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Reflexiones sobre la construcción social (Kenneth J.

Gergen y Mary
Gergen)

En esta entrada vamos a recoger un amplio resumen del libro Reflexiones sobre la
construcción social, de Gergen y Gergen. Se trata de un texto filosófico, pero escrito con
gran claridad, que plantea las bases fundamentales de distintas técnicas psicoterapéuticas de
las que hemos hablado en otras ocasiones (terapias narrativas, terapias centradas en
soluciones, indagación apreciativa...). Proporciona una descripción sencilla y brillante de
las ideas construccionistas y postmodernas, como visión del mundo o, más bien, meta nivel
desde el que aceptar y relativizar las visiones absolutas del mundo. Creemos que es una
posición a la que se critica con frecuencia más por desconocimiento que otra cosa.

Concretamente, hace no mucho debatíamos con algún amigo sobre las críticas a la
postmodernidad basadas en la "ausencia de valores" que implicaba, en un "todo vale"
relativista que dejaba al ser humano a la deriva, disuelta la solidez de antaño en una
contemporaneidad líquida en la que acabaríamos por ahogarnos. Queremos dar otro
enfoque a esas críticas. Como el libro expone de forma magistral, el construccionismo y el
postmodernismo no predican el relativismo moral absoluto, sino el fin de los grandes
relatos de la modernidad que explican la Verdad, sobre el hombre y la mujer, las razas
superiores y las inferiores, las culturas avanzadas y las primitivas, la sexualidad normal y la
anormal, la organización económica sensata y la ingenua, etc., etc., etc. Grandes visiones
del mundo, que desde luego distan mucho de haber desaparecido y, en general y por
desgracia, gozan aún de amplia hegemonía en muchos ámbitos. Para el construccionismo,
no existe la Verdad absoluta y dichos relatos son sólo una forma de explicar el mundo, la
sociedad y el ser humano, pero puede haber otros alternativos, existen otras verdades. No
más ciertas, porque no es una cuestión de realidad, sino tal vez más útiles para luchar por la
dignidad y el bienestar humanos. El construccionismo y el postmodernismo, aunque
relativistas por definición, tienen como frontera última o así lo vemos nosotros, de acuerdo
con lo que hemos leído al respecto, la ética. Toda visión es posible y toda visión es
respetable, es decir, debe ser respetada, nunca impuesta por la fuerza o abolida por la
fuerza. El límite del construccionismo, que le da forma y sentido, no sería otro que la ética,
entendida tanto a nivel individual como a nivel social, porque somos seres únicos pero
inevitablemente relacionales y, en el sentido sostenido desde Aristóteles, políticos.
Porque, ¿cuál es la alternativa que se ofrece desde la crítica al pensamiento postmoderno y
construccionista?, ¿cuál sería el gran relato, todo solidez, que deberíamos aceptar para salir
del mundo líquido denunciado?, ¿en qué clase de mundo queremos vivir?

En fin, sólo apuntes para una introducción. Vamos a lo importante:

Kenneth J. Gernen es profesor de Psicología de la Cátedra de Mustin del Swarthmore


College, presidente del Instituto Taos, profesor asociado de la Universidad de Tilburg y
profesor honorario de la Universidad de Buenos Aires. Mary Gergen es profesora de
Psicología y Estudios de la Mujer en la Universidad del Estado de Pennsylvania.

El autor y la autora de este libro han dedicado la mayor parte de su carrera profesional al
diálogo construccionista. En el mundo de las ideas se está produciendo una gran
transformación, en todas partes se cuestionan las tradiciones. Los criterios absolutos y
universales acerca de la verdad, la objetividad, la lógica y la moral resultan cada vez menos
claros. Fruto de esta agitada situación emerge un nuevo diálogo, surgen nuevas voces que
hablan de esperanza y de futuro para los seres humanos.

A esta revolución teórica y práctica se le ha llamado de muchas formas.


Postfundacionalismo, posempirismo, posilustración y posmodernismo son algunos de los
términos para referirse a ella. No obstante, ligado a todo ello encontramos el concepto de
construcción social, es decir, la creación de significados mediante el trabajo colaborativo.
La construcción social no es atribuible a un único individuo ni a un grupo, y tampoco es
singular ni unificada, sino que corresponde a una creación compartida socialmente. En este
contexto no se teme a las tensiones ni a la falta de certeza, porque establecer una verdad
absoluta, una lógica fundamental, un código estricto de valores o una serie cerrada de
prácticas sería contraria al pleno desarrollo de las ideas propuestas por los construccionistas
sociales.

La idea básica: nosotros construimos el mundo


El construccionismo social se basa en una idea principal, sencilla y clara. Sin embargo, a
medida que vamos deshaciendo el ovillo de lo que ésta entraña y del alcance de sus
consecuencias, se esfuma rápidamente esta simplicidad. La idea básica representa
reconsiderar prácticamente todo lo que pensamos acerca del mundo y de nosotros mismos.
Y con esta reflexión nos abrimos a nuevas e interesantes formas de actuar.

"¿Qué pasaría si dijéramos que no hay árboles, ni edificios, ni mujeres, ni hombres, etc.,
hasta que nos pusiéramos de acuerdo en que sí los hay? Absurdo, ¿verdad? Basta con mirar
alrededor: todo esto ya existía antes de nosotros". La respuesta parece razonable, pero
fijémonos en la pequeña Julie de 1 año durante un paseo. Su mirada recorre árboles,
edificios y coches sin prestar atención a las diferencias; no parece que distinga entre
hombres y mujeres. El mundo de Julie no parece ser igual que el de los adultos. Lo que ven
nuestros ojos puede que sea lo mismo que ven los ojos de Julie, pero lo que significa para
nosotros y para ella es bien distinto. Los adultos construimos el mundo de una forma
diferente. El origen de esta diferencia se halla en las relaciones sociales. A partir de ellas, el
mundo se ha convertido en lo que es.

"Eso significaría que la muerte no es real, ni el cuerpo, ni el sol, ni una silla,...etc". Es


necesario aclarar este punto. Los construccionistas sociales no dicen "no existe nada" o "no
hay realidad". No se trata de eso, sino de destacar la importancia de que siempre que
alguien define qué es la "realidad", está inevitablemente hablando desde la perspectiva de
una tradición cultural. Describir una experiencia requiere representarla desde un punto de
vista concreto o utilizando algún tipo de lenguaje visual u oral específico.

Si permanecemos apegados a nuestras tradiciones familiares, probablemente la vida seguirá


su curso como siempre. Mientras sigamos realizando las mismas distinciones que ya
conocemos, por ejemplo, entre hombres y mujeres, ricos y pobres, instruidos y no,
posiblemente la vida continuará siendo predecible. Aun así todo lo que damos por sentado
puede ser cuestionado. Por ejemplo, los "problemas" no existen en sí mismos, sino que más
bien construimos lo que es "bueno" y consideramos aquellos sucesos que obstaculizan el
camino a alcanzarlo como "problemas". Todo aquello que construimos como "problema",
¿no se podría construir como "oportunidad"? Del mismo modo, en la medida en que
dialoguemos los unos con los otros, seremos capaces de crear mundos nuevos. Podríamos
crear mundos en los que existieran tres géneros, o uno donde los "enfermos mentales"
fueran "héroes", u otro donde "el poder de las organizaciones no recayese en dirigentes
individuales, sino en las relaciones entre las personas que forman parte de ellas".
Desde este enfoque, las acciones no están condicionadas por nada tradicionalmente
aceptado como verdadero, lógico o correcto. Ante nosotros se extiende un amplio espectro
de posibilidades, una invitación permanente a la innovación. Esto no significa que
tengamos que abandonar todo lo que valoramos como real y positivo. En absoluto. Pero es
necesario aclarar que los construccionistas no estamos encadenados a la historia ni a la
tradición.

Pluralismo radical

La mayoría de la gente está dispuesta a aceptar que muchas de las categorías que utilizamos
han sido construidas socialmente. Todos sabemos lo difícil que es ponerse de acuerdo
acerca de lo que construye la justicia, la moralidad o el amor. No obstante, cuando se trata
del mundo físico, del mundo prelingüístico, de lo directamente observable, muchas
personas se resisten a la idea construccionista. Si lo que tomamos como real se deriva de un
acuerdo común para entenderlo así, entonces lo que llamamos "verdadero" solo existe en el
seno de esas relaciones personales. La verdad únicamente existe en el contexto de una
comunidad. Más allá de lo comunitario, no hay más que silencio. En este sentido, los
construccionistas sociales no abrazamos verdades universales, ni tampoco la Verdad con
uve en mayúscula, esa que a veces llaman "Verdad trascendental".

