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EL ENEAGRAMA: UN ALIADO EN LAS CRISIS

Marcelo Aguirre

Todos nosotros seguramente hemos pasado por momentos de crisis. A veces esos momentos son
más que momentos, desde días hasta años. Pero lo que caracteriza a una crisis es una profunda
conmoción, un movimiento de las profundidades de nuestro ser y un resquebrajamiento
de aquello que hasta entonces teníamos por
sentado y firme, o al menos duradero.

La crisis conmueve los cimientos, las estructuras,


lo dado, lo construido. La crisis resquebraja,
quiebra un aspecto de nuestra vida: físico,
mental, emocional, espiritual. Cae la confianza,
la seguridad, la estabilidad, la rutina. Sobre todo,
la rutina. Una crisis abre una grieta irreparable en
la prisión que nosotros mismos construimos o
colaboramos a construir, ya con acciones, ya con
omisiones, ya con una atracción energética de
aquello que nos hace sufrir. Una enfermedad, una
separación, una pérdida. Una crisis atemoriza,
conmueve, y en ocasiones traumatiza.

¿Qué hacer en un momento de crisis? Quizá sea


ésta la pregunta más importante en relación a
este punto existencial tan inevitable como
naturalmente humano. Pero podríamos La Torre representa crisis, quiebre,
preguntarnos a continuación: Pero… ¿por qué rotura de lo establecido; pero también
liberación. [Imagen: Arcano XVI,
tenemos que hacer algo? “Porque en la crisis
Golden Tarot, by Kat Black]
sufro, y mucho”, podría decir cualquiera que esté
pasando o haya pasado por ese trance. Pero también, podríamos reconocer que no sirve
lamentarse. Tampoco sirve echar culpas. Negarla sólo acrecienta el sufrimiento y malgasta
la energía que debería estar destinada a encontrar solución y aprendizaje.

En primer lugar, si realmente queremos salir del sufrimiento que conlleva una crisis
primero debemos aceptar la situación. Esto o aquello se quebró. Esto o aquello terminó, lo
perdí, se fue. Y así es, aunque duela.

Lo segundo será procurar entender. Cuando el sufrimiento tiene algún sentido es más llevadero
y es fecundo. El sinsentido, todo lo contrario, hace del sufrimiento algo insoportable y
estéril. Pero para ir en pos del sentido que subyace en una crisis, debemos hacer el esfuerzo de
ir dejando a un lado las emociones negativas, el enojo, la ira, la frustración, la humillación,
la tristeza; debemos respirar hondo, cerrar nuestros ojos y mirar con el ojo de nuestra
mente, mirar, sólo mirar. ¿Qué me quiere enseñar esta crisis? ¿Qué debo aprender de ella? De
algo debemos estar seguros: nada sucede por casualidad en nuestras vidas. Todo tiene un
sentido, incluso y más aún cuando no vemos claro cuál sea. Ahí hay una gran lección qué
aprender. Aunque más no sea la aceptación del límite. Sólo un Ser Infinito, por definición, no
tiene límites. Pero la primera lección que conlleva una crisis es que en el plano humano todo
tiene un límite.

En tercer lugar, aceptado el hecho, aprendida la lección, surgirá naturalmente el


agradecimiento. Sí, el agradecimiento: toda crisis aceptada, una vez asimilada su
enseñanza, deja de tener en nuestra historia vital el rótulo de “maldición divina” y pasa a
convertirse en ocasión de aprendizaje y evolución. Una crisis también es un maestro de
vida. Pero no hay maestro sin discípulo. Dependerá de la cualidad del alumno aprovechar
en más o en menos las enseñanzas de sus maestros.

Ahora bien, ¿cómo puede ayudarnos el Eneagrama a procesar una crisis, es decir, a entender,
a encontrar sentido a lo que aparentemente no lo tiene, a extraer de la crisis una lección de
vida?

