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Saberes ancestrales, patrimonios ocultos

Los saberes tradicionales y ancestrales constituyen un recurso muy importante para la


humanidad

La Razón (Edición Impresa) / Raúl Pérez Albrecht


23:39 / 17 de agosto de 2018

Si combinamos nuestra gran biodiversidad y se aplican de manera integral nuestros saberes


ancestrales, no sería descabellado pensar que podríamos aportar al mundo con curas a las
principales enfermedades que aquejan a la humanidad, contribuir con soluciones para
enfrentar al cambio climático, o simplemente sorprender con alimentos de alto valor
nutricional. Para esto, nos falta mucho trabajo, aún hay un largo camino por recorrer, primero
hacia la recuperación de nuestros saberes ancestrales, y luego hacia la identificación de las
aplicaciones que puede aportar este patrimonio al desarrollo del país y sus regiones.

Siempre se ha dicho que los saberes tradicionales y ancestrales son un patrimonio para la
humanidad, y constituyen un importante recurso. También se los vislumbra como una fuente
de creatividad e innovación. Y su reconocimiento fomenta la inclusión social y la participación
de las comunidades en la construcción del conocimiento, como se describe en la Declaración
Universal de la Unesco sobre la Diversidad Cultural (2001).

Bolivia, Colombia, Ecuador, Perú y Venezuela reconocen los saberes ancestrales como
componentes importantes para el desarrollo, y proponen valorar e incluir la diversidad cultural
en este ámbito; a tiempo de resaltar la importancia de incorporar el patrimonio de
conocimientos tradicionales y ancestrales. Sin embargo, los saberes ancestrales o locales son
abordados de manera diferente en cada país.

El Estado Plurinacional de Bolivia incorpora esta visión en su Constitución Política, en el


capítulo 4, donde establece que los saberes tradicionales deben ser valorados, respetados y
promocionados. La Constitución habla de los idiomas, rituales, símbolos y vestimentas. Otras
normas como la Ley 300 incluyen la tecnología y sus formas de interrelación con la Madre
Tierra.

A su vez, los agricultores familiares y sus organizaciones han trabajado en la recuperación de


los saberes ancestrales y su aplicación en la gestión de riesgos. Por ejemplo, el conocimiento
sobre el comportamiento de algunos animales en señal de alerta de lluvias o de sequía ha sido
sistematizado en diferentes regiones; y es sabido que las tecnologías andinas han permitido el
desarrollo agrícola de muchas zonas.

Pero el potencial de este patrimonio aún está dormido, ya que en esencia la cosmovisión de los
pueblos implica una estrecha relación con la naturaleza; y por sus ojos y prácticas pasan
soluciones en salud, riesgos, alimentación, aplicaciones tecnológicas, recursos naturales y
valores éticos que de integrarse a las políticas públicas podrían significar una gran posibilidad
de desarrollo para el país.

El desafío que tenemos como sociedad es fomentar el trabajo de recuperación y la aplicación de


estos conocimientos, para fortalecer nuestros valores identitarios como Estado. Desde la
academia se debe identificar y aprovechar los recursos naturales en aplicaciones de salud,
agricultura, y desarrollo gastronómico, entre otras áreas. También debemos impulsar la
validación de tecnologías probadas para mitigar y adaptarse a los efectos del cambio climático.
De tener la voluntad como país de trabajar en ello, nuestras culturas podrían ser ese capital
moral, espiritual y económico que brinde un horizonte civilizatorio distinto al que hasta ahora
hemos transitado.

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