hegemónico, poco menos que desconocida por las recientes promociones de poetas y lectores, sin embargo, la breve, bella e intensa poesía de Julio Nelson Montero, edificada sobre las sólidas columnas de la altura estética y la profundidad humana, permanece, serena en su reflexión y luminosa en su transparencia, se nos ofrece hoy como un concierto de belleza e insurgencia y, por supuesto, nos desafía y conmina a trizar el desencanto y el pesimismo.
La condición marginal de la poesía de Nelson no es
casual: el canon hegemónico protege y vela con no disimulado celo la continuidad de su modelo, y en este propósito no vacila en apelar a recursos propios del hampa, cercenando de un tajo una porción importante de la creación literaria nacional que lo confronta con un vuelo estético de nivel superlativo.
Esta condición, compartida con la poesía de
extraordinarios creadores –en este caso, poetas– como ese otro genio poético loretano Germán Lequerica, y con Juan Ojeda, Hernando Núñez, Raúl Pro, Guillermo Chirinos Cúneo, Julio Carmona, Algemiro Pérez Contreras, por citar solo algunos casos entre sus compañeros de promoción poética, finalmente constituye para Nelson, una condecoración ideológica y moral: la alta poesía y la digna existencia de Julio son imposibles de domesticarse, tal como quisiera el mediocre gusto de los hacedores del canon hegemónico, cuya factura de clase definió en su momento con sabiduría el Amauta José Carlos Mariátegui.
Una suerte semejante ocurre, en el caso del relato,
con un altísimo creador de ficciones asentadas en la vida de los pueblos del Perú: Luis Urteaga Cabrera, probablemente quien ha llevado al más alto nivel la narrativa de tema amazónico con un libro de cuentos ya clásico: El arco y la flecha.
Muy pocos, infrecuentes son los casos en los que
concurren, de manera feliz, rieles casi siempre distantes en la obra lírica y el perfil humano de un escritor, en este caso, Julio Nelson Montero. Por un lado, su escritura se unimisma con su vida, y por otro, el profundo sentido terrenal de su apuesta literaria, enraizado en su pueblo, se enhebra a plenitud con su visión y poética de contenido universal.
Pero, ¿quién es Julio Nelson Montero? Julio nació el
20 de octubre de 1943 en Iquitos. Estudió literatura en Lima, en la UNMSM –en donde integró el grupo Piélago con, entre otros poetas, Juan Ojeda, Hildebrando Pérez, Rosina Valcárcel, Cesáreo Martínez–, en Munich y París.
En su juventud lee con pasión a José María
Arguedas y otros escritores indigenistas y es testigo de las grandes conmociones sociales producidas en la década de los 60: la Revolución Cubana, Mayo del 68, la revolución cultural china, la revolución vietnamita, la guerrilla en los andes peruanos conducida por los comandantes De la Puente y Lobatón y derrotada en 1965, la inmolación de no pocos poetas como Javier Heraud y Edgardo Tello, camarada “Cuyac” (El que ama), los levantamientos campesinos en el sur andino de Perú, particularmente en La Convención y Lares, en el Cusco. Precisamente, su primer poemario, Tierra de anhelo, está inspirado en la gestas de los campesinos cusqueños por reivindicar sus tierras y su dignidad.
La década de los 60 no solo sembró inquietud social
en los jóvenes poetas latinoamericanos, que en no pocos casos se elevó a la superior condición de militancia revolucionaria, sino también inyectó una mirada universal a la literatura, mirada de la cual bebieron y de la cual se nutrieron, es cierto, con resultados dispares, pero con el común afán de decantar la palabra poética y darle un cauce renovador al curso que seguían las aguas de la lírica en el país. Por ello, en Tierra de anhelo, dado a conocer en principio en la revista Piélago, en 1965, se advierte el influjo de la lectura de Pound y Elliot, particularmente La tierra baldía: salta a la vista desde el referente nominal, aunque en el plano de la realización poética integral la poesía de Nelson está iluminada, en contraposición a la de Elliot, por la convicción y la esperanza de un futuro de plenitud para los seres humanos.
Su estancia en Europa le abrió además diversas vías
de asimilación de la tradición lírica universal: a la lectura atenta de la gran poesía en lengua inglesa, común en muchos de sus compañeros de promoción poética, se sumó una vertiente que lo deslumbró, la poesía oriental, y particularmente la producida en China. Aquí Julio integró a su bagaje el ritmo sostenido del verso oriental, la amorosa mirada hacia la naturaleza con la que se integra y dialoga, la propuesta política de alcances históricos y la vocación por la síntesis, como soportes de un discurso de profundo lirismo.
Esta huella se advierte a plenitud en Caminos de la
montaña, formado por los cuadernos “Tierra de anhelo”, “Itaca” y “Caminos de la montaña”, y publicado en 1982, y luego en El otro universo, breve colección de poemas publicada en 1994. Uno y otro corresponden a la experiencia que Julio vivió durante una década, en un pueblo campesino del departamento de Ancash. Se trata, sin duda, de la consolidación de una poética construida con una visión de alcance universal, lo reiteramos, pero desde la experiencia concreta y práctica, en un lugar y un momento histórico determinados, de la adhesión a un ideal de transformación revolucionaria, una poética que no le hace guiños a los cantos de sirena de los malabarismos formales ni a los hábiles juegos de manos que el facilismo coloquial tiende como una trampa a los desprevenidos y bisoños escritores, una poética sólidamente imbricada con el universo social y el universo natural que le sirven de fuente y motivación y que no renuncia, antes bien fortalece, la dimensión solidaria y de clase de su opción por el presente y el destino de los expoliados.
