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La historia de Ana
Todos los años Ana acompañaba a su esposo a adorar y a ofrecer sacrificios a Dios
en Silo. Y todos los años, Penina, la otra esposa de Elcana, molestaba a Ana al
punto de hacerla llorar, recordándole que no podía tener hijos. Penina sí tenía hijos
y le hacía la vida miserable a Ana.
Entonces un año mientras estaba en Silo, Ana oró a Dios en gran angustia;
mientras oraba, Elí, el sacerdote en el tabernáculo, la observaba. Él supuso, por su
comportamiento, que ella estaba borracha y la reprendió para que dejara de beber.
Ella muy respetuosamente le explicó: “No, señor mío; yo soy una mujer atribulada
de espíritu” (1 Samuel 1:15). Y después le explicó que ella había derramado su alma
en oración delante de Dios.
La Biblia no menciona si ella le dio a Elí detalles de su oración, pero ella le había
orado a Dios con fe pidiéndole que le concediera un hijo. Ella le hizo una promesa a
Dios en la oración diciéndole que si le daba un hijo, ella se lo daría para que fuera
su siervo.
Vale la pena resaltar las condiciones de este voto por varias razones. Ella estaba
dirigiéndose a Dios muy respetuosamente, con fe en su poder y con una actitud
humilde. Ella se consideraba una sierva de Dios. También, ella estaba ofreciendo su
primogénito a Dios, como una persona reservada para el servicio especial al Señor.
Ana pretendía mantener su voto a Dios y dedicar su hijo a Dios y a su servicio
durante toda su vida.
El sacerdote Elí pudo percibir que ella le había hecho una petición a Dios, y le dijo:
“Ve en paz, y el Dios de Israel te otorgue la petición que le has hecho” (1 Samuel
1:17).
Démonos cuenta del efecto que tuvo esta comunicación en Ana. Ella le respondió
respetuosamente a Elí:
El hijo de Ana
Con el transcurso del tiempo, Dios respondió la oración de Ana y ella dio a luz un
hijo. Como ella se lo había pedido a Dios, le puso por nombre Samuel, que significa
“pedido o escuchado por Dios” (Unger´s Bible Dictionary [Diccionario Bíblico de
Unger], p.962). Ana mantuvo su palabra conforme al voto que había hecho. Tan
pronto destetó a Samuel, se lo presentó al sacerdote Elí.
Ana le dijo a Elí: “Por este niño oraba, y el Eterno me dio lo que le pedí. Yo, pues, lo
dedico también al Eterno; todos los días que viva, será del Eterno. Y adoró allí al
Eterno” (1 Samuel 1:27-28).
Este fue un gran sacrificio para una madre, entregar a su hijo, pero ella estaba
resuelta a cumplir su voto.
Samuel continuó ministrando a Dios delante del sacerdote Elí. Año tras año Ana le
llevaba a Samuel una pequeña túnica cuando iba a Silo a adorar a Dios. Esta acción
cada año, demostraba su fiel amor por su hijo, y entonces Elí bendecía a Elcana y a
Ana, diciendo: “El Eterno te dé hijos de esta mujer en lugar del que pidió al Eterno”
(1 Samuel 2:20).
Dios también respondió a esta oración y bendijo a Ana con tres hijos y dos hijas
más. Samuel ahora tenía hermanos y hermanas, y así ella se convirtió entonces en
una feliz madre de más hijos. ¡La mujer estéril se había convertido en madre de
muchos más!
La oración de Ana
Ana, al entregar a su hijo a Dios en Silo, estaba tan inspirada por el Espíritu Santo,
con un espíritu de regocijo y verdad, que hizo una oración que quedó registrada
para que la lea todo el mundo en 1 Samuel 2:1-10. Tiene elementos proféticos y de
ánimo también.
Esta mujer de fe tiene su propia oración registrada en las Sagradas Escrituras, de
una forma muy similar a la que las oraciones personales del rey David están
registradas en la Biblia para nosotros. ¿Qué palabras de verdad y sabiduría nos
transmite Ana a través de su oración?
Incluso antes de que el rey David naciera, Ana oró: “Mi corazón se regocija en el
Eterno, Mi poder se exalta en el Eterno; Mi boca se ensanchó sobre mis enemigos,
Por cuanto me alegré en tu salvación” (compare 1 Samuel 2:1 con Salmos 9:14; 13:5
para ver similitudes con las oraciones que hizo David después). Ana creía en la
salvación del Señor y se regocijaba en ella.
Ana también describe algunos truismos de contraste: “El Eterno mata, y él da vida;
El hace descender al Seol, y hace subir” (1 Samuel 2:6). ¡Ella creía en el poder de
Dios para levantar de la tumba a través de la resurrección!
Las palabras de Ana en 1 Samuel 2:8 también son proféticas y animadoras: “El
levanta del polvo al pobre, Y del muladar exalta al menesteroso, Para hacerle
sentarse con príncipes y heredar un sitio de honor”.
El salmo 113:7-9, parafrasea en esencia esta parte de la oración de Ana: “El levanta
del polvo al pobre, Y al menesteroso alza del muladar, Para hacerlos sentar con los
príncipes, Con los príncipes de su pueblo. El hace habitar en familia a la estéril,
Que se goza en ser madre de hijos”.
Éste es un resumen muy conciso de todo lo que han dicho los profetas acerca de la
derrota de los enemigos de Dios y el regreso de Cristo, cuando venga a juzgar a la
Tierra y a ser exaltado. “Delante del Eterno que vino; Porque vino a juzgar la tierra.
Juzgará al mundo con justicia” (Salmos 96:13).
Lecciones de Ana
Probablemente Ana jamás soñó cuando oró por un hijo que algún día iba a ser un
profeta de Dios, un juez y un líder de la nación de Israel. Samuel se convirtió en un
sobresaliente siervo de Dios. ¡Probablemente nunca se imaginó que cuando tuviera
a Samuel, sería bendecida con más hijos! Y seguramente nunca se imaginó que su
oración iba a ser parte de las Sagradas Escrituras de Dios!
La vida de Ana muestra que de hecho Dios si escucha y responde las oraciones de
aquellos que acuden a Él con fe. A pesar de las dificultades que podamos enfrentar
en el mundo que nos rodea, Dios siempre está ahí para ayudarnos. Así como oró
Ana: “Porque del Eterno son las columnas de la tierra, Y él afirmó sobre ellas el
mundo. El guarda los pies de sus santos” (1 Samuel 2:8-9).
¡Ana creyó en Dios! ¿Qué hay de usted? ¿Tiene usted la fe que tuvo Ana? Para
mayor instrucción acerca de cómo tener fe, lea los artículos relacionados con este
tema, bajo el encabezado de “La fe”.