricado en muy diversos países, desde
América Latina hasta el Sudeste Asiático. Su cena se compone de alimentos traídos de
todo el mundo. Y si usted tiene una ordenador en su oficina, en lugar de abrir una carta
que ha tardado varios días viajando a través del país (a cargo del correo de Su Majestad)
ahora estará siendo interrumpido por un correo electrónico.
Esta visión de la época actual hoy en día se encuentra fácilmente en una gran
diversidad de libros y revistas. Mucho de lo que se ha escrito sobre el espacio, el lugar y
los tiempos postmodernos pone el acento en una nueva fase de lo que Marx llamó en
una ocasión “la aniquilación del espacio por el tiempo”. Se argumenta o, aún más, se
afirma que el proceso ha tomado un nuevo impulso, que ha alcanzado una nueva fase.
Se trata de un fenómeno que ha sido denominado “compresión espacio-temporal”. Y la
aceptación generalizada de que algo así está pasando está marcada por un uso casi
obligatorio en los textos de términos o frases como aceleración, ciudad global,
superación de barreras espaciales, alteración de horizontes, etcétera.
Como resultado, tenemos una creciente incertidumbre sobre lo que entendemos por
“lugares” y sobre cómo nos relacionamos con ellos. ¿Cómo retener, frente a todo este
movimiento y mezcla, algún sentido local del lugar y de su peculiaridad? A la
fragmentación y el desorden actual se contrapone una noción (idealizada) de una época
en la que los lugares eran (supuestamente) habitados por comunidades cohesionadas y
homogéneas. La contraposición es, desde luego, discutible; sólo excepcionalmente
“lugar” y “comunidad” han tenido fronteras coincidentes. Pero la ocasional búsqueda de
esta coherencia es, sin embargo, un signo de la fragmentación geográfica, de la
alteración espacial, de nuestro tiempo. También de modo ocasional, ha sido parte de lo
que ha dado lugar a respuestas defensivas y reaccionarias: ciertas formas de
nacionalismo, la recuperación sentimentalizada de “patrimonios” asépticos, y un
antagonismo pronunciado con los recién llegados y los “outsiders”. Uno de los efectos
de estas respuestas ha sido que el lugar mismo, la búsqueda de un sentido del lugar, ha
llegado a ser visto por algunos como algo necesariamente reaccionario.
Pero ¿tiene que ser necesariamente así? ¿No podemos repensar nuestro sentido del
lugar? ¿No es posible que un sentido del lugar sea progresista, que no esté encerrado en
sí mismo y a la defensiva, sino abierto al exterior? ¿Un sentido del lugar adecuado a
esta época de compresión espacio-temporal? Para empezar, hay algunas preguntas que
formularse a propósito de la misma compresión espacio-temporal. ¿Quién la
*
Traducido por Abel Albet y Núria Benach del original inglés “A Global Sense of Place”, Marxism
Today, junio 1991; pp. 24-29 y reproducido en Abel Albet & Núria Benach (2012). Doreen Massey. Un
sentido global del lugar. Barcelona: Icaria; pp. 112-129.
2
1
Dea Birkett. New Statesmen & Society, 13 de junio de 1990, pp. 41-42.
3
Aún más, desde luego, este último ejemplo mostraba que la “compresión espacio-
temporal” no se ha producido para todo el mundo en todas las esferas de actividad.
Citando de nuevo a Birkett, esta vez a propósito del Océano Pacífico:
“Los jumbos han permitido que los asesores informáticos coreanos vuelen a Silicon
Valley como si se asomaran a la puerta de al lado y que los empresarios
singapurenses se planten en Seattle en un día. Los bordes del mayor de los océanos
del mundo se han unido como nunca. Y ha sido Boeing la que ha juntado a esa gente.
Pero ¿qué pasa con aquellos a los que sobrevuelan, en sus islas, ocho mil metros más
abajo? ¿Y de qué modo ese impresionante 747 ha creado una mayor unión para
aquellos cuyas costas están bañadas por la misma agua? De ninguno, naturalmente.
Los viajes aéreos pueden permitir que los hombres de negocios crucen el océano
pero el subsiguiente declive de la navegación ha aumentado el aislamiento de
muchas comunidades isleñas… Pitcairn, como muchas otras islas del Pacífico, nunca
se ha sentido tan lejana de sus vecinos.” 2
generan flujos y movimiento, otras no; algunas están más en el punto de recepción que
otras; algunas están literalmente encarceladas por ella.
