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COVID – 19 Y MÁS ALLÁ

ENTRE OTROS TEXTOS


Contagio

N+1

Informe de la tele-reunión del 10 de marzo de 2020. Trad: Antiforma.

La tele-reunión del martes por la tarde, con 16 camaradas presentes, se inició


comentando las nuevas disposiciones que el gobierno italiano ha tomado para evitar la
propagación del coronavirus.

A pesar de los llamamientos que la OMS para la responsabilidad y coordinación


internacionales (porque el virus no se detiene en las fronteras), los Estados están
adoptando medidas contradictorias sin ninguna forma de cooperación. Italia ha pasado
de un alarmismo inicial a una minimización general del fenómeno, para a continuación
poner en cuarentena a toda la población. Alemania, Francia, Inglaterra y España, donde
ya hay miles de casos, actúan de forma dispersa. Paolo Giordano en el artículo La linea
temporale che è stata trascurata señala que "el contagio, una vez iniciado en una zona,
procede de manera similar a lo que ha sucedido o sucederá en otra parte".

Los países europeos han desarrollado sistemas nacionales de salud que funcionan, pero
si miramos a los Estados Unidos el escenario cambia completamente: allí, desde el
punto de vista de la protección médica, la estructura es deficiente y está en manos
privadas. New Rochelle, un pequeño pueblo en las afueras de Nueva York considerado
una zona roja, ha quedado completamente aislado y desde el jueves los soldados de la
Guardia Nacional ayudarán en el rescate y manejo de emergencias sobre un área de
ocho kilómetros cuadrados.
A menos que se adopten medidas coordinadas entre las naciones, la situación sanitaria
y social corre el riesgo de estallar. El mundo está "mal" dividido en cuanto a la
distribución de la población: hay ciudades de 30 millones de habitantes y zonas
completamente desiertas. Las metrópolis tienen intrínsecamente un problema logístico,
incluso sin la presencia de virus letales. Y es obvio que los prisioneros no se sienten
cómodos tras las rejas mientras una enfermedad infecciosa hace estragos: la prisión es
el clásico eslabón débil de la cadena, el que salta primero. En China han puesto a
decenas de millones de personas bajo arresto domiciliario, sacrificando a los enfermos
más graves y bloqueando zonas enteras del país. Algo similar está ocurriendo en Italia:
si no se cuenta con suficientes camas disponibles en los centros de cuidados intensivos,
se dará prioridad a los pacientes con mayores posibilidades de salvarse y se dejará a los
demás a su suerte. El sistema de Protección Civil y el Ministerio de Salud también
prevén la transformación progresiva de los hospitales en centros dedicados
especialmente a los infectados, con el traslado de los demás pacientes a otras
instalaciones.

En muchos casos la infección por Covid-19 es asintomática y durante algunos días no


muestra signos de estar presente en el portador; la única forma de contrarrestarla es
separar a las personas. En pocas semanas China ha pasado de un porcentaje muy
elevado de propagación a una clara mejora en el frente de contagio gracias a la
subdivisión del territorio en cuadrículas y a la limitación de la movilidad incluso dentro
de cada zona individual (en algunos lugares sólo se permitía que un individuo por
familia saliera de compras cada tres días). Se ha llegado incluso a rastrear mil millones
de teléfonos móviles para cartografiar los movimientos de los ciudadanos.
La acumulación de problemas (situación económica, competencia entre países, colapso
de la producción industrial, etc.) encontró en la propagación de la epidemia una
solución discontinua. La realidad marcha a su propio ritmo y la gente se ve obligada a
perseguirla, especialmente cuando se acelera. Las burguesías están obligadas a hacer
algo, no pueden permitirse el lujo de dejar que colapsen países enteros, y por lo tanto
tendrán que poner en marcha mecanismos automáticos de salvaguardia. Una vez que
hayan logrado ciertos resultados no habrá vuelta atrás y los resultados políticos y
sociales se van a apoderar de quienes los pusieron en marcha. El mundo ya no será el
mismo que antes, dicen muchos observadores políticos, y es evidente que ciertas
medidas de control social continuarán durante mucho tiempo y probablemente se
harán permanentes.

Ya antes de la propagación del virus se esperaba una recesión mundial debida a la oleada
de bajo crecimiento de China y Alemania, a la que se añadió el Brexit, la situación
económica comatosa del Japón y, en general, la muy peligrosa (para el capitalismo)
tendencia a cero cero de las principales economías mundiales. Por lo tanto, la salud está
entrelazada con los aspectos económico, financiero y social. La solución a esta gran
crisis no puede venir ciertamente de un capitalismo moribundo y sin energía, sino
únicamente del futuro, de n+1. Para nosotros, el comunismo es el "verdadero
movimiento que suprime el estado actual de las cosas", y es imposible que no se
manifieste también en aspectos que la burguesía considera internos a su sistema: "Por
otra parte, si no pudiéramos ver ya ocultas en esta sociedad -tal como es- las
condiciones materiales de producción y las relaciones entre los hombres
correspondientes a una sociedad sin clases, cualquier esfuerzo por hacerla estallar sería
quijotesco" (Marx, Grundrisse).
Durante la Segunda Guerra Mundial la burguesía estableció un inmenso sistema de
organización para la producción de armas. Por lo tanto, sabe cómo organizar la
producción (taylorismo y organización científica del trabajo), sabe cómo obtener un
resultado de la mejor manera posible, y si duda es porque no puede dar una respuesta
unívoca y unitaria, estando dividida en diferentes nacionalidades. La OMS se ha estado
preparando durante decenios para escenarios de pandemia, sabe cómo comportarse, y
cada día compila un informe detallado sobre la situación país por país en el que sugiere
a los diversos ministerios de salud las medidas que deben adoptarse. Tiene una visión
clara de cómo intervenir, pero no tiene poderes ejecutivos para hacerlo.

Es esencial estudiar el origen de los virus, que no son organismos vivos pero que sólo
pueden reproducirse explotando a otros. Analizar el virus significa observar el
nacimiento de la vida: a partir del caldo primigenio las moléculas se han combinado
para auto-replicarse y han sido capaces de desarrollarse y evolucionar. Como observó
David Quammen (autor del libro Spillover. The Evolution of Pandemics) en una entrevista
dada al Huffington Post, "lo que otros ven como una venganza de la naturaleza, yo lo
describiría así: los ecosistemas complejos son el hogar de animales, plantas, hongos,
bacterias y otros organismos celulares; y todos estos organismos celulares son el hogar
de los virus. Si decidimos comprometerlos, lo hacemos a nuestro propio riesgo". El
hombre capitalista tiene una práctica depredadora hacia el hábitat terrestre, no debe
sorprenderse cuando el medio ambiente lo "ataca" de vuelta y desencadena pandemias.

Luego está el gran problema del aislamiento: esta es la sociedad del movimiento, en la
que el hombre se mueve al ritmo de las máquinas, de los medios de producción, y es
prácticamente imposible que los virus no los sigan. La actual desaceleración del tráfico
de mercancías es mortal para la economía, pero sin "distanciamiento social" no se
puede detener el contagio. Las bolsas también están sufriendo: en Europa, tan sólo el
lunes 9 de marzo desaparecieron 600 mil millones de euros. La autonomización del
Capital avanza rápidamente y en pocos días una gran cantidad de capital ficticio que
esperaba una (imposible) valorización futura se ha esfumado.

Tras la propagación de la epidemia de coronavirus, en Italia se produjeron las primeras


huelgas en fábricas y almacenes logísticos. En la FCA de Pomigliano los trabajadores
se cruzaron de brazos espontáneamente. Los confederales están empezando a cambiar
su posición con respecto a lo que decían hace unos diez días (véase el comunicado de
los "actores sociales"), y han planteado el problema de la salud de los trabajadores en
el lugar de trabajo.

Al final de la tele-reunión hablamos de lo que está sucediendo en Chile en los últimos


tiempos. En Santiago, durante meses, cientos de miles de personas han estado tomando
las calles ininterrumpidamente. Las tiendas y los bancos están cerrados o han puesto
sistemas de protección armados, y la vida comercial del país está casi paralizada. "No
se puede vivir así" es uno de los eslóganes que aparecen en las murallas de la ciudad.
La feroz represión ha dado lugar a más de 30.000 detenciones y alrededor de 30
muertes, pero las manifestaciones no disminuyen. A pesar de la violencia de la policía,
el clima es más bien alegre: a una situación totalmente invivible, con el 60% de la
población en la pobreza, se responde con aglomeraciones diarias en las calles y plazas.

La crisis es sistémica y sólo puede producir efectos sistémicos. Cada vez hay menos
espacio para la ideología, los desfiles sindicales y las reuniones de jefecillos; las masas
chilenas, como las colombianas, se han rebelado contra una "vida sin sentido". El
Líbano está técnicamente en bancarrota y el primer ministro ha admitido ante las
cámaras que el país ya no puede pagar sus deudas; la desastrosa situación económica
ha provocado manifestaciones y enfrentamientos con la policía en Beirut y Trípoli.
También en Iraq continúan los enfrentamientos y las muertes: desde el comienzo de la
protesta, la policía y los escuadrones de la muerte han matado a cientos de
manifestantes.

Como Roberto Vacca escribió en su famoso ensayo Il medioevo prossimo prossimo prossimo,
estamos asistiendo a la decadencia de los grandes sistemas. En otras palabras: la
sociedad capitalista se está derrumbando debido a sus defectos intrínsecos. La
propagación de enfermedades, los motines carcelarios, el colapso de la salud pública,
los asaltos a supermercados, la huida lejos de las metrópolis que en momentos de
desastre son vistas como trampas, anticipan escenarios catastróficos. La
película Contagion (2011) de Steven Soderbergh se ha vuelto viral en la web en los
últimos días. La película trata de una gigantesca epidemia que ha estallado en China a
causa de un virus nacido del nefasto mestizaje entre un murciélago y un cerdo,
enfermedad que se propaga rápidamente a nivel mundial causando un caos social y
millones de víctimas. Si la industria cinematográfica produce este tipo de películas es
porque hay un determinismo que la lleva a eso. Evidentemente, se está abriendo camino
la percepción de un mundo que, si hasta ayer se consideraba seguro, hoy parece ser una
fuente de profunda incertidumbre.
Monólogo del virus

«He venido a parar la máquina cuyo freno de emergencia no encontraban»

Dejen de proferir, queridos humanos, sus ridículos llamamientos a la guerra. Dejen de


dirigirme esas miradas de venganza. Apaguen el halo de terror con que envuelven mi
nombre. Nosotros, los virus, desde el origen bacteriano del mundo, somos el
verdadero continuum de la vida en la tierra. Sin nosotros, ustedes jamás habrían visto la
luz del día, ni siquiera la habría visto la primera célula.

Somos sus antepasados, al igual que las piedras y las algas, y mucho más que los monos.
Estamos dondequiera que ustedes estén y también donde no están. ¡Si del universo
sólo pueden ver aquello que se les parece, peor para ustedes! Pero sobre todo, dejen de
decir que soy yo el que los está matando. Ustedes no están muriendo por lo que le hago
a sus tejidos, sino porque han dejado de cuidar a sus semejantes. Si no hubieran sido
tan rapaces entre ustedes como lo han sido con todo lo que vive en este planeta, todavía
habría suficientes camas, enfermeras y respiradores para sobrevivir a los estragos que
causo en sus pulmones. Si no almacenasen a sus ancianos en morideros y a sus prójimos
sanos en ratoneras de hormigón armado, no se verían en éstas. Si no hubieran
transformado la amplitud, hasta ayer mismo aún exuberante, caótica, infinitamente
poblada, del mundo -o mejor dicho, de los mundos- en un vasto desierto para el
monocultivo de lo Mismo y del Más, yo no habría podido lanzarme a la conquista
planetaria de sus gargantas. Si durante el último siglo no se hubieran convertido
prácticamente todos en copias redundantes de una misma e insostenible forma de vida,
no se estarían preparando para morir como moscas abandonadas en el agua de vuestra
civilización edulcorada. Si no hubieran convertido sus entornos en espacios tan vacíos,
tan transparentes, tan abstractos, tengan por seguro que no me desplazaría a la
velocidad de un avión. Sólo estoy ejecutando la sentencia que dictaron hace mucho
contra ustedes mismos. Perdónenme, pero son ustedes, que yo sepa, quienes han
inventado el término «Antropoceno». Se han adjudicado todo el honor del desastre;
ahora que está teniendo lugar, es demasiado tarde para renunciar a él. Los más honestos
de entre ustedes lo saben bien: no tengo más cómplice que su propia organización
social, su locura de la «gran escala» y de su economía, su fanatismo del sistema. Sólo
los sistemas son «vulnerables». Lo demás vive y muere. Sólo hay vulnerabilidad para lo
que aspira al control, a su extensión y perfeccionamiento. Mírenme atentamente: sólo
soy la otra cara de la Muerte reinante.

Así que dejen de culparme, de acusarme, de acosarme. De quedar paralizados ante mí.
Todo eso es infantil. Les propongo que cambien su mirada: hay una inteligencia
inmanente en la vida. No hace falta ser sujeto para tener un recuerdo o una estrategia.
No hace falta ser soberano para decidir. Las bacterias y los virus también pueden hacer
que llueva y brille el sol. Así que mírenme como su salvador más que como su
enterrador. Son libres de no creerme, pero he venido a parar la máquina cuyo freno de
emergencia no encontraban. He venido a detener la actividad de la que eran rehenes.
He venido a poner de manifiesto la aberración de la «normalidad». «Delegar en otros
nuestra alimentación, nuestra protección, nuestra capacidad de cuidar de las
condiciones de vida ha sido una locura»… «No hay límite presupuestario, la salud no
tiene precio» : ¡miren cómo hago que se retracten de palabra y de obra sus gobernantes!
¡Miren cómo los reduzco a su verdadera condición de mercachifles miserables y
arrogantes! ¡Miren cómo de repente se revelan no sólo como superfluos, sino como
nocivos! Para ellos ustedes no son más que el soporte de la reproducción de su sistema,
es decir, menos aún que esclavos. Hasta al plancton lo tratan mejor que a ustedes.

Pero no malgasten energía en cubrirlos de reproches, en echarles en cara sus


limitaciones. Acusarlos de negligencia es darles más de lo que se merecen. Pregúntense
más bien cómo ha podido parecerles tan cómodo dejarse gobernar. Alabar los méritos
de la opción china frente a la opción británica, de la solución imperial-legista frente al
método darwinista-liberal, es no entender nada ni de la una ni de la otra, ni del horror
de la una ni del horror de la otra. Desde Quesnay, los «liberales» siempre han mirado
con envidia al Imperio chino; y siguen haciéndolo. Son hermanos siameses. Que uno
te confine por tu propio bien y el otro por el bien de «la sociedad» equivale igualmente
a aplastar la única conducta no nihilista en este momento: cuidar de uno mismo, de
aquellos a los que quieres y de aquello que amamos en aquellos que no conocemos. No
dejen que quienes les han conducido al abismo pretendan sacarles de él: lo único que
harán será prepararles un infierno más perfeccionado, una tumba aún más profunda.
El día que puedan, patrullarán el más allá con sus ejércitos.

Más bien, agradézcanmelo. Sin mí, ¿cuánto tiempo más se habrían hecho pasar por
necesarias todas estas cosas aparentemente incuestionables cuya suspensión se decreta
de inmediato? La globalización, los concursos, el tráfico aéreo, los límites
presupuestarios, las elecciones, el espectáculo de las competiciones deportivas,
Disneylandia, las salas de fitness, la mayoría de los comercios, el parlamento, el
acuartelamiento escolar, las aglomeraciones de masas, la mayor parte de los trabajos de
oficina, toda esa ebria sociabilidad que no es sino el reverso de la angustiada soledad
de las mónadas metropolitanas. Ya lo ven: nada de eso es necesario cuando el estado
de necesidad se manifiesta. Agradézcanme la prueba de la verdad que van a pasar en
las próximas semanas: por fin van a vivir en su propia vida, sin los miles de subterfugios
que, mal que bien, sostienen lo insostenible. Todavía no se habían dado cuenta de que
nunca habían llegado a instalarse en su propia existencia. Vivían entre las cajas de cartón
y no lo sabían. Ahora van a vivir con sus seres queridos. Van a vivir en casa. Van a
dejar de estar en tránsito hacia la muerte. Puede que odien a su marido. Puede que
aborrezcan a sus hijos. Quizás les den ganas de dinamitar el decorado de su vida diaria.
Lo cierto es que, en esas metrópolis de la separación, ustedes ya no estaban en el
mundo. Su mundo había dejado de ser habitable en ninguno de sus puntos, excepto
huyendo constantemente. Tan grande era la presencia de la fealdad que había que
aturdirse de movimiento y de distracciones. Y lo fantasmal reinaba entre los seres. Todo
se había vuelto tan eficaz que ya nada tenía sentido. ¡Agradézcanme todo esto, y
bienvenidos a la tierra!

Gracias a mí, por tiempo indefinido, ya no trabajarán, sus hijos no irán al colegio, y sin
embargo será todo lo contrario a las vacaciones. Las vacaciones son ese espacio que
hay que rellenar a toda costa mientras se espera la ansiada vuelta al trabajo. Pero esto
que se abre ante ustedes, gracias a mí, no es un espacio delimitado, es una inmensa
apertura. He venido a descolocarles. Nadie les asegura que el no-mundo de antes
volverá. Puede que todo este absurdo rentable termine. Si no les pagan, ¿qué sería más
natural que dejar de pagar el arriendo ? ¿Por qué iba a seguir cumpliendo con sus cuotas
del banco quien de todos modos ya no puede trabajar? ¿Acaso no es suicida vivir donde
ni siquiera se puede cultivar un huerto? No por no tener dinero se va a dejar de comer,
y quien tiene el hierro tiene el pan, como decía Auguste Blanqui. Denme las gracias: les
coloco al pie de la bifurcación que estructuraba tácitamente sus existencias: la economía
o la vida. De ustedes depende. Lo que está en juego es histórico. O los gobernantes les
imponen su estado de excepción o ustedes inventan el suyo. O se vinculan a las
verdades que están viendo la luz o ponen su cabeza en el tajo del verdugo. O
aprovechan el tiempo que les doy ahora para imaginarse el mundo de después a partir
de las lecciones del colapso al que estamos asistiendo, o éste se radicalizará por
completo. El desastre cesa cuando la economía se detiene. La economía es el desastre.
Esto era una tesis antes del mes pasado. Ahora es un hecho. A nadie se le escapa cuánta
policía, cuánta vigilancia, cuánta propaganda, cuánta logística y cuánto teletrabajo hará
falta para reprimirlo.

Ante mí, no cedan ni al pánico ni al impulso de negación. No cedan a las histerias


biopolíticas. Las próximas semanas serán terribles, abrumadoras, crueles. Las puertas
de la Muerte estarán abiertas de par en par. Soy la más devastadora producción de
devastación de la producción. Vengo a devolver a la nada a los nihilistas. La injusticia
de este mundo nunca será más escandalosa. Es a una civilización, y no a ustedes, a
quien vengo a enterrar. Quienes quieran vivir tendrán que crearse hábitos nuevos, que
sean apropiados para ellos. Evitarme será la oportunidad para esta reinvención, para
este nuevo arte de las distancias. El arte de saludarse, en el que algunos eran lo
suficientemente miopes como para ver la forma misma de la institución, pronto ya no
obedecerá a ninguna etiqueta. Caracterizará a los seres. No lo hagan «por los demás»,
por «la población» o por la «sociedad», háganlo por los suyos. Cuiden de sus amigos y
de sus amores. Vuelvan a pensar con ellos, soberanamente, una forma justa de vida.
Creen conglomerados de vida buena, amplíenlos, y nada podré contra ustedes. Esto es
un llamamiento no a la vuelta masiva a la disciplina, sino a la atención. No al fin de la
despreocupación, sino al de la negligencia. ¿Qué otra manera me quedaba de
recordarles que la salvación está en cada gesto? Que todo está en lo ínfimo.

He tenido que rendirme a la evidencia : la humanidad sólo se plantea las preguntas que
no puede seguir sin plantearse.
Covid-19 y más allá

Il Lato Cattivo, marzo de 2020. Trad: Antiforma.

«Nada teme más el hombre que ser tocado por lo desconocido» (Elias Canetti)

En un mundo en bancarrota económica pero políticamente estancado, el shock a veces


debe llegar "desde afuera", inducido por factores o acontecimientos que inicialmente
no son ni económicos ni políticos y, en este caso, ni siquiera estrictamente humanos. Si
las epidemias no son nunca fenómenos puramente biológicos, [1] aquí es bastante
obvio que si este episodio de la eterna lucha entre el ser humano y los agentes
patógenos, hoy día personificados en el Covid-19, está tomando un giro dramático, es
como resultado del entorno peculiar -este sí, puramente social- en que está teniendo
lugar. Que estaba en camino una "tormenta perfecta" en la esfera económica, es algo
que se sabía desde hace mucho tiempo. [2] Que se combinaría con una pandemia de
enormes proporciones, difícilmente se podría haber vaticinado. Esto innegablemente
introduce un elemento de novedad cuya evaluación requiere prudencia y sangre fría: ya
son demasiadas las ocasiones en que se ha dicho ante los cambios más triviales e
insignificantes que ya nada volvería a ser como antes. Es cierto que la forma de vida de una
parte cada vez mayor de la población mundial se ha visto muy afectada (al 25 de marzo
hay unas 3 mil millones de personas oficialmente confinadas), tendencia que sin ninguna
duda se va a intensificar. Los pocos que todavía piensan que volverán al ajetreo habitual
después de tres semanas de cuarentena light en Netflix, se decepcionarán. No sólo y no
tanto porque, en Italia como en otros lugares (Francia, España, etc.), el famoso pico
del contagio está aún por llegar, sino sobre todo porque el retorno a la actividad
económica y a unos desplazamientos diarios aparentemente normales se hará durante una
epidemia aún en curso, lo que impondrá considerables medidas de vigilancia y
seguridad para prevenir una segunda oleada de contagios y muertes. Esto se aplica en
particular a los países en los que la tentación neomalthusiana de "inmunidad de rebaño"
ha sido más o menos descartada.

