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Los países europeos han desarrollado sistemas nacionales de salud que funcionan, pero
si miramos a los Estados Unidos el escenario cambia completamente: allí, desde el
punto de vista de la protección médica, la estructura es deficiente y está en manos
privadas. New Rochelle, un pequeño pueblo en las afueras de Nueva York considerado
una zona roja, ha quedado completamente aislado y desde el jueves los soldados de la
Guardia Nacional ayudarán en el rescate y manejo de emergencias sobre un área de
ocho kilómetros cuadrados.
A menos que se adopten medidas coordinadas entre las naciones, la situación sanitaria
y social corre el riesgo de estallar. El mundo está "mal" dividido en cuanto a la
distribución de la población: hay ciudades de 30 millones de habitantes y zonas
completamente desiertas. Las metrópolis tienen intrínsecamente un problema logístico,
incluso sin la presencia de virus letales. Y es obvio que los prisioneros no se sienten
cómodos tras las rejas mientras una enfermedad infecciosa hace estragos: la prisión es
el clásico eslabón débil de la cadena, el que salta primero. En China han puesto a
decenas de millones de personas bajo arresto domiciliario, sacrificando a los enfermos
más graves y bloqueando zonas enteras del país. Algo similar está ocurriendo en Italia:
si no se cuenta con suficientes camas disponibles en los centros de cuidados intensivos,
se dará prioridad a los pacientes con mayores posibilidades de salvarse y se dejará a los
demás a su suerte. El sistema de Protección Civil y el Ministerio de Salud también
prevén la transformación progresiva de los hospitales en centros dedicados
especialmente a los infectados, con el traslado de los demás pacientes a otras
instalaciones.
Ya antes de la propagación del virus se esperaba una recesión mundial debida a la oleada
de bajo crecimiento de China y Alemania, a la que se añadió el Brexit, la situación
económica comatosa del Japón y, en general, la muy peligrosa (para el capitalismo)
tendencia a cero cero de las principales economías mundiales. Por lo tanto, la salud está
entrelazada con los aspectos económico, financiero y social. La solución a esta gran
crisis no puede venir ciertamente de un capitalismo moribundo y sin energía, sino
únicamente del futuro, de n+1. Para nosotros, el comunismo es el "verdadero
movimiento que suprime el estado actual de las cosas", y es imposible que no se
manifieste también en aspectos que la burguesía considera internos a su sistema: "Por
otra parte, si no pudiéramos ver ya ocultas en esta sociedad -tal como es- las
condiciones materiales de producción y las relaciones entre los hombres
correspondientes a una sociedad sin clases, cualquier esfuerzo por hacerla estallar sería
quijotesco" (Marx, Grundrisse).
Durante la Segunda Guerra Mundial la burguesía estableció un inmenso sistema de
organización para la producción de armas. Por lo tanto, sabe cómo organizar la
producción (taylorismo y organización científica del trabajo), sabe cómo obtener un
resultado de la mejor manera posible, y si duda es porque no puede dar una respuesta
unívoca y unitaria, estando dividida en diferentes nacionalidades. La OMS se ha estado
preparando durante decenios para escenarios de pandemia, sabe cómo comportarse, y
cada día compila un informe detallado sobre la situación país por país en el que sugiere
a los diversos ministerios de salud las medidas que deben adoptarse. Tiene una visión
clara de cómo intervenir, pero no tiene poderes ejecutivos para hacerlo.
Es esencial estudiar el origen de los virus, que no son organismos vivos pero que sólo
pueden reproducirse explotando a otros. Analizar el virus significa observar el
nacimiento de la vida: a partir del caldo primigenio las moléculas se han combinado
para auto-replicarse y han sido capaces de desarrollarse y evolucionar. Como observó
David Quammen (autor del libro Spillover. The Evolution of Pandemics) en una entrevista
dada al Huffington Post, "lo que otros ven como una venganza de la naturaleza, yo lo
describiría así: los ecosistemas complejos son el hogar de animales, plantas, hongos,
bacterias y otros organismos celulares; y todos estos organismos celulares son el hogar
de los virus. Si decidimos comprometerlos, lo hacemos a nuestro propio riesgo". El
hombre capitalista tiene una práctica depredadora hacia el hábitat terrestre, no debe
sorprenderse cuando el medio ambiente lo "ataca" de vuelta y desencadena pandemias.
Luego está el gran problema del aislamiento: esta es la sociedad del movimiento, en la
que el hombre se mueve al ritmo de las máquinas, de los medios de producción, y es
prácticamente imposible que los virus no los sigan. La actual desaceleración del tráfico
de mercancías es mortal para la economía, pero sin "distanciamiento social" no se
puede detener el contagio. Las bolsas también están sufriendo: en Europa, tan sólo el
lunes 9 de marzo desaparecieron 600 mil millones de euros. La autonomización del
Capital avanza rápidamente y en pocos días una gran cantidad de capital ficticio que
esperaba una (imposible) valorización futura se ha esfumado.
La crisis es sistémica y sólo puede producir efectos sistémicos. Cada vez hay menos
espacio para la ideología, los desfiles sindicales y las reuniones de jefecillos; las masas
chilenas, como las colombianas, se han rebelado contra una "vida sin sentido". El
Líbano está técnicamente en bancarrota y el primer ministro ha admitido ante las
cámaras que el país ya no puede pagar sus deudas; la desastrosa situación económica
ha provocado manifestaciones y enfrentamientos con la policía en Beirut y Trípoli.
También en Iraq continúan los enfrentamientos y las muertes: desde el comienzo de la
protesta, la policía y los escuadrones de la muerte han matado a cientos de
manifestantes.
Como Roberto Vacca escribió en su famoso ensayo Il medioevo prossimo prossimo prossimo,
estamos asistiendo a la decadencia de los grandes sistemas. En otras palabras: la
sociedad capitalista se está derrumbando debido a sus defectos intrínsecos. La
propagación de enfermedades, los motines carcelarios, el colapso de la salud pública,
los asaltos a supermercados, la huida lejos de las metrópolis que en momentos de
desastre son vistas como trampas, anticipan escenarios catastróficos. La
película Contagion (2011) de Steven Soderbergh se ha vuelto viral en la web en los
últimos días. La película trata de una gigantesca epidemia que ha estallado en China a
causa de un virus nacido del nefasto mestizaje entre un murciélago y un cerdo,
enfermedad que se propaga rápidamente a nivel mundial causando un caos social y
millones de víctimas. Si la industria cinematográfica produce este tipo de películas es
porque hay un determinismo que la lleva a eso. Evidentemente, se está abriendo camino
la percepción de un mundo que, si hasta ayer se consideraba seguro, hoy parece ser una
fuente de profunda incertidumbre.
Monólogo del virus
Somos sus antepasados, al igual que las piedras y las algas, y mucho más que los monos.
Estamos dondequiera que ustedes estén y también donde no están. ¡Si del universo
sólo pueden ver aquello que se les parece, peor para ustedes! Pero sobre todo, dejen de
decir que soy yo el que los está matando. Ustedes no están muriendo por lo que le hago
a sus tejidos, sino porque han dejado de cuidar a sus semejantes. Si no hubieran sido
tan rapaces entre ustedes como lo han sido con todo lo que vive en este planeta, todavía
habría suficientes camas, enfermeras y respiradores para sobrevivir a los estragos que
causo en sus pulmones. Si no almacenasen a sus ancianos en morideros y a sus prójimos
sanos en ratoneras de hormigón armado, no se verían en éstas. Si no hubieran
transformado la amplitud, hasta ayer mismo aún exuberante, caótica, infinitamente
poblada, del mundo -o mejor dicho, de los mundos- en un vasto desierto para el
monocultivo de lo Mismo y del Más, yo no habría podido lanzarme a la conquista
planetaria de sus gargantas. Si durante el último siglo no se hubieran convertido
prácticamente todos en copias redundantes de una misma e insostenible forma de vida,
no se estarían preparando para morir como moscas abandonadas en el agua de vuestra
civilización edulcorada. Si no hubieran convertido sus entornos en espacios tan vacíos,
tan transparentes, tan abstractos, tengan por seguro que no me desplazaría a la
velocidad de un avión. Sólo estoy ejecutando la sentencia que dictaron hace mucho
contra ustedes mismos. Perdónenme, pero son ustedes, que yo sepa, quienes han
inventado el término «Antropoceno». Se han adjudicado todo el honor del desastre;
ahora que está teniendo lugar, es demasiado tarde para renunciar a él. Los más honestos
de entre ustedes lo saben bien: no tengo más cómplice que su propia organización
social, su locura de la «gran escala» y de su economía, su fanatismo del sistema. Sólo
los sistemas son «vulnerables». Lo demás vive y muere. Sólo hay vulnerabilidad para lo
que aspira al control, a su extensión y perfeccionamiento. Mírenme atentamente: sólo
soy la otra cara de la Muerte reinante.
Así que dejen de culparme, de acusarme, de acosarme. De quedar paralizados ante mí.
Todo eso es infantil. Les propongo que cambien su mirada: hay una inteligencia
inmanente en la vida. No hace falta ser sujeto para tener un recuerdo o una estrategia.
No hace falta ser soberano para decidir. Las bacterias y los virus también pueden hacer
que llueva y brille el sol. Así que mírenme como su salvador más que como su
enterrador. Son libres de no creerme, pero he venido a parar la máquina cuyo freno de
emergencia no encontraban. He venido a detener la actividad de la que eran rehenes.
He venido a poner de manifiesto la aberración de la «normalidad». «Delegar en otros
nuestra alimentación, nuestra protección, nuestra capacidad de cuidar de las
condiciones de vida ha sido una locura»… «No hay límite presupuestario, la salud no
tiene precio» : ¡miren cómo hago que se retracten de palabra y de obra sus gobernantes!
¡Miren cómo los reduzco a su verdadera condición de mercachifles miserables y
arrogantes! ¡Miren cómo de repente se revelan no sólo como superfluos, sino como
nocivos! Para ellos ustedes no son más que el soporte de la reproducción de su sistema,
es decir, menos aún que esclavos. Hasta al plancton lo tratan mejor que a ustedes.
