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La muerte de Jesús en la cruz de madera en el Calvario permitió que todas las personas
recibieran perdón por sus pecados. Esta muerte, sin embargo, fue realmente la culminación
de Jesús llevando su cruz diaria – una cruz interna, simbólica sobre la cual toda su propia
voluntad fue sacrificada y por lo tanto todo el pecado en la carne fue llevado a la muerte.
Mientras que la cruz en el Calvario fue el fin de la vida física de Jesús aquí en la tierra, esta
cruz (el perdón de pecados) es sólo el comienzo para un discípulo que tiene un objetivo
genuino de llegar a una vida de completa victoria sobre todo pecado en la carne – todo el
pecado que hemos heredado de la caída – tal como lo hizo Jesús.
La Primera cruz: La cruz del Calvario. (Lucas 23,33-43) Esta es la cruz física en la cual Jesús
sufrió y murió. Por la fe en lo que Jesús hizo en esta cruz, tenemos paz con Dios. Cristo ahora
se ha convertido en nuestro sacrificio expiatorio, y podemos recibir perdón por nuestros
pecados cuando oramos por ello y nos arrepentimos. A través del perdón somos salvos, no por
nuestras obras o logros, sino solamente por gracia
La segunda cruz: Crucificar al viejo hombre y la carne con sus pasiones y deseos.
Esta es la cruz simbólica que Pablo escribe en Romanos 6,6 y Gálatas 5,24. Esta es la cruz
sobre la cual nuestro «viejo hombre» – nuestro estado de ánimo que está de acuerdo en
seguir pecando – es puesto fuera de acción, y la carne con sus pasiones y deseos pierde su
poder sobre nosotros. Por esta cruz nacemos de nuevo y nos convertimos en discípulos. Se
produce un cambio de corazón y mente, y ya no cometemos las obras manifiestas de la carne
(Gálatas 5,19-21). Ya no somos esclavos del pecado, para vivir según la carne (Romanos 6,
15-23; Romanos 8,12). Recibimos vida con Cristo, habiendo rendido todo a Jesús como
Salvador y Señor en nuestras vidas.
La tercera cruz. Tomar nuestra cruz diariamente, negándonos a nosotros mismos como
discípulos (Mateo 16,24; Lucas 9,23). Esta también es una cruz simbólica, la cual Jesús tomó
cada día de su vida entera negándose a sí mismo – eligiendo hacer la voluntad de Dios en
lugar de su propia voluntad. Jesús dice que nadie puede ser su discípulo sin tomar esta cruz
diariamente como Él lo hizo. Cuando lo hacemos, destruimos la raíz del pecado, recibimos
victoria mientras continuamos llevando a la muerte aquellas áreas de pecado en nuestras
vidas que el Espíritu Santo nos revela, y que anteriormente ignorábamos. Esta es la vida
oculta con Cristo en Dios. Esta es la santificación – una profunda salvación y transformación
de todo nuestro hombre interior, y nos volvemos partícipes de la naturaleza divina (2ª Pedro
1:4). Este es el llamado a la esposa que es la Iglesia.