Mientras tanto, el objeto de la teoría comunista sigue siendo el mismo de siempre: la


relación social capitalista como portadora de su propia superación o de su reproducción
a un nivel superior. Relación de explotación entre clases antagónicas que, de todas las
que han existido a lo largo de la historia, es la más contradictoria y por lo tanto la más
dinámica. En medio de la algarabía de hechos y discursos sobre los hechos, de lo que se
trata es de comprender la recaída que los acontecimientos actuales introducen en esta
relación, tanto a corto como a largo plazo. Lo que, dicho sea de paso, es exactamente
lo opuesto a la ligereza con la que algunas personas celebran el "colapso del
capitalismo" -truco que lo vuelve todo muy fácil porque hace desaparecer la realidad,
que en cambio está hecha de declives socioeconómicos e institucionales desiguales, de
tasas divergentes de incidencia y temporalidad de la propagación viral, de diversas
estrategias desplegadas frente a la emergencia sanitaria. Sin olvidar la desigual
distribución de las pérdidas entre todos los capitales individuales, en lo concerniente a
la crisis económica. Ahora y siempre, el desarrollo desigual es la regla en el proceso
histórico. Las siguientes notas -apenas algo más que un borrador- son sólo un modesto
intento de poner todo esto en perspectiva, para nuestro uso y para uso de quienes que
nos leen.

Empecemos señalando que la situación creada por la propagación internacional de la


pandemia, ha puesto de relieve de modo indesmentible un conjunto de límites
inherentes al ciclo de acumulación que en general ha sido definido como
"globalización", al mismo tiempo que ha obligado a las partes interesadas (empresas y
centros de poder a todos los niveles) a hacer frente a esos límites, desplegando con
urgencia respuestas inmediatas, algunas de las cuales (unas pocas) -como siempre sucede
en un entorno competitivo- resultarán adecuadas y susceptibles de ser generalizadas,
mientras que otras (las más) terminarán en los basureros de la historia. Para acudir una
vez más a una fórmula en la que hemos insistido con frecuencia, el "laboratorio secreto
de la producción" consiste precisamente en esto: un laboratorio, a partir del cual los
agentes de la acumulación se mueven sin parar -hasta en las situaciones más
desesperadas- a fin de poder adaptarse a las nuevas condiciones y modificarlas en su
propio beneficio en cuanto se presente la oportunidad. Procedamos, pues, a examinar
brevemente los límites que mencionamos, no sin antes adelantar algunas hipótesis
sobre las respuestas con que se intentará hacerles frente.

En primer lugar, la actual emergencia revela la fragilidad de las cadenas de


suministro globalizadas y la insuficiencia de la opción de stock cero. En Estados Unidos se
ha podido comprobar hasta qué punto el aprovisionamiento de medicinas y suministros
médicos depende de que éstos lleguen desde la otra orilla del Pacífico. Como es bien
sabido, la propagación del Covid-19 se ha detenido bruscamente en China y la
producción se está reanudando. No obstante, es probable que el pico de contagio en
Estados Unidos se alcance en abril o mayo, con una tasa de incidencia esperada de
entre el 30% y el 40% de la población. El incremento de la demanda será abrumador.
Por consiguiente, es probable que los Estados Unidos se vean obligados a adoptar
medidas de relocalización de la producción en este sector, aunque sólo sea
parcialmente, para ciertos productos farmacéuticos o equipos médicos. La requisa de
General Motors para la fabricación de respiradores, permitida por la Ley de Producción
de Defensa, es un primer paso en esta dirección. Si esta tendencia se acentúa, ello
implicaría una considerable aceleración del desacoplamiento entre China y Estados
Unidos, proceso que ya se ha iniciado en otros sectores (en la industria militar, sobre
todo). En Gran Bretaña, la escasez causada por la avalancha de compradores en los
supermercados hizo saltar a la vista la dependencia de un país cuyas necesidades
alimentarias básicas se satisfacen en un 50% con importaciones (de la Unión Europea
principalmente) , y en el que el aumento vertiginoso de la renta territorial urbana ha
reducido severamente la capacidad de almacenamiento, contribuyendo al mismo
tiempo al declive de la agricultura local. [3] En Francia, el ministro de economía Bruno
Le Maire, en una conferencia de prensa el 9 de marzo, señaló anticipándose a los
escenarios que están surgiendo:

«[...] Estoy convencido de que habrá un antes y un después de este brote de coronavirus, en cuanto a la
organización de la economía mundial. Se puede ver muy bien, en una serie de áreas, hasta qué punto
es importante reflexionar sobre una mejor organización de las cadenas de valor, sobre la reubicación de
determinadas actividades estratégicas, en particular en el sector de la salud, para establecer una
globalización cuyas cadenas de valor estén más protegidas, sean más independientes, evitando la
repetición innecesaria de movimientos cuando ciertas producciones se puedan llevar a cabo en las
cercanías.»

Que se pueda aún hacer un discurso así refiriéndose a la globalización, cuando en


realidad se está hablando de su desmantelamiento, es sólo un oxímoron político: ¡la
suerte está echada! Podríamos enumerar un sinfín de ejemplos, indicaciones y
sugerencias parecidas.
En segundo lugar, esta emergencia pone de manifiesto los riesgos a los que se expone
la acumulación capitalista en un contexto de financiación insuficiente de los sistemas
de salud pública y de la infraestructura en general. Recordemos que la urgencia y
severidad de las medidas de cuarentena dependen principalmente de la capacidad que
el sistema de atención sanitaria tenga para detectar las infecciones reales dentro de la
población y hacerse cargo de ellas. En un hipotético escenario de sobreabundancia de
camas de hospital, y una masiva e inmediata disponibilidad de test virales, la cuarentena
no sería en modo alguno ineludible, y podría ser evitada. Sin hacernos ninguna ilusión
sobre la prudencia o el altruismo de sus responsables y gobernantes, se actuó
correctamente en Corea del Sur, que no tiene el tamaño de China, pero tampoco el de
San Marino (50 millones de habitantes), localidad que aún teniendo una edad media
inferior a la del resto de Italia (42,1 frente a 46,3) tenía el doble de contagios
confirmados a principios de marzo. No hay que sorprenderse de que en Corea del Sur
el número de camas de hospital por cada mil habitantes sea de 12,27, en comparación
con las 3,18 de Italia (datos del 2017). En el caso de Bélgica, un informe reciente del
Observatorio GIMBE [4] estima que desde 2010 a 2019 se recortaron 37 mil millones
de euros a la salud pública, la mitad de ese monto sustraído a infraestructuras y equipos,
y la otra mitad a nuevas contrataciones y aumentos de sueldo (sobre todo para los
médicos, personal administrativo y directivos). Ciertamente no seremos nosotros
quienes se compadezcan de aquellos a los que Marx fustigó como co-devoradores de
plusvalía, pero digamos que las altas remuneraciones de ciertas categorías profesionales
tienen por objeto suscitar no sólo su prestigio o la reverencia de sus usuarios y
subordinados, sino también estimular el espíritu de cuerpo y la voluntad de sacrificio
individual en aquellos directamente implicados -a menos que se considere deseable que
un cirujano entre al quirófano con la misma actitud con la que un obrero manual ingresa
a la cadena de montaje-. En tanto se erosionan estas remuneraciones, también se
debilita su corolario subjetivo. ¿Qué decir si no de los médicos jubilados de Lombardía,
de los cuales sólo el 10% dijo estar dispuesto a volver al servicio? ¿Qué hay del hecho
de que esta región tuvo que importar médicos y virólogos desde China, Cuba,
Venezuela y Rusia? Que los vientos del este han empezado a soplar sobre la capital del
autonomismo liganordista euro-compatible y de la movida izquierdosa del aperitivo a
toda costa, es algo que no carece de cierta ironía. Mientras tanto, en el Véneto, parece
que Zaia se ha convertido a la escuela coreana: testeos masivos a un ritmo de 20 mil
comprobaciones diarias durante tres semanas. En todo caso, está claro que las medidas
de cuarentena más drásticas, introducidas para prevenir la implosión de unos sistemas
de salud llevados ya al límite de su capacidad, resultan extremadamente dolorosas en
cuanto a sus repercusiones económicas. La paradoja resultante es, en consecuencia, que
a fuerza de ahorrar en el sistema de salud, basta ahora un virus un poco más agresivo
y letal que la gripe común, para que se esfumen de un soplo diez puntos del PIB.
Siempre que no se opte por dejar morir a la gente.

En tercer lugar, la actual emergencia revela -especialmente dentro de la Unión Europea-


los fracasos de una gobernanza multinivel que, a fuerza de la "subsidiariedad" y
redistribución de las competencias del Estado nacional hacia abajo y hacia arriba
(regiones y organismos internacionales), es ahora incapaz de producir cualquier orden
en absoluto. Esto no es nada nuevo: ya se había visto con la crisis migratoria de 2015.
Pero ahora el asunto es bastante más serio, al menos en Italia, no sólo porque implica
directamente a sus regiones, responsables de planificar y organizar los servicios de
salud. Lo que ha quedado claro es que en este ámbito todo el mundo hace lo que quiere.
Cada país de la UE, tomado individualmente, hace tanto como los demás. El 23 de
marzo, en una entrevista publicada en el diario francés Le Monde, el director del Banco
de Italia, Ignazio Visco, reiteró por enésima vez el anhelo circunstancial de una ever
closer Union [5]: «La crisis del Coronavirus debe hacernos avanzar hacia una Europa
unida.» ¿Pero quién sigue creyendo en esto? Nos guste o no, Marine Le Pen está
incomparablemente más en sintonía con la realidad cuando declara ante los micrófonos
de RT France (el 25 de marzo) que «la Unión Europea es la primera víctima del
Coronavirus.» El hecho nuevo es que el dictamen de rigor impuesto a las cuentas
públicas ha fallado también en Alemania, que arriesga inducir una relajación general de
las restricciones presupuestarias. Macron se puso en marcha para anunciar, el 25 de
marzo, un plan de inversiones "masivas" en el sistema sanitario. Dejando de lado el
sensacionalismo, tendremos que ver de qué cifras estamos hablando. Pero si la UE ya
no puede disciplinar a sus miembros (tanto a los PIGS [6] como a los demás), entonces
no pasa de ser una vaca lechera para los nuevos (o futuros) adherentes, y se vuelve
perfectamente inútil incluso para aquellos países que hasta ahora habían estado
engordando a su sombra.

Hablando de gobernanza, hace casi tres años habíamos escrito:

«La integración entre el Estado y la empresa privada -y la mafia en el caso de Italia, como seguramente
de otros países- se ha vuelto excesiva, incluso desde un punto de vista puramente capitalista, en relación
con su funcionamiento óptimo. [...] esta coexistencia y combinación entre la gestión empresarial y la
gestión parasitaria de la esfera estatal, con todas sus interpenetraciones, limita en gran medida la
eficacia y capacidad de respuesta de la acción estatal hacia la sociedad, sobre todo cuando hay un
enrarecimiento de la plusvalía. [...] Desde el punto de vista del desaparecido "partido de la subversión",
la actual desintegración del Estado separado es una buena noticia, que anuncia la posibilidad de una
una completa parálisis institucional ante una posible ruptura insurgente. Pero abstengámonos de tan
fácil optimismo: un reanudamiento revolucionario, incluso un fuerte impulso reivindicativo, podría
contrarrestar esta tendencia en vez de exacerbarla.» [7]

El principal defecto de este análisis es que evalúa el mal funcionamiento del Estado
nacional exclusivamente desde el punto de vista del "objetivo final" de la lucha de
clases, descuidando sus efectos inmediatos sobre el "movimiento". ¿Es acaso deseable
la parálisis del Estado en ausencia de una perspectiva revolucionaria inmediata, más
aún si a ello se añade -en teoría- una grave emergencia sanitaria? Cada cual es libre para
desear en su corazón el caos o el apocalipsis, pero que no se queje si sus abuelos y
padres terminan muriendo como perros, en casa o en los pasillos de hospitales
colapsados. Por otra parte, en la medida en que las disfunciones del Estado imbécil con
el que tenemos que lidiar actualmente repercuten en la vida diaria de quienes no tienen
alternativa al servicio público -no sólo los trabajadores y empleados, es decir, el grueso
del ejército proletario activo, sino también cada vez más las clases medias- este estado
de cosas sobredetermina el contenido de las peticiones y demandas sociales. En
resumen, cuanto más el Estado no funciona, más el problema de reformarlo en un
sentido soberanista contamina la lucha de clases cotidiana y el ánimo político de las
llamadas clases "subalternas", interfiriendo en mayor o menor medida en el
enfrentamiento directo con el capital o el patrón de turno. A menos que queramos
oficiar de ventrílocuos de las luchas de otros, poniendo en su boca lo que más nos
gustaría escuchar, no podemos ignorar el hecho de que en la oleada de huelgas que los
trabajadores siguen realizando en Italia, la exigencia de mejores condiciones de trabajo
(medidas de seguridad) y el reclamo de detener los sectores de actividad no
indispensables, se dirigen tanto a la patronal como al Estado, exigiéndole a éste adoptar
una conducta menos complaciente hacia Confindustria y sus pares [8], es decir: que
demuestre cierta autonomía respecto de los deseos de la fracción dominante de la
patronal. ¿No apuntaban en esa dirección -objetivamente, si es que no subjetivamente-
incluso las falsas amenazas de confiscación que hizo Conte cuando anunció los bonos
de consumo? Estas medidas, junto con otras ya tomadas o que se van a tomar, ¿no
terminarán rasgando finalmente la camisa de fuerza europea?

Ligado con el punto anterior, la propagación y las consecuencias del Covid-19 han
venido también a poner de manifiesto los límites de la subjetividad liberal, del individuo
dueño de su propia voluntad y titular de su propio cuerpo. Ante el contagio y el riesgo
que implica para sí mismo y para los demás, el principio de "hago lo que me da la gana"
o de "mi cuerpo es mío y lo manejo yo" [9] muestra toda su relatividad, por el simple
hecho de que es la conexión del individuo con el cuerpo social, y su dependencia respecto
de él, lo que le da validez a sus derechos. Hay que ser un escritor de éxito que lamenta
no poder ir de compras a las tiendas de zapatos, o un filósofo de la biopolítica con aires
de santidad ligado a la intelectualidad radical-chic, para no darse cuenta de eso. ¿Acaso
debería sorprendernos que los liberales y los libertarios se den ahora la mano para
denunciar la medidas supuestamente "liberticidas"?

Desde un punto de vista teórico y práctico, la aparición del Covid-19 plantea un


problema mucho más profundo que el de la moralidad individual o la solidaridad entre
generaciones, y que, si se lo mira bien, los subyace a ambos: ¿qué es la sociedad? Esta
pregunta no es del todo peregrina, y exige que vayamos a la raíz de las cosas. En este
sentido, el buen Karl nos dejó algunos párrafos esclarecedores. Aquí un par de ellos:
«El hecho de que la vinculación social, que surge de la colisión de los individuos autónomos, aparece a
la vez como una necesidad objetiva y como un vínculo que les es exterior, representa precisamente su
independencia, para la cual la existencia social es ciertamente una necesidad, pero sólo
un medio, de modo que a los individuos mismos se les presenta como algo extrínseco,
y, en el dinero incluso como una cosa tangible. Producen en y para la sociedad como seres
sociales, pero esto a la vez se presenta como mero medio de objetivar su individualidad. Como no están
subsumidos en una entidad comunitaria de origen natural, ni, por otra parte, subsumen a ellos, como
seres conscientemente colectivos, la entidad comunitaria, ésta debe existir frente a ellos -los sujetos
independientes- como un ente que para esos sujetos es como una cosa, igualmente independiente,
extrínseco, fortuito.» (Karl Marx, "Fragmento de la versión primitiva de la Contribución",
en Contribución a la crítica de la economía política, Siglo XXI Ed., 1980. Págs. 234-235)

«Cuanto más lejos nos remontamos en la historia, tanto más aparece el individuo -y por consiguiente
también el individuo productor- como dependiente y formando parte de un todo mayor: en primer lugar
y de una manera todavía muy enteramente natural, de la familia y de esa familia ampliada que es la
tribu; más tarde, de las comunidades en sus distintas formas, resultado del antagonismo y de la fusión
de las tribus. Solamente al llegar el siglo XVIII, con la “ sociedad civil” , las diferentes formas de
conexión social aparecen ante el individuo como un simple medio para lograr sus fines privados como
una necesidad exterior. Pero la época que genera este punto de vista, esta idea del individuo aislado, es
precisamente aquella en la cual las relaciones sociales (generales según este punto de vista) han llegado
al más alto grado de desarrollo alcanzado hasta el presente. El hombre es, en el sentido más literal, un
ζῷον πολῑτῐκόν (animal político), no solamente un animal social, sino un animal que sólo puede
individualizarse en la sociedad.» (Karl Marx "Introducción" de 1857 a la Contribución a la
crítica de la economía política, Siglo XXI Ed., 1980. Pág. 283)
Lo que llamamos "sociedad" no es otra cosa que la conexión mutua entre individuos en tanto
autónomos unos de otros, la comunidad que producen y reproducen fuera de ellos mismos,
y que se impone sobre cada cual como una fuerza coercitiva externa. Esta comunidad
independiente de los individuos se prolonga en el Estado, pero no se agota en él. Este
último no se articula con la sociedad como un cuerpo externo, como un parásito:
simplemente materializa la alienación, entendida aquí sin ningún matiz humanista,
esencialista o psicológico, sino como la brecha entre la actividad individual y la actividad
social en general. Una brecha que los grandes pensadores de la burguesía moderna,
desde Mandeville a Max Weber pasando por Hobbes, Vico, Smith y Hegel, nunca han
dejado de problematizar, ya sea concibiéndola optimistamente como vicios privados
capaces de transmutarse en virtudes públicas, o bien de forma pesimista como buenas
intenciones que pavimentan el camino al infierno.

A diferencia de la relación entre el proletariado y el capital, la oposición entre el


individuo y la sociedad no constituye una contradicción, no es el motor de nada, y no
socava los cimientos de su propia reproducción; pero eso no significa que no
tenga efectos concretos. De esta conexión entre los individuos que trasciende a los
individuos, hay que subrayar en primer lugar la irresistible presión que puede ejercer
sobre ellos mismos. La mejor representación que hasta hoy se ha hecho de esta fuerza
restrictiva de la sociedad es la famosa imagen del Leviatán, cuyo cuerpo está compuesto
por una multiplicidad de individuos. Para Hobbes, el Leviatán es el poder más grande
porque "viene de todos" y nadie puede escapar de él porque todos, lo quieran o no,
participan en él. Contrariamente a las brumosas concesiones contractualistas
posteriores, en Hobbes el pacto social (completamente ficticio) no es un pacto entre el
Estado y los individuos, sino un pacto que los individuos suscriben entre ellos, que precede
lógicamente al Estado y funda su existencia. ¿Qué es este pacto imaginario si no la
traducción ideológica -el pacto como resultado de una "libre elección"- de una
conexión objetiva que el individuo encuentra siempre ya hecha? Por más que este
último pueda utilizarlo -a decir de Marx- como un simple medio para materializar su
existencia individual, más allá de cierto límite este uso instrumental se vuelve
contraproducente. Tal es el núcleo de verdad contenido en el reproche que nuestros
padres solían dirigirnos cuando éramos niños: «...¿y si todo el mundo hiciera lo mismo que
tú?» Ciertamente nos encogíamos de hombros, desistiendo -so pena de un par de
bofetadas- de la única respuesta que se nos venía a la cabeza («¡a quién le importa!»). Pero
si quisiéramos tomar en serio la pregunta, tendríamos que responder que la sociedad ha
de defenderse. Allí donde la presión social sobre el individuo (a través de prohibiciones,
costumbres, normas, etc.) se afloja, lo que en principio se había ganado en autonomía
individual, en cuanto empieza a generalizarse tiende a transmutar en su opuesto, porque
la convivencia se degrada hasta el punto de impedir los fines privados de cada uno. Y
es en este punto que se activa un mecanismo de defensa destinado a restaurar un
ambiente en el que la autonomización del individuo vuelva a ser posible. Estos, por
supuesto, son los límites dentro de los que discurre la producción -siempre parcial- del
individuo social dentro de las formaciones sociales clasistas, en particular dentro del
capitalismo en tiempos de relativa paz civil. Este discurso no cuestiona ni la división
de la sociedad en clases ni el carácter de clase del Estado, pero explica por qué los
individuos, y por cierto los individuos proletarios, pueden bajo ciertas condiciones
verse empujados a reforzar la presión social, es decir, a reducir los márgenes de autonomía
individual (admitidos socialmente y/o permitidos legalmente) con tal de reafirmar la
eficacia de su conexión recíproca. ¿Existe acaso otra manera, para los más débiles, de
contrarrestar el neo-malthusianismo, cuando la libertad individual es la libertad para
liberar... un virus en el gallinero?

