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Cuentos de los
años felices
ePub r1.0
Prometeus 08.01.15
Osvaldo Soriano, 1993
Diseño de cubierta: Helena Homs
Otra Historia
Estas crónicas sobre la Independencia
a veces contradicen la historia oficial y
también la de los revisionistas. Son,
simplemente, mis lecturas contadas a
otros lectores. En los documentos
originales reproducidos en los
veintitrés volúmenes de la Biblioteca
de Mayo y en libros poco difundidos,
encontré los testimonios de los
protagonistas, las citas de primera
mano, las memorias y biografías con
las que armé estos relatos. Durante un
año pasé largas noches alterándome de
muchas cosas que los colegios no me
habían enseñado. Pensé, entonces, que
yo no era el único en ignorarlas y me
puse a armar pequeños rompecabezas
de datos y fechas que a veces se
contradicen de una a otra fuente. Me
gustó hacerlo porque me pareció que
en el pasado encontraba algunas
claves para comprender el país de hoy
y adivinar el que tendremos mañana.
Si incorporo también la historia del día
en que cayó Robespierre, es porque me
apasionan los momentos cruciales en
la vida de un hombre y de un pueblo, y
porque estoy convencido —como lo
estaba Cornelio Saavedra— de que en
1810 Mariano Moreno quiso imitar los
sueños a veces radiantes, a veces
tenebrosos, del jefe de los jacobinos
franceses.
1810
***
Proclama del doctor Juan José
Castelli, comandante de la Expedición
Auxiliadora para las provincias
interiores, junio de 1810:
«Generosos y esforzados
compañeros: cuando el superior
Gobierno se ha servido encomendarme
el alto cargo de ser vuestro caudillo, ha
contado menos con mis talentos para
conduciros que con vuestro valor,
vuestra constancia y con vuestro
patriótico entusiasmo para superar las
dificultades que se nos puedan oponer
en la dilatada y penosa marcha que
emprendemos (…) Hoy lleváis (las
armas) por medio de las montañas hasta
el corazón del Perú, no para emplearlas
en los habitantes pacíficos de los
pueblos, que piensan como vosotros,
que se hallan penetrados de los mismos
sentimientos de lealtad que inflama
vuestros pechos, sino en los obstinados
opresores de su preciosa libertad, en
esos jefes mercenarios que prefiriendo
el despreciable interés del mando a la
general felicidad de esta parte de
América han abusado del sagrado
nombre de nuestro Monarca (…) Que
tiemblen pues a vuestra presencia y se
arrepientan para siempre de haber
meditado envolver en la esclavitud más
vergonzosa a los más leales y generosos
pueblos de la tierra. Abandonáis vuestra
patria voluntarios para dar un eficaz
auxilio a vuestros hermanos oprimidos y
para conservar por siempre aquellos
vínculos sagrados que hoy trata de
romper la ambición desmesurada de
algunos enemigos del público reposo;
pero tened presente que los ojos de
todos los habitantes de América están
fijos sobre vosotros ay que la gloria y el
honor de nuestra patria se halla fijada en
vuestra conducta sucesiva. Una es la
causa que nos dirige, y unos deben ser
los sentimientos (…)».
***
Proclama de los comandantes de la
expedición auxiliadora a los habitantes
del Virreinato, junio de 1811:
«Sabed amados hermanos que la
vergonzosa opresión en que os han
puesto esos miserables déspotas, que tan
a su arbitrio disponen de vuestra suerte
presente y venidera, ha penetrado hasta
lo más profundo del sensible corazón de
la Junta de Gobierno de la Capital de
Buenos Aires y que al primer rumor de
vuestra infame depresión se ha jurado en
aquel pueblo la recuperación absoluta
de vuestros sagrados derechos, aunque
sea a costa de la sangre de sus más
heroicos habitantes. Nosotros somos el
órgano de la voluntad de aquel pueblo
fiel y generoso. Las tropas de nuestro
mando están demasiado persuadidas de
la dura vejación que os impone el poder
arbitrario de los que indignamente os
esclavizan y se han ofrecido voluntarias
a romper los eslabones de la cadena de
hierro con que quieren perpetuar
vuestras miserias (…) Nuestro ejército
esperará en campaña a todo individuo
que quiera acogerse al pabellón y
abrigará al que huyendo de la opresión y
esclavitud se escude de nuestros reales
(…) La felicidad inalterable de la
América consiste en nuestra unión
recíproca».
