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CAPÍTULO 8

Emociones y regulación de las emociones

Anthony Papa, PhD

Emerson M. Epstein, MA

Departamento de Psicología, Universidad de Nevada, Reno

La respuesta emocional y la desregulación subyacen o agravan la mayoría de los problemas que


son el foco de la intervención clínica. En este capítulo, definimos qué es una emoción, cómo surge,
cómo se desregula y las implicaciones que estas comprensiones presentan para la práctica clínica.

Las definiciones de emoción varían. Para algunos, las emociones son construcciones, significados
culturalmente definidos atribuidos a estímulos anteriores e impuestos a respuestas afectivas de
base neurofisiológica. Desde esta perspectiva, estas respuestas afectivas se caracterizan por una
simple dimensión de valencia y de excitación, y cuando se combinan con un proceso de atribución
impulsado por la sociedad, dan lugar a la percepción de emociones distintas (Barrett, 2012). Para
otros, las emociones son tendencias de acción discretas que representan adaptaciones
seleccionadas naturalmente en los mamíferos. Estas tendencias de acción proporcionan un marco
básico para responder rápidamente a los antecedentes específicos de cada especie,
históricamente recurrentes, a fin de promover el éxito evolutivo individual (Keltner & Haidt, 1999;
Tooby & Cosmides, 1990). Otros, en cambio, logran un equilibrio entre estas perspectivas y ven las
emociones como estados distintos, como en la visión básica de la evolución, pero los procesos de
evaluación provocados por situaciones específicas de especies típicas median su aparición
(Hofmann, 2016; Scherer, 2009).