De la conexión que estamos examinando, debemos finalmente subrayar su


extraordinaria resiliencia. Los adeptos al "derrumbe del capitalismo" y otros
colapsólogos no sólo tienen mala memoria, sino que demuestran tener una visión
totalmente reificada de las relaciones sociales. En China, en 1961, se hundió casi el 40%
de la producción industrial; en 1992, en Rusia, el colapso alcanzó el 25%. En los
Estados Unidos, entre julio de 1929 y marzo de 1933 dicha cifra llegó al 52%. ¿Por qué
esas catástrofes, que con frecuencia provocaron grandes hambrunas y mortandades, no
bastaron para desintegrar las relaciones de producción existentes? Simplemente,
porque la sociedad no es una mera agregación de individuos y/o cosas (ni siquiera
fábricas). Esto debería ser suficiente para que nos convenzamos de dos cuestiones
obvias:

Primero, que las relaciones sociales son tan invisibles e indescifrables como pueden
serlo, y la reproducción de las relaciones capitalistas a veces exige enormes sacrificios
de sus soportes materiales (cosas y gente);

Segundo, que por la misma razón, dichas relaciones no pueden modificarse ni


deshacerse a voluntad, ni se desintegran por la acción de un automatismo de la historia
(un "colapso", por ejemplo). Esto no significa que el modo de producción capitalista
sea eterno, sino que el problema de cómo se le puede superar es una cuestión teórica
en sentido fuerte, que debe ser tomada en serio y tratada de forma sistemática. Quien
se limita a difundir consignas no sólo hace el ridículo, sino que evade la pregunta en
vez de responderla.
Observemos, por último, que el desmantelamiento de la globalización implicará muy
probablemente que queden desmentidas las suposiciones que por un tiempo
compartieron tanto los más feroces críticos del capitalismo como sus defensores, en
particular la creencia anti-dialéctica de que había quedado definitivamente atrás la era del
capitalismo de Estado y los problemas asociados a él. La superación de la globalización,
si tiene éxito, no será un regreso al viejo keynesianismo. Y sin embargo, ¿no estamos
ya experimentando un nuevo fin del laissez-faire? En este sentido, cabe señalar que, a
contrapelo de nuestros propios vaticinios, [10] el gran bazuca está disparando otra vez.
¡Pero por supuesto! Y con todo, ya podemos predecir que sus efectos y modalidades
ulteriores, a medida que pasen los meses, serán cada vez menos similares a los que
tuvieron los disparos anteriores. Pese a los reiterados esfuerzos por evitar las fallas en
la cadena de valor y por rescatar a los bancos quebrados con una mega-inyección de
liquidez y crédito fácil, sigue abierto y se profundiza el abismo entre las empresas
rentables con capacidad de auto-financiamiento e inversión -que son pocas, pero
existen-, y las que están con el agua hasta el cuello. Sólo las primeras podrán adaptarse
al ecosistema económico y productivo que surgirá de la actual convulsión.
Probablemente, muchas otras tendrán que ser rescatadas y posiblemente puestas bajo
la protección del Estado, pero esto sólo sucederá bajo ciertas condiciones y si tiene
utilidad estratégica. Donald Trump ya manifestó su apoyo a la idea de prohibir las re-
compras, es decir, la compra de sus propias acciones para elevar su precio, a las empresas
que serán salvadas. [11] Esto vendría a plantear ya un primer criterio de condicionalidad
(el reanundamiento de las inversiones) para el rescate. Considerando el nivel de deuda
alcanzado por las empresas estadounidenses a finales de 2019 (15,5 billones de dólares
entre las grandes, medianas y pequeñas empresas), la evolución de los acontecimientos
en los próximos meses podría dejar obsoleta la vieja pregunta de principios del siglo
pasado: ¿por qué no existe el socialismo en los Estados Unidos? (Werner Sombart). De más
está decir que esto no sucederá sin que una fracción consecuente de la clase capitalista
norteamericana y, por reflejo, del capital internacional, pase de la defensa ultraliberal
del statu quo a la aceptación de fuertes dosis de economía mixta y dirigismo estatal.

¿Y al otro lado del Pacífico? Obviamente China no es inmune a la incipiente crisis


general, ni tampoco es ajena a las patologías económicas que afligen al resto del mundo
(en particular, al sobre-endeudamiento). Las cifras publicadas por la prensa económica
hablan de una disminución de la producción industrial china del 13,5% entre enero y
febrero. No es poco, y también es posible que haya una subestimación de los datos,
pero consideremos que en este caso se trata de sólo un bimestre, mientras que en los
ejemplos que dábamos más arriba los datos se refieren a un período de tiempo mucho
más largo. Tendremos que quedarnos a ver la secuela. La incógnita fundamental deriva
de la tripartición del capital que opera en suelo chino (empresas estatales, empresas
privadas chinas, empresas extranjeras o híbridas), que normalmente queda oculta en las
lecturas hechas en términos de contabilidad nacional (PIB, etc.): ¿cómo se distribuirán
las pérdidas entre estas tres fracciones? La economía china no es un bloque monolítico,
es un torta de milhojas. ¿Podemos, por esto, ignorar el hecho de que en la coyuntura
actual el estado chino es, en el campo de las relaciones internacionales, el único poder
capaz de ejercer una atracción, una fuerza centrípeta?

«En las últimas semanas China reescribió la narrativa de la pandemia, transformando una historia
de escándalos, encubrimientos y mala gestión del gobierno chino, en una de triunfo, de fuerza y
generosidad del pueblo chino, incluso de superioridad de su sistema de gobierno. Las disfunciones en la
Casa Blanca, y tal vez incluso en Downing Street hasta cierto punto, han ayudado al gobierno chino
a consolidar esta narrativa.» (Yangyang Cheng, investigador de la Universidad de Cornell)

«No hay tal cosa como la solidaridad europea, ese es un cuento de hadas que sólo existe en el papel.
Creo en mi hermano y amigo Xi Jinping, y creo en la ayuda de China. (...) En cuanto a todos los
demás, gracias por nada.» (Aleksandar Vučić, presidente de la República de Serbia, 17 de
marzo de 2020)

«La Unión Africana ya ha recibido 2 mil kits de prueba del gobierno chino y espera 10 mil más, que
se sumarán a otros suministros de equipo médico, esencial en la lucha contra la propagación de Covid-
19 en el continente. La distribución del equipo médico donado ha sido puesta en manos del Centro de
la Unión Africana para el Control y Prevención de las Enfermedades Infecciosas, en Etiopía. Jack
Ma, el tecno-billonario cofundador de la plataforma de comercio electrónico Alibaba, ha prometido
donar, a través de su fundación, 20 mil kits de prueba, 100 mil máscaras y mil trajes protectores, a
cada uno de los 54 estados africanos.» (Zeenat Hansrod, China makes massive donations of
medical supplies to fight coronavirus in Africa, sitio web de RFI, 23 de marzo de 2020)

Puede que las donaciones mencionadas en esta última cita hayan sido cacahuetes, pero
¡hombre!, los otros gigantes del mundo mientras tanto, ¿qué estaban haciendo? Nada.
Gran Bretaña, Francia y Japón enviaron en enero unas cuantas máscaras a China, sólo
para guardar las apariencias, con la esperanza de que el corazón de la pandemia revelaría
al mundo todas las penurias y retrasos del país que, en el fondo, nunca dejaron de ver
como el enfermo de Asia. Pero el que a virus mata, a virus muere... Lo que nos lleva de
vuelta a la desconexión sino-americana y a la famosa trampa de Tucídides. Hace
exactamente ciento setenta años, el Marx de siempre profetizó:
«El Océano Pacífico jugará en el futuro el mismo papel que el Atlántico ha jugado en nuestra época,
que fue el mismo del Mediterráneo en la antigüedad: una gran vía marítima de comercio mundial,
quedando el Atlántico reducido a la categoría de un mar interior, tal como es el caso hoy en día del
Mediterráneo.» (Karl Marx, "Desplazamiento del centro de gravedad mundial", Neue
Rheinische Zeitung, 2 de febrero de 1850)

Este es nuestro pasado cercano, y nuestro presente. Puede que no por mucho tiempo
más. Qué vendrá más tarde no se sabe. Parafraseando a otro ilustre y controvertido
alemán, los destinos de la historia mundial pasarán una vez más por la lucha de las
potencias marítimas contra las potencias terrestres -una lucha que con toda
probabilidad seguirá el curso de la guerra-.

Precisamente con respecto a la cuestión militar, la reciente exhumación del problema


de la "contrainsurgencia" [12] señala una vez más el divorcio entre una
cierta narrativa militante o "radical", y la realidad. Si las doctrinas y prácticas de
contrainsurgencia tuviesen por objeto reprimir o contener movimientos de masas,
serían simplemente absurdas. En cambio, se refieren a contextos de intervención
militar en países extranjeros donde los enemigos son sujetos beligerantes minoritarios,
pero confundidos y dispersos dentro de una población civil heterogénea,
mayoritariamente hostil, que la fuerza ocupante debe cooptar tanto como le sea posible.
La insurgencia que se opone a la contrainsurgencia, es la acción de bandas, la guerra de
guerrillas, la actividad partisana. No es ni el disturbio, ni la insurrección, ni la sublevación.
Que tales doctrinas y prácticas puedan ser empleadas contra poblaciones del mismo
Estado a las que pertenece el ejército que las adopte, es ciertamente posible, aunque no
es su propósito inicial o preponderante. Pero esto presupone que haya dentro del país
un contexto similar al que acabamos de describir, por ejemplo unas minorías nacionales
empeñadas en el separatismo. De lo contrario, el despliegue del ejército -sea cual sea-
no puede ser más que un auxiliar de la policía, por el simple hecho de que el contexto
no es opaco, y las funciones de inteligencia y control del territorio están -de acuerdo con los
medios disponibles- ya cubiertas. Entonces surge la duda: ¿no será que la famosa
"militarización del territorio" no ha sido más que la pantalla detrás de la cual -en Italia
como en otros lugares- se ha ido a esconder la falta de plata para las cervezas?

Pero hay más. Si es cierto, como lo es, que las doctrinas de contrainsurgencia han sido
objeto de amplias críticas en la misma esfera de la que provienen (el ejército de los
EE.UU.), provocando un contra-movimiento -no unánime, por cierto- que busca
"volver a los fundamentos", [13] esto no se debe sólo a los resultados no precisamente
satisfactorios de las misiones en Irak, Afganistán, etc. -especialmente cuando se los
compara con los costos- y a la observación banal de que «en el pasado, las fuerzas
armadas perfectamente regulares, sin una doctrina de contrainsurgencia ni
entrenamiento especial, derrotaron regularmente a los insurgentes utilizando unos
pocos métodos bien probados». [14] Es que el enfoque contrainsurgente es
consustancial al momento unipolar norteamericano: un mundo en que la intervención y
ocupación militar podía ser concebida al margen de un despliegue consecuente de
tropas de tierra y de la instalación de un gobierno o una administración en el territorio
ocupado; un mundo en el que se podía pensar que no habrían ya guerras importantes,
excepto contra el proletariado o los "condenados de la tierra" de los países periféricos.
El problema es que ese mundo se hizo humo en Bengasi y en Alepo. Quienes
consideraron suficiente la lectura del informe de la OTAN de 2003 (Operaciones Urbanas
en el Año 2020 [15]), probablemente se han estado perdiendo de algunas cosas en los
últimos diecisiete años.

Lo dicho cambia poco o nada nuestro dato fundamental: el ingreso en una etapa
histórica particularmente convulsa y decisiva, cuyo resultado está abierto y dependerá
en última instancia de la lucha de clases (a ambos lados del Pacífico, sobre todo).
Cuanto más nos adentremos en la tempestad , más se verá reducida nuestra
"visibilidad". Y en la medida en que las certezas "revolucionarias" acumuladas o
transmitidas tendrán que ceder el puesto a la exploración cotidiana, reflexiones como
ésta, y la existencia misma de "polos" teóricos como el nuestro, irán perdiendo su razón
de ser. Se trata más bien de un cambio general de "atmósfera", que de un asunto de
elección: los tiempos de tranquilidad han terminado.

Notas

[1] El detonador mismo de la pandemia actual -tal como en las epidemias más notorias
del pasado reciente (Ébola, SARS, MERS, Zika etc.)- no puede ser considerado un
evento estrictamente "natural", en la medida en que el llamado derrame, el salto
efectuado por "nuevos" virus desde animales a humanos, se ve favorecido por la
presión del modo de producción capitalista sobre el medio ambiente. Ver Laura
Scillitani, Sida, Hendra, Nipah, Ébola, Lyme, Sars, Mers, Covid... (disponible
aquí: https://www.scienzainrete.it/articolo/aids-hendra-nipah-ebola-lyme-sars-mers-
covid%E2%80%A6/laura-scillitani/2020-03-18).

[2] Hace más de un año informamos sobre la importancia del sobre-


endeudamiento corporativo y no financiero. Cf. Il Lato Cattivo, Il Demos, il Duce, la crisi,
Enero 2019. Disponible aquí: http://illatocattivo.blogspot.com/2018/12/il-demos-il-
ducee-la-crisi.html

[3] «Hoy en día [en Gran Bretaña, nota de los autores] una hectárea de tierra es 100
veces más rentable cuando se utiliza para la construcción que para la agricultura.»
(Michael Roberts, Land and rentier economy, 15 de diciembre de 2019. Disponible aquí:
https://thenextrecession.wordpress.com/2019/12/15/land-and-the-rentier-
economy).

[4] Observatorio GIMBE, Desfinanciamiento del Sistema Nacional de Salud entre 2010 y 2019,
septiembre de 2019. Disponible aquí:
https://www.gimbe.org/osservatorio/Report_Osservatorio_GIMBE_2019.07_Defi
nanziamento_SSN.pdf

[5] "Una Unión Europa cada vez más unida", nota del trad.

[6] PIGS, acrónimo peyorativo en inglés con el que medios financieros anglosajones se
refieren al grupo de países de la Unión Europea conformado por Portugal, Italia,
Grecia y España, donde se requiere incidir en los problemas de déficit y balanza de
pagos de dichos países, nota del trad.

[7] Il Lato Cattivo, Foto dal finestrino, Septiembre 2017. Disponible


aquí: http://illatocattivo.blogspot.com/2017/09/foto-dalfinestrino.html

[8] Confindustria: Confederación General de la Industria Italiana, principal


organización de las empresas manufactureras y de servicios italianas.

[9] En caso de que haga falta, dejemos claro que aquí no está en cuestión el derecho al
aborto o a la píldora anticonceptiva, que definiremos sin vacilar como un extraordinario
logros en vista a la regulación consciente de su propia reproducción por parte de la
especie humana.

[10] Ver Il Lato Catiivo, Il Demos, il Duce, la Crisi, op. cit.

[11] Cf. Trump Says He Wants Stock Buybacks Prohibited in Virus Stimulus, Bloomberg, 20
de marzo de 2020, disponible en:
https://www.bloomberg.com/news/articles/2020-03-20/trump-says-he-wants-
stock-buybacks-prohibited-in-virus-stimulus

[12] Ver Chuang, Contagio Social. Guerra de clases microbiológica en China, febrero de 2020,
del que están circulando varias traducciones en la web. Un texto ciertamente
interesante, pero para ser tomado con pinzas. Además de las más que cuestionables
divagaciones sobre la contrainsurgencia, y de cierta ambigüedad sobre la naturaleza
social de la China maoísta, la evaluación de las medidas anti-Covid-19 en la región de
Hubei claramente subestima la capacidad de reacción del estado central. La proposición
ciertamente más estimulante y compartida del texto es la siguiente: «la crítica del
capitalismo se empobrece cuando se separa de las ciencias exactas.»

[13] Quienes quieran profundizar en el tema encontrarán una bibliografía muy


abundante. El crítico más severo de la contrainsurgencia,
dentro del Ejército de los Estados Unidos, fue el coronel Gentile. Ver Gian P.
Gentile, A Strategy of Tactics: Population-centric
COIN and the Army, Parameters n° 39, otoño de 2009; Gian P. Gentile, Les mythes de la
contre-insurrection et leurs dangers: une
vision critique de l'US Army, Securité Globale n° 10, 2009, pp. 32-34; Gian P.
Gentile, Wrong Turn: America's Deadly Embrace of
Contrainsurgency, The New Press, 2013.

[14] Edward N. Luttwak, Modern war: counterinsurgency as malpractice, Politique étrangère,


2006/4, págs. 859 a 61.

[15] El mencionado informe de la OTAN fue analizado en detalle en el texto Eserciti


nelle strade, publicado junto a otros textos en el libro «A chi sente il ticchettio», editado
por Rompere le righe en Trento, Italia, en 2009. El mismo texto fue publicado en
castellano por Bardo ediciones, enero de 2010, con un añadido donde se analiza el tema
en relación con América Latina. Esta edición está disponible
en: https://translationcollective.files.wordpress.com/2010/05/ejercitos_en_las_calles
.pdf (nota del trad.).
Las pandemias del capital

Publicado el 20 marzo, 2020 por adbarbaria

Es difícil escribir un texto como este ahora. En el contexto actual, en el que el


coronavirus ha quebrado ―o amenaza con hacerlo pronto― las condiciones de vida de
muchos de nosotros, lo único que deseas es salir a la calle y prenderle fuego a todo,
con la mascarilla si hace falta. La cosa lo merece. Si la economía está por encima de
nuestras vidas, tiene sentido retrasar la contención del virus hasta el último momento,
hasta que la pandemia es ya inevitable. También tiene sentido que cuando ya no se
puede parar el contagio y hay que perturbar ―lo mínimo imprescindible― la
producción y distribución de mercancías, seamos nosotros a los que se despide, a los
que se fuerza a trabajar, a los que se sigue confinando en cárceles y CIEs, a los que se
les obliga a elegir entre la enfermedad y el contagio de los seres queridos o a morirse
de hambre en la cuarentena. Todo esto con los vítores patrios y el llamamiento a la
unidad nacional, con la disciplina social como el mantra de los verdugos, con los elogios
al buen ciudadano que agacha la cabeza y calla. Lo único que deseas en momentos
como este es reventarlo todo.

Y esa rabia es fundamental. Pero también lo es comprender bien por qué está
sucediendo todo esto: comprenderlo bien para pelear mejor, para luchar contra la raíz
misma del problema. Comprenderlo para cuando todo estalle y la rabia individual se
convierta en potencia colectiva, para saber cómo utilizar esa rabia, para terminar
realmente, sin cuentos, sin desvíos, con esta sociedad de miseria.
El virus no es sólo un virus

Desde sus comienzos, la relación del capitalismo con la naturaleza (humana y no


humana) ha sido la historia de una catástrofe interminable. Ello está en la lógica de una
sociedad que se organiza a través del intercambio mercantil. Está en la misma razón de
ser de la mercancía, en la que poco importa su aspecto material, natural, sólo la
posibilidad de obtener dinero por ella. En una sociedad mercantil, el conjunto de las
especies del planeta están subordinadas al funcionamiento de esa máquina ciega y
automática que es el capital: la naturaleza no humana no es más que un flujo de materias
primas, un medio de producción de mercancías, y la naturaleza humana es la fuente de
trabajo que explotar para sacar del dinero más dinero. Todo lo material, todo lo natural,
todo lo vivo está al servicio de la producción de una relación social ―el valor, el dinero,
el capital― que se ha autonomizado y necesita transgredir los límites de la vida
permanentemente.

Pero el capitalismo es un sistema preñado de contradicciones. Cada vez que intenta


superarlas, sólo aplaza e intensifica la crisis siguiente. La crisis social y sanitaria creada
por la expansión del coronavirus concentra todas ellas y expresa la putrefacción de las
relaciones sociales basadas en el valor, en la propiedad privada y en el Estado: su
agotamiento histórico.

A medida que este sistema avanza, la competencia entre capitalistas impulsa el


desarrollo tecnológico y científico y, con él, una producción cada vez más social. Cada
vez lo que producimos depende menos de una persona y más de la sociedad. Depende
menos de la producción local, arraigada a un territorio, para ser cada vez más mundial.
También depende cada vez menos del esfuerzo individual e inmediato y más del
conocimiento acumulado a lo largo de la historia y aplicado eficazmente a la
producción. Todo esto lo hace, sin embargo, manteniendo sus propias categorías:
aunque la producción es cada vez más social, el producto del trabajo sigue siendo
propiedad privada. Y no simplemente: el producto del trabajo es mercancía, es decir,
propiedad privada destinada al intercambio con otras mercancías. Dicho intercambio
está posibilitado por el hecho de que ambos productos contienen la misma cantidad de
trabajo abstracto, de valor. Esta lógica, que constituye las categorías básicas del capital,
es puesta en cuestión por el propio desarrollo del capitalismo, que reduce la cantidad
de trabajo vivo que requiere cada mercancía. Automatización de la producción,
expulsión de trabajo, caída de las ganancias que pueden obtener los capitalistas de la
explotación de ese trabajo: crisis del valor.

Esta profunda contradicción entre la producción social y la apropiación privada se


concreta en toda una serie de contradicciones derivadas. Una de ellas, que hemos
desarrollado más ampliamente en otros momentos, da cuenta del papel de la tierra en
el agotamiento del valor como relación social. El desarrollo del capital tiende a crear
una demanda cada vez más fuerte del uso del suelo, lo cual hace que su precio ―la renta
de la tierra― tienda a aumentar históricamente. Esto es lógico: cuanto más se
incrementa la productividad, más desciende la cantidad de valor por unidad de
producto y, por tanto, más mercancías hay que producir para obtener las mismas
ganancias que antes. Como cada vez hay menos trabajadores en la fábrica y más robots,
mayor volumen de materias primas y recursos energéticos requiere la producción. La
demanda sobre la tierra, por tanto, se intensifica: megaminería, deforestación,
extracción intensiva de combustibles fósiles son las consecuencias lógicas de esta
dinámica. Por otro lado, la concentración de capitales conduce a su vez a concentrar
grandes masas de fuerza de trabajo en las ciudades, lo que empuja a que la vivienda en
las ciudades suba de precio permanentemente. De ahí también las peores condiciones
de vida en las metrópolis, el hacinamiento, la contaminación, el alquiler que se come
una parte cada vez más grande del salario, la jornada laboral que se prolonga
indefinidamente por el transporte.

La agricultura y la ganadería se encuentran de cara a estos dos grandes competidores


por el suelo, el sector ligado al aprovechamiento de la renta urbana y el ligado a la
extracción de materias primas y energía. Si las explotaciones agrícolas o ganaderas se
encuentran en la periferia de la ciudad, quizá su parcela de tierra sea más rentable para
la construcción de un edificio de viviendas, o de un polígono industrial al que conviene
por logística la proximidad a la metrópoli. Si están más alejadas, pero su trozo de tierra
contiene minerales útiles y demandados en la producción de mercancías o, peor aún,
alguna reserva de hidrocarburos, tampoco podrán realizarse en ese terreno que el
capital destina a fines más suculentos[1]. Si quieren mantenerse en el lugar y seguir
pagando la renta, habrán de incrementar la productividad como hacen los capitalistas
industriales. Tienen además el aliciente del aumento incesante de bocas urbanas que
alimentar. La agroindustria es la consecuencia lógica de esta dinámica: sólo
incrementando la productividad, utilizando maquinaria automatizada, produciendo en
monocultivos, haciendo un uso cada vez mayor de químicos ―fertilizantes y pesticidas
en la agricultura, productos farmacéuticos en la ganadería―, incluso modificando
genéticamente plantas y animales, podrán producirse las ganancias suficientes en un
contexto en el que la renta de la tierra aumenta sin cesar.
Todo esto es necesario para enmarcar la emergencia de pandemias. Como muy bien
explican los compañeros de Chuang, el coronavirus no es un hecho natural ajeno a las
relaciones capitalistas. Porque no se trata sólo de la globalización, es decir, de las
posibilidades exponenciales de expansión de un virus. Es la propia forma de producir
del capital la que fomenta la aparición de pandemias.