Ello explica de manera cristalina que para Nelson la
existencia humana sea asumida como un viaje, un tránsito, en tierno diálogo con la naturaleza, en ejercicio permanente de la serena reflexión y en solidaria y corajuda contienda con los enemigos de clase, hacia la felicidad colectiva, en cuyo curso se hermanan la adopción explícita por el porvenir socialista y el ejercicio del sentimiento amoroso.
Este rasgo permite trazar un paralelo de la poesía
de Nelson con la de otro gigante de la lírica peruana: el tempranamente desaparecido poeta chimbotano Juan Ojeda, cuya breve y extraordinaria creación está reunida en el formidable Arte de navegar. Así, el mural poético de Julio Nelson está atravesado por una suerte de topografía lírica, donde los valles, las cumbres, los nevados, los montes, las faldas de los cerros, los ríos, los árboles, los arroyos, la yerba, las flores cobran vida, se animan, caminan con el viajero y transeúnte, quien se pregunta por el destino humano y se responde con los pies bien puestos sobre la tierra, dulce y arisca como las batallas por la dignidad.
Veamos un ejemplo, del libro Caminos de la
montaña:
CERRO ILLAPARRATANÁN
Cerro Illaparratanán, cerro grande como
generoso. Cerro parecido a la mujer –de faldas amplias y fecundas, de tierra honda. Los hombres te quieren tanto como a sus mujeres, y ellas mucho te aman. Cerro antiguo. ¿No tiene razón el viejo Santos cuando amanece coqueando para ti, cuando amanece todo blanco, nevado? ¿En vano las mujeres te ofrendan sus cuyes, sus mejores cuyes? Es que nadie podría imaginar la dicha de ver el maíz meciéndose en tus faldas en las tardes cálidas de abril, de contemplar los rebaños paciendo por tus cumbres entre la paja alta, paja dulce, dorada. ¡Ah, esa felicidad nadie la sabe!
Tal armonía, plenitud, felicidad vivida y recreada de
manera permanente con el entorno natural está sustentada en una visión abarcadora, integral del destino de la humanidad, resultado esta de la adhesión ideológica al destino del proletariado, lo que le propicia una no complaciente sino segura, firme lectura de la tendencia que marca el devenir de la historia, por encima de los tropiezos, retrocesos o batallas perdidas.
Esto se advierte en toda su poesía, pero alcanza
rasgos singulares de reflexión y belleza en poemas como “Afianza tu determinación” y “Sobre el puente viejo de Huánuco”, también de Caminos de la montaña, en los cuales confluyen humanidad y naturaleza.
El primero de ellos dice:
El viento mide, perennemente, la fuerza del sauce,
la consistencia del tallo, la seguridad de sus raíces. Los sismos que suelen asolar al mundo, respetan solo edificios de sólida estructura. Los ríos pulsan la resistencia de los diques, de los estribos de los puentes; y cuando llega la creciente es una batalla permanente. Siempre hay huracanes y aluviones, sobre todo en los continentes pobres ¿habéis observado? El dolor y la necesidad todavía cubren el mundo. Fortalece tu ánimo cada día. Fortalécelo en la lucha. El enemigo es aún fuerte: mas solo como el cristal. Pero conócelo bien y elige a tus amigos. Afianza tu determinación en cada aurora, y que el día te sorprenda en el crepitar de las llamas de la lucha. Después de sucesivas jornadas, curtida la piel, sentiremos, en el aroma del aire, cada vez más cerca la victoria.
La palabra de Julio Nelson, serena y reflexiva, bella
en su exactitud y hondura, sin renunciar a este rasgo, sabe ser airada y rebelde, como los vientos que arrancan de cuajo las raíces podridas, lo que se expresa de manera cabal en poemas que parten de hechos concretos sociales y políticos, como “No porque somos indios” y “No habéis quebrado nada”, textos breves que forman parte de El otro universo, y también sabe ser una explosión de ternura, como en el bello canto de amor “Madrigal para Eudoxia Dalila”, del mismo libro.
La construcción poética de Julio Nelson no se ha
ceñido a los versos sino se ha extendido a los predios de la narrativa, particularmente el cuento. En La tierra del sol (1998), en la atmósfera de todos los relatos se respira también la imagen poética plena de belleza, lo que saludaría lleno de entusiasmo y admiración el paraguayo Augusto Roa Bastos. Concluimos esta aproximación volandera a la alta creación de Julio Nelson Montero alcanzándole nuestro más entrañable abrazo de aprecio, respeto y adhesión, por su ejemplar dignidad y su altura humana, por su poesía que armoniza el ideal de belleza con el ideal de justicia, y por recordarnos con sabiduría que ninguna felicidad es posible al margen de la vida del pueblo, como lo hace en “Sobre el puente viejo de Huánuco”:
Todos, en un momento dado, nos preguntamos por
el sentido de la vida. Una vez, varias o infinitas veces. Pero tan solo conoced el pueblo. Y contemplad las aguas. Las aguas fluir y veréis lo anónimo, el torrente y no las gotas, la unidad en lo diverso, la fuerza armónica que se dirige al mar (que evoca la libertad); ningún obstáculo es invencible, el torrente es irresistible.
El aplauso de aprecio y cariño es para Julio Nelson