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CAPÍTULO 8
Emerson M. Epstein, MA
Las definiciones de emoción varían. Para algunos, las emociones son construcciones, significados
culturalmente definidos atribuidos a estímulos anteriores e impuestos a respuestas afectivas de
base neurofisiológica. Desde esta perspectiva, estas respuestas afectivas se caracterizan por una
simple dimensión de valencia y de excitación, y cuando se combinan con un proceso de atribución
impulsado por la sociedad, dan lugar a la percepción de emociones distintas (Barrett, 2012). Para
otros, las emociones son tendencias de acción discretas que representan adaptaciones
seleccionadas naturalmente en los mamíferos. Estas tendencias de acción proporcionan un marco
básico para responder rápidamente a los antecedentes específicos de cada especie,
históricamente recurrentes, a fin de promover el éxito evolutivo individual (Keltner & Haidt, 1999;
Tooby & Cosmides, 1990). Otros, en cambio, logran un equilibrio entre estas perspectivas y ven las
emociones como estados distintos, como en la visión básica de la evolución, pero los procesos de
evaluación provocados por situaciones específicas de especies típicas median su aparición
(Hofmann, 2016; Scherer, 2009).
La naturaleza de las emociones Con respecto a las condiciones precedentes, existe un consenso
general entre las perspectivas de que las emociones son respuestas a estímulos auto-relevantes
(Frijda, 1986; Hofmann, 2016; Scherer, 1984). La forma en que se reconoce que un estímulo es
autopertinente en un contexto determinado parece estar impulsada por dos procesos distintos,
pero no incompatibles: el procesamiento descendente y el procesamiento ascendente (por
ejemplo, Mohanty y Sussman, 2013; Pessoa, Oliveira y Pereira, 2013). Si bien ambos procesos se
aceptan como parte de la respuesta emocional, las diferentes perspectivas teóricas de la emoción
debaten la primacía de cada proceso sobre la experiencia y la regulación de la emoción. El
procesamiento ascendente no requiere un procesamiento o atribución cognitiva de nivel superior.
Un punto de vista puramente evolutivo, de abajo hacia arriba, sugeriría que las emociones son
respuestas cableadas a los estímulos comunes relacionados con la aptitud en nuestro pasado
evolutivo (Tooby & Cosmides, 1990). Los defensores de este punto de vista definen las
"emociones" como el producto resultante de la interacción de un sistema emocional central de
base biológica y un sistema de control que modula las respuestas emocionales centrales para que
se ajusten a las contingencias pertinentes en contextos específicos a fin de maximizar la
adaptabilidad de la respuesta (Campos, Frankel y Camras, 2004; Cole, Martin y Dennis, 2004;
Levenson, 1999). Desde esta perspectiva, las emociones son respuestas recursivas y sincronizadas
que pueden reclutar una amplia gama de recursos. Los elementos reclutados que constituyen una
respuesta emocional incluyen el compromiso de los sistemas perceptivo y atencional; la activación
de la memoria asociativa y los conjuntos de atribuciones; la activación fisiológica, hormonal y
neural; y las respuestas conductuales abiertas y encubiertas, incluidas la expresión abierta y la
respuesta pertinente a un objetivo. El grado de reclutamiento de cualquiera de estos elementos
constitutivos para una respuesta emocional determinada depende de múltiples factores
relacionados con la naturaleza del estímulo antecedente. Esto incluye factores como el grado de
autopertinencia, en términos de facilitación o impedimento de los objetivos de acercamiento o
evitación en cualquier situación dada, y las reglas de despliegue social para responder (Izard,
2010). Una visión evolutiva de la emoción sugiere que las condiciones antecedentes están en gran
medida estereotipadas y reflejan situaciones/estímulos evolutivamente recurrentes, como la
amenaza a la integridad física o la pérdida de objetos o estados ricos en recursos que reducirían la
aptitud física individual (Ekman y Friesen, 1982; Tooby y Cosmides, 1990). Desde este punto de
vista, las emociones específicas evolucionaron como adaptaciones a los antecedentes
generalizados definidos por patrones específicos y distribuidos de activación neural, excitación
fisiológica y despliegue de comportamiento (Panksepp & Biven, 2012). La activación de estas
tendencias de respuesta, aunque en gran medida determinada biológicamente, está abierta a una
modificación significativa a través del aprendizaje y el condicionamiento (por ejemplo, Levenson,
1999). A medida que se perciben los estímulos, ya sean impulsados biológicamente o conformados
por el condicionamiento, la activación neuronal asociativa da lugar a la respuesta con patrones
asociados a las reacciones emocionales a clases específicas de estímulos. Así pues, las teorías
basadas en la evolución sugieren que una parte importante del proceso de activación de las
emociones es que existe una correspondencia unívoca entre algunas clases de estímulos y algunas
respuestas, ya sea que este acoplamiento esté cableado o modificado por el condicionamiento.
