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Vamos a dedicar esta sesión a hacer algunos comentarios sobre la Carta del 9
de enero de 2018, dedicada a la libertad. Comentar una Carta, en principio, sería ir
leyendo el texto de la Carta e ir haciendo comentarios, pero en una sesión esto es
imposible, al menos que la Carta fuera de dos páginas o tres. Me ha parecido que un
sistema que pueda seros útil, para vosotras mismas, como si atendéis algún Curso
anual, o en alguna ocasión en que tengáis que explicar vosotras la Carta o algún
aspecto que trate este tema. Lo que me ha parecido es que hacer referencia a todos
los números, a todos los párrafos de la Carta, diciendo lo que sobre ese punto a mí me
parece que vale la pena detenerse. La verdad es que valer la pena, vale todo. No es
porque la haya escrito yo, sino porque son textos de nuestro Padre fundamentalmente
y aquí no voy a leer los textos, porque supongo que los habéis leído todas
recientemente. Voy a hacer esto: número uno, el número uno no lo voy a leer, sino que
voy a decir algunas cosas que nos puedan servir, que nos puedan ayudar también.
En este número uno destaca –yo destacaría– lo que dice nuestro Padre sobre
que el amor a la libertad es una de las características más evidentes del Opus Dei. Por
lo tanto, podemos decir que es algo principal de nuestro espíritu, el amor a la libertad.
El amor a la libertad que supone valorarla en la propia vida personal y también valorarla
en la vida de los demás.
Por lo tanto, ser personas que defienden la libertad, que aman la libertad propia
y ajena. Esto también nos tiene que llevar a pensar cómo podemos nosotros aprender
a vivir mejor como personas libres, y cómo ayudar a las demás personas a vivir como
personas libres, a ejercer la libertad, y cómo podemos en la labor de formación y
también de gobierno en la Obra –como se trata después en la Carta– estar muy
guiados por este –que llama nuestro Padre– una de las más evidentes características
del Opus Dei, que es el amor a la libertad.
Antes de entrar en eso, simplemente ver que la sustancia última de esta raíz que
da estas falsas libertades es la desconexión entre libertad y verdad. Eso lo habéis
estudiado en filosofía, no voy a detenerme, viene todo desde muy lejos y ha llevado al
marxismo y a otras muchas derivaciones, pero ha llevado incluso a expresiones
prácticamente blasfemas: como quien dice que “la libertad os hará verdaderos”,
dándole la vuelta a la frase de Jesucristo, porque lo que quiere decir con eso es que la
libertad no esta condicionada por ninguna verdad previa; por lo tanto, la libertad es
autónoma, es absolutamente –por así decir– sin límites.
La capacidad de elegir no se refiere solo a los medios, como podría parecer que
uno tiene el fin ya predeterminado y la libertad solo consiste en los medios para ese fin.
Antes que nada, la libertad es la elección del fin; y la elección del fin es un querer; por
eso se dice que es facultad, sí, de elegir, pero también de querer; y querer, solo se
puede querer el bien. Lo que pasa es que uno se puede equivocar y ver un bien parcial,
dándose cuenta de que la elección de ese bien parcial no es verdaderamente el bien
auténtico. Es decir, nadie busca y puede querer el mal por el mal en sí mismo, ni
siquiera el demonio, porque es imposible, porque la voluntad por su misma constitución
es la tendencia al bien. Lo que sucede es que la voluntad, por ser finita, por ser
limitada, puede querer algo que en realidad no es el verdadero bien, aunque tiene un
aspecto de bien, y ese parcial aspecto de bien es lo que se puede elegir y querer. Esto
es obvio, lo conocéis todas.
Pero esta idea de elegir y querer ya nos va orientando a lo que luego en la Carta
se va a repetir mucho: que lo más propio de la libertad es amar, que es lo mismo que
querer. Cuando se dice que es amar, como acto propio de la libertad, no se refiere al
amor como pasión sensible del amor, que también es una realidad, sino que es el amor
en cuanto el desear y el querer el bien, eso es el amor.