Primer paso:

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ACEPTACIÓN DE LOS HECHOS

Es conocido que para Gurdjieff el Eneagrama no era una mera figura geométrica estática,
sino ante todo un dinamismo viviente, capaz de explicar el flujo cambiante de todas las
realidades del mundo. Ésta es una gran enseñanza del Eneagrama: todo cambia, todo fluye.
La héxada surge de relacionar la unidad fundamental representada en el círculo, con la ley
del siete, 1 / 7 = 0, 1428571…; el triángulo central surge de relacionar la unidad
fundamental del círculo con la ley del 3, estableciendo dentro del mismo tres puntos
equidistantes, centros de las tres tríadas: hacer, sentir, pensar. Y esto no es por nada. El
Eneagrama encierra en su constitución geométrica otra gran enseñanza: nada está en el lugar
equivocado, cada punto ocupa el lugar que le corresponde dentro del orden del todo.

Si todo cambia, y los cambios en el mundo suceden según un orden, esto nos permite
pararnos frente a la crisis con una actitud menos rígida, más plástica, más abierta y receptiva.
Todo cambia, y lo hace según un orden, tiene un sentido dentro del Todo. ¡Es bueno recordar
esto en momentos de crisis!

Segundo paso:
BUSCAR DEL SENTIDO Y LA COMPRENSIÓN

No todo lo que nos ocurre es culpa nuestra. Tampoco todo lo malo es culpa de nuestro
prójimo. Tampoco metamos a Dios, haciéndolo culpable último de toda desgracia y
sufrimiento. Entonces, ¿de quién es la culpa? Si empezamos así nuestra búsqueda de sentido,
tengamos por seguro que hemos equivocado el camino. Comprender algo no significa
encontrar al culpable. Todo lo que ocurre tiene un agente, por la razón de que todo efecto
tiene una causa, o mejor, para ser más preciso, un sinnúmero de causas intervinientes. Pero
hallar al agente, o encontrar al culpable, al chivo, al objeto sobre el cual descargar nuestra
ira y frustración, está lejos, muy lejos de ser un auténtico hallazgo del sentido de la crisis.

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Mucha gente no quiere entender, sólo quiere descargar sus emociones negativas, su odio,
resentimiento y dolor. Pero al hacerlo –a veces con la persona u objeto equivocado−
descubrirá que efectivamente su tensión interior ha disminuido, pero su mente no halla
reposo porque no ha descubierto el sentido de su crisis. Entonces, hasta no hallarlo, las
emociones y los pensamientos negativos volverán, volverán y volverán, como moscas alrededor
de la herida.

Cuando hablamos de sentido de algo, de cualquier cosa, podemos imaginarnos una cierta
dirección: un desde dónde y un hacia dónde. Lo mismo vale para una crisis. Su sentido
estará enmarcado por la tensión entre el desde dónde viene y hacia dónde se dirige. El
Eneagrama puede ayudarnos a analizar una crisis en la búsqueda de ambos aspectos: origen y
meta. En cuanto a lo que origina una crisis, las causas pueden ser infinitas. Sin embargo, algo
podemos tener por cierto si tomamos la primera gran enseñanza del Eneagrama: todo fluye.
Cuando el flujo energético se ha bloqueado en algún aspecto o plano de la existencia (físico,
mental, emocional; individual, vincular, institucional; material, motivacional,
espiritual...) tengamos por seguro que tarde o temprano, si no se restablece el flujo
energético, se producirá una crisis, un quiebre. Y el flujo energético puede bloquearse ya
por exceso, ya por defecto, ya por simple desgaste o apagamiento de una energía orientada
según esquemas absurdos o patrones estériles. De suyo los bloqueos energéticos son propios
del plano egoico, es por ello imprescindible no sólo conocerse sino trabajarse a sí mismo,
mejorar, desarticular patrones nocivos, auto-trascendernos, ir más allá de la identificación con
el ego hacia el reconocimiento del Ser que somos.