Aunque puede haber similitudes generales en los estímulos precedentes y las respuestas
emocionales descritas por la teoría de la evolución, es importante tener en cuenta que existe
variabilidad entre las culturas (por ejemplo, Elfenbein y Ambady, 2002; Mesquita y Frijda, 1992).
Las pruebas experimentales de la variación cultural en las situaciones y respuestas emocionales
son evidentes incluso dentro de los Estados Unidos. En una serie de estudios, los investigadores
descubrieron que los miembros de la cultura de honor del sur de los Estados Unidos tenían más
probabilidades de mostrar muestras faciales de ira y de experimentar un aumento de testosterona
cuando eran insultados, en comparación con los que no pertenecían a una cultura de honor
(Cohen, Nisbett, Bowdle y Schwarz, 1996). Para entender esta variabilidad, podemos definir la
"cultura" como un conjunto de expectativas sobre cómo pensar, sentir y comportarse en un
contexto determinado. En otras palabras, es un conjunto de reglas definidas culturalmente que
definen la autopertinencia de muchas situaciones y estímulos en un entorno social dado el papel
que uno desempeña en esa cultura. Estas expectativas se desarrollaron originalmente en
respuesta a las diferentes demandas socioecológicas a las que se enfrentaban los distintos grupos
en su historia y al significado que se les atribuía, destacando el papel del procesamiento de orden
superior en la obtención y posterior obtención de respuestas emocionales parcialmente
estereotipadas. El proceso de arriba abajo para la generación de emociones está impulsado por
esquemas, en los que las valoraciones y asociaciones aprendidas colorean la forma en que las
personas perciben y, por lo tanto, responden a las condiciones. En parte se aprenden durante la
aculturación, y en parte son producto de la historia de aprendizaje única de un individuo. En el
Component Process Model of emotions (2009) de Scherer, las personas se someten a una serie de
pasos de evaluación, ya sea inconscientes o conscientes, para evaluar los estímulos, entre los que
se incluyen: 1) la relevancia, como la novedad de un evento, la relevancia para los objetivos y el
placer intrínseco; 2) las implicaciones, como la probabilidad de resultado, la discrepancia con
respecto a las expectativas, la conductividad para los objetivos y la urgencia para reaccionar; 3) el
potencial para hacer frente a la situación; y 4) la importancia normativa, como la compatibilidad
con las normas internas y externas. Otros teóricos de la evaluación han examinado ideas similares
(por ejemplo, Ortony y Turner, 1990; Smith y Lázaro, 1993). Algunas emociones, especialmente las
descritas como "autoconscientes" o "morales", como el orgullo, la vergüenza y la culpa, requieren
algún proceso de evaluación social para engendrarlas (Haidt, 2001; Tracy & Robins, 2004). Estos
procesos de evaluación social implican la consideración del estatus social y la jerarquía, la
probidad moral del propio comportamiento y las atribuciones sobre los estados mentales de los
demás, entre otros procesos. Por ejemplo, el orgullo puede implicar atribuciones de que uno ha
hecho algo que aumenta el estatus social, es valorado socialmente y evoca la envidia en los
demás. La vergüenza puede implicar atribuciones de que uno ha disminuido su estatus social, es
socialmente indeseable, y evoca repugnancia en los demás. Aquellos desde una perspectiva
evolutiva dirían que estas emociones hipercognitivas son adjuntos o modificaciones de un
subconjunto básico de emociones derivadas de la evolución (Levy, 1982). Sin embargo, una
posición alternativa afirma que podría ser razonable, dado que todas las emociones pueden
vincularse a algún conjunto atributivo específico, concluir que todas las emociones son