No hay duda de que existe la verdad con uve minúscula, es decir, aquella verdad que es el
resultado de formas de vida compartidas en el seno de un grupo. La idea de verdad como
algo que existe tan sólo en el seno de una comunidad tiene enormes consecuencias. Toda
construcción de lo real está insertada en un sistema de vida, y todo sistema de vida está
basado en valores. Esto significa que cualquier declaración de lo que es verdad va
invariablemente unida a una tradición de valores. Así, para una comunidad de científicos
espaciales es importante saber si es verdadero o falso que un cohete seguirá una trayectoria
determinada; esta verdad va unida al valor que ellos dan a llegar a salvo a un destino. La
psiquiatría intenta saber la verdad acerca de la enfermedad mental; esta investigación va
ligada al valor que ellos dan a lo que consideran una forma de vida normal.

Los problemas aparecen cuando en un contexto determinado la pretensión de la verdad (con


uve minúscula) se trata como si fuera la Verdad (con uve mayúscula) trascendental; cuando
una comunidad opina que la homosexualidad es un trastorno y otra cree que es una
actividad humana normal; cuando una sostiene una visión determinista del comportamiento
y otra considera que la voluntad es libre. Al igual que sucede con la mayoría de las
afirmaciones absolutas sobre el conocimiento, la humildad de lo local se sustituye por la
arrogancia de lo universal.

El construccionismo social nos libera de la tarea de intentar decidir qué tradición, conjunto
de valores, religión, ideología política o ética es, trascendental o definitivamente, la Verdad
o lo Correcto. Desde una perspectiva construccionista, todas las opciones pueden ser
válidas para un grupo de personas. Las ideas construccionistas nos invitan al pluralismo
radical, es decir, a abrirnos a muchas formas de nombrar y de valorar. No hay fundamento
para declarar la superioridad de la propia tradición, y, por ello, el construccionismo nos
abre la puerta a una postura de curiosidad y de respeto hacia los demás.

Por supuesto, una visión pluralista como ésta es más fácil de adoptar en abstracto que en la
concreta agitación de la vida cotidiana. Es difícil permanecer callado ante lo que vemos
como prejuicio, opresión, injusticia y brutalidad en el mundo actual. No obstante, para el
construccionismo, la tendencia a eliminar aquello que desprecia representaría moverse en la
dirección equivocada, porque entonces funcionaria basándose en la Verdad. Más bien
tiende a favorecer formas de dialogo de las que puedan surgir nuevas realidades y valores.
El reto no está en hallar "una única mejor manera", sino crear aquellos tipos de relaciones
humanas que nos permita construir en colaboración el futuro de todos.

¿Ciencia versus religión?

La mayoría de los científicos, están convencidos de que existe un mundo material, real,
independiente de las personas; que es posible descubrirlo utilizando instrumentos
sistemáticos de medición y que también es posible representar ese mundo con exactitud
mediante sistemas simbólicos, como el lenguaje y las fórmulas matemáticas. Los éxitos
obtenidos en sus proyectos, desde la erradicación de enfermedades mortales hasta el
aprovechamiento de la energía atómica, ha llevado a muchas personas a aceptar el poder de
la ciencia para desvelar la Verdad acerca del mundo.

Las ideas construccionistas no devalúan en absoluto el trabajo científico, pero si desafían la


idea de que sus resultados arrojan la Verdad. Durante cientos de años, las declaraciones de
Verdad científicas se han utilizado para desacreditar las creencias de las tradiciones
religiosas o espirituales. La ciencia ha servido como cuña en una lucha de poder por la cual
a las instituciones religiosas se les ha arrebatado el control de la sociedad. La ciencia trata
la verdad, se dice, mientras que la religión y las tradiciones espirituales, dicen también, se
basan en fantasías o en mitos.

El construccionismo social proporciona una forma nueva de considerar este antagonismo:


las tradiciones científicas y las religiosas o espirituales tienen cada una de ellas su propia
forma de construir el mundo; cada una acoge determinados valores y está a favor de ciertas
formas de vida. No podemos medir la verdad del espíritu mediante métodos científicos, ni
tampoco evaluar la verdad de la ciencia mediante la sensibilidad espiritual. El
construccionismo nos pide que eliminemos esa oposición tradicional: ciencia frente a
religión, y que adoptemos más bien una posición que tenga en cuenta ambas, y desde la que
estemos abiertos a explorar desde todos los puntos de vista posibles tanto las consecuencias
positivas como las negativas de cada una de ellas.

De la critica a la reconstrucción

Una de las cosas más fascinantes acerca de nuestro compromiso con las ideas
construccionistas es la invitación permanente a la creatividad que representa. Los
buscadores de la Verdad pretenden reducir el mundo a un conjunto único y fijo de palabras.
Proclamar la Verdad es condenar el lenguaje y reducir, así, el amplísimo abanico de
posibilidades que existe para que se generen nuevos significados.

A medida que las ideas construccionistas se han ido extendiendo, paralelamente ha


sucedido lo mismo con la reflexión critica sobre nuestra vida cotidiana. ¿Por qué ha
ocurrido así? Porque desde el momento en que tomamos conciencia de que cualquier
pronunciamiento sobre la naturaleza de las cosas es simplemente "una manera de ver las
cosas", también nos damos cuenta de que podría haber otras. Cada forma de construir el
mundo se apoya en una cierta tradición -que conlleva determinados valores- y a la vez
descarta todo lo que no está incluido en su propia cultura. Podemos empezar
preguntándonos, por ejemplo, qué clase del mundo se construye a partir de un noticiario
determinado, un discurso político determinado o un articulo científico de un campo de
conocimiento en particular. ¿A quién se apoya? ¿A quién se margina? ¿Tenemos que
abrazar necesariamente una forma de construir el mundo y el futuro que se reserva para
nosotros? Este tipo de sensibilidad critica está aumentando en la cultura occidental.

Estos esfuerzos críticos son sumamente importantes para el desarrollo de la democracia,


porque obstaculizan los intentos de cualquier grupo de dominar o eliminar a los otros con
su particular construcción de lo real y lo bueno.

Con todo, y aunque esencial para una sociedad justa, la tendencia critica también puede
resultar peligrosa. El criticismo pone en tela de juicio la legitimidad de lo que se dice o se
escribe. Pero ¿y si estuvieran atacando tus propias palabras? Quizás entonces saldrán a la
luz tus prejuicios y te mostrarás arrogante, tiránico o abusivo. No es sorprendente que la
reacción a la crítica sea a menudo un contraataque. Generalmente, tanto el crítico como el
criticado creen que lo que hacen está bien. Pero en su enfrentamiento rápidamente se
destruye la confianza y acaba por prevalecer la hostilidad mutua. A este respecto, se
necesitan formas nuevas de discurso que sustituyan a la tradición del todo vale para criticar.
¿Cómo podemos reflexionar de manera crítica sin caer en la demonización? ¿Cómo
podemos traspasar las barreras que existen entre dar sentido a las cosas cada uno por
separado y construir juntos un futuro prometedor?

De lo individual a lo relacional

Somos partidarios en una democracia en la que el ciudadano tiene derecho a emitir su voto,
que cuenta con tribunales de justicia que se ocupan de que aquél que infringe la ley tenga la
responsabilidad de asumir sus actos, escuelas en las que se evalúe el trabajo de cada
estudiante, y empresas en las que se realizan evaluaciones del rendimiento de los
trabajadores individuales. Es en gran parte por estas razones que caracterizamos la cultura
occidental de individualista.

Con todo, y para un construccionista, el hecho obvio del "individuo como ser que toma
decisiones conscientemente" no es tan obvio, sino que más bien lo entendemos como una
forma de construir el mundo. De hecho, la orientación individual en la sociedad no es tan
antigua en términos históricos y no es algo compartido por la mayoría de la gente en el
mundo. Esto no la convierte en errónea, pero sí nos permite tomar distancia y preguntarnos
los pros y los contras de esta visión individualista.
Esta claro que se puede decir mucho a favor del individualismo. Por ejemplo, la vida tiene
sentido y es importante para muchas personas porque se quieren, se respetan y se valoran a
sí mismas. Y para la mayoría de nosotros no hay una alternativa preferible a la democracia.
Al mismo tiempo, el individualismo tiene sus inconvenientes. Se nos muestra el mundo
social como formado fundamentalmente por seres aislados, nos enseña que no podemos
penetrar en la mente de los demás, y por ello no podemos conocernos o confiar plenamente
los unos de los otros. Como asumimos que cada persona mira por su propio interés,
necesitamos entrenamiento moral para preocuparnos de los otros. La preocupación por uno
mismo se convierte en el eje sobre el que pivota nuestra vida, tememos el desprecio de los
otros, buscamos siempre ser mejores que los demás. En un mundo individualista, las
relaciones humanas pasan a un segundo plano, porque se entienden como situaciones
artificiales, como algo que consume tiempo, y como esenciales sólo en aquellos casos en
que uno no es autosuficiente.