Más bien, agradézcanmelo. Sin mí, ¿cuánto tiempo más se habrían hecho pasar por
necesarias todas estas cosas aparentemente incuestionables cuya suspensión se decreta
de inmediato? La globalización, los concursos, el tráfico aéreo, los límites
presupuestarios, las elecciones, el espectáculo de las competiciones deportivas,
Disneylandia, las salas de fitness, la mayoría de los comercios, el parlamento, el
acuartelamiento escolar, las aglomeraciones de masas, la mayor parte de los trabajos de
oficina, toda esa ebria sociabilidad que no es sino el reverso de la angustiada soledad
de las mónadas metropolitanas. Ya lo ven: nada de eso es necesario cuando el estado
de necesidad se manifiesta. Agradézcanme la prueba de la verdad que van a pasar en
las próximas semanas: por fin van a vivir en su propia vida, sin los miles de subterfugios
que, mal que bien, sostienen lo insostenible. Todavía no se habían dado cuenta de que
nunca habían llegado a instalarse en su propia existencia. Vivían entre las cajas de cartón
y no lo sabían. Ahora van a vivir con sus seres queridos. Van a vivir en casa. Van a
dejar de estar en tránsito hacia la muerte. Puede que odien a su marido. Puede que
aborrezcan a sus hijos. Quizás les den ganas de dinamitar el decorado de su vida diaria.
Lo cierto es que, en esas metrópolis de la separación, ustedes ya no estaban en el
mundo. Su mundo había dejado de ser habitable en ninguno de sus puntos, excepto
huyendo constantemente. Tan grande era la presencia de la fealdad que había que
aturdirse de movimiento y de distracciones. Y lo fantasmal reinaba entre los seres. Todo
se había vuelto tan eficaz que ya nada tenía sentido. ¡Agradézcanme todo esto, y
bienvenidos a la tierra!
Gracias a mí, por tiempo indefinido, ya no trabajarán, sus hijos no irán al colegio, y sin
embargo será todo lo contrario a las vacaciones. Las vacaciones son ese espacio que
hay que rellenar a toda costa mientras se espera la ansiada vuelta al trabajo. Pero esto
que se abre ante ustedes, gracias a mí, no es un espacio delimitado, es una inmensa
apertura. He venido a descolocarles. Nadie les asegura que el no-mundo de antes
volverá. Puede que todo este absurdo rentable termine. Si no les pagan, ¿qué sería más
natural que dejar de pagar el arriendo ? ¿Por qué iba a seguir cumpliendo con sus cuotas
del banco quien de todos modos ya no puede trabajar? ¿Acaso no es suicida vivir donde
ni siquiera se puede cultivar un huerto? No por no tener dinero se va a dejar de comer,
y quien tiene el hierro tiene el pan, como decía Auguste Blanqui. Denme las gracias: les
coloco al pie de la bifurcación que estructuraba tácitamente sus existencias: la economía
o la vida. De ustedes depende. Lo que está en juego es histórico. O los gobernantes les
imponen su estado de excepción o ustedes inventan el suyo. O se vinculan a las
verdades que están viendo la luz o ponen su cabeza en el tajo del verdugo. O
aprovechan el tiempo que les doy ahora para imaginarse el mundo de después a partir
de las lecciones del colapso al que estamos asistiendo, o éste se radicalizará por
completo. El desastre cesa cuando la economía se detiene. La economía es el desastre.
Esto era una tesis antes del mes pasado. Ahora es un hecho. A nadie se le escapa cuánta
policía, cuánta vigilancia, cuánta propaganda, cuánta logística y cuánto teletrabajo hará
falta para reprimirlo.
He tenido que rendirme a la evidencia : la humanidad sólo se plantea las preguntas que
no puede seguir sin plantearse.
Covid-19 y más allá
«Nada teme más el hombre que ser tocado por lo desconocido» (Elias Canetti)
«[...] Estoy convencido de que habrá un antes y un después de este brote de coronavirus, en cuanto a la
organización de la economía mundial. Se puede ver muy bien, en una serie de áreas, hasta qué punto
es importante reflexionar sobre una mejor organización de las cadenas de valor, sobre la reubicación de
determinadas actividades estratégicas, en particular en el sector de la salud, para establecer una
globalización cuyas cadenas de valor estén más protegidas, sean más independientes, evitando la
repetición innecesaria de movimientos cuando ciertas producciones se puedan llevar a cabo en las
cercanías.»
«La integración entre el Estado y la empresa privada -y la mafia en el caso de Italia, como seguramente
de otros países- se ha vuelto excesiva, incluso desde un punto de vista puramente capitalista, en relación
con su funcionamiento óptimo. [...] esta coexistencia y combinación entre la gestión empresarial y la
gestión parasitaria de la esfera estatal, con todas sus interpenetraciones, limita en gran medida la
eficacia y capacidad de respuesta de la acción estatal hacia la sociedad, sobre todo cuando hay un
enrarecimiento de la plusvalía. [...] Desde el punto de vista del desaparecido "partido de la subversión",
la actual desintegración del Estado separado es una buena noticia, que anuncia la posibilidad de una
una completa parálisis institucional ante una posible ruptura insurgente. Pero abstengámonos de tan
fácil optimismo: un reanudamiento revolucionario, incluso un fuerte impulso reivindicativo, podría
contrarrestar esta tendencia en vez de exacerbarla.» [7]
El principal defecto de este análisis es que evalúa el mal funcionamiento del Estado
nacional exclusivamente desde el punto de vista del "objetivo final" de la lucha de
clases, descuidando sus efectos inmediatos sobre el "movimiento". ¿Es acaso deseable
la parálisis del Estado en ausencia de una perspectiva revolucionaria inmediata, más
aún si a ello se añade -en teoría- una grave emergencia sanitaria? Cada cual es libre para
desear en su corazón el caos o el apocalipsis, pero que no se queje si sus abuelos y
padres terminan muriendo como perros, en casa o en los pasillos de hospitales
colapsados. Por otra parte, en la medida en que las disfunciones del Estado imbécil con
el que tenemos que lidiar actualmente repercuten en la vida diaria de quienes no tienen
alternativa al servicio público -no sólo los trabajadores y empleados, es decir, el grueso
del ejército proletario activo, sino también cada vez más las clases medias- este estado
de cosas sobredetermina el contenido de las peticiones y demandas sociales. En
resumen, cuanto más el Estado no funciona, más el problema de reformarlo en un
sentido soberanista contamina la lucha de clases cotidiana y el ánimo político de las
llamadas clases "subalternas", interfiriendo en mayor o menor medida en el
enfrentamiento directo con el capital o el patrón de turno. A menos que queramos
oficiar de ventrílocuos de las luchas de otros, poniendo en su boca lo que más nos
gustaría escuchar, no podemos ignorar el hecho de que en la oleada de huelgas que los
trabajadores siguen realizando en Italia, la exigencia de mejores condiciones de trabajo
(medidas de seguridad) y el reclamo de detener los sectores de actividad no
indispensables, se dirigen tanto a la patronal como al Estado, exigiéndole a éste adoptar
una conducta menos complaciente hacia Confindustria y sus pares [8], es decir: que
demuestre cierta autonomía respecto de los deseos de la fracción dominante de la
patronal. ¿No apuntaban en esa dirección -objetivamente, si es que no subjetivamente-
incluso las falsas amenazas de confiscación que hizo Conte cuando anunció los bonos
de consumo? Estas medidas, junto con otras ya tomadas o que se van a tomar, ¿no
terminarán rasgando finalmente la camisa de fuerza europea?
Ligado con el punto anterior, la propagación y las consecuencias del Covid-19 han
venido también a poner de manifiesto los límites de la subjetividad liberal, del individuo
dueño de su propia voluntad y titular de su propio cuerpo. Ante el contagio y el riesgo
que implica para sí mismo y para los demás, el principio de "hago lo que me da la gana"
o de "mi cuerpo es mío y lo manejo yo" [9] muestra toda su relatividad, por el simple
hecho de que es la conexión del individuo con el cuerpo social, y su dependencia respecto
de él, lo que le da validez a sus derechos. Hay que ser un escritor de éxito que lamenta
no poder ir de compras a las tiendas de zapatos, o un filósofo de la biopolítica con aires
de santidad ligado a la intelectualidad radical-chic, para no darse cuenta de eso. ¿Acaso
debería sorprendernos que los liberales y los libertarios se den ahora la mano para
denunciar la medidas supuestamente "liberticidas"?
«Cuanto más lejos nos remontamos en la historia, tanto más aparece el individuo -y por consiguiente
también el individuo productor- como dependiente y formando parte de un todo mayor: en primer lugar
y de una manera todavía muy enteramente natural, de la familia y de esa familia ampliada que es la
tribu; más tarde, de las comunidades en sus distintas formas, resultado del antagonismo y de la fusión
de las tribus. Solamente al llegar el siglo XVIII, con la “ sociedad civil” , las diferentes formas de
conexión social aparecen ante el individuo como un simple medio para lograr sus fines privados como
una necesidad exterior. Pero la época que genera este punto de vista, esta idea del individuo aislado, es
precisamente aquella en la cual las relaciones sociales (generales según este punto de vista) han llegado
al más alto grado de desarrollo alcanzado hasta el presente. El hombre es, en el sentido más literal, un
ζῷον πολῑτῐκόν (animal político), no solamente un animal social, sino un animal que sólo puede
individualizarse en la sociedad.» (Karl Marx "Introducción" de 1857 a la Contribución a la
crítica de la economía política, Siglo XXI Ed., 1980. Pág. 283)
Lo que llamamos "sociedad" no es otra cosa que la conexión mutua entre individuos en tanto
autónomos unos de otros, la comunidad que producen y reproducen fuera de ellos mismos,
y que se impone sobre cada cual como una fuerza coercitiva externa. Esta comunidad
independiente de los individuos se prolonga en el Estado, pero no se agota en él. Este
último no se articula con la sociedad como un cuerpo externo, como un parásito:
simplemente materializa la alienación, entendida aquí sin ningún matiz humanista,
esencialista o psicológico, sino como la brecha entre la actividad individual y la actividad
social en general. Una brecha que los grandes pensadores de la burguesía moderna,
desde Mandeville a Max Weber pasando por Hobbes, Vico, Smith y Hegel, nunca han
dejado de problematizar, ya sea concibiéndola optimistamente como vicios privados
capaces de transmutarse en virtudes públicas, o bien de forma pesimista como buenas
intenciones que pavimentan el camino al infierno.