Entonces, junto a esta idea de la facultad de elegir los medios para un fin, y que
en el fondo es la elección del fin, ya inspirado en Aristóteles, santo Tomás, que también
usa esta expresión de la facultad de elegir los medios, tiene otra expresión que es muy
fuerte, breve y profundísima, que aparentemente es una contradicción in terminis, que
dice: Liber est qui est causa sui; es libre quien es causa de sí mismo. Parece un
absurdo ¿no? Que pueda ser causa de sí mismo, pero ¿qué se entiende por eso? Se
entiende que uno es libre cuando los actos que realiza los hace por sí mismo, es decir,
sin nada que le fuerce desde fuera de sí. Es causa exclusiva de sus propios actos,
aunque para ponerlos también tenga en cuenta las circunstancias, sufra influjos… pero
si es un acto libre, el acto en sí mismo de libertad surge exclusivamente de la misma
voluntad, y esa es la esencia misma del acto libre, no tanto la elección. El acto que
surge de sí mismo es sorprendente porque, en el mundo, en la creación, lo único que
de alguna manera surge ex novo son nuestros actos libres. Todo lo demás son efectos,
causas que están concatenadas. La única novedad que surge en el mundo es el acto
libre de las personas espirituales: los ángeles y los hombres y las mujeres.
Hay otro aspecto de este ser causa de sí mismo que es consecuencial del
anterior, y es que cada uno llega a ser lo que quiere ser, es decir, que este ser causa
de sí mismo quiere decir que uno, una persona, acaba siendo lo que va eligiendo y
acaba siendo bueno si ha elegido bien, o si tiene ese vicio… Todo va dependiendo de
la libertad. También ciertamente de influjos externos, porque la libertad no es una pura
libertad de espíritu angélico… Porque en el fondo, uno puede decir: depende mucho de
la educación –por supuesto–, depende mucho de las circunstancias –de acuerdo–,
pero lo que uno es depende también de su reacción ante la educación, de su reacción
ante las circunstancias… El último término siempre es de sus actos libres. También sus
actos libres frente a las posibles imposiciones que intentan poner desde fuera, la
reacción libre ante los estímulos exteriores, por fuertes que sean, también eso es lo
que nos hace ser, nos va construyendo como personas. Por lo tanto, cada uno es
causa de sí mismo, también en el sentido, principal y fundamental que decía antes, de
que los actos libres surgen solo de la propia voluntad, aunque haya habido influjos.
Pero ante esos influjos, la voluntad libre actúa con el acto de querer por sí solo.
Ante esto está la limitación de la libertad, el riesgo, cuando nuestro Padre habla
de que Dios ha querido correr el riesgo de nuestra libertad. El riesgo de nuestra libertad
es que, siendo una libertad finita, con una inteligencia, porque la libertad depende para
su ejercicio de la inteligencia, pero no está determinada por la inteligencia, hasta tal
extremo –como dice Santo Tomás– de que la voluntad es la facultas personae. O sea,
la facultad que realmente gobierna a la persona humana es la voluntad, no es la
inteligencia, aunque la voluntad necesita la inteligencia para conocer el bien que la
voluntad pueda querer.
Por tanto, ¿qué sucede? Que el uso malo de la libertad, esa capacidad que tiene
también de cegar la inteligencia, que es la capacidad limitada de elegir un bien parcial,
en contra de lo que es verdaderamente el bien para la persona, en el que caso
concreto es la capacidad del pecado, en último término. Es muy interesante la
expresión que usa la Sagrada Escritura de la esclavitud del pecado. ¿Por qué el
pecado puede ser una esclavitud? Porque limita la libertad. El pecado habitual lo que
hace es quitar libertad. ¿Por qué? Porque hace que disminuya la capacidad de querer
el bien. Eso es típico en los vicios. Una persona que tiene un vicio, una adicción, por
ejemplo, no es que no se dé cuenta de que debería hacer eso, sino que llega un
momento en que no es capaz, pero no es capaz no porque no sea libre, sino porque su
libertad está esclavizada, y si obra mal sigue obrando mal. Puede haber casos tan
patológicos que se pierda el uso de razón y la libertad. Pero esa esclavitud del pecado
consiste precisamente en la mayor dificultad para hacer el bien, para elegir bien, para
querer el bien, y eso es típico del pecado habitual, de los vicios morales, de las
adicciones. Que uno tiene menos fuerza para hacer el bien, y eso es precisamente la
libertad disminuida. Por lo tanto, es una cierta esclavitud el pecado, aunque no quita del
todo la libertad, desde luego, pero la disminuye, le quita fuerza hacia el bien.