La naturaleza de las emociones Con respecto a las condiciones precedentes, existe un consenso
general entre las perspectivas de que las emociones son respuestas a estímulos auto-relevantes
(Frijda, 1986; Hofmann, 2016; Scherer, 1984). La forma en que se reconoce que un estímulo es
autopertinente en un contexto determinado parece estar impulsada por dos procesos distintos,
pero no incompatibles: el procesamiento descendente y el procesamiento ascendente (por
ejemplo, Mohanty y Sussman, 2013; Pessoa, Oliveira y Pereira, 2013). Si bien ambos procesos se
aceptan como parte de la respuesta emocional, las diferentes perspectivas teóricas de la emoción
debaten la primacía de cada proceso sobre la experiencia y la regulación de la emoción. El
procesamiento ascendente no requiere un procesamiento o atribución cognitiva de nivel superior.
Un punto de vista puramente evolutivo, de abajo hacia arriba, sugeriría que las emociones son
respuestas cableadas a los estímulos comunes relacionados con la aptitud en nuestro pasado
evolutivo (Tooby & Cosmides, 1990). Los defensores de este punto de vista definen las
"emociones" como el producto resultante de la interacción de un sistema emocional central de
base biológica y un sistema de control que modula las respuestas emocionales centrales para que
se ajusten a las contingencias pertinentes en contextos específicos a fin de maximizar la
adaptabilidad de la respuesta (Campos, Frankel y Camras, 2004; Cole, Martin y Dennis, 2004;
Levenson, 1999). Desde esta perspectiva, las emociones son respuestas recursivas y sincronizadas
que pueden reclutar una amplia gama de recursos. Los elementos reclutados que constituyen una
respuesta emocional incluyen el compromiso de los sistemas perceptivo y atencional; la activación
de la memoria asociativa y los conjuntos de atribuciones; la activación fisiológica, hormonal y
neural; y las respuestas conductuales abiertas y encubiertas, incluidas la expresión abierta y la
respuesta pertinente a un objetivo. El grado de reclutamiento de cualquiera de estos elementos
constitutivos para una respuesta emocional determinada depende de múltiples factores
relacionados con la naturaleza del estímulo antecedente. Esto incluye factores como el grado de
autopertinencia, en términos de facilitación o impedimento de los objetivos de acercamiento o
evitación en cualquier situación dada, y las reglas de despliegue social para responder (Izard,
2010). Una visión evolutiva de la emoción sugiere que las condiciones antecedentes están en gran
medida estereotipadas y reflejan situaciones/estímulos evolutivamente recurrentes, como la
amenaza a la integridad física o la pérdida de objetos o estados ricos en recursos que reducirían la
aptitud física individual (Ekman y Friesen, 1982; Tooby y Cosmides, 1990). Desde este punto de
vista, las emociones específicas evolucionaron como adaptaciones a los antecedentes
generalizados definidos por patrones específicos y distribuidos de activación neural, excitación
fisiológica y despliegue de comportamiento (Panksepp & Biven, 2012). La activación de estas
tendencias de respuesta, aunque en gran medida determinada biológicamente, está abierta a una
modificación significativa a través del aprendizaje y el condicionamiento (por ejemplo, Levenson,
1999). A medida que se perciben los estímulos, ya sean impulsados biológicamente o conformados
por el condicionamiento, la activación neuronal asociativa da lugar a la respuesta con patrones
asociados a las reacciones emocionales a clases específicas de estímulos. Así pues, las teorías
basadas en la evolución sugieren que una parte importante del proceso de activación de las
emociones es que existe una correspondencia unívoca entre algunas clases de estímulos y algunas
respuestas, ya sea que este acoplamiento esté cableado o modificado por el condicionamiento.
Aunque puede haber similitudes generales en los estímulos precedentes y las respuestas
emocionales descritas por la teoría de la evolución, es importante tener en cuenta que existe
variabilidad entre las culturas (por ejemplo, Elfenbein y Ambady, 2002; Mesquita y Frijda, 1992).
Las pruebas experimentales de la variación cultural en las situaciones y respuestas emocionales
son evidentes incluso dentro de los Estados Unidos. En una serie de estudios, los investigadores
descubrieron que los miembros de la cultura de honor del sur de los Estados Unidos tenían más
probabilidades de mostrar muestras faciales de ira y de experimentar un aumento de testosterona
cuando eran insultados, en comparación con los que no pertenecían a una cultura de honor
(Cohen, Nisbett, Bowdle y Schwarz, 1996). Para entender esta variabilidad, podemos definir la