construcciones hipercognitivas de un sistema afectivo básico básico que responde en términos de
valencia (positiva/negativa o acercamiento/evitación) e intensidad o nivel de excitación. En esta
visión constructivista, lo que diferencia las emociones es la experiencia de diferentes conjuntos de
atribuciones y conductas expresivas y las diferencias asociadas en la preparación para la acción. La
experiencia de los elementos reclutados de una reacción emocional se define por los guiones
culturales asociados a las condiciones antecedentes, y se modifica por las historias de aprendizaje
individuales (Mesquita & Boiger, 2014). El apoyo a este punto de vista proviene de dos fuentes
principales: la investigación de la granularidad de las emociones y la investigación que trata de
identificar el fundamento biológico de las reacciones emocionales. Las investigaciones sobre la
granularidad de las emociones sugieren que, si bien las categorías emocionales son
conceptualizaciones comunes de la forma en que existen las emociones, muchas personas no
informan de las diferencias entre sus emociones en su experiencia emocional cotidiana, sino que
informan en términos "no granulares" relacionados con las construcciones subyacentes del afecto
central (valencia y excitación; por ejemplo, Barrett, 2012). La falta general de hallazgos
consistentes que delineen una respuesta patrón en las medidas fisiológicas de la excitación
emocional única para cada estado emocional, y la falta de hallazgos consistentes que identifiquen
la neurofisiología dedicada o la activación única para cada estado emocional, apoyan esta
observación (véase Cameron, Lindquist y Gray, 2015; pero véase Panksepp y Biven, 2012).
Una hipótesis esencial de la perspectiva de la emoción evolutiva-básica es que las emociones son
estados derivados de condiciones de importancia evolutiva y cultural que han persistido a lo largo
del tiempo, y por lo tanto tienen funciones importantes. Las funciones potenciales intrapersonal e
interpersonal de las emociones abarcan diferentes niveles de análisis: diádico, grupal, cultural e
individual (Hofmann, 2014; Keltner & Haidt, 1999). En el nivel diádico, la emoción informa a los
demás sobre los estados internos, las tendencias motivacionales y las intenciones de cada uno;
evoca las emociones en los demás y promueve la coordinación social al provocar o disuadir el
comportamiento de los demás. A nivel de grupo, se ha pensado que la función de las emociones
define la pertenencia al grupo, los roles y el estatus, facilitando así la resolución de los conflictos
de grupo. Se cree que las emociones a nivel cultural promueven la aculturación, la orientación
moral y la formación de la identidad social. En el plano individual, las emociones facilitan el
procesamiento de la información situada y los cambios motivacionales (Scherer, 2005). Esto puede
verse en el nivel fisiológico, donde los cambios fisiológicos en la actividad neuroendocrina y del
SNC crean un contexto biológico que apoya alguna respuesta manifiesta. Por ejemplo, los
primeros trabajos de Levenson, Ekman y Friesen (1990) demostraron que cuando se provoca la ira,
el flujo sanguíneo se desplaza hacia los apéndices. El procesamiento de la información y los
cambios motivacionales también pueden verse en los individuos cuando los cambios en la
cognición relacionados con una emoción reorientan la atención del individuo hacia los rasgos
sobresalientes de una situación. Estas tendencias de acción actúan como patrones de acción
modal, en los que la probabilidad de un patrón de respuesta de comportamiento típico de la
especie aumenta. Por ejemplo, cuando un individuo experimenta miedo, la acción de pelear, huir
o congelarse aumenta la probabilidad. Este concepto es similar a la noción de comportamiento de
