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Uso (y abuso) de Foucault para mirar a las instituciones

de castigo en Argentina, 1890-1930


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Uso (y abuso) de Foucault para mirar a las instituciones de castigo en Argentina,


1890-1930

Ernesto Bohoslavsky
Universidad Nacional de General Sarmiento
Buenos Aires, Argentina.
ebohosla@ungs.edu.ar

(*)
Quizás el aspecto más fructífero de la utilización de Vigilar y castigar y de otros textos
de Foucault radicó en que removió la tendencia marxista a alinear mecánicamente a los
fenómenos ideológicos con la ‘superestructura' y al ejercicio de poder con la
‘estructura' (Di Liscia y Bohoslavsky 2005). La propuesta de Foucault para entender a
las instituciones de control apuntaba a retratar una red de dispositivos en apariencia
distintos y autónomos (hospitales, manicomios, etc.), pero que ejercían un mismo poder
de normalización, conformando un ‘archipiélago disciplinario' (Caimari 2004:19;
Foucault 1998:314). En los ámbitos de sujeción, especialmente el carcelario, se
producía una relación de retro-alimentación entre la modelación del cuerpo y la
producción de saberes sobre los ‘modelados': adquirir aptitudes y fijar relaciones de
poder era parte de un mismo dispositivo (Foucault 1998:301).
La obra de Foucault destinada a analizar a estas instituciones fue recibida de muy buena
gana en la historiografía argentina desde mediados de la década de 1980. El corpus
foucaultiano ha sido central para los historiadores que se dedicaron a estudiar a los
dispositivos de control y castigo social, especialmente los del período en que se
constituyeron los aparatos destinados a normalizar y ‘argentinizar' a la población
(1880-1900). Los historiadores se han servido de la obra de Foucault para estudiar a
cárceles, escuelas, hospitales y manicomios, procurando poner de manifiesto sus rasgos
opresores y sus mecanismos de saber/poder. La imagen con que la historiografía del
control social suele pintar a las instituciones estatales argentinas de fines del siglo XIX
es un pulpo de tentáculos coordinados y eficientes, una red de dispositivos
normalizadores como ilustraba Vigilar y castigar (Foucault 1998:311).

Esta mirada ha sido desafiada en los últimos años, y comienza a ser dejada de lado a
partir de investigaciones localizadas en ámbitos regionales periféricos o en
instituciones particulares. Aquí se ofrece un breve balance historiográfico de esta
producción, atendiendo a la utilidad y problemas que ha acarreado un uso –a veces
consagratorio y mecánico- de los enfoques de Foucault sobre esas instituciones. El
espíritu de revisión que anima a estas líneas pretende retomar de una manera menos
reverencial al aporte foucaultiano, más cercana a la que Foucault (1983:217) le pedía a
un destacado grupo de historiadores en 1978: ‘unas proposiciones, unos "ofrecimientos
de juego" a los que se invita a participar a quienes pueden interesarse en ello; no se trata
de afirmaciones dogmáticas que deben ser tomadas en bloque'.

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I - Foucault en Argentina (historiografía del control social, 1880-1930)

Durante las décadas de 1980 y 1990, Vigilar y castigar estimuló en Argentina el inicio
de una tradición de estudio sobre las instituciones de encierro. En un país que acababa
de abandonar la experiencia dictatorial, una obra dedicada a desnudar la voluntad
punitiva del Estado y de las clases dirigentes resultó especialmente inspiradora.
Buscando el panóptico, los historiadores argentinos se lanzaron a investigar
manicomios, aulas y celdas, en la convicción de que no era necesaria una tarea de
‘traducción' teórica o metodológica de gran alcance. De allí que la innovadora
propuesta de Foucault para pensar el castigo quedó condenada a un uso selectivo y
condescendiente, que transformó ‘su original llamado a la ruptura en paradójica prisión
conceptual' (Caimari 2004:21).