"cultura" como un conjunto de expectativas sobre cómo pensar, sentir y comportarse en un
contexto determinado. En otras palabras, es un conjunto de reglas definidas culturalmente que
definen la autopertinencia de muchas situaciones y estímulos en un entorno social dado el papel
que uno desempeña en esa cultura. Estas expectativas se desarrollaron originalmente en
respuesta a las diferentes demandas socioecológicas a las que se enfrentaban los distintos grupos
en su historia y al significado que se les atribuía, destacando el papel del procesamiento de orden
superior en la obtención y posterior obtención de respuestas emocionales parcialmente
estereotipadas. El proceso de arriba abajo para la generación de emociones está impulsado por
esquemas, en los que las valoraciones y asociaciones aprendidas colorean la forma en que las
personas perciben y, por lo tanto, responden a las condiciones. En parte se aprenden durante la
aculturación, y en parte son producto de la historia de aprendizaje única de un individuo. En el
Component Process Model of emotions (2009) de Scherer, las personas se someten a una serie de
pasos de evaluación, ya sea inconscientes o conscientes, para evaluar los estímulos, entre los que
se incluyen: 1) la relevancia, como la novedad de un evento, la relevancia para los objetivos y el
placer intrínseco; 2) las implicaciones, como la probabilidad de resultado, la discrepancia con
respecto a las expectativas, la conductividad para los objetivos y la urgencia para reaccionar; 3) el
potencial para hacer frente a la situación; y 4) la importancia normativa, como la compatibilidad
con las normas internas y externas. Otros teóricos de la evaluación han examinado ideas similares
(por ejemplo, Ortony y Turner, 1990; Smith y Lázaro, 1993). Algunas emociones, especialmente las
descritas como "autoconscientes" o "morales", como el orgullo, la vergüenza y la culpa, requieren
algún proceso de evaluación social para engendrarlas (Haidt, 2001; Tracy & Robins, 2004). Estos
procesos de evaluación social implican la consideración del estatus social y la jerarquía, la
probidad moral del propio comportamiento y las atribuciones sobre los estados mentales de los
demás, entre otros procesos. Por ejemplo, el orgullo puede implicar atribuciones de que uno ha
hecho algo que aumenta el estatus social, es valorado socialmente y evoca la envidia en los
demás. La vergüenza puede implicar atribuciones de que uno ha disminuido su estatus social, es
socialmente indeseable, y evoca repugnancia en los demás. Aquellos desde una perspectiva
evolutiva dirían que estas emociones hipercognitivas son adjuntos o modificaciones de un
subconjunto básico de emociones derivadas de la evolución (Levy, 1982). Sin embargo, una
posición alternativa afirma que podría ser razonable, dado que todas las emociones pueden
vincularse a algún conjunto atributivo específico, concluir que todas las emociones son
construcciones hipercognitivas de un sistema afectivo básico básico que responde en términos de
valencia (positiva/negativa o acercamiento/evitación) e intensidad o nivel de excitación. En esta
visión constructivista, lo que diferencia las emociones es la experiencia de diferentes conjuntos de
atribuciones y conductas expresivas y las diferencias asociadas en la preparación para la acción. La
experiencia de los elementos reclutados de una reacción emocional se define por los guiones
culturales asociados a las condiciones antecedentes, y se modifica por las historias de aprendizaje
individuales (Mesquita & Boiger, 2014). El apoyo a este punto de vista proviene de dos fuentes
principales: la investigación de la granularidad de las emociones y la investigación que trata de
identificar el fundamento biológico de las reacciones emocionales. Las investigaciones sobre la
granularidad de las emociones sugieren que, si bien las categorías emocionales son
conceptualizaciones comunes de la forma en que existen las emociones, muchas personas no
informan de las diferencias entre sus emociones en su experiencia emocional cotidiana, sino que
informan en términos "no granulares" relacionados con las construcciones subyacentes del afecto
central (valencia y excitación; por ejemplo, Barrett, 2012). La falta general de hallazgos
consistentes que delineen una respuesta patrón en las medidas fisiológicas de la excitación
emocional única para cada estado emocional, y la falta de hallazgos consistentes que identifiquen
la neurofisiología dedicada o la activación única para cada estado emocional, apoyan esta
observación (véase Cameron, Lindquist y Gray, 2015; pero véase Panksepp y Biven, 2012).