Primero, que las relaciones sociales son tan invisibles e indescifrables como pueden
serlo, y la reproducción de las relaciones capitalistas a veces exige enormes sacrificios
de sus soportes materiales (cosas y gente);
«En las últimas semanas China reescribió la narrativa de la pandemia, transformando una historia
de escándalos, encubrimientos y mala gestión del gobierno chino, en una de triunfo, de fuerza y
generosidad del pueblo chino, incluso de superioridad de su sistema de gobierno. Las disfunciones en la
Casa Blanca, y tal vez incluso en Downing Street hasta cierto punto, han ayudado al gobierno chino
a consolidar esta narrativa.» (Yangyang Cheng, investigador de la Universidad de Cornell)
«No hay tal cosa como la solidaridad europea, ese es un cuento de hadas que sólo existe en el papel.
Creo en mi hermano y amigo Xi Jinping, y creo en la ayuda de China. (...) En cuanto a todos los
demás, gracias por nada.» (Aleksandar Vučić, presidente de la República de Serbia, 17 de
marzo de 2020)
«La Unión Africana ya ha recibido 2 mil kits de prueba del gobierno chino y espera 10 mil más, que
se sumarán a otros suministros de equipo médico, esencial en la lucha contra la propagación de Covid-
19 en el continente. La distribución del equipo médico donado ha sido puesta en manos del Centro de
la Unión Africana para el Control y Prevención de las Enfermedades Infecciosas, en Etiopía. Jack
Ma, el tecno-billonario cofundador de la plataforma de comercio electrónico Alibaba, ha prometido
donar, a través de su fundación, 20 mil kits de prueba, 100 mil máscaras y mil trajes protectores, a
cada uno de los 54 estados africanos.» (Zeenat Hansrod, China makes massive donations of
medical supplies to fight coronavirus in Africa, sitio web de RFI, 23 de marzo de 2020)
Puede que las donaciones mencionadas en esta última cita hayan sido cacahuetes, pero
¡hombre!, los otros gigantes del mundo mientras tanto, ¿qué estaban haciendo? Nada.
Gran Bretaña, Francia y Japón enviaron en enero unas cuantas máscaras a China, sólo
para guardar las apariencias, con la esperanza de que el corazón de la pandemia revelaría
al mundo todas las penurias y retrasos del país que, en el fondo, nunca dejaron de ver
como el enfermo de Asia. Pero el que a virus mata, a virus muere... Lo que nos lleva de
vuelta a la desconexión sino-americana y a la famosa trampa de Tucídides. Hace
exactamente ciento setenta años, el Marx de siempre profetizó:
«El Océano Pacífico jugará en el futuro el mismo papel que el Atlántico ha jugado en nuestra época,
que fue el mismo del Mediterráneo en la antigüedad: una gran vía marítima de comercio mundial,
quedando el Atlántico reducido a la categoría de un mar interior, tal como es el caso hoy en día del
Mediterráneo.» (Karl Marx, "Desplazamiento del centro de gravedad mundial", Neue
Rheinische Zeitung, 2 de febrero de 1850)
Este es nuestro pasado cercano, y nuestro presente. Puede que no por mucho tiempo
más. Qué vendrá más tarde no se sabe. Parafraseando a otro ilustre y controvertido
alemán, los destinos de la historia mundial pasarán una vez más por la lucha de las
potencias marítimas contra las potencias terrestres -una lucha que con toda
probabilidad seguirá el curso de la guerra-.
Pero hay más. Si es cierto, como lo es, que las doctrinas de contrainsurgencia han sido
objeto de amplias críticas en la misma esfera de la que provienen (el ejército de los
EE.UU.), provocando un contra-movimiento -no unánime, por cierto- que busca
"volver a los fundamentos", [13] esto no se debe sólo a los resultados no precisamente
satisfactorios de las misiones en Irak, Afganistán, etc. -especialmente cuando se los
compara con los costos- y a la observación banal de que «en el pasado, las fuerzas
armadas perfectamente regulares, sin una doctrina de contrainsurgencia ni
entrenamiento especial, derrotaron regularmente a los insurgentes utilizando unos
pocos métodos bien probados». [14] Es que el enfoque contrainsurgente es
consustancial al momento unipolar norteamericano: un mundo en que la intervención y
ocupación militar podía ser concebida al margen de un despliegue consecuente de
tropas de tierra y de la instalación de un gobierno o una administración en el territorio
ocupado; un mundo en el que se podía pensar que no habrían ya guerras importantes,
excepto contra el proletariado o los "condenados de la tierra" de los países periféricos.
El problema es que ese mundo se hizo humo en Bengasi y en Alepo. Quienes
consideraron suficiente la lectura del informe de la OTAN de 2003 (Operaciones Urbanas
en el Año 2020 [15]), probablemente se han estado perdiendo de algunas cosas en los
últimos diecisiete años.
Lo dicho cambia poco o nada nuestro dato fundamental: el ingreso en una etapa
histórica particularmente convulsa y decisiva, cuyo resultado está abierto y dependerá
en última instancia de la lucha de clases (a ambos lados del Pacífico, sobre todo).
Cuanto más nos adentremos en la tempestad , más se verá reducida nuestra
"visibilidad". Y en la medida en que las certezas "revolucionarias" acumuladas o
transmitidas tendrán que ceder el puesto a la exploración cotidiana, reflexiones como
ésta, y la existencia misma de "polos" teóricos como el nuestro, irán perdiendo su razón
de ser. Se trata más bien de un cambio general de "atmósfera", que de un asunto de
elección: los tiempos de tranquilidad han terminado.
Notas
[1] El detonador mismo de la pandemia actual -tal como en las epidemias más notorias
del pasado reciente (Ébola, SARS, MERS, Zika etc.)- no puede ser considerado un
evento estrictamente "natural", en la medida en que el llamado derrame, el salto
efectuado por "nuevos" virus desde animales a humanos, se ve favorecido por la
presión del modo de producción capitalista sobre el medio ambiente. Ver Laura
Scillitani, Sida, Hendra, Nipah, Ébola, Lyme, Sars, Mers, Covid... (disponible
aquí: https://www.scienzainrete.it/articolo/aids-hendra-nipah-ebola-lyme-sars-mers-
covid%E2%80%A6/laura-scillitani/2020-03-18).
[3] «Hoy en día [en Gran Bretaña, nota de los autores] una hectárea de tierra es 100
veces más rentable cuando se utiliza para la construcción que para la agricultura.»
(Michael Roberts, Land and rentier economy, 15 de diciembre de 2019. Disponible aquí:
https://thenextrecession.wordpress.com/2019/12/15/land-and-the-rentier-
economy).
[4] Observatorio GIMBE, Desfinanciamiento del Sistema Nacional de Salud entre 2010 y 2019,
septiembre de 2019. Disponible aquí:
https://www.gimbe.org/osservatorio/Report_Osservatorio_GIMBE_2019.07_Defi
nanziamento_SSN.pdf
[5] "Una Unión Europa cada vez más unida", nota del trad.
[6] PIGS, acrónimo peyorativo en inglés con el que medios financieros anglosajones se
refieren al grupo de países de la Unión Europea conformado por Portugal, Italia,
Grecia y España, donde se requiere incidir en los problemas de déficit y balanza de
pagos de dichos países, nota del trad.
[9] En caso de que haga falta, dejemos claro que aquí no está en cuestión el derecho al
aborto o a la píldora anticonceptiva, que definiremos sin vacilar como un extraordinario
logros en vista a la regulación consciente de su propia reproducción por parte de la
especie humana.
[11] Cf. Trump Says He Wants Stock Buybacks Prohibited in Virus Stimulus, Bloomberg, 20
de marzo de 2020, disponible en:
https://www.bloomberg.com/news/articles/2020-03-20/trump-says-he-wants-
stock-buybacks-prohibited-in-virus-stimulus
[12] Ver Chuang, Contagio Social. Guerra de clases microbiológica en China, febrero de 2020,
del que están circulando varias traducciones en la web. Un texto ciertamente
interesante, pero para ser tomado con pinzas. Además de las más que cuestionables
divagaciones sobre la contrainsurgencia, y de cierta ambigüedad sobre la naturaleza
social de la China maoísta, la evaluación de las medidas anti-Covid-19 en la región de
Hubei claramente subestima la capacidad de reacción del estado central. La proposición
ciertamente más estimulante y compartida del texto es la siguiente: «la crítica del
capitalismo se empobrece cuando se separa de las ciencias exactas.»
Y esa rabia es fundamental. Pero también lo es comprender bien por qué está
sucediendo todo esto: comprenderlo bien para pelear mejor, para luchar contra la raíz
misma del problema. Comprenderlo para cuando todo estalle y la rabia individual se
convierta en potencia colectiva, para saber cómo utilizar esa rabia, para terminar
realmente, sin cuentos, sin desvíos, con esta sociedad de miseria.
El virus no es sólo un virus
Ahora digamos que este ser humano es un proletario y vive, como los cerdos de nuestro
ejemplo, hacinado en una vivienda poco salubre con el resto de su familia, va al trabajo
hacinado en un vagón de tren o en un autobús donde cuesta respirar cuando llega la
hora punta y tiene un sistema inmunológico debilitado por el cansancio, la mala calidad
de la comida, la contaminación del aire y del agua. El ascenso permanente del precio
de la vivienda y el transporte, los trabajos cada vez más precarios, la mala alimentación,
en definitiva, la ley de la miseria creciente del capital hacen también muy poco resiliente
a nuestra especie.
Aunque la fuente más probable del coronavirus se sitúa en la caza y venta de animales
salvajes, vendidos en el mercado de Hunan en la ciudad de Wuhan, esto no está
desconectado del proceso descrito más arriba. A medida que la ganadería y la
agricultura industrial se extienden, empujan a los cazadores de alimentos salvajes a
penetrar cada vez más en la selva en busca de su mercancía, lo que aumenta las
posibilidades de contagio con nuevos patógenos y por tanto de su propagación en las
grandes ciudades.
El rey desnudo
El coronavirus ha desnudado al rey: las contradicciones del capital son vistas y sufridas
en toda su brutalidad. Y el capitalismo es incapaz de gestionar la catástrofe que se deriva
de estas contradicciones, porque sólo puede escaparse de ellas resolviéndolas
momentáneamente para que estallen con mayor virulencia más tarde.
Para identificar esta dinámica, esencial a la historia del capitalismo, podemos fijar la
mirada en la tecnología. La aplicación del conocimiento tecnocientífico a la producción
es quizá uno de los rasgos que más han caracterizado este sistema. La tecnología es
usada para aumentar la productividad con el fin de extraer una ganancia por encima de
la media, de tal manera que la empresa que produce más mercancías que sus
competidores con el mismo tiempo de trabajo puede elegir entre reducir un poco el
precio de las mismas para ganar espacio de mercado o mantenerlo y ganar algo más de
dinero. Sin embargo, en cuanto sus competidores aplican mejoras semejantes y todos
tienen el mismo nivel de productividad, los capitalistas se encuentran con que en lugar
de obtener plusganancias, tienen todavía menos ganancias que antes, porque tienen
más mercancías que colocar en el mercado ―lo que en condiciones de competencia
baja su precio― y menos trabajadores que explotar en proporción. Es decir, lo que se
había presentado en un primer momento como una solución, la aplicación de la
tecnología para aumentar la productividad, se convierte rápidamente en el problema.
