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La consternación de un país sin alma.

Una sombra nefasta ha dejado a Colombia sin alma. El horror con el que ha

sido bañado este territorio le ha vuelto negro el corazón. Un país de paisajes

paradisiacos en los que se ha masacrado cercenado y torturado que deslumbra

por su belleza, que encanta y seduce pero que guarda en sus entrañas fosas

comunes. Un país rico en tradición oral, fiestas, lenguas, música, bailes que en

su desarraigo no reconoce el esplendor de su cultura y el maravilloso legado de

sus ancestros. Un país en el que sus habitantes constantemente ven en las

diferencias de su dialecto, región y costumbres un motivo para la discordia y la

exclusión. Un país que administra el hambre, que niega sus ciudadanos unas

condiciones dignas de trabajo, un servicio de salud eficiente, una educación de

calidad, una justicia equitativa. Un país donde se siembra la muerte, donde la

vergüenza es el estandarte de su identidad, donde la diferencia es un motivo

para el odio, donde se vulnera a los ciudadanos en el préstamo de sus

derechos básicos; ¿Qué clase de espíritu patrio puede engendrar en sus

habitantes?, ¿Qué idea de la vida y del futuro propone a quienes nacen en este

territorio?, ¿Qué tipo de identidad transmite a sus habitantes?

Sólo hay que hacer un poco de historia, un breve recorrido en los anales de

cómo se ha conformado está nación y allí, más que respuestas, se encontrarán

indicios de un relato cíclico que una y otra vez se repite sin que casi nadie

pueda percibirlo.
William Ospina, en su libro “Pa que se acabe la vaina” hace un recorrido

histórico en el que explica de una manera descarnada y fehaciente la realidad

colombiana desde que se planteó la utopía de una república. El escritor

destroza el halo romántico con el que los libros de textos enseñan el sentido de

las acciones de los próceres da la patria. Nos muestra que sus hazañas no

fueron inspiradas por el altruismo, ni por el afán de instaurar libertad y justicia

para los menos favorecidos. Ospina hace evidente por medio de un análisis

exhaustivo el factor común que distinguió, distingue y, lo más probable,

distinguirá a la mayoría de quienes se han involucrado en la conformación del

país del sagrado corazón: su falta de ética, equidad y humanidad.

En el texto se hace indiscutible la mezquindad, la miopía y el oportunismo con

el que Colombia ha sido gobernada para el beneficio de unos pocos, el origen

de la barbarie gestada por estos dirigentes, el cinismo con el que han negado

los crímenes de los líderes populares que buscaron cambiar el status quo, la

impunidad con la que se cubrió las masacres de quienes decidieron rebelarse.

Pa que se acabe la vaina no solamente es un mosaico de denuncias y de la

descripción de hechos que han llevado a la conformación de una democracia

de fachada, es también un llamado a la reflexión. Constantemente está

quitando la venda a quienes han escuchado y aprendido la historia de

Colombia que ha sido contada a conveniencia, hace un recorrido literario y

folclórico por medio del cual se puede encontrar vestigios de una identidad

mancillada y negada. Y es aquí, en el descubrimiento de estos vestigios, donde

los planteamientos de Ospina adquieren suma importancia, ya que sólo por

medio de la configuración de un imaginario colectivo, propio y acorde con

nuestras particularidades algún día Colombia podría tener un alma.


Para que lo anterior sea posible los medios de comunicación juegan un papel

crucial.

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