ELEMENTOS DE RESPUESTA EMOCIONAL


Una manera de delinear una emoción a partir de sus antecedentes y consecuencias es considerarla
un estado del organismo que crea un contexto que aumenta la probabilidad de una acción
posterior. La mayoría de los teóricos de las emociones, independientemente de su orientación
teórica, estarían de acuerdo en que las emociones implican canales de respuesta
multidimensionales y semiacoplados, que incluyen cambios fisiológicos, expresivos, cognitivos y
motivacionales (Levenson, 2014). Sin embargo, muchos debaten hasta qué punto es necesario
definir la coherencia y la especificidad de estos canales de respuesta (por ejemplo, Gross y Barrett,
2011; Lench, Flores y Bench, 2011).

Cambios fisiológicos. Los investigadores de las emociones han examinado la activación y


desactivación del sistema nervioso autónomo (SNA) y del sistema nervioso central (SNC) como un
indicador de la especificidad de las emociones. Esta línea de pensamiento tiene sentido si los
circuitos neuronales fueron adaptados por selección natural para resolver diferentes problemas de
adaptación (Tooby & Cosmides, 1990). En un meta-análisis, Cacioppo, Berntson, Larsen,
Poehlmann, e Ito (2000) encontraron que una serie de afirmaciones sobre la discriminación del
SNA entre las emociones se sostienen. Por ejemplo, la ira, el miedo y la tristeza se asociaron con
una mayor actividad del ritmo cardíaco que el asco, la ira se asoció con una mayor presión arterial
diastólica que el miedo, y el asco se asoció con un mayor aumento de la conductividad de la piel
que la felicidad. Un reciente meta-análisis de los correlatos neurales del procesamiento emocional
encontró cierto apoyo para la diferenciación (Vytal & Hamann, 2010). Sin embargo, este meta-
análisis también encontró que muchas estructuras neurales se superponen con diferentes
emociones. Las investigaciones que examinan no sólo las estructuras neurales, sino también las
vías neurales, han señalado una serie de sistemas únicos dedicados a procesar tipos específicos de
información emocional. Por ejemplo, la investigación ha demostrado que el sistema de activación
del comportamiento está relacionado con la detección de la recompensa (Coan & Allen, 2003),
mientras que el sistema PANIC de Panksepp está relacionado con la detección de la pérdida, que
se propone que sea neuroanatómicamente distinto de los sustratos implicados en el JUEGO
(Panksepp & Biven, 2012). Los investigadores han investigado otros sistemas emocionales (por
ejemplo, Panksepp, 2007; véase Barrett, 2012, para las críticas sobre la especificidad neural), así
como sistemas auxiliares, como el sistema neuroendocrino, que se relaciona con una respuesta
general al estrés (Buijs & van Eden, 2000). Sin embargo, una salvedad de todas estas
investigaciones es que las emociones se despliegan con el tiempo y, como resultado, es probable
que los componentes de la actividad del SNA varíen con respecto al tiempo (Lang & Bradley,
2010). Esto sugiere que para distinguir realmente los patrones del SNA para las diferentes
emociones, la investigación debe observar los múltiples componentes a través del tiempo.
Cambios expresivos. En su libro de 1872 La expresión de las emociones en el hombre y los
animales, Darwin destacó los puntos comunes de las expresiones a través de las especies de
mamíferos. Hoy en día, las teorías funcionales de las emociones tienen la hipótesis de que las
expresiones de las emociones son adaptaciones a los entornos sociales. Aunque las expresiones
evolucionaron inicialmente para promover la supervivencia de los individuos (por ejemplo, el asco
y el miedo afectan al volumen de inhalación nasal y al tamaño del campo visual; Susskind et al.,
2008), también promueven la supervivencia de otros miembros del grupo debido al beneficio
comunicativo de reconocer las expresiones en los demás, mejorando así la aptitud general del
grupo. Desde la perspectiva funcional, las expresiones faciales se definen etológicamente como
señales sociales, lo que significa que son comportamientos que están sujetos a presiones de
selección por el efecto que tienen sobre el comportamiento o los estados de los demás, que a su
vez están sujetos a presiones de selección (Mehu & Scherer, 2012). En otras palabras, reconocer
las expresiones faciales fue una adaptación evolutiva que promovió la aptitud grupal, colocando
así las expresiones, la capacidad de reconocimiento y las respuestas en el ámbito de la selección
natural. Fueron seleccionados porque facilitaron la comunicación y coordinación interindividual
tanto dentro de las especies como entre ellas. Se ha demostrado que las expresiones faciales de
emoción conforman las respuestas de los demás al evocar las respuestas emocionales
correspondientes, reforzando o desalentando así la expresión del comportamiento en los demás
(Keltner & Haidt, 1999). Sin embargo, es muy evidente en ciertas condiciones sociales que las
expresiones faciales no corresponden necesariamente a una emoción sentida (por ejemplo, las
diferencias de poder/estado; Hall, Coats, & LeBeau, 2005). Además, la tasa de correspondencia
aumenta cuando una persona está en presencia de otros, lo que lleva a la hipótesis de que las
expresiones faciales son comportamientos aprendidos y culturalmente definidos para comunicar
la intención social (por ejemplo, Barrett, 2012). Las investigaciones sobre si las expresiones faciales
son universales en todas las culturas son mixtas, pero en conjunto sugieren que personas de
diferentes culturas de todo el mundo muestran y reconocen expresiones faciales similares (Ekman
et al., 1987; véase la crítica de Russell, 1995). Lo que resulta claro de esta investigación es que
existen variaciones y matices culturales en las expresiones prototípicas (Marsh, Elfenbein, &
