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Uno entra a una casa y ve muchos libros y piensa de inmediato: “¡Qué gran
lector!”. Uno entra a una casa y ve muchas obras de arte y piensa de
inmediato: “¡Qué millonario!”.
Y es que para los lectores de libros, aquellos que se han pasado buena parte
de la vida entrando a librerías a la caza de una historia que le hable al oído, el
mundo del arte es una cosa muy rara. Lo es también para los amantes de la
música, esos melómanos que enmudecen reverentes ante un cuarteto de
Mozart o de Schubert y que atesoran grabaciones históricas. Y también para
los cinéfilos empedernidos, los expertos en trivia sobre actores, fechas,
directores y guionistas, que saben el día exacto en que se suicidó Marilyn
Monroe o murió Gloria Swanson, y que aguantan estoicos el olor a mostaza de
las salas de cine. Sí, para todos ellos el mundo del arte es una cosa muy rara.
Pero incluso para los amantes de la pintura, de la forma convertida en
poderosa armonía, los que recorren los museos del mundo maravillados ante el
genio de Velásquez o la oscuridad de Goya, el mundo del arte es también una
cosa muy rara.
Por supuesto, esa rareza tiene que ver con el objeto mismo de consumo. Para
quien quiera comprar un libro, una película o un CD, si es un trabajador de
clase media asalariado, es posible atesorar, coleccionar, ejemplares de ese
objeto deseado. Quizás le cueste un esfuerzo monetario, pero puede. En
cambio, si lo que se quiere es comprar una obra de arte, no. Y si ese amante
vive en este país y quiere ver los frescos de la Capilla Sixtina, tampoco. El
lector en cambio sí puede leer a Chejov, el melómano oír a Bach y el cinéfilo
ver Sunset Boulevard. Esa diferencia tiene un nombre muy sencillo: el dinero.
Como ni los libros, ni el cine ni la música pierden su poder único cuando son
reproducidos, es casi imposible dudar de la pasión de sus coleccionistas. En
cambio, como la distancia entre una obra de arte y su reproducción es enorme,
la obra es comprada no necesariamente por el que la ama, sino por el que la
puede comprar, que es muy distinto. Nada garantiza la pasión por el objeto en
el caso del coleccionista de arte. Más a sabiendas de que el arte es
simplemente una forma de mover y de guardar dinero. Como los relojes. No
sobra recordar que muchos artistas, desde Duchamp, han reflexionado al
respecto. Pero no han logrado cambiar ni un ápice el espíritu del coleccionista
de arte, ni las leyes de ese mercado..
Podría preguntarse, entonces, cuál de todos sería el amante más devoto. Cuál
es el coleccionista ideal. ¿El que encuentra una manera ingeniosa y
estéticamente atractiva de coleccionar dinero? ¿O aquel que colecciona libros
por pura pasión lectora?
2. Cuando en el segundo párrafo del texto se afirma que “el mundo del
arte es una cosa muy rara”, la expresión que mejor reemplaza la
palabra subrayada, es
A. situación intelectual
B. producto artístico
C. contexto cultural
D. elaboración subjetiva
A. memoria – sufrimiento
B. conocimiento – sacrificio
C. experticia – padecimiento
D. pasión – martirio
A. ubicación
B. valor
C. unicidad
D. antigüedad