De algún modo, al final de todo el espectro se hallan aquellos que están generando
tanto el movimiento como las comunicaciones, y quienes están en cierto sentido en una
posición de control sobre todo ello: los que viajan en jets privados, envían y reciben
faxes y correos electrónicos, mantienen teleconferencias internacionales, distribuyen las
películas, controlan las noticias, organizan las inversiones y las transacciones
internacionales de dinero. Estos son los grupos que realmente están a cargo de la
compresión espacio-temporal, que pueden utilizarla y ponerla a su servicio, cuyo poder
e influencia definitivamente va en aumento. En sus márgenes más prosaicos, este grupo
probablemente incluye un considerable número de académicos y periodistas: aquellos
que, en otras palabras, escriben sobre todo de ello.
Pero hay otros grupos que también realizan una gran cantidad de movimiento físico
sin estar en absoluto “a cargo” del proceso de la misma manera. Los refugiados de El
Salvador o de Guatemala y los trabajadores migrantes indocumentados de Michoacán
en México, que se amontonan en Tijuana y se lanzan quizá fatalmente hacia la frontera
de Estados Unidos agarrándose a la posibilidad de una nueva vida. Aquí la experiencia
del movimiento, y de una pluralidad de culturas realmente confusa, es muy diferente. Y
están los de India, Pakistán, Bangla Desh, el Caribe, que dan la vuelta a medio mundo
para quedar retenidos en una sala de interrogatorios de Heathrow.
O (de nuevo un caso diferente) aquellos que simplemente se hallan en el extremo
receptor de la compresión espacio-temporal. El pensionista en una habitación de
cualquier centro urbano en este país, comiendo fish and chips al estilo de la clase obrera
británica de un establecimiento chino de comidas para llevar, mirando una película
norteamericana en una televisión japonesa; y sin atreverse a salir después de oscurecer.
Aunque, de todos modos, han suprimido el transporte público.
O (un último ejemplo para ilustrar otro tipo de complejidad) hay personas que viven
en las favelas de Río de Janeiro, que conocen el fútbol global como la palma de su
mano y que han producido algunos de sus mejores jugadores; que han contribuido
masivamente a la música global, que nos han dado la samba y han producido la lambada
que todo el mundo bailaba el año pasado en los clubs de París y de Londres; y que
nunca, o casi nunca, han estado en el centro urbano de Río. Por un lado, han contribuido
tremendamente a lo que llamamos compresión espacio-temporal; y por otro, han
quedado encerrados en ella.
Se trata, en otras palabras, de una diferenciación social altamente compleja. Hay
diferencias en el grado de movimiento y de comunicación, pero también en el grado de
control y de habituación. Los modos en los que las personas quedan situadas en la
compresión espacio-temporal son muy complicados y extremadamente variados.
Pero a su vez ello conlleva inmediatamente a cuestiones políticas. Si la compresión
espacio-temporal puede pensarse de manera más diferenciada, con mayor contenido
social y crítico, entonces puede haber la posibilidad de desarrollar una política de
movilidad y acceso. Porque realmente parece que la movilidad y el control sobre la
movilidad reflejan y refuerzan el poder. No se trata de una mera cuestión de distribución
desigual y de que algunas personas se muevan más que otras. Se trata de que la
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agarrar si es que vamos a transformar las cosas para mejor. En esta perspectiva, el lugar
y la localidad son focos para una forma de romantizado escapismo del funcionamiento
real del mundo. Mientras que el “tiempo” se equipara con movimiento y progreso, el
“espacio/lugar” se equipara con lo estático y la reacción.
Pero este argumento contiene algunas deficiencias. Está la cuestión de por qué se
asume que la compresión espacio-temporal producirá inseguridad. Hay que afrontar
(más que simplemente rechazar) el hecho de que las personas necesitan de algún tipo de
apego por el lugar o por cualquier otra cosa. Aunque, ciertamente, se da el caso de que
en la actualidad hay un auténtico recrudecimiento de algunos sentidos del lugar muy
problemáticos, sean nacionalismos reaccionarios, localismos competitivos o obsesiones
retrógradas con el “patrimonio”. Necesitamos pensar, por tanto, a través de lo que puede
ser un sentido del lugar adecuadamente progresista, que pueda encajar con el momento
actual global-local y con los sentimientos y relaciones a los que da pie y que serían
útiles en tanto que son, después de todo, luchas políticas a menudo inevitablemente
basadas en el lugar. La pregunta es cómo mantener una noción de diferencia geográfica,
de unicidad, incluso de enraizamiento (si así lo quiere la gente), sin ser reaccionario.
