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JULIO NELSON MONTERO:

EL POETA Y EL MUNDO

Jorge Luis Roncal


Colectivo Arteidea
Gremio de Escritores del Perú

Escamoteada groseramente por el canon


hegemónico, poco menos que desconocida por las
recientes promociones de poetas y lectores, sin
embargo, la breve, bella e intensa poesía de Julio
Nelson Montero, edificada sobre las sólidas
columnas de la altura estética y la profundidad
humana, permanece, serena en su reflexión y
luminosa en su transparencia, se nos ofrece hoy
como un concierto de belleza e insurgencia y, por
supuesto, nos desafía y conmina a trizar el
desencanto y el pesimismo.

La condición marginal de la poesía de Nelson no es


casual: el canon hegemónico protege y vela con no
disimulado celo la continuidad de su modelo, y en
este propósito no vacila en apelar a recursos
propios del hampa, cercenando de un tajo una
porción importante de la creación literaria nacional
que lo confronta con un vuelo estético de nivel
superlativo.

Esta condición, compartida con la poesía de


extraordinarios creadores –en este caso, poetas–
como ese otro genio poético loretano Germán
Lequerica, y con Juan Ojeda, Hernando Núñez, Raúl
Pro, Guillermo Chirinos Cúneo, Julio Carmona,
Algemiro Pérez Contreras, por citar solo algunos
casos entre sus compañeros de promoción poética,
finalmente constituye para Nelson, una
condecoración ideológica y moral: la alta poesía y la
digna existencia de Julio son imposibles de
domesticarse, tal como quisiera el mediocre gusto
de los hacedores del canon hegemónico, cuya
factura de clase definió en su momento con
sabiduría el Amauta José Carlos Mariátegui.

Una suerte semejante ocurre, en el caso del relato,


con un altísimo creador de ficciones asentadas en la
vida de los pueblos del Perú: Luis Urteaga Cabrera,
probablemente quien ha llevado al más alto nivel la
narrativa de tema amazónico con un libro de
cuentos ya clásico: El arco y la flecha.

Muy pocos, infrecuentes son los casos en los que


concurren, de manera feliz, rieles casi siempre
distantes en la obra lírica y el perfil humano de un
escritor, en este caso, Julio Nelson Montero. Por un
lado, su escritura se unimisma con su vida, y por
otro, el profundo sentido terrenal de su apuesta
literaria, enraizado en su pueblo, se enhebra a
plenitud con su visión y poética de contenido
universal.

Pero, ¿quién es Julio Nelson Montero? Julio nació el


20 de octubre de 1943 en Iquitos. Estudió literatura
en Lima, en la UNMSM –en donde integró el grupo
Piélago con, entre otros poetas, Juan Ojeda,
Hildebrando Pérez, Rosina Valcárcel, Cesáreo
Martínez–, en Munich y París.

En su juventud lee con pasión a José María


Arguedas y otros escritores indigenistas y es testigo
de las grandes conmociones sociales producidas en
la década de los 60: la Revolución Cubana, Mayo del
68, la revolución cultural china, la revolución
vietnamita, la guerrilla en los andes peruanos
conducida por los comandantes De la Puente y
Lobatón y derrotada en 1965, la inmolación de no
pocos poetas como Javier Heraud y Edgardo Tello,
camarada “Cuyac” (El que ama), los levantamientos
campesinos en el sur andino de Perú,
particularmente en La Convención y Lares, en el
Cusco. Precisamente, su primer poemario, Tierra de
anhelo, está inspirado en la gestas de los
campesinos cusqueños por reivindicar sus tierras y
su dignidad.