A continuación señalaré, a la luz del Eneagrama, nueve puntos que pueden ayudarnos a
encontrar los bloqueos energéticos que podrían estar en la base una eventual crisis que nos
tocare atravesar. Independientemente de cuál sea nuestro tipo de personalidad o eneatipo,
cualquiera de ellos o varios –si no todos− pueden estar en la raíz de una crisis determinada.
Conviene prestar atención a todos ellos y discernir con sinceridad.

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Punto 1. Rigidez. La plasticidad es fundamental para que una realidad pueda subsistir. Todo
ser vivo necesita cierta plasticidad básica que le permite adaptarse a tu entorno, caso
contrario le sería muy dificultosa –si no imposible− la supervivencia. La rigidez es la oposición
directa al fluir de la vida misma, en pos de imponer a las cosas un molde que se considera
mejor y más valioso que la realidad misma con sus cualidades naturales. La rigidez no admite
puntos intermedios. Pero la existencia está construida de modo artístico, con variedad de
colores y matices. Las cosas no son sólo de un polo o su opuesto, sino también todos los
intermedios. Aceptar el fluir, la variedad, el cambio y, lo más importante, admitirlos
como elementos tanto o más valiosos que los patrones y moldes mentales que poseemos al
respecto, es vital para que la energía no cese de fluir, ya en el plano físico, ya en el relacional,
ya en el ocupacional, o cualquier otro. Martin Heidegger nos diría al respecto: ¡Solo deja ser
al ser!

Punto 2. Dependencia. Hay distintos modos de depender, a veces la dependencia se


manifiesta paradójicamente como dependencia a la independencia, como dependencia de

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reconocimiento, como dependencia de la dependencia ajena por medio de la seducción o
incluso la ayuda y el afecto. ¿Qué significará para el dependiente independizarse de su
dependencia, sea cual sea ésta? Las cosas, las personas y los seres existían antes de nuestra
llegada al mundo, y seguirán existiendo cuando no estemos aquí, o cuando no estemos del
modo en el que estamos ahora. Todos necesitamos de todos. Pero ninguno es imprescindible.
Aprender a amar auténticamente es aprender a vivir en libertad; y aprender a ser
auténticamente libre es aprender a amar de verdad. San Agustín nos diría: Ama y haz lo que
quieras. Pero yo añadiría: cerciórate que realmente estás amando y no generando
dependencia ni aferrándote a ella.

Punto 3. Apariencia. La belleza era definida en la Edad Media como aquello que agrada a la
vista. La belleza conlleva disfrute y placer en quien es capaz de contemplarla con
desapego. Quien vive para que los demás se deleiten al mirarlo a sí o a sus obras, sin
disfrutar de la belleza misma, es un esclavo en su propia cárcel. Armonía, proporción,
suavidad, orden y eficacia, ¿quién negaría que son importantes en la vida humana? Pero si los
requisitos de presentación pasan a ocupar el primer plano, ¿dónde queda el valor de la realidad
en sí misma? No te esfuerces en construir si no eres capaz de disfrutar y compartir lo que
construiste. ¿Para quién construyes lo que construyes? El Principito nos diría: Recuerda, lo
esencial es invisible a los ojos. Y no olvides que no se disfruta plenamente lo que no se es
capaz de compartir.

Punto 4. Menosprecio. Quien no valora lo de dentro, poco valorará todo lo demás. Un niño
que está enojado, resentido, herido, pero principalmente desconectado de la fuente de
contención y amor, poco apreciará el gran regalo que tiene ante sus ojos: lo dado, el
presente. No todas las heridas se tapan con regalos. No toda ausencia se llena con logros,
objetos, relaciones. Pero, paradójicamente, toda carencia queda atrás cuando se es capaz de
disfrutar el aroma de una flor, maravillarse ante un insecto, un animal, cuando se es capaz
de reír con un niño, abrazar y dejarse abrazar y disfrutar el abrazo mutuo. Es decir, nada
puede llenar un hueco del pasado −¿sobredimensionado?− salvo el conectarse con el presente.
Ahí está la clave. Lo que se busca, lo que se anhela o lamenta, no es tanto lo ausente sino lo
presente, la capacidad de conectarse con el Ser, que es siempre presente. Si se disfruta de lo

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más pequeño del presente, entonces el corazón transmuta la amargura y la crítica en
agradecimiento y gozosa creatividad. Melanie Klein nos diría: Troca la envidia en
agradecimiento constante, y sentirás que renace tu corazón, y con él nuevas y buenas
perspectivas.

