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Democracia legitima, sí… pero con desarrollo

Históricamente en las sociedades democráticas hablar de desarrollo es una


tendencia que permite analizar opciones y decisiones de cara al progreso y
mejoramiento de la calidad de vida de la ciudadanía.

Lo anterior, se evidencia en el planteamiento hecho por Lipset en su texto


Algunos requisitos sociales de la democracia: desarrollo económico y
legitimidad política, donde expresa que “la democracia es un sistema político
que, de forma regular y constitucional, proporciona oportunidades para cambiar a
los gobernantes. Es un mecanismo para resolver el problema de la elaboración de
decisiones sociales entre grupos de intereses contrapuestos, que permite que la
mayor parte posible de la población influya en estas decisiones a través de la
posibilidad de elegir entre candidatos alternativos para el desempeño de un cargo
político”.

Esta circunstancia responde a las oportunidades de cambio de gobernantes que


propicia la estabilidad democrática reafirmando el poder que se le confiere al
pueblo para elegir a sus gobernantes, evitando así una concentración del poder
que al final terminará por coartar el desarrollo de una sociedad.

“La habilidad política de los gobernantes puede marcar la diferencia entre la


consolidación y el colapso”. Premisas como estas dejan claro que los sistemas
democráticos se consolidan en el marco de las decisiones y voluntades que
permiten que el desarrollo económico estable de las democracias no se afecten.
Varios ejemplos de naciones americanas y europeas dan cuenta o confirman la
veracidad de este planteamiento.

Diferencias bastante marcadas entre las democracias europeas y las


latinoamericanas reflejan la interdependencia dinámica que existe entre
democracia y desarrollo al demostrar que por ejemplo, una democracia europea
puede tener continuidad por años como lo ha ocurrido desde la primera guerra
mundial ante la ausencia de un movimiento político opuesto importante en lo
últimos 25 años.

Entre tanto, las democracias en Latinoamérica muestran un historial donde tan


solo efectuar elecciones aparentemente libres desde la primera guerra mundial
son suficientes.

Ahora bien, apoyando la idea de Lipset de que entre la democracia y el desarrollo


económico existe una relación positiva, desde mi punto de vista se entiende que
esta relación radica en que solo en sociedades estructuralmente y
económicamente desarrolladas se vive o se define con mayor claridad los modelos
de democracia; podría hablarse de una relación directamente proporcional.

Precisamente, en sociedades con bajos niveles de necesidades insatisfechas, el


esfuerzo para que democráticamente escojan a unos buenos gobernantes es
mayor. Lo que no ocurre en sociedades con alto nivel de desarrollo económico
donde las apuestas de los gobernantes apuntan mas que a proponer cambios,
buscan consolidar la estabilidad democrática generada por el nivel de desarrollo.

En conclusión, hablar de desarrollo económico estable implica también hablar de


sociedades con menos desarrollo donde la pobreza marca un patrón de conducta
democrática distinto. Prueba de ello se refleja en la temporada electoral, donde el
voto como principal instrumento de participación democrática se direcciona a
elegir gobernantes y administradores que ofrecen y prometen más desarrollo y
progreso para las ciudadanías que no tienen niveles óptimos de calidad de vida.

Bibliografía:

1. Lipset, S. M. (1992). Algunos requisitos sociales de la democracia:


desarrollo económico y legitimidad política. 

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