En primer lugar, para poder hacer más rentables la agricultura y la ganadería es


necesario implantar formas de producción mucho más intensivas, mucho más agresivas
para el metabolismo natural. Cuando se hacinan muchos miembros de una misma
especie ―los cerdos, pongamos por caso, una de las posibles fuentes del COVID-19 y
la fuente segura de la gripe A (H1N1) que apareció en 2009 en Estados Unidos― en
granjas industriales, su modo de vida, su alimentación y la aplicación permanente de
fármacos sobre sus cuerpos debilita su sistema inmunológico. No hay resiliencia en el
pequeño ecosistema que constituye una población muy numerosa de la misma especie,
comprometida inmunológicamente y hacinada en espacios reducidos. Más aún, este
ecosistema es un campo de entrenamiento, un lugar predilecto para la selección natural
de los virus más contagiosos y virulentos. Tanto más si dicha población tiene una alta
tasa de mortalidad, como ocurre en los mataderos, puesto que la rapidez con que es
capaz de transmitirse el virus determina su posibilidad de sobrevivir. Sólo es cuestión
de tiempo que alguno de estos virus consiga transmitirse y persistir en un huésped de
otra especie: un ser humano, por ejemplo.

Ahora digamos que este ser humano es un proletario y vive, como los cerdos de nuestro
ejemplo, hacinado en una vivienda poco salubre con el resto de su familia, va al trabajo
hacinado en un vagón de tren o en un autobús donde cuesta respirar cuando llega la
hora punta y tiene un sistema inmunológico debilitado por el cansancio, la mala calidad
de la comida, la contaminación del aire y del agua. El ascenso permanente del precio
de la vivienda y el transporte, los trabajos cada vez más precarios, la mala alimentación,
en definitiva, la ley de la miseria creciente del capital hacen también muy poco resiliente
a nuestra especie.

También la búsqueda de una mayor rentabilidad y competitividad de la agricultura en


el mercado mundial tiene sus efectos en la proliferación de epidemias. Tenemos un
buen ejemplo en la epidemia del Ébola que se extendió por toda el África occidental
en 2014-2016, a la que precedió la implantación de monocultivos para el aceite de
palma: un tipo de plantación por la que los murciélagos ―la fuente de la cepa que
produjo el brote― se sienten muy atraídos. La deforestación de la selva, en virtud no
sólo de la explotación agroindustrial sino también de la tala maderera y de la
megaminería, fuerza a muchas especies animales ―y a algunas poblaciones humanas―
a internarse aún más en la selva o mantenerse en sus proximidades, exponiéndose a
portadores del virus como murciélagos (Ébola), mosquitos (Zika) y otros huéspedes
reservorio ―es decir, portadores de patógenos― que se adaptan a las nuevas
condiciones establecidas por la agroindustria. Además, la deforestación reduce la
biodiversidad que hace de la selva una barrera para las cadenas de transmisión de
patógenos.

Aunque la fuente más probable del coronavirus se sitúa en la caza y venta de animales
salvajes, vendidos en el mercado de Hunan en la ciudad de Wuhan, esto no está
desconectado del proceso descrito más arriba. A medida que la ganadería y la
agricultura industrial se extienden, empujan a los cazadores de alimentos salvajes a
penetrar cada vez más en la selva en busca de su mercancía, lo que aumenta las
posibilidades de contagio con nuevos patógenos y por tanto de su propagación en las
grandes ciudades.

El rey desnudo

El coronavirus ha desnudado al rey: las contradicciones del capital son vistas y sufridas
en toda su brutalidad. Y el capitalismo es incapaz de gestionar la catástrofe que se deriva
de estas contradicciones, porque sólo puede escaparse de ellas resolviéndolas
momentáneamente para que estallen con mayor virulencia más tarde.

Para identificar esta dinámica, esencial a la historia del capitalismo, podemos fijar la
mirada en la tecnología. La aplicación del conocimiento tecnocientífico a la producción
es quizá uno de los rasgos que más han caracterizado este sistema. La tecnología es
usada para aumentar la productividad con el fin de extraer una ganancia por encima de
la media, de tal manera que la empresa que produce más mercancías que sus
competidores con el mismo tiempo de trabajo puede elegir entre reducir un poco el
precio de las mismas para ganar espacio de mercado o mantenerlo y ganar algo más de
dinero. Sin embargo, en cuanto sus competidores aplican mejoras semejantes y todos
tienen el mismo nivel de productividad, los capitalistas se encuentran con que en lugar
de obtener plusganancias, tienen todavía menos ganancias que antes, porque tienen
más mercancías que colocar en el mercado ―lo que en condiciones de competencia
baja su precio― y menos trabajadores que explotar en proporción. Es decir, lo que se
había presentado en un primer momento como una solución, la aplicación de la
tecnología para aumentar la productividad, se convierte rápidamente en el problema.
Este movimiento lógico es permanente y estructural en el capitalismo.

El desarrollo de la medicina y de la farmacología sigue ese mismo movimiento. El


capitalismo no puede evitar, desde sus más puros comienzos, enfermar a su población.
Sólo puede intentar desarrollar el conocimiento médico y farmacológico para
comprender y controlar las patologías que él mismo favorece. Sin embargo, en la
medida en que las condiciones que nos hacen enfermar no desaparecen, sino que
incluso aumentan con la crisis cada vez más pronunciada de este sistema, el papel de la
medicina se invierte y puede funcionar como un carburante para la enfermedad. El uso
de antibióticos no sólo en la especie humana, sino también en la ganadería, fomenta la
resistencia de las bacterias y anima la aparición de cepas cada vez más difíciles de
combatir. Ocurre de manera semejante con las vacunas para los virus. Por un lado,
suelen llegar tarde y mal en la emergencia de una epidemia, dado que la propia lógica
mercantil, las patentes, los secretos industriales y la negociación de las empresas
farmacéuticas con el Estado retrasan su pronta aplicación en la población infectada.
Por otro lado, la selección natural hará que los virus tengan que estar cada vez más
preparados para superar estas barreras, favoreciendo la aparición de nuevas cepas para
las que no se conocen todavía vacunas. El problema, por tanto, no está en el desarrollo
del conocimiento médico y farmacológico, sino en que mientras se sigan manteniendo
unas relaciones sociales que producen permanentemente la enfermedad y facilitan su
rápida expansión, este conocimiento sólo animará la aparición de cepas cada vez más
contagiosas y virulentas.
De la misma forma que el desarrollo tecnológico y médico encubre una fuerte
contradicción con las relaciones sociales capitalistas, así ocurre también con la
contradicción entre el plano nacional e internacional del propio capital.

El capitalismo nace ya con un cierto carácter mundial. Durante la Baja Edad Media se
fueron desarrollando redes de comercio a larga distancia que, , sumadas al nuevo
impulso de la conquista del continente americano, permitieron la acumulación de una
enorme masa de capital mercantil y usurario. Ésta serviría de trampolín a las nuevas
relaciones que estaban emergiendo con la proletarización del campesinado y la
imposición del trabajo asalariado en Europa. La peste negra que asoló el continente
europeo en el siglo XIV fue precisamente fruto de esta mundialización del comercio,
produciéndose a partir de comerciantes italianos provenientes de China. Lógicamente,
el sistema inmunológico de las diferentes poblaciones en aquella época estaba menos
preparado para sufrir enfermedades de otras regiones, y la intensificación de los lazos
a nivel mundial iba a facilitar una expansión de epidemias tan grande como amplias
fueran las redes comerciales. Son un buen ejemplo de ello las epidemias que llevarían
los colonos y que acabarían con la mayoría de la población indígena en grandes zonas
de América.

Sin embargo, estas redes de comercio mundiales sirvieron, de manera paradójica y


contradictoria, para animar la formación de burguesías nacionales. Dicha formación
fue pareja al esfuerzo de varios siglos por homogeneizar un solo mercado nacional, una
sola lengua nacional, un solo Estado, y con ellos dos siglos en los que se sucedería una
guerra tras otra sin cesar, hasta el punto de que no hubo apenas unos años de paz en
Europa durante los siglos XVI y XVII. El carácter mundial del capital es inseparable
de la emergencia histórica de la nación y, con ella, del imperialismo entre las naciones.

Este doble plano en permanente contradicción, el estrechamiento de los lazos a nivel


mundial con el arraigo nacional del capitalismo, se expresa con toda su fuerza en la
situación actual con el coronavirus. Por un lado, la globalización permite que patógenos
de diversos orígenes puedan migrar desde los reservorios salvajes más aislados a los
centros de población de todo el mundo. Así, por ejemplo, el virus del Zika se detectó
en 1947 en la selva ugandesa, de donde recibe su nombre, pero no fue hasta que no se
desarrolló el mercado mundial de la agricultura y Uganda pasó a ser uno de sus
eslabones que el Zika pudo llegar al norte de Brasil en 2015, ayudado sin lugar a dudas
por la producción en monocultivo de soja, algodón y maíz en la región. Un virus, por
cierto, que el cambio climático ―otra consecuencia de las relaciones sociales
capitalistas― está ayudando a extender: el mosquito portador del Zika y del dengue ―el
mosquito tigre en sus dos variantes, el Aedes aegypti y el Aedes albopictus― ha llegado ya
a zonas como España debido al calentamiento global. Además, la internacionalización
de las relaciones capitalistas es exponencial. Desde la epidemia del otro coronavirus, el
SARS-CoV, entre 2002 y 2003 en China y el sudeste asiático, la cantidad de vuelos
provenientes de estas regiones a todo el mundo se ha multiplicado por diez.

Así pues, el capitalismo promueve la aparición de nuevos patógenos que su carácter


internacional extiende con rapidez. Y sin embargo es incapaz de gestionarlos. En la
pugna imperialista entre las principales potencias no cabe la coordinación internacional
que requieren unas relaciones sociales cada vez más globales y, menos aún, la
coordinación que está requiriendo ya esta pandemia. El carácter inherentemente
nacional del capital, por muy mundializado que se quiera, implica que los intereses
nacionales en el contexto de la lucha imperialista prevalecen frente a todo tipo de
consideración internacional para el control del virus. Si China, Italia o España
retrasaron hasta el último momento la toma de medidas, como más tarde lo hicieron
Francia, Alemania o Estados Unidos, es precisamente porque las medidas necesarias
para contener la pandemia consistían en la cuarentena de los infectados y, llegada cierta
tasa de contagio, en la paralización parcial de la producción y distribución de
mercancías. En un contexto en el que se iba larvando ya desde hacía dos años la crisis
económica que estalla ahora, en plena guerra comercial entre China y Estados Unidos
y en el curso de una recesión industrial, este parón no se podía permitir. La decisión
lógica de los funcionarios del capital fue entonces la de sacrificar la salud y unas cuantas
vidas entre el capital variable ―seres humanos, proletarios― para aguantar un poco más
el tirón y mantener la competitividad en el mercado mundial. Que se haya revelado no
sólo ineficaz sino incluso contraproducente no exime de lógica a esta decisión: a una
burguesía nacional, sensible sólo a las subidas y bajadas de su propio PIB, no puede
tampoco pedírsele una filantropía internacional. Eso hay que dejárselo a los discursos
de la ONU.

Y es que la gran contradicción que ha señalado el coronavirus es esa: la del PIB, la de


la riqueza basada en capital ficticio, la de una recesión constantemente postergada a
base de inyecciones de liquidez sin ningún fundamento material en el presente.

El coronavirus ha desnudado al rey, y ha mostrado que en realidad nunca salimos de la


crisis de 2008. El mínimo crecimiento, el posterior estancamiento y la recensión
industrial de los últimos diez años no han sido más que la respuesta apenas sensible de
un cuerpo en coma, un cuerpo que sólo ha sobrevivido gracias a la emisión permanente
de capital ficticio. Como explicábamos antes, el capitalismo se basa en la explotación
del trabajo abstracto, sin el cual no puede obtener ganancias, y sin embargo por su
propia dinámica se ve empujado a expulsar trabajo de la producción de manera
exponencial. Esta fortísima contradicción, esta contradicción estructural que alcanza
sus categorías más fundamentales, no puede ser superada sino agravándola para más
tarde mediante el crédito, es decir, el recurso a la expectativa de ganancias futuras para
seguir alimentando la máquina en el presente. Las empresas de la «economía real» no
tienen otra forma de sobrevivir que huir permanentemente hacia adelante, obtener
créditos y mantener altas las acciones en bolsa.

El conoravirus no es la crisis. Simplemente es el detonante de una contradicción


estructural que venía expresándose desde hace décadas. La solución que los bancos
centrales de las grandes potencias dieron para la crisis de 2008 fue seguir huyendo y
utilizar los únicos instrumentos que tiene la burguesía actualmente para afrontar la
putrefacción de sus propias relaciones de producción: masivas inyecciones de liquidez, es
decir, crédito barato a base de la emisión de capital ficticio. Este instrumento, como es
natural, apenas sirvió para mantener la burbuja, puesto que ante la ausencia de una
rentabilidad real las empresas utilizaban esa liquidez para recomprar sus propias
acciones y seguir endeudándose. Así, hoy en día la deuda en relación al PIB mundial ha
aumentado casi un tercio desde 2008. El coronavirus simplemente ha sido el soplo que
ha tirado la casa de naipes.

Al contrario de lo que proclama la socialdemocracia, según la cual nos encontraríamos


en esta situación porque el neoliberalismo ha dejado vía libre a la avaricia de los
especuladores de Wall Street, la emisión de capital ficticio ―es decir, de créditos que se
basan en unas ganancias futuras que no llegarán nunca a producirse― es el necesario
órgano de respiración artificial de este sistema basado en el trabajo. Un sistema que, sin
embargo, por el desarrollo de una altísima productividad, cada vez tiene menos
necesidad de trabajo para producir riqueza. Como explicábamos anteriormente, el
capitalismo desarrolla una producción social que choca directamente con la propiedad
privada en que se basa el intercambio mercantil. Nunca hemos sido tan especie como
ahora. Nunca hemos estado tan vinculados mundialmente. Nunca la humanidad se ha
reconocido tanto, se ha necesitado tanto a nivel mundial, independientemente de
lenguas, culturas y barreras nacionales. Y sin embargo el capitalismo, que ha construido
el carácter mundial de nuestras relaciones humanas, sólo puede afrontarlo afirmando
la nación y la mercancía y negando nuestra humanidad, sólo puede afrontar la
constitución de nuestra comunidad humana mediante su lógica de destrucción: la
extinción de la especie.

Hobbes y nosotros

Una semana antes de que se escribiera este texto, en España decretaron el estado de
alarma, la cuarentena y el aislamiento de todos nosotros, salvo si es para vender nuestra
fuerza de trabajo. Medidas semejantes se tomaron en China e Italia, y se han tomado
ya a estas alturas en Francia. Solos, en nuestra casa, a una distancia de un metro de cada
persona que encontramos en la calle, la realidad misma de la sociedad capitalista se hace
presente: sólo podemos relacionarnos con los otros como mercancías, no como
personas. Quizá la imagen que mejor expresa esto son las fotografías y los vídeos que
han circulado por las redes sociales con el comienzo del aislamiento: miles de personas
hacinadas en vagones de tren y de metro de camino al trabajo, mientras los parques y
las vías públicas están vedadas a toda persona que no pueda presentar una buena excusa
a las patrullas policiales. Somos fuerza de trabajo, no personas. El Estado lo tiene muy
claro.

En este contexto, hemos visto aparecer una falsa dicotomía basada en los dos polos de
la sociedad capitalista: el Estado y el individuo. En primer lugar fue el individuo, la
molécula social del capital: las primeras voces que se hicieron oír ante la alerta del
contagio fueron las del sálvese quien pueda, las de muéranse los viejos y allá cada uno,
las de las culpas de unos a otros por toser, por huir, por trabajar, por no hacerlo. La
reacción primera fue la ideología espontánea de esta sociedad: no se puede pedir a una
sociedad que se construye sobre individuos aislados que no actúe como tal. Frente a
esto y al caos social que estaba produciéndose, hubo un alivio general ante la aparición
del Estado. Estado de alarma, militarización de las calles, control de las vías de
comunicación y transporte salvo para lo que es fundamental: la circulación de
mercancías, incluida en especial la mercancía fuerza de trabajo. Ante la incapacidad de
organizarnos colectivamente frente a la catástrofe, el Estado se revela como la
herramienta de administración social.

Y no deja de ser eso. Una sociedad atomizada necesita de un Estado que la organice.
Pero esto lo hace reproduciendo las causas de nuestra propia atomización: las de la
ganancia frente a la vida, las del capital frente a las necesidades de la especie. Los
modelos del Imperial College de Londres predicen 250.000 muertes en Reino Unido y
hasta 1,2 millones en Estados Unidos. Las predicciones a nivel mundial, contando con
el contagio en los países menos desarrollados y con una infraestructura médica mucho
más precaria, llegarán previsiblemente a varios millones de personas. La epidemia del
coronavirus, sin embargo, podría haberse detenido mucho antes. Los Estados que han
sido foco de la pandemia han actuado como tenían que hacerlo: poniendo por encima
las ganancias empresariales durante al menos unas semanas más, frente al coste de
millones de vidas. En otro tipo de sociedad, en una sociedad regida por las necesidades
de la especie, las medidas de cuarentena tomadas a su debido tiempo podrían haber
sido puntuales, localizadas y rápidamente superadas. Pero no es así en una sociedad
como esta.

El coronavirus está expresando en toda su brutalidad las contradicciones de un sistema


moribundo. De todas las que hemos intentado describir aquí, esta es la más esencial: la
del capital frente a la vida. Si el capitalismo se está pudriendo por su incapacidad de
enfrentar sus propias contradicciones, sólo nosotros como clase, como comunidad
internacional, como especie, podemos acabar con él. No es una cuestión cultural, de
conciencia, sino una pura necesidad material que nos empuja colectivamente a luchar
por la vida, por nuestra vida en común, contra el capital.

Y el momento para hacerlo, si bien sólo es el inicio, ya ha empezado. Muchos estamos


ya en cuarentena, pero no estamos aislados, ni solos. Nos estamos preparando. Como
los compañeros que se han levantado en Italia y en China, como los que llevan ya un
tiempo de pie en Irán, Chile o Hong Kong, nosotros vamos hacia la vida. El capitalismo
se está muriendo, pero sólo como clase internacional, como especie, como comunidad
humana, podremos enterrarlo. La epidemia del coronavirus ha derribado la casa de
naipes, ha desnudado al rey, pero sólo nosotros podemos reducirlo a cenizas.
19 de marzo de 2020

____________________

[1] La sustitución de los combustibles fósiles por energías renovables no resuelve el


problema, todo lo contrario: las renovables requieren superficies mucho más grandes
para producir niveles inferiores de energía.
Covid-19: homicidio del capital

Publicado el 29 marzo, 2020 por adbarbaria

Aquí para difundir por redes sociales

Personas confinadas, hospitales y UCIs que no dan abasto, residencias convertidas en


morgues; fábricas de cerveza o de motores de avión abiertas, obras nuevas en calles
vacías, jardineros en los parques, transportes públicos llenos de trabajadores; militares
que vigilan, guardias civiles que detienen y ponen multas, policías que hacen redadas a
inmigrantes en las plazas…

Estos días asistimos a una aceleración de nuestros tiempos históricos. El coronavirus


no inventa nada, es una pandemia causada por la lógica del capital, y que a su vez acelera
la crisis sistémica del capitalismo. Nos parece importante hacer un pequeño balance de
la catástrofe que estamos viviendo.

Lo que preocupa a todos los gobiernos es la salud de la economía nacional y no la de


las personas. Por eso al inicio todos banalizaron el virus, decían que en abril todo el
mundo se habría olvidado de él, insistían en seguir con la vida normal: la de la
producción y circulación mercantil, la de los trabajos y los consumos, la de
manifestaciones como el 8M o la de eventos futbolísticos. Todo va bien en el reino de
la mercancía, nos decía Ada Colau cuando insistía en celebrar el Mobile World
Congress.

Los gobiernos solo toman medidas cuando se encuentran desbordados, desde Pedro
Sánchez a Conte, de Xi Jinping a Boris Johnson e incluso Donald Trump. Lo que les
mueve no es la salud de las personas sino la preocupación de que la expansión del virus
quiebre la producción y circulación de las mercancías. Lo que les preocupa es que
arrastre su mundo, el mundo del capital, a un colapso inmediato por la muerte de
millones de personas. Por eso el gobierno de España no detiene algunos sectores de la
producción hasta que se contabilizan más de 6.000 muertos oficiales (El País, nada
sospechoso de anticapitalismo, reconoce que los muertos reales son muy superiores).
Y, por supuesto, habrá que devolver la jornada laboral a las empresas hasta la última
gota de nuestra sangre.

Gobierne quien gobierne, todos actúan del mismo modo, con las mismas
preocupaciones y objetivos: defensa de la economía nacional, presencia policial y
militar en las calles para frenar las previsibles revueltas sociales, despidos colectivos,
créditos a las empresas y otras medidas en las que todas las facciones políticas
coinciden. Reina el estado de alarma, los móviles son geolozalizados para controlar
nuestros movimientos, los policías en la calle ponen más de 180.000 multas y hay casi
1.600 detenidos en el Estado español. Todo esto bajo el gobierno democrático del
PSOE y Podemos y no de los presuntos fascistas de Vox. No hay mal absoluto dentro
del capitalismo: el mal absoluto es el capitalismo. Todos los partidos no son sino
gestores de la catástrofe capitalista: no hay mal menor por el que votar.