una operación de establecimiento. Sin embargo, dado que las emociones son respuestas derivadas
de la evolución que la historia de refuerzo de una persona puede moldear, sería engañoso
considerar que las emociones son meramente operaciones de establecimiento sin especificar
ninguna asequibilidad biológica. Sin embargo, incluso la cuestión de si las emociones tienen alguna
propiedad emergente distinta de la suma de los elementos activados en cualquier respuesta
conductual a un estímulo está abierta a debate (Gross y Barrett, 2011). Si la experiencia de la
emoción es el epifenómeno del acto conceptual de imponer un significado a las respuestas
fisiológicas al afecto central, entonces la cuestión relativa a la función de las emociones es
principalmente ésta: ¿El comportamiento que un grupo social reconoce como emoción tiene una
función simbólica dentro del grupo (Barrett, 2011)? Por lo tanto, los relatos "funcionalistas" de la
emoción comprenden una amplia gama de perspectivas que enfatizan de manera diferencial la
primacía de las adaptaciones seleccionadas naturalmente para las funciones simbólicas. En todos
los casos, los relatos funcionalistas de la emoción son las caras opuestas de las perspectivas
ontológicas descritas anteriormente.
Todos los teóricos estarían de acuerdo en que las condiciones ambientales actuales son más
importantes para la respuesta adaptativa que las condiciones ancestrales. La teoría de control de
las emociones de Levenson (1999) toma esto en consideración. Levenson postula que hay dos
sistemas de emociones: 1) un sistema central que es un sistema de respuesta a las emociones que
procesa entradas y salidas prototípicas de respuestas emocionales estereotipadas, y 2) un sistema
de control que modula o regula estas respuestas estereotipadas mediante bucles de
retroalimentación afectados por el aprendizaje y el contexto social inmediato para maximizar la
adaptabilidad de la respuesta emocional. En la definición de Levenson, la distinción entre la
generación de emociones y la regulación de las emociones (ER) es borrosa: los procesos de
retroalimentación reguladora del sistema de control son un componente crítico en la generación
de emociones, que vincula la respuesta emocional con el contexto ambiental y maximiza la
adaptabilidad funcional de la respuesta. Además, las interacciones en curso entre el núcleo y los
procesos de regulación que sintonizan las manifestaciones conductuales de la interacción de una
persona con su entorno son de naturaleza transaccional, y afectan tanto a la experiencia y
expresión en curso de una emoción como a la naturaleza de la propia situación. La reevaluación
cognitiva afecta a la intensidad y duración de una respuesta modificando las cogniciones que
enmarcan la situación y, por tanto, la experiencia. El modelo de Proceso de Componentes de
Scherer (2009; véase más arriba) y otras teorías cognitivas de la emoción esbozan aspectos de las
atribuciones que podrían modificarse. De manera similar, la modulación de la respuesta afecta a la
intensidad y duración de una emoción al influir en el grado en que se activan los elementos de una
respuesta emocional (es decir, los procesos perceptivos y de atención, la atribución, la memoria, la
activación fisiológica, hormonal y neural y las respuestas de comportamiento). Gross (1998)
propone que esta modulación de la respuesta podría incluir el intento de suprimir los
pensamientos y expresiones relacionados con la emoción, el intento de relajarse, el ejercicio o el
uso de sustancias. Otros han propuesto desde entonces otras formas de modulación de la
respuesta, como la participación en ejercicios de aceptación o de atención (Hayes et al., 2004), el
cambio/redistribución deliberada de la atención (por ejemplo, Huffziger & Kuehner, 2009) y la