Este movimiento lógico es permanente y estructural en el capitalismo.
El capitalismo nace ya con un cierto carácter mundial. Durante la Baja Edad Media se
fueron desarrollando redes de comercio a larga distancia que, , sumadas al nuevo
impulso de la conquista del continente americano, permitieron la acumulación de una
enorme masa de capital mercantil y usurario. Ésta serviría de trampolín a las nuevas
relaciones que estaban emergiendo con la proletarización del campesinado y la
imposición del trabajo asalariado en Europa. La peste negra que asoló el continente
europeo en el siglo XIV fue precisamente fruto de esta mundialización del comercio,
produciéndose a partir de comerciantes italianos provenientes de China. Lógicamente,
el sistema inmunológico de las diferentes poblaciones en aquella época estaba menos
preparado para sufrir enfermedades de otras regiones, y la intensificación de los lazos
a nivel mundial iba a facilitar una expansión de epidemias tan grande como amplias
fueran las redes comerciales. Son un buen ejemplo de ello las epidemias que llevarían
los colonos y que acabarían con la mayoría de la población indígena en grandes zonas
de América.
Hobbes y nosotros
Una semana antes de que se escribiera este texto, en España decretaron el estado de
alarma, la cuarentena y el aislamiento de todos nosotros, salvo si es para vender nuestra
fuerza de trabajo. Medidas semejantes se tomaron en China e Italia, y se han tomado
ya a estas alturas en Francia. Solos, en nuestra casa, a una distancia de un metro de cada
persona que encontramos en la calle, la realidad misma de la sociedad capitalista se hace
presente: sólo podemos relacionarnos con los otros como mercancías, no como
personas. Quizá la imagen que mejor expresa esto son las fotografías y los vídeos que
han circulado por las redes sociales con el comienzo del aislamiento: miles de personas
hacinadas en vagones de tren y de metro de camino al trabajo, mientras los parques y
las vías públicas están vedadas a toda persona que no pueda presentar una buena excusa
a las patrullas policiales. Somos fuerza de trabajo, no personas. El Estado lo tiene muy
claro.
En este contexto, hemos visto aparecer una falsa dicotomía basada en los dos polos de
la sociedad capitalista: el Estado y el individuo. En primer lugar fue el individuo, la
molécula social del capital: las primeras voces que se hicieron oír ante la alerta del
contagio fueron las del sálvese quien pueda, las de muéranse los viejos y allá cada uno,
las de las culpas de unos a otros por toser, por huir, por trabajar, por no hacerlo. La
reacción primera fue la ideología espontánea de esta sociedad: no se puede pedir a una
sociedad que se construye sobre individuos aislados que no actúe como tal. Frente a
esto y al caos social que estaba produciéndose, hubo un alivio general ante la aparición
del Estado. Estado de alarma, militarización de las calles, control de las vías de
comunicación y transporte salvo para lo que es fundamental: la circulación de
mercancías, incluida en especial la mercancía fuerza de trabajo. Ante la incapacidad de
organizarnos colectivamente frente a la catástrofe, el Estado se revela como la
herramienta de administración social.
Y no deja de ser eso. Una sociedad atomizada necesita de un Estado que la organice.
Pero esto lo hace reproduciendo las causas de nuestra propia atomización: las de la
ganancia frente a la vida, las del capital frente a las necesidades de la especie. Los
modelos del Imperial College de Londres predicen 250.000 muertes en Reino Unido y
hasta 1,2 millones en Estados Unidos. Las predicciones a nivel mundial, contando con
el contagio en los países menos desarrollados y con una infraestructura médica mucho
más precaria, llegarán previsiblemente a varios millones de personas. La epidemia del
coronavirus, sin embargo, podría haberse detenido mucho antes. Los Estados que han
sido foco de la pandemia han actuado como tenían que hacerlo: poniendo por encima
las ganancias empresariales durante al menos unas semanas más, frente al coste de
millones de vidas. En otro tipo de sociedad, en una sociedad regida por las necesidades
de la especie, las medidas de cuarentena tomadas a su debido tiempo podrían haber
sido puntuales, localizadas y rápidamente superadas. Pero no es así en una sociedad
como esta.
____________________
Los gobiernos solo toman medidas cuando se encuentran desbordados, desde Pedro
Sánchez a Conte, de Xi Jinping a Boris Johnson e incluso Donald Trump. Lo que les
mueve no es la salud de las personas sino la preocupación de que la expansión del virus
quiebre la producción y circulación de las mercancías. Lo que les preocupa es que
arrastre su mundo, el mundo del capital, a un colapso inmediato por la muerte de
millones de personas. Por eso el gobierno de España no detiene algunos sectores de la
producción hasta que se contabilizan más de 6.000 muertos oficiales (El País, nada
sospechoso de anticapitalismo, reconoce que los muertos reales son muy superiores).
Y, por supuesto, habrá que devolver la jornada laboral a las empresas hasta la última
gota de nuestra sangre.
Gobierne quien gobierne, todos actúan del mismo modo, con las mismas
preocupaciones y objetivos: defensa de la economía nacional, presencia policial y
militar en las calles para frenar las previsibles revueltas sociales, despidos colectivos,
créditos a las empresas y otras medidas en las que todas las facciones políticas
coinciden. Reina el estado de alarma, los móviles son geolozalizados para controlar
nuestros movimientos, los policías en la calle ponen más de 180.000 multas y hay casi
1.600 detenidos en el Estado español. Todo esto bajo el gobierno democrático del
PSOE y Podemos y no de los presuntos fascistas de Vox. No hay mal absoluto dentro
del capitalismo: el mal absoluto es el capitalismo. Todos los partidos no son sino
gestores de la catástrofe capitalista: no hay mal menor por el que votar.
29 de marzo de 2020
barbaria.net
N+1 – Hacia una sociedad verdaderamente orgánica
Extractos del artículo de los compañeros de n+1: Controllo dei consumi, sviluppo dei bisogni
umani
La sociedad capitalista no es una sociedad cualquiera. Mucho más que sus predecesoras,
ha hecho de la producción su factor principal y la ha separado de la distribución,
exasperando la división social del trabajo: ahora, en lo que concierne a las necesidades,
no hay una necesidad específica hasta que no la produce una mercancía que la suscita
obsesivamente con publicidad e impulsando la imitación. La mercancía precede a las
necesidades y el individuo no se adueña de ella inmediatamente, sino mediante un
intercambio generalizado con dinero. Entre el productor y los productos, entre las
necesidades y su satisfacción con el consumo, se interpone la distribución que, entre
otras cosas, establece según leyes sociales la cantidad del producto que debe ser
distribuida a los «productores» y a quiénes debe serlo.
Cuando nos referimos a un sistema complejo como una sociedad, para explicar
completamente el concepto de «conjunto orgánico» hay que hablar no sólo de
relaciones genéricas, sino sobre todo de relaciones que están inscritas en los meandros
de la propia sociedad y que tienen la capacidad de modificarla como sistema, es decir,
de producir un aumento del conocimiento de sí misma respecto a sus orígenes y su
devenir, de permitir una acumulación de tal conocimiento con el fin de utilizarlo
cuando sea el momento, haciendo uso de su conjunto de células diferenciadas, su red
de nervios sensibles, hecha de hombres, organizaciones, memoria, experiencia. En tal
caso, se dice que el sistema produce menos entropía, o que produce neguentropía, es
decir, menos disipación, es decir, información nueva. Ningún sistema complejo de este
tipo puede mantenerse indefinidamente igual a sí mismo, sino que debe cambiar, y
cuanto más madura el capitalismo más produce los elementos de su propia superación.
Las necesidades de la acumulación han hecho de la sociedad capitalista el modo de
producción menos orgánico que ha existido jamás desde el punto de vista de relaciones
entre los hombres, separados como están por la división del trabajo y por la necesidad
de mediación a través del intercambio; pero también le han hecho el modo de
producción más orgánico desde el punto de vista de la producción social, que desde
hace ya un tiempo entrelaza al mundo. Al destrozar las relaciones capitalistas la
humanidad conseguirá liberar completamente su potencialidad orgánica, uniendo a la
producción social toda la variedad de relaciones humanas, incluidas las del hombre con
la naturaleza que lo rodea. En ese momento parecerán ridículas todas las propuestas
actuales de un capitalismo más vivible desde el punto de vista de las necesidades, del
consumo y del lazo con el medio ambiente.
[…]
Hoy en día un biosistema orgánico de alto rendimiento ya no podría venirnos dado por
la naturaleza. Pero se podría proyectar perfectamente de manera consciente a nivel
mundial por una humanidad que tenga unos medios mucho más desarrollados que los
del Egipto antiguo. Una humanidad que ya ha descubierto la antítesis entre el equilibrio
económico y la organicidad, pero que por ahora trata este descubrimiento como una
curiosidad científica con la que nadie sabe qué hacer.
Ya existe el potencial para cambiar. Sin embargo, no con el capitalismo. Dentro de este
sistema no puede haber soluciones ni orgánicas ni abiertas, pese a las previsiones de
Popper y su discípulo Soros. No sólo porque el sistema se ha desarrollado
definitivamente y ha alcanzado los límites del globo terráqueo, volviéndose un sistema
cerrado, sino sobre todo porque necesita acumular y por eso aborrece el equilibrio.
También si estuviéramos dispuestos a escuchar a los apasionados de las mentiras sobre la
conquista del espacio[1] para volverlo de nuevo abierto en busca de espacio vital en otros
planetas, el balance energético para abandonar la Tierra o incluso el sistema solar sólo
podría ser negativo: se requeriría más energía de la que se obtendría de cualquier recurso
que se fuera a buscar tan lejos. No es posible ninguna evasión espacial de ciencia-
ficción.