La década de los 60 no solo sembró inquietud social


en los jóvenes poetas latinoamericanos, que en no
pocos casos se elevó a la superior condición de
militancia revolucionaria, sino también inyectó una
mirada universal a la literatura, mirada de la cual
bebieron y de la cual se nutrieron, es cierto, con
resultados dispares, pero con el común afán de
decantar la palabra poética y darle un cauce
renovador al curso que seguían las aguas de la lírica
en el país.
Por ello, en Tierra de anhelo, dado a conocer en
principio en la revista Piélago, en 1965, se advierte
el influjo de la lectura de Pound y Elliot,
particularmente La tierra baldía: salta a la vista
desde el referente nominal, aunque en el plano de
la realización poética integral la poesía de Nelson
está iluminada, en contraposición a la de Elliot, por
la convicción y la esperanza de un futuro de
plenitud para los seres humanos.

Su estancia en Europa le abrió además diversas vías


de asimilación de la tradición lírica universal: a la
lectura atenta de la gran poesía en lengua inglesa,
común en muchos de sus compañeros de promoción
poética, se sumó una vertiente que lo deslumbró, la
poesía oriental, y particularmente la producida en
China. Aquí Julio integró a su bagaje el ritmo
sostenido del verso oriental, la amorosa mirada
hacia la naturaleza con la que se integra y dialoga,
la propuesta política de alcances históricos y la
vocación por la síntesis, como soportes de un
discurso de profundo lirismo.

Esta huella se advierte a plenitud en Caminos de la


montaña, formado por los cuadernos “Tierra de
anhelo”, “Itaca” y “Caminos de la montaña”, y
publicado en 1982, y luego en El otro universo,
breve colección de poemas publicada en 1994. Uno
y otro corresponden a la experiencia que Julio vivió
durante una década, en un pueblo campesino del
departamento de Ancash.
Se trata, sin duda, de la consolidación de una
poética construida con una visión de alcance
universal, lo reiteramos, pero desde la experiencia
concreta y práctica, en un lugar y un momento
histórico determinados, de la adhesión a un ideal de
transformación revolucionaria, una poética que no le
hace guiños a los cantos de sirena de los
malabarismos formales ni a los hábiles juegos de
manos que el facilismo coloquial tiende como una
trampa a los desprevenidos y bisoños escritores,
una poética sólidamente imbricada con el universo
social y el universo natural que le sirven de fuente y
motivación y que no renuncia, antes bien fortalece,
la dimensión solidaria y de clase de su opción por el
presente y el destino de los expoliados.

Ello explica de manera cristalina que para Nelson la


existencia humana sea asumida como un viaje, un
tránsito, en tierno diálogo con la naturaleza, en
ejercicio permanente de la serena reflexión y en
solidaria y corajuda contienda con los enemigos de
clase, hacia la felicidad colectiva, en cuyo curso se
hermanan la adopción explícita por el porvenir
socialista y el ejercicio del sentimiento amoroso.

Este rasgo permite trazar un paralelo de la poesía


de Nelson con la de otro gigante de la lírica
peruana: el tempranamente desaparecido poeta
chimbotano Juan Ojeda, cuya breve y extraordinaria
creación está reunida en el formidable Arte de
navegar.
Así, el mural poético de Julio Nelson está atravesado
por una suerte de topografía lírica, donde los valles,
las cumbres, los nevados, los montes, las faldas de
los cerros, los ríos, los árboles, los arroyos, la
yerba, las flores cobran vida, se animan, caminan
con el viajero y transeúnte, quien se pregunta por el
destino humano y se responde con los pies bien
puestos sobre la tierra, dulce y arisca como las
batallas por la dignidad.

Veamos un ejemplo, del libro Caminos de la


montaña:

CERRO ILLAPARRATANÁN

Cerro Illaparratanán, cerro grande como


generoso. Cerro parecido a la mujer –de faldas
amplias y fecundas, de tierra honda. Los hombres
te quieren tanto como a sus mujeres, y ellas
mucho te aman. Cerro antiguo. ¿No tiene razón
el viejo Santos cuando amanece coqueando para ti,
cuando
amanece todo blanco, nevado? ¿En vano las
mujeres
te ofrendan sus cuyes, sus mejores cuyes? Es que
nadie
podría imaginar la dicha de ver el maíz meciéndose
en tus faldas en las tardes cálidas de abril,
de contemplar los rebaños paciendo por tus
cumbres
entre la paja alta, paja dulce, dorada.
¡Ah, esa felicidad nadie la sabe!