Y por eso, como ese sentido de la filiación divina nos da esta libertad de espíritu,
nos da más confianza y más empuje para lanzarnos a la entrega: a entregarnos a una
empresa que pueda parecer ardua pero que valga la pena.
Como materialmente toda nuestra libertad está limitada por deberes naturales, la
ley de Dios, los deberes profesionales, por deberes familiares, por contratos, por leyes
del tráfico… Tenemos la libertad limitadísima materialmente por muchas cosas. Y en
ese sentido, nuestra libertad no es que podamos hacer lo que nos dé la gana en cada
momento: hay cantidad de cosas que no podemos hacer; entre otras cosas porque hay
muchas veces que eligiendo una, ya no podemos hacer otra. Hasta eso está limitado.
Pero, aun así, siempre podemos ser libres, también –y este es el punto clave– cuando
hacemos por amor nuestro deber, y fundamentalmente cuando lo hacemos por amor a
Dios; porque solo por amor a Dios podemos hacer absolutamente todo. Por amor a
otras personas podemos hacer muchas cosas, por amor a la familia, por amor a la
patria, por amor a la empresa en que trabajamos, se pueden hacer muchas cosas
libremente, por amor. Pero hacer por amor absolutamente todo, solo por amor a Dios,
porque solo el amor a Dios es omnicomprensible.
Entra aquí la famosa frase de san Agustín que se cita en la Carta también: ama
y haz lo que quieras. Porque si amamos hacemos lo que queremos, por definición,
porque claro, si amamos hacemos lo que queremos. Ama y haz lo que quieras es casi
una afirmación tautológica, casi.
Hay otro texto también menos famoso que está citado aquí de santo Tomás de
Aquino, que dice: Quanto aliquis plus habet de caritate, plus habet de libertate,
traducido dice: cuanta más caridad tenemos, tenemos más libertad. Porque es así;
cuanto más amamos más libres somos, porque cuanto más amamos podemos hacer
más las cosas porque nos da la gana Y aquí entra la famosa frase de nuestro Padre de
hacer las cosas porque nos da la gana. Y solo podemos hacer las cosas porque nos
da la gana cuando las hacemos por amor. Cuando las hacemos porque de verdad
queremos hacerlas. No las hacemos porque nos sentimos forzados, porque no hay
más remedio, porque si no las hago me castigan, no. Solo somos verdaderamente
libres cuando hacemos las cosas porque nos da la gana, y solo podemos hacerlas
porque nos da la gana cuando las hacemos por amor. Y –como decía antes– solo por
amor a Dios podemos hacer porque nos da la gana todo. Hay otras muchas cosas que
se pueden hacer porque nos da la gana por amor a la patria, por amor a la familia, por
amor al deporte, por amor propio… Pero todo, todo solo por amor a Dios. Por tanto,
cuanto más amor tenemos a Dios –que es la caridad– más libre somos.
Esto tiene muchas consecuencias, una es –pasando al número seis– ese texto
de nuestro Padre que dice que no es lícito pensar que solo se puede trabajar con
alegría en aquello que nos gusta. Porque la alegría y la libertad van unidas. La
alegría profunda, del alma, una alegría que es compatible con el sufrimiento y con el
dolor. Pero cuando uno no puede estar contento es cuando se siente esclavo, cuando
se siente coartado, cuando siente que tiene que hacer las cosas cuando no querría
hacerlas. Si uno hace las cosas cuando querría no hacerlas, no podría estar contenta,
al menos que esté mal de la cabeza, es imposible estar contento haciendo las cosas
que uno no querría hacer. Pero como tenemos muchas cosas que hacer que no nos
gustan, o podemos tener muchas que no nos gustan, porque estamos cansadas, o
porque efectivamente no nos gustan, sin embargo, podemos hacerlas libremente.