Hay diversas maneras en las que la noción “reaccionaria” de lugar descrita más
arriba es problemática. Una es la idea de que los lugares tienen identidades únicas,
esenciales. Otra, que la identidad del lugar –el sentido del lugar– está construida a partir
de una historia introvertida y encerrada en sí misma, basada en la búsqueda en un
pasado acotado para hacer remontar el orígen del propio apellido hasta el Libro de
Domesday.* Así, Wright narra la construcción y apropiación de Stoke Newington y su
pasado por parte de la recién llegada clase media (el Libro de Domesday registra el
lugar como “Newtowne”... “Hay tierra para dos arados y medio… Hay cuatro villanes y
treinta y siete campesinos con diez acres”). Y contrasta esta versión con la de otros
grupos: la clase obrera blanca y el gran número de importantes comunidades
minoritarias.3 Un problema particular con el concepto de lugar es que parece requerir el
trazado de fronteras. Los geógrafos se han dedicado durante largo tiempo al problema
de definir regiones y esta cuestión de la “definición” casi siempre se ha reducido al
interés por trazar fronteras alrededor de un lugar. Recuerdo algunos de los momentos
más penosos que pasé como geógrafa luchando de mala gana pensando cómo se podía
dibujar una frontera alrededor de algo como los “East Midlands”.** Pero este tipo de
límites alrededor de un área separa precisamente un interior de un exterior. También
puede ser otra manera fácil de construir una contraposición entre “nosotros” y “ellos”.
Y, sin embargo, considerando prácticamente cualquier lugar real, y con seguridad
uno que no esté definido fundamentalmente por fronteras políticas, esas supuestas
características tienen poco crédito.
Hagamos un paseo, por ejemplo, por Kilburn High Road, mi zona comercial
habitual. Es un lugar bastante ordinario, en el noroeste de Londres. Bajo el puente del
*
N.T.: Principal registro censal de Inglaterra, completado en 1086 bajo las órdenes del rey Guillermo
I.
3
Patrick Wright (1985). On Living in an Old Country. Londres: Verso; pp. 227, 231.
**
N.T.: East Midlands (o Midlands Orientales) es una de las nueve regiones administrativas de
Inglaterra.
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***
N.T.: Huelga de hambre llevada a cabo en 1981 por miembros del IRA encarcelados, de los que
fallecieron diez incluyendo a Bobby Sands, que llegó a ser elegido parlamentario durante la huelga.
****
N.T.: Eamon Morrisey es un actor irlandés conocido por sus monólogos. Los Wolfe Tones son un
grupo de música tradicional irlandesa, que toman el nombre de Theobald Wolfe Tonem, líder de la
rebelión irlandesa de 1798 (juego de palabras con “wolfe tone” que es un falso sonido). “Finegan’s
Wake” es un tema clásico de The Dubliners.
*****
N.T.: Se trata de un espectáculo al estilo Bollywood.
******
N.T.: Uno de los principales nudos viarios de Londres.
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mismo puede decirse a propósito de los lugares. Aún más, estas identidades múltiples
tanto pueden ser una fuente de riqueza como de conflicto, o ambas a la vez.
Uno de los problemas ha sido la persistente identificación entre lugar y “comunidad”.
Y es que se trata de una identificación equivocada. Por un lado, las comunidades pueden
existir sin estar en el mismo lugar: desde redes de amigos con intereses comunes a las
principales comunidades religiosas, étnicas o políticas. Por otro lado, los casos de
lugares habitados por “comunidades” únicas en el sentido de grupos sociales coherentes
son probablemente (y diría que desde hace bastante tiempo) muy raros. Además, incluso
cuando existen, ello no implica de ningún modo un sentido único del lugar. Porque las
personas siempre ocupan diferentes posiciones dentro de la comunidad. Podemos
contraponer la caótica mezcla de Kilburn con la comunidad relativamente estable y
homogénea (al menos en el imaginario popular) de un pequeño pueblo minero.
¿Homogéneo? Las “comunidades“ también tienen estructuras internas. Para tomar el
caso más obvio, estoy segura que el sentido del lugar de una mujer en un pueblo minero
(los espacios en los que normalmente se mueve, los lugares de encuentro, las
conexiones con el exterior) son diferentes a los de un hombre. Sus “sentidos del lugar”
serán diferentes.