reminiscencia positiva (por ejemplo, Quoidbach, Berry, Hansenne, & Mikolajczak, 2010), entre
otros. La ER como una forma de valoración o proceso cognitivo es consistente con la visión
construccionista de que las emociones son personales y tienen un significado social que informa la
naturaleza de la experiencia emocional (Gross & Barrett, 2011). Desde todas las perspectivas, el
procesamiento cognitivo de los estímulos emocionales puede ser consciente o no consciente. El
procesamiento automático y asociativo, que conduce a la modulación no consciente de la
respuesta, puede: 1) engendrar una imitación y encarnación no consciente de los afectos, lo que
afecta a un estado emocional; 2) estar influido por la percepción automática de la cara y el juicio
social; 3) alcanzar los principales objetivos de regulación que se asocian con la promulgación de
diversas estrategias de urgencia centradas en la respuesta y en los antecedentes; y 4) activar
actitudes, preferencias y objetivos implícitos, que pueden afectar a las propiedades asociadas de
valencia y refuerzo de los estímulos ambientales. Todos estos resultados tienen implicaciones en la
forma en que la asignación de recursos de atención, percepción y memoria de trabajo discrimina
entre los estímulos emocionales en un contexto determinado (Bargh, Schwader, Hailey, Dyer y
Boothby, 2012). En su extremo, el procesamiento automático puede dar lugar a que se preste
atención selectiva a los estímulos relacionados con esquemas depresivos prepotentes y
relacionados con la ansiedad; a atribuciones sesgadas; a que los recuerdos congruentes sean
demasiado accesibles; y a que la desregulación de las emociones contribuya al desarrollo y
mantenimiento de la psicopatología (Hofmann, Sawyer, Fang, & Asnaani, 2012; Teachman,
Joormann, Steinman, & Gotlib, 2012). La regulación de las emociones puede ir más allá de los
procesos del sistema de control. Los individuos pueden modificar proactivamente si y cómo
interactúan con los estímulos precedentes. Gross (1998) esboza las siguientes estrategias de ER
centradas en los antecedentes (véase también el capítulo 16): 1) selección de la situación
(acercarse o evitar ciertos estímulos emocionalmente evocadores), 2) modificación de la situación
(medidas preventivas para cambiar el entorno), 3) despliegue de la atención (atender
deliberadamente a ciertos aspectos o diferentes de una situación), y/o 4) cambio cognitivo
(explorar preventivamente nuevos significados atribuidos a los estímulos/situaciones). Sin
embargo, cabe señalar que si se pueden identificar los estímulos antecedentes que provocan una
emoción, se observará que las reacciones emocionales casi siempre están estrechamente
vinculadas, están preprogramadas o son respuestas de guión cultural que siguen naturalmente a
los antecedentes. Las emociones son funcionalmente inadaptadas cuando la retroalimentación
reguladora no "sintoniza" suficientemente la intensidad de la respuesta con el contexto en el que
se produce el estímulo antecedente, o cuando la emoción responde a un antecedente no
pertinente en un contexto determinado, obviando así la posibilidad de una respuesta rápida
preadaptada. Esto sugiere que para promover la adaptación funcional de la respuesta en los
individuos, un terapeuta debería alentarlos a: 1) discriminar entre los estímulos antecedentes
simultáneos; y/o 2) aumentar la eficacia de los procesos de control o la gama de procesos de
control que emplean, o 3) hacer que los procesos de control se ajusten mejor a la respuesta o
situación (véase Bonanno y Burton, 2013). De hecho, un creciente número de investigaciones
respalda la idea de que el bienestar está influido, en gran medida, por la medida en que las
personas se dedican a la respuesta y regulación emocional flexible y sensible al contexto (Kashdan
y Rottenberg, 2010).