Si una construcción del yo o del mundo funciona en contra de nuestro bienestar, podemos
desarrollar alternativas. En realidad, desde una perspectiva construccionista, las relaciones -
y no los individuos- constituyen los fundamentos de la sociedad. Permite que nos
extendamos sobre esta posibilidad, no porque la visión relacional sea la verdadera, sino
porque cuando entramos en esta construcción se nos abre la puerta a formas de actuar
nuevas y posiblemente más prometedoras.

El significado como acción coordinada

Habitualmente nos referimos al significado como algo que reside en la mente del individuo.
Suponemos que las palabras son la expresión externa del funcionamiento interno de la
mente. Esta manera de conceptualizar el significado es el núcleo de la tradición
individualista; reconoce al individuo como fuente de todo significado. Nunca podríamos
verificar que estamos en lo cierto, excepto por aquello que la persona exprese verbalmente.
¿Cómo podemos saber lo que el otro quiere decir? Entramos entonces en lo que los
expertos llaman un círculo hermenéutico, un círculo sin fin en el que cada respuesta genera
una nueva pregunta. La manera más prometedora de escapar de este círculo vicioso es
abandonar la construcción de "un mundo interior" donde se crean los significados. No nos
centremos ahora en el significado que surge del interior de la mente, sino en la forma en
que éste se crea a través de la relación personal. Así pasamos del significado interno
individual al significado creado entre las personas. ¿Cómo podemos dar sentido al
significado como relacional?

1) Una expresión verbal individual no posee significado en sí misma.

Un hombre se cruza por la calle con una mujer, le sonríe y le dice: "Hola, Anna". Ella no le
oye el saludo y pasa de largo sin decir nada. Entonces ¿qué ha dicho él? Lo que ha
expresado eran dos palabras. Sin embargo, no habría ninguna diferencia si hubiese elegido
decir dos sílabas sin sentido. No puede crear un significado él solo.

2) El potencial de significado requiere una acción suplementaria para adquirir sentido.

Las expresiones de una persona empiezan a adquirir significado cuando otra contesta,
cuando otra añade una acción suplementaria. Comunicarse con los demás requiere que
éstos nos concedan el privilegio de un significado.

El significado no reside en lo individual, sino únicamente en lo relacional. Tanto la acción


como el suplemento deben ir coordinados para que haya significado.

3) La propia acción suplementaria requiere, a su vez, un suplemento.

Imaginemos una persona que durante la sesión de terapia habla de su sensación de


impotencia; se siente incapaz de hacer frente a un marido agresivo y a una situación
intolerable en su trabajo. El terapeuta puede crear estas manifestaciones como expresiones
de depresión si responde: "Si, ya entiendo por qué está deprimida, explíqueme un poco más
lo que sucede". No obstante, este suplemento se halla detenido en su significado hasta que
la clienta proporciona, a su vez, un suplemento. Si ella simplemente ignora lo que ha dicho
el terapeuta, entonces le niega el significado a las palabras de él. Si, por ejemplo, dice: "¡No
he dicho que estuviese deprimida, lo que estoy es enfadada!", entonces reduce lo que ha
dicho el terapeuta a una afirmación arrogante. Si, en cambio, dice: "Sí, estoy terriblemente
deprimida", entonces la depresión se convierte en una realidad para ambos, que deben
trabajar juntos. En un sentido amplio se podría decir que vivimos nuestras vidas
dialogalmente.

4) Las tradiciones nos dan las posibilidades del significado, pero no lo determinan.

Es importante reconocer que las palabras y las acciones en que nos apoyamos para generar
significados uniéndolas las tomamos prestadas en gran parte de otros tiempos y otros
lugares. Nuestra capacidad para crear significados juntos se apoya en una historia que a
menudo data de muchos siglos.

Sin embargo, no estamos determinados por el pasado. Las nuevas combinaciones de


acción/suplemento cambian constantemente.

El yo relacional

¿Qué es un ser humano? ¿Cuál es la esencia de nuestra naturaleza? En mayor o menor


medida damos por sentado que los humanos somos criaturas que poseemos la capacidad
para tomar decisiones racionalmente, para sentir emoción y deseo, para recordar el
pasado... Aun así, estas creencias de sentido común únicamente han sido fundamentadas
para la cultura occidental y durante los últimos siglos. Hay que tener en cuenta que hasta el
dictum del siglo XVII de René Descartes: "Pienso, luego existo", no era tan obvio que
pudiéramos pensar o que el pensamiento fuese fundamental para existir como persona. El
concepto de sentimiento no se desarrolló hasta el siglo XVIII. Y mientras tanto, han
desaparecido otras cualidades humanas. Por ejemplo, hemos olvidado en mayor o en menor
grado la importancia de la melancolía. La melancolía era tan obvia en el siglo XVII que
Robert Burton escribió un libro de quinientas páginas sobre sus causas y cura. Durante
siglos, "el alma" ha sido un hecho acerca de la naturaleza humana, aunque hoy en día
muchas personas creen que es un mito. Durante los últimos siglos, el libre albedrío se ha
considerado una virtud sin igual de las personas, aunque para muchos científicos que
sostienen un punto de vista determinista sobre el universo, esta libertad es una ficción
evidente.
La enfermedad mental como discurso del déficit

¿Estás en tratamiento por depresión? ¿Conoces algún joven al que se le haya diagnosticado
un trastorno por déficit de atención? Hasta el siglo XX no existía ningún trastorno mental
llamado depresión o déficit de atención. Resulta interesante que en 1900 sólo hubiera unos
cuantos términos para identificar la enfermedad "mental". Hacia el año 2000, los
profesionales de la salud mental "descubrieron" más de cuatrocientas formas de trastornos
mentales. En Estados Unidos, la enfermedad mental es actualmente uno de los principales
gastos de salud, y los psicofarmacos son un negocio multimillonario. En la medida en que
el discurso del déficit personal va ganando credibilidad científica y pasa a ser del dominio
publico, estos conceptos se integran en la construcción que hacemos de nosotros mismos.

Desde una perspectiva construccionista, la enfermedad mental no "está ahí" simplemente


para que la descubramos, sino que más bien construimos ciertas acciones como
"enfermedad"...o no. Una persona que está triste, melancólica o abatida no necesita que le
diagnostiquen de "enferma"; pensamos más bien que le hace falta un poco de apoyo de los
amigos y de la familia, un poco de éxito o reconocimiento, una nueva novia o tiempo para
sobreponerse a una perdida. Si etiquetamos a una persona de sufrir una "depresión clínica",
la abocamos a un tratamiento que puede llevarla a una dependencia a largo plazo de los
antidepresivos. Si decimos que una niña está "rebosante de curiosidad" o "que necesita
mucha estimulación", quizás le encontremos cosas para hacer que le resulten más
interesantes. Si a la misma niña le han diagnosticado un trastorno por déficit de atención, lo
mas probable es que le receten metilfenidato y se vea obligada a tomarlo durante muchos
años. Como construccionistas sociales, estamos sensibilizados a estos efectos
problemáticos del discurso del déficit, y animamos a la búsqueda de construcciones
alternativas.

La reconstrucción relacional de lo mental

Crear el yo relacional no es tarea fácil, principalmente porque las palabras que conocemos
son producto de una tradición individualista. Disponemos de miles de términos que "hacen
realidad" las condiciones y los contenidos de la mente individual. Podemos empezar a
hablar y no acabar, de nuestros pensamientos, sentimientos, deseos, esperanzas, sueños,
ideales... Por el contrario, tenemos pocas palabras para describir las relaciones. Es como si
nuestro lenguaje fuera enormemente rico para describir las piezas de un tablero de ajedrez,
pero tremendamente pobre para describir el propio juego. Cuatro propuestas para dar
sentido al yo relacional:

1) El discurso mental nace del dialogo.

Muchas personas creen que las palabras que usamos para describir un estado mental se han
generado a partir de la existencia factual del propio estado. Es decir, debido a que el
pensamiento ya existía en la mente, hemos desarrollado la palabra "pensamiento" para
poder nombrarlo. Por el contrario, los construccionistas argumentaríamos que no hemos
creado la palabra "pensamiento" después de penetrar de alguna manera en nuestra mente y
observarla determinadamente hasta el proceso llamado "pensamiento", porque, después de
todo, aunque pudiéramos mirar dentro de la mente, ¿qué estaríamos mirando?, porque no es
posible ver los pensamientos del cerebro. Y ¿cómo identificaríamos un "pensamiento" y lo
distinguiríamos de una "actitud" o una "esperanza"?

Lo que planteamos es más bien que el lenguaje de cada uno nace en el seno del dialogo con
los demás. Debido a que las palabras de que nos servimos para referirnos a lo mental se
crean a través del dialogo, es fácil ver por qué los términos van y vienen a lo largo de la
historia, y también por qué no nos cuesta mucho inventarnos ciertos términos para clasificar
la enfermedad mental. Esto también explica por qué muchas culturas del mundo no
comparten la misma comprensión acerca de "lo que hace que la gente siga adelante".

2) El discurso mental adquiere sentido con el uso.