La biología moderna se origina en la segunda mitad del siglo XIX y sólo recientemente
se integra con la química, y sobre todo con la física, permitiéndonos utilizarla para
reforzar el concepto de organicidad. El término cibernética tiene sus orígenes todavía
antes con Ampère, en la primera mitad del siglo XIX, y pasa de concepto a ciencia en
torno a la Segunda Guerra Mundial: cada organismo viviente nace, crece y se reproduce
según un programa registrado a nivel molecular, el cual establece cuáles deben ser las
aportaciones diferenciadas de las partes que se integran en la totalidad. Como se puede
ver, no sólo hay una correspondencia general entre la física, la cibernética y la biología,
sino que la concepción orgánica de la sociedad futura y del partido que la representa
por anticipación ―propia del comunismo y formulada con precisión sólo por la
Izquierda Comunista― coincide de forma muy consecuente con el discurso específico
que estamos haciendo a propósito de la humanidad futura.
Si por tanto todo sistema productivo es disipativo y tiene límites físicos no sólo en lo
que se refiere a su crecimiento, sino también a su duración incluso sin crecimiento,
entonces ¿qué es ese sistema biológico-cibernético que caracterizará a la sociedad
futura? ¿En qué consistirán su producción-reproducción, sus necesidades, su
consumo?
En los Grundrisse Marx señala que, con el capitalismo, la ciencia se integra en los medios
de producción y representa la mayor contribución al desarrollo de las fuerzas
productivas sociales. Con este desarrollo se incrementaba también el conocimiento del
mundo físico y de sus leyes, por lo que en aquella época el proceso presentaba
características de un crecimiento exponencial. Hoy en día todos los mayores estudiosos
de los modelos económicos basados en los fenómenos de crecimiento tienen muy en
cuenta la aportación de la ciencia, pero todos están también de acuerdo en sostener que
hay una «ley de rendimientos decrecientes de la tecnología». El motivo de esta posición
unánime es bastante claro: la tecnología es impotente para resolver el problema de la
necesidad de crecimiento ligada al ciclo capitalista de producción-consumo. Podríamos
tener los mejores descubrimientos científicos, pero si las nuevas mercancías producidas
por los nuevos métodos no consiguieran crear nuevas necesidades y por tanto un
mercado específico adicional, tales descubrimientos no servirían para nada. Para que la
ciencia tenga la posibilidad de manifestar plenamente su poder de innovación, hay que
destruir el ciclo capitalista.
[1] En el texto original balle spaziali, expresión utilizada en la serie de artículos «La
cosiddetta conquista dello spazio» (1957 – 1967) disponible aquí [N. de T.]
Frente a la Sagrada Familia del capital, defendamos nuestra vida a través del
antagonismo social
En este artículo pretendemos afrontar las cuestiones que se desprenden del actual
estado de alarma que ha decretado el gobierno de Pedro Sánchez en España, junto a
las medidas que ha anunciado el martes 17 de marzo. Vivimos en tiempos de profunda
crisis social, una crisis sanitaria que, al mismo tiempo, se combina con una crisis
económica, de cambio climático, psicológica, política, etc. En realidad estamos ante la
crisis de un mundo que esta empezando a colapsar, que está agotando su tiempo
histórico: es el mundo del capital. Es la crisis del capital.
Tiene miedo.
Además actúan de modo dividido según los lugares. Hay gobiernos que de modo tardío
tomaron decisiones centralizadas, como el capital chino, y otros como Italia o España
que tardaron todavía más en reaccionar e imponer el aislamiento parcial de las
poblaciones. Están reaccionando con retraso a la difusión de la enfermedad porque lo
que les preocupa de verdad, como explicaremos más tarde, es la salud de la economía
del capital. En Francia las medidas son mucho más recientes. Ni siquiera pararon las
elecciones municipales del domingo 15 de marzo, y en el Reino Unido y Estados
Unidos parece que apuestan por una solución malthusiana, o sea, que muera quien
tenga que morir (aunque probablemente tengan que dar marcha atrás). Mientras tanto
el virus se extiende por todo el mundo, llega a América Latina y a África. El virus se
propaga a la velocidad de la circulación de las mercancías y de los capitales.
Todos hemos podido ver las contradicciones en que entra el estado de alarma del
gobierno PSOE-Podemos. Se nos dice que lo que les preocupa es la salud de la gente
y, sin embargo, millones de personas salen a trabajar cotidianamente. Y es que las
necesidades del capital son las que marcan las necesidades de la sociedad en la que
vivimos. La utilidad de las cosas viene marcada por su precio, por la rentabilidad
económica que genera para las empresas. No hay ninguna utilidad humana en fabricar
coches, pero sí una utilidad social que es la que rige en primera instancia, la del capital.
Si no se fabrican coches, disminuye el beneficio de estas empresas y se ven obligadas a
cerrar. Con eso aumenta el paro y la dificultad de los proletarios obligados a reproducir
su fuerza de trabajo y su vida.
¿Qué queremos resaltar con esto? Que vivimos en un mundo dominado por el capital
y por el valor. Y esto entra completamente en la forma en que se está afrontando la
crisis en curso. Cuando decimos que el capital es la raíz de la crisis no estamos diciendo
algo superficial. Lo que afirmamos es que la máquina impersonal que es el valor es la
que fomenta con su lógica omnívora el nacimiento de cada vez más virus, por cómo
tiende a colonizar cada vez más rincones del planeta y por cómo desarrolla la industria
cárnica intensiva. Al mismo tiempo, enfrenta la expansión de estas epidemias desde su
lógica, por lo que trata de mantener en lo posible el esqueleto de la producción y
reproducción de las actividades económicas.
¿Cuál sería una forma adecuada de preservarnos frente a este tipo de virus? Tratar de
reducir drásticamente la producción social, acabar con estas megalópolis sin límite que
son hoy las ciudades, un control de los consumos que satisfaga las necesidades humanas
básicas, el fin de la escuela como instrumento de adoctrinamiento y disciplina social, el
fin del sometimiento de las personas hacia las máquinas, la abolición de las empresas,
etc. Estamos enumerando algunas de las medidas que establece el Programa revolucionario
inmediato que desarrolló Bordiga en la reunión de Forlí de 1952, medidas a aplicar
durante el proceso revolucionario para la transición hacia el comunismo integral. Son
las que necesitaríamos aplicar como humanidad para afrontar no solo la crisis del
coronavirus, sino más en general la catástrofe cada vez más brutal a la que nos empuja
el agotamiento de la sociedad capitalista. Se trata en última instancia de medidas que
detengan la movilidad social, es decir, la movilidad de los capitales y de las mercancías.
Hace falta un plan en defensa de la especie: este plan, este programa en defensa de la
especie, así como el movimiento real que tiende a imponerlo aboliendo el estado de
cosas presente, es lo que llamamos comunismo.
Nunca ha sido así y nunca será así. Vivimos en una sociedad atravesada por
antagonismos sociales brutales, donde los intereses del capital y su maximización de
beneficios se enfrentan con aquellos que vendemos nuestra fuerza de trabajo para
sobrevivir, y que nos encontramos suspendidos en el aire si alguien no “compra”
nuestra fuerza de trabajo, siempre reducidos a instrumentos del engranaje capitalista,
de su máquina impersonal, cosificados en nuestras necesidades humanas. Entonces, sí,
estamos hablando del antagonismo entre proletariado y capital. Es desde este
antagonismo desde el que tenemos que defender nuestras necesidades humanas.
No se cansan de decir que se trata de una guerra y que hay que estar unidos. Es la
misma estrategia que se utiliza en todas las guerras imperialistas. Es la estrategia de
convertirnos al proletariado en carne de cañón para la defensa de sus intereses, de los
intereses del capital. En esta crisis se puede ver perfectamente lo que decía Marx: los
gobiernos no son sino «el consejo de administración del capital general». Es la función
la que determina el órgano y, en este caso, su función es permitir la respiración no de
la personas, sino del capital y sus movimientos, movimientos que están dando muestras
de una peligrosa parálisis. De ahí que estén asustados.
Y qué decir de los CIEs, donde miles de proletarios de otros países se encuentran
hacinados por el delito de querer mejorar su vida, o de los presos en las cárceles, que
viven un confinamiento de sus vidas (y no durante unas semanas), hacinados a la espera
de que se propague el contagio.
O sea que la unidad proclamada no es sino las esposas que nos unen a unos intereses
que no son los nuestros y a un barco (el capital) que empieza a hundirse.
Por eso son tan importantes las luchas que han estallado en fábricas como Mercedes
de Vitoria, de Iveco o Renault en Valladolid o los motines como en el CIE de Aluche
en Madrid, y que suceden a otras luchas que ya habían estallado en otras fábricas
italianas. No somos carne de cañón para el capital. Este presupuesto, la defensa de nuestras
necesidades humanas, es una premisa fundamental para el futuro. Y es que el futuro que
tenemos por delante es el de una catástrofe de dimensiones cada vez más bestiales, provocada por el
agotamiento histórico del capitalismo como sistema global y total de dominio.
Algo muy diferente de lo que nos prometen los gobernantes de la izquierda del capital.
En uno de sus discursos de estos últimos días, Pedro Sánchez repite mil veces que es
solo una crisis coyuntural, es solo una crisis coyuntural, es una crisis coyuntural…
Como si repetir ayudase en algo. En realidad esta pandemia global se une a la crisis más
general del valor en la sociedad del capital (la expulsión de trabajo vivo por los procesos
de automatización y la caída general de la tasa de ganancia), a las revueltas sociales en
curso y que han protagonizado el 2019 y a las transformaciones climáticas en
marcha. Todo ello tiene un vector común, el capital y sus movimientos un antagonista natural, las
revueltas proletarias en curso; y una solución a la que se puede dirigir el curso histórico actual, el
comunismo como un plan de vida para la especie, una distribución adecuada que satisfaga las
necesidades humanas por fuera de las lógicas homicidas del capital. Vivimos tiempos
interesantes, tiempos históricos, de crisis y de catástrofe, de revueltas y pandemias. La revolución se
convierte en este horizonte en una necesidad, un instrumento necesario que vincule la defensa
inmediata de nuestras necesidades con el objetivo histórico de una comunidad humana
que satisfaga el conjunto de sus necesidades, negadas por el capital.
¿Seguridad o nihilismo?
Este tipo de virus, tan contagiosos, se combaten con aislamiento. Ya hemos explicado
que este aislamiento va en contra de la esencia del capital, de su movimiento perpetuo
e infinito de producción y circulación incesante de mercancías. El Estado pretende
realizar esa paralización parcial de la movilidad a través de sus instrumentos: el ejército,
la policía, las multas, los castigos y las amenazas. En estos días de estado de alarma
vivimos uno de los sueños del capital, el sueño de sus orígenes, que en realidad
representa el de su ocaso: la guerra de todos contra todos en el estado de naturaleza,
que nos obliga a someternos a un soberano por el vacimiento social y el miedo común,
un Leviatán securitario. El aislamiento social, la atomización de moléculas encerradas
en hogares separados unos de otros, ese vaciamiento social es colmado por el Estado,
que quiere convertirse en el corazón y los vasos sanguíneos que unifican la comunidad.