Ambady, 2003), lo que sugiere que las diferentes expresiones faciales de emoción comprenden
más o menos tanto señales adaptadas a la evolución como conjuntos culturales aprendidos
(Barrett, 2012; Mehu & Scherer, 2012; Scherer, Mortillaro, & Mehu, 2013). Curiosamente, las
investigaciones que examinan la retroalimentación facial sugieren que las expresiones faciales
asociadas a ciertas emociones pueden iniciar y modular la emoción y la excitación de la SNA (véase
McIntosh, 1996, para una revisión de este trabajo) incluso cuando la contracción de los músculos
relacionados con una expresión facial específica es involuntaria (por ejemplo, Soussignan, 2002).
Los trabajos sobre la encarnación sugieren un proceso de retroalimentación similar. La
encarnación es la idea de que los conceptos emocionales son significativos porque se basan en
actividades sensoriomotoras e interoceptivas que pueden representar el contenido de la
información y el conocimiento emocional (Niedenthal, 2007). Por ejemplo, Strack, Martin y
Stepper (1988) descubrieron que los participantes a los que se les hacía sonreír mientras veían un
dibujo animado eran más propensos a informar que el dibujo era divertido. Las investigaciones
también han demostrado que la supresión y el realce de las expresiones faciales obstaculizan y
facilitan el procesamiento de la información emocional, respectivamente (Neal y Chartrand, 2011).
Cambios en la atención, la memoria y las evaluaciones. Se ha demostrado que la emoción afecta a
todas las etapas de la atención, incluida la orientación hacia un estímulo, el compromiso con él, el
alejamiento del mismo y el mantenimiento de la separación de un estímulo (Vuilleumier y Huang,
2009). Dependiendo de la emoción en una situación emocional -es decir, una situación de
autopertinencia- las personas pueden reducir su enfoque en los aspectos centrales de la situación
o ampliarlo de manera global. En el caso del sesgo de negatividad, las investigaciones han
demostrado que la información relacionada con las amenazas se atiende más fácilmente en
comparación con otra información (Koster, Crombez, Verschuere, & De Houwer, 2004). Los
cambios de atención también se producen cuando se experimentan emociones positivas.
Utilizando el paradigma de procesamiento visual globallocal, Fredrickson y Branigan (2005)
observaron que cuando se induce a los participantes a sentir una emoción positiva, tienden a
centrarse en los rasgos globales, mientras que cuando se les induce a sentir una emoción negativa,
tienden a centrarse en los rasgos locales. Las emociones también pueden influir en el contenido de
la cognición al dirigir la atención y afectar a la memoria. La teoría del afecto en red de Bower
(1981) sugiere que el procesamiento distribuido y asociativo de la información, empezando por el
procesamiento de la información perceptiva, facilita el recuerdo de información afectivamente
similar, lo que explica fenómenos como el recuerdo dependiente del estado de ánimo (por
ejemplo, cuando se está triste, sólo se puede recordar que se ha estado triste alguna vez) y el
aprendizaje congruente con el estado de ánimo (el recuerdo se maximiza cuando hay congruencia
afectiva entre el estado de ánimo de un alumno y el tipo de material que se presenta). Estos
factores conducen a una congruencia de pensamiento (pensamientos y asociaciones congruentes
con el estado de ánimo) que se ve aumentada por la intensidad de la excitación emocional, con
aumentos de intensidad que conducen a una mayor activación de las redes asociativas, que
afectan a la forma en que se procesa la información. Por ejemplo, el modelo de infusión de afecto
(AIM) de Forgas y George (2001) es un modelo de proceso dual diseñado para explicar cómo los
estados afectivos influyen en la cognición, como los juicios y la toma de decisiones. En este
modelo, las exigencias de la situación, en términos de esfuerzo requerido y grado de apertura de
los procesos de búsqueda de información, dan lugar a cuatro enfoques de procesamiento de la
información. Estos incluyen el procesamiento reflexivo de arriba hacia abajo, como (1) el
procesamiento de acceso directo (bajo esfuerzo, baja apertura) y (2) el procesamiento motivado
(alto esfuerzo, baja apertura); y el procesamiento asociativo de abajo hacia arriba, como (3) el
procesamiento heurístico (bajo esfuerzo, alta apertura) y (4) el procesamiento sustantivo (alto
esfuerzo, alta apertura). En todos los casos, cuando una persona utiliza procesos de búsqueda de
información abiertos y más constructivos, es más probable que la emoción afecte al
procesamiento de la cognición. Cuando el esfuerzo es bajo y las fuentes de información son
abiertas y constructivas, las personas utilizan un heurístico de afecto-información en el que su
estado emocional es una fuente de información sobre una situación, independientemente de que
la situación haya provocado la emoción (Clore & Storbeck, 2006). Esto es consecuente, ya que una
vez que se activan las asociaciones relacionadas con las emociones, las personas tienden a evaluar
de forma similar los acontecimientos posteriores, relacionados temporalmente y/o relacionados
con la afectividad, independientemente de la funcionalidad de la evaluación (por ejemplo, Lerner
& Keltner, 2001; Small, Lerner, & Fischhoff, 2006). Esto podría ser problemático cuando la
ansiedad de una fuente conduce a atribuciones de alto riesgo e incontrolabilidad a través de las
situaciones, independientemente del riesgo inherente a un contexto particular. En situaciones que
exigen un pensamiento complejo, esforzado y constructivo (procesamiento sustantivo), los
investigadores han observado efectos de anticipación de los efectos en la cognición, ya que es más
probable que el proceso constructivo incorpore información preparada por el recuerdo de la
memoria asociativa.