Punto 5. Desconexión. Aunque todas las cosas están conectadas, la conexión no es


evidente para los ojos externos sino sólo para el ojo interior. Pero el temor nos hace
aislarnos, el temor a sentir, el temor a entregarnos, el temor a ser usados, el temor a
quedar sin nada, a perderlo todo. Pensémoslo bien, ¿qué podemos perder? ¿Qué es lo que
realmente podemos llegar a perder? Lo cual nos lleva a pensar, ¿qué atesoramos, qué no
queremos perder? ¿No será que, en el fondo, lo que realmente no queremos perder es el temor
al vacío? No queremos soltarlo. Estamos demasiado apegados al temor y al vacío, tan apegados
al temor al vacío, que buscamos llenarnos de cosas y custodiarlas levantando murallas
visibles e invisibles, aparentes frialdad, insensibilidad y autosuficiencia. Lo que nos
desconecta del corazón de los demás es la desconexión con nuestro propio corazón. Lo que
nos impermeabiliza del amor de los demás es el temor a no ser amados, y es que estamos tan
apegados al temor y al vacío que olvidamos algo fundamental: el temor y el vacío no son
nuestra auténtica posesión, y por lo tanto podemos dejarlos ir sin que mengue nuestro
auténtico ser. Lo que somos, eso que llamamos Ser, no tiene mengua. ¿Qué podemos
perder? Madre Teresa nos recordaría: Hay más alegría en dar que en recibir, cuando se da amor
se recibe amor.

Punto 6. Desconfianza. No podemos esperar confiar en nada ni en nadie si no


ahuyentamos de nuestra mente, memoria e imaginación los fantasmas de las desilusiones y
frustraciones del pasado reactualizados en el presente y proyectados hacia el futuro. No se
trata de tirar nuestras perlas a los cerdos, de confiar en quien no se merece nuestra
confianza. Se trata de que no confiamos en nosotros mismos, y desde allí desconfiamos
sistemáticamente de todo y de todos. El objeto de nuestra fe no está afuera ni lejos, sino
dentro, y muy cerca. Nuestra fuerza y seguridad no está fuera, sino dentro. El temor a la
oscuridad no se ahuyenta con encender la luz, sino con amigarse con la oscuridad,
aprendiendo a estar en ella. Al fin y al cabo, con luz o sin ella nuestro ser es el mismo. La

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seguridad no surge de lo que vemos, sino de aceptar y amar lo que somos. Hace falta, quizá,
que un Ángel toque nuestra frente para recordarnos que el calor y la seguridad del hogar están
latentes en nuestro corazón, y no fuera de él. San Juan nos recordaría: El amor destierra al
temor.