Los que más se sirvieron del enfoque foucaultiano fueron quienes se dedicaron a
estudiar a los dispositivos de castigo y los procesos de sujeción. Buena parte de la
historiografía argentina ha considerado que las entidades promovidas por el Estado y
sectores dirigentes configuraron –tibiamente desde 1880, y con un auge hacia 1930- una
institución pública todopoderosa. Se ha señalado reiteradamente la eficacia de estos
dispositivos para normalizar a la población. Se trata, según esta consideración, de
aparatos coligados, coordinados y complementarios, que poseían un nudo de
coincidencias ideológicas. Este ‘Estado médico-legal' (Salvatore 2001) sería el
resultado de un proceso institucionalmente coherente, isomórfico y orientado por
objetivos unívocos, desarrollado desde 1880. Es por eso que se ha explicitado que los
procesos de manicomialización, la construcción de la Penitenciaría de Buenos Aires, la
creciente intervención de los higienistas en las políticas públicas y los proyectos de
regulación laboral y educativa promovidos por los dirigentes liberales y positivistas del
Régimen, formaban parte de un mismo frente institucional.

Las críticas teóricas e historiográficas formuladas al modelo interpretativo de Foucault


fueron múltiples y no es este el lugar para exponerlas (Barret-Kriegel 1995:188).
Simplemente señalo que uno de los aspectos de su obra que generó más dificultades se
refiere a la ‘falta de sujeto'. Se ha insistido en que Foucault mostraba el funcionamiento
de aparatos donde no había conductores, mecanismos de opresión sin rastros
personales, lo cual terminaba por fomentar una visión abstracta de los procesos de
dominación. Es cierto que el enfoque de Foucault puso el acento en las ‘máquinas de
curar y máquinas de castigar', sus instituciones, edificios, equipos, doctrinas, prácticas
y técnicas (Barret-Kriegel 1995:187), pero voluntariamente no se dedicó a historiar a
los locos, los presos o los ‘desviados' sexuales. Esa limitación se detecta también en la
historiografía argentina, que ha planteado el funcionamiento de los aparatos como si
fueran entidades autónomas en las que no había protagonistas individuales de los
procesos. Supuestamente son ‘locomotoras sin maquinista', tele-dirigidas por un poder
omnisciente y con una pasmosa capacidad de aprendizaje sobre la sociedad que
gobierna.

La historiografía del control social no tuvo muy en cuenta el corpus foucaultiano que
mostraba las resistencias al tendido de las redes capilares de dominación. La
preocupación de Foucault por la constitución de espacios de resistencia y autonomía no
generó tanta atracción entre los investigadores como las instituciones de reforma,
castigo y sujeción social (hospitales, cárceles y manicomios, supuestamente más fáciles
de hallar. Para esta perspectiva, el control social es un tema en el cual los únicos actores
de relieve fueron el Estado y sus hombres (criminólogos, autoridades sanitarias,
antropólogos jurídicos, pedagogos, entre otros). Sus debates internos, sus
preocupaciones y sus modos de operar sobre los sectores populares –a los que no suele
reconocérseles capacidad reactiva- han concentrado las preocupaciones de los
historiadores, perdiendo de vista las resistencias a la ‘mecánica disciplinaria'. Se ha
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insistido mucho más en el éxito de las instituciones de control social y no tanto en sus
resistencias y defectos (Piccato 2003:174). Es por eso que esta historia de las
instituciones de control social en Argentina ha utilizado y requerido de un enfoque
victimista. Los ‘controlados' sólo aparecen representados en su carácter de sometidos
por el accionar de las instituciones estatales: no son capaces de entender los sucesos
que están viviendo ni tienen la habilidad necesaria para reaccionar individual o
grupalmente frente a las instituciones que avanzan sobre ellos.

Esta historia ha adolecido de otro problema: en muchos casos ha tenido una mirada –en
el sentido marxista más basto del término- ‘idealista'. Ensimismada en aspectos
intelectuales, esta historiografía ha tomado como insumos a tesis universitarias,
documentos oficiales, peritajes médicos y alegatos judiciales. Una consulta casi
exclusiva a este tipo de documentación ha redundado en poca atención a las prácticas
de las instituciones de control y castigo social. Y si bien a la hora de realizar la historia
del castigo confrontar ‘ideas con materialidades y prácticas es tan elemental que bordea
el puro sentido común' (Caimari 2004:17), no es menos cierto que este sentido común
ha faltado. La historiografía se mostró, en varias ocasiones, crédula con respecto a lo
que las elites profesionales y estatales de fines del siglo XIX decían sobre sus éxitos y
responsabilidades (Cernadas 1996; Suriano 2000:19). Quedó de lado la advertencia de
Foucault (1983:226) acerca de la necesidad de percibir los hiatos entre la voluntad
ideológica que animaba a la nueva prisión y realidad penitenciaria: ‘el modo mismo en
que funcionaban las prisiones en los edificios que les había tocado en suerte para ser
construidas, con los directores y los guardianes que las administraban, lucían como
calderos de brujas al lado de la bella mecánica benthamiana'.