¿LAS EMOCIONES TIENEN FUNCIONES?

Una hipótesis esencial de la perspectiva de la emoción evolutiva-básica es que las emociones son
estados derivados de condiciones de importancia evolutiva y cultural que han persistido a lo largo
del tiempo, y por lo tanto tienen funciones importantes. Las funciones potenciales intrapersonal e
interpersonal de las emociones abarcan diferentes niveles de análisis: diádico, grupal, cultural e
individual (Hofmann, 2014; Keltner & Haidt, 1999). En el nivel diádico, la emoción informa a los
demás sobre los estados internos, las tendencias motivacionales y las intenciones de cada uno;
evoca las emociones en los demás y promueve la coordinación social al provocar o disuadir el
comportamiento de los demás. A nivel de grupo, se ha pensado que la función de las emociones
define la pertenencia al grupo, los roles y el estatus, facilitando así la resolución de los conflictos
de grupo. Se cree que las emociones a nivel cultural promueven la aculturación, la orientación
moral y la formación de la identidad social. En el plano individual, las emociones facilitan el
procesamiento de la información situada y los cambios motivacionales (Scherer, 2005). Esto puede
verse en el nivel fisiológico, donde los cambios fisiológicos en la actividad neuroendocrina y del
SNC crean un contexto biológico que apoya alguna respuesta manifiesta. Por ejemplo, los
primeros trabajos de Levenson, Ekman y Friesen (1990) demostraron que cuando se provoca la ira,
el flujo sanguíneo se desplaza hacia los apéndices. El procesamiento de la información y los
cambios motivacionales también pueden verse en los individuos cuando los cambios en la
cognición relacionados con una emoción reorientan la atención del individuo hacia los rasgos
sobresalientes de una situación. Estas tendencias de acción actúan como patrones de acción
modal, en los que la probabilidad de un patrón de respuesta de comportamiento típico de la
especie aumenta. Por ejemplo, cuando un individuo experimenta miedo, la acción de pelear, huir
o congelarse aumenta la probabilidad. Este concepto es similar a la noción de comportamiento de
una operación de establecimiento. Sin embargo, dado que las emociones son respuestas derivadas
de la evolución que la historia de refuerzo de una persona puede moldear, sería engañoso
considerar que las emociones son meramente operaciones de establecimiento sin especificar
ninguna asequibilidad biológica. Sin embargo, incluso la cuestión de si las emociones tienen alguna
propiedad emergente distinta de la suma de los elementos activados en cualquier respuesta
conductual a un estímulo está abierta a debate (Gross y Barrett, 2011). Si la experiencia de la
emoción es el epifenómeno del acto conceptual de imponer un significado a las respuestas
fisiológicas al afecto central, entonces la cuestión relativa a la función de las emociones es
principalmente ésta: ¿El comportamiento que un grupo social reconoce como emoción tiene una
función simbólica dentro del grupo (Barrett, 2011)? Por lo tanto, los relatos "funcionalistas" de la
emoción comprenden una amplia gama de perspectivas que enfatizan de manera diferencial la
primacía de las adaptaciones seleccionadas naturalmente para las funciones simbólicas. En todos
los casos, los relatos funcionalistas de la emoción son las caras opuestas de las perspectivas
ontológicas descritas anteriormente.