Es importante entender estas lecciones de cara al futuro. No solo ante la catástrofe


humana que estamos sufriendo, mucho más mortífera en Nou Barris que en Sarria, en
Vallecas que en La Moraleja, sino a la que está por venir. No estamos todos en el
mismo barco. Ensalzan al personal sanitario al mismo tiempo que lo tratan como
carne de cañón para que se infecte sin medios de protección. Salvan la economía
nacional y el funcionamiento de las empresas a costa de un endeudamiento masivo por
parte del Estado. Endeudamiento que se verá acompañado de una caída brutal del PIB
en los próximos meses y que habrá que pagar en forma de subidas de impuestos,
intereses de la deuda, recortes masivos de salarios y despidos. El futuro inmediato es el
de una agudización de la crisis del capitalismo, el de la aceleración de una catástrofe
que vendrá de la mano de revueltas y rebeliones masivas como las de 2019. Como las
que se intuyen en los trabajadores que se niegan a continuar su producción de muerte
en las fábricas italianas, españolas, brasileñas o norteamericanas.

Vivimos tiempos históricos y en tiempos históricos es importante tomar


determinaciones históricas. El futuro ya está escrito, y será el de una lucha a vida o
muerte, un conflicto de clase, un combate de especie, entre la humanidad y el capital.
Preparémonos con claridad y determinación.

29 de marzo de 2020
barbaria.net
N+1 – Hacia una sociedad verdaderamente orgánica

Publicado el 6 febrero, 2020 por adbarbaria

Extractos del artículo de los compañeros de n+1: Controllo dei consumi, sviluppo dei bisogni
umani

Hacia una sociedad verdaderamente orgánica

La sociedad capitalista no es una sociedad cualquiera. Mucho más que sus predecesoras,
ha hecho de la producción su factor principal y la ha separado de la distribución,
exasperando la división social del trabajo: ahora, en lo que concierne a las necesidades,
no hay una necesidad específica hasta que no la produce una mercancía que la suscita
obsesivamente con publicidad e impulsando la imitación. La mercancía precede a las
necesidades y el individuo no se adueña de ella inmediatamente, sino mediante un
intercambio generalizado con dinero. Entre el productor y los productos, entre las
necesidades y su satisfacción con el consumo, se interpone la distribución que, entre
otras cosas, establece según leyes sociales la cantidad del producto que debe ser
distribuida a los «productores» y a quiénes debe serlo.

Dado que el proceso histórico es irreversible, en la sociedad futura el mecanismo de


satisfacción de las necesidades, y por tanto de la producción-consumo, no podrá ser un
regreso a la indiferencia primitiva ―como quisieran los ecologistas puros. Tampoco
podrá ser una concesión al capital basada en la distribución equitativa y la reforma del
propio mecanismo, porque como habíamos mostrado ya la acumulación capitalista
―producción por la producción― es sinónimo de indiferencia hacia las necesidades
humanas. Por eso, la sociedad futura eliminará la división social del trabajo y mantendrá
la planificación de la producción, que se ha demostrado tan eficiente al interior de las
unidades productivas, y extenderá el programa, el proyecto, a toda la sociedad. Sólo
cuando desaparezca la separación actual en compartimentos que se comunican
exclusivamente a través de las categorías del valor se habrá conseguido alcanzar de
verdad la unidad dialéctica ―es decir, relacional― entre necesidades, producción y
consumo. Ya no tendrá sentido el orden en el que se disponen (y se exponen en la
descripción) los momentos particulares en la sociedad: ésta los integrará en un
«conjunto orgánico» efectivo, en el que «se ejercita una acción recíproca» entre sus
partes. Por tanto, no habrá intercambio de mercancías, sino una unidireccional cadena
de transmisión de valores de uso, tal y como se produce en una planificación normal
de la producción.

Cuando nos referimos a un sistema complejo como una sociedad, para explicar
completamente el concepto de «conjunto orgánico» hay que hablar no sólo de
relaciones genéricas, sino sobre todo de relaciones que están inscritas en los meandros
de la propia sociedad y que tienen la capacidad de modificarla como sistema, es decir,
de producir un aumento del conocimiento de sí misma respecto a sus orígenes y su
devenir, de permitir una acumulación de tal conocimiento con el fin de utilizarlo
cuando sea el momento, haciendo uso de su conjunto de células diferenciadas, su red
de nervios sensibles, hecha de hombres, organizaciones, memoria, experiencia. En tal
caso, se dice que el sistema produce menos entropía, o que produce neguentropía, es
decir, menos disipación, es decir, información nueva. Ningún sistema complejo de este
tipo puede mantenerse indefinidamente igual a sí mismo, sino que debe cambiar, y
cuanto más madura el capitalismo más produce los elementos de su propia superación.
Las necesidades de la acumulación han hecho de la sociedad capitalista el modo de
producción menos orgánico que ha existido jamás desde el punto de vista de relaciones
entre los hombres, separados como están por la división del trabajo y por la necesidad
de mediación a través del intercambio; pero también le han hecho el modo de
producción más orgánico desde el punto de vista de la producción social, que desde
hace ya un tiempo entrelaza al mundo. Al destrozar las relaciones capitalistas la
humanidad conseguirá liberar completamente su potencialidad orgánica, uniendo a la
producción social toda la variedad de relaciones humanas, incluidas las del hombre con
la naturaleza que lo rodea. En ese momento parecerán ridículas todas las propuestas
actuales de un capitalismo más vivible desde el punto de vista de las necesidades, del
consumo y del lazo con el medio ambiente.

[…]

Equilibrio económico contra organicidad

Un capitalismo en equilibrio es imposible. O lo que es lo mismo: el equilibrio capitalista


se basa en la cancelación periódica de capital por medio de crisis incontrolables, agudas o
encubiertas. Pero no es absurda, en absoluto, una sociedad que entre en una relación
particular con la naturaleza y que encuentre el equilibrio en ellas. La historia nos
muestra tanto ejemplos de sociedades expansionistas como de estabilidad y equilibrio.
El imperio romano era una sociedad mucho más equilibrada que el capitalismo pero,
como este último, muestra una relación directa entre la expansión, la destrucción de
recursos y por tanto la necesidad de una expansión posterior: para una flota hacía falta
todo un bosque, las legiones tenían necesidad de grano y de dinero, y ya sólo el
mantenimiento de la Urbe exigía el acaparamiento de recursos inmensos, etc. Por ello
el crecimiento territorial, el único posible en la época, era al mismo tiempo una
obligación y un límite. Pero existieron sociedades preclasistas que se configuraron
como sistemas en equilibrio. Eran sistemas abiertos desde el punto de vista de
intercambio energético, porque usufructaban ya fuera aportes naturales de energía (ríos,
climas favorables) como intercambios con otros pueblos, si bien no de tipo mercantil.
El Egipto antiguo, por ejemplo, fue relativamente estable e igual a sí mismo durante
más de tres milenios gracias a la particularidad del ciclo regular ligado a las crecidas del
Nilo. Al depositar periódicamente el limo fértil y húmedo, éstas permitían más cosechas
al año, haciendo de un territorio muy limitado un biosistema de alto rendimiento muy
particular. Además, los nilómetros escalonados a lo largo del río medían la calidad y
cantidad del limo ofreciendo la posibilidad de previsiones sobre las cosechas y, por tanto,
ofreciendo una primera forma de programación y de aprovisionamiento de los acopios,
como también refleja la Biblia. Todavía exenta de la propiedad, de la explotación del
trabajo esclavo y del dinero, esta sociedad podía no acumular y mantenerse
prácticamente idéntica en el tiempo en una relación tanto orgánica como exclusiva con
la naturaleza. Podía descargar su exuberancia social en construcciones y actividades que
hoy en día no alcanzamos a comprender, condicionados como estamos en
comparación con ellos por nuestro concepto de exuberancia productiva, es decir, de
despilfarro. Hablando de despilfarro, actualmente Egipto bloquea todo el limo del Nilo
con la presa de Asuán y compra fertilizantes químicos para sustituirlo; probablemente
no obtiene tanto valor en electricidad como le cuestan los fertilizantes, y además
mineraliza y por tanto esteriliza un suelo que fue fértil durante 5.000 años.

Hoy en día un biosistema orgánico de alto rendimiento ya no podría venirnos dado por
la naturaleza. Pero se podría proyectar perfectamente de manera consciente a nivel
mundial por una humanidad que tenga unos medios mucho más desarrollados que los
del Egipto antiguo. Una humanidad que ya ha descubierto la antítesis entre el equilibrio
económico y la organicidad, pero que por ahora trata este descubrimiento como una
curiosidad científica con la que nadie sabe qué hacer.

El fin de los sistemas «productivos»

Ya existe el potencial para cambiar. Sin embargo, no con el capitalismo. Dentro de este
sistema no puede haber soluciones ni orgánicas ni abiertas, pese a las previsiones de
Popper y su discípulo Soros. No sólo porque el sistema se ha desarrollado
definitivamente y ha alcanzado los límites del globo terráqueo, volviéndose un sistema
cerrado, sino sobre todo porque necesita acumular y por eso aborrece el equilibrio.
También si estuviéramos dispuestos a escuchar a los apasionados de las mentiras sobre la
conquista del espacio[1] para volverlo de nuevo abierto en busca de espacio vital en otros
planetas, el balance energético para abandonar la Tierra o incluso el sistema solar sólo
podría ser negativo: se requeriría más energía de la que se obtendría de cualquier recurso
que se fuera a buscar tan lejos. No es posible ninguna evasión espacial de ciencia-
ficción.

La humanidad no hará sus cálculos, como ahora, basándose en la improvisación, es


decir, no se inventará soluciones existenciales para hoy sin pensar en el mañana, ni
mucho menos se limitará al tiempo de un par de generaciones. Por ello, la primera
«necesidad» de la humanidad del mañana será la de evaluar seriamente cuál podrá ser
su futuro, tanto inmediato como lejano. Puesto que ya se ha establecido que la
existencia de todo sistema productivo tiene un límite, esta primera necesidad
fundamental será la de adecuar la existencia de la especie a un nuevo sistema que no
sea «productivo», sino que produzca según otros criterios. De ahí derivarán las nuevas
necesidades, los nuevos consumos y el nuevo modo de vivir de la humanidad en
armonía con la biosfera.

[…] El programa inmediato de la revolución contempla el final del sistema productivo y


el inicio de un sistema orgánico en el sentido biológico-cibernético (cibernética,
literalmente «arte de guiar»; en su acepción moderna: «arte de obtener resultados según
un programa»). Dado que, todavía más que en el pasado, ningún individuo ni grupo del
tipo de los ya existentes podrá ser depositario de un programa así de vasto, la
humanidad deberá dar vida a un organismo de nuevo tipo que represente su devenir y
lo anticipe por sí mismo. De ahí el motivo por el cual la Izquierda Comunista «italiana»
comenzó a hablar ya en los años 20 del partido como totalidad orgánica en un sentido
biológico-cibernético, se esforzó por realizar sus premisas y pretendió que toda la
Internacional hiciese lo mismo. Aplicar los adjetivos biológico y cibernético al partido
puede parecer una novedad algo osada, pero el concepto es clásico en el marxismo. No
nos cansaremos nunca de repetir que la continuidad consiste sobre todo en identificar
las invariantes y manejarlas según las transformaciones que se han producido ya. El
órgano de la clase no se sustrae a este mismo criterio.

La biología moderna se origina en la segunda mitad del siglo XIX y sólo recientemente
se integra con la química, y sobre todo con la física, permitiéndonos utilizarla para
reforzar el concepto de organicidad. El término cibernética tiene sus orígenes todavía
antes con Ampère, en la primera mitad del siglo XIX, y pasa de concepto a ciencia en
torno a la Segunda Guerra Mundial: cada organismo viviente nace, crece y se reproduce
según un programa registrado a nivel molecular, el cual establece cuáles deben ser las
aportaciones diferenciadas de las partes que se integran en la totalidad. Como se puede
ver, no sólo hay una correspondencia general entre la física, la cibernética y la biología,
sino que la concepción orgánica de la sociedad futura y del partido que la representa
por anticipación ―propia del comunismo y formulada con precisión sólo por la
Izquierda Comunista― coincide de forma muy consecuente con el discurso específico
que estamos haciendo a propósito de la humanidad futura.

De la producción de mercancías a las necesidades humanas

Si por tanto todo sistema productivo es disipativo y tiene límites físicos no sólo en lo
que se refiere a su crecimiento, sino también a su duración incluso sin crecimiento,
entonces ¿qué es ese sistema biológico-cibernético que caracterizará a la sociedad
futura? ¿En qué consistirán su producción-reproducción, sus necesidades, su
consumo?

En los Grundrisse Marx señala que, con el capitalismo, la ciencia se integra en los medios
de producción y representa la mayor contribución al desarrollo de las fuerzas
productivas sociales. Con este desarrollo se incrementaba también el conocimiento del
mundo físico y de sus leyes, por lo que en aquella época el proceso presentaba
características de un crecimiento exponencial. Hoy en día todos los mayores estudiosos
de los modelos económicos basados en los fenómenos de crecimiento tienen muy en
cuenta la aportación de la ciencia, pero todos están también de acuerdo en sostener que
hay una «ley de rendimientos decrecientes de la tecnología». El motivo de esta posición
unánime es bastante claro: la tecnología es impotente para resolver el problema de la
necesidad de crecimiento ligada al ciclo capitalista de producción-consumo. Podríamos
tener los mejores descubrimientos científicos, pero si las nuevas mercancías producidas
por los nuevos métodos no consiguieran crear nuevas necesidades y por tanto un
mercado específico adicional, tales descubrimientos no servirían para nada. Para que la
ciencia tenga la posibilidad de manifestar plenamente su poder de innovación, hay que
destruir el ciclo capitalista.

Así como la biología, la química y la física se están integrando en un solo conocimiento,


también así la economía política se integra, es más, se ve sustituida por la ecología,
entendida esta última en su acepción originaria, como ciencia de las relaciones entre los
seres vivos y el entorno del que hacen parte, y no como una particular «política»
ambiental. Dado que, como habíamos visto, hay un límite físico en todo tipo de
economía-producción cuantitativa, estos pasajes en el conocimiento deben conllevar
necesariamente en el tiempo también un paso consiguiente a nivel del sistema social.
Incluso, si lo entrevemos en la teoría significa que ya está en proceso en la práctica,
dado que el pensamiento por ahora se forma a partir de ella. Sea cual sea la duración
de las reservas minerales de la Tierra, habrá que pasar de la utilización de materia y
energía extraídas para su pérdida y tender hacia un ciclo en el que cada recurso derive cada
vez más de una renovación periódica de cuanto ha sido consumido. Y esto no puede
ocurrir en un «sistema de producción», sino sólo en un proceso biocibernético, es decir,
en un proceso guiado por un programa consciente de armonización entre lo viviente y
su habitat, basado en el conocimiento profundo de todos los parámetros
de reproducción biológica de gran parte de los recursos. Este proceso no debería ser
entendido en absoluto como un imposible e indeseable «retorno a la naturaleza», sino
como una máxima aplicación de la ciencia al ciclo vital de la especie. Sólo de esta forma
la humanidad podrá tener en cuenta al mismo tiempo las generaciones pasadas y el
conocimiento adquirido, las generaciones presentes y las futuras, en una auténtica vida
de la especie.

[1] En el texto original balle spaziali, expresión utilizada en la serie de artículos «La
cosiddetta conquista dello spazio» (1957 – 1967) disponible aquí [N. de T.]

Frente a la Sagrada Familia del capital, defendamos nuestra vida a través del
antagonismo social

Publicado el 20 marzo, 2020 por adbarbaria

En este artículo pretendemos afrontar las cuestiones que se desprenden del actual
estado de alarma que ha decretado el gobierno de Pedro Sánchez en España, junto a
las medidas que ha anunciado el martes 17 de marzo. Vivimos en tiempos de profunda
crisis social, una crisis sanitaria que, al mismo tiempo, se combina con una crisis
económica, de cambio climático, psicológica, política, etc. En realidad estamos ante la
crisis de un mundo que esta empezando a colapsar, que está agotando su tiempo
histórico: es el mundo del capital. Es la crisis del capital.

¿Unidad nacional? ¿En defensa de quién?

Se nos dice que la enfermedad y el contagio no conoce de clases, de ideologías, de razas,


que ataca a todos por igual y que tenemos que reaccionar juntos, con unión, con
disciplina social, como españoles, porque somos miembros de una gran nación. Todos
los partidos políticos están unidos. Más allá de las diferencias de matices por
necesidades de márketing político, sindicatos, empresarios y bancos defienden las
medidas del gobierno. Todos a una, porque estamos en el mismo barco, nuestra patria,
contra un enemigo común, el coronavirus. No nos vencerá, nos dicen. Al final de estos
meses todo volverá a la presunta normalidad de antes, a la normalidad del capital. Pedro
Sánchez repite con obsesión, cada poco tiempo, que esto es solo una crisis coyuntural.

La burguesía está asustada.

Tiene miedo.

Y tiene razones para ello.

Además actúan de modo dividido según los lugares. Hay gobiernos que de modo tardío
tomaron decisiones centralizadas, como el capital chino, y otros como Italia o España
que tardaron todavía más en reaccionar e imponer el aislamiento parcial de las
poblaciones. Están reaccionando con retraso a la difusión de la enfermedad porque lo
que les preocupa de verdad, como explicaremos más tarde, es la salud de la economía
del capital. En Francia las medidas son mucho más recientes. Ni siquiera pararon las
elecciones municipales del domingo 15 de marzo, y en el Reino Unido y Estados
Unidos parece que apuestan por una solución malthusiana, o sea, que muera quien
tenga que morir (aunque probablemente tengan que dar marcha atrás). Mientras tanto
el virus se extiende por todo el mundo, llega a América Latina y a África. El virus se
propaga a la velocidad de la circulación de las mercancías y de los capitales.
Todos hemos podido ver las contradicciones en que entra el estado de alarma del
gobierno PSOE-Podemos. Se nos dice que lo que les preocupa es la salud de la gente
y, sin embargo, millones de personas salen a trabajar cotidianamente. Y es que las
necesidades del capital son las que marcan las necesidades de la sociedad en la que
vivimos. La utilidad de las cosas viene marcada por su precio, por la rentabilidad
económica que genera para las empresas. No hay ninguna utilidad humana en fabricar
coches, pero sí una utilidad social que es la que rige en primera instancia, la del capital.
Si no se fabrican coches, disminuye el beneficio de estas empresas y se ven obligadas a
cerrar. Con eso aumenta el paro y la dificultad de los proletarios obligados a reproducir
su fuerza de trabajo y su vida.

¿Qué queremos resaltar con esto? Que vivimos en un mundo dominado por el capital
y por el valor. Y esto entra completamente en la forma en que se está afrontando la
crisis en curso. Cuando decimos que el capital es la raíz de la crisis no estamos diciendo
algo superficial. Lo que afirmamos es que la máquina impersonal que es el valor es la
que fomenta con su lógica omnívora el nacimiento de cada vez más virus, por cómo
tiende a colonizar cada vez más rincones del planeta y por cómo desarrolla la industria
cárnica intensiva. Al mismo tiempo, enfrenta la expansión de estas epidemias desde su
lógica, por lo que trata de mantener en lo posible el esqueleto de la producción y
reproducción de las actividades económicas.

¿Cuál sería una forma adecuada de preservarnos frente a este tipo de virus? Tratar de
reducir drásticamente la producción social, acabar con estas megalópolis sin límite que
son hoy las ciudades, un control de los consumos que satisfaga las necesidades humanas
básicas, el fin de la escuela como instrumento de adoctrinamiento y disciplina social, el
fin del sometimiento de las personas hacia las máquinas, la abolición de las empresas,
etc. Estamos enumerando algunas de las medidas que establece el Programa revolucionario
inmediato que desarrolló Bordiga en la reunión de Forlí de 1952, medidas a aplicar
durante el proceso revolucionario para la transición hacia el comunismo integral. Son
las que necesitaríamos aplicar como humanidad para afrontar no solo la crisis del
coronavirus, sino más en general la catástrofe cada vez más brutal a la que nos empuja
el agotamiento de la sociedad capitalista. Se trata en última instancia de medidas que
detengan la movilidad social, es decir, la movilidad de los capitales y de las mercancías.
Hace falta un plan en defensa de la especie: este plan, este programa en defensa de la
especie, así como el movimiento real que tiende a imponerlo aboliendo el estado de
cosas presente, es lo que llamamos comunismo.

El capital es incapaz de ello porque su sustancia social, aquello que le da vida, es el


trabajo abstracto, el trabajo asalariado. Esta es otra lección que podemos desprender
con seguridad de esta experiencia. Sin trabajo asalariado el funcionamiento de las empresas
quiebran, las actividades económicas colapsan, la sociedad se descompone. El capital no es sino
valor hinchado de valor, es decir, dinero que se transforma en más dinero por medio
de la explotación del trabajo abstracto, que es la sustancia social que iguala a todas las
mercancías entre sí. Esta conclusión es también muy importante porque nos ayuda a
sacar una nueva conclusión: es imperativa la abolición del trabajo asalariado, la de una
sociedad que gira en torna a actividades que, desde un punto de vista humano, carecen
de sentido, pero que son necesarias para dar vida a este zombie global e impersonal
que es a día de hoy el capital.
A partir de lo dicho podemos tener claro que el virus no es un “cisne negro”, como
defienden los estrategas del capital y sus economistas. Es decir, no es un elemento
extraño que atenta contra un sistema que gozara de buena salud. Es un virus fomentado
por la propia dinámica del capital (como otros que han venido y otros que vendrán) y
que se mueve a la velocidad de la circulación de capitales. Esto es muy importante para
entender la oposición y el antagonismo firme que tenemos que tener frente a todos los
discursos ideológicos que nos venden desde todos los gobiernos, cuando nos dicen que
estamos todos en el mismo barco.

Nunca ha sido así y nunca será así. Vivimos en una sociedad atravesada por
antagonismos sociales brutales, donde los intereses del capital y su maximización de
beneficios se enfrentan con aquellos que vendemos nuestra fuerza de trabajo para
sobrevivir, y que nos encontramos suspendidos en el aire si alguien no “compra”
nuestra fuerza de trabajo, siempre reducidos a instrumentos del engranaje capitalista,
de su máquina impersonal, cosificados en nuestras necesidades humanas. Entonces, sí,
estamos hablando del antagonismo entre proletariado y capital. Es desde este
antagonismo desde el que tenemos que defender nuestras necesidades humanas.