Todavía más: no sólo se trata, pues, de que “Kilburn” tenga muchas identidades (o
que su identidad global sea una compleja mezcla de ellas); es que, visto de esta manera,
no está en absoluto introvertido. Es (o debería ser) imposible ni siquiera pensar en
Kilburn High Road sin poner en juego la mitad del mundo y una parte considerable de
la historia imperialista británica (y, ciertamente, eso vale también para los pueblos
mineros). Imaginarlo de esta manera provoca (al menos a mí) un sentido realmente
global del lugar.
Y, finalmente, en contraste con este manera de contemplar los lugares con esta
mirada defensiva reaccionaria, yo seguro que no empezaría, ni siquiera querría hacerlo,
a definir “Kilburn” trazando unos límites que lo encerrasen.
Así que, llegados a este punto, volvamos a nuestra mirada mental desde el satélite.
Salgamos de nuevo y miremos el globo. Esta vez, sin embargo, imaginemos no sólo el
movimiento físico, ni siquiera las a menudo invisibles comunicaciones, sino también y
especialmente todas las relaciones sociales, todos los vínculos entre las personas.
Llenémoslo de todas aquellas experiencias de la compresión espacio-temporal. Lo que
sucede es que la geografía de las relaciones sociales está cambiando. En muchos casos,
estas relaciones se han ampliado de manera efectiva a través del espacio. Las relaciones
sociales, culturales, políticas y económicas, cada una llena de poder y con estructuras
internas de dominación y subordinación, se expanden por el planeta a muy diferentes
niveles, desde el hogar a la esfera local y a la internacional.
Es desde esta perspectiva que es posible vislumbrar una interpretación del lugar
alternativa. Bajo esta interpretación, lo que confiere a un lugar su especificidad no es
ninguna larga historia internalizada sino el hecho que se ha construido a partir de una
constelación determinada de relaciones sociales, encontrándose y entretejiéndose en un
sitio particular. Si nos desplazamos desde el satélite hacia el globo, manteniendo en la
cabeza todas estas redes de relaciones sociales, movimientos y comunicaciones,
entonces cada “lugar” puede verse como un punto particular y único de su intersección.
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esta especificidad-unicidad del lugar.4 Las relaciones sociales extensas a partir de las
cuales se configuran los lugares, están diferenciadas geográficamente. La globalización
(en la economía, en la cultura o en lo que sea) no conlleva sólo homogeneización. Por el
contrario, la globalización de las relaciones sociales es otra fuente de (reproducción de)
desarrollo geográfico desigual, y por tanto de unicidad del lugar. Hay una especificidad
del lugar que deriva del hecho de que cada lugar es el foco de una mezcla distinta de
relaciones sociales más amplias y más locales. Y esta misma mezcla aglutinada en un
mismo lugar puede producir efectos que no tendrían lugar de otro modo. Y, finalmente,
todas estas relaciones interactúan con y toman nuevos elementos de especificidad de la
historia acumulada que todo lugar tiene, siendo dicha historia imaginada el producto de
una capa sobre otra de diferentes conjuntos de vínculos, tanto locales como con el
mundo más amplio.
En su retrato de Córcega, Granite Island, Dorothy Carrington viaja por la isla
buscando las raíces de su carácter.5 Explora todas las diferentes capas de gentes y
culturas: la larga y tumultuosa relación con Francia, con Génova y Aragón en los siglos
XIII, XIV y XV, hacia atrás a través de la muy temprana incorporación al Imperio
Bizantino, y la dominación por los vándalos, y antes de eso, parte del Imperio Romano,
y antes la colonización y asentamiento de los cartagineses y los griegos… hasta que
encontramos… que incluso los constructores de megalitos llegaron a Córcega desde
algún otro lugar.
Se trata de un sentido del lugar, una comprensión de “su carácter”, que sólo puede
construirse vinculando un lugar determinado a los lugares que están más allá. Un
sentido del lugar progresista reconocería esto, sin sentirse amenazado por él. Lo que
necesitamos, me parece a mí, es un sentido global de lo local, un sentido global del
lugar.
4
Doreen Massey (1984). Spatial Divisions of Labour. Social Structures and the Geography of
Production. Basingstoke: Macmillan.
5
Dorothy Carrington (1984). Granite Island. A Portrait of Corsica. Hardmondsworth: Penguin.