Una comunidad ficticia, sin vida propia más allá de la que le pretende conferir el Estado
con sus mecanismos de seguridad y de orden, de disciplina social y de represión.
La democracia es el ser social del capital. En un mundo en que los seres humanos
somos mercancías, en el que tenemos que vender nuestra fuerza de trabajo individual,
competimos unos contra otros para obtener la mayor rentabilidad de nuestra mercancía
particular frente a otras mercancías. Nuestro ser en común como proletarios, como
clase, como posible partido que nace de la defensa de nuestras necesidades inmediatas
e históricas, se desdibuja en la atomización de la competencia capitalista que además
nos reduce a ser sujetos jurídicos, ciudadanos, aislados unos de otros, que votan una
vez cada cierto tiempo, una vez más, aislados. Este es el ser social del capital, que hace
del Estado la única posibilidad de un ser en común ficticio que al mismo tiempo que nos
aisla como seres humanos, nos comunica de modo incesante y constante como mercancías. Este es
nuevamente el gran problema que tiene el capital, en su agotamiento interno, en crisis
como ésta. Nos aisla como personas y seres humanos pero nos comunica en cuanto
mercancías. El movimiento del capital es el de las personas subordinadas a los
movimientos de las cosas y de las máquinas. Aislados unos de otros solo nos
comunicamos a través de ellas, de las cosas, en su forma de mercancía. Esto es a lo que
Marx se refería cuando hablaba del fetichismo de la mercancía y del capital.
El coronavirus ha puesto sobre la mesa un debate acerca de las formas políticas de los
Estados para afrontar esta crisis, reivindicando, en algunos casos, la gestión de Estados
más centralizados como China. Para nosotros son secundarios todos estos debates que
diferencian de modo sustancial entre regímenes dictatoriales y democráticos, desde la
formalidad política, entre China y los parlamentos occidentales. Todos los regímenes
modernos son igualmente democráticos y totalitarios. Vivimos en un totalitarismo
democrático que expresa a la perfección el ser social del capital, en su esencia
individualista (como átomos aislados) y en la tendencia totalitaria a que la mercancía y
el Estado invadan toda nuestra vida. Y eso es universal. Es una lección que el
capitalismo y sus democracias aprendieron de los fascismos tras 1945, vencidos
militarmente pero victoriosos en algunas de sus lecciones con que pretendían insuflar
vida al capital en crisis.
Como dicen los compañeros de Chuang vivimos en medio de una huelga general
invertida. A diferencia de una huelga general vivimos aislados, por decisión del estado
de alarma, pero todos nos estamos haciendo muchas preguntas, preguntas importantes.
Estamos viviendo un momento catártico. ¿Por qué estamos encerrados? ¿Será durante
mucho tiempo? ¿Cómo será nuestro futuro? ¿Morirán mis seres queridos? ¿Por qué me
mandan a trabajar? ¿Qué será de mí al irme al paro? ¿En qué mundo vivimos? ¿Será
algo coyuntural? Podemos contestar a alguna de estas preguntas con contundencia,
sobre todo a la última: no, no se trata de una crisis coyuntural. El mundo del capital,
lentamente pero de modo irreversible, se derrumba, entra en un colapso que no es el
que habían vendido los ecologistas y decrecentistas. El capitalismo no desaparece en
su colapso, ni se descomplejiza, sino que en su plena catástrofe nos amenaza con la
extinción si no somos capaces de acabar con él y organizar un plan de vida para la
especie. Todas las posibilidades están dadas en este sentido. No es una utopía. Y al
mismo tiempo, estamos lejos, en las conciencias, de ese objetivo histórico, de un
horizonte de posibilidad alternativo al capitalismo. Somos materialistas y no ilustrados,
sabemos que es de las luchas de clases, que se han desarrollado en el último período y
en las que vendrán seguro en el futuro, de donde nacerá esa necesidad histórica y la
posibilidad de invertir la praxis del capital. Su praxis es homicida, homicida de los vivos
y de los muertos.
La crisis del coronavirus acelera y se vincula a la crisis más general del capital. Es muy
importante entender esto de cara a las políticas fiscales y monetarias que están
implementando los diferentes gobiernos europeos para frenar la actual parálisis
económica.
En este difícil contexto, las medidas aprobadas por los gobiernos no son sino paliativos
que pretenden comprar algo de tiempo al futuro, un tiempo sin embargo cada vez más
corto. Todo ello mientras se repite obsesivamente que esto es solo una crisis
coyuntural, una crisis coyuntural, una crisis coyuntural… Como repite
machaconamente Pedro Sánchez. Y bien sabemos que no es así, sino que nos
encontramos ante una crisis de oferta (como dirían de manera pedante los economistas
burgueses), es decir, una crisis debida a la dificultad de valorización del capital a la que
se le añade el parón económico de estas semanas, que acelera y amplifica dicha crisis
de oferta. Una crisis de la que no se va a salir con una simple inyección de liquidez, a
través de los bancos centrales o de políticas de gasto fiscal, porque el problema son los
beneficios que no están generando las empresas estas semanas por la parálisis de buena
parte del tejido productivo. Obviamente no estamos afirmando el derrumbe inmediato
del capital. Al capitalismo, en su ocaso, le queda aún mucho fuelle. Lo que afirmamos
es que estamos entrando en una nueva época, la del agotamiento del capital como
relación social, una época marcada cada vez más por las revueltas de nuestra clase y la
crisis del capital.
Volviendo a las medidas del gobierno de Pedro Sánchez, en realidad no son tan
ambiciosas como han presentado. 200.000 mil millones de euros, de los cuales 117.000
públicos y 83.000 privados. De los recursos públicos, en realidad, no se trata de dinero
que invierte directamente el Estado, sino que éste se presentará como un mero avalista
en caso de que no se cobren los créditos de las empresas privadas, con lo que se
pretende evitar su bancarrota. Y ese es el secreto del plan. En buena medida, se
pretende movilizar el crédito para financiar este tiempo de parálisis de la actividad
económica privada. Al proletariado se le promete una moratoria del pago de las
hipotecas y de los recibos para los sectores más vulnerables (en cualquier caso habrá
que seguir pagándolos) y, sobre todo, se facilita de un modo masivo el despido de los
trabajadores a través del uso de los ERTEs, aunque las empresas tengan ingentes
beneficios. En eso ha quedado el reformismo de Podemos, en dedicarse a jalear como
una conquista obrera que millones de trabajadores vayan al paro (con el beneplácito,
como no podía ser menos, de sindicatos, patronal y bancos) y que vean reducidos de
modo sensible sus ingresos.
El futuro nos depara una polarización social cada vez más aguda. Se dibujan dos
bloques sociales antagónicos que representan dos modos de producción y de vida
opuestos: capitalismo y comunismo. A los comunistas nos corresponde defender
teórica y prácticamente la perspectiva comunista de abolición de la mercancía y el valor,
de los Estados y de las clases, posibilidad que anida con fuerza en la crisis irreversible
del capital. La polarización social creciente creará el terreno fértil del que podrá nacer
la posibilidad de ese plan para la especie que satisfaga nuestras necesidades humanas y
no las de la valorización del capital.
La autoabolición del proletariado como el fin del mundo capitalista (o porqué la
revuelta actual no se transforma en revolución)
«La explotación, necesaria para sostener la economía, con la instauración generalizada del capitalismo
Si tan sólo fuese cuestión de explicar muy pedagógicamente los hechos, pasado mañana el viejo mundo
habría quedado atrás, pero no es así, lxs explotadxs se sienten cómodxs con sus cadenas porque
están entrampadxs en las relaciones sociales mercantiles que ocultan su explotación bajo el velo de
la conciliación democrática o la resignación nihilista, dos polos del mismo centro ideológico.»
a través del ataque a las relaciones sociales e instituciones que lo mantienen dominado
Pero por el momento eso no es lo que está ocurriendo porque, a pesar de estar en
revuelta en muchos países, el proletariado en su mayoría sigue luchando por reproducir
su “vida” como clase trabajadora y no por acabar con su esclavitud asalariada y
ciudadanizada. (Digo en su mayoría, porque también existen minorías proletarias que
agitan contra el trabajo, la sociedad de clases y el Estado, pero que, por desgracia, no
tienen mayor incidencia social.)
Y no lo hace sólo por alienación ideológica o “falta de consciencia de clase”, sino por
necesidad material de sobrevivencia: vender su fuerza de trabajo en las actuales
condiciones precarias y al precio que sea para poder cubrir sus necesidades básicas,
tratar de valorizar su mercancía-fuerza de trabajo en el mercado laboral tanto formal
como informal (o en el mercado de bienes y servicios, en caso de autogestión y
trueque), bregar por subsumir aún más su miserable vida al Capital, reproducir y
padecer sus relaciones sociales y sus formas de vida. La relación capitalista de clase está
en crisis, pero sigue en pie. La clase trabajadora hoy en día es más precaria y sufriente
que nunca antes, pero sigue siendo clase trabajadora.
Por ejemplo actualmente en Chile, país en el que, por un lado, a pesar de las ollas
comunitarias y de otras prácticas solidarias entre proletarios/as, la revuelta no da de
comer, o no por mucho tiempo. La mayoría de la gente tiene que trabajar (formal e
informalmente) para poder comer, pagar arriendo, educación, salud, servicios básicos,
teléfono e internet, etc.; es decir, tiene que reproducir las relaciones de producción,
circulación y consumo capitalistas. Y por otro lado, a pesar de la existencia de asambleas
territoriales autónomas, la demanda mayoritaria de éstas es la “asamblea constituyente”;
es decir que, en lugar de tomar el poder sobre su propia vida para cambiarla de raíz y
en todos los aspectos, la mayoría de nuestra clase se lo delegará nuevamente al Estado
democrático-burgués. Pero sobre todo, porque en su mayoría los/as proletarios/as
siguen reproduciendo las relaciones capitalistas de alienación, opresión, explotación,
competencia y atomización entre ellos/as mismos/as, incluso dentro de las asambleas,
las barricadas y las recuperaciones territoriales. Y eso que la de Chile es la revuelta social
más avanzada a nivel internacional en estos momentos, pero no por eso es “la
revolución que comienza”, como dicen los compañeros del blog «Vamos hacia la vida»,
sino más bien una revuelta que está siendo derrotada por sus propios límites y
obstáculos, por más autonomía organizativa y violencia callejera que aún se manifieste
en ella. Como dicen los compañeros del Círculo de Comunistas Esotéricos: «La
revolución se postergó, pero se instaló larvariamente la posibilidad de que se asome.