Porque podemos hacerlas por amor a Dios. Y es lo que dice nuestro Padre: que no es
lícito pensar que solo se puede trabajar con alegría, y en consecuencia libremente,
lo que nos gusta. Podemos hacer libremente y, por tanto, con alegría, también lo que
no nos gusta ¿cómo? Exclusivamente si es por amor a Dios. Otras cosas también se
podrán hacer, aunque no nos gusten; como una madre –que a lo mejor es pagana
incluso– que por amor a su niño hace una cosa que no le gusta, y lo hace con cariño y
libremente. Pero todo, todo, todo solo por amor a Dios. Y entonces se cumple
efectivamente el porque me da la gana, que es la razón más sobrenatural, decía
nuestro Padre.
En el número siete se cita, como recordáis, un texto del Nuevo Testamento del
apóstol Santiago, cuando habla que la ley de Dios es lex perfecta libertatis, ley perfecta
de libertad. Por cierto, en el texto impreso hay una errata, y dice en lugar de lex
perfecta libertatis dice lex perfectae libertatis, o sea, dice ley de libertad perfecta, y el
texto en realidad es ley perfecta de libertad, que no es exactamente lo mismo, pero es
casi lo mismo. El motivo es claro, porque todo lo que se refiere a la ley de Dios, la ley
cristiana, la nueva ley, todo lo que Dios nos manda, en general a todo el mundo y todo
lo que para cada persona es voluntad de Dios, todas las exigencias de la personal
vocación, por ejemplo, todo lo que es en nuestra vida voluntad de Dios para nosotros,
por grande o pequeño que sea, no coarta nuestra libertad. No coarta nuestra libertad
porque es una ley –lo que Dios nos pide, lo que Dios nos manda–, porque lo que nos
manda, en realidad, sea lo que sea, siempre es amar. Todo lo que Dios nos pida,
aunque en algún momento no lo veamos, lo que está pidiéndonos es amar. Por eso, se
dice que la ley es una ley perfecta de libertad porque lo que manda es amar siempre. Y
en el fondo es, ya lo conocemos, que toda la ley de Dios se resume en el doble
mandamiento de la caridad.Todo, absolutamente todo, se resume en amar a Dios.
Con nuestros actos de entrega hacemos que el Señor pueda meter más el amor
en nuestras almas y entonces aumenta nuestra libertad. Por eso, no solo la libertad
sostiene la entrega, sino que también la entrega sostiene la libertad. Por eso, cuanto
más nos entregamos somos más libres. Siempre que la entrega la hacemos por amor.
Siempre, lógicamente, contando con nuestras limitaciones, y que tenemos que luchar, y
no hacemos todo con el amor purísimo de Dios. Siempre tendremos que luchar contra
el amor propio… Pero, en fin, la sustancia es eso, con la que tenemos que convivir.
Y por eso hay otro punto, el ocho, en el que hay unas manifestaciones
simplemente de en qué se puede manifestar la libertad de espíritu, de la que se ha
tratado en el numero siete, y en los anteriores. Y es no atarse a lo que no es
obligatorio, tener flexibilidad movida por la caridad, no crearnos obligaciones que no
existen. Y luego también con la libertad de espíritu se habla de la libertad para hablar,
la libertad de espíritu para decir lo que nos parece, y saber convivir también con las
limitaciones, los errores de las personas. En fin, eso ya son cosas prácticas que no
hace falta comentar demasiado porque son claras.