Decir que el discurso mental nace del diálogo es lo mismo que decir que su significado
depende de su uso social. Así, no necesitamos preguntarnos si las palabras que utilizamos
reflejan exactamente nuestro estado interior.

Fijémonos en todas las palabras que disponemos para expresar un estado de atracción. Se
puede decir: "Te admiro", "Quiero ser tu amigo", "Eres estupenda", "Me gustas", "Estoy
loco por ti", " Estoy desesperado por ti", etc. Las posibilidades son casi infinitas. Según
cuando y a quien le digas estas palabras, la otra persona puede acercarse a ti, mantener una
distancia o incluso pedir una orden de alejamiento. Podemos hablar de atracción de
muchísimas formas, pero no porque éstas representen un numero equivalente de estados
mentales, sino por las demandas que comporta la complejidad de la vida relacional.

3) El lenguaje es sólo un componente de la plena representación de las acciones.

Las palabras van acompañadas de expresiones faciales, posturas, movimientos corporales y


otras actividades. Tales acciones corporales son vitales para la forma de funcionar de la
palabra.

4) Las representaciones son componentes de las secuencias relacionales.

Desde este punto de vista relacional, todo aquello que hemos asumido como personal,
privado, y también aquellos pensamientos, emociones, planes, deseos y demás que tenemos
"en la cabeza", lo podemos construir de manera fundamentalmente relacional. No es que
estos estados se encontrasen ya en nuestro interior; no están encerrados en nuestras
estructuras cerebrales, sino que somos nosotros quienes los representamos activamente. No
nos mueven a la acción, ni tampoco nuestras acciones los sacan fuera. Los estados y las
acciones son lo mismo, una sola cosa.

Quizás un escéptico diría: "Pero sí tengo una experiencia privada; muchas veces pienso o
siento emociones cuando estoy completamente solo". Podemos estar separados físicamente
de los demás, pero nuestras actividades cuando estamos solos se hallan en gran medida
ligadas a nuestras relaciones. Actividades como "sentirse triste" o "reflexionar sobre un
problema" son esencialmente representaciones parciales, separadas en ese momento de las
circunstancias normales de la relación. Pensar o hablar "consigo mismo" es, en este sentido,
mantener una conversación publica, pero sin la representación completa del intercambio
verbal con la otra persona. Sentirse triste en la privacidad de su propia habitación no es en
esencia diferente a la representación publica de la tristeza. No obstante, en solitario no
faltan las expresiones faciales apropiadas y la postura corporal acorde. Estar sentado solo y
triste es tomar parte en la danza cultural, aunque no haya otros presentes. Sin una historia
de relación, no hay mucho a lo que se pueda llamar "mundo privado".
Resumiendo, es a partir de la relación personal que surge todo aquello que tomamos como
real, lógico, verdadero y valioso. Las consecuencias de este énfasis en lo relacional son
importantes. No solamente desafía la tradición tan afianzada del individualismo, sino que
además nos invita a reconsiderar muchas de nuestras instituciones, desde los rituales
relacionales íntimos hasta la practica profesional en la educación, la política y el derecho.
La perspectiva relacional nos abre a una profunda apreciación de nuestra vida con los
demás, no aparte de ellos ni contra ellos. Así empezamos a centrarnos en el poder
generativo de las relaciones y en el influir de las acciones coordinadas. Por medio de las
representaciones con otras personas y también con nosotros mismos, creamos nuestra
realidad racional y emocional. Lo que antes se llamaban "procesos mentales" se recrea
ahora para convertirse en "procesos relacionales". Es el "yo relacional" que nace de las
relaciones con los demás.

La construcción social y la practica profesional

Cuando te das cuenta de que todo lo que tomamos como verdadero, racional y bueno es así
únicamente en función de las convenciones, empiezas a hacerte preguntas de una
trascendencia inquietante. ¿Por qué deberíamos aceptar aquello que la tradición nos
ofrece?, ¿qué nos estamos perdiendo?, ¿somos capaces de reconstruir?, ¿mejorarían las
cosas?. Las preguntas son provocadoras; las repercusiones, infinitas.

Construcción social y cambio terapéutico

Tanto respecto al cliente como al terapeuta, el tipo de terapia tiene que respetar el estilo y
las preferencias personales, las diferentes tradiciones y valores; es decir, la multiplicidad de
construcciones de lo real y lo bueno. Las tradiciones terapéuticas son en sí mismas
contenedores de significado cultural; ¿por qué un único sistema de significados tienen que
ser útil para todo el mundo? Dicho esto, consideramos que hay tres formas de terapia que
congenian especialmente con la sensibilidad construccionista hacia las realidades múltiples;
cada una de ellas ofrece importantes recursos para el cambio.

La terapia narrativa: rehistoriar la vida


Se podría decir que en gran medida entendemos nuestras vidas en términos de historias, en
las que nosotros somos el personaje principal. Son historias de éxitos y fracasos, de
momentos en que todo nos va bien o no tan bien. Cuando una persona sufre por un
problema de la vida, este problema solo es tal en el seno de algún tipo de historia. Sufrimos
a menudo cuando nos enfrentamos a una pérdida, cuando nos rechazan o cuando sentimos
que vamos errantes sin dirección en la vida. Sin embargo, la pérdida, el rechazo y no tener
rumbo en la vida no son "problemas que estén ahí en estado natural". Sólo pueden existir
dentro de la trama de una historia.

Los profesionales de la terapia narrativa están convencidos que al rehistoriar la vida de cada
uno, se pueden transformar los "problemas"; es posible construir nuevas historias y, a partir
de éstas, abrir nuevas vías de acción. Algunas personas llevan consigo historias de daños
permanentes causados por los malos tratos en la infancia. Se sienten incapaces de superarlo.
Sin embargo, si pueden revisar los primeros años de su vida y fijarse en lo intrépidos que
fueron para sobrevivir -y resurgir como héroes- es posible que empiecen a ver opciones de
cambio nuevas y más optimistas.

La mayor parte de la gente cree que sus problemas residen "en su cabeza". Se sienten
disfuncionales. Como razonan White y Epston, tales narrativas oscurecen la posibilidad de
comprender los propios problemas como un producto de las condiciones sociopoliticas. Lo
que a menudo tomamos como disfunciones personales -por ejemplo, las depresiones- se
puede rehistoriar de forma que entendamos que lo que sucede es que nos estamos
enfrentando a condiciones económicas o políticas estresantes. Cuando uno entiende que "no
soy yo, sino el sistema", desaparecen las dudas sobre uno mismo y aparecen otras opciones.
Si se construyen historias de fortaleza, a menudo se reduce el sufrimiento y se abre la
puerta a acciones políticas.

Las terapias breves centradas en soluciones: la magia de la palabra

Las personas suelen iniciar una terapia porque tienen problemas que quieren abordar. Este
abordaje tiene ventajas, pero también inconvenientes. Desde una perspectiva
construccionista consideramos que, si hablamos seriamente de un problema, éste se hace
cada vez más real y más grande. Y si seguimos hablando de él, al final puede que acabemos
por sentirnos atrapados y bloqueados. Los profesionales de las terapias centradas en
soluciones buscan alternativas al enfoque de "hablar de los problemas", es decir, de
centrarse en las dificultades del individuo. En lugar de esto, lo que ellos hacen es motivar a
la persona a fijarse y comentar sus puntos fuertes, sus recursos y sus posibilidades
relacionales. Se puede construir a una persona que afirme que básicamente vivimos el aquí
y el ahora, en contraposición a las terapias exploratorias que construyen personas que
tienen "problemas profundamente arraigados", y que nuestro bienestar se halla ligado a
nuestras actuales relaciones. En lugar de explorar un pasado tormentoso, la terapia se centra
en los recursos para establecer relaciones más adecuadas en el presente. Cuando se
reconstruye no a partir del pasado y de los problemas, sino a partir del presente y de las
posibilidades, entonces es posible anticipar que el cambio será más rápido.

La terapia posmoderna y la posición del que "no sabe"

Las escuelas de terapia tradicionales se basan en la Asunción del conocimiento experto, es


decir, los terapeutas están formados para reconocer las causas y las curas de los problemas
de las personas ("enfermedades"). Por supuesto, lo que "se sabe" varía mucho de una
escuela de terapia a otra. Las diferentes escuelas sostienen de una forma u otra que los
problemas de los individuos están ligados a deseos sexuales reprimidos, a la carencia de
afecto parental, a un complejo de inferioridad, etc. Fijémonos que el terapeuta en esta línea
conoce los problemas del cliente antes incluso de que éste ponga el pie en su consulta. La
terapia desde la "posición del experto que sabe" no le concede ningún crédito a lo que
"sabe" el cliente.