No se cansan de decir que se trata de una guerra y que hay que estar unidos. Es la
misma estrategia que se utiliza en todas las guerras imperialistas. Es la estrategia de
convertirnos al proletariado en carne de cañón para la defensa de sus intereses, de los
intereses del capital. En esta crisis se puede ver perfectamente lo que decía Marx: los
gobiernos no son sino «el consejo de administración del capital general». Es la función
la que determina el órgano y, en este caso, su función es permitir la respiración no de
la personas, sino del capital y sus movimientos, movimientos que están dando muestras
de una peligrosa parálisis. De ahí que estén asustados.

Como decíamos, su estrategia es convertirnos en carne de cañón, como hicieron con


nuestros hermanos proletarios en otras guerras, en nombre de la unidad nacional, de
una lucha por un bien mayor (el del capital) y de promesas de victoria frente al presunto
enemigo (en este caso el coronavirus).

En nombre de esta Sagrada Familia, de esta unidad nacional, cientos de miles de


trabajadores y trabajadoras están trabajando en call centers, en fábricas, en oficinas o
supermercados, hacinados en el transporte público, atrapados en autopistas, o en filas
de mesas y sillas, sin apenas espacio, desde donde siguen obligados a someterse y ejercer
la productividad debida al capital. Y es que ya sabemos que esta sociedad ofrece dos
alternativas: o enfermar o ser echados a la calle y volver a estar suspendidos en el aire.

Y qué decir de los CIEs, donde miles de proletarios de otros países se encuentran
hacinados por el delito de querer mejorar su vida, o de los presos en las cárceles, que
viven un confinamiento de sus vidas (y no durante unas semanas), hacinados a la espera
de que se propague el contagio.

O sea que la unidad proclamada no es sino las esposas que nos unen a unos intereses
que no son los nuestros y a un barco (el capital) que empieza a hundirse.

Por eso son tan importantes las luchas que han estallado en fábricas como Mercedes
de Vitoria, de Iveco o Renault en Valladolid o los motines como en el CIE de Aluche
en Madrid, y que suceden a otras luchas que ya habían estallado en otras fábricas
italianas. No somos carne de cañón para el capital. Este presupuesto, la defensa de nuestras
necesidades humanas, es una premisa fundamental para el futuro. Y es que el futuro que
tenemos por delante es el de una catástrofe de dimensiones cada vez más bestiales, provocada por el
agotamiento histórico del capitalismo como sistema global y total de dominio.

Algo muy diferente de lo que nos prometen los gobernantes de la izquierda del capital.
En uno de sus discursos de estos últimos días, Pedro Sánchez repite mil veces que es
solo una crisis coyuntural, es solo una crisis coyuntural, es una crisis coyuntural…
Como si repetir ayudase en algo. En realidad esta pandemia global se une a la crisis más
general del valor en la sociedad del capital (la expulsión de trabajo vivo por los procesos
de automatización y la caída general de la tasa de ganancia), a las revueltas sociales en
curso y que han protagonizado el 2019 y a las transformaciones climáticas en
marcha. Todo ello tiene un vector común, el capital y sus movimientos un antagonista natural, las
revueltas proletarias en curso; y una solución a la que se puede dirigir el curso histórico actual, el
comunismo como un plan de vida para la especie, una distribución adecuada que satisfaga las
necesidades humanas por fuera de las lógicas homicidas del capital. Vivimos tiempos
interesantes, tiempos históricos, de crisis y de catástrofe, de revueltas y pandemias. La revolución se
convierte en este horizonte en una necesidad, un instrumento necesario que vincule la defensa
inmediata de nuestras necesidades con el objetivo histórico de una comunidad humana
que satisfaga el conjunto de sus necesidades, negadas por el capital.

¿Seguridad o nihilismo?

Este tipo de virus, tan contagiosos, se combaten con aislamiento. Ya hemos explicado
que este aislamiento va en contra de la esencia del capital, de su movimiento perpetuo
e infinito de producción y circulación incesante de mercancías. El Estado pretende
realizar esa paralización parcial de la movilidad a través de sus instrumentos: el ejército,
la policía, las multas, los castigos y las amenazas. En estos días de estado de alarma
vivimos uno de los sueños del capital, el sueño de sus orígenes, que en realidad
representa el de su ocaso: la guerra de todos contra todos en el estado de naturaleza,
que nos obliga a someternos a un soberano por el vacimiento social y el miedo común,
un Leviatán securitario. El aislamiento social, la atomización de moléculas encerradas
en hogares separados unos de otros, ese vaciamiento social es colmado por el Estado,
que quiere convertirse en el corazón y los vasos sanguíneos que unifican la comunidad.
Una comunidad ficticia, sin vida propia más allá de la que le pretende conferir el Estado
con sus mecanismos de seguridad y de orden, de disciplina social y de represión.

Nosotros no estamos defendiendo frente al Estado y su orden, frente a su estado de


alarma, un nihilismo individualista donde cada cual hace lo que le viene en gana
independientemente del bien común de la comunidad. Este nihilismo no es sino la otra
cara de la moneda de la comunidad ficticia que es el Estado: átomos individuales y que
se mueven en todas las direcciones sin un sentido común, como pollos sin cabeza, y el
Estado como el único modo de construir un orden social en el que converjan esos
átomos. Por eso es una falsa dicotomía, en el capital, la que opone orden y libertad, como la que
opone democracia y totalitarismo, España a China.

La democracia es el ser social del capital. En un mundo en que los seres humanos
somos mercancías, en el que tenemos que vender nuestra fuerza de trabajo individual,
competimos unos contra otros para obtener la mayor rentabilidad de nuestra mercancía
particular frente a otras mercancías. Nuestro ser en común como proletarios, como
clase, como posible partido que nace de la defensa de nuestras necesidades inmediatas
e históricas, se desdibuja en la atomización de la competencia capitalista que además
nos reduce a ser sujetos jurídicos, ciudadanos, aislados unos de otros, que votan una
vez cada cierto tiempo, una vez más, aislados. Este es el ser social del capital, que hace
del Estado la única posibilidad de un ser en común ficticio que al mismo tiempo que nos
aisla como seres humanos, nos comunica de modo incesante y constante como mercancías. Este es
nuevamente el gran problema que tiene el capital, en su agotamiento interno, en crisis
como ésta. Nos aisla como personas y seres humanos pero nos comunica en cuanto
mercancías. El movimiento del capital es el de las personas subordinadas a los
movimientos de las cosas y de las máquinas. Aislados unos de otros solo nos
comunicamos a través de ellas, de las cosas, en su forma de mercancía. Esto es a lo que
Marx se refería cuando hablaba del fetichismo de la mercancía y del capital.

El coronavirus ha puesto sobre la mesa un debate acerca de las formas políticas de los
Estados para afrontar esta crisis, reivindicando, en algunos casos, la gestión de Estados
más centralizados como China. Para nosotros son secundarios todos estos debates que
diferencian de modo sustancial entre regímenes dictatoriales y democráticos, desde la
formalidad política, entre China y los parlamentos occidentales. Todos los regímenes
modernos son igualmente democráticos y totalitarios. Vivimos en un totalitarismo
democrático que expresa a la perfección el ser social del capital, en su esencia
individualista (como átomos aislados) y en la tendencia totalitaria a que la mercancía y
el Estado invadan toda nuestra vida. Y eso es universal. Es una lección que el
capitalismo y sus democracias aprendieron de los fascismos tras 1945, vencidos
militarmente pero victoriosos en algunas de sus lecciones con que pretendían insuflar
vida al capital en crisis.
Como dicen los compañeros de Chuang vivimos en medio de una huelga general
invertida. A diferencia de una huelga general vivimos aislados, por decisión del estado
de alarma, pero todos nos estamos haciendo muchas preguntas, preguntas importantes.
Estamos viviendo un momento catártico. ¿Por qué estamos encerrados? ¿Será durante
mucho tiempo? ¿Cómo será nuestro futuro? ¿Morirán mis seres queridos? ¿Por qué me
mandan a trabajar? ¿Qué será de mí al irme al paro? ¿En qué mundo vivimos? ¿Será
algo coyuntural? Podemos contestar a alguna de estas preguntas con contundencia,
sobre todo a la última: no, no se trata de una crisis coyuntural. El mundo del capital,
lentamente pero de modo irreversible, se derrumba, entra en un colapso que no es el
que habían vendido los ecologistas y decrecentistas. El capitalismo no desaparece en
su colapso, ni se descomplejiza, sino que en su plena catástrofe nos amenaza con la
extinción si no somos capaces de acabar con él y organizar un plan de vida para la
especie. Todas las posibilidades están dadas en este sentido. No es una utopía. Y al
mismo tiempo, estamos lejos, en las conciencias, de ese objetivo histórico, de un
horizonte de posibilidad alternativo al capitalismo. Somos materialistas y no ilustrados,
sabemos que es de las luchas de clases, que se han desarrollado en el último período y
en las que vendrán seguro en el futuro, de donde nacerá esa necesidad histórica y la
posibilidad de invertir la praxis del capital. Su praxis es homicida, homicida de los vivos
y de los muertos.

Capital ficticio y planes burgueses

La crisis del coronavirus acelera y se vincula a la crisis más general del capital. Es muy
importante entender esto de cara a las políticas fiscales y monetarias que están
implementando los diferentes gobiernos europeos para frenar la actual parálisis
económica.

La crisis provocada por el conoravirus invade el cuerpo de un paciente, el capital, que


no goza precisamente de buena salud, un enfermo crónico que ha ido empeorando su
salud en la última década. El origen de la enfermedad es una metástasis irreversible. El
destino es seguro y cierto: la muerte del capital por su agotamiento histórico, por el
agotamiento del valor y de su sustancia social, el trabajo. Los tratamientos paliativos
empleados, la multiplicación del capital ficticio, alargan la vida del enfermo pero estallan
en los momentos de crisis, como se pudo ver en la crisis del 2008 o en la actualidad en
los movimientos de las bolsas mundiales. Y que no nos llamen exagerados, más bien lo
contrario: somos simples anatomistas de la necrológica del capital. Es la OMS y muchos
biólogos quienes nos dicen, por ejemplo, que este virus no es el último ni el más
virulento que vendrá a amenazar nuestras vidas en el próximo tiempo histórico.

En este difícil contexto, las medidas aprobadas por los gobiernos no son sino paliativos
que pretenden comprar algo de tiempo al futuro, un tiempo sin embargo cada vez más
corto. Todo ello mientras se repite obsesivamente que esto es solo una crisis
coyuntural, una crisis coyuntural, una crisis coyuntural… Como repite
machaconamente Pedro Sánchez. Y bien sabemos que no es así, sino que nos
encontramos ante una crisis de oferta (como dirían de manera pedante los economistas
burgueses), es decir, una crisis debida a la dificultad de valorización del capital a la que
se le añade el parón económico de estas semanas, que acelera y amplifica dicha crisis
de oferta. Una crisis de la que no se va a salir con una simple inyección de liquidez, a
través de los bancos centrales o de políticas de gasto fiscal, porque el problema son los
beneficios que no están generando las empresas estas semanas por la parálisis de buena
parte del tejido productivo. Obviamente no estamos afirmando el derrumbe inmediato
del capital. Al capitalismo, en su ocaso, le queda aún mucho fuelle. Lo que afirmamos
es que estamos entrando en una nueva época, la del agotamiento del capital como
relación social, una época marcada cada vez más por las revueltas de nuestra clase y la
crisis del capital.

Volviendo a las medidas del gobierno de Pedro Sánchez, en realidad no son tan
ambiciosas como han presentado. 200.000 mil millones de euros, de los cuales 117.000
públicos y 83.000 privados. De los recursos públicos, en realidad, no se trata de dinero
que invierte directamente el Estado, sino que éste se presentará como un mero avalista
en caso de que no se cobren los créditos de las empresas privadas, con lo que se
pretende evitar su bancarrota. Y ese es el secreto del plan. En buena medida, se
pretende movilizar el crédito para financiar este tiempo de parálisis de la actividad
económica privada. Al proletariado se le promete una moratoria del pago de las
hipotecas y de los recibos para los sectores más vulnerables (en cualquier caso habrá
que seguir pagándolos) y, sobre todo, se facilita de un modo masivo el despido de los
trabajadores a través del uso de los ERTEs, aunque las empresas tengan ingentes
beneficios. En eso ha quedado el reformismo de Podemos, en dedicarse a jalear como
una conquista obrera que millones de trabajadores vayan al paro (con el beneplácito,
como no podía ser menos, de sindicatos, patronal y bancos) y que vean reducidos de
modo sensible sus ingresos.

Y de eso estamos hablando. De un ataque a las condiciones de vida del proletariado.


De eso habla Pedro Sánchez cuando reafirma la importancia de la disciplina social. Ese
será el contenido de este plan y de todos los «planes extra sociales» que nos prometen,
hablando de un quimérico Plan Marshall o de una reconstrucción europea como la de
la postguerra. El tiempo no es reversible, el futuro del capitalismo tiende a la catástrofe.
Cuando hayamos superado el virus, como nos prometen, nada volverá a ser como
antes. O mejor dicho, seguirá siéndolo, continuará la misma catástrofe capitalista pero
de modo creciente y más en crisis. Las estrategias actuales de securización serán
aprovechadas por la burguesía, y es que saben que el futuro inmediato en todo el
mundo será de revueltas sociales y urbanas por doquier, como ya anticipa el 2019.
Muchos de los despidos serán permanentes. La precariedad de los trabajos se
profundizará. Los recortes sociales tratarán de financiar los incrementos de la deuda
pública y privada.

El futuro nos depara una polarización social cada vez más aguda. Se dibujan dos
bloques sociales antagónicos que representan dos modos de producción y de vida
opuestos: capitalismo y comunismo. A los comunistas nos corresponde defender
teórica y prácticamente la perspectiva comunista de abolición de la mercancía y el valor,
de los Estados y de las clases, posibilidad que anida con fuerza en la crisis irreversible
del capital. La polarización social creciente creará el terreno fértil del que podrá nacer
la posibilidad de ese plan para la especie que satisfaga nuestras necesidades humanas y
no las de la valorización del capital.
La autoabolición del proletariado como el fin del mundo capitalista (o porqué la
revuelta actual no se transforma en revolución)

«La explotación, necesaria para sostener la economía, con la instauración generalizada del capitalismo

ha conseguido sobreponerse históricamente a los embates del proletariado,

pues nunca se han puesto en entredicho sus componentes centrales. […]

Si tan sólo fuese cuestión de explicar muy pedagógicamente los hechos, pasado mañana el viejo mundo

habría quedado atrás, pero no es así, lxs explotadxs se sienten cómodxs con sus cadenas porque

están entrampadxs en las relaciones sociales mercantiles que ocultan su explotación bajo el velo de

la conciliación democrática o la resignación nihilista, dos polos del mismo centro ideológico.»

-Anarquía & Comunismo N° 11. Santiago de Chile. Invierno 2018

«Pero a la vez, el proletariado sólo existe cuando toma conciencia de su condición

y lucha por su liberación, esto es, su autoabolición,

a través del ataque a las relaciones sociales e instituciones que lo mantienen dominado

y de la afirmación de sus intereses verdaderamente humanos,

no definidos ni mediados por las necesidades mercantiles.»

-Ya No Hay Vuelta Atrás N° 2. Santiago de Chile. Febrero 2020

La contradicción fundamental de la revuelta proletaria actual


En todo el mundo estalla la revuelta, pero en todo el mundo falta la revolución. ¿Por
qué? A continuación, una respuesta tentativa pero contundente.

La razón coyuntural es porque esta sociedad de clases recién está saliendo de un


periodo histórico contrarrevolucionario (aproximadamente desde la década de 1980) y
entrando a un periodo histórico de ascenso e intensificación de la lucha del proletariado
mundial contra el Capital-Estado mundial (2008-2013 y 2019-202?). Lo cual, a su vez,
recién está empezando a alterar la correlación de fuerzas y las condiciones para una
posible situación revolucionaria, en vista de que la revuelta proletaria ha hecho temblar
a la burguesía y sus gobiernos, pero todavía no los ha derrotado ni enviado al basurero
de la historia. Como dicen los compañeros del grupo Barbaria, este es un «periodo
bisagra» que hay verlo no como una fotografía sino como una película que contiene
flujos (revueltas), reflujos (vueltas a la normalidad), nuevos flujos y un final abierto. Un
periodo histórico que transita entre la contrarrevolución y una posible situación
revolucionaria a nivel mundial; para la cual, sin embargo, todavía falta mucho.

La razón estructural o de fondo es porque el proletariado todavía no es una clase


revolucionaria, a pesar de que hoy en día la crisis capitalista sea más generalizada y grave
que nunca antes, y de que la actual oleada mundial de revueltas de los explotados y
oprimidos sea un embrión y un jalón hacia delante de la revolución social o, al menos,
de su necesidad y su posibilidad. Con mayor o menor grado de autonomía organizativa
y de violencia callejera, la clase proletaria hoy en día está luchando contra el orden
capitalista en casi todas partes, pero eso no es suficiente: en última instancia, el
proletariado es revolucionario o no es nada, y sólo es revolucionario cuando lucha, no
por “una vida digna y justa” como clase trabajadora, sino por dejar de serlo. Sí, el
proletariado sólo es revolucionario cuando lucha por dejar de ser proletariado, esto es
cuando lucha por su autoabolición. De lo cual hay ciertos síntomas y elementos en
algunas luchas actuales (ej. luchas no por más trabajo y más Estado sino por otra vida,
aunque parezcan luchas “suicidas”), pero todavía falta mucho para ello, porque en su
mayoría los proletarios se siguen reproduciendo como clase del trabajo y, por tanto,
como clase del Capital, y siguen interlocutando con el Estado sus demandas de tal
reproducción. Hoy por hoy, entonces, la clase trabajadora mundial fluye y refluye entre
ser clase explotada y ser clase revolucionaria. Esta es la contradicción fundamental
todavía irresuelta de la revuelta proletaria en la actualidad y, por lo tanto, la razón
principal por la cual no se transforma en revolución social.

Esto pasa a su vez porque, en esta época de subsunción (integración y subordinación)


real y total del trabajo y la vida en el Capital, éste y el proletariado se implican
recíprocamente –como dicen los compañeros de Endnotes–, se reproducen
mutuamente “24/7”, unas veces se identifican y otras veces se enfrentan directamente.
Relación de clase en la que, por supuesto, el polo social proletario es el que sufre toda
esta alienación humana como clase explotada y oprimida y, por lo tanto, de vez en
cuando se rebela contra tal condición. A lo cual, el Capital-Estado responde con
represión y, sobre todo, con cooptación o recuperación de las luchas proletarias dentro
de sus lógicas, mecanismos, instituciones, ideologías y discursos. Porque si no lo hace,
comprometería seriamente su propia existencia. Así pues, desde el punto de vista de la
dialéctica materialista y revolucionaria, en el actual ciclo histórico de lucha de clases la
abolición del Capital implica necesariamente la abolición del proletariado y viceversa.
Sí, porque al fin y al cabo no se trata de enorgullecerse de ser proletario y luchar por
una “sociedad proletaria” y menos aún por un “Estado proletario”. No se puede
destruir la alienación con medios alienados, es decir con las propias armas del sistema
(como creen los partidarios del “periodo de transición”, es decir del capitalismo de
Estado llamado “socialismo”, sea por la “vía” que sea), ya que eso es “darle más poder
al Poder”. Por el contrario, se trata de asumir el hecho de ser proletario como una
condición social e históricamente impuesta, como la esclavitud moderna de la cual hay
que liberarse colectiva y radicalmente. Se trata de dejar de ser clase explotada y oprimida
de una vez por todas, suprimiendo las condiciones que hacen posible la existencia de
las clases sociales. Dado que el proletariado condensa en sí todas las formas de
explotación y de opresión, al mismo tiempo que todas las formas de resistencia y de
alternativa radical, una vez abolido el proletariado, quedarían abolidos entonces el
Capital, el Estado y toda forma de explotación y de opresión (sexo/género, “raza”,
nacionalidad, etc.). Eso es la revolución social. Y sin duda esta no será un
acontecimiento mágico que ocurra de la noche a la mañana de manera pura o perfecta,
sino un proceso histórico y contradictorio que sin embargo tendrá ese fundamento y
esa constante o no será.

Pero por el momento eso no es lo que está ocurriendo porque, a pesar de estar en
revuelta en muchos países, el proletariado en su mayoría sigue luchando por reproducir
su “vida” como clase trabajadora y no por acabar con su esclavitud asalariada y
ciudadanizada. (Digo en su mayoría, porque también existen minorías proletarias que
agitan contra el trabajo, la sociedad de clases y el Estado, pero que, por desgracia, no
tienen mayor incidencia social.)
Y no lo hace sólo por alienación ideológica o “falta de consciencia de clase”, sino por
necesidad material de sobrevivencia: vender su fuerza de trabajo en las actuales
condiciones precarias y al precio que sea para poder cubrir sus necesidades básicas,
tratar de valorizar su mercancía-fuerza de trabajo en el mercado laboral tanto formal
como informal (o en el mercado de bienes y servicios, en caso de autogestión y
trueque), bregar por subsumir aún más su miserable vida al Capital, reproducir y
padecer sus relaciones sociales y sus formas de vida. La relación capitalista de clase está
en crisis, pero sigue en pie. La clase trabajadora hoy en día es más precaria y sufriente
que nunca antes, pero sigue siendo clase trabajadora.

Si bien el Capital ya no puede mantener a tanta población sobrante o excedente que su


mismo desarrollo histórico ha producido en todo el mundo, sino que más bien se
deshace de ella mediante guerras, pandemias, hambrunas, etc., así como también tiende
a generar nuevos conflictos de clases, principalmente por parte de los trabajadores/as
contra el aumento de la explotación y la pauperización o las llamadas “medidas de
austeridad” de los gobiernos de derecha y de izquierda por igual; al mismo tiempo, la
contrarrevolución capitalista aún no ha sido derrotada por el proletariado en el terreno
económico-social y cotidiano y, por lo tanto, tampoco en el terreno político y
organizativo, por más ilusiones ideológicas que se hagan los diferentes izquierdistas al
respecto.