El número once sigue con el tema de la dirección espiritual y da una idea muy
clara, también en conexión con la libertad de espíritu, que es la idea de la
autodeterminación. Pone un texto de nuestro Padre, que debe haber mucho de
autodeterminación también en la vida espiritual. Por eso tenemos que tener iniciativa a
la hora de proponer nuestro propio examen particular, a la hora de plantear las cosas
apostólicas o también a la hora de acoger los consejos. Pero tener iniciativa,
autodeterminación.
Otra idea que surge de este número once es, a la hora de exigir, plantear la
exigencia siempre desde lo que Dios hace por nosotros. Antes de lo que nosotros
tenemos que hacer por Dios. No, tú tienes que hacer por el Señor… Sí, por supuesto,
pero lo que Dios hace por nosotros primero.
El número doce también habla de libertad de espíritu, diciendo que no hay que
tener miedo a equivocarnos. Puede parecer lógico el tener miedo a equivocarse. Ya se
entiende en que sentido se dice: que no podemos tener miedo a equivocarnos en el
sentido de movernos con una especie de deseo de seguridad tremenda para todo.
Tenemos que lanzarnos también. Si nos equivocamos, pues ya rectificaremos, siempre
con prudencia, con sentido común, con sentido sobrenatural. También esto a la hora de
tratar a la gente, a la hora del apostolado, también a la hora de la propia vida espiritual,
el lanzarnos a tratar en la oración los asuntos. En fin, a lo mejor hubiera sido mejor otra
cosa… no tener miedos. En esta línea entra la espontaneidad y la iniciativa en el
apostolado en este número doce.
Luego, a la hora de gobernar, esto también para las Directoras, para las
oficiales, para todas. A la hora de gobernar y de cooperar en el gobierno, es muy
importante distinguir nosotros y dar las indicaciones, los avisos, que enviamos a un
Centro, a una Región, de modo de que también lo entiendan bien, sabiendo distinguir lo
que son indicaciones, entendiendo por indicaciones algo que se dice que se haga así,
hay que hacer esto, se gobierna, hay que hacer esto o no se debe hacer esto.
Distinguir eso de lo que son solo exhortaciones, consejos y sugerencias, porque si se
va mezclando todo…: ante esta situación es muy bueno hacer esto, y además no sé
cuánto y tal… Llega un momento en que la gente no sabe. “Pero bueno: ¿hay que
hacer todo esto?” Ese respeto a las almas también es que la gente sepa que quien
gobierna les dice claramente qué es lo que tiene que hacer, y en cambio, qué es una
mera sugerencia, un mero consejo, aunque también los consejos se procuran seguir.
Las sugerencias son menos fuertes que un consejo; pero, en fin, distinguirlo nosotros a
la hora de darlo y hacerlo de modo que quien lo recibe lo sepa distinguir.
Pero es bueno saber –como sabemos–, para recordar, para vivirlo, que la
colegialidad no es solo un método, un reglamento para la toma de decisiones –también
lo es, hay un reglamento para que facilite la colegialidad–, pero la colegialidad es antes
y, sobre todo, un espíritu. Espíritu que hemos de tener todos. Todos necesitamos las
luces de los demás, todos necesitamos que otros nos den su parecer. Y esto es
particularmente importante en aquellos trabajos en los que una persona es la más
experta. Porque sucede –evidentemente, no todos nos dedicamos a todo– que una
persona trabaja un asunto, sobre el cual, objetivamente es la que más sabe de todas.
Pues esa, no solo porque no queda más remedio que hacerlo así, tiene que estar
interiormente convencida de que puede recibir luces de las demás y que debe estar
abierta a sugerencias que le vengan de otras personas que objetivamente sepan
menos en general de esas materias, pero que pueden tener una luz concreta, que haga
incluso cambiar de parecer a la súper experta. Eso es una cuestión de espíritu
importante, que tiene que ver con la humildad también, y con el sentido común Y, por
supuesto, con el sentido sobrenatural.