Harry Goolishian y Harlene Anderson, del Instituto Houston-Galveston de Terapia


Familiar, proponen una alternativa llamada "orientación del no saber". En este caso lo que
guía al terapeuta es una gran curiosidad por conocer qué dicen los miembros de la familia y
cómo construyen ellos su mundo. Tales terapeutas no dejan de lado sus conocimientos
previos, sino que más bien entienden las experiencias del pasado como una fuente de
posibles recursos para enriquecer la conversación terapéutica. Y lo que es más importante,
el terapeuta es así más sensible a los nuevos significados que se pueden construir a partir de
la comprensión que el cliente aporta a la terapia. Los progresos del cambio emergen de la
propia realidad del cliente.

Construcción social y eficacia organizativa


El éxito de cualquier organización depende en gran medida de la capacidad de sus
miembros para negociar eficazmente los significados. Los equipos dejan de ser eficaces
cuando sus miembros entran en conflicto; los líderes dejan de liderar cuando nadie
comprende o aprecia lo que dicen.

En muchas ocasiones, los expertos en construccionismo han puesto énfasis en la semejanza


que existe entre las organizaciones y las culturas pequeñas, y en la forma en que la gente
que forma parte de estas últimas se hallan ligadas entre sí en función de asunciones
compartidas acerca de lo real y lo bueno. Y aún más importante para aglutinar una cultura
son sus narraciones. Son cruciales aquellas narraciones que crean un sentido colectivo de la
historia y el destino.

Veamos ahora dos contribuciones más recientes de las ideas construccionistas a la práctica
en las organizaciones.

Del liderazgo individual al relacional

Si pensamos en un líder destacado, lo más probable es que imaginemos un individuo -


habitualmente un hombre- dotado de habilidades especiales, mucha sabiduría o una gran
capacidad de persuasión. Desde esta perspectiva, los líderes ejercen influencia en sus
seguidores, y los eficaces son aquellos que inspiran y dirigen a la gente de forma que se
alcancen con éxito los objetivos de la organización.

Sin embargo, para los construccionistas, esta visión del liderazgo está llena de defectos.
Falla al no tener en cuenta la forma en que se crean los significados en las relaciones. Nadie
puede funcionar como líder a menos que los demás se unan a él en un proceso de crear
significados.

El liderazgo relacional surge cuando la gente dialoga para crear roles y actividades de
liderazgo para todos. En lugar de que sea un único individuo el que establezca la visión de
las cosas y las metas, son todos los participantes los que les dan forma a través del dialogo.
Así, la tarea de liderar está distribuida entre todos.

Investigación apreciativa: cómo inspirar el cambio organizativo

En el mundo de las organizaciones se suele "hablar de los problemas". Se podría suponer


que, si todos los problemas se resolvieran, las empresas funcionan perfectamente. ¿Seria
así? Si nos centramos en los problemas individuales, frecuentemente perdemos de vista el
conjunto; la mirada no logra alcanzar una visión de futuro. Entonces empezamos a
culparnos mutuamente, desconfiamos los unos de los otros y nos ponemos a la defensiva.

Desde una posición construccionista, hablar de los problemas es opcional. Los problemas
sólo existen si construimos el mundo en esos términos. Y dado que hablar de los problemas
suelen alejarnos de las metas, la gente se pregunta si no habrá otra forma de abordar las
cosas que sea más eficaz.

Existe un poderoso medio de movilizar grupos y organizaciones que se llama investigación


apreciativa. Se trata a una alternativa a los enfoques centrados en el problema. Todos los
que la practican crean un mundo en el que ven no el vaso medio vacío, sino medio lleno. En
palabras de David Cooperrider, uno de sus creadores: "La cosa más prolífica que puede
hacer un grupo, si se orienta a construir conscientemente un futuro mejor, es descubrir el
"núcleo positivo" del sistema en cuestión, y entonces convertirlo en propiedad explícita y
común de todos". Centrarse en los puntos fuertes y en los recursos más importantes de una
organización, y no en sus áreas problemáticas.

Cuanto mayor es la participación de los miembros del grupo en la exploración del núcleo
positivo del sistema humano, mejor, más profundo y más duradero es el proceso de cambio.

La investigación apreciativa permite descubrir la realidad relacional del grupo. Mediante el


diálogo y la conversación se empiezan a establecer nuevas relaciones, y es a partir de éstas
que se despliega el futuro de la organización. En una típica sesión de investigación
apreciativa se empareja a los miembros del grupo y se les pide que compartan historias
relacionadas con el núcleo positivo de la organización. Los participantes descubren así
cuáles han sido los mejores momentos de ésta. Habitualmente tales historias giran en torno
a las experiencias a partir de las cuales los participantes se han sentido satisfechos,
energéticos y alegres. Las historias se comparten después con grupos más numerosos, con
la intención final de identificar cuáles son los elementos que dan vida, energía y fuerza a la
organización.

A partir de esta experiencia compartida, los miembros del grupo pueden empezar a discutir
el futuro de la organización y la forma de maximizar estas reservas de vitalidad. El proceso
de colaboración es la chispa que prende el fuego del entusiasmo y la buena voluntad y de la
resolución necesaria para lograr grandes metas. Es importante destacar que la investigación
apreciativa establece las raíces del futuro en el terreno del pasado; los sueños que comparte
el grupo no son castillos en el aire, sino que éste toma lo mejor de los logros del pasado y lo
aprovecha para generar posibilidades idealistas y a la vez realistas para el futuro. Los
aspectos de colaboración, relacionales, son los que potencian el esfuerzo de cambio a lo
largo de este proceso. Los principios fundamentales de la metodología de la investigación
apreciativa se basan en la teoría de la construcción social.

Afrontar los conflictos constructivamente

Los conflictos existen en todas partes y en todo el mundo; muchos de ellos son
escalofriantes y algunos resultan devastadores. En este sentido, el construccionismo no
hace grandes promesas, pero sí que proporciona un punto de vista y una dirección para
enfocar las prácticas de disminución de conflictos.

Para los construccionistas, la mayoría de los conflictos humanos se remontan al proceso de


creación de significados. Cuando la gente conecta entre sí, genera lenguajes compartidos
acerca de lo real y lo bueno. Estos lenguajes están integrados en sus costumbres y
convenciones. Generalmente, la gente que pertenece a una tradición determinada tiende a
ver a los que forman parte de otras como equivocados, inferiores o indeseables. En el peor
de los casos, los considera enemigos peligrosos. Así, la armonía únicamente prevalece en
aquellos casos en que existe una visión compartida de lo real y lo bueno. En cambio,
cuando cada uno no quiere ver las cosas más que a su manera, nos encontramos con el
dilema de "o tú o yo".
Si enfocamos el conflicto desde la perspectiva construccionista, se evita la cuestión de
quién, en última instancia, tiene la razón o quién está equivocado. Si quisiéramos superar
los conflictos, la cuestión fundamental es cómo acercar las posiciones divergentes de esos
dominios de significado. Debido a la gran importancia del lenguaje para construir la
realidad de cada conflicto, hay que prestar especial atención al diálogo. ¿Podemos hallar
formas de hablar unos con otros que nos permitan convivir amistosamente? Este énfasis en
el diálogo no es que sea muy nuevo, pero el construccionismo nos pide que miremos más
allá del contenido de los discursos en el conflicto y nos fijemos en las diferentes formas de
hablar: cómo se dicen las cosas, en qué se hace hincapié, en qué momentos se instala el
silencio, etc. Una pelea, como forma de diálogo, nos enfrenta a los unos contra los otros, y
entonces unos deben ganar y otros perder. El argumento entonces es básicamente "en la
guerra todo vale". ¿Cuáles son algunas alternativas prometedoras para discutir como forma
de solucionar las cosas?.

Una práctica muy prometedora, desarrollada por un grupo de terapeutas familiares de la


zona de Boston, se ha bautizado como Proyecto de Conversaciones Públicas. Este grupo
estaba activamente preocupado por la animadversión y la violencia generadas en torno al
tema del aborto, tanto en Boston como en el resto del país. La respuesta de este proyecto
fue la creación de una forma conversacional que no conducía al ataque, a la humillación ni
a la venganza. Se diseñó cuidadosamente cómo seleccionar, reunir a las personas y
ayudarles a conversar. A continuación presentamos un esquema del proceso.

Una sesión habitual se desarrolla a partir de invitar a reunirse una tarde a dos grupos de
adversarios. En lugar de iniciar de inmediato un debate, primero comen juntos. En este
punto no está permitida ninguna conversación acerca de las cuestiones que los dividen; de
hecho, no tienen forma de identificar cuál es el posicionamiento de los demás sobre el
tema. Cuando empieza el programa de discusión, los moderadores insisten en que los
participantes hablen a un nivel personal, experiencias, en lugar de intercambiar los
principios ya bien conocidos por ambas partes. Se anima especialmente a los miembros de
ambos grupos a relatar historias personales relacionadas con su posicionamiento. Aunque
los participantes pueden oponer resistencia a argumentos basados en principios, sí que
escuchan y se solidarizan con las historias personales. Como resultado, empiezan a
comprender emocionalmente por qué sus oponentes sienten como sienten. Más tarde, se los
anima a hablar de sus "áreas grises", esto es, de sus propias dudas en la posición que
sostienen. Entonces aparece una segunda voz, una que empieza a parecerse a la oposición.
A los participantes no se les pide que cambie su posición (ni tampoco lo hace), pero son
capaces de comprender mejor al otro bando y ser más solidarios. Y aún más, a veces
empiezan a construir nuevas posibilidades.