Los fallos en la discriminación previa y/o en la eficacia de los procesos de control desencadenan o
agravan la mayoría de los problemas conceptualizados como dificultades de salud mental, y son
los principales objetivos de la intervención de la mayoría de las psicoterapias. Estos fallos pueden
atribuirse, en parte, al efecto de la excitación emocional sobre la atención selectiva a los
estímulos, al procesamiento preatentivo, al control atencional deficiente y al sesgo interpretativo
de los estímulos ambiguos que da lugar a una respuesta emocional descontextualizada. Sin
embargo, la regulación y la excitación emocional descontextualizada pueden tener su génesis en
una serie de problemas diferentes, además de los de una deficiente discriminación de
antecedentes en el momento y la ruptura de la retroalimentación en los procesos de control
automático. En la depresión, las vulnerabilidades cognitivas y los esquemas depresivos latentes de
los primeros acontecimientos adversos de la vida perjudican la adquisición de información, la
recuperación de la memoria y el procesamiento de la información, creando una relación recíproca
en la que el sesgo hacia el estímulo negativo -y la subsiguiente experiencia emocional negativa-
reafirma los esquemas negativos (Disner, Beevers, Haigh y Beck, 2011). Estos sesgos esquemáticos
que se engendran en los patrones de atribución del pensamiento dicotómico, el filtrado negativo y
la desesperanza también se asocian con el sesgo atencional hacia la información autorreferencial
negativa -no necesariamente amenazante- y el alejamiento de la información positiva del entorno
(Peckham, McHugh y Otto, 2010). La dificultad para orientarse lejos de la información negativa y el
procesamiento neural acelerado de la información emocionalmente negativa influyen en el sesgo
atencional; ambos también influyen en la codificación y recuperación de la memoria con valencia
negativa, lo que aumenta aún más el estado de ánimo deprimido y la activación ascendente de los
esquemas depresivos (Beevers, 2005; Disner et al., 2011; Joormann & Gotlib, 2010). El
procesamiento heurístico asociativo o reflexivo de fuente abierta delineado por el modelo AIM de
Forgas y George (2001), descrito anteriormente, refleja este procesamiento ascendente. Este
proceso ascendente se vuelve problemático porque los individuos no están en contacto con
fuentes de información o estímulos que violan las expectativas de depresión y estimulan el
procesamiento reflexivo y motivado para corregir los sesgos, manteniendo así un bucle de
retroalimentación positiva para los síntomas depresivos (véase Beevers, 2005). La naturaleza
cerrada de este proceso se demuestra por una insensibilidad general al contexto emocional, en el
que los individuos demuestran una menor reactividad emocional a los estímulos positivos y
negativos a lo largo del tiempo (Bylsma, Morris y Rottenberg, 2008; véase también Van de
Leemput y otros, 2014), lo que da lugar a un procesamiento y regulación emocional no contextual
e inflexible caracterizado por la evitación, la supresión y la rumiación (Aldao, Nolen-Hoeksema y
Schweizer, 2010). La conceptualización de la enfermedad mental en términos de respuesta
emocional descontextualizada, y la concentración en los elementos de la emoción y los procesos
de control que pueden estar contribuyendo a la disfunción, tiene el potencial de mejorar nuestra
comprensión de la psicopatología y la forma de tratarla. Sin embargo, los enfoques dominantes y
categóricos para comprender la enfermedad mental, que se centran en los indicadores únicos del
taxón potencial y no tanto en los procesos comunes que impulsan estas perturbaciones
emocionales, han obstaculizado la traducción de este concepto a la práctica clínica. Actualmente,
se está pasando a examinar los elementos de la emoción y la RE que contribuyen a la
desregulación psíquica denominada "enfermedad mental" como productos de procesos comunes
en los sistemas emocionales (por ejemplo, Barlow, Allen y Choate, 2004; Hayes y otros, 2004;
Kring y Sloan, 2010; Watkins, 2008). Este capítulo representa una breve introducción a la gran
cantidad de literatura de investigación básica sobre la emoción y la floreciente literatura
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