Pero en sentido positivo, tenemos que dejar también muy claro que el Señor
cuenta con la libertad de la persona para la misma configuración de la vocación, de la
respuesta a la vocación, porque la respuesta a la vocación necesita una gracia actual
de Dios, porque todo acto sobrenatural y de darse a Dios en la Obra es un acto
sobrenatural, requiere una acción in actu de la gracia actual. La necesitamos hasta
para decir “Jesús es el Señor”, necesitamos un empujón de la gracia actual, para
dedicarnos al Señor toda la vida, necesitamos un empujón de la gracia actual. Por eso,
la libertad misma es don de Dios, la libertad ejercida en ese momento. Por lo tanto,
tenemos que respetar muchísimo la libertad y la respetamos sobre todo rezando
mucho, encomendando mucho, animando, exhortando, pero siempre que a las
personas no solo no las forcemos –que no las forzaremos nunca–, pero que ni siquiera
pudieran tener la lejana impresión de que intentamos forzarles. Animarles sí,
entusiasmarles, pero siempre dejándole claro que es ella la que tiene que decir sí al
Señor y no nosotros. Aunque lógicamente también las Directoras tienen una función de
decir: “Bueno, es que lo tuyo no es esto”, eso sí.
En el último punto dice una cosa que quizás puede llamar la atención: la libertad
permanece en el Cielo. Y uno puede decir: ¿Cómo? ¿En el Cielo somos libres?
¿Podemos elegir todavía el mal? No, no podemos elegir el mal, pero es que elegir el
mal no es libertad, ni siquiera parte de la libertad, sino que es un defecto de la libertad,
que en el Cielo no tendremos ese defecto. Y por si queda alguna duda, lo dice santo
Tomás de Aquino expresamente en el Segundo libro del Comentario a las Sentencias
de Pedro Lombardo la d. 25, q. 1, a. 1, ad IV dice que también en el Cielo tendremos
libertad de elección, nada menos. Lo que pasa es que la estaremos ejerciendo
plenísimamente porque estaremos en un acto de elección plenísima de amor a Dios.
((Pregunta: En la Carta parece que el Padre habla mucho de una libertad como
muy esencial, a la hora de formar y de la propia lucha, ¿la libertad tiene que estar en
acto conscientemente a la hora de hacer las cosas?))
((Pregunta: Quisiera preguntarle una cosa quizás más práctica. En el punto uno
o dos cuando habla de que algunas personas caminan al margen de Dios y se sienten
libres, y más adelante dice: sin darse cuenta de que están existencialmente huérfanos,
¿Cómo puede uno llegar a desmontar ese muro de “yo soy libre” cuando en realidad no
es así?))
((Pregunta: Padre, con esto de sentirse libre, es verdad que uno toma unas
decisiones en la vida y asumes muchas cosas. Y en la Carta hay un texto que se cita
que dice que a veces uno elige cosas distintas a las que uno piensa por un bien
superior, por unidad, por muchas cosas, ¿no? Pero mi pregunta es a veces ese
sentirse libre uno acepta o renuncia a su propio pensamiento por un bien mayor, pero
en el fondo puede quedar un poco una sensación de falta de libertad, o sea, como que
uno va asumiendo unas decisiones que le llevan en una dirección, en un camino, pero
que no están profundamente asimiladas porque uno piensa realmente el contrario. Es
como que uno cede))
- No es una cuestión así explícitamente buscada el citarla tan poco, sino porque
el interés iba a fijarme más en otros puntos. Se habla de exigencia, entrega, que en el
fondo es lo mismo porque la entrega es la obediencia, se habla también de la ley de
todo lo que es voluntad de Dios para nosotros… El binomio libertad-obediencia en
nuestro caso equivale a libertad interior.
((Pregunta: Hay una frase que está al principio de la Carta que dice que la
libertad no siempre llega a desplegar lo mejor de cada uno. ¿Qué quiere decir que
“escogen amar menos”?))