Es necesario seguir alimentando sus posibilidades como se riegan las plantas, como se
amamanta a un recién nacido, como se construyen los lazos afectivos: constantemente,
cotidianamente. La batalla en estos momentos se perdió, pero sólo parcialmente. Hay
avances que son necesarios de mantener. Así como retrocesos que hay que evaluar.» Y
como dice otro compañero de allá, del blog «Antiforma», parafraseando a Vaneigem:
«los que hablan de revolución y de lucha de clase sin referirse a la destrucción del tejido
social y biopsíquico que podría sustentar un cambio decisivo, hablan con un cadáver
en la boca.» Sin embargo, pase lo que pase en los próximos meses en ese país (en
especial, después del plebiscito anunciado para abril del 2020 pero temporalmente
suspendido por el coronavirus), será un hito en la transición –o no– de un periodo
histórico contrarrevolucionario a un periodo histórico posiblemente revolucionario a
nivel mundial, que sin duda nos deja múltiples y valiosas lecciones a los revolucionarios
de todas partes.
Por tales hechos es que, en esta época y en todo el mundo, el proletariado oscila entre
ser clase explotada y oprimida por el Capital-Estado y ser clase revolucionaria o
autoabolicionista. Fluctúa entre lo uno y lo otro, con o sin consciencia de que lo está
haciendo y de lo que puede hacer. Esta es –vale recalcarlo– la ambigüedad, paradoja o
contradicción fundamental todavía irresuelta de la revuelta proletaria en la actualidad
y, por lo tanto, la razón principal por la cual no se transforma en revolución social.
Ahora bien, como diría Marx, una sociedad no desaparece nunca antes de que sean
desarrolladas todas sus fuerzas productivas y sus formas de vida (y de muerte), y nunca
antes de que en su seno existan ya las condiciones materiales de nuevas y superiores
relaciones sociales. Por lo tanto, la sociedad burguesa no desaparecerá sino hasta que
el proletariado ya no pueda ni quiera vivir más bajo el modo de producción y de vida
capitalista, y entonces comience a producir por sí mismo, por necesidad y deseo,
relaciones sociales y formas de vida comunistas y anárquicas, que sólo podrán
desarrollarse libre y plenamente mediante la revolución social, al calor del antagonismo
de clases y la reproducción de la vida cotidiana. En las luchas sociales reales y las
prácticas cotidianas donde los/as proletarios/as hacen esto, ahí se encuentra el germen
de la revolución, del comunismo y la anarquía.
Como bien lo explican Endnotes y otros compañeros como Kurz, las revoluciones del
siglo XIX y del siglo XX, pese a sus elementos y tendencias de carácter comunista y
anárquico (ej. rechazo del trabajo y del Estado, del intercambio mercantil y la
democracia), no dinamitaron las raíces y categorías fundamentales del capitalismo, sino
que más bien las desarrollaron, modernizaron y generalizaron en todo el orbe desde la
oposición, no sólo por la (re)acción contrarrevolucionaria de la burguesía mundial, sino
gracias al mismo movimiento obrero-sindical, campesino y popular y a sus vanguardias
izquierdistas que tomaron el poder estatal burgués o, en su defecto, que lograron que
éste les conceda reformas económicas, políticas y sociales en clave asistencialista,
desarrollista y nacionalista. De más está decir aquí, pero por si acaso, que lo que existió
en Rusia, China, Yugoslavia, Cuba, etc. no fue comunismo sino capitalismo de Estado
con otros administradores y otros membretes. Por su parte, las experiencias anarquistas
y autonomistas de autogestión (desde Barcelona en 1936 hasta Chiapas y Rojava hoy
en el siglo XXI) tampoco lograron romper y superar la dictadura social e impersonal
del valor, el dinero, la mercancía y el trabajo, es decir el capitalismo. En síntesis, todas
las revoluciones anteriores fracasaron en realizar el objetivo fundamental de la
revolución comunista: la abolición de la sociedad de clases, empezando por el propio
proletariado, que es el principal productor y producto de las relaciones sociales
capitalistas.
Entonces, ¿por qué es posible –mas no inevitable– que el actual ciclo histórico e
internacional de crisis/reestructuración capitalista y de lucha de clases esté empujando
al proletariado a la revolución comunista mundial, en la misma medida en que lo está
empujando a la extinción? Porque el progreso tecnológico de las empresas
transnacionales, a fin de competir y obtener más ganancias y poder, lo ha convertido
en su mayoría en una población superflua o sobrante (proletariado excedentario) a la
que se le hace cada vez más y más difícil garantizar bajo este sistema, no sólo la
producción de mercancías y de plusvalía, sino la reproducción de su propia vida en
todos los aspectos. La contradicción tarde o temprano mortal del capitalismo es que
desvalorice casi por completo a su principal fuente de valor y de riqueza: la fuerza de
trabajo colectiva, la clase trabajadora. El hecho de que hoy en día exista tanta tecnología
(como para reducir el trabajo humano al mínimo necesario) y tantos alimentos (como
para dar de comer a más de la población mundial actualmente existente), pero que al
mismo tiempo no exista tanto trabajo ni dinero ni estabilidad ni vivienda ni ambiente
libre de contaminación ni salud ni nada para la mayoría de la población, genera malestar
y protesta social. En la cual, el proletariado tan precarizado de hoy en día ha luchado
no sólo por trabajo y por otro tipo de gobierno, o no sólo por más dinero, más cosas
y mejores servicios, sino también contra el trabajo y contra el Estado-Capital, con o sin
consciencia que lo ha hecho. Produciendo comunidades de lucha y de vida donde no
media la competencia, el dinero ni la autoridad, es decir donde se crean y se
experimentan nuevas relaciones sociales que subvierten las relaciones sociales
capitalistas –otro mundo adentro y en contra de las entrañas de este mundo–, pero que
duran lo mismo que duran tales luchas… como todo en estos tiempos “líquidos” y
“difusos”.
No es coincidencia, pues, que esta época de crisis y revueltas sea, al mismo tiempo, la
época del ejército laboral de reserva o de los trabajadores desempleados, subempleados
y empobrecidos, compuesto en un considerable porcentaje por jóvenes con educación
superior y acceso a internet y “redes sociales”, y con experiencia en rebeliones masivas
e incluso en insurrecciones y “comunas”. Pero hasta ahí no más, porque la revuelta no
es revolución. El capitalismo sigue en pie. Y esto, a su vez, porque el proletariado es la
contradicción viviente que hoy fluctúa entre la autoalienación/autodestrucción y la
autoemancipación/autoabolición a través de sus revueltas y vueltas a la normalidad.
Todo esto -y no “la falta de partido” ni “la falta de programa”- es lo que explica material
e históricamente porqué el proletariado, a pesar de ser numéricamente la mayoría social,
todavía no ha destruido de una vez por todas este sistema de alienación, explotación,
miseria y muerte que es dominado por la burguesía, la cual numéricamente es la minoría
social. Esta es la respuesta a la pregunta que muchos proletarios nos hemos hecho
alguna vez o nos hacemos a menudo, sobre todo en esta época de subsunción real y
total de la humanidad en el Capital.
Aun así, el problema no es sólo la izquierda del Capital o reformista y sus múltiples
divisiones y competencias. El problema tampoco es la ideología ni la organización per
se. El problema es cómo el mismo proletariado y sus minorías revolucionarias
reproducen el capitalismo en la vida diaria, en la práctica, por más que su ideología y
su discurso digan lo contrario.
Sin embargo, la única manera de combatir, destruir y superar realmente toda esta
mierda es la lucha autónoma y revolucionaria de la humanidad proletarizada, incluidas
sus minorías radicales. Así como también las formas cotidianas y anónimas de
resistencia y solidaridad entre los oprimidos o los nadies «sin partido». Sí, en la misma
contradicción dialéctica se halla la posibilidad de revolución, entendida como negación
y superación de la negación. Esta contradicción existe realmente y ES el proletariado:
clase explotada y clase revolucionaria. Porque la misma energía vital con la que
reproduce este sistema de muerte, puede usarla para combatirlo, destruirlo y superarlo.
Empezando por cuestionarse, revolucionarse y abolirse a sí mismo y por ende a las
demás clases sociales, a fin de reapropiarse de su propia vida humana, al calor y sólo al
calor de la lucha de clases. Asumiendo en la práctica que la lucha contra el Capital
implica necesariamente la lucha contra su propia condición de clase. Lo cual puede
sonar “suicida” pero, por el contrario, es liberador de las cadenas de la esclavitud
asalariada y de toda opresión y alienación. Porque, como dice el compañero Federico
Corriente, «hoy en día no hay más horizonte que el de la reproducción catastrófica del
Capital y el ineluctable e incierto “salto al vacío” imprescindible para ponerle fin, que
pasará por el asalto del proletariado contra las condiciones de su propia reproducción.»
De hecho, el único poder que les debería interesar a los proletarios -porque lo poseen,
al menos en potencia- es el poder para autosuprimirse como tal y así suprimir la relación
capitalista y estatal de clases. Como decían los compañeros de Les Amis du Potlatch,
«la revolución será proletaria por quienes la realicen y antiproletaria por su contenido.»
En eso consiste realmente la dialéctica materialista, histórica y revolucionaria, ni más ni
menos: en asumir que el proletariado y la lucha de clases son parte fundamental o
sustancial del Capital, a fin de luchar por dejar de serlo y así –y sólo así– dejar abolidas
las clases y tal “dialéctica sistemática” misma. Esto y no otra cosa es la revolución
proletaria, la revolución comunista. Claro que asumirlo y hacerlo (lo concreto) es millón
veces más complicado que entenderlo y decirlo (lo abstracto). Y, a pesar de las revueltas
proletarias actuales, todavía falta mucho para ello, por las razones expuestas en la
primera parte de este trabajo.