La investigación como práctica construccionista

Tradicionalmente, la investigación del conocimiento ha estado estrechamente ligada a la


búsqueda de la Verdad. En contraste con esta tradición, los construccionistas entendemos el
conocimiento como el producto de comunidades determinadas, guiadas por supuestos,
creencias y valores muy concretos. No existe la "Verdad para todos", sino la "verdad de
cada comunidad". La gente a la que llaman "ignorante" no está exenta de conocimientos;
simplemente no es parte de la comunidad que la considera de esa manera. Unos y otros
funcionan de acuerdo con tipos de conocimiento diferentes. El saber de cada grupo
funciona de distintas formas para distintos propósitos.

Las disciplinas del conocimiento científico, como la química o la geología, están en gran
parte basadas en la idea de que existen verdades objetivas acerca del mundo, y que es
posible descubrirlas. En esta tradición, cada disciplina tiene objetos de estudio específicos y
requiere métodos de investigación especializados. Esta orientación ha llevado al desarrollo
de islas aisladas de creadores de conocimiento, que muy pocas veces se comunican entre sí
y que raramente resultan inteligibles para el público en general.

El construccionismo plantea un reto a ese aislamiento. Para un construccionista, los objetos


de investigación están construidos por las comunidades correspondientes de creadores de
conocimiento. Estas comunidades crean la realidad de la química, la economía, la
psicología, la física, etc. Como propuso Khun, las comunidades desarrollan paradigmas.
Los paradigmas están constituidos por conjuntos compartidos de supuestos, métodos,
formas de escribir, hallazgos y demás, que mantienen unida a la comunidad. Los
paradigmas son los "motores" de la lógica de una comunidad. Los utilizan para resolver sus
problemas, y aunque tienen ventajas importantes, también tienen sus limitaciones.
Funcionan a menudo como unas anteojeras. Una vez que te las pones, es difícil ver algo
más de lo que tienes delante. Si tu paradigma te exige la división del átomo, que se pueda
utilizar para fabricar una bomba, las cuestiones relativas al bien o al mal que entrañan las
guerras no tendrán mucha relevancia; corresponden al reino de la política o la religión, no a
la ciencia.
El desafío que plantea el construccionismo es desdibujar las fronteras de las disciplinas. El
no compartir comporta la ceguera para apreciar los valores y las posibilidades de las
tradiciones alternativas. También es esencial llevar las disciplinas de los expertos al diálogo
con la cultura a su alrededor.

Tal como lo ve un construccionista, la investigación basada en un paradigma suele ser muy


valorada por la comunidad correspondiente. Los economistas aprecian los frutos de los
modelos económicos, y los neurocientificos se interesan mucho por los resultados de
neuroimagen en las investigaciones. Sin embargo, el construccionismo nos pide que
consideremos también la utilidad de esos lenguajes y de sus resultados. Por ejemplo, la
investigación de la economía o la neurociencia, ¿cómo mejora (o empeora) la vida de la
sociedad en general?

Éstas son esencialmente cuestiones de valor. ¿Cuáles son los estilos de vida que queremos
promover? ¿Qué queremos para nuestros hijos y nuestros nietos? Los historiadores se
encargan de decirnos cuál es la verdad acerca de la historia. Pero ¿cómo se podría describir
la historia de Oriente Medio? En gran parte depende de quién, en qué época y con qué
propósito relata la historia. No es posible escribir la historia obviando las tradiciones.

La investigación tradicional asume que hay un mundo de objetos o sucesos separados del
investigador. El trabajo de éste es descubrir la naturaleza de ese mundo. Por ejemplo, los
que piensan que las "actitudes" existen en la mente de las personas, elaboran las preguntas
de encuestas para "inferir las actitudes de la gente". La creencia que prevalece es que "con
el método se puede encontrar la verdad".

Desde la perspectiva construccionista, los métodos de investigación reflejan los supuestos y


los valores de una comunidad determinada. Así, los resultados que arrojan los métodos no
son tanto reflejo de la naturaleza, sino una creación que tomamos como tal. Los psicólogos
que creen en algo llamado "inteligencia" y quieren definir ciertas acciones (por ejemplo, la
resolución de problemas) como inteligentes, han desarrollado una medida de la inteligencia
llamada CI. Sin embargo, las respuestas de las personas a este tipo de test son sólo
indicadores de la inteligencia definida según la forma de describir el mundo de esos
psicólogos. Los test no reflejan las "diferencias en inteligencia", sino más bien construyen
un mundo en que tales diferencias parecen obvias. El caso es lo mismo si hablamos de
medida de autoestima, personalidad, funcionamiento, cognición...

Con esto no queremos sugerir el abandono de los métodos de investigación tradicionales, a


pesar de su poder para crear una realidad. No olvidemos que toda verdad existe "en el seno
de una tradición" y que cada tradición sostiene ciertos valores. Si construimos el mundo en
términos de salud y enfermedad física, y queremos evitar esta última, los métodos de
investigación médica son muy valiosos. Pero esto no convierte a la ciencia médica en la
Verdad, ni eleva sus métodos a una categoría superior a los demás.

La mayor parte de la investigación científica se transmite entre colegas mediante informes


escritos. Estos informes suelen resultar de difícil lectura para la gente que no forme parte de
esa comunidad, pero incluso quienes sí pertenecen a ella a menudo los encuentra
excesivamente complejos y aburridos. Tales estilos de redacción responden en parte a una
"tradición de la Verdad". Si entendemos la verdad como una creación común,
entenderemos los escritos científicos como una forma de relacionarse en el seno de una
comunidad.

Visto así, podemos entender los escritos científicos tradicionales como una posible forma
de expresión, no como la única, que resulta útil para ciertos propósitos, como para una
comunicación eficiente entre un grupo de científicos de élite, pero limitados, quedando
fuera del dialogo aquellos que están fuera de la ciencia. El ámbito científico es aquí
exclusivista. En el caso de las ciencias sociales, esta crítica es especialmente importante,
porque el ciudadano corriente es a menudo el objeto de estudio. Las ciencias sociales tienen
una larga historia en cuanto a encontrar deficiencias en diversos grupos de personas,
etiquetándolas de "poco inteligentes", "estrechas de miras", "conformistas", "deficientes
mentales" y similares.

Muchos especialistas que conocen estos argumentos, sobre todo en ciencias sociales,
experimentan con otras formas de redactar documentos científicos. Algunas personas usan
su "voz personal" para presentar su investigación. Hay también quien experimenta con
voces múltiples para mostrar las diferentes perspectivas. Podríamos ser incluso más
atrevidos y preguntar: ¿Por qué tanto énfasis en la escritura para la presentación de un
trabajo de investigación? Cada forma de presentación ofrece nuevas posibilidades para
construir el mundo y para relacionar las personas dentro de las comunidades que crean el
conocimiento con las de fuera.
Estos cuatro retos: saltar las frontera entre disciplinas, investigar sobre aspectos útiles para
la sociedad, fomentar la multiplicidad de métodos y ampliar las formas de expresión, son
aplicables a todas las áreas de creación de conocimiento. Sin embargo, las ideas
construccionistas han tenido más impacto en las ciencias sociales y humanidades que en las
ciencias naturales. En la investigación de las primeras han florecido nuevas prácticas,
específicamente en estudio narrativo, análisis del discurso, etnografía e investigación-
acción.

La narración del yo

En la investigación tradicional, el científico social observa y extrae conclusiones acerca de


otras personas, sus motivos, sus problemas, sus relaciones, etc. Sin embargo, un
construccionista pregunta: "¿Por qué no se concede a la gente el derecho a hablar con su
propia voz?", "¿los sujetos de la investigación han dado su autorización para que hablen en
su nombre?", "¿se sabe siquiera si éstos están de acuerdo con las conclusiones?". En lugar
de hablar acerca de ellos, ¿por qué no dejarlos que sean ellos mismos quienes hagan el
retrato de su vida?

Los métodos narrativos son un medio importante para dar voz a los sujetos de una
investigación. Los investigadores dejan que la gente cuente ella misma su historia. Así, la
investigación narrativa se ha venido utilizando para comprender mejor el envejecimiento, la
inmigración, la delincuencia, el consumo de drogas y mucho más.