- Lo que quiere decir es que la libertad puede no elegir el bien siempre. Que no
se despliega en toda la posibilidad que tiene, sino que a veces la libertad elige mal. La
libertad es la capacidad de elegir y de querer. La capacidad de la voluntad de elegir y
de querer el bien. Lo que pasa que nuestra voluntad es finita, creada, imperfecta, no
solo limitada por ser criatura, sino también por el resto del pecado original; que hay una
cierta inclinación al mal en la persona humana, incluso en el estado en gracia.
- Sí, sí, te entiendo. Pregunta interesante. Hay que tener mucha delicadeza con
las amigas. En una tertulia: …pues he conocido a fulanita que no sé qué, no sé
cuánto… ¡Un momento! Se pueden decir cosas positivas, que estudia esto, que es muy
simpática… Pero no podemos decir que esta chica me ha contado que tiene un
problema… eso no. Luego en la cuestión del apostolado dirigido también hay que tener
delicadeza, pedir consejo para ayudar, pero también con delicadeza, y si son cosas
que la persona, por el contexto, está claro que lo ha dicho en un ambiente reservado,
pues tampoco vamos a ir a decírselo a la Directora. Si una amiga te dice: mira es que
me ha pasado esto y estoy apuradísima… Y es una cosa grave no puedes ir a la
Directora. En todo caso, para ayudarle le puedes decir: si te parece, porque no cuentas
esto al sacerdote o a la Directora, te pueden ayudar… Eso sí.
- Bueno, depende de lo que se trate. No hay inconveniente para una chica, que
el Consejo local, sin entrar en su vida espiritual, diga: bueno, interesaría que esta chica
vaya a un Curso de retiro, que todavía no lo ha hecho. Eso no tiene nada especial. Y se
le dice a la amiga: oye, por qué no la invitas al Curso de retiro, eso sí; o también se le
puede decir: oye, pregúntale de modo delicado cómo va de pureza –no para que me
cuentes a mí–, sino si eres su amiga, para poderla ayudar. Pero eso no significa que
después tú digas que la pureza no sé qué, no sé cuántos… Hay que funcionar con
sentido común, con sentido sobrenatural y con prudencia, también sobrenatural. Y
sobre todo con amor y respeto a las almas. Si hay amor y respeto, se acierta. Porque
hay momentos en que puede haber efectivamente dificultad en discernir bien, qué
hacer. También se puede pedir consejo en abstracto. Decir: en un caso así, sin decir de
quién se trata, qué hago.
((Pregunta: La gente joven a veces necesita como la libertad de que ellos elijan
cosas, y no entienden o no quieren, aunque uno le pueda dar razones de por qué eso
es conveniente o por qué eso es bueno para el o cómo Dios nos ha dado tanto. ¿Cómo
hacer ahí para que ellos se den cuenta de que no dejan de ser libres por hacerlo,
aunque no lo entiendan? Porque a veces cuando uno va haciendo algo lo va
entendiendo, pero ese paso –por parte de la persona– también supone un acto de
libertad de querer. Porque a veces se entiende un poco la libertad como: si no lo
entiendo, ¿para qué lo voy a hacer? Si no entiendo el porqué, pues no lo hago))
- Si es una cosa que claramente le conviene, decir: yo creo que te conviene esto,
y aunque no lo veas, te aconsejo que lo hagas, pero que lo hagas porque te de la gana
hacerlo. Insistirle en que lo haga porque quiere. Se puede hacer plenamente libres
cosas que no se acaban de ver el por qué. Porque si solamente hiciéramos lo que
vemos clarísimo, estamos listos… Es análogo a lo que nos gusta o no nos gusta, lo
entendemos o no lo entendemos.
((Pregunta: Padre, a veces pasa que hay gente que ha pitado libremente y que
ha ido haciendo muchas cosas libremente, pero cuando vienen las dificultades, lo que
sea cambios en su vida, puede empezar a parecerles que en realidad no pitaron tan
libremente o que les faltó libertad interior… Entonces ahí realmente uno no sabe
cuándo está haciendo una relectura de su vida o de las cosas que ha hecho o cuando
realmente le ha faltado libertad. Y ante eso ¿qué? ¿Hay que fiarse de la gente y ya?))
