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Una Historia que nunca duerme

Ya no nos sorprende ninguna crisis. Sin duda, hubo quienes buscaron y


consiguieron un cambio de gobierno pero no midieron las consecuencias de
esa decisión al ejercer un voto de odio visceral antes que pensar en términos
racionales procurando el resguardo de aquello que valía la pena resguardar.
Se puede afirmar que esa motivación estuvo en la base de los resultados
electorales que llevó a este cambio gubernamental con una mayoría de
votantes pero también es cierto que no todos en esa mayoría fueron tan
viscerales ni tan ingenuos.
Ello resulta claro al ver la composición social del gabinete, las trayectorias
profesionales y los intereses que representan. Las medidas de gobierno por las
que se optó hasta el momento son indicativas no sólo de una tradición neo
liberal con extrema apertura de mercados contra los intereses de los
trabajadores y el pueblo. Los analistas hablan de las semejanzas con el 2001,
otros con 1989, pero en realidad, hay que pensar en el período de fines del
Siglo XIX cuando los tataratataratatara abuelos de buena parte del gabinete se
atribuyó en propiedad, histórica, intelectual y material, la organización del
Estado Argentino.
Claro, eran otras épocas donde cualquier terrateniente con alcurnia patria
pensaba en ampliar sus campos por efecto lógico de la conquista del desierto.
Tiempos en donde sólo ese grupo podía opinar y gobernar, donde la cuestión
social no era un problema porque, desde su visión, no había cuestión social
que atender. Un país de gran territorio con poca gente y fácil de administrar, el
sueño consolidado de cualquier elite gobernante. Qué le importa al león lo que
piensen las ovejas.
Ese mismo desdén es el que habita la Argentina en estos días.
Transitamos un plan económico orientado a sostener el beneficio de unos
pocos sectores a los que representa y, claramente ellos, no son la gran
mayoría de los argentinos. Los acuerdos con el FMI, los ajustes, despidos,
recortes y todo lo que aún viene en camino, no son medidas inevitables. Son
prácticas que se articulan a la perfección con las ideas y principios de un
tradicionalismo arcaico que encuentra su revancha en el presente. Es dable
esperar que en este esquema haya más desocupados, menor salario y menos
prestaciones de todo tipo para los ciudadanos. Acorde con estos lineamientos,
hay una elite que sigue creyendo y apuesta a que un país chico, en muchos
sentidos, es más fácil de gobernar. Ocurrió en el pasado y sospecho que
intentan repetir en este presente. Por eso al león sigue sin importarle lo que
piensen las ovejas.
Estamos en horas de vigilia esperando los próximos anuncios que,
seguramente, no van a cambiar la vida de nadie para mejor sino para peor.
Porque el verdadero cambio implica, sin duda alguna, el abandono de este
modelo económico por otro que recupere el valor de nuestra moneda, nuestro
trabajo y nuestro estudio. El verdadero cambio es el de una economía que
proponga la máxima ocupación de la población, el desarrollo de la industria y el
campo, grande, mediano y pequeño, de la educación gratuita, de calidad para
todos y en todos los niveles, el acceso a la salud y a la vivienda y un montón de
cosas más que son un deber a cumplir por un estado justo y libre que piensa
en el bienestar de los ciudadanos. Todo esto es lo que ahora no tenemos y
que, sospecho, no tendremos en el breve plazo.
Aún en estas condiciones, todo es material de aprendizaje. Cuando tengamos
el valor de apartarnos de los tutores trajeados de sonrisa falsa, para entrar en
la madurez del análisis crítico que lleva a la demanda de la equidad para la
sociedad, habremos comprendido el mensaje kantiano de hacerse cargo de
uno mismo. Quizás el mejor lugar para comenzar, pero no el único, es hacer
visible lo que otros no quieren ver. Ser parte de la manifestación por el reclamo
justo y fundamentalmente, pensar con racionalidad creadora y activa en las
próximas elecciones, nunca antes. Entonces, no habrá león ni ovejas, sino
seres pensantes construyendo futuro.
CRISTINA BARILE, 2 de Septiembre de 2018

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