Estudios sobre el discurso

Michel Foucault arrojó luz sobre la forma en que diversas comunidades estructuran
regímenes disciplinarios. Un régimen disciplinario es el conjunto de reglas que aprendemos
para regular nuestra conducta y nuestras formas de expresión. Cuando absorbemos una
disciplina, aprendemos a comportarnos de determinada manera y no de otra. En lugar de
que sean otros los que vigilen cada uno de nuestros movimientos, somos nosotros mismos
los policías que controlan que no hagamos cosas que se puedan considerar tontas,
desagradables o malas. Estas disciplinas nos ciegan para ver otras cosas, anulan
posibilidades y nos llevan a denigrar a los que no pertenecen a ellas.
¿De qué manera las distintas palabras que utilizamos nos empujan en una dirección y nos
bloquean para seguir otras? Los análisis del discurso pretenden arrojar luz sobre las lenguas
que rigen nuestra vida. Si préstamos atención a una distinción de las que se dan por
sentado, como es entre heterosexuales y homosexuales, nos daremos cuenta de que las
categorías que utilizamos son limitadas. Dividimos nuestro complejo mundo de relaciones
sexuales en dos categorías excluyentes, incluso aunque nos demos cuenta de que la vida
sexual de las personas a menudo es mucho más compleja. En el caso de la sexualidad, se
han desarrollado nuevos términos -metrosexual, polisexual, bisexual, etc.- que invitan a
nuevas pautas de vida cultural. A ojos de muchas personas, el foco de la investigación
sobre el discurso está en la liberación.

Mundos vividos: aventuras etnográficas

El propósito de gran parte de la investigación tradicional es establecer un conjunto de


teorías o principios abstractos, con el objetivo de poder así predecir el comportamiento
humano. Para muchos construccionistas, las teorías abstractas parecen muy alejadas de la
vida diaria e inamovibles a lo largo del tiempo. Como resultado, muchos investigadores
sociales han abandonado la búsqueda de una teoría abstracta a favor de la investigación
etnográfica; estudios que arrojan luz sobre varios grupos de personas.

El estudio etnográfico atrae a muchos construccionistas, no sólo porque arroja luz sobre
construcciones alternativas del mundo, sino también porque no requiere el tipo de
manipulación y de engaño que a menudo acompaña los experimentos de laboratorio. A su
vez, las ideas construccionistas también han abierto nuevas perspectivas para la etnografía.
He aquí dos de los avances más interesantes:

Etnografía colaborativa. Los investigadores se preguntan cada vez más: "¿Qué derecho
tengo a informar sobre los demás, a traducir sus vidas con mis palabras?, ¿por qué la gente
no tiene derecho a aportar su propia definición de sí misma?". Tales reflexiones han sido
estímulo para muchos investigadores que buscan formas de trabajar en colaboración con
aquellas personas que desean estudiar. Un enfoque como éste, que enfatiza el potencial
constructivo de cada espectador / participante, evita la amenaza de rechazo o de negación
que podría provocar la presencia de una única voz. Así pudieron poner de manifiesto que
no existe una comprensión simple o singular de la vida de los demás.
Autoetnografía. Hay otra pregunta de los investigadores que también es cada vez más
frecuente. "¿Por qué tendría yo que hacer informes sobre la vida de los demás si no estoy
en su piel?". Este tipo de reflexión ha promovido el desarrollo de la autoetnografía: la
revelación de la experiencia de la propia vida para dar a conocer uno su cultura
determinada.

Una de las diferencias más radicales entre la visión tradicional de la investigación y la


construcción reside en el contraste entre sus puntos de vista acerca del cambio personal y
social. El enfoque tradicional tiende a asumir un alto grado de estabilidad en la conducta
humana. Por ejemplo, los investigadores se centran en los procesos cognición, el liderazgo,
las diferencias étnicas o la estructura social, como si fueran relativamente duraderos. Estos
psicólogos se apoyan especialmente en las teorías neurológicas y evolutivas, y a partir de
ellas afirman que los hallazgos de la investigación actual son aplicables a cualquier época y
a cualquier cultura. Por el contrario, los construccionistas hacen hincapié en el potencial
humano para el cambio, ya que consideran que las formas de vida cultural se mantiene
unidas porque comparten significados y valores, y esta vida puede cambiar radicalmente
mediante la transformación de esos valores y del discurso. La investigación del ayer pudo
ser útil, pero el mañana es siempre una cuestión abierta.

Desde esta perspectiva, los investigadores se sienten cada vez más atraídos por las
posibilidades que ofrece la aplicación de la investigación, no para trazar el pasado con el fin
de predecir el futuro, sino para crear nuevos futuros directamente. La investigación-acción
se dedica a esta última finalidad. Estos investigadores no permanecen escondidos en el
laboratorio estudiando a personas y animales para publicar artículos en revistas que leerán
sus colegas y para obtener beneficios a largo plazo. En lugar de eso, salen a la calle y
ofrecen sus servicios a los que lo necesitan. En concreto, lo que esperan es que sus
investigaciones pueda ayudar a liberar a la gente de condiciones políticas y económicas
opresivas, y a generar nuevas oportunidades para las personas. Las principales metas de la
investigación-acción son aliviar el sufrimiento, establecer un sistema justo, reducir el
conflicto y mejorar procesos democráticos.

De la crítica a la colaboración
Para muchas personas, las ideas construccionistas resultan profundamente inquietantes.
Estas ideas cuestionan las realidades y los valores básicos de la vida diaria, sin
proporcionar un conjunto claro de alternativas. Debido a que socavan las declaraciones de
certeza absoluta acerca de la verdad, la objetividad y la moral, han desempeñado un papel
significativo en lo que se ha llamado la "guerra de las culturas". Los que critican la
resistencia a aceptar la posibilidad de que cada cultura tenga derecho a sus propias verdades
y valores. Las ideas construccionistas también han contribuido de manera importante a la
"guerra de las ciencias". Aquí los críticos también se resisten a la posibilidad de que la
verdad científica sea sólo una entre muchas.

Si los construccionistas estuviéramos comprometidos con una verdad, forma de razonar o


conjunto de valores únicos, intentaríamos demostrar que los críticos están, sencillamente,
equivocados; entonces serían culpables, podríamos decir, de haber cometido algún error
fundamental. Sin embargo, desde un punto de vista construccionista no existen los errores
fundamentales. No necesitamos luchar hasta el final para asegurar que la visión
construccionista prevalece sobre las demás, sino que consideramos la crítica como una
invitación al diálogo y a una posible colaboración de la que puedan surgir nuevas formas de
comprender las cosas, nuevas visiones, nuevas orientaciones. Lo que buscamos no son
respuestas acusadoras o alienantes para quien critica, sino aquellas otras que nos llamen a
reunirnos para crear juntos algo "nuevo". Vamos a hablar de tres críticas habituales: la del
nihilismo, la del realismo y la del relativismo moral.

Del nihilismo a las realidades enriquecedoras

El construccionismo no significa abandonar algo llamado "la verdad", sino que


sencillamente nos invita a entender que las declaraciones de verdad de cualquier tipo nacen
de las relaciones en una cultura y unas condiciones históricas concretas. Esto no convierte
las afirmaciones de la medicina o de las noticias en falsas o inexactas, sino más bien nos
lleva a darnos cuenta de que tales afirmaciones son muy útiles en determinadas
circunstancias. Si nos ponemos de acuerdo en nuestra construcción del concepto de
enfermedad, de la vida y de la muerte, queremos poder confiar en la afirmación médica de
la cura. En el seno de una tradición, las declaraciones de verdad son esenciales para poder
funcionar eficazmente.

Establecida la importancia de las verdades locales, estamos preparados para dos


significativos pasos adicionales. El primer paso es que existen motivos para resistirse al
intento de cualquier grupo concreto que reclame como universales sus verdades locales o
que diga que estas últimas deben sustituir a todas las demás. La historia humana está
marcada con enormes cicatrices como resultado de los intentos de un grupo para imponer
por la fuerza su verdad -acerca de dios, la justicia, la raza superior o la naturaleza del mal -
a otros grupos.

El segundo paso es que tan importante es destacar las ventajas de las verdades locales como
invitar a explorar al mismo tiempo alternativas a nuestra cómoda visión de la verdad y lo
bueno. No se trata simplemente de ser cautos para no traspasar las fronteras de nuestra
realidad local, sino de animarnos a buscar construcciones alternativas, y ser conscientes de
que estas construcciones son muy funcionales para aquellos que las desarrollan. En este
sentido, un científico no necesita fingir que no existe la espiritualidad, ni siquiera el
creacionismo. Estas verdades no rivalizan con el discurso científico, sino que tienen otras
funciones. Proporcionan al universo el tipo de valor y significado que la ciencia no puede
darles.