Quizás esta situación se deba a que los historiadores que en las décadas de 1980 y 1990
se dedicaron a estudiar a las instituciones de castigo, lo hacían teniendo en mente al
verdadero Estado Moloch, que fue la última dictadura (1976-83). Soy de la idea de que
muchas de esas miradas sobre la Argentina del Centenario contienen, en realidad,
observaciones que parecen más pertinentes para describir al ‘Proceso'. El Estado
militarizado fue la institución opresora por excelencia: su función primera fue la
represión a nivel capilar de las organizaciones sociales para implantar un orden y una
autoridad que habían quedado desacreditados (O'Donnell 2004:135). La experiencia de
la dictadura reforzó la convicción de que toda la sociedad era víctima de un poder
externo a ella: es probable que de allí provenga la tendencia victimista que se ha
utilizado en la historia del control social en Argentina Esta mirada victimista se
complementa con una perspectiva de corte anti-estatal, resultado de la percepción de lo
que fue el sector público durante la dictadura: un Estado sin restricciones en su
intervención en la vida privada de los habitantes (O'Donnell 2004:137-8). El
desembarco de Foucault en Argentina no hizo sino facilitar esta percepción entre
algunos intelectuales, trasladando, sin escalas, la mirada de la Penitenciarie des enfants
de Mestray al centro clandestino de detención de la Escuela Superior de Mecánica de la
Armada.

II - Nuevas miradas sobre el control: los límites

Una serie de investigaciones recientes estimuló los debates teóricos de esta


historiografía y puso en entredicho las conclusiones establecidas a partir del uso
reverencial de los textos de Foucault, señalando las limitaciones materiales e
ideológicas al despliegue de los aparatos de dominación. La situación política actual no
es ajena a esta modificación teórica. Los últimos años han mostrado un Estado nacional
menos opresor, pero incapaz de lograr una regulación y reproducción global del sistema
social y de garantizar niveles mínimos de bienestar. Es un Estado que hace agua,

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incoherente y que parece moverse espasmódicamente antes que por lineamientos
ideológicos. No es casual que esta imagen del sector público actual haya estimulado la
revisión de la historia del Estado y de sus aparatos de los últimos 150 años.

El cambio de enfoque sobre las instituciones de control ha permitido descubrir que no


era tan unívoca la voluntad que coordinaba las políticas sociales, laborales y educativas
destinadas a normalizar a la población a fines del siglo XIX. Claro que existió la
intención de contener a la sociedad de acuerdo con ideas por entonces prestigiosas –
sociología lombrosiana, positivismo y evolucionismo spenceriano-, pero de ese deseo
no se desprendió la constitución y sostenimiento de aparatos estatales eficaces y
correctamente financiados.[1] Se ha visto que había gran variedad de posturas dentro de
las elites y de los aparatos de control: no existió un único proyecto para tratar a la
infancia ‘desviada', y ni siquiera había consenso en que el Estado debía hacer algo con
los niños (Zapiola 2004). Tampoco había acuerdo entre los principales actores de
principios del siglo XX respecto a temas centrales de la ‘cuestión social' como las
relaciones laborales (Soprano 2000:39). La constitución de una esfera de atención de la
‘cuestión social', que se ha considerado un avance del Estado y los ‘liberales
reformistas', es considerado también –quizás principalmente- como el resultado de la
presión de los propios trabajadores, que incrementaron la visibilidad del tema (Suriano
2000:16).

Un ojo sobre el Estado en las provincias periféricas muestra un panorama particular de