De modo que aún tendrán que pasar muchas crisis, luchas, revueltas, insurrecciones,
guerras civiles, pandemias, tragedias, contrarrevoluciones y derrotas para que el
proletariado por fin logre –o no– asumir la necesidad humana e histórica de la
revolución, tomar conciencia de su poder revolucionario, actuar como sujeto
revolucionario y hacer la revolución social, cuya clave -vale insistir- es la autoabolición
del proletariado (la burguesía ya no tendrá a quién explotar y oprimir), lo que es
consustancial a la abolición del valor (las relaciones humanas volverán a ser humanas,
pues ya no estarán mediadas por cosas-mercancías ni dinero), y a la transformación de
las relaciones capitalistas y autoritarias en relaciones comunistas y anárquicas en todos
los aspectos. No por ideología política alguna, sino porque será una cuestión material
de vida o muerte, dada la catástrofe capitalista actual que, a futuro, será cada vez peor.
Todo esto, en un tiempo cada vez más acelerado y violento.
Si: abolir el proletariado para abolir el capitalismo ha de ser –en realidad, siempre ha
sido– el objetivo y la medida principal de la revolución comunista o comunizadora, en
la práctica y, por lo tanto, en la teoría y la estrategia revolucionarias.
Un paso adelante de este movimiento proletario real y anónimo vale más que una
decena de programas y de «rackets» o grupúsculos de izquierda y ultraizquierda.
En efecto, «la producción comunista del comunismo», como dicen los compañeros de
Théorie Communiste, sólo se puede realizar en el seno de las luchas de clases reales y,
más específicamente, en el seno de las luchas autónomas del y dentro del propio
proletariado para frenar el catastrófico progreso capitalista en curso y así defender nada
más y nada menos que la Vida, por necesidad material, concreta, y también por
consciencia emergente y actuante de tal necesidad. Tensionando, rompiendo y
superando sus propios límites como clase del y para el Capital. Cuestionando, negando
y superando su propia condición de clase social determinada y dividida por el trabajo y
el dinero. Resistiendo, avanzando y saltando desde su autoorganización defensiva hacia
su autoabolición positiva como tal. Tomando medidas comunistas inmediatas para el
efecto.
Por el contrario, el otro mientras tanto posible es que el proletariado en su mayoría siga
trabajando (incluyendo el trabajo de policía y de militar, y el “teletrabajo”), comprando,
consumiendo, contaminando, votando, estudiando, facebookeando, twitteando,
viendo netflix, comiendo “comida chatarra”, saliendo de fiesta, escuchando reggaetón
y emborrachándose los fines de semana, drogándose hasta las venas, yendo al
prostíbulo, al estadio, al concierto y la cantina... o a la iglesia, y siendo nacionalista,
xenófobo, machista y violento (inclusive fascista) con otros proletarios y proletarias
pero no con los burgueses y sus perros guardianes uniformados; o buscando trabajo
sin poder encontrarlo y muriéndose de hambre, de depresión o de cáncer; o
delinquiendo para luego pudrirse en la cárcel; o volviéndose “loco” para luego pudrirse
en el manicomio; o cayendo en la paranoia social, el consumismo y el
individualismo en los supermercados y en todo lado, cuando hay situaciones de
pandemia (ej. coronavirus), emergencia sanitaria, medidas de austeridad y
desinformación/idiotez masiva; o –lo que parece lo contrario pero no lo es– ingresando
a militar en las filas de sus organizaciones de izquierda y ultraizquierda, creyendo que
está “luchando por la revolución” y “siendo consecuente” con ello, cuando en realidad
sólo está participando de la competencia política capitalista entre proletarios,
competencia que no difiere sino sólo en la forma y el nivel de violencia de otras formas
no políticas de guerra fratricida (pandillas, mafias, etc.), al mismo tiempo que tales
sectas políticas se asemejan a las sectas religiosas por su modo dogmático de ver el
mundo y por tratar a sus pares como borregos y soldados para su propia guerra contra
“el enemigo” y por “la causa”.
Comunismo o extinción
Hay que producir, pues, esa excepción o irrupción histórica que es la revolución, ni
más ni menos que por necesidad vital. Hay que gestarla y parirla. El comunismo es el
feto y la revolución es el parto del mundo nuevo. Pero, como ya se dijo, esto depende
de lo que el proletariado haga o no para transformar las actuales condiciones sociales y
su propia vida, su propio ser colectivo y el ecosistema.
En caso de que nuestra clase no luche por la revolución total hasta el fin, la
contrarrevolución seguirá reinando y la catástrofe o distopía capitalista en curso (crisis
económica sistémica, tecnología de punta/“inteligencia artificial”, desempleo y miseria
masivos, devastación de la naturaleza/crisis ecológica, pandemias, guerras, suicidios,
etc.) terminará por extinguirnos como especie para siempre. Quizá sólo nos queden
unas pocas generaciones antes de aquello. Y la cuenta regresiva se acelera cada vez más.
Por lo tanto, la actual crisis capitalista mundial y la actual oleada mundial de revueltas
proletarias constituyen acaso la última oportunidad histórica para por fin iniciar el
proceso sin retorno de la revolución comunista mundial, de la abolición y superación
de la sociedad de clases y fetiches... o perecer.
No obstante, es importante saber que las pérdidas monetarias no significan la caída del sistema
capitalista. El capitalismo buscará en todo momento reestructurarse con base en medidas de austeridad
impuestas a los proletarios para paliar todas las catastróficas consecuencias que traerá consigo. Y esto
se debe a que los “golpes” que ha sufrido el capitalismo a causa de estos fenómenos, son simplemente
pérdidas en su tasa de ganancia, pero tales pérdidas no alteran en lo absoluto su estructura y esencia,
es decir las relaciones sociales que le posibilitan seguir en pie: mercancía, valor, mercado, explotación y
trabajo asalariado. De hecho, es en estas situaciones cuando el capital reafirma más sus necesidades:
sacrificar a millones de seres humanos a favor de los intereses económicos, haciendo que la polarización
entre clases sociales se agudice y revelando con más fuerza en qué posición se encuentra la clase
dominante, la cual realiza todos los esfuerzos a su alcance para preservar este estado de cosas. [...]
Las contradicciones cada vez más agudas de este modo de producción (crisis, guerra, pandemias,
destrucción ambiental, pauperización, militarización), que recrudecerán nuestras condiciones de
supervivencia, no darán paso de manera mecánica ni mesiánica al fin del capitalismo. O mejor dicho,
tales condiciones, aunque serán fundamentales, no bastarán. Porque para que el capitalismo vea su
fin, es imprescindible la existencia de una fuerza social, antagonista y revolucionaria que logre
direccionar el carácter destructivo y subversivo hacia algo completamente diferente de lo que presenciamos
y conocemos ahora.
Querámoslo o no, no podemos dejar una cuestión tan importante como la revolución a rienda suelta, a
la simple suerte. Es necesario experimentar la resolución a ese problema con base en la organización
de tareas que puedan irse presentando, es decir, el agrupamiento para la apropiación y defensa de las
necesidades más inmediatas (no pagar adeudos, ni alquileres, ni impuestos), pero también, la ruptura
con todas las ilusiones y espejismos que nos llevan a gestionar las mismas miserias bajo otra careta.
[…]
No es necesario esperar la distopía o las escenas hollywodescas del apocalypsis, porque estas ya se
manifiestan materialmente en distintas partes del globo, y de hecho superan con creces cualquier intento
de representación en la ficción cinematográfica.
La actual pandemia del covid-19 es una etapa más en la degradación a la que nos lleva esta sociedad
productora de mercancías.
Etapa ante la cual se reafirma que el verdadero porvenir sólo pende de dos hilos:
Algunas notas sobre los acontecimientos actuales. México DF. Marzo 2020
Crisis sanitaria, crisis económica y crisis social son una única y misma cosa
Carbure
31 de marzo de 2020
1/16. Si la crisis sanitaria no ha hecho más que comenzar, más temible aún es
la llamada crisis «económica», que no se distingue de ella en nada: la crisis
sanitaria es, de manera inmediata, una crisis económica.
2/16. Crisis económica por la falta de bienes básicos susceptibles de ralentizarla, por la
falta de medios materiales y humanos, por la brecha tanto entre clases como entre
países ricos y pobres, por los problemas que causa tanto como por los medios puestos
en práctica para resolverlos.
4/16. La circulación del valor no es otra cosa que el conjunto de nuestras interacciones
sociales, y ni todo el teletrabajo del mundo puede reemplazar a la producción,
circulación y venta de mercancías por trabajadores encarnados físicamente, y que caen
enfermos.
6/16. Sin el Estado el capital se hundiría, pero el propio Estado no es más que la
objetivación de las relaciones de clase del capital. El proletariado se ve constantemente
zarandeado entre los dos: parado un día, votante otras veces, trabajador temporal otro
día, préstamos a devolver, subsidios.
8/16. Planificará e inyectará liquidez, sin que la izquierda se pregunte qué relación
guarda esa liquidez con la famosa «economía real», si poner en marcha la máquina de
imprimir billetes es una solución, ni cuál es la diferencia entre un banco central y un
banco a secas.
9/16. El dinero puede volverse mágico durante un tiempo, y cuando se trata de salvar
al capital, se blande el fetiche absoluto: el interés general, la comunidad, incluso la
humanidad. La «humanidad» es el beso de la muerte de la burguesía.
10/16. Pero no hay que olvidar que, como manda la teoría keynesiana, este hacerse
cargo por parte del Estado no pretende durar para siempre; los Estados no se han
convertido repentinamente al socialismo sino en la medida en que el «socialismo» es
una modalidad de la explotación.
11/16. Las nacionalizaciones son una entre varias formas de absorber los déficits de
grupos privados mediante la actividad económica de conjunto, bajo la tutela del Estado.
Privado o público, en tiempos de optimismo o con la garantía estatal, el capital tiene
que fluir.
12/16. Conocido es el dicho: «Socializar las pérdidas, privatizar las ganancias». Pero en
este caso, «socializar» simplemente significa que un segmento de la burguesía acude a
socorrer a otro, y que el dinero adelantado está respaldado —como siempre— por la
promesa de futuros beneficios.
13/16. No hay ninguna contradicción entre lo que está sucediendo ahora y el retorno
a las leyes «normales» del mercado y la competencia; las «leyes» económicas volverán a
aplicarse y las deudas tendrán que pagarse, ya sabemos cómo y por quién.
14/16. Pagaremos esta crisis, porque como crisis social, también es nuestra. Ya hemos
empezado a pagar.
16/16. Hacer que esta crisis ya no sea nuestra, sino del capital, es la única forma
de salir del círculo infernal de las crisis. La revolución mundial es tan posible
como la crisis mundial y, al igual que ella, se presenta bajo el aspecto de una
catástrofe.