- No, hay que ver, depende de la persona, del grado de conocimiento que se
tenga. También, de su vida, etc. En general la gente, hay que intentar tranquilizarla en
el buen sentido de la palabra. Decir: aunque te parezca que no ha habido libertad,
ahora si quieres, Dios te da la gracia para hacerlo libremente.
- Sí, sí, claro. Lo que pasa el que no la ha habido… Hay un hecho muy humano,
muy humano en negativo, en sentido que es corriente y en el que podemos caer todos
también, que es lo que se podría denominarla racionalización de la mala voluntad.
Entonces, la capacidad que tenemos todos de autoconvencernos de algo que en
realidad está movido por un querer desordenado, es enorme. En pequeñas cosas y, a
veces, si nos descuidásemos en cosas más importantes. Muchos espíritus críticos, por
ejemplo, no digo solo en Casa, digo en general, hacen una teoría para justificar una
actitud voluntariamente equivocada. Eso es típico, intentar racionalizar la mala
voluntad. Pues eso, con delicadeza, hay que hacerlo ver: piensa un poco, no sea que a
veces lo que sucede -nos puede suceder a todos- es que nos liamos, por lo que sea
nos falla un poco la fuerza de voluntad, nos falla un poco la visión sobrenatural y, sin
querer, nos autoconvencemos de que no teníamos libertad… Podemos autoconvernos
de todo, hasta de que somos marcianos…
((Pregunta: Padre, solo compartir algo de lo que pensaba cuando leía. Pienso
que a veces cuando uno escucha a alguien que no se siente libre, en el fondo uno toca
como una falta de unidad de vida, en el sentido de que lo que ha pasado es que no ha
profundizado con la cabeza o que no ha elegido, o porque se ha dejado llevar por el
sentimiento. Hay veces que formar en libertad es que este integrada la persona en su
totalidad, no solamente que elija, sino que quiera entera ella. Y en ese sentido también
hay veces que uno necesita también poner las bases, para que se conozcan, para que
conozcan a Dios, la gracia, la vida sobrenatural…))
((Pregunta: Tengo una pequeña duda teológica, lo del Cielo y la libertad. ¿Eso
quiere decir que en el infierno va a ver libertad?))
((Pregunta: ¿Y la libertad del Cielo es que uno va a estar eligiendo amar cada
vez más a Dios?)
- Es una participación en la eternidad. Por lo tanto, no es una sucesión temporal.
El Cielo no es siglos y siglos y siglos. Es un acto en que toda la persona… No se puede
ni imaginar dice San Pablo: “no pasa por el corazón del hombre lo que Dios nos tiene
preparado si somos fieles”. Pero no es una cuestión de transcurso temporal, sino que
es un acto en el que elegimos con una plenísima libertad, de plenísimo amor, ante la
grandeza de Dios. Pero es que ahí se ejercita la libertad de elección. Eso dice Santo
Tomás -no es que sea dogma de fe-, pero ¿se entiende? Si se entiende que la libertad
en el fondo es el querer el bien, es elegir el bien, es un acto que lo he elegido y estoy
en un acto permanente de elección del bien.
((Pregunta: Entonces es genial, porque con la libertad que uno modele aquí, nos
estamos modelando nuestros Cielo, dicho mal, porque no es eso))
- Sí, sí. Y también entra ahí lo que cada uno es lo que libremente quiere ser.
Causa suya. Según dicen los expertos -Aristóteles lo entendía de un modo distinto eso
de: libre es el que es causa de sí mismo-, pero santo Tomás lo entiende
clarísimamente en el sentido que lo decía antes: de que realmente el acto libre surge
de la misma voluntad, no depende en sí mismo como acto libre, de nada más que de sí
mismo. Y por eso, la única novedad que surge en el mundo son nuestros actos libres.
Todo lo demás está ya predeterminado por leyes físicas, químicas, por acciones,
reacciones… Lo nuevo, nuevo que surge es cada vez que nosotros hacemos un acto
libre.