Por ejemplo actualmente en Chile, país en el que, por un lado, a pesar de las ollas
comunitarias y de otras prácticas solidarias entre proletarios/as, la revuelta no da de
comer, o no por mucho tiempo. La mayoría de la gente tiene que trabajar (formal e
informalmente) para poder comer, pagar arriendo, educación, salud, servicios básicos,
teléfono e internet, etc.; es decir, tiene que reproducir las relaciones de producción,
circulación y consumo capitalistas. Y por otro lado, a pesar de la existencia de asambleas
territoriales autónomas, la demanda mayoritaria de éstas es la “asamblea constituyente”;
es decir que, en lugar de tomar el poder sobre su propia vida para cambiarla de raíz y
en todos los aspectos, la mayoría de nuestra clase se lo delegará nuevamente al Estado
democrático-burgués. Pero sobre todo, porque en su mayoría los/as proletarios/as
siguen reproduciendo las relaciones capitalistas de alienación, opresión, explotación,
competencia y atomización entre ellos/as mismos/as, incluso dentro de las asambleas,
las barricadas y las recuperaciones territoriales. Y eso que la de Chile es la revuelta social
más avanzada a nivel internacional en estos momentos, pero no por eso es “la
revolución que comienza”, como dicen los compañeros del blog «Vamos hacia la vida»,
sino más bien una revuelta que está siendo derrotada por sus propios límites y
obstáculos, por más autonomía organizativa y violencia callejera que aún se manifieste
en ella. Como dicen los compañeros del Círculo de Comunistas Esotéricos: «La
revolución se postergó, pero se instaló larvariamente la posibilidad de que se asome.
Es necesario seguir alimentando sus posibilidades como se riegan las plantas, como se
amamanta a un recién nacido, como se construyen los lazos afectivos: constantemente,
cotidianamente. La batalla en estos momentos se perdió, pero sólo parcialmente. Hay
avances que son necesarios de mantener. Así como retrocesos que hay que evaluar.» Y
como dice otro compañero de allá, del blog «Antiforma», parafraseando a Vaneigem:
«los que hablan de revolución y de lucha de clase sin referirse a la destrucción del tejido
social y biopsíquico que podría sustentar un cambio decisivo, hablan con un cadáver
en la boca.» Sin embargo, pase lo que pase en los próximos meses en ese país (en
especial, después del plebiscito anunciado para abril del 2020 pero temporalmente
suspendido por el coronavirus), será un hito en la transición –o no– de un periodo
histórico contrarrevolucionario a un periodo histórico posiblemente revolucionario a
nivel mundial, que sin duda nos deja múltiples y valiosas lecciones a los revolucionarios
de todas partes.

Por tales hechos es que, en esta época y en todo el mundo, el proletariado oscila entre
ser clase explotada y oprimida por el Capital-Estado y ser clase revolucionaria o
autoabolicionista. Fluctúa entre lo uno y lo otro, con o sin consciencia de que lo está
haciendo y de lo que puede hacer. Esta es –vale recalcarlo– la ambigüedad, paradoja o
contradicción fundamental todavía irresuelta de la revuelta proletaria en la actualidad
y, por lo tanto, la razón principal por la cual no se transforma en revolución social.

Sí, la revuelta no es revolución. La intermitente reemergencia del proletariado mundial,


y sus acciones autónomas y violentas contra las fuerzas represivas (de lo que también
se hace espectáculo e ilusión, ej. la romantización de “la primera línea”), no son
revolución. Pero “el Estado socialista de transición” y “la autogestión obrera desde
abajo” tampoco son revolución (nunca lo fueron). La clave de la revolución social es
la autoabolición del proletariado, que va de la mano con la abolición del valor, porque
estas son las raíces o los cimientos del capitalismo, entendido como la dictadura social
del valor valorizándose a costa de la humanidad proletarizada y la naturaleza.

La autoalienación y autodestrucción del proletariado como clase del Capital

De lo contrario, cuando no lucha contra las condiciones y las relaciones de clase


capitalistas, cuando no lucha por producir de manera autónoma y consciente las
condiciones y las armas (prácticas y teóricas) de su propia liberación, el proletariado es
una clase del Capital y para el Capital, porque él es quien lo produce y lo reproduce a
diario y en todo sentido, tanto objetiva o materialmente como subjetiva o
espiritualmente. No sólo produciendo y reproduciendo valor y plusvalor económico,
sino también valor y plusvalor cultural, ideológico y psicológico -esto es, produciendo
y reproduciendo alienación humana en todas sus formas y niveles, sobre la base de la
alienación fundamental y transversal de la sociedad capitalista: el fetichismo de la
mercancía, es decir la cosificación, mercantilización y valorización monetaria de las
relaciones humanas-. No sólo mediante la esclavitud asalariada y la servidumbre
voluntaria -esto es, siendo ciudadanía disciplinada por el trabajo/consumo y
fragmentada en miles de identidades particulares-; sino, sobre todo, cuando los
proletarios no se reconocen o asumen a sí mismos y entre sí como tales, cuando se
desconocen, se aíslan, no se solidarizan ni apoyan mutuamente, compiten, se engañan,
se delatan, se estafan, se explotan, se dominan, se violentan de todas las formas posibles
y hasta se matan entre sí mismos (de todo lo cual, sin duda la peor parte se la llevan las
mujeres, los niños, los homosexuales, los negros y los indios).

En suma, el problema es la reproducción de las relaciones sociales y de poder


capitalistas en la vida cotidiana, principalmente al interior del propio proletariado; es
decir, no sólo por cómo los proletarios y proletarias se relacionan con la clase
explotadora y dominante, sino principalmente por cómo se relacionan entre los mismos
oprimidos y oprimidas para reproducirse como tales, siendo, como lo son, la mayoría
de la sociedad. Y es que, durante la mayor parte del tiempo histórico (existen las
excepciones: revueltas y revoluciones) y en todas partes del mundo, el proletariado se
la pasa autoalienándose y autodestruyéndose humanamente en beneficio del Capital
(del fetichismo de la mercancía, del valor, del dios dinero para el cual trabaja) y de todas
las formas de explotación/opresión subsumidas dentro de su modo de producción y
reproducción social (patriarcado, racismo, nacionalismo, etc.), en lugar de dirigir todo
el aspecto subversivo de su miseria, su rabia y su violencia contra él; y, sobre todo, en
lugar de luchar por reapropiarse de sus propias vidas y vivirlas en comunidad y libertad
reales.

Ahora bien, como diría Marx, una sociedad no desaparece nunca antes de que sean
desarrolladas todas sus fuerzas productivas y sus formas de vida (y de muerte), y nunca
antes de que en su seno existan ya las condiciones materiales de nuevas y superiores
relaciones sociales. Por lo tanto, la sociedad burguesa no desaparecerá sino hasta que
el proletariado ya no pueda ni quiera vivir más bajo el modo de producción y de vida
capitalista, y entonces comience a producir por sí mismo, por necesidad y deseo,
relaciones sociales y formas de vida comunistas y anárquicas, que sólo podrán
desarrollarse libre y plenamente mediante la revolución social, al calor del antagonismo
de clases y la reproducción de la vida cotidiana. En las luchas sociales reales y las
prácticas cotidianas donde los/as proletarios/as hacen esto, ahí se encuentra el germen
de la revolución, del comunismo y la anarquía.

Como bien lo explican Endnotes y otros compañeros como Kurz, las revoluciones del
siglo XIX y del siglo XX, pese a sus elementos y tendencias de carácter comunista y
anárquico (ej. rechazo del trabajo y del Estado, del intercambio mercantil y la
democracia), no dinamitaron las raíces y categorías fundamentales del capitalismo, sino
que más bien las desarrollaron, modernizaron y generalizaron en todo el orbe desde la
oposición, no sólo por la (re)acción contrarrevolucionaria de la burguesía mundial, sino
gracias al mismo movimiento obrero-sindical, campesino y popular y a sus vanguardias
izquierdistas que tomaron el poder estatal burgués o, en su defecto, que lograron que
éste les conceda reformas económicas, políticas y sociales en clave asistencialista,
desarrollista y nacionalista. De más está decir aquí, pero por si acaso, que lo que existió
en Rusia, China, Yugoslavia, Cuba, etc. no fue comunismo sino capitalismo de Estado
con otros administradores y otros membretes. Por su parte, las experiencias anarquistas
y autonomistas de autogestión (desde Barcelona en 1936 hasta Chiapas y Rojava hoy
en el siglo XXI) tampoco lograron romper y superar la dictadura social e impersonal
del valor, el dinero, la mercancía y el trabajo, es decir el capitalismo. En síntesis, todas
las revoluciones anteriores fracasaron en realizar el objetivo fundamental de la
revolución comunista: la abolición de la sociedad de clases, empezando por el propio
proletariado, que es el principal productor y producto de las relaciones sociales
capitalistas.

Hoy sabemos que, pese a tales elementos y tendencias revolucionarias, no fueron


causas ideológico-políticas –léase programa y partido– y militares –léase armas y uso
de la violencia– sino causas materiales e históricas bien precisas –a saber: transición de
la subsunción formal a la subsunción real del trabajo en el Capital, auge y crisis del
movimiento obrero como opositor/desarrollador del capitalismo, nuevos ciclos de
crisis/reestructuraciones y de luchas de clases–, las que determinaron que el
comunismo no se haya realizado en épocas pasadas y que no haya sido realmente
posible sino hasta hoy o de hoy en adelante realizarlo. Y esto no es “darle la razón a la
teoría leninista y etapista del desarrollo capitalista y estatal de las fuerzas productivas”,
como dice un compañero del GCI. Es «aplicar el materialismo histórico al mismo
materialismo histórico», como decía Korsch; en este caso, a la concepción materialista
histórica de la revolución comunista. Además que en la perspectiva comunizadora
también se critica abiertamente al leninismo como una fuerza contrarrevolucionaria, y
se comprende al comunismo como un movimiento real histórico-mundial que, debido
a las causas ya mencionadas, todavía no se ha podido transformar en nueva sociedad.

Entonces, ¿por qué es posible –mas no inevitable– que el actual ciclo histórico e
internacional de crisis/reestructuración capitalista y de lucha de clases esté empujando
al proletariado a la revolución comunista mundial, en la misma medida en que lo está
empujando a la extinción? Porque el progreso tecnológico de las empresas
transnacionales, a fin de competir y obtener más ganancias y poder, lo ha convertido
en su mayoría en una población superflua o sobrante (proletariado excedentario) a la
que se le hace cada vez más y más difícil garantizar bajo este sistema, no sólo la
producción de mercancías y de plusvalía, sino la reproducción de su propia vida en
todos los aspectos. La contradicción tarde o temprano mortal del capitalismo es que
desvalorice casi por completo a su principal fuente de valor y de riqueza: la fuerza de
trabajo colectiva, la clase trabajadora. El hecho de que hoy en día exista tanta tecnología
(como para reducir el trabajo humano al mínimo necesario) y tantos alimentos (como
para dar de comer a más de la población mundial actualmente existente), pero que al
mismo tiempo no exista tanto trabajo ni dinero ni estabilidad ni vivienda ni ambiente
libre de contaminación ni salud ni nada para la mayoría de la población, genera malestar
y protesta social. En la cual, el proletariado tan precarizado de hoy en día ha luchado
no sólo por trabajo y por otro tipo de gobierno, o no sólo por más dinero, más cosas
y mejores servicios, sino también contra el trabajo y contra el Estado-Capital, con o sin
consciencia que lo ha hecho. Produciendo comunidades de lucha y de vida donde no
media la competencia, el dinero ni la autoridad, es decir donde se crean y se
experimentan nuevas relaciones sociales que subvierten las relaciones sociales
capitalistas –otro mundo adentro y en contra de las entrañas de este mundo–, pero que
duran lo mismo que duran tales luchas… como todo en estos tiempos “líquidos” y
“difusos”.

No es coincidencia, pues, que esta época de crisis y revueltas sea, al mismo tiempo, la
época del ejército laboral de reserva o de los trabajadores desempleados, subempleados
y empobrecidos, compuesto en un considerable porcentaje por jóvenes con educación
superior y acceso a internet y “redes sociales”, y con experiencia en rebeliones masivas
e incluso en insurrecciones y “comunas”. Pero hasta ahí no más, porque la revuelta no
es revolución. El capitalismo sigue en pie. Y esto, a su vez, porque el proletariado es la
contradicción viviente que hoy fluctúa entre la autoalienación/autodestrucción y la
autoemancipación/autoabolición a través de sus revueltas y vueltas a la normalidad.

La revolución es la resolución positiva de esta contradicción en movimiento: la


revolución es la autosupresión/autosuperación radical del proletariado y, por tanto, del
Capital, no por ideología sino por necesidad vital concreta, es decir cuando el
proletariado sienta y asuma en la práctica social la necesidad de producir el comunismo
y la anarquía para vivir, ni más ni menos. Mientras tanto, el capitalismo, con la
plasticidad que siempre lo ha caracterizado, seguirá reciclando dialécticamente a su
favor los combates y asaltos del proletariado. Y sus organizaciones de izquierdas
seguirán reproduciendo al Capital y al Estado, aunque piensen y digan lo contrario (ver
más abajo).

Todo esto -y no “la falta de partido” ni “la falta de programa”- es lo que explica material
e históricamente porqué el proletariado, a pesar de ser numéricamente la mayoría social,
todavía no ha destruido de una vez por todas este sistema de alienación, explotación,
miseria y muerte que es dominado por la burguesía, la cual numéricamente es la minoría
social. Esta es la respuesta a la pregunta que muchos proletarios nos hemos hecho
alguna vez o nos hacemos a menudo, sobre todo en esta época de subsunción real y
total de la humanidad en el Capital.

Sí, el problema no es sólo la “perversa” burguesía y el “maldito” sistema capitalista,


sino que, por subsunción, el mismo proletariado ES el sistema capitalista: seamos
realistas y honestos, nuestra clase no es, ni hay que verla como, “víctima”, “santa” ni
“heroína” en esta historia: la mayoría del tiempo y por doquier se la pasa
autoalienándose y autodestruyéndose humanamente, reproduciendo las relaciones de
explotación y opresión capitalistas. Pero también, en tanto clase explotada y oprimida,
el proletariado ha sido y puede ser clase revolucionaria, no necesariamente sino
potencialmente, dependiendo de lo que haga o no en la lucha de clases para negar y
suprimir su propia condición actual, para transformar las relaciones sociales capitalistas
en relaciones sociales comunistas.

Porque es humanamente comprensible y reivindicable que nuestra clase se harte y


ataque tal condición subhumana de cosa-mercancía explotable y desechable. Porque,
dialécticamente hablando, en su autoalienación late la posibilidad de su autoabolición,
dado que la desalienación recorre el mismo camino que la alienación (desde la
alienación económica hasta la alienación religiosa e ideológica). Su autoabolición,
entonces, implica necesariamente su autoliberación («la emancipación de los
trabajadores será obra de los propios trabajadores» o no será), y su autoliberación
implica necesariamente su autocrítica radical como clase. Porque la autocrítica le
permite aprender las lecciones de sus derrotas para presentes y futuras batallas; es decir,
porque la autocrítica es parte clave de la autoliberación, así como la «revolución en la
revolución» lo es de la revolución. Y sobre todo porque, como bien decía Camatte, «en
la actualidad, o el proletariado prefigura la sociedad comunista y realiza la teoría
[revolucionaría], o bien sigue siendo lo que la sociedad ya es.»

Lo cual incluye e interpela principalmente a sus organizaciones, partidos, movimientos,


colectivos, grupúsculos, sectas o «rackets» de izquierdas (marxistas-leninistas y
postmodernas) y de ultraizquierdas (comunistas radicales y anarquistas), porque estos
también reproducen las relaciones, lógicas, dinámicas, prácticas y comportamientos
capitalistas. Principalmente, mediante su multiforme competencia política y de egos
por ser la vanguardia autoproclamada que tome el poder del Estado “cuando llegue el
momento histórico”, para unos, o que autogestione “desde abajo y a la izquierda” el
Capital para “todes” en la vida diaria, para “otres”. Da igual, porque todas estas diversas
organizaciones izquierdistas son, debido a sus prácticas y sus relaciones, una pieza de
engranaje más de esta sociedad mercantil generalizada de la atomización, la
competencia, el espectáculo y la ideología (entendiendo por ideología la conciencia
deformada de la realidad que, como tal factor real, a su vez ejerce una real acción
deformante, en palabras de Debord). Productos y agentes del mercado ideológico-
político e identitario, estas organizaciones izquierdistas son el espectáculo caricaturesco
y miserable de la lucha por la revolución... ad náuseam. Son capitalismo con apariencia
“anticapitalista”.

Sobre todo en momentos de post-revuelta o de vuelta a la normalidad, como por


ejemplo las organizaciones de izquierdas en Ecuador después de la revuelta de octubre
del 2019 (en la cual participamos espontáneamente miles de proletarios «sin partido»),
o como también ocurrió en Brasil después de la revuelta de junio del 2013… y en
general en todo el mundo, antes y después de la actual oleada de revueltas.

Aun así, el problema no es sólo la izquierda del Capital o reformista y sus múltiples
divisiones y competencias. El problema tampoco es la ideología ni la organización per
se. El problema es cómo el mismo proletariado y sus minorías revolucionarias
reproducen el capitalismo en la vida diaria, en la práctica, por más que su ideología y
su discurso digan lo contrario.

La autoabolición del proletariado como la clave de la revolución comunista y el


comunismo como movimiento real y contradictorio

Sin embargo, la única manera de combatir, destruir y superar realmente toda esta
mierda es la lucha autónoma y revolucionaria de la humanidad proletarizada, incluidas
sus minorías radicales. Así como también las formas cotidianas y anónimas de
resistencia y solidaridad entre los oprimidos o los nadies «sin partido». Sí, en la misma
contradicción dialéctica se halla la posibilidad de revolución, entendida como negación
y superación de la negación. Esta contradicción existe realmente y ES el proletariado:
clase explotada y clase revolucionaria. Porque la misma energía vital con la que
reproduce este sistema de muerte, puede usarla para combatirlo, destruirlo y superarlo.
Empezando por cuestionarse, revolucionarse y abolirse a sí mismo y por ende a las
demás clases sociales, a fin de reapropiarse de su propia vida humana, al calor y sólo al
calor de la lucha de clases. Asumiendo en la práctica que la lucha contra el Capital
implica necesariamente la lucha contra su propia condición de clase. Lo cual puede
sonar “suicida” pero, por el contrario, es liberador de las cadenas de la esclavitud
asalariada y de toda opresión y alienación. Porque, como dice el compañero Federico
Corriente, «hoy en día no hay más horizonte que el de la reproducción catastrófica del
Capital y el ineluctable e incierto “salto al vacío” imprescindible para ponerle fin, que
pasará por el asalto del proletariado contra las condiciones de su propia reproducción.»

De hecho, el único poder que les debería interesar a los proletarios -porque lo poseen,
al menos en potencia- es el poder para autosuprimirse como tal y así suprimir la relación
capitalista y estatal de clases. Como decían los compañeros de Les Amis du Potlatch,
«la revolución será proletaria por quienes la realicen y antiproletaria por su contenido.»
En eso consiste realmente la dialéctica materialista, histórica y revolucionaria, ni más ni
menos: en asumir que el proletariado y la lucha de clases son parte fundamental o
sustancial del Capital, a fin de luchar por dejar de serlo y así –y sólo así– dejar abolidas
las clases y tal “dialéctica sistemática” misma. Esto y no otra cosa es la revolución
proletaria, la revolución comunista. Claro que asumirlo y hacerlo (lo concreto) es millón
veces más complicado que entenderlo y decirlo (lo abstracto). Y, a pesar de las revueltas
proletarias actuales, todavía falta mucho para ello, por las razones expuestas en la
primera parte de este trabajo.

De modo que aún tendrán que pasar muchas crisis, luchas, revueltas, insurrecciones,
guerras civiles, pandemias, tragedias, contrarrevoluciones y derrotas para que el
proletariado por fin logre –o no– asumir la necesidad humana e histórica de la
revolución, tomar conciencia de su poder revolucionario, actuar como sujeto
revolucionario y hacer la revolución social, cuya clave -vale insistir- es la autoabolición
del proletariado (la burguesía ya no tendrá a quién explotar y oprimir), lo que es
consustancial a la abolición del valor (las relaciones humanas volverán a ser humanas,
pues ya no estarán mediadas por cosas-mercancías ni dinero), y a la transformación de
las relaciones capitalistas y autoritarias en relaciones comunistas y anárquicas en todos
los aspectos. No por ideología política alguna, sino porque será una cuestión material
de vida o muerte, dada la catástrofe capitalista actual que, a futuro, será cada vez peor.
Todo esto, en un tiempo cada vez más acelerado y violento.

Si: abolir el proletariado para abolir el capitalismo ha de ser –en realidad, siempre ha
sido– el objetivo y la medida principal de la revolución comunista o comunizadora, en
la práctica y, por lo tanto, en la teoría y la estrategia revolucionarias.

¿Y mientras tanto? Y mientras tanto, lo dicho: la lucha autónoma y revolucionaria de


la humanidad proletarizada, el antagonismo y la solidaridad de clase tanto en la
cotidianeidad contrarrevolucionaria (o en la lucha de clases no revolucionaria) como
en las revueltas e insurrecciones (o en la lucha de clases revolucionaria), y sobre todo
la creación y el desarrollo de nuevas relaciones sociales y formas de vida que rompan y
superen las relaciones capitalistas. Porque no sólo se trata de reapropiarse y tener claro
el programa histórico e invariante de la revolución comunista, y de luchar por imponer
tal programa al enemigo de clase mediante un poder revolucionario. No sólo se trata
de luchar por y hacer la revolución, se trata de SER la revolución. Como bien dicen los
compañeros del Comité Invisible, «la cuestión no es sólo la lucha por el comunismo,
sino el comunismo que se vive en la misma lucha.» Por lo tanto, el único “mientras
tanto” o la única “transición” al comunismo es el mismo comunismo, entendido como
movimiento social real e histórico que lucha por destruir la sociedad capitalista para
transformarse en nueva sociedad sin clases ni Estados.