la historia del control social en el cambio de siglo. Las historias regionales muestran la
distancia que había entre la declamación que hacían las elites estatales y la concreción
de su voluntad de sujetar y reglamentar. No se desarrollaron políticas sistemáticas,
adecuadamente financiadas ni coherentes en el tiempo: la pobreza de los recursos
humanos y materiales condenó a estos espacios al reino de la improvisación y las
soluciones parciales. La escasez en recursos humanos y materiales fue la norma para
las administraciones públicas asentadas en Patagonia a principios del siglo XX. Lo que
sucedió allí, no fue un reflejo de proyectos defendidos por ninguna elite y mucho
menos de las realizaciones implementadas en las ciudades más importantes (Di Liscia y
Bassa 2003:17). En las regiones periféricas argentinas las instituciones dedicadas a
regenerar y controlar a los sujetos ‘peligrosos' no contaban con el presupuesto ni los
profesionales para cumplir mínimamente con sus funciones. De allí que los discursos
regeneradores, reformistas y promotores de la intervención convivían con prácticas en
teoría incompatibles. La exclusión de los ‘anormales' (borrachos, anarquistas,
delincuentes, locos, etc.) dejaba mucho que desear en cuanto a efectividad y
coherencia: los ‘insanos' y los presos eran abandonados en las comisarías, sin ser
sometidos a ninguna reforma o tratamiento terapéutico (Lvovich 1993). Los intentos
por constituir una familia acorde con el ideal que sustentaba la elite y que promovía el
Estado resultaron insuficientes, cuando no inexistentes en la periferia argentina (Gentile
2003:72). Las cárceles provinciales contenían un puñado de soluciones provisorias e
incompletas, las autoridades sanitarias no podían regular la vivienda y el modo de vida
popular –a pesar de que lo deseaban- por los escasos recursos humanos y materiales
que tenían (Bohoslavsky y Casullo 2003; Sedeillan 2004; Caimari 2004).

Por otro lado, en los últimos años la historiografía ha mostrado mayor preocupación
por los sujetos de las instituciones de control social entre 1880 y 1930. Esto ha
permitido apreciar que los sujetos se acercaban a los ‘dispositivos' de una forma mucho
más creativa, estratégica e inteligente de lo que se había creído (Ablard 2000). Se
aproximaban a las instituciones de control social de una manera oportunista e
intencionada, tomaban nota de los disensos al interior de la elite, y aprovechaban esas
fisuras para quitarle fuerza a los actos y leyes que podrían perjudicarlos. Estas
conclusiones no implican considerar a las instituciones como instrumentos neutrales,
disponibles para quien quisiera servirse de ellos; invitan a no considerar a los sujetos
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solamente como víctimas del avance disciplinario, sino como actores con capacidad
cognitiva y reactiva. Pueden tejer tramas interpretativas sobre los sucesos que viven: a
partir de esa comprensión, calculan y actúan –probablemente de manera asaz acotada-
sobre esa realidad, procurando orientar la situación en un sentido favorable a sus
intereses.

Los que fueron retratados como meras víctimas de los ‘dispositivos' son vistos ahora
como sujetos capaces de apropiarse de manera selectiva e instrumental de aspectos que
le resultaban beneficiosos de las instituciones de control. Podían definir cuál era su
conveniencia, y en función de esa elección, actuar según un ‘repertorio' múltiple, no
necesariamente coherente, que iba desde el sabotaje a la indignación moral. Son sujetos
que se transformaban en negociadores activos de su presente, atendiendo a sus
condiciones históricas reales (Caimari 2004:23; Aguirre 2001). Esto no quita nada al
hecho de que fueran, efectivamente, víctimas de procesos que no impulsaron ni
eligieron. Pero por más que fueron los derrotados de este proceso, no se trata de arcilla
que espera dócilmente la llegada de las elites o del Estado para tomar la forma que
éstos deseaban, como alguna vez trató de advertirnos Foucault (1983:226).

Bibliografía

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Sedeillan, G. (2004) ‘La construcción y consolidación de la institución policial en


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Suriano, J. (2000) ‘Introducción' a La cuestión social en Argentina, 1870-1943, La


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Zapiola, C. (2004) ‘La invención del menor. Políticas públicas de menores en la


Argentina, 1876-1890', ponencia en II Jornadas Nuevas perspectivas de análisis sobre
la historia de la política social, Universidad Nacional de General Sarmiento, Buenos
Aires.

* Esta ponencia fue realizada mediante un subsidio de la Fundación Antorchas.

[1] Para Foucault (1983:225) la diversidad de estrategias aplicadas en los programas de


encierro no equivale a la distancia entre el tipo ideal weberiano y la complejidad de la
realidad. Se trata de que ‘estrategias diferentes vienen a oponerse, a componerse, a
superponerse y a producir unos efectos permanentes y sólidos que podrían
perfectamente comprenderse en su misma racionalidad, aun cuando no resulten
conformes con la primera programación: esta es la solidez y la flexibilidad del
dispositivo'

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