DEFINIENDO LA REGULACIÓN DE LAS EMOCIONES

Todos los teóricos estarían de acuerdo en que las condiciones ambientales actuales son más
importantes para la respuesta adaptativa que las condiciones ancestrales. La teoría de control de
las emociones de Levenson (1999) toma esto en consideración. Levenson postula que hay dos
sistemas de emociones: 1) un sistema central que es un sistema de respuesta a las emociones que
procesa entradas y salidas prototípicas de respuestas emocionales estereotipadas, y 2) un sistema
de control que modula o regula estas respuestas estereotipadas mediante bucles de
retroalimentación afectados por el aprendizaje y el contexto social inmediato para maximizar la
adaptabilidad de la respuesta emocional. En la definición de Levenson, la distinción entre la
generación de emociones y la regulación de las emociones (ER) es borrosa: los procesos de
retroalimentación reguladora del sistema de control son un componente crítico en la generación
de emociones, que vincula la respuesta emocional con el contexto ambiental y maximiza la
adaptabilidad funcional de la respuesta. Además, las interacciones en curso entre el núcleo y los
procesos de regulación que sintonizan las manifestaciones conductuales de la interacción de una
persona con su entorno son de naturaleza transaccional, y afectan tanto a la experiencia y
expresión en curso de una emoción como a la naturaleza de la propia situación. La reevaluación
cognitiva afecta a la intensidad y duración de una respuesta modificando las cogniciones que
enmarcan la situación y, por tanto, la experiencia. El modelo de Proceso de Componentes de
Scherer (2009; véase más arriba) y otras teorías cognitivas de la emoción esbozan aspectos de las
atribuciones que podrían modificarse. De manera similar, la modulación de la respuesta afecta a la
intensidad y duración de una emoción al influir en el grado en que se activan los elementos de una
respuesta emocional (es decir, los procesos perceptivos y de atención, la atribución, la memoria, la
activación fisiológica, hormonal y neural y las respuestas de comportamiento). Gross (1998)
propone que esta modulación de la respuesta podría incluir el intento de suprimir los
pensamientos y expresiones relacionados con la emoción, el intento de relajarse, el ejercicio o el
uso de sustancias. Otros han propuesto desde entonces otras formas de modulación de la
respuesta, como la participación en ejercicios de aceptación o de atención (Hayes et al., 2004), el
cambio/redistribución deliberada de la atención (por ejemplo, Huffziger & Kuehner, 2009) y la
reminiscencia positiva (por ejemplo, Quoidbach, Berry, Hansenne, & Mikolajczak, 2010), entre
otros. La ER como una forma de valoración o proceso cognitivo es consistente con la visión
construccionista de que las emociones son personales y tienen un significado social que informa la
naturaleza de la experiencia emocional (Gross & Barrett, 2011). Desde todas las perspectivas, el
procesamiento cognitivo de los estímulos emocionales puede ser consciente o no consciente. El
procesamiento automático y asociativo, que conduce a la modulación no consciente de la
respuesta, puede: 1) engendrar una imitación y encarnación no consciente de los afectos, lo que
afecta a un estado emocional; 2) estar influido por la percepción automática de la cara y el juicio
social; 3) alcanzar los principales objetivos de regulación que se asocian con la promulgación de
diversas estrategias de urgencia centradas en la respuesta y en los antecedentes; y 4) activar
actitudes, preferencias y objetivos implícitos, que pueden afectar a las propiedades asociadas de
valencia y refuerzo de los estímulos ambientales. Todos estos resultados tienen implicaciones en la
forma en que la asignación de recursos de atención, percepción y memoria de trabajo discrimina
entre los estímulos emocionales en un contexto determinado (Bargh, Schwader, Hailey, Dyer y
Boothby, 2012). En su extremo, el procesamiento automático puede dar lugar a que se preste
atención selectiva a los estímulos relacionados con esquemas depresivos prepotentes y
relacionados con la ansiedad; a atribuciones sesgadas; a que los recuerdos congruentes sean
demasiado accesibles; y a que la desregulación de las emociones contribuya al desarrollo y
mantenimiento de la psicopatología (Hofmann, Sawyer, Fang, & Asnaani, 2012; Teachman,
Joormann, Steinman, & Gotlib, 2012). La regulación de las emociones puede ir más allá de los
procesos del sistema de control. Los individuos pueden modificar proactivamente si y cómo
interactúan con los estímulos precedentes. Gross (1998) esboza las siguientes estrategias de ER
centradas en los antecedentes (véase también el capítulo 16): 1) selección de la situación
(acercarse o evitar ciertos estímulos emocionalmente evocadores), 2) modificación de la situación
(medidas preventivas para cambiar el entorno), 3) despliegue de la atención (atender
deliberadamente a ciertos aspectos o diferentes de una situación), y/o 4) cambio cognitivo
(explorar preventivamente nuevos significados atribuidos a los estímulos/situaciones). Sin
embargo, cabe señalar que si se pueden identificar los estímulos antecedentes que provocan una
emoción, se observará que las reacciones emocionales casi siempre están estrechamente
vinculadas, están preprogramadas o son respuestas de guión cultural que siguen naturalmente a
los antecedentes. Las emociones son funcionalmente inadaptadas cuando la retroalimentación
reguladora no "sintoniza" suficientemente la intensidad de la respuesta con el contexto en el que
se produce el estímulo antecedente, o cuando la emoción responde a un antecedente no
pertinente en un contexto determinado, obviando así la posibilidad de una respuesta rápida
preadaptada. Esto sugiere que para promover la adaptación funcional de la respuesta en los
individuos, un terapeuta debería alentarlos a: 1) discriminar entre los estímulos antecedentes
simultáneos; y/o 2) aumentar la eficacia de los procesos de control o la gama de procesos de
control que emplean, o 3) hacer que los procesos de control se ajusten mejor a la respuesta o
situación (véase Bonanno y Burton, 2013). De hecho, un creciente número de investigaciones
respalda la idea de que el bienestar está influido, en gran medida, por la medida en que las
personas se dedican a la respuesta y regulación emocional flexible y sensible al contexto (Kashdan
y Rottenberg, 2010).