Tal armonía, plenitud, felicidad vivida y recreada de


manera permanente con el entorno natural está
sustentada en una visión abarcadora, integral del
destino de la humanidad, resultado esta de la
adhesión ideológica al destino del proletariado, lo
que le propicia una no complaciente sino segura,
firme lectura de la tendencia que marca el devenir
de la historia, por encima de los tropiezos,
retrocesos o batallas perdidas.

Esto se advierte en toda su poesía, pero alcanza


rasgos singulares de reflexión y belleza en poemas
como “Afianza tu determinación” y “Sobre el puente
viejo de Huánuco”, también de Caminos de la
montaña, en los cuales confluyen humanidad y
naturaleza.

El primero de ellos dice:

El viento mide, perennemente, la fuerza del sauce,


la consistencia del tallo, la seguridad de sus raíces.
Los sismos que suelen asolar al mundo, respetan
solo edificios de sólida estructura. Los ríos pulsan la
resistencia de los diques, de los estribos de los
puentes; y cuando llega la creciente es una batalla
permanente. Siempre hay huracanes y aluviones,
sobre todo en los continentes pobres ¿habéis
observado?
El dolor y la necesidad todavía cubren el mundo.
Fortalece tu ánimo cada día. Fortalécelo en la lucha.
El enemigo es aún fuerte: mas solo como el cristal.
Pero conócelo bien y elige a tus amigos. Afianza tu
determinación en cada aurora, y que el día te
sorprenda en el crepitar de las llamas de la lucha.
Después de sucesivas jornadas, curtida la piel,
sentiremos, en el aroma del aire, cada vez más
cerca la victoria.

La palabra de Julio Nelson, serena y reflexiva, bella


en su exactitud y hondura, sin renunciar a este
rasgo, sabe ser airada y rebelde, como los vientos
que arrancan de cuajo las raíces podridas, lo que se
expresa de manera cabal en poemas que parten de
hechos concretos sociales y políticos, como “No
porque somos indios” y “No habéis quebrado nada”,
textos breves que forman parte de El otro universo,
y también sabe ser una explosión de ternura, como
en el bello canto de amor “Madrigal para Eudoxia
Dalila”, del mismo libro.

La construcción poética de Julio Nelson no se ha


ceñido a los versos sino se ha extendido a los
predios de la narrativa, particularmente el cuento.
En La tierra del sol (1998), en la atmósfera de todos
los relatos se respira también la imagen poética
plena de belleza, lo que saludaría lleno de
entusiasmo y admiración el paraguayo Augusto Roa
Bastos.
Concluimos esta aproximación volandera a la alta
creación de Julio Nelson Montero alcanzándole
nuestro más entrañable abrazo de aprecio, respeto
y adhesión, por su ejemplar dignidad y su altura
humana, por su poesía que armoniza el ideal de
belleza con el ideal de justicia, y por recordarnos
con sabiduría que ninguna felicidad es posible al
margen de la vida del pueblo, como lo hace en
“Sobre el puente viejo de Huánuco”:

Todos, en un momento dado, nos preguntamos por


el sentido
de la vida. Una vez, varias o infinitas veces.
Pero tan solo conoced el pueblo. Y contemplad las
aguas.
Las aguas fluir y veréis lo anónimo, el torrente
y no las gotas, la unidad en lo diverso, la fuerza
armónica que se dirige al mar (que evoca la
libertad);
ningún obstáculo es invencible, el torrente
es irresistible.

El aplauso de aprecio y cariño es para Julio Nelson


Montero, querido amigo, maestro y camarada.

Muchas gracias.

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