***
Proclama del general Francisco
Ortiz de Ocampo al ejército auxiliador,
25 de julio de 1810:
«Estad persuadidos firmemente que
vuestra misión es de auxilio y no de
conquista; que vais a abrazar a vuestros
hermanos y no a sacrificarlos a fuego
como vuestros enemigos (…) Acordaos
que todo el continente americano tiene
fija la vista sobre vuestra conducta
sucesiva (…) Volveréis a vuestra patria,
sí, cubiertos de honor y gloria y
entonces vuestros hijos tendrán la
vanidad de llamarse descendientes de
los auxiliadores del Perú».
***
Artículo escrito por Mariano
Moreno en Gazeta de Buenos Aires,
jueves 21 de junio de 1810:
«(…) Causa ternura el patriotismo
con que se esfuerza el pueblo para
socorrer al erario en los gastos precisos
para la expedición de las provincias
interiores. Las clases medianas, los más
pobres de la sociedad son los primeros
que se apresuran a porfía a consagrar a
la patria una parte de su escasa fortuna:
empezarán los ricos las erogaciones
propias de su caudal y de su celo; pero
aunque un comerciante rico excite la
admiración por la gruesa cantidad de su
donativo, no podrá disputar ya al pobre
el mérito recomendable de la prontitud
de sus ofertas».
***
Ortiz de Ocampo a la Junta, desde
Córdoba, 11 de agosto de 1810:
«Excelentísimo señor: Me hallo
penetrado de regocijo al considerar la
ocasión que me ofrece de elevar a la
superior noticia de Vuestra Excelencia
la conducta, el valor y el patriotismo de
la oficialidad y soldados del ejército de
mi mando. Los oficiales poseídos en
sumo grado de los principios de lealtad
que animaron al vecindario de esa
capital a la instalación del superior
gobierno de Vuestra Excelencia y llenos
de la más alta irritación contra los
mandatarios que intentaron sembrar la
división y la anarquía, han sabido
afrontar con heroica constancia la
intemperie y las incomodidades. El
momento de exterminar a los díscolos y
de abrazar a los oprimidos hermanos
parece que era el único objeto de sus
deseos. La unión y la amistad que han
reinado en todos ellos me presentaban el
espectáculo de una amable familia cuyos
estrechos vínculos han desterrado de su
seno toda rencilla y discordia».
***
Juan José Castelli a la Junta, desde
Potosí el 28 de noviembre de 1810:
«(…) El pueblo ha visto por primera
vez que le gobierna su municipalidad; es
ciego en la obediencia Como diligente
en el observar y fecundo en el arbitrar.
Entretanto que no tengo de quien echar
mano para jefe de la provincia, les hago
gustar a los capitulares del placer de
mandar, sentir el peso del trabajo,
orientarse de los ramos de la
administración y desear dejarlo a su
|tiempo: al mismo tiempo que el pueblo
sano se complace en esta distinción que
les hace el superior gobierno, y la parte
viciada rabia de envidia y se confunden
todos a la vista de que nadie de nuestra
comitiva aspira al mando que otros
anhelaban tanto».
***
Juan José Castelli a los cabildos
del Virreinato de Lima, mayo de 1811:
«En un tiempo en que la vista de los
pueblos de América se ha dejado
impresionar de la viva imagen de la
justa libertad civil, propagada por la luz
de la razón, no es de temer que la de
este distrito se conserve obcecada y
dolorosamente sujeta al capricho, tiranía
y despotismo de un gobierno impostor,
que con el nombre de nacional y con el
velo de la hipocresía usurpa los más
sagrados derechos de los ciudadanos a
miras destructoras y ambiciosas».
***
Juan José Castelli a la Junta desde
Tucumán, el 26 de setiembre de 1811:
«Excelentísimo señor: No tengo
medios de qué subsistir, porque lejos de
haberlos adquirido en la comisión que
he servido, he sacrificado el fondo de
mi muy moderada fortuna a beneficio de
la causa pública; y el día que llegué a
Catamarca dudo me resulten cincuenta
pesos. No tengo qué vender porque en
mi campaña no he poseído cosa
apreciable; y he sido robado de lo más
de mi corto equipaje y del dinero que
tomé para la marcha a la capital.
Cualquiera que sea la resolución de
Vuestra Excelencia sobre mi
permanencia o marcha habrá de ser
considerada con la orden de que se me
socorra en alguna tesorería a buena
cuenta de mis haberes con la cantidad
que estime conveniente para mi
subsistencia y transporte».
Han pasado más de ciento ochenta
años entre la «Época del vértigo», como
la llamó el comerciante catalán
Domingo Matheu, y los tiempos del
pensamiento blando; Y entre la pobreza
de Castelli y la opulencia de la nueva
burguesía «democrática», se entrevé el
drama de un país que todavía no sabe
cómo emprender camino de una
independencia verdadera.
Un amor de Belgrano