Punto 7. Fuga. Andar, recorrer caminos inesperados, volar en avión o con la imaginación, viajar
con el cuerpo o con la mente, experimentar la variedad, la diversidad, dar rienda suelta a
la curiosidad. No ataduras, no compromisos, no cárceles, no malas ondas. Libertad,
espontaneidad, optimismo, variedad y cambio en todas sus formas y expresiones. No
aburrimiento, no rutina, no monotonía. Siempre algo distinto se puede hacer o al menos
imaginar. Siempre algo nuevo podemos planificar. Pero, ¿es necesario tanto movimiento,
agitación y parloteo? ¿Es necesario tragar sin saborear? ¿Es necesario saltar, correr, volar todo
el tiempo de aquí a allá? ¿De qué huimos? ¿De qué estoy huyendo en este preciso
momento? Quizá estoy huyendo de dejar de huir. ¿Qué pasa si dejo de huir? El Ser abarca todo
lo que existe y lo que no, lo que puede llegar a existir y lo que no, el sí y el no: lo que no
existe es eso mismo, lo que no puede llegar a existir es justamente eso, y el “no” es eso que
es, y todo “es lo que es”, positivo o negativo, si y no, presencia y ausencia. Pero la mente
divide las cosas y luego opone una contra otra. Por eso huimos de algunas y perseguimos otras.
Pero no podemos ir más allá del Ser, tampoco podemos huir de él, no podemos sino Ser.
Considerar esto en un momento de silencio y quietud puede ayudarnos a seguir corriendo, si
queremos hacerlo, pero esta vez sin huir de nada, sin huir de todo, sin saber por qué,
simplemente reposando en nuestro centro: lo tenemos todo, y no tenemos nada, pero
vivimos en paz si vivimos con consciencia y sin huir de dejar de huir. Heráclito de Éfeso nos
diría: Encuentra tu Logos (Sentido) y reposarás en el fluir de todas las cosas.

Punto 8. Forzar. Es verdad, para hacer un pastel hay que romper huevos, pero ¿para qué
haremos un pastel si no es para celebrar, disfrutar, compartir? La misma fuerza que puede
usarse para destruir, dominar, forzar, puede usarse para construir, cuidar, proteger. ¿Pero qué
pasa si se construye para dominar; o se cuida para forzar; o se protege para luego destruir?
El fuego ilumina y calienta, pero a la vez quema y consume. La intensidad del fuego es
atractiva para unos, y temida para otros. La fuerza y el poder son fundamentales para todo

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progreso, pero también pueden llevar a la ruina y perdición. Es un gran arte aprender a
utilizar el fuego controlando sus límites. La venganza de nada sirve, salvo para desahogar el
fuego de la pasión. De hecho, en ocasiones hay más fortaleza en resistir que en atacar. La
venganza no es justicia; la justicia es restauración del equilibrio, no desahogo de la pasión, ya
que ello sólo perpetúa el desequilibrio y la desmesura. La justicia no se puede forzar. El
equilibrio no puede ser restaurado por la fuerza: un equilibrio forzado no es equilibrio ni
justicia ni restauración auténtica sino efecto de la dominación de un poder que no se domina
a sí mismo. No es preciso forzar nada. La Ley del Karma nos recuerda: Toda acción tiene su
reacción, el equilibrio se restablece a sí mismo.

Punto 9. Indeterminación. No podemos vivir en las nubes de la indeterminación y la


indolencia toda la vida. En algún momento tenemos que despertar. La inercia del ego es tan
fuerte que la hemos tomado por nuestra auténtica naturaleza, y ello es el principal
obstáculo para nuestro despertar y evolución interior: creer que estamos bien como
estamos, o al menos estamos mejor así que de cualquier otro modo. Más vale malo
conocido que bueno por conocer, decía mi abuela. Y así vivimos, movidos por la inercia y no
por un movimiento voluntario, auténticamente lúcido y auto-determinado. Para salir de la
somnolencia de la indeterminación, nada mejor que ser tirado abajo desde el caballo de la
inercia. Una vez en el suelo –tal como nos sentimos en una crisis− podemos contactarnos
nuevamente con la tierra que nos sustenta y que espera vernos despertar, crecer y
evolucionar. Los Maestros espirituales de todos los tiempos nos dirían: Cuando una consciencia
despierta, el mundo entero despierta, porque todos somos Uno.

No hay tiempo que perder. El buey lerdo bebe agua turbia, solía decir mi madre. Y nunca es
más cierto que en el plano espiritual. Si dejemos todo para mañana, nunca beberemos el agua
fresca de la renovación, del despertar y la iluminación, porque el Ser es presente, y en el
presente encontramos el sentido de nuestra existencia y la solución a toda crisis.