Más allá del realismo: cuerpo, mente y poder

Estrechamente relacionados con los críticos nihilistas se encuentran los que argumentan
que las ideas construccionistas no aceptan los hechos evidentes de la vida. La resistencia es
especialmente fuerte en tres aspectos. En el primer caso, hay críticos que consideran el
cuerpo humano como la base para entender la vida en sociedad. Para ellos, el cuerpo es una
realidad ineludible. Su propuesta habitual es que nuestro cuerpo nos define; que por medio
del cuerpo experimentamos el mundo; y que, a medida que cambia el cuerpo, también se
transforma nuestro sentido del mundo y de uno mismo. En el segundo caso, otros críticos
sostienen que lo más importante es el mundo privado de la mente. Finalmente y en tercer
lugar, muchos científicos sociales critican lo que consideran la incapacidad construccionista
para afrontar las evidentes diferencias de poder entre los diversos grupos sociales. Afirman
que, si no hacemos frente a esa diferencia, no podremos mitigar las condiciones de opresión
en que viven tantas personas. Según ellos, si la pobreza, la opresión, la inanición y el
genocidio son sólo construcciones, entonces no estamos motivados para actuar.

A menudo se etiqueta estás críticas de realistas, en el sentido de que se atienen firmemente


a ciertas declaraciones específicas sobre la realidad; también se llaman esencialistas, porque
afirman que algo -el cuerpo, la mente o el poder en este caso- son aspectos esenciales o
innegables del mundo que preceden al lenguaje. Estas críticas son importantes. Y es
importante señalar un malentendido fundamental que a menudo acompaña a esas críticas.
Las ideas construccionistas funcionan principalmente a lo que se podría llamar un
metanivel. Esto es, intentan dar cuenta de cómo llegamos a compartir nuestra concepción
común de lo real y los bueno. Tratan de explicar, por ejemplo, cómo llegamos a entender el
cuerpo como una "máquina" y no como un "recipiente sagrado". Se preocupan por la
concepción occidental de lo mental y la forma que ésta difiere de otras culturas; señalan las
muchas formas de construir el poder, y las ventajas y desventajas ligadas a cada una. Los
construccionistas intentan comprender la comprensión de las cosas y, al hacerlo, ofrecer
herramientas y discursos que se pueden utilizar para muchos propósitos.

Por desgracia, los críticos a menudo confunden lo que se expone a este metanivel con un
intento construccionista de contar la verdad acerca del mundo. Según ellos, si dejamos el
cuerpo, la mente o el poder fuera del relato, estamos ciegos. Pero esto es malinterpretar
nuestro intento. Lo que pretendemos a este metanivel es sencillamente generar conciencia
de las posibilidades y una orientación al significado y al conocimiento, no "a la verdad".
Bajo el paraguas construccionista se considerarán con toda seguridad estas realidades; el
metanivel no es necesario. En este contexto, dejemos que el paraguas acoja el trabajo
colaborativo con los defensores del cuerpo, la mente y el poder. Tenemos tres opciones
principales para trabajar juntos creativamente.

1) Unirnos en la creencia de la realidad.

La metateoría construccionista no exige una forma única de comprender el mundo, y por


ello, cada uno es libre de explorar las potencialidades de cualquier visión existente. Sin
duda, la mayoría de nosotros consideramos el cuerpo y la mente como parte de la realidad
cotidiana, y ni los construccionistas piden abandonar esta práctica.

Comprometerse con las realidades locales no significa abandonar el construccionismo, al


igual que apreciar a Mozart no comporta abandonar el gusto por el blues. ¿Nuestra vida
será más rica si somos capaces de integrar todos los discurso, los construccionistas y los
realistas? Con el fin de unirnos en el intercambio cotidiano de posturas, es vital participar
con los demás en las conversaciones sobre la "realidad".

2) Explorar juntos los límites.


Aunque los comentarios cotidianos suelen ser realistas (realistas para nosotros en este
momento), el construccionismo nos invita, además, a considerar juntos los límites del
lenguaje. Por ejemplo, el discurso del poder es de enorme importancia para motivar nuestra
lucha por la injusticia. En la tradición occidental, apenas toleramos la idea de que otras
personas controlen nuestras acciones y vivan bien a costa de la servidumbre de los demás.
Sin embargo, esta visión del poder también es divisiva, porque encarna a los otros ("los
poderosos") como villanos y provoca una postura agresiva dirigida a derrotarlos. ¡Entonces
somos nosotros los que nos colocamos en la posición de poder! Por esto, cuando aquéllos
que señalamos como "los poderosos villanos" se enteran de nuestro descontento, adoptan
una postura defensiva. Están convencidos de que tienen buenas razones para hacer lo que
hacen, y asumen que nuestro objetivo es destruirlos a ellos y todo lo bueno que han creado.
Así, unos y otros no tardamos mucho en ocupar bandos armados y enfrentados. De esta
manera, las posibilidades de trabajar en colaboración son mínimas. Nos encaminamos a la
destrucción mutua.

3) Crear juntos nuevas perspectivas.

La exploración de los límites nos conduce de manera natural a una opción final, que es la
de crear conjuntamente formas nuevas y posiblemente más viables de comprender las cosas
y de actuar. En lugar de entender el poder como una estructura, con mala gente encima y
buena gente en el peldaño más abajo, podemos enfocar el poder como algo que emerge de
las relaciones en curso. Si suficientes personas empiezan a compartir los mismos puntos de
vista y valores, tenderán a organizarse para desarrollar el sentido de sí mismos como grupo
unido, para diseñar programas y trazar planes y para, en última instancia, ser eficaces en
alcanzar sus metas. Dicho en pocas palabras, crear un centro de poder. Si entendemos el
poder distribuido de esta forma, producir cambios sociales comportará que muchos grupos
diferentes trabajen juntos. El construccionismo no descarta las tradiciones de significado,
sino que nos invita a movernos hacia una mutualidad más viable.

Más allá del relativismo moral

La crítica final y frecuente al construccionismo social señala su aparente laxitud moral.


Según lo plantean, el construccionismo parece destruir la base de cualquier visión moral,
sin ser capaz de sustituirla con ideales propios. La propuesta construccionista es que la base
de todas las normas éticas o principios religiosos se genera en el seno de comunidades
concretas. En este sentido, muchas normas y principios no vienen dados por divinidades, ni
responden a requisitos lógicos, ni tampoco son vinculantes de manera universal. La queja
de los críticos es que para los construccionistas parece que no hay diferencias entre los
diversos enfoques de la moral, y así no pueden decir si la amabilidad es mejor que la
crueldad, si la diplomacia es preferible al genocidio, etc. Entonces a uno se le deja con la
actitud de "qué más da una cosa que otra".

Obviamente, ¿quién estaría satisfecho con ver destruidas todas las normas sobre lo que esta
bien? Y, ¿no preferimos todos ciertas formas de vida a otras? ¿A algunos de nosotros le
parece que es lo mismo la brutalidad humana que cualquier otra forma de tratar a la gente?
Los construccionistas no participan en la sociedad menos que los demás y, en este sentido,
están profundamente comprometidos con las diversas visiones del bien. El
construccionismo no sugiere que escapemos de toda orientación moral; eso sería quedar
fuera de todas las tradiciones. En lugar de eso, nos invita a apreciar nuestra visión local y
protegerla de aquellos que quieren destruirla. Para el feminismo, el activismo a favor de las
minorías sociales, los que reivindican los derechos de los gays, la cultura de los sordos y
para otras minorías, las ideas construccionistas han resultado profundamente fortalecedoras,
porque invita a cuestionar abiertamente el sistema establecido y a legitimar el punto de
vista de cada uno, que de otra forma estaría marginado.

Si asumimos que tanto los construccionistas como aquéllos que los critican abrazan alguna
forma de moralidad en la vida, el reto reside en establecer un territorio común para
construir un futuro viable.

Nuestros problemas no residen en la falta de moral y valores de la gente; todos estamos


integrados en alguna tradición que valora ciertas acciones y condena otras. El principal reto
reside en la abundancia de enfoques morales del bien y en la tenacidad con que los
sostenemos. Si todas las visiones del bien nacen en el seno de tradiciones relacionales, lo
primero que tenemos que hacer es reconocer la inevitabilidad de la diferencia, no
únicamente dentro de nuestras tradiciones, sino en las formas nuevas que se desarrollan
todos los días. Además, como todos los valores morales son construcciones culturales, no
tenemos que batallar acerca de qué sistema es mejor o superior. Si no queremos que la
gente imponga por la fuerza su visión del bien a los demás, ni que los conflictos acaben en
genocidios, tenemos que iniciar juntos una nueva búsqueda. Hay que identificar o crear
prácticas efectivas para limar las diferencias, traspasar las barreras y formar nuevas
relaciones. Estas prácticas capacitan a la gente para ir más allá del compromiso con una
moral única y convivir en la multiplicidad. En el mejor de los sentidos, nos hace más
tolerantes para poder apreciar un mundo plural. Esto no conlleva un relativismo indolente,
sino más bien significa que, con un sentido profundo de mutualidad, todos podremos
transformarnos, y con estas transformaciones llegarán nuevas formas de vida que nos
facilitarán la convivencia. En la actualidad no hemos hecho más que empezar a desarrollar
las formas de práctica necesarias. El futuro está ahora en nuestras manos.

Hasta aquí, nuestro resumen de la obra Reflexiones sobre la construcción social.

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