APLICACIÓN PARA LA CIENCIA CLÍNICA Y CONCLUSIONES

Los fallos en la discriminación previa y/o en la eficacia de los procesos de control desencadenan o
agravan la mayoría de los problemas conceptualizados como dificultades de salud mental, y son
los principales objetivos de la intervención de la mayoría de las psicoterapias. Estos fallos pueden
atribuirse, en parte, al efecto de la excitación emocional sobre la atención selectiva a los
estímulos, al procesamiento preatentivo, al control atencional deficiente y al sesgo interpretativo
de los estímulos ambiguos que da lugar a una respuesta emocional descontextualizada. Sin
embargo, la regulación y la excitación emocional descontextualizada pueden tener su génesis en
una serie de problemas diferentes, además de los de una deficiente discriminación de
antecedentes en el momento y la ruptura de la retroalimentación en los procesos de control
automático. En la depresión, las vulnerabilidades cognitivas y los esquemas depresivos latentes de
los primeros acontecimientos adversos de la vida perjudican la adquisición de información, la
recuperación de la memoria y el procesamiento de la información, creando una relación recíproca
en la que el sesgo hacia el estímulo negativo -y la subsiguiente experiencia emocional negativa-
reafirma los esquemas negativos (Disner, Beevers, Haigh y Beck, 2011). Estos sesgos esquemáticos
que se engendran en los patrones de atribución del pensamiento dicotómico, el filtrado negativo y
la desesperanza también se asocian con el sesgo atencional hacia la información autorreferencial
negativa -no necesariamente amenazante- y el alejamiento de la información positiva del entorno
(Peckham, McHugh y Otto, 2010). La dificultad para orientarse lejos de la información negativa y el
procesamiento neural acelerado de la información emocionalmente negativa influyen en el sesgo
atencional; ambos también influyen en la codificación y recuperación de la memoria con valencia
negativa, lo que aumenta aún más el estado de ánimo deprimido y la activación ascendente de los
esquemas depresivos (Beevers, 2005; Disner et al., 2011; Joormann & Gotlib, 2010). El
procesamiento heurístico asociativo o reflexivo de fuente abierta delineado por el modelo AIM de
Forgas y George (2001), descrito anteriormente, refleja este procesamiento ascendente. Este
proceso ascendente se vuelve problemático porque los individuos no están en contacto con
fuentes de información o estímulos que violan las expectativas de depresión y estimulan el
procesamiento reflexivo y motivado para corregir los sesgos, manteniendo así un bucle de
retroalimentación positiva para los síntomas depresivos (véase Beevers, 2005). La naturaleza
cerrada de este proceso se demuestra por una insensibilidad general al contexto emocional, en el
que los individuos demuestran una menor reactividad emocional a los estímulos positivos y
negativos a lo largo del tiempo (Bylsma, Morris y Rottenberg, 2008; véase también Van de
Leemput y otros, 2014), lo que da lugar a un procesamiento y regulación emocional no contextual
e inflexible caracterizado por la evitación, la supresión y la rumiación (Aldao, Nolen-Hoeksema y
Schweizer, 2010). La conceptualización de la enfermedad mental en términos de respuesta
emocional descontextualizada, y la concentración en los elementos de la emoción y los procesos
de control que pueden estar contribuyendo a la disfunción, tiene el potencial de mejorar nuestra
comprensión de la psicopatología y la forma de tratarla. Sin embargo, los enfoques dominantes y
categóricos para comprender la enfermedad mental, que se centran en los indicadores únicos del
taxón potencial y no tanto en los procesos comunes que impulsan estas perturbaciones
emocionales, han obstaculizado la traducción de este concepto a la práctica clínica. Actualmente,
se está pasando a examinar los elementos de la emoción y la RE que contribuyen a la
desregulación psíquica denominada "enfermedad mental" como productos de procesos comunes
en los sistemas emocionales (por ejemplo, Barlow, Allen y Choate, 2004; Hayes y otros, 2004;
Kring y Sloan, 2010; Watkins, 2008). Este capítulo representa una breve introducción a la gran
cantidad de literatura de investigación básica sobre la emoción y la floreciente literatura
translacional

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