Quien no despierta no discierne, quien no discierne no decide, quien no decide no sale nunca de
la crisis, aunque intente construir castillos en el aire para intentar seguir soñando. Si para
algo nos sirve la crisis es para despertar. ¿Despertar de qué? De la inercia. ¿De qué inercia? De la

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inercia de nuestros esquemas eternamente repetidos y generadores de crisis: rigidez (1),
dependencia (2), apariencia (3), menosprecio (4), desconexión (5), desconfianza (6), fuga (7),
tendencia a forzar (8), y quedarnos en la indeterminación (9).

Tercer paso:
APRENDIZAJE Y AGRADECIMIENTO

Si a la luz de estos nueve puntos −algunos más, otros menos− logramos identificar el origen de
los bloqueos energéticos que originaron una crisis puntual en nuestras vidas, hemos
empezado a encontrarle sentido. Empezamos a entender de dónde viene, y el grado de
responsabilidad que tenemos en aquello que padecemos, porque no sólo producimos
directamente las cosas sino que a veces las provocamos o simplemente las atraemos por
medio de bloqueos energéticos generados por nuestros patrones mentales nocivos. No somos
los únicos responsables de todo lo que de malo nos sucede, pero en un gran porcentaje
atraemos aquello que nos sucede, como enuncia la denominada Ley de atracción.

Ahora bien, no basta conocer las causas de algo para aprender la lección que encierra.
El aprendizaje se da realmente cuando comenzamos a poner en práctica lo que sabemos es
bueno para nosotros mismos; cuando nos apartamos de lo que nos daña; cuando
después de identificarlos, decidimos en nuestro interior desprendernos de los patrones
mentales que originan gran parte de nuestro sufrimiento; cuando nos atrevemos a dar un
paso adelante en nuestra evolución.

Debemos atrevernos a soltar. Soltar las emociones negativas y destructivas: el resentimiento,


la culpa, la acusación, la autocompasión, el enojo, el miedo y la tristeza. Soltar los patrones
mentales nocivos y que de nada nos sirve repetir y perpetuar. Lo pasado ha pasado, lo
quebrado se ha quebrado, la crisis nos permite dejar atrás algo para construir nuestro porvenir
apoyados no sólo en la esperanza sino y principalmente apoyados en la experiencia de haber
aprendido la lección. La próxima lo haremos mejor. No evitaremos lo que tenga que

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suceder ni que vengan otras futuras crisis, pero con una actitud positiva, resiliente y
con la madurez que nos brinda el aprendizaje de la experiencia podemos vivir el presente
con la alegría y la gratitud de aprender en el camino, seguir caminando, y seguir
aprendiendo, y –por qué no− compartiendo con otros el fruto de nuestro aprendizaje, para
hacer entre todos de este mundo una escuela fraterna.

Aceptar la realidad de los hechos. Entender sus raíces y sentido; aprender la lección. ¿Y después
qué? Sólo nos queda agradecer por nuestra crisis. Sí, agradecer al Universo porque gracias a la
crisis hemos aprendido aspectos importantes de nosotros mismos. Cada vez que decimos
“gracias” estamos cargándonos de energía positiva y transmutadora. Nada más poderoso que
dar gracias desde el corazón por todo lo que nos toque vivir: porque todo encierra una lección
de vida, que de aprenderla nos hará personas más maduras, responsables, realistas y sabias,
con la sabiduría auténtica que brota no de la teoría sino del convencimiento de la
experiencia y del compromiso con la práctica de la auto-observación y el crecimiento
interior. Una persona agradecida no se deprime. Una persona agradecida no bloquea su
energía con emociones ni pensamientos negativos. Una persona agradecida es una persona
sabia: porque para dar gracias hay que ser capaz de mirar siempre lo que de bueno hay en la
realidad. Con alumnos así, ¡bienvenidos los Maestros disfrazados de Crisis!

Lic. Marcelo Aguirre


marceloaguirrepsi.com

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