Sí, porque el comunismo no es la utopía o el ideal a implantarse en un futuro incierto


y postergado ad infinitum. Como decía Marx, «el comunismo es el movimiento real
que anula y supera el estado de cosas actual», cuyas premisas materiales ya existen y que
sólo se puede realizar en el plano histórico-mundial, porque el capitalismo es un sistema
histórico-mundial. Es el movimiento real del proletariado harto de serlo que destruye
y supera el mundo capitalista, no por ideología sino por necesidad material y por
libertad (libertad entendida como consciencia actuante de la necesidad. Por cierto,
como también decía Marx, una conciencia comunista en masa sólo puede producirse
mediante la participación en una revolución o transformación comunista en masa de
las condiciones materiales y espirituales de existencia.).

Este movimiento ha reemergido en la última década y de nuevo es «un fantasma (que)


recorre el mundo» y que asusta a la burguesía mundial. El comunismo es “un muerto
que no para de nacer”. Es un movimiento real, vivo, que amenaza las bases mismas del
sistema capitalista, pero que todavía no le da muerte y lo sepulta, debido a sus propios
límites y contradicciones internos (ver más abajo).

Pero el comunismo no es un conjunto de medidas que se aplicarán después de la toma


del poder, como creen los leninistas. Es un movimiento que existe desde ahora, pero
no como un modo de producción (no puede haber un islote comunista dentro de la
sociedad capitalista, como creen los autogestionistas), sino como una tendencia a la
comunidad y la solidaridad irrealizables en esta sociedad, cuya clave precisamente son
las prácticas de solidaridad y de comunidad entre los proletarios mientras luchan por
sus propias vidas contra el sistema capitalista hasta poder abolirlo y superarlo, sabiendo
o no que lo están haciendo. Sobre todo en situaciones de crisis y extrema necesidad:
«In extrema necessitate, omnia sunt communia»: «en extrema necesidad, todo es de
todos».
El comunismo no es un ideal o un programa a realizar; existe desde ahora, no como
sociedad ya establecida, sino como germen, tarea, esfuerzo y tensión para preparar la
nueva sociedad. Como dice Dauvé, «el comunismo es el movimiento que tiende a abolir
las condiciones de existencia determinadas por el trabajo asalariado, y las deja abolidas
efectivamente por la revolución.» Metafóricamente hablando, el comunismo es el feto
y la revolución es el parto del mundo nuevo. Esto es la comunización.

Cuando es real, el movimiento revolucionario no es puro y perfecto sino impuro,


imperfecto, limitado y contradictorio. Por lo cual, lo que en realidad lo hace
revolucionario es asumir, sostener y tensionar esa contradicción interna para erradicarla
y superarla; concretamente, erradicar y superar la reproducción de las relaciones
capitalistas en su seno y con el resto de la sociedad. En otras palabras, el movimiento
revolucionario o la comunidad de lucha revolucionaria real del proletariado es la
contradicción viviente y, al mismo tiempo, la «tensión» (en el sentido que le da el
compañero Bonanno) consciente, voluntaria y apasionada por suprimir y superar tal
contradicción impuesta; esto es, por crear situaciones, relaciones y subjetividades
revolucionarias –comunitarias y libertarias– que logren enfrentar, golpear, debilitar,
agrietar, destruir y superar el capitalismo en la vida concreta de los individuos
concretos, en tanto que constituye otra forma de ser y estar en el mundo.

Un paso adelante de este movimiento proletario real y anónimo vale más que una
decena de programas y de «rackets» o grupúsculos de izquierda y ultraizquierda.

Sólo entonces la comunidad de lucha real prefigura o anticipa la comunidad humana


real. Sólo entonces existe coherencia entre fines y medios revolucionarios (una de las
enseñanzas principales del movimiento anarquista histórico). Y eso es hacer y ser la
revolución entendida como comunización.

Nada de eso es puro ni perfecto, sino que es impuro, imperfecto, limitado y


contradictorio, como ya se ha dicho: existe en tensión, ruptura y salto o cambio más o
menos permanente –más bien intermitente– consigo mismo, como todo movimiento
real y vivo. En efecto, el movimiento anticapitalista real es aquel que en los hechos
subvierte y supera las condiciones capitalistas de existencia y sus propias
contradicciones internas determinadas por tales condiciones. Aquel donde la acción
directa, la abolición de la propiedad privada, la solidaridad, la gratuidad, la
horizontalidad en la toma de decisiones que afectan la vida de todos/as, son hechos y
no sólo ideas y palabras. Pienso en Exarchia (Grecia) y en los territorios Mapuche
(Araucanía), por mencionar sólo un par de ejemplos concretos y actuales. Ahí están los
gérmenes y tendencias de comunismo y de revolución hoy.

Entonces, periodo de comunización en lugar de “periodo de transición”. Esto significa


que la comunización no va a ocurrir de un día para otro, ni por la existencia de una
conciencia de clase en masa (encarnada y dirigida por “el partido”), ni tampoco por la
existencia de muchas “comunas autogestionadas” (capitalismo con apariencia
autogestionista y asambleísta), sino sólo a través de un proceso o un ciclo histórico-
concreto y contradictorio de crisis/reestructuración capitalista y de lucha de clases real
e internacional que, a su vez, es resultado, balance crítico y síntesis superadora de todos
los ciclos de lucha anteriores (desde que existe el capitalismo hasta la fecha).
Concretamente, el ciclo histórico actual, en el cual el proletariado, al mismo tiempo que
está totalmente subsumido al Capital, reanuda su lucha de clase contra el mismo y, por
lo tanto, contra su propia condición de clase explotada y oprimida, para así reapropiarse
de su propia vida. Lo que es inseparable, en última instancia, de la lucha por comunizar
todas las condiciones y medios materiales e inmateriales de existencia.

En efecto, «la producción comunista del comunismo», como dicen los compañeros de
Théorie Communiste, sólo se puede realizar en el seno de las luchas de clases reales y,
más específicamente, en el seno de las luchas autónomas del y dentro del propio
proletariado para frenar el catastrófico progreso capitalista en curso y así defender nada
más y nada menos que la Vida, por necesidad material, concreta, y también por
consciencia emergente y actuante de tal necesidad. Tensionando, rompiendo y
superando sus propios límites como clase del y para el Capital. Cuestionando, negando
y superando su propia condición de clase social determinada y dividida por el trabajo y
el dinero. Resistiendo, avanzando y saltando desde su autoorganización defensiva hacia
su autoabolición positiva como tal. Tomando medidas comunistas inmediatas para el
efecto.

¿Medidas comunistas inmediatas? Sí, porque las condiciones histórico-materiales


actuales, esto es el alto grado de progreso y catástrofe capitalistas en todos los aspectos
de la vida social, así como también las prácticas comunistas existentes en algunas luchas
proletarias actuales, no sólo hacen posible sino urgente tomar medidas comunistas
inmediatas. Es más, como dice Jappe, este es el único «realismo radical» o
revolucionario posible hoy en día, toda vez que el reformismo del tipo “periodo de
transición socialista” no sólo fue, es y será contrarrevolucionario por ser capitalista y
estatista, sino que es objetivamente imposible en esta época. En efecto, dado que la
actual crisis del Capital es crisis del trabajo, del valor y de la relación de clase, la
revolución no sólo ha de consistir en abolir la propiedad privada, es decir expropiar
por la fuerza a la burguesía y comunizar los medios de producción y los bienes de
consumo: ha de consistir –en realidad, siempre ha consistido– en abolir el trabajo
asalariado, la división del trabajo, el dinero, el intercambio mercantil, el valor, las
empresas; y, en cambio, en generalizar el trabajo mínimo necesario, la gratuidad de las
cosas y la toma de decisiones sobre la propia vida colectiva e individual, para así poder
abolir todas las clases sociales y toda forma de poder estatal sobre la comunidad real
de individuos libremente asociados que ha de formarse para producir y reproducir sus
propias vidas según sus necesidades humanas reales. Como dice una tela recientemente
desplegada en un balcón de alguna ciudad italiana: «Trabajar menos. Trabajar todos.
Producir lo necesario. Redistribuir todo.» Todo esto, en territorios locales concretos y
con vínculos internacionales reales. Inseparable de ello, también son medidas
comunistas aquellas que supriman toda forma de segmentación, privilegio y opresión
basada en el sexo/género, la “raza” y la nacionalidad. Y si se puede hablar y escribir de
todo esto, es porque existen prácticas en algunas revueltas y movimientos
antisistémicos actuales que ya lo prefiguran o anticipan como germen y tendencia
reales.

Un ejemplo actual y concreto de medida comunista inmediata: los saqueos a


supermercados en el sur de Italia, uno de los países más azotados por “la crisis del
coronavirus”, por parte de proletarios ya precarizados y hoy por hoy desesperados,
dado que, como ellos mismos dicen, «el problema es inmediato, los niños deben
comer.» ¿Por qué es una medida comunista inmediata? Porque, pese a que no afecta
directamente la esfera de la producción (como en cambio sí lo han hecho las recientes
huelgas salvajes en ese mismo país), suprime en el acto la sacrosanta propiedad privada,
la mercancía, el trabajo asalariado y el dinero, y satisface de manera inmediata
necesidades básicas y comunes de los proletarios y sus familias. Las redes espontáneas,
autónomas y anónimas de solidaridad y apoyo mutuo entre proletarios/as, que se han
creado en estos precisos momentos en todas partes, también son una práctica
comunista concreta. ¿Cómo se puede sostener este tipo de medidas en el tiempo y el
espacio? Eso ya es otro tema. Por otra parte, también se puede considerar medida
comunista inmediata el llamamiento a la «huelga universal de alquileres» (no pagar
arriendos y ocupar casas desocupadas por la gente que no tiene casa) desde varios países
del mundo (España, Francia, Suecia, Reino Unido, EE. UU., Canadá, Argentina, Chile,
Ecuador, etc.).

Por el contrario, el otro mientras tanto posible es que el proletariado en su mayoría siga
trabajando (incluyendo el trabajo de policía y de militar, y el “teletrabajo”), comprando,
consumiendo, contaminando, votando, estudiando, facebookeando, twitteando,
viendo netflix, comiendo “comida chatarra”, saliendo de fiesta, escuchando reggaetón
y emborrachándose los fines de semana, drogándose hasta las venas, yendo al
prostíbulo, al estadio, al concierto y la cantina... o a la iglesia, y siendo nacionalista,
xenófobo, machista y violento (inclusive fascista) con otros proletarios y proletarias
pero no con los burgueses y sus perros guardianes uniformados; o buscando trabajo
sin poder encontrarlo y muriéndose de hambre, de depresión o de cáncer; o
delinquiendo para luego pudrirse en la cárcel; o volviéndose “loco” para luego pudrirse
en el manicomio; o cayendo en la paranoia social, el consumismo y el
individualismo en los supermercados y en todo lado, cuando hay situaciones de
pandemia (ej. coronavirus), emergencia sanitaria, medidas de austeridad y
desinformación/idiotez masiva; o –lo que parece lo contrario pero no lo es– ingresando
a militar en las filas de sus organizaciones de izquierda y ultraizquierda, creyendo que
está “luchando por la revolución” y “siendo consecuente” con ello, cuando en realidad
sólo está participando de la competencia política capitalista entre proletarios,
competencia que no difiere sino sólo en la forma y el nivel de violencia de otras formas
no políticas de guerra fratricida (pandillas, mafias, etc.), al mismo tiempo que tales
sectas políticas se asemejan a las sectas religiosas por su modo dogmático de ver el
mundo y por tratar a sus pares como borregos y soldados para su propia guerra contra
“el enemigo” y por “la causa”.

En fin, el otro mientras tanto posible es la sobrevivencia alienada y, a la larga, suicida;


es decir, que el proletariado siga autoalienándose y autodestruyéndose de millones de
formas hasta extinguirse como humanidad, no sin antes dejar devastado el planeta,
claro está, bajo el yugo del Leviatán capitalista (empresas y Estados).

Comunismo o extinción

Por lo tanto, el dilema actual e inexorable para la humanidad es: comunismo o


extinción, revolución o muerte. Pero la revolución sólo tiene lugar en momentos
excepcionales de la historia. La revolución misma es una excepción irruptora y decisiva
en la historia de la lucha de clases y la normalidad social capitalista. Pero no es una
fatalidad o un destino sino una posibilidad. No es inevitable sino contingente: puede
como no puede ser. Depende de lo que el proletariado haga o no haga para ello. Porque
el capitalismo no se morirá por sí solo ni pacíficamente.

La revolución tampoco es un acontecimiento que ocurre de la noche a la mañana


instaurando el paraíso en la Tierra, sino que es un proceso histórico, concreto,
contradictorio e inclusive caótico, que contiene flujos y reflujos, avances y retrocesos,
rupturas y saltos, estancamientos y nuevos saltos. Es un proceso de transformación
social de carácter radical y total que siempre ha sido y, sobre todo a estas alturas de la
historia, es necesario y hasta urgente, porque es la única manera en que la humanidad
proletarizada -que es la mayoría de la humanidad- deje de autoalienarse y autodestruirse
como humanidad, y al mismo tiempo deje de destruir a la naturaleza no humana.

Sí: la comunización es la única salida revolucionaria de la crisis del capitalismo o, lo que


es lo mismo, la única solución radical a la actual crisis civilizatoria, porque es la única
manera para garantizar la reproducción de la Vida o, como diría Flores Magón, para su
«regeneración» o reinvención.

Hay que producir, pues, esa excepción o irrupción histórica que es la revolución, ni
más ni menos que por necesidad vital. Hay que gestarla y parirla. El comunismo es el
feto y la revolución es el parto del mundo nuevo. Pero, como ya se dijo, esto depende
de lo que el proletariado haga o no para transformar las actuales condiciones sociales y
su propia vida, su propio ser colectivo y el ecosistema.

En caso de que nuestra clase no luche por la revolución total hasta el fin, la
contrarrevolución seguirá reinando y la catástrofe o distopía capitalista en curso (crisis
económica sistémica, tecnología de punta/“inteligencia artificial”, desempleo y miseria
masivos, devastación de la naturaleza/crisis ecológica, pandemias, guerras, suicidios,
etc.) terminará por extinguirnos como especie para siempre. Quizá sólo nos queden
unas pocas generaciones antes de aquello. Y la cuenta regresiva se acelera cada vez más.

Por lo tanto, la actual crisis capitalista mundial y la actual oleada mundial de revueltas
proletarias constituyen acaso la última oportunidad histórica para por fin iniciar el
proceso sin retorno de la revolución comunista mundial, de la abolición y superación
de la sociedad de clases y fetiches... o perecer.

¿Exagerado? ¿Apocalíptico? ¡Ya estamos viviendo el apocalipsis capitalista que es la


crisis civilizatoria actual! ¡El futuro distópico es ahora! Nuestro ciclo histórico de crisis
y luchas de clases acaso sea el ciclo 2019-2049…

¡Comunismo o extinción! ¡La autoabolición del proletariado es el fin del mundo


capitalista! Proletarios de todo el mundo: ¡a luchar y autoorganizarse para dejar de serlo!

Un proletario harto de serlo

Quito, Febrero-Abril 2020

Posdata “pesimista” revolucionaria en tiempo de coronavirus


«El brote de la nueva sepa de coronavirus “Covid-19”, que ha ocasionó estragos en China desde fines
del año pasado, ha rebasado fronteras y ha impactado en el resto del mundo, con ello, la inminente
crisis económica no ha hecho sino adelantarse. La economía mundial ya está en plena crisis, los gestores
del poder están pendientes a los grandes rescates financieros, la burguesía comienza a cerrar fábricas y
despedir empleados tomando como pretexto la dichosa “cuarentena”. El desastre es inminente.

No obstante, es importante saber que las pérdidas monetarias no significan la caída del sistema
capitalista. El capitalismo buscará en todo momento reestructurarse con base en medidas de austeridad
impuestas a los proletarios para paliar todas las catastróficas consecuencias que traerá consigo. Y esto
se debe a que los “golpes” que ha sufrido el capitalismo a causa de estos fenómenos, son simplemente
pérdidas en su tasa de ganancia, pero tales pérdidas no alteran en lo absoluto su estructura y esencia,
es decir las relaciones sociales que le posibilitan seguir en pie: mercancía, valor, mercado, explotación y
trabajo asalariado. De hecho, es en estas situaciones cuando el capital reafirma más sus necesidades:
sacrificar a millones de seres humanos a favor de los intereses económicos, haciendo que la polarización
entre clases sociales se agudice y revelando con más fuerza en qué posición se encuentra la clase
dominante, la cual realiza todos los esfuerzos a su alcance para preservar este estado de cosas. [...]

Las contradicciones cada vez más agudas de este modo de producción (crisis, guerra, pandemias,
destrucción ambiental, pauperización, militarización), que recrudecerán nuestras condiciones de
supervivencia, no darán paso de manera mecánica ni mesiánica al fin del capitalismo. O mejor dicho,
tales condiciones, aunque serán fundamentales, no bastarán. Porque para que el capitalismo vea su
fin, es imprescindible la existencia de una fuerza social, antagonista y revolucionaria que logre
direccionar el carácter destructivo y subversivo hacia algo completamente diferente de lo que presenciamos
y conocemos ahora.
Querámoslo o no, no podemos dejar una cuestión tan importante como la revolución a rienda suelta, a
la simple suerte. Es necesario experimentar la resolución a ese problema con base en la organización
de tareas que puedan irse presentando, es decir, el agrupamiento para la apropiación y defensa de las
necesidades más inmediatas (no pagar adeudos, ni alquileres, ni impuestos), pero también, la ruptura
con todas las ilusiones y espejismos que nos llevan a gestionar las mismas miserias bajo otra careta.
[…]

No es necesario esperar la distopía o las escenas hollywodescas del apocalypsis, porque estas ya se
manifiestan materialmente en distintas partes del globo, y de hecho superan con creces cualquier intento
de representación en la ficción cinematográfica.

La actual pandemia del covid-19 es una etapa más en la degradación a la que nos lleva esta sociedad
productora de mercancías.

Etapa ante la cual se reafirma que el verdadero porvenir sólo pende de dos hilos:

¡Revolución comunista o perecer en la penumbra!»

–Contra la Contra #3. ¿Colapso del sistema capitalista?

Algunas notas sobre los acontecimientos actuales. México DF. Marzo 2020
Crisis sanitaria, crisis económica y crisis social son una única y misma cosa

Carbure

31 de marzo de 2020

1/16. Si la crisis sanitaria no ha hecho más que comenzar, más temible aún es
la llamada crisis «económica», que no se distingue de ella en nada: la crisis
sanitaria es, de manera inmediata, una crisis económica.

2/16. Crisis económica por la falta de bienes básicos susceptibles de ralentizarla, por la
falta de medios materiales y humanos, por la brecha tanto entre clases como entre
países ricos y pobres, por los problemas que causa tanto como por los medios puestos
en práctica para resolverlos.

3/16. El despido de masas de trabajadores, la desaceleración en la producción y


circulación de mercancías: todo ello nos muestra que el capitalismo se identifica
absolutamente con la sociedad, que las llamadas relaciones económicas constituyen la
totalidad de la vida social.

4/16. La circulación del valor no es otra cosa que el conjunto de nuestras interacciones
sociales, y ni todo el teletrabajo del mundo puede reemplazar a la producción,
circulación y venta de mercancías por trabajadores encarnados físicamente, y que caen
enfermos.

5/16. La gestión estatal de la crisis subraya hasta qué punto el Estado es un


elemento indispensable para el buen funcionamiento del capital: como en 2008,
sus capacidades de centralización y planificación pueden sacar en cualquier
momento al capitalismo de las «leyes» del mercado y de la competencia.

6/16. Sin el Estado el capital se hundiría, pero el propio Estado no es más que la
objetivación de las relaciones de clase del capital. El proletariado se ve constantemente
zarandeado entre los dos: parado un día, votante otras veces, trabajador temporal otro
día, préstamos a devolver, subsidios.

7/16. El Estado racionalizará durante un tiempo —en función de razones


comunes al Estado y al capital— la actividad económica para preservar esa
misma actividad. «Nada será igual que antes» significa: «Todo será parecido,
pero peor».

8/16. Planificará e inyectará liquidez, sin que la izquierda se pregunte qué relación
guarda esa liquidez con la famosa «economía real», si poner en marcha la máquina de
imprimir billetes es una solución, ni cuál es la diferencia entre un banco central y un
banco a secas.

9/16. El dinero puede volverse mágico durante un tiempo, y cuando se trata de salvar
al capital, se blande el fetiche absoluto: el interés general, la comunidad, incluso la
humanidad. La «humanidad» es el beso de la muerte de la burguesía.

10/16. Pero no hay que olvidar que, como manda la teoría keynesiana, este hacerse
cargo por parte del Estado no pretende durar para siempre; los Estados no se han
convertido repentinamente al socialismo sino en la medida en que el «socialismo» es
una modalidad de la explotación.
11/16. Las nacionalizaciones son una entre varias formas de absorber los déficits de
grupos privados mediante la actividad económica de conjunto, bajo la tutela del Estado.
Privado o público, en tiempos de optimismo o con la garantía estatal, el capital tiene
que fluir.

12/16. Conocido es el dicho: «Socializar las pérdidas, privatizar las ganancias». Pero en
este caso, «socializar» simplemente significa que un segmento de la burguesía acude a
socorrer a otro, y que el dinero adelantado está respaldado —como siempre— por la
promesa de futuros beneficios.

13/16. No hay ninguna contradicción entre lo que está sucediendo ahora y el retorno
a las leyes «normales» del mercado y la competencia; las «leyes» económicas volverán a
aplicarse y las deudas tendrán que pagarse, ya sabemos cómo y por quién.

14/16. Pagaremos esta crisis, porque como crisis social, también es nuestra. Ya hemos
empezado a pagar.

15/16. La crisis económica no seguirá a la crisis sanitaria; ya ha comenzado y


no terminará con el fin de la pandemia, como tampoco lo harán los disturbios y
revueltas que son su consecuencia lógica, y que no han hecho más que
comenzar a su vez. Es imposible confinar la miseria.

16/16. Hacer que esta crisis ya no sea nuestra, sino del capital, es la única forma
de salir del círculo infernal de las crisis. La revolución mundial es tan posible
como la crisis mundial y, al igual que ella, se presenta bajo el aspecto de una
catástrofe.

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