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El Orden Simbólico Institucional y el Orden Simbólico Social:

El orden simbólico escolar es una construcción que data de varios siglos; aunque sus contenidos y los
sentidos que genera, han ido transformándose. Reconocemos si que esta producción no es creación
nueva. La creación de lo simbólico no es libre, debe basarse en lo que está. En primer lugar, porque se
basa en el lenguaje y este, para los individuos como para la institución, ya están ahí. El carácter
simbólico de tres núcleos que vertebran la formación de maestros- lo moral, el conocimiento de su
materia y el saber pedagógico- ya están presentes en la formación de los hermanos de las órdenes
religiosas en el siglo XII, que fueron los primeros maestros en el sentido que hoy lo concebimos. Se han
transformado los contenidos o la importancia de cada uno en distintas épocas, pero los ejes se han
mantenido.
Por su parte las sociedades construyen, a su vez, sus órdenes simbólicos. La educación como sus
instituciones ocupan un lugar en estos órdenes que inciden, necesariamente, en la formación de las
tramas simbólicas institucionales. Se podrá deducir que la eficacia de estas tramas será más fuerte
cuando el orden simbólico social las confirme y legitime.
De igual modo podrá suponerse que la transformación de lo simbólico institucional no es independiente
de las transformaciones en lo social.
Del mismo modo, es a partir de las relaciones entre la instancia institucional y la social contextual que el
orden simbólico puede fracturarse, resquebrajarse, debilitarse.
Precisamente el quiebre comienza con una pérdida de legitimidad y, por tanto, de su eficacia para
ordenar, organizar las prácticas, los comportamientos, los modos de pensar y sentir.
En varias ponencias hemos sostenido que la crisis actual de la educación y de la escuela es una crisis
institucional estructural porque, precisamente, se ha roto, ha perdido legitimidad, el orden simbólico
unívoco que estructuró las funciones y la vida institucional de la educación y la escuela argentina por más
de un siglo.

Los Sujetos y el Orden Simbólico:


No obstante este reforzamiento que proviene de la instancia social, la autonomía de este orden no es
absoluta y su poder organizador de la institución, las prácticas o la vida de los sujetos no es total. Es
cierto que los sujetos y los colectivos pueden dejarse dominar por este orden (a veces necesitan que así
sea), que enajene completamente sus prácticas pero, es cierto también que hay sujetos y grupos que
pueden someter este orden a la reflexión y a la crítica simbolizante lúcida.
Esto es posible porque los individuos en tanto SUJETOS, sujetos sociales, sujetos psíquicos, sujetos
proyectados históricamente, no son pasivos. Toman POSICIONAMIENTOS en relación a las funciones
que desempeñan, a las relaciones que los involucran. Intervienen activamente, POSICIONÁNDOSE, a
partir de su capacidad singular de producir sentido y de RESIGNIFICAR introduciendo la
SUBJETIVIDAD.
Subjetividad que aparece en que y como se piensa, en que y como se vivencia. En los datos de la
realidad institucional que se perciben y en los que se ignoran. En la atribución de significación a lo que se
percibe, de valores y afectos; en los deseos (o la ausencia de ellos) como intenciones de hacer o no
hacer.
Los sujetos pueden posicionarse con el silencio, con la no participación, quedándose afuera; con la
crítica o la transgresión. Pueden posicionarse conflictivamente o de modo ambiguo. También puede ser
que sus posicionamientos coincidan, como en un espacio, con lo prescripto desde el orden simbólico.
Si bien cada individuo es una unidad de sujetos múltiples, cada uno operando con su lógica (de allí sus
posicionamientos variables y contradictorios), puede privilegiar una instancia: lo social, lo político e
ideológico, lo afectivo, lo profesional y técnico, etc. Puede posicionarse desde su identificación (más
fuerte) con otras instituciones (la familia, la iglesia, un credo). Puede posicionarse privilegiando la
subjetividad intrapsíquica, o desde sus síntomas; o el modo más frecuente, desde el conflicto de dos o
más de estas instancias. Es decir lo domine un posicionamiento conflictivo, circunstancia que
incrementará su malestar e, incluso, introducir conflictos institucionales.
Precisamente nuestros materiales de investigación en instituciones educativas nos muestran que esta es
la modalidad más frecuente de posicionamiento dentro de ellas; del docente, como de alumnos y
estudiantes.
Aceptar estos supuestos, muchos confirmados por los datos, implica reconocer que allí, donde
suponemos unicidad, homogeneidad, hay heterogeneidad, diferenciación; más allá, por cierto, de la
intención de toda institución que tiende y busca esa unicidad y homogeneidad. Esta heterogeneidad no
es en absoluto, dispersión.
Hacerse sujeto (sujetado a la cultura) es una construcción en la que el proceso de SOCIALIZACIÓN
ocupa un lugar central. Socialización mediatizada por las instituciones (lenguaje, familia) que al ser
común a una sociedad y a una época, al estar atravesada por el orden simbólico social, genera sujetos
que comparten zonas de identidad común, zonas de homogeneidad. “Los otros, el prójimo, en estas
condiciones, no es más que otro nosotros mismos, un doble, que debe experimentar sentimientos
análogos a los de cualquier participante de la cultura y conducirse según un modelo común” (Enriquez;
pág:53, op.cit.). Sin este proceso las interacciones, las relaciones o las instituciones mismas serían
imposibles. Identidad mínima, de código y significación, sin la cual tampoco es posible la diferenciación
singular.
Porque los sujetos son activos en generar sentido, tanto en la producción de sucesos institucionales
como en su reconocimiento, es posible comprender por qué ente un orden simbólico unívoco en el
sistema educativo, cada unidad institucional, cada establecimiento, reconstruye y resignifica, produciendo
redes simbólicas singulares, tramas, relaciones propias, cultura, dinámica escolar diferenciada. En
síntesis, una marca (¿identidad?), un perfil institucional que nos hace afirmar, y verificar, que no hay “dos
escuelas iguales”.

Garay Lucía, Análisis Institucional de la educación y sus organizaciones, págs. 19-21

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